Me cago en todo lo cagable. Soy tonta del culo. No soy más tonta porque no me entreno. Y este hotel puede estar cerca del centro pero no me gusta. ¿Y qué más me da que esté cerca del centro si no me apetece salir?.
Ya verás, el Hotel Príncipe Pío está a dos pasos de la Gran Vía, podrás ir a ver El Rey León, El Guardaespaldas… Joder que no quiero ir al teatro sola y me me han jodido el cumpleaños
Cuando los de recursos humanos le dijeron que tenía que ir a una reunión a Madrid el lunes 16 ya no le gustó. Cuando le dijeron que era a primera hora menos aún y cuando le dijeron que la única manera de llegar era ir la tarde anterior y pasar la noche en Madrid ya se subió por las paredes. Joder, que el 15 era su cumple. Y… ¡es el cuarenta! Joder, joder, joder…
La boba de recursos humanos nunca me había visto enfadada de verdad, pensó Elena, a partir de ese día supo que con ella, cuando se le agitaba la respiración, entornaba los ojos y le palpitaban las sienes era mejor meterse las bromas por el culo.
Si el capullo de Alberto estuviese aún en Madrid habrían tenido un encuentro tan interesante como el de Santiago. Aún mojaba las bragas cuando se acordaba de aquellos dos días. Hoy podrían haber seguido y hubiese sido un cumpleaños ideal. Pero no, el señorito se había tenido que ir a Palma justo hace una semana. Joder también es mala suerte. Lo de Santiago había estado genial, pero Alberto la había tratado con mucha delicadeza. Eso estaba bien, no la había querido asustar, pero si ahora se volviesen a encontrar ella quería ser más perra. Quería sentirse dominada, quería pertenecer al amo experimentado que hasta ahora sólo la había tratado con cariño.
Mientras deshacía la maleta en la habitación del hotel miraba con tristeza el conjunto de lencería que le había regalado. Y el collar de perrita. Y el Lush, el huevo vaginal controlado por el móvil… Esperaba que Alberto se conectase pronto y empezar a jugar con todo ese material. Con él siempre se ponía cachonda. Hoy sola en un hotel tendría total libertad para hacer travesuras, pero pensando lo que podría haber sido si hubiesen tenido un encuentro real, todo eso le sabría a poco. Esperaba un mensaje suyo de un momento a otro, mejor que se fuese preparando.
Su compañero de fantasías sexuales siempre era muy atento. Cuando se enteró de que iba a Madrid le preguntó en qué hotel se iba a alojar y a qué hora llegaba y le hizo un montón de sugerencias sobre cosas qué hacer a esas horas y en esa zona. No tengo ganas de hacer turismo sola, le dijo. Y hasta el día siguiente no me voy a encontrar con nadie. Va a ser un coñazo, me han jodido el cumple pero bien. Bueno, yo te haré compañía le dijo él. Era un consuelo. Venga, anímate Elena, se dijo. Ponte el lush, el conjunto, con el tanga al revés, el collar y mándale una foto por dm, verás qué pronto aparece.
Estaba a medio cambiar, desnuda, cuando llamaron a la puerta.
- Buenas tardes. Servicio de habitaciones.
- No he pedido nada.
- Es un obsequio.
Debería ser cosa de su empresa. Se puso una toalla alrededor y buscó la cartera para darle una propina. Pero al abrir la puerta…
- ¿Alberto?
- ¡Feliz cumpleaños cielo!
- ¡Alberto! -exclamó rodeándole el cuello con los brazos, mientras le besaba con entusiasmo.
La toalla, de repente suelta, resbaló hasta la moqueta, aunque a ninguno de los dos pareció importarle esa imprevista exhibición en el pasillo.
- Supongo que me estabas esperando a mí ¿no? ¿O interrumpo algo? -preguntó él con sorna mientras sus manos iban acariciando la espalda de ella y agarrando con fuerza sus nalgas.
Le calló besándole otra vez pero se separó de sus labios para decir:
- Pasa gilí o te follo aquí mismo.
- ¿Punto para Albertiño?
Volvió a besarle con fuerza. Y de repente cayó en lo extraño de la situación.
- ¿Pero cómo…?
- ¿Por qué te crees que te preguntaba dónde ibas a estar, a qué hora llegabas…?
- ¿Sabes que contigo es difícil aburrirse?
- Vaya, pensé que me ibas a decir que conmigo era difícil tener secas las bragas.
- Pues no, listillo, porque eso es imposib…
Ahora fue el beso de él lo que interrumpió su frase.
- Bien y después de los saludos de rigor qué te parece si vamos al lío, que sólo tenemos esta noche. Te he traído un regalito, pero antes te tienes que preparar.
- Mira, ya lo tenía preparado -dijo ella enseñándole sus regalos de la vez anterior, que estaban extendidos sobre la cama- Pensaba irte mandando fotitos para motivarte.
- Contigo poca motivación necesito, pero veamos, porque yo tengo una idea diferente.
Estuvo mirando las prendas que había sobre la cama. Examinó su ropa interior, sus medias, el traje de chaqueta que había traído para la reunión de mañana, el pijama…
- Esto no lo vas a necesitar.
- ¿Qué?
- No esta noche.
Al final sólo eligió un liguero que ella había llevado sin saber bien para qué y unas medias negras que, junto con unos zapatos de tacón, Elena pensaba ponerse para la reunión del día siguiente.
- ¿Sabes qué me gusta más que desnudar a una mujer? Vestirla. Ven, siéntate en la cama.
Y acto seguido se arrodilló delante de ella, cogió las medias con las manos y comenzó a ponérselas con la soltura del que no lo hace por primera vez.
Los labios de su vagina estaban expuestos ante los ojos de él y eso la excitaba, pero él sin embargo sólo miraba a los ojos de ella.
- Me gusta tu mirada. Es sincera. Me dice que te gusto.
Ella apenas respondió con un gemido, mientras se llevaba la mano a la húmeda vagina para estimularse.
- No -dijo él- Un poco de paciencia, quiero pillarte con ganas.
- ¿Más?
- Levántate, voy a ponerte el liguero.
Ella se levantó y él, todavía de rodillas, se lo abrochó a la cintura, luego enganchó las medias. Tenían elástico, no necesitaban liguero, pero le gustaba la estética. A ella también y se la veía completamente satisfecha de la situación que estaba viviendo.
Aunque fuese un momento, aunque no fuese real, le gustaba sentir que era la sumisa de Alberto. Sí, de hecho la situación no la disgustaba en absoluto.
Levantándose cogió el collar y se lo ajustó a la chica en el cuello. Quedaba muy elegante.
- Mmmmm estás sensacional, casi perfecta. ¿Quieres ser mi perrita?
Elena afirmó con la cabeza sin decir palabra.
- Bien, veamos -siguió él. Y sentándose apoyando la espalda contra el cabecero de la cama le dijo- Yo también quiero que seas mi perrita, mi perrita en celo. Actúa como si lo fueses.
La chica se subió a la cama y a cuatro patas empezó a restregase contra él, contra el bulto que su pene marcaba en el pantalón. A continuación se puso tal cual estaba mirando a los pies de la cama asegurándose que su vulva y su ano quedaban bien abiertos delante del rostro de Alberto.
Ella misma podía sentir el olor de los fluidos que la inundaban. Aroma del deseo carnal, del sexo animal. En otra situación se habría avergonzado. Ahora no, ahora sólo deseaba el contacto de su amo. Sentir su lengua dentro de la vagina, sus dedos en el ano separándole aún más las nalgas. Estaba salida como una perra, mojada como una colegiala, cerda como una puta. Si Alberto le besaba la vulva se correría ahí mismo.
- ¿Quieres ya tu regalo?
Ella afirmó con la cabeza.
- No te oigo.
- Ssssí -dijo Elena de manera temblorosa, con el hilo de voz que surgía entre los supiros del deseo- Dale a tu perra su regalo.
- Vale, espero que te guste -dijo él y metió dos dedos en su vagina, que estaba ardiente y viscosa.
Alberto se humedeció los dedos en los flujos de Elena y acto seguido metió primero uno y luego el otro en el ano de ella, dilatándolo al principio suavemente y luego con más energía.
Toda Elena era un nervio en tensión. No era la estimulación que esperaba pero así y todo se sorprendió gritando por la oleada de placer que la recorría desde su ano.
Él no debía estar satisfecho con el resultado. La escupió en el culo para que la saliva aumentase la lubricación. Era la primera vez que le hacían eso. Le sorprendió lo agradable que era. La otra vez lo hicieron en la ducha. Fue muy placentero, pero esta vez era menos higiénico, más animal. El morbo la hacía chorrear tanto que debería estar poniéndole perdidos sus pantalones… o las sábanas… o las dos cosas. La verdad es que le importaba poco.
Alberto volvió a escupirle una y otra vez hasta que el esfínter estuvo totalmente dilatado y relajado. Sólo entonces estuvo satisfecho y dijo:
- Vamos ya con el regalo.
- Mmmm me estás malacostumbrando. Sólo tú me haces anal. Seré tu perrita dependiente.
- ¿Anal? ¿ese crees que es el regalo? ¿que te folle el culo?
- ¿No?
- No
En ese momento algo grueso y frío se introdujo en su ano, que con la sorpresa se cerró en el acto aprisionando lo que fuese que la había penetrado.
Se giró para ver qué era pero no logró ver nada. Sólo sintió que algo muy suave le rozaba las nalgas.
Alberto la apartó un poco y salió de la cama. Luego le puso la correa en el collar y la hizo bajar a ella. A cuatro patas. La llevó ante un espejo de cuerpo entero que había en la habitación. Y allí lo vio. Le había colocado un plug anal de cola de perrita. Ella lo acarició y se lo frotó contra las nalgas. Era muy, muy suave. Tenía que reconocer que le gustaba.
- Mira que tienes el culo bonito, pero con esto lo es aún más.
- Gracias, la verdad es que queda bien.
- A ver qué tal lo mueves -dijo y estirando suavemente de la correa la hizo dar una vuelta por la habitación- Mmmmmm genial. A ver de pié. Camina. Haz que se mueva al andar. Perfecto. Te adopto como perrita.
- Joder, es que consigues de mí lo que quieres.
- Intento adivinar lo que te gusta y me centro en eso. Tanto mérito no tengo.
- Y te doy bastantes pistas. Lo sorprendente es que las captas todas.
- Jajajaja, vuelve a no ser mérito mío. Sabes perfectamente lo que me gusta y te centras en ello hasta que parece que se me ha ocurrido a mí.
- Otro punto para Elena.
- Me encantas.
- Y tú a mí.
Mientras se abrazaban y se besaban Elena apretaba las nalgas para sentir el plug. Era una sensación extraña, pero muy agradable. Se podría acostumbrar a ello. Otra cosa es cómo presentarse con eso en casa. Bueno lo tendría que esconder al lado del lush.
- Bueno, vamos con lo último y nos vamos a dar una vuelta, que tenemos que cenar algo.
- ¿Me vas a pasear como a una perra? -preguntó ella asustada.
- ¿Te fías de mí?
- Sí -afirmó ella con rotundidad.
- Bien, pues sigue haciéndolo. ¿Dónde está el lush?
Entre tanto ajetreo estaba escondido entre las sábanas. Lo cogió, lo encendió y se lo colocó a ella en la vagina. Abrieron la aplicación en los móviles y a partir de entonces Alberto tuvo el control del aparatito.
- Un, dos, tres, probando.
- Aaaayyyy -dijo ella- Se recibe la señal Houston, fuerte y claro.
- Bien ¿qué has traído de abrigo?
- Un chaquetón.
- Póntelo.
- ¿Así, sin nada más?
- Sí, a ver cómo te queda.
- A medio muslo, no es que tape mucho, para no llevar nada más digo.
- Suficiente. Mira, a pesar de todo lo que ha llovido hoy hace muy buen día. La primavera de Madrid es muy agradable. Frío no vas a pasar. Con el chaquetón abrochado sólo se te ven las medias. Parece que llevas una falda corta. Nadie sospechará que sólo llevas una colita de perra y un huevo vaginal. Si no te agachas a coger algo del suelo claro.
- Déjame que me ponga unas bragas.
- Mira, salimos un momento a la calle. Si tienes frío volvemos y cenamos en la habitación.
Sin mucho convencimiento por parte de ella salieron. Se iba mirando por los espejos y la verdad es que no parecía que fuese desnuda por debajo del chaquetón. Frío no hacía, así que se sintió con fuerzas para dar una vuelta.
Fueron paseando y con unos cuantos toques del lush llegaron hasta la Plaza Mayor. Allí en varias tascas tomaron patatas bravas, pinchos de tortilla, bocadillos de calamares… varias cervezas y más toques de lush.
- Cabronazo, estarás disfrutando ¿no?
- Mucho ¿y tú?
- Mmmmm también. Bueno es un poco raro. Tengo que apretar el coño para que no me caiga el puto huevo, porque voy chorreando. Pero cuanto más aprieto más efecto me hace cuando le das, más chorreo y así voy.
- Pues toma, punto y toque para Elena.
- ¡Cabrón!
- Yo también te quiero.
La vuelta se le hizo a Elena más corta. Siempre pasa, pero es que además los dos iban más rápido porque tenían prisa por estar otra vez en la habitación.
Al llegar, Alberto se dirigió no a su hotel sino a uno que había al lado.
- No es éste -dijo ella.
- Lo sé, este es el Jardines de Sabatini. Me gusta más, tengo un apartamento aquí. Las vistas son espectaculares, ya verás. Mañana madrugamos un poco y recogemos tus cosas antes de que te vayas a tu reunión.
La habitación era amplia, tras un ventanal había una terraza desde la que se veía el Palacio Real iluminado.
- Sí que es bonita.
- Y es ideal para mis propósitos.
- ¿Qué propósitos?
- Te voy a enseñar los principios de la doma clásica.
- No soy sumisa.
- Y yo no soy amo. Ya no. Pero hoy vas a probar lo que siente una sumisa cuando tiene un amo de verdad. Mira me he traído algunas cosas de mi caverna.
- ¿Aún tienes el trastero?
- Sí, es muy útil. Bueno ¿te apetece o echamos un polvo y nos dormimos?
- Me apetece.
Alberto, le quitó el chaquetón y la puso a cuatro patas. Le colocó una mordaza a modo de bozal. Una de la que habían hablado con anterioridad y que obligaba a la sumisa a tener la boca abierta.
Era incómoda y aunque no hicieses mucho esfuerzo acababas jadeando. Con una varita Alberto la fue guiando por la habitación, saliendo a la terraza. Los vecinos les podían ver, pero a esas horas no había nadie asomado.
Luego le quitó la colita y el lush y con una cuerda le rodeó una teta, el cuello, la otra teta, otra vez el cuello, bajando por la espalda hasta introducirse por la raja del culo, los labios de la vulva, otra vez el cuello, bajando entre las tetas, hasta que ayudándose con un dedo le hizo un nudo a la altura del ombligo para así dar varias vueltas alrededor de la cintura terminando anudando allí el otro extremo de la cuerda.
- ¿Qué tal? -preguntó Alberto.
- Muy incómoda.
- No he apretado mucho.
- Ya, ya, pero buf…
- Ponte otra vez a cuatro patas.
Con Elena en esa posición, Alberto le colocó unas pinzas, de las que colgaban unas anillas, en los labios de la vagina y otras en los pezones de las enrojecidas tetas. La presión de las cuerdas las había vuelto más sensibles y las pinzas, aunque no apretaban mucho, se volvieron muy molestas. Más aún cuando de su maletín sacó unas pesas que con un gancho se colgaban de las anillas de las pinzas.
- Alberto, sabes lo que estás haciendo ¿verdad?
- Tranquila, no estoy dañando nada y no te va a quedar ninguna marca.
Le colocó una pesita en cada pinza, muy poco para una sumisa real, pero suficiente para saber qué se sentía.
Con una fusta terminada en una plancha de cuero le azotó los muslos, las nalgas, las tetas… Toques sonoros, pero más estimulantes que dolorosos.
Luego le colocó una capucha en la cabeza y le hizo un montón de fotos. Si no fuese por el tatuaje de la barriga nadie la reconocería, pero eso se lo borraría con Photoshop. Quería que Elena tuviese todo un archivo de recuerdo de su cumpleaños en Madrid.
Luego, lentamente le fue retirando la capucha, la mordaza, las pesas y la cuerda. Al retirar sobre todo la cuerda, la sensación de bienestar fue total.
Alberto se desnudó mientras ella descansaba en la cama mirándole aún sorprendida por la experiencia. Delicadamente se acercó a ella y le separó las piernas. Su lengua en su vagina fue un bálsamo que aliviaba los escozores de su sexo.
Siguió pasando la lengua por la raja del culo, el ano, el cuello y la base de sus pechos, que era dónde más se notaban las marcas de las cuerdas.
La saliva aplicada delicadamente con la lengua le producía un alivio total. Era sensual, excitante, casi merecía la pena todo el sufrimiento anterior.
A continuación Alberto le aplicó un masaje por todo el cuerpo con una emulsión hidratante y allí la sensación de relax fue la más intensa que había experimentado en años.
Seguidamente se colocó un preservativo y sosteniéndose sobre manos y rodillas para no pesarla, la penetró vaginalmente. A pesar de la lengua y la crema, Elena tenía su sexo con la sensibilidad exaltada. Gimió. Se agitó. Él la tranquilizó.
- Relájate amor. Déjame hacer a mí, ahora me toca darte placer.
A ella le gustaba estar encima, controlar, pero ahora se había abandonado a lo que Alberto le quisiese hacer.
Él se movía con ligereza, con ritmo e intensidad creciente, presionando el clítoris en cada empuje y haciendo que el pene rozase en cada penetración las paredes de la vagina.
Ella ayudaba a la estimulación de ambos pues su canal vaginal abrazaba al pene de Alberto como si tuviese vida propia.
Con movimientos acompasados, abrazándose interna y externamente, los dos fueron abandonándose a la sensación de placer creciente que les iba llenando, hasta que el estallido se hizo inevitable y los dos lo recibieron dejando que las sensaciones les inundasen.
- Abrázame cabronazo.
- ¿Por qué me insultas? ¿No te ha gustado?
- Me ha encantado y te llamo cabronazo porque en dos días me has hecho dudar de todos mis convencimientos.
- Te entiendo y que sepas que yo también he ampliado mis horizontes contigo. Nos complementamos muy bien.
Se ducharon, enjabonándose cuidadosamente el uno al otro, aprovechando al máximo el placer del contacto. Ella se abandonó en sus brazos como siempre que estaban así. Aprovechando ese momento de relax él cogió de la repisa de la ducha un aparatito que había dejado medio escondido. Lo iba a estrenar con ella. Había oído hablar maravillas del chisme y decidió que Elena se lo merecía. Puso a cargar la batería nada más llegar al hotel y lo probó él mismo antes de ir a buscarla.
Se lo aplicó en el frenillo y se sorprendió muy agradablemente del resultado. Fue aumentando las intensidades para ver qué se sentía porque no quería pasarse cuando se lo aplicase a ella. Estuvo a punto de correrse pero paró, ya tendría tiempo de eso. Ahora, debajo de la ducha, mientras los dos disfrutaban del roce cálido de la húmeda piel, Alberto se situó a su espalda y la abrazó desde atrás, acarició su pecho y llevó una mano a su entrepierna. Elena la abrió para facilitar su acceso. Él le dijo al oído…
Luego, mientras Elena se secaba, él sacó de la nevera la última sorpresa, una tarta de cumpleaños y una botella de cava que había dejado enfriando.
Se lo aplicó en el frenillo y se sorprendió muy agradablemente del resultado. Fue aumentando las intensidades para ver qué se sentía porque no quería pasarse cuando se lo aplicase a ella. Estuvo a punto de correrse pero paró, ya tendría tiempo de eso. Ahora, debajo de la ducha, mientras los dos disfrutaban del roce cálido de la húmeda piel, Alberto se situó a su espalda y la abrazó desde atrás, acarició su pecho y llevó una mano a su entrepierna. Elena la abrió para facilitar su acceso. Él le dijo al oído…
- No abras los ojos.
- ¿Qué? -preguntó ella extrañada.
- Confía en mí.
No se lo esperaba y al principio se asustó. Alberto tenía un aparato en la mano que le pasaba por la vulva. Era como un pequeño aspirador que producía vacío. Daba un poco de repelús pero él siguió moviendo lentamente la mano buscando el sitio adecuado hasta que lo situó sobre el clítoris y entonces ese repelús se transformó en un agradable cosquilleo. Se le aceleró la respiración dejando que la sensación de la entrepierna se apoderase de ella. Era un agradable vacío semejante a cuando se lo sorbían, pero muy concentrado.
Alberto la abrazaba por detrás y también estaba excitado. Podía sentir su pene tieso entre sus nalgas mientras le mordía el lóbulo de una oreja y le pellizcaba un pezón. Con la otra mano accionaba los mandos del aparato y la succión se hizo más intensa e intermitente. Empezó a jadear y llevó la mano encima de la de Alberto para apretarla más contra su entrepierna. Él debía seguir manejando los controles porque la potencia y el tipo de estimulación cambiaba, haciéndose cada vez más intensa.
Empezó a temblar gimiendo. Él seguía sujetándola y sentía también su respiración excitada en el cuello. Subió la potencia. El zumbido del aparatito se hizo muy perceptible bajo el murmullo de la ducha y sólo lo tapaban sus propios gemidos. Llegó un momento en que no pudo aguantar más y se corrió estremecida en medio de un grito que no pudo contener. Había sido el orgasmo más rápido que recordaba.
- ¿Qué coño es eso? -preguntó cuando se repuso.
- ¿Te ha gustado?
- Muchísimo.
- Es un succionador de clítoris. Había oído muchas cosas sobre él, tenía curiosidad y pedí uno. Veo que no me han engañado.
- Joder no, ¿cuesta mucho?
- Quizás no debería decirlo, pero no mucho.
- ¿Por qué no deberías decirlo?
- Porque no me gusta comentar el precio de los regalos que hago.
- Alberto…
- Vamos, no todos los días se cumplen cuarenta años.
- No, desde luego que no. Muchas gracias, eres un amor -me dijo dándome un beso en la boca.
- Me lo puedes agradecer de otra manera.
- Claro, dime.
- Antes, probándolo me lo he puesto en el frenillo y es una pasada.
- Uff sí, imagino.
- ¿Me lo puedes hacer tú?
- Mmmmm, claro.
Alberto se sentó en la ducha y ella accionó los mandos del aparato hasta estar segura de cómo funcionaba. Luego le agarró el pene y puso la boquilla en el frenillo. El tacto de la silicona era suave y agradable. Él siempre decía que su frenillo era su clítoris y no le faltaba razón. Elena empezó a mover el aparato arriba y abajo mientras iba probando las distintas posiciones en el frenillo. Alberto pronto empezó también a jadear y poniéndose tenso, su pene empezó a palpitar vertiendo chorros de semen que el agua de la ducha se llevaba con celeridad. Alberto supo en ese momento que él también necesitaba ese chisme. Su mujer se lo agradecería.
- ¡Feliz cumpleaños cielo!
- ¡Oooohhhhh!
- Sé que prefieres las tartas caseras pero…
- Muchas gracias cariño. Has arreglado lo que iba a ser un cumpleaños catastrófico.
Elena sopló las velas con los ojos cerrados, pidiendo un deseo. La tarta no era casera pero estaba bien rica. Dieron buena cuenta de ella apurando también el cava. Por último, desnudos y satisfechos se durmieron abrazados, primero de frente y luego en cucharita. La cara de Alberto entre la melena de Elena, sus manos masajeando sus tetas y ella sintiendo el pene cada vez más erecto entre sus nalgas.
A la mañana siguiente tendrían que madrugar un poco. La reunión de Elena comenzaba temprano, pero hoy había tenido el mejor regalo de cumpleaños que hubiese podido esperar. Aunque si Alberto quería el regalo podría mejorar esta noche. A ella le parecía que sí iba a querer. El deseo que había pedido aún se tenía que cumplir.
FIN
Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.
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