miércoles, 5 de junio de 2019

Por el culo es petting



Santander, julio de 1974

Apoyado en la barandilla de la terraza de casa de mis tíos, miraba hacia el salón a través de las puertas abiertas. Quince adolescentes neoyorquinos de diversas edades y su monitora revoloteaban agitados devorando las patatas fritas, los ganchitos y los refrescos que mi tía les había sacado para que se entretuviesen mientras esperaban que les viniesen a buscar. Acababan de llegar en un autocar. Estaban de viaje por Europa y Santander era la última etapa antes regresar a Estados Unidos. En su mayoría eran chicas, entre ellas dos gemelas negritas que parecían las más mayores y llamaban la atención por lo buenas que estaban.

Mi tío, no sé de qué, conocía a la monitora, la que había organizado el viaje, y se había encargado de buscar familias para acoger a cada uno de aquellos muchachos, que pasarían dos semanas en la capital cántabra. De hecho mis tíos se quedarían con una de las negritas, Gabriella y mis otros tíos con su hermana gemela, Daniella. Nosotros habíamos ido a despedirnos, a la mañana siguiente volvíamos a Madrid, de lo contrario mi tío habría liado a mis padres para que acogiesen a otro chico.

Mi tía estaba bastante ocupada atendiendo a los matrimonios que iban viniendo a buscar a sus “chavales”. El salón de su casa era grande pero no para tanta gente y la muchachada no paraba quieta, sentándose sin demasiados miramientos en los sofás e incluso en la alfombra. Cualquier chica de las que conocía se sujetaba púdicamente la falda al sentarse. Estas yankis parecían desconocer ese gesto y actuaban despreocupadamente. Desde mi puesto de observación en la terraza ya les había visto las bragas a todas. A ver, no es que eso me emocionase especialmente, pero he de reconocer que todo aquel barullo de faldas al aire me complacía agradablemente y acaparaba mi atención, especialmente las bragas blancas sobre la carne negra de las gemelas.

- Vámonos que estas niñas me están poniendo nerviosa – me dijo mi madre sacándome de mi ensimismamiento.
- Vale, me despido de los tíos y nos vamos – dije con cierto pesar. Por una parte me hubiese gustado quedarme a conocer a mis nuevas primitas yanquis.

Aquella noche mientras estábamos preparándonos para cenar llamó mi tío. Había un problema con las hermanas que se tenían que quedar ellos y mis otros tíos, las gemelas. Después de cenar vendría a ver si les podíamos ayudar con una solución que se le había ocurrido. Mi madre estaba ya temblando pensando que le iba a pedir que se quedase con alguna.

El problema en cuestión resultó ser bastante previsible, pero sorprendentemente nadie había caído en ello hasta ahora. Mi tío se había preocupado de buscar familias con hijos de edades similares a los americanitos que tenían que acoger. Ellos no tenían hijos, pero mis otros tíos tenían dos hijas, una un año mayor que yo y otra bastante más grande. Como cada familia se quedaba con una de las gemelas mi prima menor se encargaría de acompañarlas a las dos, introducirlas en su círculo de amigos y todo eso. No sé si a ella le habían explicado ese asunto con anterioridad, pero cuando llegó el momento de asumir aquello se negó en redondo y, por lo visto, de bastantes malas maneras.

Las chicas en cuestión eran hijas de Miss Judith (Mis Yúdi que le llamaban mis tíos), la organizadora de todo aquello junto con mi tío. Se habían comprometido con ella y ahora no le podían decir que no habría nadie de la edad de sus hijas para introducirlas en el ambiente de la ciudad y el modo de vivir de una familia española. Mis Yúdi se iba también mañana y habría que asegurarle que todos los chicos estaban con las familias santanderinas conforme a lo planeado.

Lo que no parecía saber nadie, además de mí, es que mi prima estaba saliendo desde hace poco tiempo con un muchacho y no estaba para hacer de tata de nadie. Su noviete era un compañero de clase que mis tíos conocían y no les caía nada bien. Así que la muchacha no quiso decir nada para evitar discusiones con sus padres. Ahora que había surgido esto la situación empeoraba. Si decía que la causa de la negativa era él, sus padres le acabarían cogiendo más manía aún.

A mí tampoco me caía muy bien. Primero porque yo desde hace años tenía a mi prima por compañera de juegos sexuales y temía que con un novio de por medio todo eso se iba al garete, así que estaba un poco celoso. Segundo porque aunque sabía que mi primita tarde o temprano se echaría novio, ese chico era el que menos me gustaba de sus amigos. Creía que que ella podía aspirar a más y así se lo dije a pesar de que sabía el poco caso que me iba a hacer. Con los años el tiempo me dio la razón, pero ahora lo único que podía hacer era guardarle el secreto.

Mi tío siguió exponiendo la situación al cónclave familiar y le pidió a mi hermana que se hiciese ella cargo de las chicas. Su sorprendida respuesta fue tajante y negativa “ya tenía planes”, “la diferencia de edad era muy grande…” vamos, que no.

A mi pobre tío le caían las gotas de sudor por la frente. Mis Yúdi era blanca, pelirroja y de pelo rizado. Judía según nos dijo, aunque comía jamón, como añadió en plan de broma. Sus hijas eran las únicas negritas del grupo. Las adoptó de bebés y estaba literalmente tonta con ellas, las sobreprotegía. Mis tíos no sabían antes de verlas que las chicas eran negras. A la hora de asignar a los chicos por familias nadie lo había mencionado y la verdad es que no había ningún problema por ello. Había sido una coincidencia, pero el que ahora el único conflicto hubiese surgido con las únicas chicas de color del grupo parecía que daba a todo ello un tinte racista que para nada era así, pero una cosa es lo que es y otra lo que parece.

- ¿Y tú Tito? Tienen tu edad y parecen muy majas.
- Tito se va de acampada dentro de dos días – se apresuró a decir mi madre - ¿A dónde es que te vas?
- A Gredos – contesté viendo que podía aprovechar una oportunidad inesperada – pero no tienen mi edad, por lo menos deben tener diecinueve o veinte ¿no?
- Qué va, tienen diecisiete, como tú, bueno acaban de cumplir dieciocho pero sí que parecen mayores, por eso quiero que estén bien acompañadas, solas atraerían muchos moscones.
- ¿Y qué es lo que tendría que hacer con las chicas si me quedo?
- Acompañarlas solamente – aclaró mi tío - Dos mañanas tienen natación en La Magdalena. Tres tardes tienen clases de español. Y luego lo que quieras, enseñarles la ciudad, hacer turismo y todo eso. Lo que se te ocurra. Por lo visto son muy independientes, pero la madre está muy pendiente de ellas, todos estaríamos más tranquilos si las acompañases. Joder es que son muy jóvenes y no lo parecen. Los gastos que tengas de autobuses o lo que sea corren de nuestra cuenta.
- Bueno, si la situación se ha vuelto tan complicada puedo quedarme – pasar dos semanas con aquellas dos morenitas me apetecía mucho – Llamo a mis amigos y les digo que no puedo ir a la acampada. Yo las puedo acompañar pero vengo sólo en verano, aquí no es que tenga una pandilla de amigos, si se trata de introducirlas en el ambiente juvenil y que conozcan más gente no sé si…
- Eso no será problema, seguro que tú te las arreglas muy bien – me cortó mi tío esperanzado.
- Ya, pero piensa Tito que nosotros nos vamos ¿Vosotros os vais a arreglar solos en la casa? – intervino mi madre refiriéndose a mi hermana y a mí.
- Yo no voy a hacer de chacha de nadie – atajó mi hermana, a la que estaba chafando algún plan y además ya se imaginaba cocinando y limpiando para mí.
- Puedes quedarte en nuestra casa – dijo mi tío dispuesto a solucionar cualquier problema que se presentase – tenemos sitio.
- No, prefiero quedarme aquí, lo que os agradeceré es si las comidas las puedo hacer con vosotros, así no le doy guerra a mi hermana.

Ultimamos un par de detalles y al día siguiente comenzaría mi trabajo de anfitrión y guía. Mi hermana en un aparte de dejó bien clarito que ella iba a parar poco por casa, lo tenía todo bien pensado y lo único no previsto era que me quedase yo. Así que podría hacer lo que quisiese con tal que no le fastidiase sus planes. Las cosas cada vez se me ponían mejor.

A la mañana siguiente me despedí de mis padres y dije un adiós a mi hermana, que intentó sonar normal aunque sabía que a la vuelta ella tampoco estaría. Luego me fui a buscar a las chicas. Primero  a casa de Gabriella, que ya me esperaba, y luego fuimos a buscar a Daniella a casa de mis otros tíos, que nos pillaba de camino para coger el autobús de la línea “Valdecilla – Sardinero” y pararnos en La Magdalena para ir a la primera clase de natación. Entre ellas se llamaban Gabby y Danny y yo acabé haciéndolo también. Por su parte, enseguida aprendieron a llamarme Tito. Les hizo gracia mi diminutivo familiar ¿qué le vamos a hacer?

El español que hablaban era algo limitado. Mi inglés era muy escaso porque en el colegio había estudiado francés. La suerte es que ellas también hablaban un poco de francés, así que cambiando de un idioma a otro y gesticulando mucho lográbamos entendernos bastante bien. Aquí, para agilizar la lectura, transcribiré las ideas finales obviando todo el proceso de cambios idiomáticos y gesticulaciones que llevaron a plasmar cada concepto.

En la playa nos sentimos el foco de las miradas de la gente. La verdad es que por la calle y en el autobús también, pero no había sido tan evidente. Al extender las toallas en la arena y quitarnos la ropa para quedarnos en bañador, aquellas niñas llamaban la atención. Llevaban un traje de baño de una pieza que realzaba su figura estilizada, sus largas piernas y un trasero carnoso, prominente sin pasarse de grande. El que fuesen iguales también ayudaba. Aunque Santander era una ciudad turística y cosmopolita, en 1974 no era muy normal lo de la diversidad racial, pero insisto que a las dos hermanas no las miraban tanto por ser negras sino por lo llamativas que eran.

Sentado en mi toalla al lado de la orilla las vi nadar con su grupo y practicar lanzándose al agua desde el embarcadero de la playa. Cuando terminó su clase vinieron corriendo hacia mí y agarrándome una de cada brazo me llevaron al agua. Fría, el agua estaba fría, pero con la tontería del juego me encantaba sentir el roce de su piel. Al ser una playa en el interior de la bahía no había olas. Es ideal para nadar y viendo que las hermanas lo hacían bastante bien las animé a ir hasta la Isla de la Torre, que está como a unos trescientos metros de la orilla.

La marea estaba bajando e íbamos a favor de la escasa corriente. Tenían un crol bastante mejor que el mío pero para ir hablando nadábamos los tres a braza de manera poco ortodoxa. Tardamos unos minutos en llegar. Subimos por un varadero en desuso hasta el edificio del antiguo club náutico, que estaba abandonado. No éramos los únicos que había por ahí. Ir nadando hasta “la isla” es una excursión muy típica cuando estás en la playa de “La Magdalena”. No es que haya mucho que visitar, pero recorrer los senderos que rodean el pequeño islote o subir hasta la azotea del edificio abandonado te proporciona unas vistas poco frecuentes de la bahía y la ciudad.

Volvimos nadando por un trayecto algo mayor pero también a favor de la corriente, bordeando la isla y dirigiéndonos esta vez hacia la playa de Bikini, bajo el Palacio de la Magdalena. La playa se llama así porque hace años era la única de Santander en la que era habitual usar esa prenda de baño. Luego volvimos andando por la orilla hasta donde habíamos dejado nuestras cosas.

Por el camino les fui señalando diversos puntos de interés. Peña Cabarga, la playa de Somo y El Puntal ya se las había enseñado desde la isla, igual que el Palacio de la Magdalena. Ahora les enseñé la Universidad Menéndez Pelayo, el club de tenis, el Hotel Real y otros edificios que les podrían llamar la atención. Fui respondiendo sus preguntas y así llegamos a nuestro sitio con los bañadores casi secos.

Les propuse cambiarnos tapándonos con una toalla pero no quisieron. A mí no me gusta ir con el bañador mojado, pero como ellas no querían cambiarse yo tampoco lo hice. Para la próxima vez llevaría un “saco”, un invento que sólo he visto en las playas de Santander y que consiste en un amplio saco de tela en el que te metes sacando la cabeza por una abertura que se ajusta al cuello mediante un elástico y llega hasta los pies. Una cabina portátil que es muy útil para cambiarte en cualquier sitio. En Cantabria es muy común y no llama la atención pero un día lo quise emplear en Mallorca y jamás me han mirado tanto en una playa.

Comimos en casa de Danny y de allí cogimos el autobús al Alto de Miranda, donde tenían dos horas de clase de español. Les enseñé el sitio y estuve paseando hasta que las fui a buscar a las siete. Aprovechando que era cuesta abajo, las llevé dando una vuelta hasta El Sardinero. Les gustó mucho la zona. Estuvimos andando por los jardines de Piquío y la Segunda Playa.

Luego fuimos a tomar chocolate con churros en Sorrento, una chocolatería que ya no existe, pero tenían unos churros enormes. Eran de lazo pero más gruesos que una porra. Con uno ya quedabas saciado. Nos sentamos en la terraza y, como esperaba, se sorprendieron al verlos. Los cogieron con la mano y no parecían saber qué hacer con ellos. Yo cogí uno, lo partí, lo mojé en el chocolate y le di un mordisco con cuidado de no mancharme.

Ellas me miraban así que esperaba que hubiesen aprendido la técnica, pero sorprendentemente no paraban de reírse y hacer bromas entre ellas en inglés, hasta que Danny cogió un trozo de churro y se lo metió en la boca con un gesto obsceno que provocó carcajadas en su hermana y mi sorpresa. Gabby la imitó y cogió otro trozo metiéndoselo en la boca poniendo cara de placer y gimiendo como si chupase un peneVaya con las hermanitas.

- Petting – aclaró Danny.
- ¿Petting? – pregunté yo.
- Sí – continuó ella – es todo tipo de besos, caricias, chupeteos, lametones, toqueteos… que producen placer pero sin llegar al sexo.
- A ver – que con los cambios de idioma me estaba liando – os referís a todo lo que es sexo menos follar ¿no?
- Eso – dijo Gabby – follar no. Aún no.
- Con vuestros novios – la traducción de boyfriend a novio no sabía si era adecuada – hacéis petting pero no folláis.
- Eso es – afirmaron.
- ¿Sólo cuando sois novios? ¿cuando sólo sois amigos no hay petting? – ese punto me interesaba por razones obvias.
- Si son amigos guapos sí – dijo Gabby causando una risotada en Danny y un pálpito en mí.
- Petting, no es importante, es normal ¿en España no se hace? – quiso saber Gabby.
- No hay una diferencia tan clara. A veces cuando empiezas a jugar no tienes claro cuándo parar.
- Es mejor saber que el final es petting.
- A mí de momento ya me basta.
- ¿Te parecemos bonitas?
- Mucho.
- Tú también.

No, si al final había hecho bien en quedarme. Volvimos a coger el autobús en la Plaza de las Brisas. Allí había una especie de estanque con un mapa en relieve de Cantabria que desde pequeño me encantaba. Les estuve indicando dónde estábamos y los sitios más bonitos de la provincia. Cuando vino el autobús nos sentamos los tres juntos en la última fila y allí nos dimos un ligero magreo. Lo de besar con lengua lo dominaban a la perfección pero no nos pudimos meter mano porque había mucha gente y como ya he dicho, las niñas llamaban la atención. Les propuse ir a mi casa porque allí podríamos estar solos.

- Slowly. Es tarde.

Tenían razón, era tarde y de todos modos era mejor ir despacio. Cenamos en casa de Gabby pero ninguno teníamos hambre. Ya le había dicho a mi tía que no nos preparase nada porque lo más seguro es que por las tardes acabásemos tomando algo por ahí y lo más probable es que siempre volviésemos sin ganas.

- Bueno aquí siempre hay comida y si no pan y cosas.

Normalmente acabábamos decantándonos por las “cenas de pánico”, pan y cosas. Un pan de hogaza buenísimo con todo tipo de embutidos y quesos. Después de los churros aquella noche tampoco cenamos mucho. Además, con lo del autobús de lo que tenía ganas era de otras cosas. Pero habíamos hecho bien en no ir a mi casa porque al cabo del rato las llamó su madre por teléfono.

Acompañé a Danny a su casa y en portal nos despedimos con un beso que me erizó el vello. La polla ya lo estaba.

- Dame las bragas por favor. Mañana te las devuelvo.
- Toma. No te preocupes si las manchas – me dijo mientras las ponía en mi mano después de habérselas quitado sin dudar.
- Gracias – dije un poco avergonzado.
- Mañana planeamos mejor el tiempo. No tenemos clase – y sin soltarme la mano la llevó a su entrepierna, que sentí caliente, mojada y con un vello muy fuerte.

Me fui sin poder evitar oler sus bragas de vez en cuando. Eran pequeñas, blancas y con dibujos de ositos, aún parece que las veo. Me llamaron mucho la atención. En casa no había nadie. En la nevera había una nota de mi hermana diciendo que no volvería hasta después del fin de semana y me deseaba “suerte con las americanas”. Bueno, hoy podía haber terminado mejor pero mal no se me estaba dando.

Me desnudé y tumbado en la cama me masturbé oliendo las bragas de Danny. No porque oliesen a su sexo sino porque olían a ella. La abundante eyaculación se derramó sobre mi pecho y la barriga mientras jadeaba. Me limpié con papel higiénico. No manché las bragas. Dormí sobre ellas en la almohada, sintiendo el olor de Danny y su suave caricia en mis mejillas,  pensando que al día siguiente sería todo yo el que oliese a ella, bueno, a las dos con un poco de suerte.

Me desperté temprano, agitado, empalmado y con un montón de ideas. Me puse un bañador, me vestí, metí en una bolsa una toalla y el saco cambiador y salí. Por el camino compré media docena de “regmas” y fui a casa de Danny. Ella aún no se había levantado. Le pregunté a mi tía si podía llamar a Gabby para que viniese a desayunar con nosotros.

- Claro. Llámala. Si es tan dormilona como ésta aún no se habrá levantado.

Efectivamente, mi otra tía me dijo que “la niña” aún estaba en la cama. Le dije que viniese también a desayunar y que invitase a la prima, pero sólo vino Gabby. Las dos hermanas parlotearon rápido mientras me miraban sonriendo. Danny le había puesto al día de lo que pasó anoche.

Les encantaron los regmas a pesar de que los mojaron en colacao. A mí me pareció un sacrilegio, pero no era el momento de poner pegas.

Le dije a mi tía que quería llevarlas al Puntal y que comeríamos allí. Le pareció muy buena idea y empezó a revolotear por la cocina pelando patatas, rebozando filetes… y porque le dije que no queríamos ni croquetas ni empanadillas que si no… Mientras las hermanas decidían qué ponerse mi tía ya había preparado las fiambreras con tortilla de patatas y filetes empanados, pan, fruta, agua y “no, de verdad que no queremos un termo con café”. Metí todo en una mochila y les dije a las chicas que ya nos podíamos ir.

Gabby se había puesto una ropa distinta de la que traía al venir. Al principio me extrañó pero luego caí en que siendo gemelas lo de intercambiarse la ropa lo tenían fácil.

- Tito ¿lleváis crema solar? ¿gorros?... piensa que allí no hay sombra.
- Que sí tía, no te preocupes que conozco bien aquello, he estado muchas veces – joder, cómo se parecía a mi madre.

Nos fuimos andando hasta el muelle para coger la lancha al Puntal. Era un paseo de unos veinte minutos por el centro de Santander. Yo iba con vaqueros y niki. No me gustaba ir en pantalón corto y el clima de Santander lo permitía. Ellas en cambio llevaban camisetas y unos ajustados shorts, más cortos de lo habitual en el ambiente conservador de la capital cántabra y que habían provocado la mirada reprobatoria de mi tía. Yo también las miraba, pero embelesado por sus largas piernas y el pecho que ceñían las camisetas. Los vaqueros disimulaban mi erección y mi mente sólo jugaba con la palabra “petting”.

- ¿Te gustaron las bragas de Danny? – preguntó Gabby mientras recibía un codazo de su hermana.
- Mucho. Ayer lo necesitaba. Fue muy amable dejándomelas.
- Las bragas y más cosas – prosiguió Gabby recibiendo otro codazo.
- Me gustó dártelas. Gabby tiene envidia.
- He dormido sobre ellas. Me gustaba porque olían a ti.
- ¿No has hecho nada más? – preguntó Gabby divertida.
- Sí, pero no con ellas.
- Jajajaja. A Tito le gusta Danny, a Tito le gusta Danny – empezó a decir canturreando y corriendo delante de nosotros mientras la perseguíamos.

En este plan llegamos al muelle y compramos tres billetes de ida y vuelta al Puntal. Cruzar la bahía en barco era muy agradable. Seguí en mi plan de guía y les fui explicando lo que eran los sitios que veíamos por donde pasábamos. El viaje se nos hizo muy corto. Me encantaba cómo me miraban las hermanas cuando les hablaba.

El embarcadero del puntal era de madera. Estaba en la orilla que miraba a Pedreña, al resguardo de las olas que azotaban la orilla que daba a mar abierto. Unos postes largos sujetaban una larga plataforma de troncos que llegaba hasta la orilla. Todo tenía un aspecto rústico, un tanto endeble y parecía un escenario sacado de una exótica película de aventuras.

Recorrimos aquella estructura, atravesamos las dunas hasta llegar a la orilla que daba a mar abierto y nos dirigimos hacia Somo, hasta que llegamos a una zona en la que estábamos completamente solos. Para bañarnos no hacía falta andar tanto, pero quería llegar a un sitio en el que no nos viese nadie. Entonces no era habitual, pero ahora sé que esa zona suele ser frecuentada por nudistas que quieren tomar el sol sin ser molestados por curiosos. En ese sentido puede decirse que fuimos pioneros.

A las hermanitas les encantó aquel paraje. Dunas, sin nadie a la vista, el Cantábrico rompiendo contra la orilla dejando extensiones de espuma blanca a izquierda y derecha... Estábamos justo en la entrada de la bahía. Delante, al otro lado del brazo de mar, se veía el Palacio de la Magdalena, a un lado la playa y el islote en el que estuvimos ayer. Al otro lado la isla de Mouro, con la blanca torre del faro encima. En el borde de sus acantilados se apreciaban pequeñas manchas blancas, por la espuma de las olas que rompían en ellos. Sí, francamente las hermanas estaban visiblemente conmovidas por el paisaje y la verdad es que yo también.

Pusimos las toallas en una hondonada entre las dunas, al abrigo del viento que soplaba desde la orilla. Los tres llevábamos el bañador puesto. Ellas esta vez usaban bikinis de triángulos, iguales pero de diferente color. Gabbby verde y Danny azul. Francamente eran bastante atrevidos para lo que era Santander en aquella época, pero allí nadie nos veía. Después de lo de ayer tenía la esperanza de no usar trajes de baño, pero decidí ser cauto, además la visión de aquellas dos muchachas ya era espectacular tal cual.

Sin pensarlo demasiado fuimos corriendo hacia el agua. Estaba muy fría, como siempre allí, pero las olas nos fueron mojando antes de que tuviésemos tiempo de reaccionar. Con ese mar no podíamos nadar pero jugar con las olas era muy divertido. Saltar encima de ellas, bucear por debajo, resistir sus golpes… Entrelazando las manos hacía un escalón en el que las chicas se apoyaban con un pie y dándose impulso las lanzaba al aire cuando venía la ola.

En un momento que Gabby estaba distraída me agaché detrás de ella y debajo del agua metí la cabeza entre sus piernas levantándome con ella sentada sobre mis hombros. Así afrontamos los embates del mar y con el peso los resistíamos mejor. Me fui adentrando y, cuando ya casi yo quedaba sumergido, la animé a que se pusiese de pie sobre mis hombros. Le ayudaba a mantener el equilibrio agarrándole las manos hasta que cogió confianza, se irguió y se tiró de cabeza atravesando una ola. Con el ímpetu la braga le quedó a la altura de las rodillas, pero entre el agua y la espuma me di cuenta más por el gesto que por haber visto nada. Lo que sí vi fue un pezón que también se salió en el chapuzón. Me llamó la atención lo intensamente negro que era. Pequeño, erizado y muy negro.

Danny también quiso emular la experiencia de su hermana. Más cerca de la orilla me arrodillé y ella se subió con los pies sobre mis hombros. Con la ayuda de Gabby pudo mantener el equilibrio mientras me ponía de pie y poco a poco fui ganando profundidad hasta que la chica pudo tirarse al agua. Lo hizo en bomba. Aunque estuve atento esta vez no se la descolocó el bikini. Pero eso era cuestión de tiempo… y de elegir bien el juego. Tirándote de cabeza contra la ola el bañador se me bajaba hasta a mí, que lo tenía sujeto a la cintura con un cordón.

Una cosa que les enseñé a hacer era surfear con las olas hasta la orilla. Te colocabas mirando a la orilla con el agua un poco por debajo de la cintura. Las olas rompían unos metros antes y cuando iban a llegar a tu altura te das impulso y te lanzas hacia la orilla con los brazos estirados y la cabeza entre ellos. Si lo haces bien coges bastante velocidad y la ola te lleva hasta depositarte en la arena. Lo probamos juntos varias veces pero el único que surfeaba era yo. Al cabo de varios intentos le fueron cogiendo el truco y también llegaban hábilmente hasta la orilla. Era muy divertido. Se levantaban contentísimas, a punto de perder las bragas y con los pezones asomando fuera del sujetador. Sus bikinis eran muy bonitos y sexis pero no eran lo más apropiado para los “baños de ola” de Santander. Miré alrededor. No se veía a nadie más. Sugerí que estaríamos más cómodos sin los bañadores. Bueno, el mío ceñido a la cintura no me molestaba, pero hay ocasiones en las que conviene ser solidario.

No me hizo falta insistir, ellas habían tenido la misma idea. Nos quitamos los bañadores, los llevé hacia donde estaban nuestras cosas y los dejé sobre las toallas. Volviendo a la orilla me di cuenta de una cosa. La marca del bañador era muy visible. Soy blanco de piel, aunque ese verano había ido bastante a la playa y ya estaba algo moreno, la parte que siempre tapa el bañador estaba muy muy blanca. Nunca había tomado el sol desnudo y tendría que tener cuidado de no quemarme mi blanco culo y sobre todo mi blanca polla.

Mientras jugaban con las olas las dos se quedaron mirándome cuando me acercaba. No sabía si su expresión divertida se debía a mi deslumbrante blancura o a la no menos deslumbrante erección que exhibía. Ambas cosas me dieron un poco de vergüenza al principio pero luego lo asumí con orgullo. Intentando que no se me notase demasiado examiné con interés sus cuerpos desnudos. Sus pechos eran grandes y erguidos, con pezones pequeños, puntiagudos y muy oscuros. El pubis marcado por un triángulo de vello tan negro como su pelo. Ambas lo tenían recortado, pero sin darle forma, eran dos triángulos negros que apuntaban ligeramente a un ombligo, que resultaba tremendamente sensual. Su melena era ondulada, las dos llevaban el mismo corte de pelo, lo que acrecentaba su apariencia de igualdad. Viéndolas juntas, el vello púbico de Gabby parecía un poco más largo, pero seguro que ambos tenían el mismo tacto fuerte que ayer comprobé en Danny.

Eran altas, debían de medir sobre 1,70. Tenían las piernas largas y caderas prominentes que formaban un buen culo. Me encantaba. Siempre me ha gustado poder agarrar bien las nalgas.

A diferencia de mí no tenían marcas del sol, lo que en principio me sorprendió pero era lógico. No creo que tuviesen mas experiencia que yo en tomar el sol desnudas, pero su piel oscura disimulaba ese hecho y lucía un aspecto totalmente uniforme mientras jugaban saltando sobre las olas. Viéndolas así no era de extrañar la erección que tenía.

Ellas también me examinaban y de hecho disimulaban menos que yo, mejor dicho, no se molestaban en disimular su interés. Me miraban y comentaban entre risitas. No sabía qué experiencia sexual tenían, pero a juzgar por su actitud de ayer y la soltura con la que se desenvolvían hoy, no era la primera vez que jugueteaban con un chico desnudo. En aquella época yo tenía un cuerpo bastante atlético, les sacaba por lo menos diez centímetros de altura y tenía una buena polla, con un glande que si me miraba en él me podía peinar. Podían cuchichear todo lo que quisiesen que no iban a mermar mi autoconfianza.

Volvimos a jugar con las olas, a surfear, a saltar… y ellas se arrimaban tanto a mí como yo a ellas. Luego quisieron jugar al frisbee. Yo no sabía qué era eso, en aquella época era prácticamente desconocido en España. Me encantó el platillito volante ese. Las chicas eran unas expertas pero yo enseguida me hice con él e incluso las sorprendí arañando un poco de arena mojada con el borde y lanzándolo con un efecto ondulante que las dejó boquiabiertas.

Corretear desnudos por la orilla para atrapar y lanzar el frisbee era muy divertido y tremendamente erótico. Cuando vieron que dominaba la técnica propusieron un juego. El que lanzaba decía el nombre de quién tenía que atraparlo. Cuando lo atrapabas tenías que volver a lanzarlo rápido diciendo también el nombre del destinatario. Así se creaban improvisadas alianzas o duelos con los que saturabas a alguien hasta que no lo atrapaba o lo lanzaba mal. El perdedor tenía que pagar una prenda que elegía el que había lanzado.

Una de las primeras alianzas fue la de ellas dos contra mí. Las prendas que fui pagando fueron recibir azotes con el culo en pompa, comerles las tetas, el coño, besarles las nalgas… bueno cosas en definitiva que yo habría elegido si hubiese ganado. De hecho algunas de ellas las pedí al ganar, además de que me comiesen el capullo, meterles un dedo en el culo… y otras cosas así.

Una cosa que les extrañó muchísimo es que yo las diferenciase y no me equivocase al nombrarlas. Siendo gemelas idénticas la gente las distinguía por la ropa o no las distinguía. Vamos que ellas esperaban yo supiese que Gabby era la del bikini verde y Danny la de azul, pero al quedarse desnudas confiaban en ser totalmente indistinguibles. Pero yo lo hacía, cosa que al parecer solo conseguía su madre. La verdad es que yo al mirarlas sabía quién era quién, era algo casi intuitivo pero en el fondo se basaba en distintos aspectos. Gabby tenía la cara un poco más menuda y era más chatilla. Su voz era también un poco más aguda y su vello púbico más largo. Pero todo eso eran detalles prácticamente inapreciables. Lo que mas resaltaba era su actitud. Gabby era la que llevaba la voz cantante. De pequeña la imaginaba organizando travesuras y a su hermana, que se dejaba llevar, cargándose las culpas. Al mirarlas ya sabías quién la estaba liando y la otra era Danny.

Cuando me insistieron para que les contase cómo las distinguía me callé todo eso. Simplemente les decía que al mirarlas sabía quién era quién pero no sabía cómo. Me hicieron una prueba. Me hicieron mirar para otro lado y ellas se pusieron de espaldas y tuve que decir dónde estaba cada una. Difícil. De espaldas no se apreciaba todo lo que las diferenciaba.

- Venga dilo – me apremió una de ellas. Era la voz de Danny y venía de la derecha.
- Jajajaja ¿pero pensáis en serio que me vais a despistar así? – intentando disimular el tiempo que tardaba en contestar y que la voz me había dado la pista – A la izquierda Gabby, Danny a la derecha.
- Ha sido suerte, vuélvete otra vez de espaldas.

Se pusieron de rodillas con el culo en pompa. No había dios que las distinguiese sólo por el culo. Tenía que hacerlas hablar.

- Uyyy qué difícil – dije bromeando - ¿Puedo meter la lengua en esos culitos? Os distingo hasta por el sabor.
- ¡No! – dijeron las dos, aunque Gabby no pudo evitar una risita pícara.
- Vaaaaale, estaba bromeando. No os habéis cambiado, estáis igual que antes Gabby a la izquierda, Danny a la derecha.

Esta vez ya se volvieron intrigadas. Me hicieron mirar nuevamente a otro lado. Cuando pude mirar se habían tumbado en la arena tapándose con una toalla que dejaba las tetas al aire y con otra se tapaban las caras. Me acerqué y les pellizqué los pezones al mismo tiempo.

- ¡Ay! – gritaron dándome manotazos.
- Perdón, perdón. Es que no me he podido resistir. Esto más que una adivinanza es una tentación. Esta vez os habéis cambiado. Danny a la izquierda, Gabby a la derecha.
- No puede ser – dijo Danny confundida.
- Vuélvete otra vez – propuso Gabby un tanto suspicaz – Esta vez sin tocarnos ni hablar ni nada, nos dices quién es quién.

Vale, sospechaban mi truco. A ver qué ideaban y qué se me ocurría. Me tiraron un palito para indicarme que me volviese. No dijeron nada, pero cuando me volví no pude menos que reírme aliviado. Tumbadas boca arriba en la arena tenían las piernas cubiertas por una toalla y con otra se tapaban el cuerpo de cintura para arriba cubriendo hasta la cabeza. Sólo se veían sus pubis. No se reían, no hablaban pero no lo necesitaba. El vello púbico de Danny estaba imperceptiblemente más recortado, pero ya me había dado cuenta en cuanto lo vi. Esta vez tampoco tenía dudas.

- Podéis hacer todas las pruebas que queráis. Ahora estáis como antes. Danny izquierda, Gabby derecha.
- ¿Pero cómo lo haces? – preguntó Danny intrigada.
- A veces hasta mamá se confunde cuando estamos de espaldas – agregó Gabby.
- Ya os digo que no lo sé – mentí – es veros y sé cuál es cada una. Es más creo que hasta sin veros. Mirad – dije yendo a por el saco cambiador y poniéndomelo, sacando sólo la cabeza – esto es muy amplio. Meteos dentro las dos. Una que me chupe la polla y yo os diré quien es sin veros.

Cerré lo ojos. Alcé el faldón del saco y ellas se metieron. Las sentía de rodillas pegadas a mis piernas, palpándome con las manos. Una se metió la polla en la boca e hizo un movimiento con la cabeza como diciendo “venga ¿quién?” Ni idea, pero me tiré un farol.

- Ummmm, me encanta, sé quien eres pero quiero disfrutar este momento, sigue por favor.

Risitas. Las de Gabby amortiguadas por tener algo en la boca. De hecho me apremió apretándome el pene con los dientes.

- Vale, vale. Gabby – dije poniéndole una mano en la cabeza – pero sigue por favor.

Sacaron las dos la cabeza del saco. Sus caras de sorpresa e intriga eran un poema.

- Pero no te pares – protesté.

Me tiraron sobre la arena, me quitaron el saco y se abalanzaron sobre mí peleándose las dos por meterse la polla en la boca. Después de todo lo que he fanfarroneado siento deciros que no sé quién ganó y acabó haciéndome la felación, más que nada porque la otra saltó sentándose a caballo sobre mi cara, poniéndome el coño en la boca. Desde esa perspectiva no las podía distinguir.

Fuese quien fuese, la que me comía la polla lo hacía fenomenal. Me sorbía el glande mientras que con la mano movía decididamente la polla arriba y abajo. Se introdujo el pene hasta que le rozó la campanilla y con un amago de arcada retrocedió volviendo a concentrarse en el capullo.

- Avísame cuando te vayas a correr.

Era Danny. Emití un sonido de confirmación sin quitar la vulva de Gabby de la cara. Me concentré en ella y agarrándole los muslos me apreté contra su entrepierna. Tenía los labios grandes. Los mordí y sorbiéndolos busqué el clítoris. Era prominente y estaba muy duro. Podía morderlo y lo hice. Ella dio un respingo. Estaba muy sensible. Requería más suavidad así que lo apreté con mis labios y lo froté con la punta de la lengua. Sus gemidos crecieron al ritmo de los saltos que daba sobre mi cara complicando la ya de por sí dificultosa respiración que intentaba mantener.

Estaba tan concentrado en el coño que se restregaba contra mi cara que los esfuerzos de la pobre Danny en mi polla no conseguían el rendimiento que merecían. Se dio cuenta y redobló el ritmo y la intensidad de sus movimientos y chupetones. Me dejé invadir por el placer que me inundaba desde el glande con un escalofrío que sentía en la base de la nuca. Decidí no resistirme más.

- Ya... ya me corro – anuncié.

Se sacó la polla de la boca y empezó a frotarla arriba y abajo enérgicamente con la mano. Me tensé arqueando la espalda. El cambio activó también a Gabby. Me agarró la cabeza con las dos manos por debajo de la nuca apretándome contra la vulva. Sus caderas se movían frenéticamente adelante y atrás restregándose sobre mi cara. Sólo tuve que sacar la lengua y dejarla hacer. No sé qué la producía más placer en su clítoris, si mi lengua o mi nariz, en todo caso poco podía hacer yo y dejé que la chica se masturbase con lo que fuese que la estimulaba de mi cara.

Dejando hacer a las dos, me corrí con temblores en las caderas mientras Danny aceleraba aún más su manipulación haciendo que el semen se esparciese en gotas sintiéndolo caer sobre mi pecho y, sin duda, por la espalda de Gabby a la que probablemente esa sensación le provocó el último temblor con el que apretó su vulva contra mi cara, derramándose sobre mí en un húmedo orgasmo mientras sentía un grito ahogado por los muslos que apretaban mis oídos.

Gabby me descabalgó y se tumbó a mi lado. Poco a poco nos fuimos quedando inmóviles, recuperando la respiración tendidos en la arena. Danny estaba a mi lado, se había dejado caer de espaldas y tenía sus piernas a la altura de mi cabeza. Ella, bajando los brazos me empezó a acariciar el pelo y yo respondí con caricias en sus piernas. Así nos fuimos despejando. Gabby, a mi espalda, se incorporó al juego y comenzó a acariciarme las nalgas.

Me incorporé y andando de rodillas me puse entre las piernas de Danny, que aún no se había corrido y se acariciaba plácidamente los labios de la vulva. Le fui besando los muslos y subí hasta su pubis. Le aparté la mano del clítoris y la sustituí por mi lengua. Ella se acomodó y abrió las piernas agradecida. Estaba muy mojada. Si era como su hermana probablemente segregase abundante flujo.

Mordisqueé sus carnosos labios menores. Sus caricias en mi pelo me indicaron que iba bien. Sorbí el clítoris y lo sujeté entre los dientes, frotándolo con la punta de la lengua. Sus caderas empezaron a subir y bajar buscando incrementar el frotamiento con mi lengua. Yo me oponía a su movimiento para apretar con más intensidad su clítoris y así seguimos jugando mientras su respiración y las caricias en mi pelo se intensificaban.

En ese momento noté que Gabby se hacía sitio entre mis piernas y empezaba a jugar con mi polla. Yo estaba agachado de rodillas y me di cuenta que se ponía debajo de mí, de espaldas, boca arriba. Con una mano se metió el glande en su boca. Ella con la cabeza apoyada en la arena, el glande es lo único que entraba en su boca. No necesitaba más. Sólo quería lamerlo. Yo tampoco necesitaba más.

Seguí concentrado en Danny. Sus movimientos de pelvis se habían intensificado y yo procuraba con la cabeza seguir ahora ese ritmo. Ella estaba muy excitada y yo quería prolongar ese momento. En cambio sus movimientos reclamaban un orgasmo con avidez. Su flujo llenaba mi boca y me apretaba con sus manos la cara contra su vulva. Aprovechando su presión le mordí el clítoris y lo sujeté contra mi boca apretándole por las nalgas con las manos.

Su pelvis empezó a temblar con frenesí. Le metí un dedo en el culo. También estaba mojado y entró sin demasiada dificultad a pesar de su sorpresa. Empujé hacia arriba con el dedo del ano, ayudando a apretar su vulva contra mi cara. Moví la lengua presionando rítmicamente su clítoris imitando esos movimientos con el dedo. Se corrió mordiéndose la mano como si quisiese amortiguar su grito. Su cuerpo tenso se relajó y descansó inmóvil en la arena. Yo apoye mi mejilla en su vello púbico y descansé mi cuello. Comerle el coño a una chica así puede ser muy erótico, pero es muy cansado.

Me hubiese estirado para permanecer tendido entre sus piernas, pero Gabby seguía acostada entre mis rodillas con el glande en su boca. Con los movimientos que tuve que hacer para que se corriese su hermana la polla se le salió varias veces, pero ella se la volvía a colocar con la mano. Seguí entonces de rodillas y la verdad que muy bien porque Gabby me estaba haciendo un trabajo muy delicado. Con la mejilla apoyada en el pubis de Danny y oliendo a coño, ella me seguía acariciando el pelo. Creo que no sabía que su hermana me estaba chupando el capullo, sin tocarlo, sin moverse, sólo lamiéndolo con los labios y la lengua.

Estaba cansado, no me apetecía moverme. Dejé que la chica me siguiese chupando el glande. El líquido preseminal me estaría lubricando y llegando a su boca. Eso no pareció molestarle, de todos modos avisé que me iba a correr. Danny se extrañó y alzó la cabeza, miró a su alrededor y vio a su hermana debajo de mí. Creo que sonrío cuando me volvió a acariciar el pelo. Yo me corrí dejando que sólo mi pene se estremeciese para ayudar a evacuar el semen en la boca de Gabby. Luego noté que se quitó de debajo de mí y ya entonces me estiré acomodándome entre las piernas de Danny usando su pubis como almohada. Con la mano busqué a Gabby. Estaba tendida de espaldas al lado nuestro. Al acariciarle una teta comprobé lo duro que tenía el pezón. Y el otro… sí, el otro también estaba duro.

Los pelitos de Danny eran duros y me hacían cosquillas en la mejilla. Se los besé y me dediqué a examinarle el sexo de cerca. El pubis era sensualmente abultado, tenía los labios mayores carnosos y los menores prominentes. La piel de su cuerpo era color chocolate pero la vulva era muy muy negra. Contrastando con ello, al separar los labios veías que la vagina y sus márgenes eran rosa brillante. Bueno, tan rosa como todas las que había visto siempre, pero el contraste con la piel negra que la enmarcaba era chocante.

Gabby se estaba acercando curiosa para ver qué es lo que me llamaba tanto la atención. Le pedí que se pusiese al lado de su hermana abriendo también las piernas. La verdad es que ambos coños eran indistinguibles. Teniendo así los labios abiertos les lamí “todo lo rosa”. Me reí y les comenté el dicho de “te voy a comer todo lo negro” que en su caso significaría lo contrario, comerles todo menos el coño. Les hizo gracia y Gabby insinuó “bueno, siempre nos puedes comer el culo”. Les abrí las nalgas y efectivamente el esfínter era tan negro como los labios menores.

- Bueno, si insistís… – dije mientras me abalanzaba sobre ellas intentando meterles la lengua entre las nalgas.

Estuvimos jugueteando los tres un rato revolcándonos por la arena y acabaron las dos encima de mí.

- ¿Te has puesto algo para el sol? – preguntó Danny.
- No ¿estoy muy rojo?
- Un poco, deberías ponerte protector.

Como estábamos rebozados de arena volvimos al agua para limpiarnos. Luego me sequé con la toalla y empecé a ponerme Nivea. Danny me agarró la lata azul y empezó a extender la crema por mi espalda. Gabby cogió también un poco y me la fue poniendo por el pecho. Luego las dos fueron bajando. Les hacía gracia mi culo blanco y les dije que estaba bien el cachondeo pero que me pusiesen bastante crema no me lo fuese a quemar.

- Y en la polla también – dijo Gabby pronunciando algo así como “poia”.

Volvía a tener una buena erección, lo que facilitaba la aplicación de la emulsión. Cuando terminaron agarré la lata y quise ponerles yo también. Se rieron “no les hacía falta”. “Protección igual no, pero la hidratación os vendrá bien, que la playa reseca mucho la piel” argumenté, pero lo que quería era masajear su cuerpo a base de bien y es lo que hice.

Cuando no les quedaba un centímetro de piel, recoveco ni pliegue sin su dosis de crema volvía a estar salidísimo, creo que ellas también pero eran mas de las cinco de la tarde y aún no habíamos comido, así que abrimos las fiambreras y dimos buena cuenta de la tortilla de patatas con ensalada y los filetes empanados con pimientos que había preparado mi tía. Ahora entendía por qué la mochila pesaba tanto.

Devoramos todo aquello y después de terminar el postre, unas peras muy jugosas, nos convenía dar un paseo. Nos pusimos los bañadores y caminamos por la orilla hasta la playa de Somo. Luego atravesamos las dunas hasta el otro lado del arenal, en frente de la desembocadura del río Miera, allí donde se convierte en la ría de Cubas. La playa en esa zona es totalmente distinta. Completamente al abrigo no hay olas y es ideal para nadar o navegar.

Andando por la orilla llegamos al Campamento Vela. Una escuela de náutica donde los niños se iniciaban en la navegación. Aunque aprendí a navegar en Mallorca, los primeros pinitos los hice allí. El año anterior había hecho el último cursillo y conocía a los monitores. De hecho uno de ellos me reconoció y me llamó. No sé si lo habría hecho si no hubiese ido con mis amigas. Se las presenté y él les contó mis hazañas cuando me tenía de alumno. Me gusta navegar y aunque era muy jovencito cuando empecé, en cuanto dominé un poco la técnica me iba a mi aire haciendo caso omiso de lo que decían los monitores. Me encantaba subir por la ría, incluso con mi optimist, y más de una vez tuvieron que irme a buscar con una zodiac.

Vi las lanchas neumáticas en la orilla y se me ocurrió dar un paseo a las chicas. Se lo pedí, tenía confianza para ello y él monitor sabía que me manejaba bien con las zodiac. Pero dijo que en otro momento, que ahora tenían reunión de monitores.

- Qué lástima – dije como si quisiese que él nos acompañase – pero bueno, déjame una lancha y yo las llevo. Ya otro día vamos contigo.

Dudó pensando como escaquearse de la reunión y venir con nosotros pero no encontró la manera y de mala gana me dijo cual me podía llevar. La marea estaba subiendo y el mar penetraba por la ría. Dando un poco de caña al motor recorrimos el sinuoso cauce.

Les fui contando mis hazañas con el optimist, los problemas que tuve para navegar a vela por el río, dónde me encontraron y todo eso. Ellas me escuchaban con interés, embelesadas también por el paisaje. Después de un buen rato dimos la vuelta y siguiendo el curso del río regresamos para devolver la lancha, hecho lo cual atravesamos otra vez las dunas hasta el sitio en el que habíamos dejado nuestras cosas.

Recogimos y volvimos a Santander. Me hubiese gustado darme otro revolcón, pero ya era bastante tarde. Fuimos directamente a casa de Gabby, nos duchamos por turnos. Cuando cenábamos y mi tía preguntó qué tal lo habíamos pasado tuvimos bastantes cosas contables que decir. Ella me miró como pensando que había sido una buena decisión pedirme que me quedase. Yo le devolví la mirada pensando “si tú supieses…”.

Después de cenar y un buen rato de sobremesa acompañé a Danny a su casa. En el portal miró a ambos lados, se quitó las bragas y me las puso en la mano mientras me daba un beso en la boca. Mi mano se deslizó hasta su sexo, otra vez caliente y húmedo.

- Mañana – me dijo leyéndome el pensamiento.

Así llegamos a establecer una rutina. Cuando no tenían clase nos llevábamos comida y pasábamos el día en alguna playa. Somo, Loredo, El Sardinero, Mataleñas, Ajo, Liencres… allí donde podíamos llegar en transporte público. Aunque después de ver unas cuantas acabamos yendo al Puntal, allí era donde más libres nos sentíamos para nuestros juegos.

Los días de clase íbamos a la Magdalena y por la tarde íbamos a tomar algo en alguna terraza del Sardinero antes de volver. Cuando mi hermana no estaba íbamos a mi casa y allí retozábamos a gusto. Era bastante más cómodo que la playa aunque la verdad es que no desaprovechábamos ninguna oportunidad de meternos mano.

Los días que llovía, no fueron muchos, nos quedábamos por la ciudad. Les encantaba ir de compras y yo accedía por el morbo que me daba entrar en los probadores con ellas. También íbamos de tapeo. Santander es genial para eso.

Los domingos mis tíos nos llevaban de excursión a sitios más alejados, Comillas, San Vicente de la Barquera,  Santillana del Mar, las cuevas de Altamira, Potes y los Picos de Europa en donde subimos en el teleférico de Fuente Dé... Comíamos en algún restaurante o mis tías llevaban el picnic. Esos días nos comportábamos, apenas nada de sexo aunque no podíamos evitar buscar excusas para alejarnos solos y poder meternos mano. Yo lo necesitaba y ellas también. No quería ni pensar en que a final de mes se irían a su casa.

Bueno, mientras tanto íbamos aprovechando todos los momentos que teníamos. Uno de los más curiosos que recuerdo fue cuando cogimos un trolebús para ir a El Astillero. La verdad es que nunca se me habría ocurrido llevarlas allí. Es un pueblo industrial situado al fondo de la bahía de Santander, rodeado de rías, sin playas y lo único que podía decir del pueblo es que tenía un gran astillero que es lo que le daba en nombre.

Pero a las chicas les había llamado muchísimo la atención unos trolebuses de dos pisos idénticos a los autobuses tradicionales de Londres pero con trole, esa barra que iba del techo del vehículo a unos cables eléctricos colgados de postes a lo largo de la trayectoria y que era lo que le proporcionaba energía. En Santander los trolebuses eran muy típicos pero hace poco que los habían quitado de la ciudad. Sólo quedaban los que iban a Maliaño y finalizaban en El Astillero. Así que un día lluvioso, después de una mañana de tapeo les propuse ir por la tarde a hacer un viajecito en trolebús británico. Saqué billetes hasta el final del trayecto para que las hermanas disfrutasen.

A veces había hecho ese viaje, como ellas por curiosidad por el vehículo. No había mucha gente. Fuimos directamente al piso superior por una especie de escalera de caracol. Arriba no había nadie. Pensé que iría subiendo alguien pero no apareció nadie. Después me explicaron que eso que a nosotros nos llamaba la atención, para los usuarios habituales era un latazo y a no ser que el piso de abajo estuviera lleno, pocos subían arriba.

Nosotros nos colocamos en los asientos de la primera fila. Había dos plazas a cada lado con un pasillo en medio. Ellas se pusieron juntas y yo al otro lado les iba haciendo de guía, explicando aquello que sabía de lo que nos íbamos encontrando. Eran muy curiosas. A veces me hacían preguntas que no sabía contestar, pero por la noche se lo consultábamos a mis tíos y ellos nos daban toda suerte de detalles.

El trolebús salió de la ciudad y arriba no había subido nadie. Cuchichearon algo y Gabby se levantó, me cogió de la mano, me puso en medio del pasillo y se sentó en mi sitio. Me desabrocharon el cinturón y me bajaron los pantalones. Sentadas cada una en un asiento al lado del pasillo y yo de pie frente a ellas,  mi pene quedaba a la altura de su pecho. Empezaron a jugar con él metiéndoselo alternativamente en la boca. Estaba de espaldas al sentido de la marcha, sujetándome a al respaldo de sus asientos, mirando la vacía cabina del vehículo y atento a la escalera por si subía alguien. Con la emoción y el morbo de la situación tardé en darme cuenta que mi ya no tan blanco culo quedaba totalmente expuesto por la ventanillas del frontal del bus. Tampoco es que me importase mucho pero no quería que fuésemos los protagonistas de un escándalo público, que en Santander son muy suyos, así que me até el chubasquero a la cintura, por las mangas, dejando mi culo al resguardo.

Ya nos conocíamos. Sabían lo que me excitaba. Agarraban el pene con la mano, me masajeaban el escroto, me metían un dedo en el culo… los chupetones que me daban al glande eran muy sonoros y temía que se oyesen en el piso de abajo. No íbamos muy rápido pero con la altura en las curvas tenía que agarrarme bien para mantener el equilibrio. Ellas seguían concentradas en mi polla, metiéndosela hasta la garganta, mordiendo el glande, lamiendo el frenillo

En Maliaño el autobús hizo una parada más larga. Subió y bajó gente pero ya para lo que quedaba de trayecto nadie subió al piso de arriba. Ellas seguían con sus lametones, que se incrementaron al volver a arrancar. Estaban compitiendo por ver en la boca de cual me corría. Sus movimientos y chupetones se iban haciendo cada vez más intensos. Sus manos amasaban mis testículos y el dedo, creo que de Gabby, jugaba dentro de mi culo. Antes de llegar a El Astillero me corrí en su boca ante el divertido mohín de decepción de Danny. Con una mano saqué la polla de la boca de su hermana y se la metí a ella para que terminase de limpiarme. Después de los días que llevábamos juntos algo habíamos mejorado, yo ya no sólo tenía el culo más moreno, ellas también se habían acostumbrado a tragar el semen.

Al llegar a la parada me subí los pantalones y me puse el chubasquero. Bajamos. Nadie nos miraba. Habíamos sido discretos. Una llovizna fina nos refrescó la cara. Parecía que no mojaba pero nos abrochamos los chubasqueros y nos pusimos la capucha. A esa lluvia la puedes llamar chirimiri, orballo o como quieras, pero yo prefería “calabobos”.

Estuvimos dando una vuelta por la orilla del mar. Como no había mucho sitio para pasear nos fuimos hacia el centro, dimos una vuelta por el casco antiguo, merendamos chocolate con churros en un bar y volvimos a Santander. En la parada había un trolebús esperando para salir. Subimos al piso de arriba. Volvía a estar vacío. Ocupamos otra vez la primera fila y extendimos los chubasqueros en los respaldos de los asientos de detrás para que se secasen. Ellas se habían colocado una a cada lado. Como no había reposabrazos podían sentarse de costado con las piernas hacia el centro del pasillo, donde me había arrodillado yo. Se quitaron las bragas y se arremangaron el vestido, abriendo las piernas para que pudiese acceder a sus negros coños.

Las dos son eran muy morbosas, como yo. Toda aquella situación nos había puesto a tope. Que se nos pudiese ver desde la calle, que alguien subiese, que nos oyesen abajo… Con todo ello y además la experiencia del viaje de ida, estábamos los tres súper excitados y con el corazón a tope.

Tenía una a un lado y otra al otro. Le besé los muslos a Danny y me fui acercando a los labios de su vulva. Los mordí y los lamí con cuidado, no tenía mucho tiempo pero no me quería precipitar. Cuando ya estaba bastante húmeda me giré y repetí la operación con Gabby, que se estaba masturbando mientras esperaba.

Se había estimulado bastante, no hacía falta que me entretuviese con preliminares. Al meter la lengua entre los labios de su vulva me empapé las mejillas de sus fluidos. Sentí cómo se estremecía de placer cuando presioné el clítoris y lo apreté entre mis labios. Dejé de acariciarle un muslo y metí la mano por debajo para llegar a su ano. Se empujó con las piernas al mismo tiempo que las abría más y se deslizaba hacia el borde del asiento para facilitar mi acceso. Metí la lengua en la vagina presionando el clítoris con la nariz. Movía la cara al ritmo de los dedos dentro del ano. La respiración de Gabby era muy agitada y su pelvis subía y bajaba como si tuviese vida propia. Le besé los muslos y la acaricié para que se calmase un poco.

Me giré, Danny nos miraba con las pupilas dilatadas, reflejando el deseo en sus ojos vidriosos. Con la mano entre las piernas se estimulaba pausadamente, lo justo para mantener la excitación viendo como jugaba con su hermana. Me incorporé un poco y la besé en la boca. Un beso largo, cálido, tierno con el que también le estaba transmitiendo el íntimo sabor de su hermana. Aunque me hubiese encantado, ellas nunca habían jugado entre sí cuando habíamos tenido sexo. Siendo hermanas era comprensible que no fuesen proclives a experiencias lésbicas, pero a mí me ponía cada vez más imaginármelo. El haber transmitido, aunque en principio de manera no intencionada, los fluidos de la una a la otra sin que hubiese un rechazo explícito era algo muy esperanzador.

Me sumergí entre los muslos de Danny, le abrí la vulva. Afortunadamente nunca me acostumbré a ese espectáculo. El húmedo rosa brillante de su vagina palpitaba enmarcado por los negros labios negros de la vulva. No pude evitar meter la lengua de sopetón. Mi ímpetu la sobresaltó pero enseguida me sujetó la cabeza con sus manos y me apretó aún más contra ella. Le busqué el clítoris con los dientes y se lo sujeté mientras lo estimulaba con la punta de la lengua.

Quise meterle el dedo en el culo pero los movimientos agitados de su pelvis me lo impidieron. Me apreté más contra ella y con la lengua intenté marcar el ritmo pero ella aprovechaba para arquear el cuerpo, rozándose con fuerza contra mi cara. Quería correrse ya así que la agarré de las nalgas con ambas manos y la sorbí el clítoris. Se llevó las manos a la boca. La escuchaba intentando impedir que sus gemidos se convirtiesen en gritos. Era difícil, nuestros movimientos hacían crujir los asientos de madera, aunque eran recios y estaban bien anclados a la estructura del trolebús.

Gabby debería estar también muy excitada mientras nos miraba, masturbándose esperando su turno, pero esa misma excitación le pedía algo más o quizás quería recordarme que estaba esperando. Sentí su mano en mi entrepierna, sobándome el paquete mientras yo me concentraba en la vulva de su hermana. Sus dedos apretaban mi pene a través de los vaqueros, lo agarraban, pulsaba el glande buscando la punta con la yema de los dedos y me agarraba los testículos sobre las costuras del pantalón.

Viendo que Danny estaba a punto y su hermana esperando, me concentré en el coño que tenía en la boca. Lo apreté con fuerza y le lamí el clítoris mordiéndolo, buscando ese punto en que el dolor aumenta la excitación. Su pelvis empezó a moverse a un ritmo que me costaba seguir. Sólo tenía que apretarme dejando que ella se frotase convulsivamente contra mi lengua, mis dientes, mi nariz… contra todo aquello que la producía placer.

El movimiento se volvió frenético justo antes del orgasmo. En ese momento se paralizó y me apretó fuertemente con las manos. Aproveché para abrir la boca con voracidad, mordiendo desde el vello púbico hasta la vagina para cerrar el bocado en el clítoris, lo que provocó que me llenase la boca con su fluido en el momento que se corría con un sorprendido grito que esta vez no pudo disimular. Los tres nos paramos atentos por si eso había provocado la curiosidad de algún pasajero. Como no subió nadie Danny se relajó a gusto y yo me pude girar hacia su hermana.

Gabby estaba de pie mirando por si venía alguien. La agarré cariñosamente por las mejillas y también le di en la boca un beso muy húmedo. Nuestras lenguas jugaron mientras nos saboreábamos. Ella sabía a deseo, yo sabía al sexo de su hermana. Le gustó, se abrazó a mí apretándose para prolongar el momento. Mi mano se deslizó entre sus piernas. Estaba muy mojada. La senté y empecé a comerle el coño sin más miramientos. Me acarició el pelo agradecida. La lengua se abrió paso entre sus labios hacia el clítoris y lo froté rítmica e intensamente. Ella comenzó a gemir pero al cabo del rato me di cuenta que sus gemidos y movimientos no sólo respondían a mis estimulaciones.

Levanté la cabeza para ver qué pasaba. Danny se había puesto en el asiento de atrás y desde allí besaba el cuello de su hermana mientras con las manos estrujaba sus pechos sobre el vestido. No sabía si simplemente estaba ayudando a Gabby o ella también estaba disfrutando y aquello era una experiencia lésbica en toda regla. Fuese lo que fuese, darme cuenta de la situación me puso muy burro.

La agarré por las nalgas, se las apreté con todas mis fuerzas mientras recorría con la lengua todos los recovecos de su entrepierna. Gabby jadeaba pero después del viajecito que llevaba mi respiración era más entrecortada todavía. Danny, acariciando a su hermana solo emitía delicados “Ummmmmm” de placer. Caí en la cuenta de que ninguno estábamos vigilando por si subía alguien. Bueno, si escuchábamos gritos sería eso pero no me iba a ocupar ahora por ello.

La piel sonrosada me llamaba. Era acogedora, mi lengua se llevaba bien con ella. Sentía sus carnosos labios rozando suavemente los de mi boca. El clítoris estaba duro, muy duro. Ninguna de las otras veces que se lo había comido había estado así, ni el de Danny tampoco. Igual esas pequeñas caricias entre las dos estaba haciendo más efecto del que esperaba.

Joder, que burro estaba. Por una parte me hubiese gustado que Danny me hubiese hecho caricias en la polla a mí en vez de juguetear con su hermana, pero igual Gabby estaba así precisamente por eso. Daba igual. En mi boca tenía un clítoris que estaba pidiendo guerra. Estaba tan grande y tan duro que lo podía sujetar entre los dientes. Eso hice y aproveché para mover rápidamente mi lengua sobre él, estimulándolo desde todos los ángulos.

Escuché un bramido ahogado. La propia Gabby se había sorprendido y se intentó tapar la boca con las manos, aunque fue Danny la que primero reaccionó pero las cuatro manos no bastaron para ahogar el bramido.

La pelvis de Gabby se tensó apretándose contra mí. Estaba a punto de correrse y ahora es cuando más intensidad necesitaba. Volví a sujetar el clítoris con los dientes, que con lo del rugido se lo había soltado. Apreté sin llegar a morder y ella botó en el asiento, pero la fuerza con la  que con sus manos empujó mi cabeza contra su entrepierna me indicó que quería más. Repetí el mordisco al mismo tiempo que restregaba frenéticamente con la punta de la lengua su aprisionado clítoris.

Botaba en el asiento. Percibía que Danny se esforzaba por sujetarla pero era inútil. Sus caderas se agitaban espasmódicamente. Sujetándola de las nalgas la apretaba contra mí. Ella me agarraba la cabeza y se la metía entre las piernas todo lo fuerte que podía. Yo apenas podía respirar pero me importaba poco. No quería que ese momento terminase. Sentía las manos de Gabby acariciándome el pelo mientras me apretaba la cabeza contra su sexo. Abrí la boca. Metí la lengua todo lo que pude en su vagina. Con su clítoris entre los labios lo sorbí varias veces. Cada vez que lo hacía ella me apretaba la cabeza con sus manos incrementando la presión sobre su vulva. Cuando me pareció que estaba a punto de correrse dejé de sorber para lamer sólo con la lengua, intensamente y rápidamente. Ella se tensó, dejó de moverse, sólo me apretaba con las manos. Jadeó un par de veces y emitió una especie de quejido que iba subiendo de tono hasta que se ahogó. Supuse que Danny le había tapado la boca y no me equivoqué.

Me levanté y me senté secándome la cara con un pañuelo. Estaba totalmente empapada. Gabby boqueaba y Danny nos miraba divertida.

- Good fucked Tito – dijo Gabby entrecortadamente.
- You liked? – pregunté retóricamente.
- Mmmm, so much.
- Final de trayecto – dijo un señor con uniforme azul a nuestra espalda.

Nos le quedamos mirando sorprendidos. Ya estábamos en Santander y todo el mundo se había bajado en la última parada. Nosotros ni nos habíamos enterado.

- Fainal, fínis – volvió a insistir el señor y por si no nos enterábamos añadió en el lenguaje universal que empleamos para entendernos con los extranjeros – UL-TI-MA-PA-RA-DA.
- Oh, sorry, thankyou very much – dijo Danny.

Nos levantábamos, recogíamos los chubasqueros y nos arreglábamos un poco. Le hice una seña a Gabby y creo que el señor no se dio cuenta que se guardaba en un bolsillo las bragas que se nos olvidaban sobre los asientos.

- Muchas gracias, tenga un buen día – le dijo Gabby al pasar delante de él exagerando el acento yanqui. El señor nos miraba con cara rara. Algo se olía.

Seguía lloviznando pero no me puse la capucha del chubasquero. Necesitaba refrescarme. Decidimos ir a mi casa. Estábamos los tres bastante cansados y yo francamente agotado. Mi hermana no estaba y les propuse darnos una ducha caliente. Les encantó la idea. Nos desnudamos y nos metimos en la bañera. No hubo sexo, estábamos bastante satisfechos. Sólo les pedí que me dejasen enjabonar y aclarar sus cuerpos y que me hiciesen lo mismo. Eso me encanta, me parece súper erótico.

- ¿Necesitas algo? – me preguntó Gabby señalando la erección que tenía.
- Duchándome con vosotras lo raro sería que no me empalmase, pero tranquilas estoy bien.

Nos secamos y nos sentamos en el salón sin vestirnos. Gabby se levantó fue a buscar su anorak y sacó una cosa del bolsillo. Las bragas de las dos. Pensé que se las iban a poner, pero no, me las dio a mí.

- A ver listillo ¿cuáles son las mías y cuales las de Danny?
- Yo qué sé ¿no lo sabéis vosotras? Las dos son iguales, blancas, pero unas tienen dibujitos de melocotones y pone “peach” y las otras tienen manzanitas y pone “apple” ¿ya no os acordáis cuál llevaba cada una?
- Bobo – dijo Gabby – Tú que eres el único que nos diferencia, que adivina hasta cuál se la está chupando sin mirarnos… ¿no puedes distinguir ahora cuál llevaba puesta cada una?
- Ah, es un reto. Pensé que la lluvia os afectaba la memoria – desde el primer día me iba a dormir con las bragas de una u otra sobre la almohada. Sabía cómo olían, pero diferenciarlas ahora… ufff, me arriesgué, tenía el cincuenta por ciento de probabilidades de acertar. Cerré los ojos. Me llevé alternativamente unas y otras a la cara. Aspiré y me dejé llevar por la intuición. Sin abrir los ojos les di unas a cada una - Estas son las tuyas y estas las tuyas.

Cuando las miré estaban las dos con los ojos como platos. Había acertado. Quizás fue suerte, aunque quería creer que tenía una conexión especial con aquellas negritas. Cuando nos vestimos y ya sí se fueron a poner las bragas les dije que no, que esa noche mes las quedaba yo, me lo había ganado. Mañana se las devolvería. Estábamos en verano y no se iban a enfriar aunque llevasen toda la tarde con el culo al aire.

Hoy tocaba cenar en casa de Danny. Mi tía había hecho tortilla de patatas y croquetas de bacalao. Estaba hambriento, devoré lo que me pusieron en el plato y repetí.

Así pasaron las dos semanas. Ellas avanzaron mucho con su español y con su estilo de natación. Yo me hice un experto guía turístico, bilingüe. Bueno, la verdad que las habilidades lingüísticas las desarrollamos los tres, con eso del petting… Es curioso, al principio con eso me daba por satisfecho pero luego, con el ardor sexual, muchas veces intenté llegar a más, pero cuando ellas se daban cuenta de mis intentos de penetración me paraban con una frase que estaba llegando a odiar: “¡No! sólo petting”. Vamos, menos follar lo que quieras. Con lo cual su vagina y su culo cada vez me atraían más.

Un día que no tenían clase les dije que se arreglasen un poco y entraríamos en el Casino. Al día siguiente llegaría su madre y dos días después ya volverían a Nueva York así que esa sería nuestra última oportunidad de jugar. No sé que entendieron por arreglarse un poco pero parecían dos modelos. Maquilladas, se habían pintado los labios y los ojos. Con unos vestidos elegantes y tacones… yo, aunque había intentado adoptar un estilo elegante pero informal, parecía el pardillo que se había arreglado para ir a misa de doce.

No caí en que siendo yo menor no me dejarían entrar. Ellas pasaron sin problemas y a mí el portero me pidió el carnet de identidad. Lo tenía pero si se lo enseñaba vería que tenía diecisiete años. Le dije que me lo había dejado en el coche y él se encogió de hombros como diciendo eso es tu problema.

- ¿Qué ocurre? Viene con nosotras – digo Gabby con desparpajo.
- Venga pasa – me dijo el portero después de pensárselo y dirigiéndose a ellas… – No puede apostar ni beber alcohol.

Manda cojones, me habían dejado a su cuidado. Nos dimos un par de vueltas por aquel ambiente peliculero. Les gustó mucho ese escenario elegante y un tanto añejo. Jugaron a la ruleta, a ellas sí les dejaban. Apostando a rojo o negro estuvieron ganando y perdiendo bastante rato pero manteniendo el “capital” hasta que decidieron apostar todo al negro. Duplicaron la apuesta y repitieron al negro que volvió a salir. Y una vez más. Había gente que apostaba a números concretos y ganaba o perdía cantidades más sustanciosas, pero las que acaparaban la atención de los curiosos eran aquellas negritas idénticas.

Al tercer negro seguido que salía les hice una seña y recogieron las fichas que habían ganado. Las cambiamos y nos dieron ocho mil pesetas. Teniendo en cuenta que habíamos partido de mil no nos podíamos quejar. Salimos a tomar algo para celebrar el éxito. Nos sentamos en una terraza en donde ya sí pude pedir una cerveza. Ellas tomaban Coca Cola. Utilizar aquello para acompañar las rabas que habíamos pedido me parecía un crimen, pero a esas americanas las había visto hacer mezclas peores.

Estuvo todo muy bueno y el sitio era muy agradable pero no repetimos consumición y nos fuimos a mi casa. Le había pedido a mi hermana que me la dejase hasta las doce por lo menos. No puso pegas, me dijo que tuviese cuidado y me deseó suerte. No sé si tenía miedo que me colase por aquellas dos, con lo que no iría demasiado descaminada, que las dejase embarazadas o que pillase alguna venerea. Le dije que de lo único que se tenía que preocupar es de no aparecer antes de tiempo.

Llegamos y nos sentamos en el sofá. Saqué de la nevera una botella de sidra, lo más alcohólico que bebían y estuvimos repasando lo que habíamos vivido esas semanas y un par de cosas que querían hacer cuando viniese su madre. Aunque les hacía ilusión volver a su casa estaban un poco tristes y yo más. Se dieron cuenta. Me abrazaron besándome. Con la mano detrás del cuello acercaban mi boca a la suya haciendo que nuestras lenguas se entrelazasen juguetonas.

Me bajaron la cremallera del pantalón y una mano se introdujo buscando mi paquete. Mis manos acariciaron sus pechos sobre el vestido. Nos pusimos de pie y nos desnudamos unos a otros. Me llamó la atención su lencería. Siempre las había visto con bragas y conjuntos muy juveniles, casi infantiles, bragas blancas con dibujitos y cosas así. Esta vez llevaban un conjunto de encaje negro que destacaba poco sobre su piel pero les daba un impresionante aspecto elegante.

Les pedí que me dejasen quitárselo. Les desabroché el sujetador liberando los pechos erguidos con sus pezones ya puntiagudos. Les quité las bragas mordiendo la cinturilla y tirando para abajo. Me encantó rozar mi cara con sus nalgas, con su raja… mientras lo hacía. Fue una ocurrencia, en cuanto pudiese lo repetiría. Aspiré fuerte a través de sus prendas íntimas. Probablemente sería la última vez que lo haría y quería atesorar su aroma en mi memoria.

Me sentaron en el sofá y las dos de rodillas delante de mí me comían la polla, primero por turnos y luego chupándola las dos a la vez, una por cada lado, juntando sus bocas cuando llegaban al glande, besándose entre ellas, como pasándose la una a la otra el líquido seminal que segregaba. No era una actitud lésbica, no había atracción sexual entre ellas. Las veces que las había visto jugar había sido dándose placer mutuamente, ayudándose y ahora usando mis fluidos para aumentar el morbo.

Morbosa la situación lo era y mucho. Yo también quería participar, no que simplemente me comiesen la polla. Les pedí que parasen un momento y me tendí de costado sobre el parqué en medio del salón. Les hice señas y Danny se tendió igualmente delante de mí, de manera que yo le podía comer el coño. Gabby se tendió entre mis piernas, comiéndome la polla. El triángulo se cerraba con Danny comiéndole el coño a Gabby.

Los tres de costado, cada uno con una pierna flexionada y la cabeza apoyada en el muslo que teníamos delante mientras comíamos la respectiva entrepierna. También fue una ocurrencia, nunca lo había hecho pero funcionaba muy bien y era cómodo. Así nos transmitíamos placer en cadena unos a otros, resonando armónicamente con cada temblor. Cada respingo que daba uno se transmitía a los otros. Así, cuando me agarré a las nalgas de Danny y la apreté contra mí sorbiendo sus labios menores, escuché su gemido al mismo tiempo que noté como Gabby se metía más la polla en la boca y me apretaba los testículos.

Lo que hacíamos nos afectaba a los tres. Era curioso y muy morboso comprobar que cuando estimulaba a Danny recibía la respuesta por parte de Gabby y al mismo tiempo, cuando ella me sorbía con fuerza el pene o me masajeaba los testículos yo temblaba y eso lo transmitía a su hermana.

Los tres disfrutábamos del morbo del momento. No sabía si ellas se habían comido el coño antes, pero en todo caso yo era una buena excusa para hacerlo. No sé, pero en esa situación era como si se lo comiese yo a las dos y como si las dos me comiesen la polla a mí.

Volví a sorber los labios de Danny. Le lamí el interior, jugué con la entrada de la vagina, chupé una otra vez sus labios jugando con ellos entre mis dientes. Los recorrí con la lengua. Me encantaban los labios carnosos que tenían aquellas chicas. Jugaba con ellos mientras los visualizaba mentalmente y con una mano le agarraba por el culo,  aprovechando la otra para pellizcarle los pezones.

Su cuerpo se movía sinuosamente, sus caderas ondulaban hacia delante y atrás lenta y suavemente entre mi boca en su entrepierna y la mano en sus nalgas. Ese movimiento de cadera recorría todo su cuerpo, lo percibía en sus pechos que pellizcaba y lo percibía por los movimientos de cabeza con los que Gabby me comía el pene, de hecho eran sus chupetones en mi miembro los que más me indicaban el grado de excitación de las chicas.

Apreté fuerte el clítoris con la punta de la lengua y obtuve unos gemidos en estéreo aunque ligeramente desfasados. Hundí mi cara en su entrepierna. El sabor de ese flujo abundante que tan bien conocía llenó mi boca mojándome las mejillas. El clítoris había dejado de ser ese bultito inapreciable en el pliegue superior de sus labios. Ahora volvía a estar terso, duro, reclamando las caricias que mi lengua le dio con avidez, con necesidad.

Sus cuerpos cambiaron el movimiento suave por una agitación apenas contenida. Estaban en ese punto en el que podía cambiar las caricias suaves por frotamientos intensos, incluso mordiscos y todo ello no sólo era bien recibido, era esperado con la expectación de quien tiene el cuerpo en tensión intentando adivinar cuándo y cómo será el estímulo que desencadene la cascada de placer.

Me encantaba prolongar ese momento. Bajé el ritmo y empecé a lamer con delicadeza, a jugar con los labios en vez de los dientes, a chupar… Pero el estremecimiento de sus cuerpos no bajó. Sus caderas seguían agitándose intensamente, su respiración era cada vez más entrecortada y Gabby arremetía mi polla cada vez con más fuerza.

Me di cuenta que yo no controlaba la situación. El triángulo que habíamos montado ahora tenía vida propia. Le habíamos estimulado y ahora él avanzaba directamente hacia el máximo placer, sin paradas ni retrocesos. Iba cada vez a más, no a menos.

Independientemente de lo que yo hiciese Danny estaba mordiendo, sorbiendo, lamiendo, chupando la vulva que tenía en su boca, provocando en Gabby una intensa excitación que yo podía sentir. Sus cuerpos se agitaban acompasadamente y ese movimiento me llegaba a la polla como si tuviese prisa por hacerme correr. Era evidente que lo morboso de la situación se había adueñado de ellas y de paso de mí.

Me hubiese gustado controlar aquello y hacer que se corriesen primero para después hacerlo yo, pero no pude. Danny restregaba su vulva contra mi boca frotándose como una perra en celo. Gabby debería estar haciendo lo mismo con ella, aunque probablemente su avidez también ayudaría. El caso es que me estaban comiendo la polla con desesperación y en esa situación lo mejor es dejarse llevar.

Gabby empezó a emitir gemidos ahogados por mi polla que ahora se introducía hasta la garganta. Su cuerpo temblaba, Danny le debería estar haciendo un trabajo excepcional en el clítoris así que decidí abandonar mis ilusiones de control y comerme el coño que tenía en la boca con la misma pasión que me estaban comiendo la polla.

Gabby se tensó y se corrió. Se quedó quieta un instante pero enseguida volvió a arremeter con chupetones mi polla como si tuviese que terminar ya una tarea pendiente. Tiré la toalla me dejé llevar y me abandoné a las sensaciones que me recorrían el cuerpo de punta a punta. Sentí que no me controlaba. Danny se restregaba con mi cara y yo poco podía hacer a parte de mantener la presión para que ella obtuviese el máximo placer.

Me corrí en la boca de Gabby sin poder avisarla, aunque tampoco pareció necesitarlo. Sentí como tragaba el semen al mismo tiempo que sorbía fuertemente con los labios provocándome un escalofrío de placer que sentí como nacía en la base de la nuca y me erizó todo el vello al instante.

En ese momento no me di cuenta pero luego Danny me contó que un intenso temblor recorrió mi cuerpo. Ella lo sintió entre sus muslos y en su entrepierna. Fue lo que al final le desencadenó su orgasmo. Lo siento pero prácticamente me pasó desapercibido. Si ahora lo pienso sentí como se agitaba, el roce de su vulva contra mi boca y como se me mojaba la cara, pero en ese momento mis sentidos estaban saturados y no me di cuenta de mucho. Menos mal que ella no necesitaba que yo reaccionase.

- Os voy a secuestrar – dije cuando pude recuperar algo de aliento – vosotras no os volvéis a América.
- ¿Ah sí? – dijo Gabby saltando encima de mí con unas energías que no sabía de dónde sacaba – pues yo me voy a llevar todo esto – añadió poniéndome la mano en la entrepierna – que sí me cabe en la maleta.
- Mira que lista, pues yo también quiero mi parte, bueno, sus partes.
- ¡Eh! ¡eh! Tranquilas, ya sabéis que hay para las dos.
- Es que ésta siempre se apropia de mis ideas – protestó Gabby con un mohín infantil.
- ¿Ves como es una mandona? – dijo Danny dirigiéndose a mí mientras saltaba sobre su hermana y acabábamos los tres rodando por el parqué.

Parecíamos tres críos jugando, bueno, es lo que que éramos. Me acordaba de mi época infantil cuando jugaba con mi prima y sus amigas y aprovechaba el barullo para tocarlas el culo. Esta vez era distinto, ellas eran las que más me metían mano. Siguiendo la broma que Gabby había hecho sobre mi pene, las dos se lo estaban disputando y yo hacía como que lo evitaba para fomentar aún más su interés.

Con la pelea nos íbamos excitando los tres y cuando yo ya no podía aguantar más el roce con sus cuerpos desnudos les pedí un “break” y fui corriendo a mi cuarto. Volví con una lata de Nivea. Ellas me miraban intrigadas. Me hicieron caso y se pusieron con las rodillas en el suelo y el cuerpo apoyado en el asiento del sofá. Cogí con dos dedos una buena porción de crema con dos dedos y se lo puse a Danny en el ano. Cuando se lo introduje con un dedo cerró el culo y se giró sorprendida.

- No Tito, ya sabes que sólo petting – era su límite, podíamos magrearnos todo lo que quisiéramos pero nada de penetración.
- Por el culo es petting, lo he mirado – dije sin abandonar el tono de broma – Follar no es petting, pero por el culo no es follar.
- Jajajaja, what do you say now, sister? – rió Gabby imitando mi manera de hablar inglés.
- Jajajaja, la he dejado sin argumentos – afirmé – Danny, si petting es todo menos follar y por el culo no es follar, por el culo es petting ¿No os enseñan silogismos en América?

Mientras argumentaba ya había puesto unas buenas dosis de crema en los culos de ambas. Estaba arrodillado detrás de ellas, en medio de las dos, introduciendo un dedo de cada mano en los respectivos rectos sin que se negasen del todo. Aunque aún no estaban muy convencidas, incluso Gabby que a pesar de sus risas también tenía sus dudas. Les tuve que asegurar que si no les gustaba lo dejaríamos. No se lo dije pero iba a ser mi primer anal así que me dejé llevar por la intuición y el sentido común.

Cuando un dedo entraba y salía sin dificultad introduje dos. Ellas notaron que a pesar del grosor los dedos se deslizaban con facilidad dentro de su culo y se relajaron. Primero una y luego otra empezaron a jadear y a mover la cadera respondiendo a los envites de mi mano. Pensé que las estaba produciendo un gran placer con los dedos, pero la verdad es que se habían empezado a masturbar precisamente porque lo de mis dedos no les bastaba, bueno… o porque siempre va bien hacerte un dedito cuando estás excitada. Que disfruten como quieran, mientras me dejen jugar con su culo…

Me levanté y con las piernas flexionadas me puse detrás de Danny. Ella era la más reticente así que mejor ganármela primero. Aquellos culos en pompa delante de mí me habían puesto otra vez a tope. Tenía el pene como un palo. Me lo agarré con la mano y lo acerqué a su ano presionando. Al principio costó, pero con toda la crema que había puesto entró con bastante suavidad. Después de dos semanas de mamadas meter el pene en un orificio tan angosto fue una experiencia distinta y muy, muy placentera.

Empecé a moverme con delicadeza mientras con una mano seguía metiendo dos dedos en el culo de su hermana.  A Danny sentir la polla dentro le agobió un poco pero se ve que menos de lo que esperaba, así que siguió masturbándose, dándose placer en el clítoris para contrarrestar la sensación del culo… o para complementarla.

No sé si consciente o inconscientemente, pero su ano se apretaba y aflojaba alternativamente sobre mi pene. Si seguía así no tardaría en correrme así que saqué el pene y me coloqué detrás de Gabby, que viendo la reacción de su hermana me esperaba expectante. Ella también se estaba masturbando, muy excitada y lubricada. Cuando le introduje el pene cesó todo movimiento concentrándose en el ano. Igual que a su hermana, al principio me costó un poco penetrarla, pero cuando tuvo el pene dentro y vio que no pasaba nada de lo que se esperaba se relajó, siguió masturbándose con el dedo y yo reanudé en ella mis acometidas mientras que, como había hecho antes, con una mano metía dos dedos en el culo de Danny para mantener su excitación.

Al principio me movía con mucha suavidad pero a medida que veía que su excitación aumentaba y sus movimientos eran más intensos, empecé a mover las caderas con rapidez provocando rítmicos golpeteos contra sus nalgas, con la polla dentro del culo.

Su excitación me ponía enormemente, su ano cerrándose alrededor de mi pene me producía un intenso placer asociado a los movimientos de ambos. Volvía a estar a punto de correrme, así que para alargarlo un poco volví a cambiarme para montar otra vez a Danny, mientras que ahora le metía los dedos a Gabby. Esperaba que alternando con la polla en el culo de una y los dedos en el de la otra pudiese conseguir que la excitación de los tres fuese aumentando más o menos por igual.

Muy desencaminado no estaba. Fuese por la situación, el morbo, el efecto de la polla en el culo, el del dedo que se estaba haciendo o la suma de todo ello, Danny empezó a agitarse con el ritmo creciente que indicaba que se iba a correr. Incrementé mis embestidas y ella sea apretó contra el sofá agarrándose fuertemente al cojín con la mano que le quedaba libre. Cuando se corrió se quedó rígida y el esfínter se encogió alrededor de mi polla. Por poco me corro.

Saqué el pene y me puse sobre Gabby. Esta vez el pene entró con mucha suavidad. La agarré con las dos manos por las caderas y empecé a cabalgarla dando sonoros golpes con mi pubis contra sus nalgas. Era una experiencia muy animal y ella se excitó aún más. Noté que se estimulaba con intensidad. Los dos queríamos corrernos ya. Dudé en hacerlo dentro de ella, pero siendo la primera vez y sin haberlo hablado no me atreví. Cuando vi que sus movimientos y sus jadeos anunciaban el orgasmo me preparé y cuando su esfinter se apretó saqué el pene y me terminé con la mano eyaculando sobre su espalda y la de Danny. Luego se lo extendí a cada una como si de una crema hidratante se tratase.

- ¿Y lo de la espalda? – preguntó Gabby al cabo de un rato.
- Me daba morbo, además no sabía dentro de cuál correrme, así que…
- Eres un poco guarro tú ¿no? – dijo Danny con sorna.
- Venga, ahora una duchita y arreglados – dije llevándolas al baño de la mano.

El agua caliente siempre es reconfortante. Rozarme con ellas y frotar sus cuerpos me encantaba, pero me puse un poco triste porque era la última vez que podría hacerlo. Ellas parecían estar menos afectadas que yo, pero sólo un poco, quizás la vuelta a casa las motivaba, pero estaba seguro que aquellas dos semanas habían significado para ellas lo mismo que para mí.

Salimos a cenar y terminar de gastarnos las ocho mil pesetas que habíamos ganado. Mañana sería otro día.

Al día siguiente volvió su madre y como es lógico se interesó por cómo lo habían pasado. Ellas le hablaron de nuestras excursiones y de lo buen anfitrión que había sido y un montón de las anécdotas contables. Mis Yúdi nos invitó a comer y mí me dijo que cuando quisiese ir a Nueva York tenía casa en Flushing. Acepté agradecido y las chicas aseguraron que se esforzarían por ser tan buenas anfitrionas como había sido yo.

Nos despedimos esa noche. Un abrazo y un casto beso en la mejilla, sólo uno, a la americana. Al día siguiente mi tía me dijo que Danny había dejado un paquete para mí. Tuve la intuición de abrirlo cuando estaba solo. Envuelto en papel de regalo estaba el frisbee y las bragas de Peach y Apple con una nota:

Dear Tito, te dejamos unas cosas para que practiques y te acuerdes de nosotras. El frisbee se te da bastante bien pero la prueba de las bragas… la verdad es que la fallaste, aunque con la carita que tenías nos dio pena decírtelo. Te las dejamos para que no pierdas tus habilidades pero no son un regalo, nos las tienes que devolver que las tenemos mucho cariño, así que no te queda más remedio que venir Flushing y ponérnoslas bien ¿vale?
We love you,

Danny & Gabby

Joder, cómo iba a echar de menos a esas cabronas.


FIN


Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.

Si además lo haces también en tus redes sociales te estaré muy agradecido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario