lunes, 23 de agosto de 2021

Que no me entere yo que ese culito pasa hambre

Viene de: “Incesto en la cala

Mallorca, mayo - julio de 2020


Cuando llegué de vuelta al barco Mónica y Pedro estaban nadando desnudos. Amarré la zodiac a la escalerilla, me quité el bañador y me uní a ellos. Fue un chapuzón muy refrescante. Estábamos fondeados sobre una extensión de arena fina, aunque al costado de una pradera de posidonia.

Subí al barco. Cogí las gafas de bucear y me volví a tirar para hacer snorkel. Sobre las algas había pequeños bancos de peces nadando y rebuscando comida entre ellas.

Me sumergí y pasé rozando con mi cuerpo sobre las puntas de la posidonia. Los peces no se asustaban por mi presencia, me ignoraban como si no me viesen y eso que bajé varias veces para meterme entre ellos.

En un momento vi una forma ahusada, negra que pasó velozmente por debajo de mí. La observé mientras se alejaba, era un cormorán, un corb marí como lo llaman aquí. Salió a unos metros de mí y siguió nadando como un pato. Cuando me volví a sumergir para seguir mirando los peces el cormorán volvió a pasarme rápidamente por abajo. No sé si estaba jugando conmigo o me estaba echando de su zona de pesca. No me había pasado nunca y no me ha vuelto a pasar desde entonces.

Dejé los pececitos y me fui nadando hacia la pareja preguntándome si el cormorán me seguiría. No fue así. Ver los cuerpos de los dos manteniéndose en vertical mientras charlaban moviendo ligeramente los brazos y las piernas para mantener el equilibrio, me hizo rememorar la película “Tiburón” y se me antojó darles un mordisco.

El pene de Pedro estaba un poco disminuido por la temperatura del agua, pero tendía a flotar de forma graciosa. Apetecía darle un bocado pero no podía acercarme sin que me viese.

Las tetas de Mónica también flotaban y con el fresquito tenía los pezones erizados, pero pasaba lo mismo que con el pene de Pedro. No había opción al factor sorpresa.

Tendría que dar un mordisco en las nalgas de alguno y puestos a elegir, las de Mónica eran mucho más atrayentes. Me acerqué a ella desde atrás. Me sumergí, me quité las gafas de bucear y al subir me agarré a sus caderas hundiendo la cara en sus nalgas al mismo tiempo que las mordía. Desde de bajo del agua el grito me pareció exagerado. Temí haberme pasado con lo del “susto” y, a juzgar por los manotazos que daban los dos, podía ser cierto.


- Tío, ya sabes que me dan mucha cosa los bichos del mar. No sabía qué me estaba mordiendo -protestó Mónica.

- Yo más que nada me he asustado por sus gritos -aclaró Pedro.

- Mujer, si sólo ha sido un bocadito -me defendí.

- ¿Un bocadito? Pues ahora me lo vas a dar tú en to’l coño y toma aire porque no te voy a dejar salir hasta que me hagas sentir escalofríos.


Bajo presión no actúo a gusto, pero me gustan los retos como ese. Me crezco comiendo un coño. Se me da bastante bien. Sin pensarlo tomé aire y bajé hasta su entrepierna. Pero Mónica me sujetó por los hombros y puso los muslos sobre ellos cruzando las piernas tras mi espalda. Con las manos me apretó la nuca para presionar su vulva con mi cara.

Ella es menuda pero muy bien proporcionada y ahora me acababa de dar cuenta que era bastante fuerte. Era castaña, con el vello púbico muy arregladito. Por la postura que ella misma adoptó, tenía su vulva completamente abierta pegada a mi cara.

Me agarré a sus nalgas y le empecé a sorber el clítoris. Estaba durísimo y sobresalía con prominencia. Cuando lo frotaba con la lengua ella temblaba. Quise salir a tomar aire pero no me dejó. Me tenía fuertemente sujeto con las piernas y con la cara pegada a su sexo. Quería hacerme sufrir. Me entró la risa y me atraganté. Sin dudarlo le mordí el clítoris. Volví a sentir un grito desde debajo del agua al mismo tiempo que sus piernas se abrían y con las manos me empujaba la cabeza para separarme.


- Tío ¿me has cogido manía? -me preguntó Mónica acariciándose la entrepierna.

- Tía ¿me querías ahogar? -pregunté yo con el mismo tono cuando dejé de toser.

- Pensé que tendrías más interés en comerme el coño.

- Interés me sobra, lo que me faltaba era aire -respondí.

- ¡Cuánto tenéis que aprender! -exclamó ella con resignación- Pedro, cuéntale a Alberto cómo se lo montan las cubanas que te la comen en la playa.

- Pues fuimos hace años -comenzó él-, todavía estaba Fidel Castro. Sabía que había chicas que se ofrecían para hacerte mamadas en la playa, lo que me extrañó es que no se cortaron aunque vieron que iba con Mónica.

- ¿Y tú qué hiciste? -le pregunté a ella.

- ¿Yo? Yo estaba horrorizada al ver la desesperación de esas mujeres por conseguir unos dólares. No quería que Pedro se perdiese lo que era una “atracción turística” más, pero me temo que le contagié mis conflictos.

- Pagar por sexo era prolongar su situación de precariedad. Me hubiese gustado ayudarlas, pero no de esa manera -aclaró Pedro.

- Nos estamos desviando del tema -apremió Mónica.

- Sí, el caso es que localizamos a las chicas y estuvimos mirando cómo lo hacían. Se alejaban con el tío del resto de la gente. Iban a una zona por donde les cubría por el pecho o así. Se sumergían delante de él y estaban una barbaridad debajo del agua. Sólo veías lo que pasaba por la cara del tío. Tomaban aire y volvían a la tarea. Repetían la operación un par de veces y ya.

- Las chicas deberían tener muchísima practica en mamarla, pero lo que quedaba claro es que aguantaban muchísimo la respiración -dijo Mónica-. Y no es fácil, ya lo has visto, yo lo descubrí cuando decidí que Pedro no iba a volver de Cuba sin su mamada en la playa.

- Por poco se ahoga -dijo Pedro riéndose.

- ¿Te sujetó como tú a mí ahora?

- No, pero después de tomar aire tres o cuatro veces y dejar de importarme si los de alrededor se enteraban de lo que estaba haciendo o no, me percaté que Pedro se iba a correr justo cuando yo tenía que volver a tomar aire. Decidí aguantarme hasta que lo hiciese y el cabrón eyaculó cuando yo no ya no aguantaba más. Tuve que tomar aire con la boca llena de semen y casi sin salir del agua. Tragué medio Caribe, por poco muero.

- ¿Te tuvo que hacer el boca a boca un socorrista? -pregunté divertido.

- Sólo hubiese faltado eso -replicó Mónica.

- A ver, si es que no aprendéis. Eso es como cuando tienes una fuga de agua en casa, por muy manitas que seas hay cosas que es mejor dejárselas a los profesionales -dije soltando un disimulado reto que Mónica no tardó en aceptar.

- ¿Profesionales? Os voy a dar yo profesionales. A los dos -dijo ella tomando aire y agarrándose a las caderas de su marido para ayudarse a permanecer bajo el agua.

- Tío, no sé como te las arreglas pero siempre consigues meter el sexo en todas las… las… conversacioooooones -dijo Pedro con voz temblorosa.

- Soy un obseso, ya lo sabes. Tú sólo disfruta -le respondí poco antes de que Mónica saliese del agua impulsada como por un resorte y tomando una gran bocanada de aire le dio un piquito en los labios a Pedro justo antes de volverse a sumergir, esta vez delante de mí, agarrada a mis caderas.


Entre sus labios noté que mi pene estaba flácido. A estas alturas para mí era normal. Aunque teníamos una conversación erótica, yo estaba más de cachondeo que otra cosa, además esos días estaba “muy bien follado” y a mi edad ya era frecuente que necesitase una ayuda “oral” para conseguir una buena erección.

Antes de volver a tomar aire Mónica me sorbió el glande, me lo mordió y con las manos me acarició el escroto. De hecho prácticamente no lo soltó cuando volvió a salir para tomar aire, ni cuando se sumergió delante de Pedro para comerle la polla a él. Escuchaba su respiración agitándose e imaginaba los labios de Mónica recorriendo golosamente del glande a los huevos.

Mientras tanto, sus manipulaciones consiguieron mantener e incluso aumentar mi erección. Así que cuando me volvió a tocar el turno ya noté con claridad sus labios y su lengua contra la piel de mi polla dura. Notaba incluso el roce de su campanilla en mi glande al pasar hacia la garganta. La sensación se repitió unas cuantas veces y empecé a notar calambres en el capullo. Ella debió darse cuenta porque cuando salió a tomar aire para dedicarse otra vez a Pedro, me siguió agarrando la polla con la mano y masajeando el glande con el pulgar.

Pedro tenía cara de placer, su respiración se iba haciendo regular a medida que Mónica le comía la polla. A diferencia de mí, parecía que podía estar así todo el tiempo del mundo. Yo en cambio estaba casi a punto de correrme. No sólo por la increíble mamada que me estaban haciendo, sino también por el morbo de la situación y porque estaba un poco preocupado por el esfuerzo que estaba haciendo Mónica.

Era evidente que a ella no se le escapaban esos detalles, porque se agarró con fuerza a mis nalgas y se metió la polla hasta el fondo, apretando su cara contra mi pubis. Cuando me metió un dedo en el culo y empezó a masajearme la próstata la polla me empezó a temblar. Apretó intensamente los labios sobre mí y me sorbió mientras me recorría desde los testículos hasta que el glande salía de su boca y lo volvía a meter apretándolo.

Era una sensación extraña, aunque muy placentera, por una parte quería que se prolongase y por otra estaba tan excitado que me daba miedo correrme cuando ella se la estuviese comiendo a Pedro. Pero cuando su dedo aumentó el ritmo con el que jugaba dentro de mi culo, lo que temí es correrme cuando ella fuese a salir a tomar aire, repitiendo la experiencia que habían tenido en Cuba.

Le empecé dar golpecitos en el hombro para avisarle y ella me sorbió con más fuerza el glande en lo que interpreté que quería que siguiese adelante. Aunque no fue una cosa voluntaria. Me apretó la próstata y fue como si me abriese el grifo. No quise agarrarla para que saliese cuando quisiese, pero empecé a mover la cadera al mismo tiempo que ella me ordeñaba sorbiéndome con los labios.

Sentí mi semen llenando su boca. Ella lo retenía bajo la lengua y cuando terminó salió tomando enérgicamente aire con la nariz, para no atragantarse con el semen y al mismo tiempo mantenerlo en la boca. Cuando se recuperó me sonrió mostrándome mis fluidos y luego, como si estuviesen de acuerdo en lo que iban a hacer, se abrazó a Pedro, se besaron en la boca y ambos compartieron mi semen en un gesto absolutamente morboso.


- Te has quedado perplejo ¿No te suena la escena? -me preguntó Pedro divertido después de tragar lo que le quedaba en la boca.

- Pedro y Carmen en la cafetería de El Corte Inglés ¿no?

- Síiiiii, efectivamente -me confirmó Mónica-. Esa historia y en particular esa escena tenía impactado a “mi Pedro”. Lo hemos hecho buen ¿no?

- Perfectamente -confirmé-. Sois tan morbosos como ellos. Creo que lo siguiente es organizar un encuentro para que os conozcáis.

- Uffff, sí, un quinteto en vez de un trío. Estaría genial -apuntó Mónica.

- Morbo sin límites -apostilló Pedro.

- En cuanto volvamos me pongo en contacto con ellos.


Bueno, yo más que en un quinteto estaba pensando en un septeto, con Carmencita y Clara, las respectivas hijas e incluso quizás un octeto, con Yaiza, la mítica canariona de la que tanto me habían hablado.

Pedro dijo que estaba bien y no quiso que Mónica le continuase la mamada. Subimos al barco y, después de comer, fuimos costeando por la playa de Es Trenc, desde Sa Rápita hasta casi la Colonia de Sant Jordi.

Echamos el ancla en la cala des Peregons, donde llegamos al atardecer. El agua era tan transparente y el fondo abajo se veía con tanta claridad que el barco daba la sensación de estar suspendido en el aire.

Fuimos en la zodiac hasta la playa y la dejamos en la arena, cerca de la duna en la que nos instalamos. No se veía a nadie en los alrededores así que nos fuimos a nadar desnudos. Estuvimos un rato disfrutando del agua y luego ellos salieron a la playa. Yo me quedé un rato para bucear. Quería aprovechar mientras hubiese claridad, porque a medida que el sol se ponía la transparencia del agua disminuía al ir bajando la luz.

Curiosamente en ese momento empezaron a aparecer más peces y de mayor tamaño, que se ve que aprovechaban ese momento para acercarse a la orilla a buscar comida.

Después de bucear un rato entre ellos volví yo también a la playa. A medida que me acercaba empecé a oír gemidos de Mónica. Al fijarme más vi el culo en pompa de Pedro que se movía oscilante. Estaba de rodillas comiéndole el coño a su mujer y a juzgar por sus gemidos lo debería estar haciendo fenomenal.

Lo de meterle a él un dedo en el culo es algo que hice casi sin pensar. No pretendía molestar y por su reacción, se agachó abriendo más las nalgas, creo que no lo hacía. Él empezó también a gemir a medida que le frotaba la próstata.

Después del baño, la sensación de la piel era húmeda y fresca. El dedo había entrado suavemente y notaba como su esfínter se dilataba. Recordé que Mónica me había dicho que le daría mucho morbo que follase el culo de su marido y, como él no parecía negarse, pensé que no habría momento mejor que ese.

Me puse detrás de él y abriéndole las nalgas con las manos flexioné un poco las piernas para acercar el pene a la altura de su ano. A pesar de que estaba húmedo y suave, costó un poco que el pene entrase. Los gemidos de Pedro se transformaron en quejidos, aunque no hubo ningún tipo de rechazo por su parte.

Mi vientre llegó a apretarse con sus nalgas y mis huevos llegaron a chocar con los suyos. La calidez me rodeó el miembro y gracias a la suavidad de ambas pieles pude ir entrando y saliendo de su angosto orificio con un frotamiento intenso, pero sin que molestase el roce.

Me agarré a sus caderas y, balanceando las mías, fui incrementando el ritmo con el que le penetraba.

Mónica pareció darse cuenta de lo que estaba pasando y decidió cambiar de posición. Se giró con dificultad bajo el cuerpo de su marido. Al final consiguió colocarse haciendo un 69 en el que ahora chupaba el glande de Pedro mientras el seguía con el cunilingus.

La respiración de ambos parecía bastante dificultosa porque cada uno chupaba persistentemente el sexo del otro y con evidente pericia, porque sus cuerpos se agitaban y botaban de manera descontrolada. A mí me costaba seguir entrando y saliendo del culo de Pedro, pero le tenía bien sujeto por las caderas y con ello iba adaptando su ritmo a mis necesidades.

Estuvimos así un rato y al final nos corrimos en cadena. Creo que la primera fue Mónica, que con un bramido ahogado por la polla de Pedro, que seguía en su boca, se la sorbió con fuerza provocando su eyaculación, que ella tragó de manera sonora.

El cuerpo de Pedro se tensó coincidiendo con su orgasmo. Contrajo el esfínter y a mí me pilló cuando pasaba en glande por él. Esa presión mantenida sobre mi miembro, desde la punta del glande hasta que mi cuerpo se apretó contra sus nalgas, fue suficiente para que yo eyaculase justo en ese momento.

Nos quedamos los tres un poco pillados. Me separé con cuidado y saqué un kleenex de mi bolsa para limpiarme la polla. Lo hice con cuidado y le pedí a Pedro que esperase un poco mientras le limpiaba también las gotas de semen que resbalaban por su ano. Al final los tres nos metimos en el agua para refrescarnos.


- Espero que no os haya molestado mi intervención -pregunté.

- Al contrario, creo que ha ido muy bien -dijo Mónica-. Me di cuenta que le estabas follando el culo porque Pedro empezó a comerme el coño con más ímpetu.

- Pues yo entre la sorpresa y la comida de polla que me ha hecho Mónica todavía estoy que no sé lo que me ha pasado -aclaró Pedro.

- ¿Pero te ha gustado o no? -preguntamos Mónica y yo casi simultáneamente.

- Joder que si me ha gustado, pero eso no significará que me estoy amariconando ¿no?

- ¿Nunca te habían follado el culo? -pregunté.

- No, nunca, y me preocupa que me haya gustado… bastante, bueno, mucho -admitió él.

- Tranquilo, le dije. No todos los hombres conocen que tenemos el punto G en el recto. Y no aprovechar eso es un desperdicio.

- Vamos, que tengo que repetir ¿no?

- Sí, pero esta vez sin que te coma yo la polla ¿eh? Para ver si lo que te gusta de verdad es que te den por el culo. Para la próxima quedamos así ¿vale Alberto?

- ¿Cómo que para la próxima quedáis así? ¿Es que esto lo teníais planeado?

- Era una oportunidad que esperábamos que se presentase y al final se presentó… y la aprovechamos -admití.

- ¡Pero qué panda de cabrones estáis hechos vosotros dos! -protestó Pedro.

- A ver, cariño, tú siempre quieres follarme el culo. Le pedí a Alberto que me ayudase para que tú experimentases qué se siente. Igual después de probarlo no te gustaba tanto.

- ¡Que hijos de puta! -seguía balbuceando él.


Cenamos en la playa y nos fuimos a dormir al barco. Nos acostamos los tres juntos con Mónica en medio. Aunque hubo caricias no hubo sexo y a la mañana siguiente, después de un chapuzón, emprendimos la navegación rumbo a Palma. Lo hicimos por el camino largo, rodeando el archipiélago de Cabrera y así, sin prisas y aprovechando para charlar sobre todo lo que nos había pasado, llegamos al club náutico de Cala Gamba al atardecer. Los tres teníamos claro que había que repetir la experiencia. Yo seguía pensando en el octeto.


FIN


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