Relatos eróticos. Historias reales e imaginadas. Explorando deseos, compartiendo fantasías. El sexo como leitmotiv.
martes, 31 de diciembre de 2019
Puedo ser más puta que tú
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domingo, 17 de noviembre de 2019
Dos MILF y un Satisfyer
Viene de: El sushi de “la china”

Ellos tres seguían durmiendo todavía. Me levanté y fui al baño. Procuré no hacer ruido pero vi que también se iban despertando, así que pedí que nos subiesen el desayuno a la habitación. Cruasanes, huevos revueltos, fruta, zumo de naranja y mucho café. Lo trajeron mientras me duchaba con Azucena. Miré y los dos albornoces estaban colgados en el baño. No sé quién abrió ni cómo lo hizo, porque el revoltijo de ropa que había en la habitación era considerable.
Después de desayunar ordenamos un poco el cuarto y pusimos las camas en su sitio. Vestirse fue un poco complicado. Encontrar la ropa. Yo tenía la mía en la bolsa de viaje pero ellos habían venido con lo puesto y ahora, misteriosamente, las bragas de las chicas no aparecían. Después de la que habíamos montado anoche no era raro. Bueno y también porque yo las había escondido debajo de un colchón. Esas dos se iban a casa sin bragas como que me llamo Alberto y soy fetichista.
Aún sabiendo que el culpable era yo, al final se dieron por vencidas y se pusieron el resto de la ropa. Me quedé terminando de recoger mis cosas y bajé a liquidar la cuenta del hotel. Antes de que me dijesen nada les advertí que la segunda noche había empleado las dos camas. La recepcionista me dijo “No se preocupe” con una mirada pícara. Eso no me lo cobró, pero con la cuenta del servicio de habitaciones y la del minibar creo que lo compensaron.
Poco después de las doce Azucena y Olga vinieron a buscarme con el coche. Me senté en la parte de atrás del Focus y fuimos bromeando hasta Madrid. Aun siendo puente no había mucha circulación, bueno sí, había mucha pero en sentido contrario. Nosotros teníamos nuestro lado de la autopista prácticamente despejado. Les indiqué el camino a mi casa y dejamos el coche en mi plaza de parking.
Abrieron los trolleys que llevaban y dejaron la ropa en la habitación que había dos camas. Con eso de ir al teatro habían traído muchas cosas. Comimos compartiendo un enorme cachopo y unas tapas en restaurante El Molinón, en el Paseo de la Florida, disfrutando de unas estupendas vistas de la Casa de Campo y Madrid Río, luego subimos a descansar un rato en casa. Era festivo y la función de El Rey León empezaba a las 18:00. El sofá del salón se convertía en una cama grande con respaldo, aunque era mucho más divertido utilizarlo como una gran “chaise longue”. Allí nos acomodamos hasta que se empezaron a arreglar. Estábamos a cinco minutos de la Gran Vía, así que teníamos tiempo. Cuando salieron, con sus elegantes vestidos y perfectamente maquilladas sólo pensé en lo que iba a disfrutar esa noche quitándoselos.
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viernes, 8 de noviembre de 2019
El sushi de “la china”
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miércoles, 6 de noviembre de 2019
¿Chuche o chocho?
Viene de: Pareja 10100
A Juan le pone mucho que le cuente las fantasías que se me ocurren con Azucena, su mujer, sobre todo porque los dos sabemos que esas fantasías se pueden hacer realidad a poco que nos lo propongamos. Le encantó la historia de nuestro encuentro que plasmé en el blog y siempre me insistía a que escribiese algo más. Aquella noche que hablábamos por Skype lo volvimos a discutir.
- Tío, sabes que escribo sobre cosas que me han pasado. Una cosa es que fantasee con lo que haría con Azucena y otra cosa es que escriba una historia inventada. Eso no sé hacerlo.
- Ufff, sí me encanta que sea tan caliente.
- Caliente contigo, cabronazo, que aquellos días que pasaste aquí te la ganaste y bien. A mí a veces me deja a palo seco.
- ¿Dónde está ahora?
- En el salón viendo la tele.
- Estás con el móvil ¿no?
- Sí ¿por?
- Hazme un favor. Vete al salón y ponte en un sitio que la puedas enfocar. Yo silencio el micro y te escribo. Tú haz lo que yo te diga.
Juan se sorprendió pero me hizo caso, se levantó y fue andando por la casa con el móvil en la mano. Las imágenes eran mareantes pero enseguida llegó al salón. Azucena estaba con un pijama corto tumbada boca arriba en el sofá, con las piernas flexionadas y abiertas.
- ¿Qué estás viendo? -preguntó él sentándose hábilmente en una butaca que había en el costado del sofá y desde el que se dominaba la entrepierna de Azucena ligeramente tapada por el pequeño pantalón del pijama, quedando la cabeza justo al otro extremo.
- Masterchef. ¿Quieres sentarte?.
- Dile que te gusta más lo que se ve desde ahí -le escribí, él se lo dijo y le siguió hablando siguiendo mis instrucciones .
- No gracias. Me gusta más lo que veo desde aquí.
- Bobo.
- Te lo digo en serio. ¿Puedes apartar un poco el pantalón para que te vea bien el chocho?
- No que lo tengo irritado. Al salir de la oficina he ido a que Olga me lo depilase y aún está un poco escocido.
- Pobre, a ver -dijo Juan apartando la pernera de la entrepierna sin hacer caso a su mujer- ufff, un poco rojo sí que está. ¿Te pongo crema?
- Déjame, no hace falta, Olga ya me puso, mañana ya estará bien.
- Pero quítate el pantalón que conviene que le de el aire.
Ella se lo quitó con desgana, alzando el culo y flexionando las piernas para poder pasarlo por los pies. Al hacerlo nos ofreció a Juan y a mí una estupenda perspectiva de su coño abierto, incluso del ano. Fue un poco inesperado y ella se dio cuenta de que su marido estaba haciendo algo raro con el móvil.
- ¿Qué haces? ¿No me estarás grabando?
- Oye, es buena idea, así te ves. Vuelve a alzar las piernas.
- Sé perfectamente cómo está. Déjame ver la tele.
- No, no -insistió él siguiendo mis instrucciones- que en el pliegue lo tienes rojito. Déjame que te lo enseñe.
- A ver, pesado -abrió las piernas más que nada porque la dejase en paz. Juan lo grabó y luego se lo enseñó.
- Eres un exagerado, está normal. Ya puedes ir borrando el vídeo ese.
- Bueno, lo tendré unos días, por si me tengo que hacer una paja en el curro.
- No quiero que todos tus amigotes acaben viéndolo ¿eh?
- Mujer, ya me conoces.
- Por eso te lo digo.
La conversación entre ellos quedó así, pero nosotros seguimos escribiendo mientras él me emitía la imagen de la entrepierna desnuda de su mujer.
- Alberto ¿por qué no me dejas que le diga que estoy en videoconferencia contigo? Sabes que le caes muy bien, te enseñaría el chocho y lo que le pidieses.
- Todavía no. Así es muy morboso. Verla sin que ella lo sepa… y me pone mucho cuando tú le pides cosas
- Joder, morbo sí que tiene la cosa. Estoy a mil.
- Ahora te la follas y ya.
- No querrá, que tiene el coño irritado.
- Pues por el culo.
- Qué fácil lo ves todo, jodío.
- Chico, pues estrenas el vídeo ¿qué quieres que te diga?
- ¡Qué cabronazo eres! -me dijo riéndose.
- Encima que te doy opciones… Bueno, pero mándame el vídeo ese antes de que te lo haga borrar.
- Hecho, pero vete pensando cómo te las arreglas porque Azucena necesita una buena historia.
- Una buena follada.
- Eso también pero últimamente no la veo muy motivada.
- Cambiar de gallo siempre ayuda.
- Tú arréglatelas como quieras pero escribe.
- Vale, vale, contaré esto y que tú estabas todo palote.
- Ya te digo, es que de imaginarme a la tal Olga depilándole el chocho, así las dos en plan putón y me pongo enfermo.
- ¿La conoces?
- ¿A Olga? Sí, Azucena y ella son amigas desde pequeñas.
- ¿Y está buena?
- Ufff sí, una morena de pelo rizado que me pone un montón.
- ¿Tiene el chocho rizado?
- ¿Eh? No, no, el chocho lo tiene depilado, la melena es la que tiene rizada, parece una leona.
- ¿Le has visto el chocho?
- No, ya me gustaría. Azucena me lo contó. Olga tiene una perfumería y allí hace depilaciones, sobre todo a amigas.
- Tienes que pedirle a tu mujer que te enseñe fotos guarrillas de Olga. Si se conocen de hace tiempo seguro que algo tienen ¿se hacen selfies?
- Uy sí. Cuando van de cena se ponen todo provocativas en la cámara.
- Pues seguro que en el baño o cuando se depilan también se hacen fotos. Pregúntaselo a Azucena, verás como no me equivoco.
Cuando nos despedimos me entretuve un buen rato con el vídeo que me había mandado. Un primer plano de la vulva que efectivamente tenía los labios un poco rojos. Con las piernas abiertas se veía perfectamente el clítoris y la entrada de la vagina. Era porno puro, pero lo que más me ponía era la cara de resignación de Azucena ante la insistencia de su marido.
Ese vídeo lo tendría que ver con ella y comentarlo. Aunque al principio se mosquease luego acabaríamos echando unas buenas risas. Me estaban entrando ganas de hacer otro viajecito a Toledo.
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domingo, 20 de octubre de 2019
Espejismos
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viernes, 11 de octubre de 2019
Confieso que he pecado
Tenía once años cuando hice mi primer acto de rebeldía contra la iglesia. Procedo de una familia católica practicante que no dudó un instante en matricularme en un colegio religioso. En aquella época en España no había muchas opciones, la religión lo impregnaba todo y yo lo sobrellevaba bastante bien. A ver, nunca me lo creí y me recriminaba por ello. Pensaba que si creías en Dios todo era más fácil. Si tienes un problema rezas para que se solucione, si caes enfermo rezas para curarte, y si todo va mal y mueres vas al cielo. En cambio yo me tenía que buscar la vida solo y cuando muriese se acabaría todo.
Egoístamente me hubiese gustado creer pero racionalmente me era del todo imposible. Nunca pude pero hasta mi adolescencia no se lo dije a nadie. Era un buen niño, en el colegio me aplicaba mucho en clase, hasta en la de religión en la que tenía que hacer tremendas abstracciones mentales para racionalizar todo lo que nos contaban. Me encantaba la Historia Sagrada, sobre todo el Antiguo Testamento, pero siempre estaba buscando explicaciones a todo. Los israelitas rodean las murallas de Jericó tocando las trompetas y éstas caen, un terremoto. Moisés levanta los brazos y se separan las aguas del Mar Rojo, el fuerte viento durante la marea baja. Así con todo. Ya sé, ya sé, es complicado hacer coincidir todos los milagros que relatan las escrituras con fenómenos naturales, pero es que la otra opción es que Dios existiese… o que todas esas historias fuesen mentira.
A pesar de todo sentía envidia de mis amigos que se tragaban todo sin pensar. No es que fuesen más felices que yo pero sí estaban más tranquilos. Por integrarme aceptaba todo el contexto social, incluso me gustaba ir a misa los domingos en el colegio. Era un acto social más y luego nos quedábamos jugando. A los alumnos nos daban mensualmente una tarjeta de asistencia a misa. Durante la celebración alguien, normalmente una monja, nos la ticaba. Luego, de vez en cuando en clase había revisión de tarjetas, pero yo nunca percibí aquello como un control excesivo. Era un aspecto más de la religión que aceptaba sin entender.
Claro que poco después la cosa se complicó. Por aquella época mi padre se compró un SEAT 600. Llevaba mucho tiempo en lista de espera y por fin le llegó el turno. Desde entonces los domingos ya no fueron lo mismo. Mi madre preparaba la comida y toda la familia nos metíamos en nuestro coche para ir de excursión. Nunca dejamos de ir a misa pero la oíamos allí donde nos pillaba. Creo que llegué a conocer todas las iglesias de los pueblos de los alrededores de Madrid.
El caso es que el padre Atilano, el cura que revisaba las tarjetas en el colegio, el mismo que nos enseñaba religión y oficiaba las misas de los días de fiesta, no parecía entender eso de que saliésemos los domingos y fuésemos a misa en otras iglesias que no fuesen la suya. Cuando le enseñaba la tarjeta inmaculada, sin ninguna señal de haber sido ticada en sus celebraciones, me hacía extender la palma de la mano y con una regla de madera me la dejaba roja y ardiendo, independientemente de las explicaciones que yo intentaba dar. Nunca dije nada en casa. Lo consideraba tan absurdo que no merecía la pena preocupar a mis padres con esa tontería. Lo tenía asumido y ya ni lo explicaba. Cuando había revisión de tarjetas el cura me castigaba. Llegué a odiarle pero estaba resignado… hasta que se me ocurrió una manera de utilizar mis marcadas inclinaciones sexuales para vengarme de él.
martes, 8 de octubre de 2019
Las fotos de Sonsoles
Viene de: “Esther”
Desde aquel fin de semana del pasado febrero en que Esther y yo empezamos una relación muchas cosas cambiaron en nuestras vidas. No se podía decir que fuésemos novios, ninguno nos lo habíamos planteado así pero lo cierto es que ambos dejamos de tener encuentros sexuales con otras personas. Ese periodo fue lo más parecido a la monogamia que había vivido nunca y la verdad es que me adapté bastante bien. Hasta entonces a las chicas con las que había estado nunca les pregunté por sus otras relaciones y tampoco consentí en que ellas me preguntasen a mí.
Mi sensación de libertad era algo irrenunciable, curiosamente con Esther no tuve problema en supeditar mi vida sexual y sentimental exclusivamente a ella, aunque claro, entonces no fui totalmente consciente de ello. El amor es ciego. A ella creo que le pasó lo mismo. No lo hablamos, no nos declaramos novios, aunque todo el mundo lo daba por supuesto, pero lo cierto es que aunque pasábamos juntos mucho tiempo no nos agobiábamos, los dos teníamos nuestro espacio, nuestras parcelas de privacidad, pero los dos éramos conscientes de lo que podía molestar al otro y lo procurábamos evitar. Quizás lo único costaba un poco de entender en nuestra relación es cómo encajaba en ella Sonsoles.
Sonsoles, Sonso como a ella misma le gustaba que la llamasen, era la mejor amiga de Esther. Si a los chicos de primero de Filosofía y Letras de ese año nos hubiesen preguntado por la alumna más guapa estoy seguro de que hubiesen destacado dos sobre la mayoría, Esther y Sonsoles. De hecho creo que en la encuesta mi “novia” hubiese quedado en segundo lugar. Aunque yo estaba convencido de que se equivocaban, la mayoría de mis compañeros se volvían locos con su amiga.
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domingo, 29 de septiembre de 2019
Sucedió en Hotel DeseoX
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domingo, 22 de septiembre de 2019
Esther
Viene de Marisa
Había pasado casi un mes. Todavía me encontraba mal. Había conseguido hablar con Marisa un par de veces y ella siempre me tranquilizó, pero al mismo tiempo se la veía ansiosa por pasar página, yo en cambio aún no estaba preparado para ello. No podía evitar pensar que su decisión de irse a estudiar a Santiago de Compostela fue por culpa mía.
Desde entonces había evitado tener relaciones con compañeras de la facultad. Sólo buscaba sexo sin compromiso y aunque los dos en principio estuviésemos de acuerdo en ello, las cosas no siempre salen como planeas. En ese caso no quería tener que ver a esa persona todos los días en clase.
Estar en una de las facultades con más alumnas de la Universidad Complutense y negarse a ligar con ellas requiere mucha fuerza de voluntad, llamadme cabezota. La verdad es que entonces no me di cuenta pero mi “celibato psicológico” estaba dando bastante que hablar. Marisa había comentado algunos detalles de nuestros encuentros a sus amigas más íntimas. Ellas habían sido muy discretas pero su repentina decisión de no volver después de las vacaciones de navidad y solicitar el traslado de matrícula a otra universidad había despertado multitud de rumores. En todos ellos estaba yo implicado.
Eso hizo que algunas de mis compañeras me culpabilizasen de hechos que no conocían y se apartasen de mí. Pero en otras en cambio se despertó una gran curiosidad hacia mi persona y detecté intentos de acercamiento francamente sorprendentes, tanto que me costó identificarlos.
Mis amigos a veces se extrañaban de mi incapacidad para interpretar determinadas señales. Una tarde estaba esperando a la puerta del aula con mi amigo Ángel. Estudiamos juntos el bachillerato en un colegio de chicos, ya os lo conté. Mi paso a Psicología supuso un cambio radical para mí, pero él, un cerebrito, se matriculó en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Navales, donde sólo había una alumna en primero. En los otros cursos creo que menos. Ángel es como si siguiese en el colegio y alucinaba cuando se pasaba por mi facultad, tanto que a veces se quedaba a clase solo por disfrutar del ambiente.
Eso era lo que pasaba esa tarde. Él me había traído unos discos para que los copiase. Hablo de LPs de música, ya que en casa tenía un muy buen equipo de sonido y las copias en cassette quedaban fenomenal. Estábamos esperando para entrar en clase cuando vimos que se acercaba “la rubia”, Esther. La tía que más me ponía de toda la facultad. La acompañaba un chico que llevaba una cazadora de piel y un casco. Habían venido en moto. Se despidieron con un beso en la mejilla, casi ni se tocaron. Enseguida me hice una idea de la situación. El tío era un pardillo colado por la rubia que aprovechaba cualquier ocasión para estar con ella. Llevarla en moto, abrazada a su espalda era suficiente recompensa para él. Ella lo sabía, le utilizaba como utilizaba a tantos otros, los tíos no le negaban nada y ella se aprovechaba. Una insinuación, una mirada lánguida y conseguía lo que quería.
Yo me resistía a ser uno de esos. Alguna vez se me insinuó y de no ser por Marisa igual lo hubiese sido. Ahora cuando miraba a Esther veía a una chica tan guapa como manipuladora, una chica peligrosa de la que convenía mantenerse a distancia. Esa actitud y la historia de Marisa hicieron en cambio que “la rubia” me mirase con otros ojos, la pega es que yo no lo sabía y cuanto más me alejaba más se interesaba ella. Confieso que tenía un problema, cuánto más me interesaba una tía menos hábil era yo para interpretar sus señales.
Esther se acercó y sin decir palabra cogió los discos que llevaba Ángel para mirarlos. Era su estilo ¿para qué saludar? ¿para qué decir por favor? Joder cómo me cabreaba esa actitud suya, en cambio mi amigo estaba encantado de despertar el interés de semejante pibonazo.
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lunes, 9 de septiembre de 2019
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