¿Cómo habría sido si me hubiese encontrado a Elena en un aeropuerto? Ella lo imaginó de una manera y yo de otra. A mí también me gusta más la suya, pero es que yo soy muy básico.
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- Señorita, se ha de quitar las botas, ahí tiene unos patucos -dijo la vigilante que había en el control- Monedero… cinturón… colgantes…
Con evidente fastidio la chica puso en una bandeja, el cinturón y las demás cosas y empezó a quitarse las botas. Con ese vestido era difícil hacerlo sin que sus piernas… y algo más quedasen expuestas a las miradas furtivas de los que estábamos en la cola cerca de ella.
Entre esas miradas la mía, que de repente me vi cautivado por las maniobras con las que, con celeridad púdica, la chica intentaba quitarse las botas sin hacer un tapón en la cola y sin que todos viésemos el color de las bragas que llevaba.
Y en esas… nuestras miradas se cruzaron. En los ojos de la chica creí adivinar reproche y desprecio “¡viejo verde!”. Los míos serían eso, los ojos avergonzados del que le pillan mirando lo que no debe.
¡Qué vergüenza! A mis años… Mi primera intención fue disculparme. “Perdona, no te estaba mirando. Sólo era por si necesitabas ayuda”. ¡Bueh!… eso era casi peor. Al final es mejor dejarlo así porque cualquier intento de arreglarlo es cagarla más. Total… no iba a volver a ver a esa chica en la vida…
Me fui a tomar algo y cuando llamaron para embarcar a mi vuelo dejé que entrase todo el mundo. Llegué a la puerta cuando casi todo el pasaje estaba dentro. Me había tocado una butaca de centro. Las odio, no me gusta ir entre dos desconocidos y me recriminé por no haberme dado cuenta del detalle y haberlo cambiado a tiempo.
En mi fila, el pasajero del pasillo todavía no había llegado, pero en la ventanilla estaba… ¡Joder! Tenía que ser una broma. Era la chica de las botas. Estaba leyendo una revista. Esperaba que no se hubiese quedado con mi cara.
- Buenas tardes -dije mirando a otro lado.
Ella contestó algo ininteligible, sin levantar los ojos de la revista.
"Señores pasajeros, les habla el comandante. En cuanto terminemos de cargar el equipaje procederemos a despegar. Tanto en Madrid como en Santiago el cielo presenta nubes de tormenta bajas que se mantendrán durante todo el trayecto. El despegue y el aterrizaje serán movidos, por lo que les recordamos la importancia de mantener abrochados los cinturones".
La chica estaba intranquila y el mensaje de la megafonía no la había ayudado nada. En el asiento del pasillo parecía que al final no iba nadie. En cuanto terminasen de embarcar el pasaje me cambiaría.
Las maniobras de embarque concluyeron y el avión empezó a rodar. Cuando me di cuenta estábamos acelerando por la pista de despegue y yo no había estado atento a cambiarme. Ahora tendría que esperar a que hubiésemos despegado para irme al otro asiento.
El horizonte se iluminó por un relámpago. La chica dio un respingo en el asiento. Al cabo de unos segundos retumbó el trueno. La tormenta estaba próxima pero aún no la teníamos encima. El piloto seguro que estaba despegando lo antes posible para evitar las turbulencias.
- No me gusta volar -dijo ella.
- Yo lo tengo que hacer más de lo que me gusta.
- El despegue y el aterrizaje me ponen un poco nerviosa.
- Tranquila, he volado con muchas tormentas. Es más incómodo, pero no es problema para estos aviones. El trayecto lo haremos por encima de la tormenta. Sólo nos moveremos un poco al despegar y al aterrizar.
- Es lo que no me gusta.
Mientras rodábamos por la pista las ráfagas de viento zarandeaban el avión en un anticipo de lo que nos esperaba. La chica se agarró con fuerza a mi brazo.
- Me llamo Alberto.
- ¿Qué?
- Que me llamo Alberto. Si vamos a ir agarrados…
- Perdona -dijo ella sin soltarse- Yo Elena.
El despegue fue casi violento. El comandante quería alejarse del suelo lo antes posible, pero en cuanto el avión estuvo en el aire se vio sometido a enérgicas sacudidas hasta superar la capa de nubes.
Elena me agarró con las dos manos, apretándome hasta hacerme daño. Tenía un brazo inmovilizado por la chica, con el otro intentaba darle un abrazo tranquilizador, pero la presión de ella no me dejaba mucha libertad de movimientos. Me sorprendí con una mano en su pierna.
- Perdón -dije retirándola.
- No, no. No la quites. Necesito sentir a alguien cerca - y con una mano presionó la mía contra su pierna.
Continué acariciándole el muslo. Sin que a ella pareciese importarle. Más aún parecía que eso la relajaba, así que seguí haciéndolo. Recorrí la pierna hasta que llegué al elástico de la media. Continué con mis caricias y me concentré en el muslo desnudo.
- ¿Estás mejor?
- Lo estaré cuando aterricemos, pero gracias por tu ayuda.
- ¿Sigo?
- Sí, por favor.
Sin saber muy bien qué significaba eso seguí acariciándole la piel del muslo y noté cómo se le erizaba. Su respiración cambió y creí percibir jadeos de placer. Evidentemente Elena, excitada por el miedo, estaba experimentando una transferencia de sentimientos.
Con un rápido movimiento puse la americana sobre su piernas para que nadie viese lo que estaba haciendo. Una medida innecesaria. La verdad todo el mundo estaba concentrado en agarrarse a su butaca.
Si Elena se dio cuenta de mis intenciones no dio muestras de ello. En tensión, pero con las piernas abiertas dejaba que la acariciase el muslo. De hecho la mano había llegado a la braga, apartándola para masajear la vulva.
El momento que yo temía, en el que ella se soltaba y me daba una hostia, no llegó. Al contrario, comprobé que estaba húmeda. A esta chica las emociones fuertes la ponían cachonda. Mis dedos jugaban con los mojados labios. Las manos de ella continuaban aferrándome el brazo y su rostro estaba hundido contra mi hombro. Si alguien nos mirase sólo vería a una chica muy nerviosa.
Siempre tenía cuidado al tocar el clítoris por primera vez. Algunas respondían violentamente, sobre todo si no está preparado y bien lubricado. En este caso sí lo estaba. Elena respondió con crecientes jadeos a la manipulación y empecé a notar que sus respingos ya eran más por placer que por miedo.
Mantuve mis caricias así hasta que el avión alcanzó el nivel de crucero y las sacudidas fueron cesando. Aumenté entonces la intensidad de las caricias en el clítoris, metiendo dos dedos también en el canal de la vagina, presionando la pared anterior hasta que Elena se corrió con un grito ahogado contra mi hombro.
Sólo al cabo del rato levantó la cara.
- Gracias, si no llega a ser por ti creo que me hubiese puesto histérica.
- Gracias a ti. Ha sido un placer.
- ¿Haces esto muy a menudo?
- Me dedico a ello.
- ¿Qué?
- Soy psicólogo. Precisamente voy a Santiago a dar un cursillo sobre técnicas para superar el estrés?
- ¿Y la masturbación es una de ellas?
- Pues no lo puedo comentar en todos los foros, pero sí. Creo que todo el mundo lo sabe.
- Sí, es un remedio intuitivo -añadió Elena riendo.
- Bueno, no tan intuitivo ¿sabías que los vibradores los inventó un psiquiatra para curar la histeria femenina?
- Un listillo -puntualizó Elena.
- Eso digo yo. Siempre me pregunto por qué no se me ocurrirán a mí cosas así.
- Quizás deberías de perfeccionar este sistema para quitar el miedo a los aviones.
- Pues ahora que lo dices...
- Sí, es un remedio intuitivo -añadió Elena riendo.
- Bueno, no tan intuitivo ¿sabías que los vibradores los inventó un psiquiatra para curar la histeria femenina?
- Un listillo -puntualizó Elena.
- Eso digo yo. Siempre me pregunto por qué no se me ocurrirán a mí cosas así.
- Quizás deberías de perfeccionar este sistema para quitar el miedo a los aviones.
- Pues ahora que lo dices...
Estuvieron hablando de muchas cosas y el tiempo se les pasó rápidamente, tanto es así que les sorprendió el anuncio de que iban a aterrizar en unos minutos.
Elena se puso la americana sobre las piernas y se volvió a agarrar a mi brazo.
- Otra vez al lío. A ver si de verdad me quitas el miedo a volar.
- Jajajaja, oye antes me quedé con una duda. ¿De qué color llevas las bragas?
- Luego te las regalo, total, después de este viaje ya no servirán para nada.
- ¡Qué cabrona!
FIN
Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.
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