Madrid, junio de 2013
- Hola ¿me quieres ver el culo?
Ni que decir tiene que me dio un vuelco el corazón cuando aquella tarde, esa señora que se sentó a mi lado en el banco de mi antigua calle me hizo esa pregunta. Rondaría los cincuenta años, como yo, aunque su aspecto regordete la hacía parecer más joven. Su mirada sonriente, fija en mis ojos mientras esperaba mi respuesta, me indicó que no era una buscona. Es más, en su expresión había algo familiar, como si la conociese, aunque no podía recordar de qué.
Literalmente hacía años que no volvía por mi barrio, por las calles en las que pasé mi infancia. Me sorprendió ver cómo había cambiado todo. Tenía poco que ver con lo que yo recordaba, así que la curiosidad me llevó justo hasta el portal del edificio en el que vivía. Me senté en un banco que siempre había estado allí, pero que ahora no era el mismo en el que yo me había sentado tantas veces.
Inevitablemente me quedé mirando las ventanas del bajo en el que vivía Julita y mis recuerdos volaron a la cama en la que retozamos por primera vez. Fue una sensación agridulce y en ese momento supe por qué no había vuelto por allí en tantos años.
La verdad es que mi despertar sexual, desde la infancia hasta la preadolescencia, fue bastante… variado y no sé si ello fue así porque siempre fui un salido o si siempre fui un salido porque tuve la inmensa suerte de tener un despertar sexual tan variado.
En aquel banco, bueno, en el que había entonces, me sentaba de niño a mirar las bragas de las chicas que saltaban a la comba o a las gomas mientras los otros niños jugaban al fútbol. Ellas no sólo se acostumbraron a mis miradas sino que llegué a estar convencido de que modificaron su juego para convertirlo en una especie de competición para ver a cuál se la veían más las bragas en sus saltos.
Si eso os parece extraño os diré que gracias a mis obsesiones sexuales conseguí introducir innumerables juegos eróticos en los que llegamos a participar niños y niñas y que, precisamente por ello, adquirí bastante popularidad entre mis amiguitos, algo que en principio parecía improbable, sobre todo teniendo en cuenta que yo no destacaba ni en deportes ni en otras actividades de acción con las que los gallitos pretendían impresionar a las chicas, pero en cambio con mi imaginación calenturienta había conseguido que buena parte de la chiquiillería estuviese pendiente de mis ocurrencias morbosas.
- Ya sabes que siempre estoy dispuesto a ver el culo de una chica guapa -respondí mientras ordenaba mis pensamientos e intentaba situar en aquellos años a la señora que me acababa de preguntar lo mismo que de vez en cuando me preguntaban algunas chicas entonces.
- ¡Uy! Esa faceta lisonjera es nueva -me dijo ella riendo-. No tienes ni idea de quién soy ¿verdad?
- Pues verás, esto que ves y que te puede parecer cara de tonto en realidad es mi cara de pensar. Estoy barajando varias opciones pero tengo dudas. Quizás tendría más pistas para reconocerte si me enseñases el culo… como tú misma te has ofrecido.
- Tío, me asombras. No te recordaba tan directo. A ver si la que se está confundiendo soy yo.
- ¿Entonces lo del culo iba de farol? -pregunté aparentando decepción.
- Pues la verdad es que si te enseñase el culo me reconocerías enseguida -me dijo mirándome con expresión divertida. Mi mente empezó a barruntar a toda prisa hasta que al final me acordé de un detalle.
- ¿Elvirita? -pregunté tan sorprendido como incrédulo después de haberlo pensado un buen rato.
- ¡¡¡Síiiii!!! Bueno, ya nadie me llama Elvirita, pero a ti te dejo… si tú me dejas que te llame Tito -respondió ella dándome dos besos con una amplia sonrisa.
Elvirita, no me lo podía creer. La recordaba como una niña larguilucha, flaca y de aspecto desgarbado. Sin embargo ahora se había convertido en una atractiva mujer madura, más bien rellenita, de abundante pecho y unas curvas difíciles de presagiar en la época que la conocí.
Durante el tiempo que vivió en el edificio no la hice el caso que se merecía, luego, cuando su familia se mudó de casa me di cuenta de cuánto la echaba de menos. Era la chica que mejor me entendía y creo que la única que me aceptó con mis manías, tal cual. Pasábamos mucho tiempo hablando y frecuentemente tuvo que soportar mis lamentos porque alguna de nuestras amiguitas no quería participar en mis juegos. Nunca pensé que hablar de esos temas con ella era algo que la podía doler. Nunca dio muestras de ello y cuando me veía preocupado y quería animarme me preguntaba “¿me quieres ver el culo?” Y eso siempre me alegraba el momento.
La verdad es que no era la única chica del barrio que de me lo decía, pero sí era la única que lo hacía por mí y no por iniciar el juego sexual que a ellas les apetecía. De ahí mi duda para identificar ahora a la autora del ofrecimiento. Aunque por mucho que hubiese cambiado de cara y, sobre todo, de cuerpo, el culo de Elvirita era perfectamente reconocible. En la nalga izquierda tenía una marca de nacimiento, un antojo en forma de fresa perfectamente reconocible y que de repente sentí unas irresistibles ganas de volver a ver. Luego, como siempre me pasaba con ella, lamenté haberla reconocido por el antojo y no por su agudo sentido del humor.
- ¡Joder cómo has cambiado! Pero sigues siendo igual de ingeniosa, cómo me has liado.
- Ya, estás pensando cómo aquella chica delgada se ha convertido en la gorda esta ¿no?
- Pues no, precisamente estaba pensando lo contrario, cómo aquella chica flacucha se ha convertido en el bombonazo este.
- Ya, ya, ahora te parezco un bombonazo…
- Siempre me lo has parecido, por tu manera de ser, por tu manera de tratarme… Eras de las pocas a las que podía considerar una amiga de verdad. Me encantaba hablar contigo.
- Sí, hablábamos mucho, casi siempre de otras.
- Ya, la verdad es que tuviste mucha paciencia conmigo.
- Me caías bien y por eso te daba lo que creía que necesitabas, fuese conversación o fuese el culo.
- Mmmmm, el culo… ¿cómo lo hacemos?
- Cielo, lo del culo lo dije para llamar tu atención. Ahora las cosas han cambiado. Estoy casada.
- Ya, y yo también.
- Tú también has cambiado.
- Ya, pero ¿por qué lo dices?
- El Albertito que recordaba no se hubiese contentado con una negativa.
- No lo he hecho, sólo pensaba lo irónico que resultaba que de pequeño hablaba contigo sobre cómo desnudar a otras y ahora lo haré sobre cómo desnudarte a ti. El caso es que siempre me ayudas a resolver mis problemas sexuales.
- Eso ya me suena más -me dijo riendo-. “Te voy a ver el culo, que lo sepas, tú sólo tienes que decirme cómo.” Esa es la idea ¿no?
- Otra de las cosas que encantaba de ti es que parecía que me leías el pensamiento.
- Ya te vale “Tito”, ahora me tienes pensando que me pillas sin depilar y con las bragas más cutres que tengo.
- ¡Ah! ¿Al final lo del culo viene con propina?
- Anda, vamos -me dijo riendo mientras me agarraba la mano.
En ese momento recordé que Elvirita es de esas personas que te toca mientras te habla. Eso siempre me ha puesto muy nervioso y todavía más cuando te lo hacía una chica en esas edades en las que el contacto con ellas no estaba del todo normalizado.
Cuando tendría unos quince años su familia se mudó de casa y perdimos el contacto. Creo que durante todo el tiempo habían tenido la vivienda alquilada, pero ahora Elvirita, que la había heredado, la vendió y estaba revisando los enseres porque a la mañana siguiente una empresa de mudanzas se llevaría todos los muebles y vaciaría la vivienda.
Su casa era exactamente igual que la mía y recorrer las habitaciones después de tantos años me produjo una sensación extraña. No es sólo que la recordase más grande, es que reviví las sensaciones de descubrimiento que tenía en aquellas tempranas aventuras sexuales, de las que la larguirucha Elvirita fue siempre confidente y un tanto cómplice. Cuando me empezó a preguntar me dio la sensación que los dos habíamos retrocedido a la misma época.
- Oye ¿al final llegaste a tener algo con Julia?
- ¿Julia? -pregunté sorprendido.
- Sí hombre, ya sabes, Julia… Julita, la viuda esa que vivía en el bajo, que era modista… Corrió el rumor que se fue del barrio por eso… porque se enrolló contigo y tuvo problemas…
- Sí, sí, me acuerdo perfectamente. Tuvimos algo, sí. Y eso trascendió.
Joder que si tuvimos algo. Para mí un sueño hecho realidad. Un chico de catorce años, con las hormonas en plena efervescencia, y una mujer de treinta y tantos, con las mismas ganas que yo pero con la experiencia que me faltaba… Un sueño.
- ¿Follasteis?
- Hicimos de todo.
- Nunca me hablaste de ella y eso que creo que me contabas tus planes con todas las que te interesaban.
- Es que ni yo mismo me lo creía. No me atrevía ni a contarlo. Sólo se lo conté a un amigo que me pilló y la cagué, porque el tío se fue de la lengua.
- Ya, y se lió. Bueno ahora sé por qué a mí me hacías tan poco caso.
- ¡Eso no es cierto! -protesté-. Tú…
- Yo te enseñaba el culo cuando estabas triste y te hacía pajas mientras me contabas cómo le habías bajado las bragas a otra que te gustaba.
- Joder… -dije apesadumbrado.
- No, no te preocupes, no es un reproche. Yo tampoco quería ir mucho más allá. Bueno, un poco más sí. Pero lo bueno es que sin proponértelo me hiciste muy popular entre las chicas del barrio.
- ¿Ah sí?
- Sí. Con tu manera se actuar y tus manías despertabas mucha expectación entre nosotras. Era evidente que eras distinto de los otros chicos. Nos mirabas de manera distinta, casi misteriosa. Eras de los pocos que nos hablaba, pero cuando lo hacías era para proponernos cosas que nos producían tanto rechazo como atracción.
- Pues no era consciente.
- A mí me lo vas a decir. Pero no te preocupes, como yo era la que más hablaba contigo las chicas se acercaban a preguntarme “¿Tú crees que me pedirá algo? ¿Que le enseñe las bragas o algo más? Dice fulanita que le metió los dedos en el chocho y que luego se los chupó ¿será cierto?”
- Caramba, suena a thriller psicológico.
- Pues algo de eso sí tenía. Mira tú representabas un lado oculto y prohibido que las niñas temíamos pero que a la vez nos atraía de manera irresistible.
- El lobo de Caperucita -apunté.
- Sí, más o menos. Y yo era la única que hablaba con el lobo de tú a tú. Ya te digo que me hiciste muy popular.
- Pero contigo es con la que más cosas hice -me volví a justificar.
- No te pongas nervioso que no te digo que no sea así, pero reconoce que a mí me tenías segura y verme el culo no te hacía tanta ilusión como vérselo no sé… a Alicia por ejemplo.
- Alicia… -recordé- Anda que no me costó que se bajase las putas bragas.
- ¿Lo ves? No lo puedes evitar -dijo Elvirita en medio de una carcajada.
- Ya, ya, lo admito, pero no puedes decir que a ti no te hiciese caso.
- No, si caso sí me hacías, pero por que yo sabía lo que necesitabas y te lo daba. Sexo.
- Eso no es justo. Me encantaba hablar contigo. Hubiésemos sido amigos aunque no me enseñases el culo.
- Ya te digo que no te reprocho nada. A mí me gustaba esa situación. Conociéndote, no quería ser tu amiga, quería ser lo que ahora llamaríamos “follamiga”, aunque también me hubiese gustado ser un poco menos “pagafantas”.
- Bueno, pues más vale tarde que nunca. Venga, te pago una Fanta o lo que sea si me dejas ser tu follamigo.
- ¡Ah! ¿Estamos en plan de compensar? Pues te vas a tener que esforzar bastante.
Es curioso. Lo que más marcó la diferencia fue que, de todas las veces que había tenido la ocasión de desnudar a Elvirita, nunca lo había hecho con tranquilidad. Siempre habían sido momentos improvisados, apresurados más que nada, pero siempre acabábamos en el sitio apropiado. En el rellano de la escalera, en la azotea del edificio, en un rincón oscuro durante un guateque…
En esta ocasión fue ella la que me guió y cuando llegamos a su habitación me soltó la mano. Apartó la ropa que estaba sobre la cama de matrimonio pendiente de ser elegida para quedársela y llevar en la mudanza o para donar a la parroquia. Me miró a los ojos y me susurró “sigue tú”. Sabía de sobra que lo que más me gustaba era desnudarla yo. Me abracé a ella. Le revolví el pelo y aspiré. El suave perfume, aunque muy agradable, no me evocaba ningún olor conocido. Era obvio que ya no empleaba la misma colonia.
Deslicé las manos por su torso encima de la camisa polo que llevaba y me entretuve palpando sus pechos. Abundantes. Blandos a pesar de un sujetador que evidentemente no los oprimía. Las tetas de Elvirita eran algo nuevo para mí. En la época en la que disfrutaba de permiso para explorar su cuerpo no estaban, aunque no sé, quizás, con mi obsesión por jugar con su culo, desatendí las otras partes de su cuerpo. Recuerdo unos pechitos incipientes pero que ya marcaban unos pezones suaves y sonrosados. Me viene a la memoria ahora un momento en el que dio un respingo una vez que se los rocé. Ella no me dijo nada y yo ni siquiera pensé que aquello no fuese otra cosa que un escalofrío totalmente asexual. Esta vez estaba decidido a no cometer los mismos errores y le acaricié los pechos hasta que a través de la tela de la camisa y el sujetador noté que los pezones se ponían duros. Imaginé unas areolas anchas y sonrosadas. No pude evitar morderlas dejando una huella húmeda en la lana de su polo. No pareció importarle pues me acariciaba el pelo y comenzó a jadear mientras lo hacía.
Bajé hasta su cintura, alcé la camisa y descansé la cara sobre su barriga. Dio un respingo cuando mi mejilla rozó su piel. Creo que llevaba la barba muy recortada y le hizo cosquillas, pero cuando se acostumbró volvieron los jadeos, sobre todo cuando empecé a lamer los márgenes del ombligo y acabé metiendo la lengua en él. Cuando me retiré un poco para soplar sobre su piel húmeda ella me agarró la cabeza apretándome la cara contra su barriga. No sabía qué le gustaba más, si mi lengua jugando en su ombligo, las cosquillas de la barba en su piel, sentir mi aliento excitado sobre su piel de gallina… o era una mezcla de todo.
Tiré un poco de su costado. Ella me entendió y se tumbó boca abajo. Le di unos azotitos en las nalgas. Parecían tan firmes como las que recordaba, aunque no podría estar seguro hasta que le quitase los pantalones vaqueros que llevaba.
- ¿Cómo se te ocurrió lo de los duelos de pollas? -me preguntó de sopetón.
- Uffff, pues en parte tienes la culpa tú.
- ¿Yoooo? -se extrañó.
- Sí. Un día estaba charlando con dos amigos y os vi saltando a las gomas. Les dije que me acompañasen y nos sentamos en el suelo, apoyados contra la pared, justo al lado vuestro. Estaba convencido de que ibais a seguir jugando, pero al rato parasteis y viniste tú a echarnos.
- Sí, lo recuerdo. Os fuisteis y más tarde me invitaste a ver un torneo de esos.
- El primer torneo y fuiste la primera que lo vio.
- Y por eso tengo la culpa… ¿de qué exactamente?
- Pues verás. Yo siempre me montaba historias, bueno, me las sigo montando. Veros saltando y tener la idea de sentarnos en el suelo en vez del banco fue todo una. La visión debajo vuestras faldas era… ufff, todavía me pongo cachondo al recordarlo.
- A ver -dijo ella tocándome la entrepierna en un impulso que me encantó-. ¡Caramba! Es cierto.
- Y tanto. Y tenías que haberla visto entonces.
- La vi, cuando me invitaste.
- No, en aquel momento estaba a reventar. Mis amigos no tanto. Pero en aquella época tenía unas erecciones repentinas y apoteósicas.
- ¿Y ya te corrías?
- Que va. Eran una reacción refleja, pero todavía no eyaculábamos, quizás porque no sabíamos masturbarnos. Pero ni poluciones nocturnas en sueños, ni nada.
- ¿Entonces…?
- Entonces nada. Me excitaba mirandoos las bragas y me desexcitaba jugando al fútbol… o lo que fuese.
- ¿Y tus amigos…?
- Lo de ellos fue curioso. Os habían visto montones de veces saltando. Os habían visto las bragas pero no habían reparado en ello. Ahora bien, fue sentarnos con el propósito de ver cómo se os levantaban las faldas y ponerse enseguida como motos.
- Hasta que llegué yo y os eché.
- Exacto. Nos fuimos los tres empalmados como burros. No sé quién quiso mear y no pudo ni sacarse la polla. Entonces tuve la idea de subir a la azotea de la casa. Estaba siempre cerrada, pero habíamos descubierto que presionando en un costado la madera se combaba y la puerta se abría.
- Y yo pensando quién os habría dado la llave -se rió Elvirita.
- Me encantaba jugar en esa azotea. Nunca subía nadie, pero de todas maneras nos poníamos a un lado del murete que separaba las terrazas de los dos edificios y desde allí veíamos si subía alguien.
- Ya, lo recuerdo. Me dejasteis alucinada cuando me enseñasteis vuestro juego.
- ¿La esgrima de pollas? Pues al principio era un juego entre chicos excitados, pero. Nos bajamos los pantalones simplemente para comparar nuestras pollas, luego empezamos a chocarlas en una lucha.
- ¿Y eso se le ocurrió…?
- Pues a mí, pero no pongas esa cara. Éramos muy jóvenes, aún no nos masturbábamos pero estábamos excitados. Algo teníamos que hacer y no sabíamos qué. La cosa cambió cuando te invité a ir.
- Me acuerdo. Pasé mucha vergüenza por vosotros, bueno, por tus amigos.
- Exhibirse delante de una chica les dio mucho corte.
- Me acuerdo, ellos con la pilila como un pingajo y tú todo empalmado.
- Porque yo tenía confianza contigo. Y mira, el que me la empezases a acariciar sirvió para despertarles.
- Ya, tuve que acariciarles la polla a ellos también.
- ¿Y qué pasó?
- Pues que ellos se empalmaron y…
- ¿Y qué?
- Que yo me mojé.
- ¿Ah sí? No me dijiste nada.
- Pues no, yo misma no sabía qué me pasaba y además vosotros ibais a vuestro rollo y no os preocupaba para nada lo que me pasase a mí .
- Mujer…
- Tranquilo, era así. Yo tampoco sabía qué esperar. Estaba bien.
- No sé, ahora no se me ocurre por qué no estuvimos más pendientes de ti. Hubiese sido mejor para todos.
- Que de verdad que no pasa nada. Yo no esperaba otra cosa, es más si hubiese tenido que jugar desnudándome yo también creo que no me hubiese atrevido. Bueno, contigo sí, pero con tus amigos no.
- ¿Y cuando empezaron a venir las otras chicas?
- Lo mismo. Éramos espectadoras, animadoras, teníamos nuestros preferidos y les animábamos en el torneo de esgrima de pollas. Luego acariciábamos al vencedor y ya.
- Así parece todo muy machista.
- Es que lo era. Era así. Luego hablábamos entre nosotras. Totalmente “prendadas” de vosotros, de vuestra osadía… con muchas ganas de hacer… no sabíamos qué… ni como.
- Bueno, luego lo descubrimos… ¿verdad?
- Ufff sí qué recuerdos, pero entonces éramos muy jóvenes ¿qué teníamos diez u once años?
- Sí, algo así. Yo tenía desde hace años unas tremendas erecciones, pero nunca me había corrido y aún tardé un tiempo en hacerlo, con una amiga de mi hermana…
- Joder… ¿sabes? Yo ya estoy caliente.
- Mmmm ¿puedo ver su culo, señora?
- Bueno, podemos empezar por ahí… pero no aquí -me respondió Elvirita con cara pícara.
- ¿Qué? -pregunté sin entender.
- Espera un momento. No te muevas.
Salió recomponiéndose la ropa y me pareció oír cómo rebuscaba entre las cajas que estaban preparadas para la mudanza en la habitación de al lado. Aunque se me hizo largo no debió estar más de unos minutos. Cuando volvió tuve una erección repentina, lo mismo que cuando era niño. Elvirita conservaba su camisa polo, pero se había cambiado los vaqueros por una falda plisada de cuadros escoceses que le llegaba casi hasta la rodilla. Se había puesto unas zapatillas tipo tenis y unos calcetines blancos que le llegaban hasta la mitad de la pantorrilla. Para completar la imagen se había recogido el pelo en una coleta. Volvía a tener delante de mi a Elvirita, la niña con la que jugaba cuando salía del colegio de monjas.
- ¿Qué? ¿Me quieres ver el culo o no? -me preguntó subiéndose descaradamente la falda para enseñarme brevemente unas infantiles bragas blancas de algodón.
- ¡Joder! Me has hecho retroceder cuarenta años. Vaya cambio que has hecho en unos minutos.
- ¡Ja! Sólo me he hecho la coleta y me he cambiado los pantalones por esta falda que guardé ayer entre la ropa que voy a dar y que casi no me vale -me dijo enseñándome cómo le apretaba la cintura de la falda y no se podía subir la cremallera-. El resto es la ropa que llevaba, las zapatillas, los calcetines y las bragas, que no son de niña, sino de abuela, pero son muy cómodas y como no pensaba que nadie más las iba a ver…
- Tranquila, para lo que te van a durar puestas…
- No, no, si la verdad es que van muy bien para la performace. Ni hecho a propósito.
- Ha sido un puntazo, de verdad -dije acariciándole el muslo.
- Bueno ¿vamos?
- Ufffff sí -dije subiendo la mano por el muslo hasta rozar sus bragas.
- Noooooo -dijo apartándose-. Vamos a la azotea.
- ¿A la azotea?
- Claro, como entonces. Y te libras porque no creo que encontremos a nadie para hacer un duelo de pollas.
- Ya, pues no es por quitarte emoción pero imagino que en estos años habrán arreglado la puerta, no creo que podamos ir a la azotea.
- ¡Ay Tito! Que te estás haciendo mayor -dijo ella suspirando-. Lo que a ti te pasa es que ahora estás más cómodo en casa que en la azotea ¿eh? Eso era cosa de niños ¿no?
- Bueno, un poco sí, pero es que no vamos a poder entrar.
- ¿Te apuestas un polvo?
- ¿Un polvo?
- Sí, si no podemos entrar me echas un polvo, pero si podemos entrar te lo echo yo a ti.
- Venga -dije riéndome-, pero va a ser subir y bajar, ya te lo digo.
- Ya te digo yo que no -aseguró Elvirita enseñándome unas llaves.
- ¿Y eso?
- Tienes razón, han arreglado la puerta, pero nos han dado unas llaves a todos los vecinos porque han instalado unos tendederos.
- ¡Ya te vale! -dije sorprendido- Si no te importa que alguna vecina nos pille follando en tu azotea, a mí tampoco.
- Más morbo ¿no? ¿O eso ya no te pone?
- Sabes que sí, lo decía por ti.
- Según tengo entendido casi nadie sube a tender, de todas maneras hay unos cuantos rincones… discretos ¿los recuerdas?
Vaya que si los recordaba. Me había puesto a tope recordando todo lo que habíamos vivido allí y me acababa de dar cuenta que tenía el pulso acelerado por la excitación de revivir aquello. ¿Nunca habéis pensado eso de “cómo me gustaría repetir la experiencia de entonces pero sabiendo lo que ahora sé”? ¿A que sí? Creo que nos ha pasado a todos, lo que yo ahora no había evaluado es que mi experiencia sexual era mucho mayor, pero la de Elvirita también.
Con la llave la puerta se abrió sin ningún problema. Entré mirando como embobado el escenario de mis aventuras juveniles más morbosas. Por una parte me molestaban los cambios que habían perpetrado a aquel entorno, las cuerdas de tender, las baldosas, algún tejadillo… y sobre todo, la azotea era mucho más pequeña de lo que la recordaba, los muretes más bajos… Pero por otra parte todo aquello seguía siendo el escenario de mis aventuras. Las sensaciones que ahora experimentaba eran las mismas, incluso estaba con la chica con la que había vivido aquellas experiencias. Recordé la ilusión, las dudas, las negociaciones, el momento triunfal en el que accedía a que le bajase las bragas o mejor aún, cuando ella me preguntaba…
- ¿Me quieres ver el culo?
- ¿Qué? -pregunté sorprendido de oír en voz alta mis propios pensamientos.
- Estaba recordando cuando jugábamos aquí y yo te preguntaba…
- ¿Me quieres ver el culo? -la interrumpí.
- Sí, eso mismo.
- Es que a mí también me ha pasado. Estaba justamente recordando cuanto tú me lo preguntabas y en ese momento lo has hecho. Ha sido mágico.
- Estar aquí es volver a esos años. He tenido buena idea ¿eh?
- Magnífica. Aunque ahora tenemos oportunidad de incorporar algunas novedades al juego -dije tocándole las tetas por encima de la camisa.
- ¡Eh! Olvidas una cosa.
- ¿Qué?
- La apuesta la gané yo, así que yo te echo el polvo.
- Vale, me va bien -dije sin apreciar demasiado la diferencia entre ganar y perder la apuesta.
- Ya, estás pensando que un polvo es un polvo ¿no? -dijo ella al ver mi cara de “sí, sí, pero vamos al lío”- Pues la diferencia es que aquí siempre hacíamos lo que tú querías, pero hoy vamos a hacer lo que yo quiera ¿vale?
- Vale, me va bien -volví a decir, aunque con algo más de precaución.
- Pero no te asustes -me tranquilizó ella riéndose-. ¿Sabes qué es lo que más me gustaba de nuestros juegos?
- ¿Poder ver desnudos a los chicos del barrio?
- No era lo que más me gustaba.
- ¿Ver y tocar mi pollón descapullado?
- Mmmmmm me gustaba mucho, pero no lo que más.
- ¿Cuándo me enseñabas el culo?
- Tito, desde pequeñito obsesionado con las chicas y nunca llegaste a entenderlas ¿las entiendes ahora? ¿Nos entiendes?
- Pensaba que sí.
- Lo dudo, ya veremos.
- Lo que no entiendo es a qué viene todo esto.
- Mira, en aquella época nos usabas a las chicas como los adolescentes ahora usan internet, que cuando se aburren se meten en una página porno, se hacen una paja y cuando se quedan a gusto apagan el ordenador, siguen a sus cosas y no vuelven a pensar en ello hasta que están calientes otra vez. Tú no tenías internet pero tenias amigas que podías emplear de la misma manera. Sobre todo una.
- Yo nunca te utilicé así -protesté.
- A mí y a todas, aunque quizás a mí más porque yo no tenía “contraseña” -dijo ella riéndose de su propio sarcasmo.
- ¡No es verdad! -volví a protestar- Era un juego que me encantaba, pero no me digas que a vosotras no os gustaba. Tú misma lo has dicho antes.
- Lo bueno de todo es que nunca te diste cuenta. A nosotras nos gustabas tú, no tu pito. Nos gustaba la sensación de traspasar lo prohibido con el juego que nos proponías y a mí lo que más me gustaba era ver tu actitud, tu emoción, cuando por fin vencías los recelos de la chica, la convencías para dejar bajarse las bragas y tú te disponías a hacerlo. Tu cara, tu expresión en ese momento en el que habías conseguido lo que querías y te disponías a levantarle la falda y bajarle las bragas porque tenías permiso para ello. Tu expresión en esos momentos previos. Eso era lo que más me gustaba.
- ¿Y en esos momentos te fijabas en esas cosas? -pregunté muy extrañado.
- Ya te digo que las chicas vivíamos el juego de manera distinta a ti.
- Bueno, y entonces ahora…
- Entonces ahora quiero que juegues conmigo pensando en lo que pueda gustar a mí, quiero que juegues a satisfacer mis deseos.
- ¿No lo hice entonces?
- De manera secundaria. El juego siempre terminaba cuando tú te quedabas a gusto. Hoy quiero que juegues conmigo hasta que yo me quede a gusto.
- Te vas a sorprender de lo que he cambiado. Puedo conseguir ambas cosas.
- Vale, pues sorpréndeme.
Mirando fijamente sus ojos la sonreí, le acaricié el pelo y la besé en la boca. Deslicé los labios por su piel hasta acabar en su cuello. Lo lamí y lo soplé hasta que se le puso piel de gallina. Cuando le estaba chupando el lóbulo de la oreja ella se apretó a mí y empezó a acariciarme la espalda mientras estiraba el cuello para poner su oreja más al alcance de mi boca.
Le di la vuelta y me situé a su espalda. Le aparté la coleta para seguir besando su cuello. Mis manos rodearon su cuerpo y acariciaron su barriga y así, abrazado a ella, fui jugando con su ombligo y subiendo hasta rozar el sujetador.
No lo desabroché, lo alcé con cuidado hasta dejarlo enrollado en el escote. Sus pechos quedaron libres y por primera vez jugué con ellos. Eran abundantes, no me cabían en la mano. Al masajearlos se notaba la diferencia de textura entre la piel de las tetas y los pezones. Las areolas eras más rugosas, casi como en piel de gallina, tanto más a medida que los pezones se iban poniendo duros.
Su respiración se agitó, con sus manos acariciaba mis brazos mientras yo le pellizcaba los pezones. Casi empezó a jadear cuando escuchamos unos ruidos. Vimos como la puerta se abría y una parejita joven salió a la terraza. Iban riendo y llevaban una cesta entre los dos. Se dirigieron a una parte del tendedero y empezaron a tender la colada que habían subido. Jugueteaban mientras lo hacían, se metían mano, se besaban… dos enamorados disfrutando de hacer juntos las tareas domésticas en esa época en la que cualquier excusa es buena para los escarceos amorosos.
Nosotros dejamos de hacer ruido pero no de acariciarnos. Hacer de mirones con esa pareja añadía bastante morbo a la situación. Nosotros teníamos buena perspectiva pero era difícil que ellos nos viesen, pues habíamos elegido la zona en la que nos pusimos para ver si alguien se aproximaba sin ser vistos. Con lo que no contábamos es con que los visitantes también se pusiesen a jugar.
De hecho su juego era muy inocente. Se metían mano y se besaban mientras iban tendiendo la ropa, sobre todo cuando le tocaba el turno a la lencería. De todos modos yo aproveché para incrementar mis caricias a Elvirita que ahora se tenía que esforzar en no hacer ningún ruido que llamase la atención.
Al final la parejita acabó de tender a toda prisa y se fueron besándose. Estaba claro que preferían volver pronto a casa para follar en su cama a hacerlo en una terraza a la que podía llegar alguien en cualquier momento. Ya tendrían tiempo de descubrir que todo tiene su atractivo.
Cuando nos volvimos a quedar solos Elvirita empezó a jadear con mayor libertad. Le mordí el cuello dejándome llevar por mi propia excitación. Ella dio un respingo, coincidiendo casi cuando deslicé una mano bajo la cintura de su falda buscando el pubis bajo sus bragas. Se quiso dar la vuelta, pero no la dejé. La sujeté por los hombros mordiendo su oreja, haciendo que mi aliento le provocase escalofríos al contacto con su oído.
Mis dedos tocaron su recortado vello púbico y lo noté fuerte, totalmente distinto a la pelusilla juvenil que recordaba. Aunque en ese momento me di cuenta que mi memoria tenía bastantes lagunas al respecto. Con mi obsesión por el culo no me fijaba demasiado en el chocho de mis amigas. Tenía una idea vaga de unos pelillos largos y lacios surgiendo de los márgenes de sus rajitas, algunas más pobladas que otras, pero no me fijaba demasiado en esa parte de su anatomía que entonces se me antojaba bastante sosa, en relación con el culo, claro.
No recordaba demasiado bien el chocho de Elvirita pero en cambio su culo podía cerrar los ojos y verlo con toda claridad. No sólo porque es uno de los que más vi en aquella época, sino por su especial peculiaridad que quise volver a comprobar en ese momento.
Me aparté de ella y me agaché. Lentamente, como hacía entonces en esos momentos que tanto gustaban a mi amiga, le levanté la falda para recrearme en la visión de las bragas blancas tan parecidas a las que llevaba entonces, por mucho que ella dijese que ahora eran de abuela.
- Has mejorado mucho con los años cariño.
- ¿No será que ahora ves peor?
- No. Entonces tenías un culo bonito, pero pequeño, con unas piernas delgadas. Bonito, muy bonito, pero me gusta mucho más ahora. Lo tienes más redondo y con un buen muslamen.
- Que ahora te gustan más los culos gordos ¿no Tito?
- Tu culo me parece perfecto, voy a ver si quitándote las bragas me lo sigue pareciendo.
- Si no es así me tendrás que engañar.
- No necesito engañarte -dije mientras le iba bajando las bragas-. Me excita tanto tu culo maduro como me excitaba tu culo juvenil.
- ¿No habías dicho que ahora te gustaba más?
- Bueno, pero eso es porque ahora lo puedo follar.
- ¡Tito! De eso no hemos hablado.
- Tranquila, no adelantemos acontecimientos.
Confieso que estaba muy emocionado. Encontrar a Elvirita, revivir nuestros juegos de cuando éramos pequeños en el mismo escenario… era un regalo completamente inesperado que estaba dispuesto a disfrutar sin prisas. Contemplé con placer sus redondeadas nalgas. Acaricié la piel suave con la palma de la mano, contemplé la marca de nacimiento de su nalga izquierda, una fresa que me pareció más grande pero de tonos más suaves que lo que recordaba. Luego le abrí las nalgas para contemplar el ano.
- Mucho estabas tardando en hacer eso -dijo Elvirita resignada.
- Ya me conoces, estoy reconociendo el terreno, cotejándolo con las imágenes de mi memoria.
- Pues siento si no es lo que esperabas.
- No sientas nada, me encanta lo que veo -dije acariciándole la piel ligeramente oscurecida de los bordes del esfínter.
- ¡Ay! Me da vergüenza -dijo cerrando el culo. Yo no retiré el dedo, que quedó aprisionado entre sus nalgas.
- Antes no te daba.
- Antes era una inconsciente.
- Me encanta tu culo -dije abriéndole otra vez las nalgas con las dos manos-. ¿Te gusta que te lo follen?
- No sé. Nunca lo han hecho. Algún dedito mientras follamos, pero nada más.
- ¡Qué bien! Me encanta ser el primero.
- ¡Tito! No me pongas nerviosa.
- Es cierto. No adelantemos acontecimientos.
Terminé de quitarle las bragas y le pedí que se arrodillase también. En ese momento tomó la iniciativa y me desabrochó la camisa, empezando a acariciarme. Igual que para mí sus tetas eran una novedad, a ella se la veía sorprendida por el vello de mi pecho. Algo comprensible si pensamos que los dos no nos habíamos visto desde niños.
Me tumbó boca arriba, me desabrochó el cinturón y luego los pantalones. Alcé las caderas y ella me los bajó agarrándolos por la cintura. Me acarició el paquete por encima del slip negro y me mordió el capullo sobre la tela. Sentí su aliento y pensé en lo diferentes que eran las experiencias sexuales de adultos o jugando de niños.
Me dio la vuelta y me puso boca abajo. Me bajó los calzoncillos dejándolos a media altura en los muslos. Me acarició las nalgas deteniéndose más de lo esperado.
- Tienes pelos en el culo. Quién iba a decir que aquel niño…
- Y en otros sitios tengo más.
- Delante ya tenías pelusilla, de eso me acuerdo, pero el culito era como de bebé.
- Tú también tenías pelitos.
- ¿En el chocho? Ya te digo y super largos. Qué vergüenza.
- Vergüenza para nada, lo tenías súper bonito.
- Me sorprende que te acuerdes porque sólo parecía interesarte mi culo.
- Me sigue interesando, venga que nos entretenemos mucho.
Me terminé de quitar los pantalones y los calzoncillos y me tumbé boca arriba. Le pedí que se pusiese sobre mí. Enseguida entendió que quería hacer un 69 y se puso de rodillas manteniendo su sexo sobre mi cara mientras se tumbaba para chuparme el pene. No sé qué impresión tendría ella, pero si a mí antes me habían impactado sus tetas, que no conocía previamente, la vulva que ahora tenía sobre mi cara no se parecía nada a la minúscula que yo recordaba. En ésta los labios menores sobresalían rugosos y húmedos. Reprimí la primera tentación de alargar la lengua hacia ellos y seguí observando. Entre la comisura superior de los labios menores y mayores sobresalía un clítoris grande y liso.
La sensación de intenso calor y humedad que rodeó mi glande me sacó de mi ensoñación. Elvirita conocía mejor mi pito que yo su chochito, aunque en aquella época siempre me hacía las pajas con la mano y nunca había utilizado la boca. Probablemente se sorprendió tanto de mis cambios anatómicos como yo de los suyos, pero reaccionó bastante más deprisa que yo. Entonces me agarré a sus nalgas y la atraje hacia mí. Ella se mantenía sobre sus rodillas para no descansar su peso sobre mí, pero así no llegaba bien a su vulva, así que con unos azotitos llegué a convencerla de que no se preocupase por eso y al fin se relajó sobre mí.
El sabor del chocho de Elvirita fue otra cosa que me sorprendió. No es que tuviese su imagen idealizada en mi memoria, pero de alguna manera volverla a encontrar, subir a la terraza con ella vestida de colegiala, me había llevado a aquellos años de juegos llenos de curiosidad y casi inocencia. El delicado sabor salado de su coño húmedo terminó de borrar la imagen de aquellos años de descubrimiento y abrir una etapa de sexo maduro entre dos viejos amigos.
Mi lengua recorría los pliegues entre sus labios. Sentía el roce suave de sus muslos en mis mejillas. La apreté de las nalgas para acercar más su vulva a mi boca. Con la punta de la lengua le lamí el clítoris. Me pareció más grande todavía. Mis lametones provocaron a modo de respuesta un incremento de sus chupetones en mi pene. A los pocos momentos los dos entendimos la sincronía que establecieron nuestros cuerpos. Cuanto más le gustaba cómo le lamía el chocho más intensidad ponía ella en los chupetones a mi polla y los huevos.
Esa respuesta refleja recíproca nos fue enseñando a ambos lo que nos gustaba, lo que no y de qué manera. Así entendí que todavía era demasiado pronto para meterle el dedo en el culo, pero que en cambio los lametones a lo largo de sus labios, desde el perineo hasta el clítoris, eran muy bien recibidos. De la misma manera ella aprendió lo mucho que me excita que me laman y me sorban el frenillo y meter toda la polla en la boca, hasta los huevos. El que me dejase correrme dentro esperaba que se lo acabase imaginando.
Agarrado a sus nalgas le iba besando la cara interna de sus muslos, sorbiéndole los labios de la vulva, estirando de ellos, metiendo la lengua en la entrada del conducto de la vagina y sorbiendo el clítoris hasta que ella me estimulaba el glande con igual intensidad.
Ambos nos exploramos y nos saboreamos con una excitación y un morbo especial. Cualquiera que haya tenido una relación con una amiga de la infancia me entenderá, porque aunque aunque ambos nos conocíamos, no es lo mismo.
A pesar de estar disfrutando de ese intenso morbo, me acabé dando cuenta de que estar haciendo un 69 en las baldosas de la azotea era bastante incómodo. Para mí porque me acababa doliendo la espalda y la cabeza de los golpes que me daba. Y eso que no hablo del dolor de cuello por las posturas un tanto forzadas para acceder a todos los rincones de la vulva.
Elvirita lo tenía un poco mejor. Mi polla era más accesible, pero debería estar bastante molesta en las rodillas porque, a pasar que yo insistía en que se tumbase sobre mí, ella no quería pesarme y se apoyaba con las rodillas para evitarlo. Por eso pareció bastante aliviada cuando le propuse levantarnos.
Yo estaba desnudo de cintura para abajo. Ella seguía con su indumentaria de colegiala, pero sin bragas. Cuando se apoyó con los brazos en el murete de separación y le subí la falda hasta la espalda ella sólo me dijo “por el culo no”. Me entró la risa y le di un azote. “No te preocupes, eso lo haremos cuando tú me lo pidas”, dije para tranquilizarla, aunque me temo que casi conseguí el efecto contrario.
Con la cara apoyada en los antebrazos, dejó de mirar los tejados que se extendían ante sí y se giró para ver qué me pasaba, porque yo me había quedado simplemente mirándola. La imagen de colegiala, con las piernas abiertas, la falda subida por la espalda, las nalgas redondeadas y los carnosos labios de la vulva en medio configuraban una imagen que me tenía extasiado.
Seguí meneándome la polla mientras la miraba. Lo hacía por puro placer y no por mantener la erección, para eso me bastaba con la visión del culo de Elvirita. De hecho me costaba mantener mi promesa de no follárselo hasta que ella me lo pidiese.
Me acerqué a ella hasta rozar sus nalgas. Apunté el glande hacia la vulva y poniéndome ligeramente de puntillas hice presión para que la polla se deslizase en el interior de la vagina. Una de las cosas que me encanta de follar al aire libre o en el mar es el contraste de temperaturas. Pasar la polla de un ambiente más bien fresco a la calidez del interior de una vagina excitada. Y Elvirita estaba muy excitada. ¡Joder! No me lo podía creer, todo había pasado tan rápidamente que no me había dado tiempo de pensarlo. Volví a mirar a la chica vestida de colegiala que jadeaba apoyada en el borde del pollete mientras mi polla entraba y salía del coño que la abrazaba como si quisiese quedársela. Era una ensoñación de la que me sacó el blando sonido rítmico del golpeteo de mis caderas contra sus nalgas.
¡Estaba follando con Elvirita! Mi amiga Elvirita de la infancia y vestida igual que cuando jugamos entonces, sólo que cuando le subía la falda únicamente le bajaba las bragas para verle el culo y ahora sólo tenía ganas de follárselo.
Yo no lo escuché pero Elvirita oyó algo que llamó su atención. Se puso alerta por si venía alguien. Todo su cuerpo se tensó. Su vagina se estrechó y esa presión bastó para sacarme de mis lascivos sueños anales. Cuando quedó claro que no venía nadie volvimos a movernos acompasadamente. A ella le debía durar el susto porque su vagina seguía apretada. Eso aumentaba mi placer al entrar y salir y se ve que el suyo también, porque enseguida volvió a jadear.
No sé si por miedo, excitación, morbo, prisa o una mezcla de todo, Elvirita parecía querer correrse ya. Se empezó a frotar el clítoris y a moverse restregándose contra mis caderas. Parecía una gata en celo y acabamos los dos jadeando tan intensamente que temí que nos oyesen desde la calle.
Me sorprendió porque al mismo tiempo que se frotaba el clítoris consiguió alargar la mano por debajo hasta acariciarme el escroto con las uñas cada vez que con mis empujones me apretaba contra sus nalgas. Era muy morboso, me provocaba escalofríos.
Me agaché sobre su espalda y me agarré a sus tetas sobre la camiseta. Se las apreté mientras seguía con mis golpes de cintura. Eso nos desequilibró un poco y ella tuvo que dejar de estimularse el clítoris, y mis huevos, para apoyarse en el borde del murete con los dos brazos.
Aproveché para pellizcarle los pezones, temí pasarme pero ella me pidió que lo hiciese más fuerte y sus nalgas se apretaban más fuertemente contra mí cuando lo hacía. Sus jadeos y gemidos se incrementaron notablemente.
Solté los pechos y me incorporé agarrándome a su cintura. Mi cadera golpeaba contra sus nalgas cada vez más intensamente. Su vagina ardía y podía sentir cómo se aferraba a mi pene cada vez que entraba y salía de ella provocándole un gemido con cada golpe.
Volvió a frotarse el clítoris. Podía oír el chapoteo que ella misma se provocaba y pensé que se acabaría produciendo una irritación, cosa que a ella no parecía importarle en esos momentos. Al contrario, hizo sus movimientos más intensos y yo casi no la podía sujetar agarrado a su cintura. En un momento soltó un gemido más largo e intenso, su cuerpo se tensó y se apretó fuertemente contra mí. Su vagina se contrajo por el efecto de los calambres que el orgasmo le producía y yo me dejé llevar aprovechando su excitación y permitir que sus contracciones extrajesen todo el semen que vertí en su ardiente interior.
Saqué el pene y acaricié el pelo de Elvirita mientras se recuperaba. No sabía en qué momento se le había deshecho la coleta. Nos sentamos los dos con el culo en el suelo, nuestra ropa estaba tirada por ahí. Mi pantalón, mi calzoncillo y algo más allá sus bragas. No estaba lejos pero ninguno pensó hacer el mínimo esfuerzo para ir a por ella. Además el contacto de las frías baldosas con nuestras nalgas era muy reconfortante.
Nos dimos cuenta de que se estaba haciendo de noche y además empezó a refrescar.
- Bajemos, me estoy haciendo pis -dijo Elvirita.
- ¿Y para eso tienes que bajar?
- No querrás que…
- Claro.
- Tito…
- Venga, lo has hecho muchas veces. Ya sabes donde.
- Sigues siendo un crío -dijo Elvirita yendo a un rincón y poniéndose en cuclillas mirando hacia mí. El chorro salió sonoramente mojando las baldosas y resbalando hacia un desagüe próximo- ¿Contento?
- Muy contento. Era algo que nos faltaba. Gracias por recordármelo -dije verdaderamente satisfecho. En aquellos juegos ver a las chicas hacer pis era el colofón ideal después de haberlas visto el culo. Con eso hoy tenía la sensación cumplimentado todos los recuerdos.
Nos vestimos y mientras bajábamos a su casa nos dimos cuenta de que teníamos bastante hambre. La invité a cenar y estuvimos mirando dónde podríamos ir. Había muchas opciones y muy interesantes pero al final nos venció la pereza y decidimos pedir que nos lo trajeran a casa. Unas hamburguesas con patatas fritas, nachos, aros de cebolla y quesadillas. Es cierto que si pides con hambre a veces te vienes demasiado arriba.
Lo peor es que tardarían tres cuartos de hora en traerlo. Decidimos aprovechar el tiempo para ducharnos. Lo hicimos juntos y no, no follamos, primero porque los dos estábamos bastante satisfechos y segundo porque tampoco queríamos que nos pillase el repartidor en la ducha. Aunque eso sí, nos frotamos a base de bien el uno al otro y yo aproveché para meterle mano en el culo y con el pretexto de la limpieza y el jaboncito le conseguí meter y que aguantase, tres dedos dentro. Ese culo cada vez estaba más cerca de ser follado.
- Venga, deja de jugar que van a venir ya con la cena -me apremió Elvirita.
- Podemos recibir así al repartidor, grabarlo y subirlo a internet -propuse de cachondeo.
- ¿Qué?
- Chica, no estás al día. Se ha puesto de moda. Recibes al pizzero con una toalla y cuando coges la caja se cae al suelo la toalla y te quedas en bolas. La gracia es cómo reacciona el repartidor. Según cómo sea el vídeo se hace viral.
- Ya, sobre todo si el pizzero te folla ¿no?
- Pues eso no lo he visto, pero los hay que intentan ligar, otros quedar para más tarde, otros ni se inmutan y se van…
- En mi caso sería de estos últimos. Con una chica joven intentarán ligar pero conmigo…
- Tú estás buenísima, esa excusa no te vale.
- Gracias Tito, pero es que tú me ves con buenos ojos.
- Mira podemos hacer una cosa, porque lo de que se te caiga la toalla está muy visto. Le pagamos y le preguntamos si nos puede hacer unas fotos para tener un recuerdo. No se va a negar. Nos quitamos las toallas. Le pedimos que nos haga varias.
- Y quién filma -quiso saber Elvirita.
- Nadie. Es un simple juego para provocar morbo y de recuerdo tendremos las fotos. Nosotros no vamos a subir ningún vídeo.
- No sé -dudó ella.
- Mañana dejas esta casa ¿no?
- Sí.
- Pues el pizzero no te podrá localizar y los vecinos ya no sabrán nada de ti. El teléfono que tienen es el mío. No te arriesgas en nada, sólo es morbo.
- Joder, es que es muy fuerte tío.
- ¿Y eso me lo dices tú? ¿La que me preguntó hace un rato si la quería ver el culo?
- Es distinto. Sabía quién eras y sólo pretendia hacerte una broma, no lo pensé, no sabía lo que iba a pasar.
- Pues como ahora, sólo vamos a añadir morbo.
- Prométeme que no vas a liar al pizzero para que se quede a follar con nosotros.
- Prometido y es más, si hacemos esto puedes pedirme lo que sea, que lo haré para ti.
- ¿Lo que sea?
- Cosa sexual claro, pero lo que sea -confirmé.
- ¿Estás seguro?
- Seguro -confirmé casi al mismo tiempo que llamaban al portero automático y Elvirita contestó para abrir.
- Cambio de papeles, es una repartidora y por el acento parece rusa. Toma, abres tú, a ver si la convences -me dijo dándome una toalla de lavabo que a penas me podía sujetar a la cintura. Elvirita miraba divertida mi cara de sorpresa mientras ella se secaba el pelo envuelta en una gran toalla de ducha.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario