domingo, 22 de septiembre de 2019

Esther

Viene de Marisa

Madrid, febrero de 1975




Había pasado casi un mes. Todavía me encontraba mal. Había conseguido hablar con Marisa un par de veces y ella siempre me tranquilizó, pero al mismo tiempo se la veía ansiosa por pasar página, yo en cambio aún no estaba preparado para ello. No podía evitar pensar que su decisión de irse a estudiar a Santiago de Compostela fue por culpa mía.
Desde entonces había evitado tener relaciones con compañeras de la facultad. Sólo buscaba sexo sin compromiso y aunque los dos en principio estuviésemos de acuerdo en ello, las cosas no siempre salen como planeas. En ese caso no quería tener que ver a esa persona todos los días en clase.
Estar en una de las facultades con más alumnas de la Universidad Complutense y negarse a ligar con ellas requiere mucha fuerza de voluntad, llamadme cabezota. La verdad es que entonces no me di cuenta pero mi “celibato psicológico” estaba dando bastante que hablar. Marisa había comentado algunos detalles de nuestros encuentros a sus amigas más íntimas. Ellas habían sido muy discretas pero su repentina decisión de no volver después de las vacaciones de navidad y solicitar el traslado de matrícula a otra universidad había despertado multitud de rumores. En todos ellos estaba yo implicado.
Eso hizo que algunas de mis compañeras me culpabilizasen de hechos que no conocían y se apartasen de mí. Pero en otras en cambio se despertó una gran curiosidad hacia mi persona y detecté intentos de acercamiento francamente sorprendentes, tanto que me costó identificarlos.
Mis amigos a veces se extrañaban de mi incapacidad para interpretar determinadas señales. Una tarde estaba esperando a la puerta del aula con mi amigo Ángel. Estudiamos juntos el bachillerato en un colegio de chicos, ya os lo conté. Mi paso a Psicología supuso un cambio radical para mí, pero él, un cerebrito, se matriculó en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Navales, donde sólo había una alumna en primero. En los otros cursos creo que menos. Ángel es como si siguiese en el colegio y alucinaba cuando se pasaba por mi facultad, tanto que a veces se quedaba a clase solo por disfrutar del ambiente.
Eso era lo que pasaba esa tarde. Él me había traído unos discos para que los copiase. Hablo de LPs de música, ya que en casa tenía un muy buen equipo de sonido y las copias en cassette quedaban fenomenal. Estábamos esperando para entrar en clase cuando vimos que se acercaba “la rubia”, Esther. La tía que más me ponía de toda la facultad. La acompañaba un chico que llevaba una cazadora de piel y un casco. Habían venido en moto. Se despidieron con un beso en la mejilla, casi ni se tocaron. Enseguida me hice una idea de la situación. El tío era un pardillo colado por la rubia que aprovechaba cualquier ocasión para estar con ella. Llevarla en moto, abrazada a su espalda era suficiente recompensa para él. Ella lo sabía, le utilizaba como utilizaba a tantos otros,  los tíos no le negaban nada y ella se aprovechaba. Una insinuación, una mirada lánguida y conseguía lo que quería.
Yo me resistía a ser uno de esos. Alguna vez se me insinuó y de no ser por Marisa igual lo hubiese sido. Ahora cuando miraba a Esther veía a una chica tan guapa como manipuladora, una chica peligrosa de la que convenía mantenerse a distancia. Esa actitud y la historia de Marisa hicieron en cambio que “la rubia” me mirase con otros ojos, la pega es que yo no lo sabía y cuanto más me alejaba más se interesaba ella. Confieso que tenía un problema, cuánto más me interesaba una tía menos hábil era yo para interpretar sus señales.
Esther se acercó y sin decir palabra cogió los discos que llevaba Ángel para mirarlos. Era su estilo ¿para qué saludar? ¿para qué decir por favor? Joder cómo me cabreaba esa actitud suya, en cambio mi amigo estaba encantado de despertar el interés de semejante pibonazo.

- ¿Te gusta la música electrónica? -preguntó él por entablar conversación.
- No tengo ni idea -dijo ella- ¿quiénes son?
- Emerson, Lake and Palmer. Este es “Trilogy” y  este “Pictures at an exhibition” una versión en sintetizador de “Cuadros de una exposición” de Musorgski.
- ¿Sintetizador? -preguntó ella.
- Sí, consiguen que suene como si fuese una orquesta.
- ¿Música clásica interpretada con instrumentos electrónicos? -se extrañó Esther.
- El de los cuadros, el otro es rock sinfónico actual. Son el grupo preferido de Alberto.
- Las portadas son muy originales, pero la música ni idea. Me los tendréis que dejar un día.
- Ahora vamos a hacer unas copias a casa de Alberto. Tiene un pedazo de equipo de música.
- Algo he oído. Así que además de escuchar a la policía también pirateas música ¿eh?
- Depende -dije distante. Estaba disfrutando de hacerme el pasota con Esther, en cambio Ángel se estaba poniendo nervioso. Me preguntaba cuanto tardaría en invitarla a casa.
- Sí, la estación de radio que tiene también es digna de verse ¿verdad?
- No sé, nunca me ha invitado.

En ese momento se abrió el aula, salieron unos cuantos y entramos. Esther se sentó con nosotros, en medio, Ángel estaba babeando. Casi en ese momento llegó Carlos, un amigo que sabía de mi curiosa actitud hacia ella. Se quedó tremendamente sorprendido, saludó y se sentó a mi lado mirándome con cara de “¿qué ha pasado?”

- Nada -le dije en voz baja- que el iluso de Ángel se quiere ligar a Esther.
- Creo que está haciendo de Celestina para ti -dijo Carlos después de escuchar un poco de lo que hablaban.
- Un iluso, ya te digo yo.

Cuando acabaron las clases me fui a casa con Ángel y Carlos. Antes de que nadie metiese la pata me despedí amigablemente de Esther que se quedó con un palmo de narices, estaba convencida de que la invitaríamos y no estaba acostumbrada a que le diesen plantón. Por unas razones o por otras todos me fulminaban con la mirada.

- Tío -dijo Ángel- Vosotros sois los psicólogos, pero Alberto, esa tía va detrás de ti.
- A esa tía sólo le interesa ella -respondí- Lo que pasa es que no puede soportar que no le haga caso ¿Habéis visto al que la trajo en la moto? Pues así trata a los que están pendientes de ella. Si a vosotros os interesa… yo paso.
- Tienes toda la razón -dijo Carlos, siempre sensato- pero ya que tienes una oportunidad que muchos querríamos ¿por qué no la aprovechas?
- Te refieres a…
- Me refiero a que dejes de pensar en ella y pienses en ti ¿Qué te apetece? ¿llevártela a la cama? Pues hazlo y no me hables de Marisa porque Esther no es Marisa.

Carlos había puesto en dedo en la llaga. Mi planteamiento inicial con Marisa fue esta tía no me interesa pero ella misma se me está poniendo en bandeja, me la quiero quitar de encima pero voy a aprovecharme de la situación: me gustaría follar contigo pero nada más ¿te va bien esa situación? ¿Sí? Genial, ya sabes lo que quiero, para lo demás tengo vía libre. ¿No te interesa? Perfecto, así me dedico tranquilamente a las que más me importan a mí.
No es extraño que luego tuviese remordimientos por lo que pasó. Pero mi tema con Esther era totalmente distinto. Tenía que reconocer que ella me interesaba y mucho. Tenía miedo de arriesgarme y que me rechazase. Por ese miedo a fracasar no hacía nada. Prefería echarle la culpa a ella, a su soberbia para tener una excusa que justificase mi inacción. Lo que Carlos me hizo de entender es la incongruencia de mi actitud. No hacer nada por miedo al rechazo era incluso peor que hacer algo y ser rechazado. En definitiva, si no te decides a luchar por algo por miedo a perderlo es como si ya lo hubieses perdido. Así que ve a por lo que necesitas cuando lo necesitas sin miedo a perder algo que no tienes.
Lo más curioso es que yo mismo me había colocado en la peor de las situaciones pero comprendí que a partir de ese momento no tenía nada que perder, hiciese lo que hiciese. Puede que Esther se me acercase simplemente porque no podía soportar mi actitud de aparente desinterés hacia ella o puede que su interés hacia mí fuese sincero. Me daba miedo comprobar que fuese una cosa u otra, pero lo haría.
De hecho tardé poco en comprobarlo. Un viernes, antes de empezar las clases de la tarde, estaba sentado en un banco en el Paraninfo, cerca de la parada del F. Había quedado con Ángel para devolverle un disco. Del autobús bajó Esther, andaba raro.

- Hola ¿te duele algo o no me había fijado hasta ahora en lo chulos que tienes los andares? -le pregunté en tono de cachondeo.
- ¡Ay! Hola, me acabo de dar un leñazo en el autobús. Ha pegado un frenazo y yo que iba distraída he acabado estampada contra un asiento.
- ¿Dónde te duele? ¿Aquí? -pregunté tocándole el costado debajo del jersey, allí donde ella se lo apretaba con la mano.
- ¡Ay! Sí y aquí -dijo señalándose el culo- He acabado rebotando en el suelo. Me han tenido que levantar entre cuatro chicos y ayudarme a recoger los apuntes. ¡Qué vergüenza!
- Mujer, eso nos puede pasar a todos.
- Ya, pero nunca piensas que te va a pasar a ti. Qué espectáculo y me duele un montón.
- ¿Vamos a urgencias a que te miren?
- No, no, seguro que no tengo nada roto, pero moratones a mogollón, ya verás.
- Mmmmm, eso espero.
- ¡Guarro! Para eso no hace falta que me mate -dijo ella riendo.
- ¿Quieres que después de clase te de un masaje?
- Ufff, gracias, no me vendría mal -dijo ella, aunque por el tono era un “gracias pero no”.
- Hablando de espectáculo, grises -añadí para ver cómo reaccionaba.
- ¿Grises?
- Las bragas, grises. Me gustan. Se te ha roto el pantalón.
- Joder, son blancas -dijo ella intentando mirarse con una mueca de fastidio y dolor- Eso es la suciedad del suelo. Pues así no puedo ir a clase. Voy a volver a casa.
- Pues tampoco estás para volver a montar en el autobús. Vamos a parar un taxi y te acompaño a tu casa.
- Gracias, puedo yo sola.
- No te voy a dejar así -dije mientras me quitaba la cazadora y se la ataba a la cintura para taparle el culo.
- Muchas gracias -dijo agarrándome el brazo para apoyarse.
- Por favor, no te preocupes -dije mirando por si venía mi amigo en el último momento.
- ¿Qué miras?
- Estaba esperando a Ángel para devolverle esto -le expliqué señalando el disco- pero el mamón siempre se retrasa.
- Pues le esperamos.
- De eso nada -dije haciendo señas a un taxi que se acercaba con la luz en verde- que hubiese sido puntual.

El taxista puso cara de poco entusiasmo cuando Esther le dio la dirección, vivía por Francos Rodríguez, a menos de cinco minutos de donde estábamos.

- ¿Lo del masaje sigue en pie? -me preguntó después de pensárselo un rato.
- ¿En tu casa o en la mía?
- ¡Ay! No me hagas reír que me duele el costado. ¿Puede ser en la tuya? Si me ven llegar así en la mía me llevan a La Paz y ni pensar que me pongas las manos encima.
- Cambiamos de destino. A Arturo Soria, cuando vayamos llegando le indico -le dije al taxista, del que creí adivinar una expresión satisfecha, primero porque con esa carrera ya casi había hecho el día y segundo porque nuestra conversación parecía ser de su interés.
- ¿Qué le ibas a dar a Ángel? ¿Otro disco? A ver  ¡Qué portada más chula! Es súper imaginativa. ¿Qué es, un grupo de rock sinfónico de esos que os gustan?
- Sí, Yes. El disco es Tales from Topographic Oceans. Si la portada te parece imaginativa tendrías que oírlo.
- Bueno, ahora me lo puedes poner ¿no? ¿Quién hay en tu casa?
- Nadie. Mi hermana estudia fuera y mis padres se van a pasar los fines de semana a la sierra.
- ¡Ah! Es cierto. Había oído hablar de las fiestecitas que montas los findes en tu casa. No quiero interrumpir lo que tengas planeado.
- No tengo nada planeado. No sé qué has oído, pero seguro que han exagerado mucho.
- ¿De verdad?
- De verdad, si quieres puedo cuidarte hasta el lunes -le dije como quitándole importancia. Ella sonrió, se dio perfecta cuenta de que la estaba invitando a quedarse todo el fin de semana, aunque en ese momento todavía no había decidido si aceptar o no.

El taxista se despidió deseando que pasásemos un buen fin de semana. Yo diría que se fue con un buen calentón. Ya en casa le hice a Esther la consabida vista por todas las habitaciones dejando que ella misma sacase conclusiones sobre las posibilidades del vestidor de los espejos, la terraza cubierta y el sofá rinconera del salón. Por sus miradas creo que se hizo una idea muy aproximada de las cosas que habían pasado en aquellos sitios. Sin embargo a donde la llevé fue al baño.

- Voy a llenar la bañera de agua bien caliente para darte un baño.
- ¿Darme?
- ¿Podrás quitarte tú sola la ropa y meterte en la bañera?
- No -reconoció ella- Bueno…, sí podría pero la verdad es que me costaría.
- Entre el agua caliente y el masaje te sentirás mucho mejor, luego te pondré bastante Thrombocid pomada para que no te salgan hematomas.
- ¿Sabes? -me dijo- No pensé que la primera vez que me vieses desnuda fuese así.
- ¿Ah no? ¿Y cómo pensabas que sería?
- Algo menos patético -respondió riéndose de la situación- Más sexy… desde luego no pensaba estar lisiada.
- Mmmm que estés lisiada me pone, me da sensación de superioridad, de que domino la situación y tú no.
- Te digo que no me hagas reír, que me duele el costado.
- Mira, ya sé que estás un poco violenta con esta situación pero déjame que le busque el lado positivo. Permíteme que te desnude y te bañe. Tú no hagas nada ¡Ni te rías! -finalicé enfáticamente anticipándome a su sonrisa.

Esther vestía un mono beige de aspecto militar. Parecía una simple prenda de sport pero debía de haber costado más que todo mi vestuario. Le quedaba como un guante y como era alta resaltaba mucho su figura. Los botones de la parte de arriba abiertos hasta el inicio de un canalillo que dejaba fuera de toda duda que tenía unos buenos pechos. Ello se conseguía también por un elástico que ceñía el mono a la cintura y que de igual manera proclamaba que su dueña tenía el mejor culo de la Facultad de Filosofía.
Aunque la tela era fuerte, en el trasero tenía un desgarro con signos de rozamiento, lo que permitía ver las bragas que yo había tomado por grises y probablemente también estarían rotas, ahora lo comprobaría, pero lo que estaba claro es que se había pegado una buena hostia.
Le desabroché los botones hasta la cintura y le ayudé a sacar las mangas con cuidado para que no le doliese el costado. Examiné la zona. Un poco más abajo del borde del sujetador se le estaba formando un moratón. Aunque se lo palpé con suavidad ella no pudo evitar quejarse.
Aparte de los botones del pecho a la cintura no había ninguno más. Así que separando el elástico de la cintura le bajé el mono con cuidado de no rozar la nalga herida.

- Oye, cuándo quieres hacer pis…
- Sí, tengo que hacer todo esto.
- Ah -dije extrañado.
- Joder, dime que por lo menos estoy mona.
- Eso sí, monísima pero… no sé si me merecería la pena.
- Las tías hacemos muchas cosas que no entendéis con la esperanza de que nos merezca la pena.
- Como llevar sujetador.
- Por ejemplo.

La verdad es que si el mono resaltaba su figura es porque bajo él la chica estaba como un tren. Si alguien me hubiese preguntado cómo era mi chica ideal, aún sin conocerla la hubiese descrito a ella. La verdad es que lo tenía todo, bueno quizás era un poco más pija y creída de lo que me hubiese gustado, pero a esas alturas estaba dispuesto a no tenérselo en cuenta, incluso antes de saber que eso era una pose de defensa que ella tenía.
El sujetador era blanco, de aspecto deportivo y se cerraba con un resorte en forma de botón. No había visto ninguno así pero lo reconocí enseguida. Al apretar el botón las dos tiras que sujetaban la espalda se soltaron con un “clic”. Súper cómodo, sobre todo para torpes como yo que siempre se acaban liando con los corchetes.

- Ves, eso sí que es práctico y no lo de lo del mono.
- Sí, a todos los tíos os encanta -dijo riéndose.

Yo también me reí pero tengo que reconocer que pensar en los otros tíos que habían jugado con ese cierre me dolió un poco. Yo mismo me sorprendí.
Le sujeté los tirantes y se los bajé para que pasase los brazos. Esas tetas para nada necesitaban sostén. Eran abundantes pero duras y coronadas por unos pequeños pezones marrón pálido que apuntaban hacia arriba. Al acariciarlas me di cuenta que la impresión de dureza no era errónea. Al pellizcar un pezón ella dio un respingo.

- ¡Ay! -se quejó.
- ¿También te duele?
- ¡Tonto!
- Bueno, también habrá que mimarlas -dije antes de acariciarle suavemente los pezones entre los labios y la lengua.

Ella suspiró  pero preferí dejar las caricias para más tarde, mejor dejarla con ganas. Me agaché para mirarle las bragas. Eran casi infantiles, más altas de lo que hubiese imaginado pero que realzaban sus largas piernas. Le di la vuelta para ver el golpe en la nalga. Estaban un poco deshilachadas pero apenas rotas, la tela del mono había parado casi todo el golpe pero no había evitado que la piel se rozase. Le agarré la cintura para bajárselas. Ella me miraba sonriendo.

- ¿Qué? -pregunté.
- Nada, que aprovechas las situaciones más extrañas para desnudar a las chicas. Sigue.
- Calla, calla, si vieses la pasta que he tenido que pagar al conductor del autobús para que frenase cuando te viese distraída -dije bromeando.
- ¿Ah sí? ¿Más que al policía que te pilló follando con Marisa?
- Mmmm, casi tanto -respondí intentando bromear para que el recuerdo no me amargase la situación.

Puede que la situación le pareciese patética al principio, pero la lisiada Esther ahora estaba disfrutando, diría que tanto como yo. Le bajé las bragas lentamente desde la cintura y ella separó un poco las piernas para que pudiese hacerlo sin dificultad. Tenía el vello púbico recortado en un triángulo perfecto. Dicen que “el color de la ceja marca el de la almeja”, en ella era totalmente cierto pero la verdad es que no hacían falta adivinanzas.
Su melena era de un rubio dorado, sus cejas igual y lo mismo el vello que decoraba su pubis. Pasé la mejilla por él dejando que los pelos de mi barba se enredasen con los suyos. Aspiré fuerte, me encantó su olor. No me hubiese movido de ahí, apoyado en su pubis, acariciando su culo… pero ella se quejó cuando le toqué la herida. Le di la vuelta para verla mejor. Era una rozadura de varios centímetros pero muy superficial. No sabía por qué pero esa pequeña herida le hacía el culo más bonito aún.
Le acaricié las nalgas redondeadas y le pedí que se agachase un poco. Ella lo hizo, creo que pensando que le iba a mirar la herida. En realidad me encantó ver su delicado ano festoneado justo encima de los carnosos labios mayores que enmarcaban una encarnada vulva jugosa. La acaricié y ella suspiró. Se había dado cuenta de que no le estaba mirando la herida.

- ¿Qué haces? -me preguntó.
- Mirarte el culo.
- Me da vergüenza.
- Vete acostumbrándote.

Metí la cara entre sus nalgas para besarle el coñito. Ella se agitó pero no intentó esconderlo, al contrario, se agachó un poco más para facilitar mi acceso. Aproveché para meter la lengua y quedarme un instante empapándome de su aroma. Me encantó.
Le sujeté de una mano y la ayudé a meterse en la bañera. Se quedó un poco parada porque el agua estaba bastante caliente, pero enseguida metió el otro pie y se fue agachando sentándose poco a poco. Le costó, sobre todo cuando posó la nalga herida sobre el agua caliente pero hizo un esfuerzo y siguió, consciente del beneficio que le proporcionaba la calidez del baño. 
Cuando estuvo totalmente recostada el agua le llegaba a los pechos. Su respiración se hizo regular y profunda. Tenía los ojos cerrados y estaba totalmente relajada. Con la mano le eché agua sobre los hombros para que todo su cuerpo estuviese a la misma temperatura y me fui al salón a poner en el equipo de música la primera cara del LP de Yes, “The Revealing Science of God”. 
Cuando volví al baño la besé en los labios y ella abrió los ojos como Cenicienta despertándose de un profundo sueño. Me miró un tanto extrañada y aproveché para desnudarme ante ella. No fue un estriptis coreografiado, la música que llegaba del salón, mística y misteriosa, tampoco se prestaba a ello pero proporcionaba un marco original. Me desabroché la camisa y me la quité. Sin agacharme me descalcé quitándome los zapatos ayudándome sólo con el pie contrario. Luego, doblando cada pierna agarré los calcetines por el talón quitándomelos de un movimiento. Cuando estoy solo no lo hago así, pero no me gusta quedarme en calzoncillos y calcetines delante de una chica.
Ella me miraba complacida. Con una mano se acariciaba la entrepierna al mismo tiempo que con la otra se pellizcaba los pezones. Sus pupilas se fueron dilatando y su respiración se agitó mientras yo me desabrochaba el cinturón y los botones del pantalón. Cuando me lo quité vi que llevaba un slip azul marino. Como no pensaba que me iba a pasar nada de esto no recordaba qué calzoncillos me había puesto. Iba a tener razón mi madre cuando me decía que siempre tenía que ir limpio y arreglado porque nunca se sabe cuándo vas a tener que ir al médico. Bueno, en mi caso no era por lo del médico.
Ver a Esther mirándome desde la bañera, masturbándose con ojos ansiosos, me excitó mucho y cuando me quité el slip tenía una erección considerable. Cuando ella se quedó mirándome la polla sin disimulo la erección fue total. Me giré y con el pretexto de recoger los calcetines y la otra ropa del suelo me agaché para que me viese bien el culo y el escroto entre los muslos, uno de mis mejores ángulos, modestia aparte.
Ella apreció el detalle e incrementó la frecuencia y potencia de la manipulación de sus partes íntimas. Le pedí que no se apresurase y que me dejase hacer a mí. Me acerqué a la bañera y me arrodillé a su lado. Con la mano le ponía agua por los hombros y luego la bajaba recorriendo su piel, dando un ligero masaje en el dolorido costado y siguiendo hasta su entrepierna, que acariciaba con suavidad pero sin entretenerme demasiado para que su excitación fuese aumentando.
Cuando vi que necesitaba más un orgasmo que un masaje, le pedí que se echase un poco hacia adelante y me metí en la bañera detrás de ella, así quedaba sentada entre mis piernas, con su espalda apoyada en mi pecho y mis manos libres para acariciar su coño o sus tetas mientras le podía lamer el cuello o morder los lóbulos de sus orejas.
No podía creer lo que la suerte me había deparado. Mis sueños más ambiciosos se estaban haciendo realidad. Tenía entre mis brazos a la chica que más me gustaba, a la más inaccesible de la facultad y parecía que sus deseos y los míos estaban en sintonía.
Procuré masajear su costado magullado, pero su cuerpo tenía ahora otras necesidades. Mis dedos acariciaban los labios de su vulva, de arriba abajo pero sin meterme entre ellos. Con el otro brazo sobre sus tetas sentía como su respiración se agitaba. Le pedí que intentase respirar profundamente pero de manera más pausada. “Tú no hagas nada, déjame a mí” le pedía susurrándole al oído. Poco a poco su ritmo bajó y su cuerpo acabó reposando suavemente sobre el mío.
Mis dedos entraron entonces entre sus labios menores, en una vagina extremadamente suave. Friccioné la pared interna, la parte superior del canal, buscando las terminaciones posteriores del clítoris, estimulándolo así desde dentro. De esa manera se evita el rechazo que puede provocar la manipulación apresurada de la cabezuela situada entre los labios. Bueno, la verdad que en ese momento no sabía toda esa teoría, era un conocimiento práctico conseguido a base de innumerables episodios de ensayo-error, lo que habitualmente se dice “el que la sigue la consigue”, por no ser tan pedante.
Esther intentaba seguir las instrucciones que le susurraba al oído pero la verdad es que a pesar de mis cuidados se iba agitando más de lo que pretendía. Al final me di por vencido y le dije “No te contengas, disfruta haciendo lo que te pida el cuerpo”. Ella se empezó a agitar gimiendo cada vez más fuerte. Su cuello se retorcía buscando mi boca, su mano apretaba la mía contra su entrepierna haciendo que estimulase el ahora sí durísimo clítoris de manera casi violenta.
Con su otra mano apretaba también la mía obligándome a estrujar sus pezones mucho más fuerte de lo que yo solía hacer. Su cuerpo se agitaba en la bañera, dejé de intentar sujetarla. El agua se derramaba en el suelo del baño y agradecí que mi madre no volviese hasta dentro de dos días. Con esos movimientos frotaba su espalda contra mi pecho y mi polla recibía las presiones oscilantes de lo que me hubiese hecho ilusión que fuese su culo, pero que resultó ser su cintura. Yo también estaba muy excitado, menos mal porque de no haber tenido la polla tiesa y hacia arriba sí que me la habría aplastado con los botes que daba sobre sus nalgas.
Aprovechando esos botes, mi mano frotaba intensamente el clítoris y se introducía en la vagina agarrándosela con tanta fuerza que estaba seguro que mañana tendría el coño dolorido. Sus gemidos se convirtieron en sonoros jadeos y éstos en gritos apenas contenidos. Los vecinos también solían irse de fin de semana pero algún día alguien se quejaría a mi madre.

- ¿Me puedo correr? -me preguntó articulando con tanta dificultad que me costó entenderla.
- Claro, de eso se trata.
- ¿Tú?
- No te preocupes ahora por mí -contesté. La verdad es que estaba tan centrado en ella que ni siquiera había pensado en mi propia excitación.

Esther se corrió en un orgasmo apenas contenido. Era una chica bien, probablemente su educación le impedía ceder totalmente a las necesidades de su cuerpo. Una agitación violenta provocó una inundación aún mayor del suelo del baño. Sus gritos iban en aumento, pero en el momento del orgasmo ella misma se tapó la boca resoplando sólo por la nariz en un bramido difícil de ubicar pero claramente sexual. Después de eso su cuerpo se relajó totalmente quedándose desmadejado sobre mí. Un leve respingo me indicó que su clítoris no aguantaba más estimulaciones y me limité a acariciar su piel y echar sobre ella agua que aún se conservaba tibia. Podríamos estar un rato más en la bañera antes de que la temperatura fuese desagradable.

- Estoy ovulando -me dijo después de un rato.
- ¿Qué? -pregunté sin comprender en ese momento el porqué de la información.
- Que estoy ovulando.
- ¡Ah! -caí de repente un tanto maravillado de su capacidad propioceptiva- Ya te notaba yo muy sensible.
- Sí, pero no te lo digo por eso.
- Ya, ya, que o no follamos o lo hacemos con condón.
- Lo hacemos con condón- aclaró ella para mi alivio.

La ayudé a ponerse de pie empujándole la espalda y el culo desde abajo. La imagen del agua resbalando por la piel de sus nalgas y sus muslos era altamente erótica. La herida del culo tenía mucho mejor aspecto y el hematoma del costado había perdido intensidad.

- ¿Te duele? -pregunté tocándole la nalga.
- Un poco, casi nada y el costado también está mejor. Has tenido muy buena idea con lo del baño.
- Bien, bien -dije levantándome y yendo a por una toalla- Ten cuidado de no resbalarte, no te vayas a caer otra vez ahora que estás mejor.
- Uff, es verdad, todo el suelo está lleno de agua.
- Es que no imaginaba que fueses tan fogosa -dije riéndome mientras le di la toalla y salí a la cocina a por una fregona.

Cuando terminé de recoger el agua la ayudé a secarse. No hacía falta pero me gustaba frotar la tela de felpa por su cuerpo. Era una situación ingenua. Ella de pie con la piel mojada y yo a su lado pasándole la toalla para secar sobre todo los recovecos y los pliegues en los que se acumulaba la humedad, allí era especialmente cuidadoso, tanto que algún dedo se colaba entre los rizos de la tela para estimular las zonas más sensibles.
Esther acabó seca pero con los labios de la vulva totalmente mojados. La llevé de la mano al vestidor. Me llevé también la toalla, aunque estaba algo húmeda vendría bien para proteger el puf que coloqué en el centro de la habitación. Ella se arrodilló en él sin que se lo pidiese.

- Apóyate con los codos, así, que se abra bien el culo. Perfecto ¿te ves el culo y el coño?
- No, me tapo yo misma -dijo intentando moverse para poder verlo.
- No, no. No te muevas, es cuestión de orientar los espejos -le indiqué mientras buscaba la posición adecuada abriendo las puertas de los espejos. Tenía bastante práctica, no tardé nada.
- ¡Joder! -exclamó cuando la imagen de su culo apareció reflejada delante de ella.
- ¿Qué te parece?
- No sé, no me había visto nunca en esta posición. Me siento totalmente expuesta. Me da apuro verme así, imagina si pienso que me ves tú.
- A mí apuro no me da -dije situándome para que viese también mi polla tiesa.
- Joder, es súper morboso, es como verme en una porno.
- El sexo que me gusta tiene mucho de pornográfico.
- Había oído cosas de ti pero nunca te había imaginado tan pervertido.
- ¿Yo soy pervertido? Pues tu coño está cada vez más mojado -dije metiendo dos dedos entre los labios de su vulva hasta su vagina, luego los saqué y le enseñé la mucosidad que había entre ellos- ¿ves?
- Es raro, estoy avergonzada y excitada al mismo tiempo.
- Aprende a disfrutar de esa sensación, conmigo la vas a experimentar muchas veces.

Cuando ahora transcribo mis notas de ese encuentro me sorprendo de la seguridad que demostraba con diecisiete años. Pienso que, edad por edad, entonces éramos mucho más maduros que ahora, pero de todos modos siempre he tenido tendencia a mostrar más confianza de la que a veces tenía, lo que es algo de agradecer en una profesión como la mía.
Sabiendo que me veía por el espejo me agaché para lamerle una nalga. La punta de la lengua recorrió su culo en piel de gallina. De vez en cuando sentía cómo temblaba, sobre todo cuando creía que se la iba a meter en el ano pero luego me alejaba bordeando la raja entre las nalgas. El culo abierto es algo que a todos nos da mucho pudor, pero llevábamos un buen rato en la bañera, toda su piel olía a limpio. Claro que le iba a meter la lengua en el ojete, que era pequeño y con un reborde fino que me encantaba. Lamerlo no sería problema, el problema sería cuando no me contentase con besarlo, pero eso no sería hoy.
Metí la cara obligándola a abrir un poco las piernas para que le pudiese lamer la parte interna de los muslos. Bajé por ellos hasta las rodillas, de las que lamí el hueco posterior. Esther gimió y se empezó a acariciar el coño, dejé que lo hiciese, quería que se sintiese cómoda. Me puse delante de ella y la hice incorporarse. La besé en los labios y bajé lamiendo el cuello hasta las tetas. Le mordí los pezones. Sus gemidos eran una mezcla de dolor y excitación.
Dejó de masturbarse y empezó a acariciarme la espalda. Subí hasta su boca y le mordí el labio inferior. Ella jadeaba y sus manos bajaron por mi espalda hasta la cintura. Me agarró el pene y empezó a masturbarme. Pasó la yema del pulgar por la punta del glande que estaba mojada de líquido preseminal. Se pegó a mí mientras su mano guiaba mi miembro hacia los labios de su vulva. Notaba su clítoris duro rozando mi glande. Mientras nos besábamos con los ojos cerrados podía imaginar los fluidos de ambos mezclándose. En esa posición no era fácil la penetración, Esther sólo se estaba estimulando con mi pene, pero recordé lo de que estaba ovulando y cualquier espermatozoide avispado tendría una autopista de fluidos para llegar a la meta.
Le indiqué que volviese a agacharse abriendo el culo. Me puse de rodillas detrás de ella, le separé las nalgas y le metí la lengua hasta el ano. Ella se sorprendió inicialmente, pero luego se dejó hacer hasta que disfrutó visiblemente de esa situación. Bajé un poco la cara y dejando que sintiese mi aliento en el perineo le empecé a besar los labios mayores. Pensé que se lo esperaba pero cerró las nalgas. Se las abrí con las manos para llegar mejor. Le mordí esos labios carnosos. Jadeó pero esta vez se abrió para dejar que entrase. Aunque la chica estaba totalmente entregada, su respiración agitada me indicaba que había algo más que excitación sexual. Aunque le gustaba, a Esther le daba vergüenza lo que le estaba haciendo, mucha al parecer. Aunque ella no era virgen era la primera vez que la estaban comiendo el coño. Para una chica de diecisiete años en la España de 1975 el cunnilingus no era algo habitual, así que no quise abusar de esa primera vez.
Me separé de su coño, me sequé la cara con el dorso del brazo y saqué de su funda un condón que me puse con rapidez. Acerqué el pene a la entrada del coño y lo metí con un empujón enérgico, sin delicadeza. Ella estaba muy lubricada, la polla entró con suavidad pero mucho más rápido de lo que ella esperaba. Con la impresión sentí su vagina se ceñía con fuerza entorno a mi pene. Aproveché eso para separarme un poco haciendo que el miembro saliese rozando las cálidas paredes del canal que lo albergaba y cuando el glande estuvo fuera lo empujé otra vez hacia el interior con igual energía.
Noté sus dedos en mi polla. Esther se estaba acariciando el clítoris con la mano y sus dedos también en me rozaban el pene. Incrementé el ritmo de mis caderas y su respiración se fue agitando conforme se iba excitando más y más. La mía también pero estaba más pendiente de ella.
Cuando vi que se iba a correr paré y saqué la polla casi abruptamente. Ella me miró sorprendida. “Túmbate de espaldas, boca arriba”, le pedí. Con expresión contrariada me obedeció, no estaba acostumbrada a que la cortasen un orgasmo cuando ya estaba apunto. Me arrodillé entre sus piernas. Se las levanté y apoyé sus pantorrillas sobre mis hombros. Así podía acariciarle los muslos y ser yo quien le masajeaba el clítoris. Ella estaba en una posición un poco incómoda. El puf llegaba a la altura de mi polla estando de rodillas, pero era algo corto, teniendo el culo el el borde la cabeza de Esther quedaba colgando hacia atrás por el otro lado. Aunque eso le permitía ver nuestra imagen en los espejos era una postura incómoda y acabó entrelazando los dedos de las manos detrás de la nuca para sujetarse la cabeza y así mirarme.
Sin pretenderlo la tenía prácticamente inmovilizada. Aunque ella estaba al borde del orgasmo y su cuerpo se arqueaba con intensidad para lograr una mayor estimulación del clítoris contra mi polla, yo bajé el ritmo hasta casi la quietud. Movía las caderas muy lentamente para que el pene entrase y saliese con suavidad de una vagina que me atenazaba.  Con el pulgar le masajeaba el clítoris con igual lentitud, como si estuviésemos iniciando el juego amoroso en vez de estar a punto de terminarlo. Esther intentaba tomar el control de los músculos de su vagina y, como si estuviese haciendo ejercicios del suelo pélvico, se esforzaba por sacar la máxima estimulación de la lentitud de mis movimientos.
Me miraba con el entrecejo fruncido sin entender mi actitud. “¡Fóllame de una vez!” Me gritó. Un sonoro azote en la nalga contribuyó a que al final se diese por vencida y me dejase hacer. Su respiración se relajó, se hizo profunda y pausada, su vagina dejó de apretarme y a partir de ahí fui manejando su sensibilidad a mi gusto.
Eché un poco el cuerpo hacia adelante. Como sus pantorrillas seguían sobre mis hombros, su vulva se abría cuando ella se estremecía y mi miembro, aunque lentamente, la penetraba con mayor profundidad y Esther suspiraba cuando llegaba al fondo.
Con la mano izquierda le acariciaba una teta. Sin apretar, sin pellizcar, sólo le masajeaba los pechos, primero uno y luego el otro.
El pulgar de la mano derecha lo mantenía sobre su clítoris, estimulándolo mucho más suavemente de lo que ella necesitaba.
Notaba como apretaba sus nalgas para alzar el culo y apretarse contra mí. Comencé a presionar con más fuerza el clítoris con el dedo, al mismo tiempo que con la mano que acariciaba las tetas las fui apretando con creciente intensidad y mis caderas empujaban contra su entrepierna cuando la polla se introducía totalmente en su cuerpo. Lo hacía con tal fuerza que el puf empezó a deslizarse por el parqué.
Suavemente pero cada vez con más intensidad nos fuimos excitando los dos. Jadeábamos con cada empujón. Esther dejó de mirarme. Cerrando los ojos se mordía el labio mientras giraba la cabeza hacia un lado buscando encontrar la postura óptima para maximizar el placer que la estaba volviendo a inundar.
Su pecho subía y bajaba sobre el puf. Su respiración profunda se agitó y con las piernas empujaba mis hombros para levantar su pelvis y así sentir con más intensidad mi polla dentro de ella.
A mí me ponía un montón verla así, haberla manejado llevándola hasta casi el orgasmo y parar para empezar desde el principio otra vez. Sentía que podía mantener ese juego indefinidamente pero si yo estaba cansado ella debería estar agotada por la postura. Entonces fui dando más intensidad a mis movimientos, dejando que el placer llegase a todas nuestras terminaciones nerviosas. La respiración de ambos se agitó y sentí que me llegaba el orgasmo. Ella, viendo que esta vez no iba a haber vuelta atrás, se dejó llevar también y se corrió temblando sobre el puf. Dejó de aguantarse la cabeza y me clavó las uñas en los brazos mientras esta vez no intentaba ahogar el grito que acompañó a su orgasmo.
Yo me corrí inmediatamente después, justo antes de que su cuerpo se relajase quedando en una postura extraña, con la cabeza colgando del borde del puf. Saqué el pene de su vagina. El preservativo estaba inflado de semen. Sin quitármelo cogí a Esther por debajo de los hombros y los muslos y la levanté para llevarla hasta mi cama. La jodía pesaba lo suyo, era grande pero en esos momentos me sobraba adrenalina. 
Su respiración ahora volvía a ser profunda y pausada. Estaba totalmente relajada y con los ojos cerrados, parecía dormida pero sabía que no lo estaba, sólo se estaba recuperando, sin fuerzas para abrir los ojos y menos para hablar. En ese momento tuve una idea y no era el momento de pedir permiso. Me acababan de regalar una cámara Polaroid, de esas que sacaban fotos instantáneas y que se te revelaban en la mano. Cogí la cámara, busqué un buen encuadre y le hice una foto así, tendida desnuda sobre mi cama. El ruido de la fotografía saliendo por el frente de la cámara le hizo abrir los ojos.

- Tranquila, no pasa nada -le dije- Sigue descansando.

Ella volvió a cerrar los ojos y yo dejé el negativo apoyado boca abajo mientras que la imagen se iba formando. Fui al baño, me quité el condón y lo vacié por el inodoro. Hice pis, me refresqué un poco y volví a la habitación. Cogí la foto que ya se veía bastante bien y me senté en la cama al lado de Esther. Ella se giró hacia mí y alargó un brazo para tocarme la pierna. Me quedé así abanicándome con la foto hasta que ella abrió definitivamente los ojos.

- Hola -me saludó sonriendo.
- Hola, mira -le dije enseñándole la fotografía.
- ¡¿EH?! -exclamó, sorprendida y un tanto asustada- ¿Por qué me has sacado una foto?
- Porque estabas preciosa. Toma, es para ti, para que tengas un recuerdo -respondí cambiando al instante de idea. Me hubiese gustado quedarme la foto pero entendía que eso la preocupase- Haz con ella lo que quieras, pero yo la conservaría.
- Sí, es bonita -admitió- ¿Pero por que hablas de tener un recuerdo? ¿No lo vamos a repetir?
- ¡Claro! -exclamé mientras me inclinaba sobre ella para besarle la espalda- Muchas veces, pero ya nunca será como esta primera vez.

Entonces no me lo planteé pero implícitamente nos habíamos comprometido y creo que para ser algo más que follamigos. Ni que decir tiene que yo estaba encantado.
Nos desperezamos y tras una ducha rápida nos vestimos y la acompañé a su casa. Fuimos en autobús y metro, así tuvimos más tiempo para hablar, pero se nos hizo corto. Cuando llegamos me propuso que la esperase en un bar mientras ella subía a su casa y llamaba a su amiga Sonsoles, con la que había quedado para salir esa noche. Le pondría alguna excusa y así estaríamos libres para ir nosotros a tomar algo. Caí en que Ángel también estaría preguntándose qué había pasado. A mí no se me había ocurrido llamar para darle una explicación.
Acabamos tomando una pizza en Topics, un restaurante autoservicio que había en Diego de León, lejos de las zonas que solían frecuentar nuestros amigos. Fue curioso porque acabamos sincerándonos el uno con el otro. Sorprendentemente ella pensaba de mí casi lo mismo que yo de ella. Que yo era un presumido rodeado de tías que harían cualquier cosa por ligar conmigo y eso me había convertido en un engreído que pasaba de ella porque no estaba dispuesta a hacerme la pelota para conseguir mi atención. Nos reímos mucho al darnos cuenta de todo lo que teníamos en común los dos y lo mucho que teníamos que aprender el uno del otro. 

- Ya sé que no tenemos prisa pero… ¿qué vas a hacer mañana? -pregunté.

FIN

Continúa en: "Las fotos de Sonsoles"

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