domingo, 22 de agosto de 2021

Con buen barco bien se jode

Viene de: “La estratagema de Clara

Mallorca, mayo - julio de 2020


Clara me contó con todo con todo detalle lo que sucedió hasta ese momento en el que me confesó quién era. Momento en el que yo todavía no sabía todavía cuáles eran sus intenciones.


- ¿Qué pretendes Clara? -pregunté un tanto preocupado.

- Ya te lo he dicho. Vivir una de tus historias. Que la escribas y me la dediques. Es un regalo que me debes.

- ¿Y crees que lo vas a conseguir engañándome?

- Pues está claro que como no lo hubiese conseguido es diciéndote la verdad.

- ¡Porque eres menor!

- ¿En qué mundo vives Alberto? ¿No sabes cuál es la edad de consentimiento?

- Sí, dieciséis años.

- ¿Y sabes cuántos años tengo?

- Has cumplido diecisiete.

- En las relaciones virtuales que hemos tenido ¿has tenido la sensación de abusar de una menor?

- No, para nada. Me has engañado a base de bien.

- No ha sido difícil. Te he leído conozco tus gustos.

- ¿Y toda la experiencia que tienes?

- Pues la verdad es que he practicado bastante, pero buena parte de la base teórica me la has proporcionado tú.

- Entonces…

- Entonces quiero ser la protagonista de una de tus historias y para eso antes tenemos que vivirla. Es así como lo haces ¿no?

- Sí, lo sabes perfectamente, así que seguro que ya has pensado algo ¿no?

- Pues sí ¿sigues teniendo un llaut?


Pedro le había comentado mi plan y ella no se resignaba a dejarlo de lado sin más. Pero lo del barco había sido simplemente una idea sin pulir. No es lo mismo invitar a una chica al barco con la intención de follártela, que que esa chica sea tu hija y te la quieras follar con un amigo. Por mucho que sea ella la más interesada en hacerlo. Luego está el tema de la madre. Por muy liberal que sea no sé cómo se tomaría los planes de su marido y un amigo para follar con su hija. Francamente, he vivido situaciones muy morbosas pero nunca se me habría ocurrido plantearle algo así a nadie. Aunque, como todo en esta historia, tampoco tuve que decidir el tema de Mónica. Clara también se me adelantó.


- ¿Tienes un momento para hablar? -me preguntó Mónica en un mensaje.

- Para ti, siempre -respondí zalamero- ¿Te llamo?

- Clara me ha contado vuestros planes -me soltó al empezar a hablar?

- Bueno, planes, planes… es una idea sobre la que estamos morboseando.

- No conoces a mi hija. Cuando se la mete una idea en la cabeza no la suelta.

- Ya, ya… lo he podido comprobar.

- ¿Es cierto que se hizo pasar por una chica mayor para ligarte?

- Joder, ya te digo, me la metió doblada. Me hubiese gustado ver la cara de haba que se me puso cuando me contó quién era de verdad.

- Esa es mi niña -dijo Mónica riendo- ¿Y qué piensas hacer?

- Pues es complicado. Una cosa es lo que me gustaría y otra es lo que me atrevería. ¿A ti qué te ha contado?

- Pues que en un momento Pedro y tú planeasteis tener algo con ella y escribirle una historia pero que te echaste para atrás cuando te enteraste que era menor de edad. Como a ella no le gusta que tomen decisiones sin consultarle, urdió un plan para ligarte y mostrarse tan atrevida como la más guarra de las protagonistas de tus historias. Así se te quitaría la tontería de la edad.

- Pues eso fue exactamente. ¿Y tú cómo ves todo esto? No quiero hacer nada a tus espaldas.

- Pues verás, como dices tú, es complicado. Si no fuese mi hija me parecería una historia súper morbosa, entiendo que os excite. A mí también me gustaría participar en algo así, pero… es mi hija.

- ¿Entonces?

- ¿Entonces? Pues que no tengo más remedio que asumirlo. Ya te he dicho que cuando se le mete algo en la cabeza…

- Bueno, me alegra que sea así. Y estate tranquila porque por muy lanzada y madura que sea la trataremos bien -respondí aliviado-. Te informaré de todo.

- Sé que la trataréis bien, pero no me tendrás que informar de nada. Yo estaré. Me ha contado todo porque quiere que vaya.

- ¿Qué? ¿En calidad de qué? ¿Vas a venir de carabina?

- No, no, para nada -dijo Mónica con una carcajada-. Voy a follaros todo lo que pueda, si es que la niña no os deja muy exprimidos.

- ¿Qué?

- Venga Alberto, no seas mojigato. Clara sabe que hace tiempo teníamos programado un encuentro que nunca llegamos a hacer. Dice que en un par de días en un barco tendremos tiempo para follar todos con todos y tiene razón.

- ¿Y tú cómo te lo tomarás si Clara y Pedro llegan a…?

- Pues estaré follando contigo. Y follaré con Pedro cuando tú lo hagas con Clara. Yo qué sé, igual de vez en cuando follaremos todos con todos ¿no? ¿Cómo vas de espacio en tu barco?

- Tranquila, el espacio no será problema ¿pero tú estarás cómoda?

- Me voy haciendo a la idea y estando allí me dejaré llevar. Mira, Clara sabe que Pedro y yo no le ponemos límites a nuestra vida sexual. Por otra parte, estando en la caseta alguna vez la hemos visto comiéndose el coño con una amiga canaria. No es que las espiásemos, pero es que no se escondían mucho…

- Sí, pero no es lo mismo que la veas follando con otra chica que con su padre…

- Ya, si ves que me pongo tensa cuento contigo para que me quites la tontería a polvos.

- Prometido, en eso puedes contar conmigo -respondí riendo.

- Sí y también cuento contigo para otra cosa. Quiero que te folles a Pedro.

- ¿Qué?

- Que le des por culo. A ti te gusta ¿no?

- Bueno… en tríos me lanzo mucho. Si se da la ocasión…

- Procuraré que se de. Verás a Pedro le excita verme follar con otros tíos pero lo que de verdad le pone es verme con otra tía. A mí me excita también verle follar a él, pero nunca le he visto con otro tío, así que si no te es mucha molestia…


Molestia ninguna, ya me estaba apeteciendo según me lo estaba contando. De hecho la conversación con Mónica hizo que me entrasen las prisas. Al día siguiente fui al puerto a poner en marcha el llaut y a arreglarlo un poco para que estuviese a punto. Todo lo demás fue rodado y a pesar de lo peculiar que era la situación, las cosas transcurrieron con sorprendente normalidad.

Mónica es enfermera y nos dijo que tenía tres días libres entre semana. Por los turnos del hospital nos dijo que le sería imposible pillar un finde entero hasta primeros de agosto. Yo estoy jubilado, así que tengo toda la disponibilidad del mundo. Clara es estudiante y estaba de vacaciones de verano. El que lo tenía más complicado era Pedro, pero le debían días en su empresa y se podría acomodar a las fechas que le fuesen bien a su mujer.

Clara preguntó si podría ir también su amiga canaria, Yaiza. Yo ya sabía que esa era su intención inicial y había oído hablar tanto de ella que la idea me apetecía bastante. La verdad es que a Pedro también, pero Mónica se negó. Por lo visto la chica era un poco escandalosa, sobre todo cuando estaba con Clara. Estar en un barco todo el día con ella sería un dolor de cabeza insoportable. Clara se resigno y yo para consolarla me ofrecí a llevarlas a navegar a las dos cuando quisiesen. Mónica me miró mascullando “qué cabrón”, igual que Pedro, aunque se veía que ya estaba maquinando alguna excusa para apuntarse.

Mónica insistió en que bastante hacía yo con poner el barco. La comida correría de su cuenta. Bromeé diciendo que yo ponía el barco y ella el coño y el de su hija. Al final conseguí que las bebidas también corriesen de mi cuenta.

Cuando faltaban un par de días me llamó Pedro.


- Oye, que dice Mónica que si nos hacemos una PCR podremos follar más tranquilos.

- Pues tiene razón -contesté- ¿pero cómo lo hacemos?

- Clara y yo iremos con ella mañana a primera hora a su hospital. Si me dices cuándo te va bien ella lo organizará para que no esperes demasiado.


Afortunadamente todas las PCR fueron negativas. Aún así Mónica me comentó que era mejor que evitase en lo posible el contacto cara a cara cercano, besos, posturas como la del misionero… En plan de broma contesté que no tenía problema porque lo que más me gustaba era el “perrito” y el “69”. Curiosamente no pilló mi sarcasmo y me comentó que así no habría ningún problema.

Convenientemente analizados, tranquilos y con ganas de disfrutar nos reunimos un miércoles a las nueve de la mañana en el club náutico de Cala Gamba. Había ido a primera hora a poner el motor en marcha y llenar la nevera de cervezas, bueno, y algún refresco y unas botellas de cava. El resto de latas y botellas las dejé junto a las garrafas de agua en el armario bajo la proa. Bebidas no iban a faltar.

Sobre el techo de la cabina, apoyada boca abajo, tenía sujeta una pequeña lancha tipo zodiac. La solté y la eché al agua, amarrándola a popa. Llevarla a remolque nos ralentizaría un poco la marcha pero íbamos de paseo, sin prisas y nos vendría muy bien para acercarnos a la costa cuando fondeásemos.

Aproveché también para pasar en mocho por la cubierta y la cabina, que se había acumulado algo de polvillo y ya me conozco el percal. Las chicas no se quieren sentar porque se ensucian el culo.

A ver, en pasar la fregona se tardan cinco minutos, que el barco no es muy grande, pero para mis necesidades me basta y sobra. Y digo mis necesidades porque a Raquel, mi mujer, no le gusta nada navegar. Bueno, yo no es que haya insistido mucho para convencerla porque eso me proporciona oportunidades interesantes, como esperaba que fuese la presente.

Cuando llegaron mis invitados ya lo tenía todo listo, así que colocamos comida, las bolsas de ropa y las toallas. Largamos amarras y zarpamos. 

Nada más salir del puerto el llaut empezó a cabecear, temí que la mar estuviese más agitada de lo que esperaba pero al enfilar hacia Cap Enderrocat metí gas y la cosa se arregló bastante. Clara me pidió coger el timón y en cuanto pasamos el islote de La Galera se lo dejé. No es que no me fiase pero es que por esa zona hay rocas y más tráfico.

Clara no es pequeña pero el timón está en la pared de la cabina, al lado de la puerta de entrada. Tienes que dirigir el barco desde atrás, mirando por encima del techo, así que la chica agradeció el taburete que estaba adosado para poder manejar el barco cómodamente sentado y a mayor altura que si estás de pie.

Antes de llegar a Cala Blava, Mónica y Pedro ya se habían quedado en bañador, bueno, ella en top les. Les imité y también me quité la camiseta. Clara me pidió que cogiese el timón un momento mientras también se quitaba los shorts y la camiseta para quedarse en tanga y con las tetas al aire.

Me puse a su lado, apoyado en la puerta de entrada de la cabina mientras la miraba de arriba abajo, me temo que con evidente falta de disimulo, pero es que era la primera vez que veía su cuerpo desnudo sin haber una pantalla de por medio.

En mar abierto, el viento agitaba su negra melena y erizaba su piel. La mañana de ese mes de julio no era nada fría pero la brisa le fruncía los rosados pezones. La polla se me abultó bajo el bañador que ya me estaba sobrando.


- ¿Me puedes hacer un favor? -me preguntó Clara.

- Por supuesto, dime -contesté temiendo que me dijese “¿puedes dejar de mirarme así?”

- Mira, ahí en mi bolsa hay un bote de protector solar ¿me puedes poner?

- Claro ¿por la espalda? -respondí aliviado.

- Por todo.


Hay gestos que me encantan y el suyo lo hizo. Clara no sólo se dio cuenta de mis miradas lascivas sino que me daba permiso para explorar su cuerpo sin disimulo. Le apliqué la crema en los hombros y la espalda. Sin darme cuenta le estaba más dando un masaje que poniéndola un filtro solar. Ella no se molestó en absoluto. Cada dos por tres se giraba, buscaba mi mirada y me sonreía.

La invitación no podía estar más clara. Le froté las nalgas, que tenían esa firmeza de la edad que me hizo recordar mis primeras experiencias juveniles. Le aparté la cinta del tanga y le froté entre los cachetes. Aunque lo había visto por cámara el ano se me antojó muy pequeñito. Pensé que iba a tener que dilatarlo mucho si es que quería penetrarlo. Bueno, ya me ocuparía de eso.

Los muslos y las pantorrillas eran igual de firmes y me hizo gracia comprobar que tenía las uñas de los pies pintadas de rojo intenso. Por su actitud quedó claro que no se iba a girar para que le pusiese crema en el pecho. Me pegué a ella por detrás y le froté la barriga acariciándole el ombligo e introduciendo los dedos bajo el triángulo del tanga hasta notar el suave vello púbico. No seguí más abajo, no todavía, a pesar de que el roce con el que ella frotaba sus nalgas contra mi polla me indicaba que si hubiese seguido no me hubiese rechazado.

Subí hacia el pecho, rodeé intencionadamente sus tetas y le fui aplicando crema en el escote y el cuello, ignorando a propósito que su respiración agitada y la presión de sus nalgas estaban reclamando que me dedicase de una vez a sus tetas.


- Te estas dejando la parte más delicada, como me queme luego me vas a tener que poner algo más que crema -me apremió.

- Si te quemas te consolaré a lametones -propuse.

- ¿Y si no me quemo?

- Lametones con mordiscos.

- Pues venga, que no me quiero quemar.


Literalmente abrazado por detrás a Clara le froté las tetas mientras tenía la cara sumergida en su melena, aspirando el aroma fresco y picante de una colonia que no reconocí. Con las yemas de los dedos le acaricié los pezones mientras mi aliento en su cuello le hacía temblar con escalofríos que le ponían toda la piel de gallina. Estuve un buen rato masajeándole las tetas, hasta que los pezones adquirieron esa textura en la que si no los frotas con cuidado provocas más dolor que placer.

Los dejé en ese punto, hipersensibles, y me separé de ella para seguir poniéndole crema en la espalda. Quizá por el efecto de la fresca brisa en su piel, me dio la sensación de que estaba un poco tensa, así que le trabajé los hombros durante un buen rato y luego fui bajando por la espalda hacia sus nalgas, mi objetivo principal.

Me quedé mirándolas antes de tocarlas. Anticipando el placer del que iba a gozar. Clara era más bien menuda, pero tenía un culo súper bien proporcionado. Ya lo había visto en pantalla, pero al natural era mucho más imponente.


- ¿Qué pasa? -preguntó ella extrañada de que no siguiese poniéndola crema.

- Nada. Estoy extasiado mirándote el culo.

- ¿Mirando? ¿Y no te apetece tocarlo?

- Pues sí, mucho, pero estoy intentando resistirme hasta que no pueda aguantar más.

- ¡Ah! ¿Y falta mucho?

- Un momento… ¡ya! -dije abrazándome repentinamente a su cadera mientras le mordía una nalga.

- ¡Ayyyy! -gritó ella con mucha más satisfacción que dolor- ¡Pareces un crío! No te imaginaba así.

- ¡Quieta! ¡Quieta! ¡Quieta! -interrumpí con la mirada fija en la raja del culo.

- ¿Qué pasa? -preguntó Clara con cierta inquietud porque no sabía que había encontrado.

- ¿Qué pasa? -volvieron a preguntar al cabo de un momento. Esta vez era Mónica, que se había acercado junto con Pedro al oír gritar a su hija y ahora miraban perplejos cómo yo examinaba atentamente el culo de su hija separando las nalgas con las manos.

- Nada, que soy un poco paleto -respondí sin intentar justificar la pillada que me acababan de hacer-. Te bronceas con una máquina de rayos UVA ¿no Clara?

- Sí ¿por?

- No me digas que tiene la raja blanca -dijo Mónica acercándose para mirar.

- Como la leche, mira -dije separándole aún más las nalgas para que le diese bien la luz porque si no el contraste pasaba desapercibido. Por el rabillo del ojo vi que Pedro también miraba.

- ¡Joder! Qué susto me habéis pegado -protestó Clara mientras se apartaba con bastante remango- ¿Cómo queréis que esté? ¿Me tengo que abrir el culo cuando me tumbo para que se me ponga moreno el ojete?

- Nena, es que si te agachas así la raja del culo llama mucho la atención -advirtió Mónica.

- Tranquilos, apretaré el culo al agacharme -respondió Clara divertida-. Tío, es que si buscas tanto, algo encontrarás.

- Me encantan esos descubrimientos ¿puedo verlo otra vez? -pregunté.

- ¡No! Ahora te aguantas.

- Tú sabes que ese culito va a ser mío -añadí provocando cierta incomodidad en todos. Igual me vine muy arriba en ese momento.

- Alberto, haces mal en retar a Clara -me dijo Pedro con bastante sorna.

- No la reto, sólo expreso en voz alta… sus propios deseos.

- ¡Ja! -respondió Clara en tono burlón mientras se agachaba y me mostraba un instante el culo abriéndose las nalgas en plan provocador.

- Creo que ya es momento de fondear y darnos un chapuzón -propuso Mónica cambiando de tema.

- Estoy totalmente de acuerdo -dije aliviado porque todo ese jaleo me había provocado un sofocón. Miré por la borda y cuando vi un fondo arenoso a través de las aguas azul turquesa, paré el motor y eché allí el ancla.


En ese momento Clara salió de la cabina y poniendo un pié en la borda, con soltura que da la práctica, se tiró de cabeza al agua. “¡Venga! Que está buenísima”, nos animó mientras se alejaba del barco nadando de espalda.


- La verdad es que se me está haciendo un poco violento todo esto -comentó Pedro como si pensase en voz alta.

- Igual es culpa mía. La verdad es que por un momento me olvidé que estabais vosotros aquí. Es que con Clara me es muy difícil no dejarme llevar -dije en plan disculpa poco convencida.

- Pues yo cada vez estoy más orgullosa de ella. ¿No os dais cuenta cómo os maneja? Tú estás violento porque ahora te vienen remordimientos por las fantasías que tienes con tu hija ¿pero quién ha fomentado esas fantasías? -dijo Mónica dirigiéndose a su marido. Y luego a mí…- Y a ti Alberto, a ti te tiene sorbido el seso. Dos tiacones hechos y derechos, que habéis comido más coños que los que podéis recordar y estáis que no sabéis si hacer caso a las neuronas de la cabeza o de la polla. Y todo porque una cría de diecisiete años va a ser capaz de cumplir vuestras fantasías.

- Precisamente Mónica. Yo no follo con una de diecisiete desde que los tenía yo también -me defendí- y menos delante de sus padres.

- Y menos haciendo un trío con su padre ¿no? -añadió Pedro.

- Y además eso -confirmé.

- Pedro, por si no has caído, resulta evidente que tu hija ha hecho cosas que no imaginamos con sus amigos, novietes, o lo que fuesen -prosiguió Mónica-. Me hace gracia que hayáis tenido la sensación de que estabais planificando cómo ligárosla y que ahora sintáis remordimientos. Lo que hasta ahora se están cumpliendo, punto por punto son los planes que ha hecho ella para componer la historia erótica más increíble que ha escrito Alberto. Así que vosotros mismos.

- ¿Pero qué os pasa que no venís? -grito Clara desde el agua, mientras que con un movimiento se quitaba el tanga y nos lo tiraba al barco de manera provocadora. Cuando se dobló sacando su redondo culo bronceado para sumergirse, no lo dudé más, me quité también el bañador, cogí las gafas de bucear y me lancé al mar.


Clara se movía en el agua con un estilo ágil y elegante. Para un sesentón como yo era un placer contemplarla, sobre todo cuando se sumergía haciendo piruetas para jugar con los abundantes peces que se encontraban por allí.

No había demasiada profundidad, unos tres o cuatro metros, pero a ella le bastaban para bajar hacia el luminoso fondo arenoso o rozarse con las praderas de posidonia. Verla evolucionar grácilmente era como observar una coreografía, como ver a alguien volar. Con lo transparentes que son esas aguas la ilusión era completa. La chica subía, bajaba, se retorcía, se quedaba suspendida cabeza abajo… con una total sensación de ingravidez, revoloteando a mi alrededor.

Mi ensimismamiento era tal que se me olvidaba que tenía que respirar y una de las veces que subí a coger aire me quedé pensando cómo era posible que ella  aguantase tanto sin hacerlo y cómo podía, aparentemente, ver tan bien bajo el agua sin gafas de bucear. La respuesta era obvia, estaba mucho más acostumbrada que yo y era tres veces más joven.

Yo estaba como hipnotizado observándola. A veces flotaba boca abajo en la superficie mirando cómo evolucionaba. Cómo jugaba a perseguir los pequeños bancos de peces, cómo zigzagueaba entre las rocas del fondo o cómo subía a tomar aire haciéndome gestos obscenos para provocarme.

La verdad es que lo conseguía y al final acababa yo persiguiéndola, aunque sin mucho éxito. Es cierto que tampoco me esforzaba mucho. Bajo el agua y con gafas de bucear todo se ve más grande, así que me contentaba con mirarla desde atrás, recreándome con la visión de su coño aumentado y las nalgas que se contraían cuando nadaba.

Clara de vez en cuando se paraba como esperándome y yo aprovechaba para sujetarme a ella y abrirle las nalgas para comprobar el contraste del moreno en la raja del culo e intentar meterle el dedo en el ano que, por el efecto óptico del agua, no parecía tan pequeño.

Estuvimos un buen rato jugando y yo no sólo aprovechaba para observar y tocar su cuerpo, en cuanto podía me abrazaba a ella para frotar su piel contra la mía, hasta que se soltaba y me provocaba para seguir jugando.

En un momento empezó a nadar hacia la orilla y yo la seguí. Se subió a una roca perfectamente plana que apenas sobresalía del agua. Estábamos cerca de Cala Vella, una zona bastante frecuentada por nudistas, si alguien nos veía no llamaríamos demasiado la atención, aunque en esos momentos no parecía que hubiese nadie por los alrededores.

Clara se subió gateando con muchísimo cuidado a la roca. Con su superficie, totalmente plana, parecía un cubo cortado a ras del agua. Estaba cubierta de verdín y era tremendamente resbaladiza.

Hay muchas rocas con ese patrón en la zona y su artificialidad da al paisaje un inquietante aspecto surrealista. Por lo visto utilizaron ese acantilado como cantera para sacar piedras para la construcción de las murallas y la catedral de Palma, lo que parecía lógico porque además luego serían fácil de transportar por mar hasta las obras.

Tumbada boca arriba, con las piernas colgando por las rodillas del borde de la roca, Clara tenía un aspecto de placidez erótica que me hubiese gustado retratar.

Me acerqué nadando y me coloqué entre sus piernas. Con los brazos sobre sus muslos y la cabeza recostada en ellos, estaba observando como el ligerísimo vaivén del agua le mojaba los labios de la vulva cuando unos gritos me llamaron la atención. Clara también lo oyó y levantó la cabeza mirando hacia el mar. Allá, como a unos cien metros, vimos a Mónica de rodillas en la cubierta del barco, con los brazos apoyados en la barandilla de la borda. Detrás de ella, Pedro golpeaba su barriga contra las nalgas de su esposa.


- Creo que mi padre le está follando el culo a mi madre.

- Pues no lo sé, pero a juzgar por los gritos que pega tu madre no me extrañaría.

- Pues como sigan con esos ímpetus te van a volcar el barco.

- Espero que no -dije viendo cómo el barco se bamboleaba y pensando que con tanto ímpetu y tanto movimiento se iban a acabar mareando los dos.


En ese momento Clara me agarró del pelo y me acercó la cabeza a su entrepierna. Parecía que ver follar a sus padres la había terminado de poner cachonda. Le mordí el clítoris y ella gritó. Todavía no estaba preparado para una estimulación tan directa, pero en cambio a ella pareció gustarle porque con las manos me apretó la cara contra su coño. Me dediqué a trabajárselo más suavemente con la lengua mientras las olas se lo remojaban de vez en cuando, incrementando el sabor salado de su vagina.

Alcé la vista sobre su recortado pubis sin separar la lengua de la comisura de sus mojados labios. La barriga y el pecho subían y bajaban al ritmo de su cada vez más agitada respiración. Entre los erguidos pezones llegué a atisbar su mentón y la mano con la que se tapaba la boca, no sé si para silenciar los gemidos o bien era un gesto asociado al placer que en ese momento sentía. Quizás me distraje más de lo que pensaba en esa contemplación porque con la otra mano me rodeó la nuca apretándome otra vez la cara contra su sexo, reclamando que centrase en él mi atención dispersa.

Le besé el clítoris, primero suavemente con los labios, pero ella me volvió a apretar la cabeza contra su mojada vulva, al mismo tiempo que alzaba y agitaba su cintura para autoestimularse contra mi rostro. Entonces me animé y empecé a sorber con fuerza, sujetándolo con los dientes y frotándolo enérgicamente con la punta de la lengua, alternando los mordisquitos con intensas succiones.

Su cintura temblaba convulsivamente. A pesar de que notaba que se intentaba contener, sus gemidos resonaron en el acantilado hasta que se acabó corriendo con una especie de lamento ahogado por la mano con la que se intentaba tapar la boca. Yo me di cuenta que se corría, más que por el sonoro aullido, por la presión de su mano en mi nuca y el intenso sabor salado que me inundó la boca. Recuerdo que pensé que debería estar muy apretado, labios contra labios, para notar el sabor de su flujo a pesar del agua marina que nos rodeaba.

Tenía el cuello dolorido por la postura y el esfuerzo de haberme mantenido dando pies con medio cuerpo en el agua, así que agradecí cuando Clara me estiró del brazo para que me subiese a la roca. Me tumbé de espaldas sobre la resbaladiza capa de algas y comprobé que, a pesar de la suavidad, la superficie resultaba tremendamente dura. No se prestaba para muchos botes.

De todos modos no tuve tiempo de pensar mucho. De rodillas a mi lado, comenzó a chuparme la polla. Pensé que después de haberse corrido me quería compensar con una mamada y le iba a pedir que no fuese tan rápido, que jugase antes un poco con mis huevos… pero en cuanto la polla tuvo la turgencia que consideró adecuada, se puso en cuclillas sobre mí, con la mano me la agarró ella misma, se frotó con el glande los labios desde el perineo hasta el clítoris y después de unos movimientos se lo introdujo en la vagina.

El conducto de Clara era estrecho, acorde con su juventud, pero la penetré con facilidad, disfrutando del intenso calor que irradiaba su sexo y que contrastaba con el frescor del agua que regularmente cubría la roca.

Se agarró a mis manos para mantener e equilibrio y con un pie a cada lado de mi cintura empezó a hacer sentadillas manteniendo mi miembro dentro de sí. Su vagina se aferraba a mí y el cálido frotamiento provocó que mis caderas empezasen a subir y bajar para acompasarse al movimiento de Clara. Pero cuando lo conseguía ella cambiaba. Echaba su cuerpo ligeramente hacia adelante para incrementar el roce del clítoris con nuestros movimientos.

Y cuando los dos ya jadeábamos violentamente, cambiaba otra vez. Detenía los vaivenes y sentada casi sobre mí, sintiendo todo mi pene dentro de ella, se empezaba a balancear con una especie de movimiento circular, restregandome obscenamente su vulva por los testículos y el pubis.

Me sorprendió cuando, todavía sujeta a mis manos, se echó hacia atrás, sentándose casi en mi escroto y comenzando a botar sobre él. Ese movimiento era tremendamente excitante, aunque tuve que separar un poco las piernas para aliviar el golpeteo en los testículos. Creo que fue eso, el dolor que acabé sintiendo en los huevos, lo que hizo que no me corriese en ese momento. Ella en cambio cada vez estaba más excitada y se corrió saltando sobre mí, sujetándome fuertemente las manos y echando su cuerpo para atrás todo lo que la longitud de nuestros brazos permitía. Frotando la parte de atrás del conducto de su vagina con mi pene, haciendo que la intensidad de los movimientos le estimulase el recto como nunca había visto hacer a ninguna mujer.

Un grito largo, una especie de rugido gutural que iba disminuyendo con el tiempo, acompañó su orgasmo hasta que finalmente se quedó sentada sobre mí y creí sentir sus nalgas rodeándome el escroto. Tenía todo tan sobreestimulado que era difícil decirlo. Finalmente se tumbó sobre mí besándome el pecho y la barbilla. La sujeté evitando que subiese para besarme la boca. Aún tenía mi pene erguido introducido en su cálida vagina y no me apetecía sacarlo.

Finalmente recostó la cabeza sobre mi pecho y se relajó dejando que su su respiración se regularizase. Mis manos empezaron a jugar con sus nalgas y poco a poco me fui acercando a su ano. Se lo acaricié suavemente esperando a ver cómo reaccionaba ella. Abrió las nalgas para facilitarme el acceso, así que introduje la yema del índice para seguir jugando. De repente ella incorporó la cabeza y se me quedó mirando. Agitó ligeramente sus caderas en lo que resultó ser una comprobación.


- ¿Tú te has corrido? – me preguntó cuando tuvo la certeza que mi pene seguía erecto.

- Aún no -respondí con una sonrisa.

- ¿Quieres follármelo?

- ¿Qué?

- Que si te apetece follarme el culo.

- No -respondí intentando parecer serio.

- ¿No? -preguntó ella con bastante sorna.

- No es que me apetezca, es que lo estoy deseando, lo necesito -dije atrayéndola ahora sí hacia mi boca para besar la suya a pesar de que eso sacó mi polla de su acogedora vagina.


Me senté en la roca e hice que Clara se arrodillase agachada, con el culo en pompa delante de mí. El agua se escurría por su piel y caía por la raja entre los cachetes, goteando por los labios de la vulva y resbalando por sus muslos. Le abrí las nalgas y metí la cara entre ellas. Le mordí los labios y ella en lugar de retirarse se abrió aún más.

Le pasé la lengua por toda la raja y le lamí el ano todo lo intensamente que pude. Estaba fresquito y con un intenso sabor a mar. Clara parecía ser consciente de ello y libre de todo pudor disfrutaba de la estimulación de mi lengua por todo su perineo. Ella jadeaba y contoneaba sus caderas sensualmente. Yo no sabía si eso era causa o efecto de mis manipulaciones. No me lo planteé demasiado y continué pasando la lengua por la blanca piel de su raja, erizada ahora en carne de gallina.

 Empecé a meterle un dedo en el ano y entró suavemente. Masajeé circularmente el interior, entrando y saliendo al ritmo de sus jadeos. Presionando desde dentro del recto hacia la vagina conseguía que Clara bramase de excitación. Creo que la sorprendí, así que metí un dedo más y proseguí con mis maniobras incrementando la estimulación.

En un momento Clara pareció no aguantar más y se incorporó, me volvió a tender de espaldas y se puso otra vez en cuclillas sobre mí. Agarrándome una mano para mantener el equilibrio, con la otra me agarró el pene y ella misma dirigió el glande hacia su ano. Yo la ayudé también con la mano que me quedaba libre. Ambos sentimos  cómo el capullo se abría paso por el esfínter y entonces nos agarramos de las manos y ella empezó a hacer sentadillas sobre mí.

Enseguida me di cuenta de que algo no iba bien. Bueno, no iba como a mí me gusta. Su esfínter había quedado totalmente abrazado a mi glande, evitando que el pene se deslizase por el recto. Al subir y bajar con sus sentadillas, Clara me estiraba y comprimía la polla como si me estuviese masturbando, lo que es bastante placentero y sé que hay gente que se contenta con ello, pero no es lo que yo entiendo por sexo anal.

La estiré de los brazos obligándola a recostarse sobre mí. Se sorprendió pero no opuso resistencia. Noté sus pezones duros sobre mi pecho. “Déjame un momento” le susurré mientras le besaba la frente. Saqué el pene de su ano y le volví a meter dos dedos. Lo notaba algo más seco que antes y bastante más caliente.

Después de volver a masajear intensamente le introduje tres dedos y repetí la operación. Fui notando cómo la musculatura de las paredes se relajaba y cuando pude añadir el pulgar a los dedos que jugaban en el interior de su recto me di por satisfecho con la dilatación obtenida.

“Ya te puedes volver a sentar”, le dije. Ella se incorporó apoyándose en ambas manos. Se volvió a poner en cuclillas sobre mí, se introdujo el pene en el recto y se agarró otra vez a mis manos. Cuando se agachó con cierta precaución notamos cómo su recto se deslizaba suavemente alrededor de mi pene hasta que descansó las nalgas sobre mis caderas.

Me sonrió con picardía. Empezó a subir y bajar moviendo lateralmente la pelvis. Lo hacía porque así incrementaba su propio placer, pero al mismo tiempo a mí me producía una estimulación intensa. A pesar de la dilatación conseguida, el recto es un conducto estrecho y cuando ella se movía me provocaba una cascada de sensaciones. Calor, humedad, frotamiento… Y cuando el esfínter llegaba al glande y salía para volver a entrar, un escalofrío me recorría todo el cuerpo.

Le solté una mano y empecé a estimularle el clítoris. Clara llevaba dos orgasmos seguidos. No sabía si habría un tercero y si éste tardaría más o menos que los anteriores, pero descubrí que ella es de esas mujeres que cada vez se excitan más y más rápidamente. Comenzó a jadear primero pausadamente, pero enseguida su respiración pasó a ser una serie de resoplidos y se veía claramente que estaba intentando no gritar.

Con su mano empezó a estimularse el clítoris y con ello me obligó a retirar la mía. La verdad es que lo hacía mucho más intensamente que yo y recuerdo que pensé que si seguía así acabaría escaldándose el coño, pero como la estaba penetrando analmente eso no pareció preocuparle demasiado.

De hecho, ella seguía botando sobre mí, produciéndome intensos escalofríos cada vez que el ano me constreñía el glande. A pesar de que estaba empapado por tener la espalda en en el agua, noté cómo se me erizaba la piel de la nuca, acumulando una tensión que me recorrió todo el cuerpo como un calambre y se descargó en una eclosión por el pene.

En ese momento la agarré por la cintura y le hice terminar sus botes sobre mí. Arqueé la espalda sintiendo sus nalgas pegadas a mis caderas y cómo el pene se agitaba dentro de recto mientras eyaculaba en él.

Cuando Clara percibió mi tensión se echó hacia delante, haciendo que el pene, dentro de su recto, le presionase la vagina. Dejó de frotarse el clítoris y se introdujo dos dedos presionándose desde dentro el punto más sensible de su anatomía, allí donde las terminaciones nerviosas posteriores de su órgano de placer le tocaban las paredes de la vagina. Se corrió temblando sobre mí. Contrayendo su esfínter, extrayendo las últimas gotas que quedaban de la eyaculación. Luego se quedó tumbada encima de mí y con una especie de calambre en el capullo, noté que el pene abandonaba su cálido recto.

Al final Clara se tumbó junto a mí, de espaldas en la roca y los dos descansamos un rato. Cuando nos incorporamos vimos que Pedro y Mónica estaban nadando cerca del barco. Parecían estar jugueteando y me sorprendió que aún les quedasen energías. De hecho a mí la distancia hasta el barco se me hacía muy larga y estaba a punto de pedirles que nos viniesen a buscar con la zodiac. Al final no llegué a hacerlo porque Clara me empujó al agua y luego saltó haciendo una pirueta por encima de mí. “El último friega los platos” me dijo cuando sacó la cabeza fuera del agua y comenzó a nadar hacia el barco. Toda la vajilla era desechable pero de todos modos la perseguí nadando, aunque me temo que me hubiese tocado fregar a mí.

Mónica había traído muchísima comida. Abrimos la mesa que había en la popa y Pedro y yo pusimos la mesa mientras Mónica repartía generosos platos de tumbet y Clara preparaba una ensalada.


- ¡Cabronazo! Te la has tirado antes que yo -me dijo Pedro en un momento que fuimos a la nevera a por cervezas.

- Tío, no veas como folla tu hija. Tiene razón Mónica, no nos tenemos que preocupar por si la pervertimos porque la tía tiene muchísimas tablas -contesté.

- Pues dice que lo ha aprendido leyendo tus historias.

- Pedro, puede que leyéndome a mí o a quien sea haya aprendido parte de la teoría, pero ya te digo yo que Clara tiene mucha práctica.

- Entonces… -empezó a decir Pedro.

- Entonces tienes una hija que es un encanto.


FIN de la tercera parte.

Continúa en: “Incesto en la cala.


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