
Cuando terminó me acerqué a felicitar a los ponentes y coincidí con algunas personas que conocía, pero eché en falta a una amiga de Facebook que dijo que asistiría y no lo hizo. Mientras la buscaba con la vista reparé en una mujer que me miraba insistentemente. Su cara me sonaba pero no la ubicaba. Nos cruzamos las miradas y tuve la sensación de que ella sí me conocía. Se me acercó sonriendo.
- No me reconoces ¿verdad?
¡Joder! ¿Quién era? Me sonaba un montón. Tendría mi edad. Muy guapa. Con el pelo castaño, igual que los ojos. Tenía clase, vestía de forma discreta pero no podías evitar fijarte en ella, aunque quizás ayudaba el hecho de que era bastante alta, debería medir 1,80. Las mujeres altas me llamaban mucho la atención. ¿Dónde la había conocido? ¿Cómo no me acordaba de ella?
Viendo mi perplejidad me dio una pista: “Un día me dijiste que si tuviese tetas te casarías conmigo”. No pude evitar mirarle las tetas. Tenía un pecho abundante sin ser exagerado. ¿Sería alguna de esas niñitas a las que miraba el culo cuando éramos pequeños? Había alguna que se puso un poco posesiva, pero no me acuerdo habérmelas quitado de encima diciendo que cuando les creciesen las tetas ya hablaríamos. Recuerdo por contra que lo de las tetas se lo decía a Carlos, un amigo de la facultad. Un tío genial, me llevaba fenomenal con él, tanto que de vez en cuando le decía “si tuvieses tetas me casaría contigo”. Pero… Espera…
- No puede ser… ¿Carlos?
- Ahora Carla -me contestó riendo- Sabía que te acordarías -dijo mientras me abrazaba y me daba dos besos. Sentí la presión de sus pechos sin poder salir de mi asombro.
Dicen que cuando mueres ves toda tu vida en un instante, en lo que duró ese abrazo reviví los años que pasé con Carlos en la Facultad de Psicología. Coincidimos una vez en una clase y desde entonces nos hicimos inseparables. Estaba siempre rodeado de tías. Era un ligón, primero porque era muy guapo y segundo porque tenía la habilidad de encontrar la palabra adecuada para halagar a una tía en cada momento. Esa es una cualidad suya que siempre he envidiado. Para que me entendáis, si Carlos escribiese un blog con sus historias el argumento sería algo parecido a conozco chica, la fascino en cinco minutos, me la llevo a la cama, iniciamos una relación basada en el sexo y al final nos acabamos conociendo, es decir, justo al contrario de lo que hacía yo.
No pude evitar recordar también cuando hacíamos deporte o íbamos a la piscina. En los vestuarios nos vimos desnudos muchas veces. Tenía un cuerpo atlético, lampiño. Entonces no había caído pero tenía un culo casi femenino, aunque eso sí, estaba muy bien dotado.
Habíamos estado juntos un par de cursos, luego dejó los estudios por temas personales. Perdimos el contacto y ahora que nos volvíamos a encontrar… tenía delante de mí a una mujer despampanante, que sabía que andaba por la cincuentena pero que aparentaba diez años menos y era sexualmente muy apetecible. En definitiva, que yo no entendía nada.
- Pero… pero… ¿qué ha pasado? -pregunté absolutamente atónito.
- Uffff una historia muy complicada -me dijo riendo-, pero afortunadamente todo salió bien.
- Pero… ¿cómo? No es un disfraz ¿no? Te has cambiado de sexo de verdad…
- Sí, sí, me costó, pero al final di el paso definitivo.
- Pero si tú eras un ligón…
- Pero, pero, pero… te he dejado impactado ¿eh Alberto?
- Joder, ya te digo, si hasta te ha cambiado la voz y… estás buenísima.
- Gracias -dijo Carla riéndose-. Hay sistemas de cambiar de voz, de aspecto y… de cambiar para ser tú misma.
- Entonces… Carlos…
- Carlos era yo mismo, pero sólo una parte. Disfruté mucho en la universidad. Ya sabes que ligué con muchas chicas pero, por ejemplo, tú siempre me gustaste y nunca te dije nada, en cambio como Carla ahora sí te lo digo.
- Joder… ahora pienso que cuando te decía lo de las tetas…
- ¿Que si me molestaba? Qué va, para nada. Sabía que me lo decías porque me apreciabas, pero recuerdo que en aquella época sólo tenías ojos para la rubia aquella… ¿cómo se llamaba?
- Esther, tienes buena memoria.
- Cómo para no acordarse, con lo fuerte que te dio. Anda que no te costó ligártela.
- Oye… pero lo de que yo te gustaba… ¿es en serio?
- Y tan en serio, como que he venido aquí para decírtelo.
- Joder, entonces no me enteré de nada y ahora me temo que tampoco. Perdona pero todavía estoy un poco bloqueado ¿Cómo sabías que iba a venir aquí?
- Jajajaja, sí que te he impactado. Pues hace tiempo te localicé en Facebook y te solicité amistad pero no me contestaste. Desde entonces te sigo y así me enteré que asistirías a esta conferencia, un rollo por cierto pero ha merecido la pena por poder hablarte por fin.
- ¿Y qué me quieres decir?
- Uffff, pues lo que ya te he dicho. Por una parte que aunque he cambiado de sexo soy yo y me gustaría que me aceptases así. Por otra que siempre me gustaste aunque sabía que no tenía ninguna oportunidad. Ha pasado mucho tiempo, me gustaría reanudar el contacto, ver si nos llevamos tan bien como antes y… ¿quién sabe? Igual ahora sí tengo más oportunidades.
Sí que estaba bloqueado, afortunadamente él… bueno ella, me conocía muy bien. Nos tomamos unas cervezas, nos intercambiamos los teléfonos y quedamos en llamarnos. Cuando llegué a casa abrí el Facebook y miré las solicitudes de amistad. Allí estaba. Carla. Muy atractiva en la foto de perfil. Había además algunas fotos personales, comentarios de noticias y de los post de otros, pero nada que indicase su condición sexual, que fuese transexual me refiero. Lo único que ponía es que estaba “en una relación”. No había aceptado su solicitud, nunca lo hago cuando no conozco a la persona, pero entonces sí lo hice y me propuse llamarla al día siguiente.
Cuando hablamos por teléfono me invitó a cenar en su casa y conocer a su pareja. También acepté encantado y allí me llevé una sorpresa. No sé por qué, pero había pensado que la “relación” de Carla sería un tío, pero no, se llamaba Susana, aparentaba poco más de cuarenta años y era una pelirroja muy atractiva. Me di cuenta que formaban buena pareja. Eran dos mujeres maduras que llamaban la atención, no por la belleza que tenían, que era bastante, sino por la clase y la seguridad que las dos emanaban.
Me atraían muchísimo, me moría de curiosidad y esperaba que eso no se me notase demasiado o por lo menos que estas ansias de saber no cayesen en la chabacanería. Evitando preguntar directamente me enteré de que Susana era una industrial divorciada que ahora asumía con orgullo su bisexualidad. Carla le había hablado de mí y le había prestado todo su apoyo en la aventura de encontrarme.
Lo de Carla era muy llamativo. Paulatinamente se había dado cuenta de que, aún siendo un ligón en la universidad, también le gustaban los tíos, cosa que al principio le costó admitir. Pero dado ese paso el entonces Carlos admitió también que se sentía mujer, mujer lesbiana y bisexual y una vez llegado a ese punto emprendió un largo camino, lleno de obstáculos, para ser consecuente con la identidad que ahora asumía.
- Todo eso no sólo implica dar un paso frente a tu familia, a tus amigos y a tu trabajo -reflexioné en voz alta-, también implica emprender un camino físico y psicológico, habrás necesitado ayuda, terapia, tratamiento quirúrgico y hormonal…
- Uf sí, no me lo recuerdes -dijo Carla.
- Yo entonces no la conocía, no la pude ayudar -aclaró Susana mientras se apretaban la mano.
- El cambio… -dudé cómo plantearlo- ¿es total?
- ¿Que si me he hecho una vaginoplastia? No. Me lo planteé pero lo deseché enseguida. La operación es complicada y aunque estéticamente queda una vulva perfecta, funcionalmente los resultados no son buenos. Aunque se le puede dotar de terminaciones nerviosas, el placer en el sexo no es el mismo. He preferido conservar el pene y me alegro de esa decisión.
- Yo también me alegro -dijo Susana riendo-. Carla tiene lo mejor de ambos sexos. Está buenísima y además puedo follar con ella, ni tijerita, ni strapon, ni leches. Follamos de verdad.
- Pero ¿el tratamiento hormonal…? -pregunté.
- Me gustaría prescindir de él pero no puedo -respondió Carla-. Afortunadamente ya no es como antes, ahora puedo hacer vida normal, tener el cuerpo de mujer que quiero y un pene totalmente válido.
- Totalmente. Bueno, ya lo verás… si quieres -aclaró Susana ante mi evidente expresión de sorpresa.
- Pero… -continué reflexionando- si eres bisexual, tu pareja es una mujer con la que te encanta follar, si el pene es una parte fundamental en tu sexualidad… ¿por qué cambiar de sexo? ¿No era más sencillo ser un hombre que admite su bisexualidad y ya?
- Me alegro mucho que me hagas esa pregunta -dijo Carla sin poderse aguantar la risa, evidentemente no era la primera vez que se la hacían-. No es cuestión de follar con tías o con tíos, me cambié de sexo porque me sentía mujer, con una sexualidad peculiar, pero mujer… y ese paso le tenía que dar.
- Ya -dije intentando comprender.
- ¿Te molesta eso? -preguntó Susana.
- No, no. De hecho me pone un montón. Bueno… perdón por la sinceridad -contesté algo avergonzado al confesarle que me atraía su pareja.
- ¿Ah sí? -dijo Carla mientras se me acercaba insinuante.
Me agarró una mano y me hizo levantar del sofá. Quedamos pegados uno frente a otro, nuestros rostros a la misma altura, su mirada fija en la mía, sus pupilas dilatadas eran todo deseo. Me rodeó el cuello con sus brazos y confieso que me sentí algo intimidado. Inclinó ligeramente la cabeza y me besó. Sentí su lengua explorando mi boca. Sus manos sujetaban mi nuca y me apretaban contra su cara. Nuestras lenguas jugaban en las bocas abiertas mientras la respiración se nos entrecortaba a los dos.
Mi despiste inicial se pasó pronto. En un principio no podía quitarme de la mente la imagen de estar besando a mi amigo Carlos, pero enseguida se impuso la belleza de la mujer que me sostenía entre sus brazos y mi cuerpo empezó también a participar activamente de ese momento. Para mí no dejaba de ser todavía una sorpresa, pero ella llevaba tiempo soñando con ese momento. Toda ella, su mirada, su boca, sus brazos… me apretaban, me manejaban con un ansia violenta, llevando la iniciativa con un ímpetu que normalmente era yo quien lo presentaba.
Sobrepuesto de la sorpresa respondía sus iniciativas con igual ímpetu y sin dejar de besarnos y manosearnos, comenzamos a arrancarnos literalmente la ropa con una pasión adolescente, primeriza. Bueno, la verdad es que yo no me podía quitar de la cabeza la sensación de estar viviendo una primera vez. Carla no sólo era una amiga con la que evidentemente nunca había pensado tener sexo, era también mi primera transexual.
Algún botón de su blusa terminó saltando por mi impaciencia, igual que el cierre de su falda, que acabó deslizándose suavemente hasta sus tobillos al bajar la cremallera. Me la quedé mirando hipnotizado. Llevaba un conjunto de tanga y sujetador de encaje negro, con unas medias, también negras, que se ceñían en los muslos.
La giré para mirarle el culo. El tanga enmarcaba dos nalgas bastante más prominentes que lo que recordaba. Le iba a preguntar si además de tetas se había puesto culo, pero me callé por discreción. Era evidente que sí y por cierto, no me importaba. Me encantaba ese culo y se lo agarré fuertemente con las dos manos.
- Te gusta -me preguntó.
- Mucho y ya sabes que los culos son mi debilidad.
- Me hicieron un buen trabajo.
- Trabajo el que te voy a hacer yo -dije justo antes de morderle una nalga-, pero ahora déjame que siga mirando porque todavía no sé por dónde empezar.
Le di la vuelta y no pude evitar mirarle la entrepierna menos disimuladamente de lo que me había pretendido. Carla tenía una erección y el glande empujaba el elástico del tanga intentando asomarse. Lo apreté con una mano provocando en ella un suspiro, pero todavía no quería descubrir su sexo, así que le agarré los pechos notando entre mis dedos los duros pezones que me aguardaban bajo el fino encaje.
La besé en la boca y la abracé mientras con las manos recorría su espalda. Las yemas de los dedos la acariciaban y sentía un escalofrío en la mujer que tenía entre mis brazos.
Le desabroché el sujetador, me aparté un poco para quitarle los tirantes y dejar que la prenda aterrizase sobre la falda que descansaba hace rato en el suelo. Al volver a abrazarla la presión que sentí en el pecho fue mucho más cálida y esta vez creo que fui yo el que suspiró.
Carla le hizo una seña a Susana y ésta emprendió la tarea de quitarme la ropa que aún llevaba puesta. La camisa que seguía sobre mis hombros porque, a pesar de estar desabrochada desde hace rato, no me la había quitado porque no paraba de manosear a Carla. Mis pantalones, de los que mi amiga había arrancado el cinturón pero los sujetaba una cremallera a medio bajar y de la que tampoco nos habíamos ocupado. Y mi slip negro, que Susana bajó mientras me sujetaba el pene para que no se trabase con el elástico. Yo también tenía una buena erección, vamos que tenía la polla tiesa como un palo.
Le quité el tanga, con mucho cuidado, sujetándole el pene. No estaba acostumbrado a eso, pero mientras se lo pasaba por los tobillos y apartaba el resto de ropa que había a sus pies le eche una mirada desde abajo. Ante mí tenía unas piernas largas, muy sensuales, todavía con las medias puestas. La visión del pubis era… morbosa, muy morbosa. De una franja de vello púbico muy bien cuidada arrancaba un pene largo, aunque no demasiado grueso, que terminaba en un glande brillante que apuntaba hacia delante con decisión. Los testículos, entre los muslos, no se notaban mucho, aunque quizás es que no me fijé demasiado impresionado como estaba por la visión de sus pechos que también apuntaban hacia delante y con la misma decisión que el pene.
Pero quizás lo más morboso de la situación eran los ojos de Carla. Desde arriba estaba pendiente de mis reacciones con una mirada pícara, insinuante, lasciva… Evidentemente estaba satisfecha por la excitación que percibía en mí, que me había quedado congelado intentando atesorar cada momento, cada sensación.
Con suavidad le agarré el elástico de una media con las dos manos y se lo bajé acariciando la piel del muslo, la pantorrilla, los tobillos… aprovechando para besarle el empeine y los dedos del pie cuando lo levantó para que le quitase la media. Repetí la operación en la otra pierna. Su piel era tersa y suave. Irradiaba un aroma de frescura y sólo cuando la acariciaba se notaba una leve rugosidad, piel de gallina producida por la excitación.
Me levanté y sujetándole las manos miré su cuerpo desnudo frente a frente. Sus ojos irradiaban deseo, su cuerpo era puro morbo y yo era todo excitación. La atraje hacia mí y abrazándola la besé dejando que nuestras lenguas se explorasen. Sentía la presión de sus pechos puntiagudos en mis pectorales y… también sentía su pene erecto en mi pubis. Joder, eso era nuevo pero… no me desagradaba, aumentaba el morbo.
Me separé y le agarré el pene estimulándoselo. Ella hizo lo mismo con el mío. Fue un momento sorprendentemente agradable. Luego me separé y sujetándole las manos rocé mi pene con el suyo. Movía la cadera para que ambos penes chocasen y, erguidos como estaban, uno empujase al otro hasta que uno sobrepasaba al otro.
- ¿Qué hacéis? -preguntó Susana extrañada.
- No sé -respondió Carla- es un juego que se ha inventado Alberto ¿Qué es? ¿Un duelo de pollas?
- Sí -respondí riendo- Perdonad no he podido evitarlo. El roce de tu pene me ha traído recuerdos.
- ¡Ah! Pensé que no te gustaban esas cosas -dijo Carla sorprendida.
- ¿Así que has tenido experiencias con chicos anteriormente? -preguntó Susana mirando con una expresión de interrogación también a Carla.
- Bueno, no exactamente. Desde muy pequeño he practicado multitud de juegos sexuales con primas, vecinas, amigas… Mientras mis amigos jugaban al fútbol yo siempre estaba intentando bajarle las bragas a alguna niña.
- ¿Y lo conseguías? -preguntó Susana.
- Pues a veces me costaba pero casi siempre lo conseguía.
- ¿Y lo de las peleas de pollas? -preguntó Carla.
- A eso iba. Estas prácticas hicieron que ante cualquier situación sexual tuviese una erección inmediata. Al cabo de unos años mis amigos también empezaron a interesarse por el sexo, comenzaron a masturbarse y acabaron haciéndolo en grupo. Eso les ponía mucho. Un día me invitaron a una de esas sesiones. Sentados en corro nos sacamos la polla y empezamos a hablar de las chicas mientras nos la meneábamos. Ellos no lo sabían, pero las chicas que ellos imaginaban, nuestras vecinas, yo las había visto y tocado, bueno… a casi todas.
Les llamó la atención que mientras ellos empezaban con el pene flácido y se iban empalmando poco a poco al mismo tiempo que imaginaban o se ayudaban de alguna foto de alguna revista que alguien había conseguido, yo en cambio la tenía siempre dura desde el principio.
Un día les reté a un duelo por darle más emoción al tema. Yo sería capaz de tumbar todas sus pollas. Lo hice y gané. No fue difícil. Yo ya la tenía como un palo mientras ellos se tardaban más en empalmar.
Así me creé la fama de tener la polla más dura del barrio y los bocazas de mis amigos lo contaron por todas partes, hasta a las chicas, esas con las que soñaban pero no se atrevían a tocar. Un día tres de ellas me llevaron aparte y me preguntaron cómo era eso a lo que jugábamos. Se lo expliqué y como me conocían enseguida me creyeron. Yo había jugado con las tres, aunque siempre por separado, así que no se extrañaron demasiado. De hecho me dijeron que les gustaría vernos. Mi mente empezó a visualizar un juego nuevo. Me comprometí a conseguir que fuesen a la próxima sesión pero les pedí que de momento no dijesen nada a nadie.
Reuní a mis amigos y les planteé mi idea. A las próximas pajas invitamos a las chicas. Iniciamos nuestra esgrima de pollas con ellas de espectadoras. Nos vamos eliminando hasta que queden tres finalistas o el número de chicas que hayan venido. Los finalistas pelean entre sí, el que gane elige una chica, el segundo elige a otra y así. Luego cada chica le hace una paja al que la ha elegido.
- Joder, qué precoces -dijo Susana.
- Sí, sí, pero sigue -instó Carla.
- Pues hubo bastantes reticencias a mi propuesta. Mis amigos resultaron ser muy vergonzosos con las chicas y tampoco se creían que fuesen a pajearnos. Pensaban que después de vernos peleando polla a polla saldrían corriendo sin hacernos nada.
Yo que las conocía y sabía hasta dónde podían llegar les aseguraba que no, que estaban tan salidas como nosotros y que claro que nos acabarían pajeando. Pero lo definitivo fue cuando les dije “pensad en la mano de Clarita o Anamari meneándotela hasta que te corras de gusto”.
- Ahí, trabajando las hormonas -dijo Susana.
- ¡Calla! ¡Sigue! -apremió Carla, a la que la historia le estaba excitando aún más.
- Pues al final lo hicimos. Para tan memorable sesión les enseñé mi escenario secreto preferido para estos juegos, la azotea del edificio a la que se podía acceder empujando con cierta habilidad una puerta de madera desde el cuarto de la maquinaria del ascensor.
Allí estábamos siete chicos, si no recuerdo mal, y tres chicas. Todos muy nerviosos. A un chico de once o doce años le daba mucha vergüenza que una chica le viese desnudo. Para una chica de esa edad no era normal que siete chicos se fuesen a desnudar ante ella y menos aún que además se dejasen pajear. Y yo estaba nervioso porque me acabaron poniendo los demás.
Nos aseguramos que no había nadie más y que nadie nos veía, pero nadie se atrevía a dar el primer paso, así que me decidí a romper el hielo. Me bajé los pantalones y los calzoncillos y mi polla salió disparada hacia arriba como si tuviese un resorte, lo que provocó un sorprendido grito por parte de todos. Las chicas de excitación y los chicos de frustración.
Venga, les fui retando “veis cómo las chicas no se van, quieren veros y van a cumplir ¿verdad?” dije dirigiéndome a ellas, que asintieron con la cabeza.
Se fueron bajando los pantalones pero sus pollas eran unos pingajillos flácidos que apenas sobresalían de su mata de pelo. Había mucho miedo y vergüenza.
Costó que se animasen. Las chicas en vez de meras espectadoras tuvieron que enseñar algo de chicha, tocar algo… pero cuando quedó claro que las chicas también jugaban e iban en serio, los chicos se lanzaron y me costó más de lo esperado ganar la esgrima de pollas, que a partir de ese día era un deporte que se hizo muy popular en el barrio y con variantes cada vez más morbosas.
- Qué cabronazo, no me habías contado nada de eso -se quejó Carla.
- Ya, y que pensases que me iban los tíos…
- Oye podemos jugar a eso y el que gane se folla a Susana.
- ¡Un momento! -protestó Susana- Una servidora se va a follar a la polla que gane y a la que pierda… y por todos mis agujeros.
- Pues venga -dijo Carla moviendo la cadera para darle a mi polla con la suya- Decidido. Vamos al dormitorio que estaremos más cómodos.
Susana se empezó a quitar también la ropa. Con todo el cachondeo ella aún estaba totalmente vestida. Cuando me di cuenta le pedí que me dejase a mí y ella asintió con un gesto complacido. Tenía unas facciones muy agradables. Pecosa, ojos azules y con su pelo rojo parecía una auténtica escocesa. Era bastante alta, mediría 1,70 o así, pero en comparación con Carla y conmigo parecía más baja.
Vestía de manera informal, bastante juvenil. Le desabroché una blusa amplia de tonos turquesa. Al quitársela quedó patente que por su piel pálida tenía tantas pecas como en la cara. Como un flash tuve la imagen mental de unas nalgas pecosas y un pubis pelirrojo. Deseé con todas mis fuerzas que fuese así y por poco me precipito a los pantalones para comprobarlo. Me contuve para desabrocharle el sujetador. Era blanco, con algo de relleno, bonito pero sin florituras. Liberé unos pechos no demasiado voluminosos, pero con unos apetecibles pezones sonrosados que se pusieron duros en cuanto los mordí.
Susana me miraba con expresión complacida. Y al fijarme otra vez en sus ojos azules no tuve más remedio que besarla. Al separarme vi que sonreía a Carla, que estaba detrás de mí. Giré la cabeza para verla. Se había sentado en la cama, nos miraba mientras se meneaba el pene tieso. Sin dejar de tocarse me indicó que siguiese con un gesto. Se la veía complacida, pero la imagen de su pene me resultó inquietante. Todo en ella me ponía muy burro pero… ¿qué iba a hacer yo con ese pollón?
- ¿Se te acumula el trabajo? -me preguntó Susana con cierta impaciencia.
Volví a prestarle la atención que merecía y ahora sí le desabroché el cinturón de los tejanos. Al bajarle la cremallera vi una braga negra. Hacía juego con el sujetador pero era de distinto color. Supuse que tenía dos conjuntos que combinaba.
Calzaba unas bailarinas sin tacón que le quité para que pasasen los vaqueros. Le di la vuelta y arrodillado frente a su culo le bajé las bragas. Acaricié con la mano las pecas de sus nalgas. Se las abrí para verle el ano y ella se agachó para que pudiese contemplar también la vulva. Con el movimiento los labios se abrieron espontáneamente con un “pop” que seguro que imagine pero que en ese momento creí oír. El húmedo rosa brillante de su interior me impactó, pero no pude evitar fijarme en la cicatriz de su episotomía que, aunque delicadamente, le rasgaba el perineo. En algún momento Susana había parido. Bueno, no sabia nada de su vida anterior, pero que ahora se había convertido en una auténtica milf era algo que se veía.
La giré para verla por delante. Mis deseos se vieron plenamente cumplidos. Tenía el vello púbico recortado, pero el triángulo pelirrojo estaba perfectamente marcado. Lo acaricié, tenía la rigidez del pelito corto. Me resultaba tremendamente excitante. Lo besé y rocé mis mejillas en él. Aspiré para guardarme su aroma en la memoria. Me levanté y abrazándola le besé la boca. Mi pene rozaba su pubis y yo movía la cadera para sentir sus pelitos que me pinchaban, me acariciaban, me excitaban todavía más.
Con un gesto Susana me hizo volverme otra vez hacia Carla. Seguía sentada en la cama pero ya no se tocaba. Dando golpecitos con la mano en el colchón me invitaba a sentarme a su lado. Lo hice y Susana se sentó a mi otro costado. Las dos empezaron a acariciarme.
Carla me rodeo el cuello con los brazos y empujándome hacia atrás me tumbó en la cama mientras me besaba. Se sentó a caballo sobre mi cadera. Nuestras pollas duras se rozaban. Ella incrementaba la sensación balanceándose sinuosamente sobre mí. No era la primera vez que me hacían eso, pero siempre era una vulva la que se asentaba sobre mi polla. Estaba acostumbrado a sentir los labios húmedos abrazando mi miembro, deslizándose sobre él… Sentir la presión de otra polla dura era algo nuevo, pero… no me desagradaba.
Susana se mantenía al margen, observándonos desde el costado, como si no quisiese molestar en nuestro juego. Solamente nos acariciaba de vez en cuando, mi pecho, la espalda de Carla, sus pezones… mis testículos… Sí, entre todas las sensaciones que me saturaban, me di cuenta de que una mano me acariciaba el escroto justo debajo de las nalgas de Carla. Era un movimiento experto, casi imperceptible pero muy placentero y que contribuía a aliviar la presión del culo que apretaba mi pene y mantener así mi excitación.
Cuando Carla se tumbó sobre mí sentí sus duros pezones en mi pecho y la mano de Susana manejaba mi pene erguido, masajeándolo, besándolo con delicadeza. Por lo menos esa era la sensación que vagamente percibía mientras Carla, tumbada a caballo sobre mí, no dejaba de besarme la boca.
Jugueteando nos dimos la vuelta en la cama. Acabé yo sobre ella e irguiéndome sobre las rodillas le di la vuelta, acabando sentado sobre sus nalgas. Eran muy carnosas y redondeadas. La cirugía a veces mejora la realidad. Nunca me había sentado en el culo de Carlos pero lo había visto, no era tan sensual, ni mucho menos.
Me puse de rodillas y agarrando a Carla por las caderas la obligué a poner el culo en pompa. Le abrí las nalgas y empecé a jugar con su ano metiendo los dedos en él. Estaba muy dilatado y me propuse penetrarlo ya. Susana adivinó mis intenciones y me hizo esperar un poco. Escupió en el ano e introdujo los dedos en él, lubricándolo. Luego me chupó el pene, concentrándose en el glande y luego lamió el ano y el perineo de Carla, dejándolo totalmente mojado, viscoso, a punto. Luego, besándome como si quisiese que yo también lo saborease, me agarró el pene y lo dirigió hacia el ano.
Con una leve presión por mi parte el glande abrió el esfínter, que apenas opuso resistencia. Introduje el pene en el recto hasta que los huevos hicieron tope con los labios de la vulva. Estaba sorprendentemente húmedo, Susana había hecho un excelente trabajo con su lengua.
La otra cosa que me sorprendió era el calor. Estaba muy caliente. Nunca había tenido una sensación tan cálida follando un culo, era como si Carla tuviese fiebre pero evidentemente sólo era la calentura de la excitación. Estaba muy excitada. Carlos, su yo del pasado, tenía fama de amante entregado en nuestros tiempos de la facultad. Ahora sabía por qué.
Sujetando su cintura empecé a moverme haciendo que el pene entrase y saliese rítmicamente. Me restregaba contra sus costados, intentaba estimularle la próstata, nuestro punto G. No tenía práctica en eso, pero sí una idea de cómo hacerlo, aunque no era lo mismo que cuando les explicaba a las chicas cómo me gustaba que me lo hiciesen con los dedos.
No debí hacerlo mal porque enseguida empezó a gemir, aunque quizás influyese que Susana había empezado a comerle la polla mientras yo le follaba el culo. Me apreté contra sus nalgas clavándole el pene todo lo fuerte que pude mientras me recostaba contra su espalda, rodeándole el cuerpo con los brazos para pellizcarle los pezones.
Su grito coincidió con un espasmo que recorrió su espalda terminando en un apretón seco de los músculos del recto alrededor de mi polla. El temblor debió también repercutir en la polla que estaba dentro de la boca de Susana porque ella también gimió con un tono gutural que sonó a deseo animal.
Así, agarrando la tetas desde atrás, no tenía mucha capacidad de movimiento pero en cambio incrementaba el contacto con todo el cuerpo. Intenté mover la cadera rítmicamente pero vi que eran más efectivos movimientos más lentos pero más intensos, sacándole partido a la profundidad que la postura me proporcionaba.
Cada empujón que daba provocaba un gemido en Carla que inmediatamente tenía su eco en Susana, sobre todo cuando al mismo tiempo que me aplastaba contra las nalgas aprovechaba para estrujarle literalmente las tetas.
Después de un rato así me incorporé para tener más libertad de movimiento. Me agarré a sus nalgas y empecé a sacar y meter el pene rápidamente en su ano. El golpeteo de mis caderas contra su culo apenas apagaba el sonido del chapoteo líquido que mi polla provocaba dentro de ella. Era la primera vez que tenía esa sensación de humedad tórrida follando un culo. En ese momento no entendía cómo tenía el ano tan mojado.
Carla no dejaba de sorprenderme agradablemente. Pero esa no era la única sorpresa que me reservaba. Parecía tener además un dominio completo de los músculos del recto, relajándolos y contrayéndolos con una facilidad pasmosa. Lo dilataba cada vez que mi pene penetraba haciendo de ello un gesto suave y muy agradable. Al retirar mi miembro su recto se estrechaba abrazándolo con la delicadeza de unos labios al succionar.
A pesar de que Susana seguía comiendo la polla de Carla, ésta estaba casi exclusivamente pendiente de mí, de que yo disfrutase y lo hacía tan bien que me di cuenta que ella no se iba a correr en ese acto por mucho que yo me esforzase, así que aumenté el ritmo y la intensidad de mis golpes de cadera, haciendo que el pene entrase y saliese de su culo con la fuerza y velocidad que a mí me producía más placer.
Sus músculos se aferraban a mi polla como si me masturbase y pronto mis sonoros jadeos acompañaron a los gemidos que ahora emitíamos los tres. Mi movimiento se hizo frenético. El glande me producía calambres cada vez que rozaba el esfínter para entrar en el recto, cuyo calor estimulaba todo mi pene cuando estaba dentro y su presión me hacía sentir escalofríos hasta en la base del cráneo cuando salía.
No sé cuántas veces se repitió ese ciclo. Sé que fueron bastantes pero me parecieron pocas, hasta que en momento ya no pude aguantar más y me derramé en ella con unos violentos empujones finales.
Me tumbé sobre su espalda con el pene todavía dentro de su ano. Apoyé la cabeza sobre su hombro y le acaricié los brazos con suavidad. Su espalda se ondulaba desde la cintura. Debería seguir el ritmo que le marcaba Susana mientras le comía la polla. Carla aún no se había corrido y me sentía un poco culpable por ello.
Retiré la polla de su culo y me dediqué a acariciar su piel y a ayudar para que que alcanzase el orgasmo. De rodillas a su lado le iba lamiendo, pellizcando, mordiendo y besando sin estorbar sus maniobras, pero cuando Susana se dio cuenta de mi empeño me hizo un gesto para que yo también le comiese la polla a Carla.
Excitado como estaba accedí encantado, aunque comer pollas no es lo mío. No se bien cómo pero Susana cambió de postura y cuando me di cuenta ambas se estaban morreando mientras yo le hacía la felación a Carla.
Pero ya he dicho que eso no es lo mío. Después de todos los chupetones que le había dado Susana, la polla de Carla sabía muy bien y no me dio nada de asco, como había temido. El glande estaba muy suave y jugoso. Me entretuve chupando el prepucio, me llamaba la atención porque ya sabéis que yo no tengo. Igualmente me llamaba la atención el frenillo, también más escondido que el mío por razones evidentes. Me centré en lamerlo y morder lo que pude, porque era algo que a mí me produce mucho placer.
Pero cuando intentaba meterme más la polla en la boca me producía unas arcadas terribles. Nunca me he podido meter cosas en la boca. Ya de pequeño vomitaba en cuanto el médico me metía la paleta para aplastar la lengua y ver cómo estaban mis amígdalas. Hice varios intentos pero no podía. La propia Carla me retiró la cara de entre sus piernas.
- ¡Ay Albertito! Que no me sirves pa maricón -bromeó Carla.
- Que no -insistí queriendo corresponder al cariño con que me había dejado follar su culo-, que sin arcada no hay mamada. Déjame intentarlo.
- Bueno, pero poco a poco, relájate que si no lo vas a pasar fatal y vas a poner todo esto perdido. Déjanos que nosotras te guiemos.
Se dio la vuelta y poniéndose de costado se metió mi polla en la boca dejando que yo apoyase la cabeza en su entrepierna, en la cara interna del muslo, quedando otra vez su polla a la altura de la boca pero sólo permitiéndome chupar el glande con los labios.
Susana se tumbó detrás de mí abriéndome las nalgas con las manos, metiendo la cara entre ellas y acariciando el ano con la punta de la lengua.
Aunque me acababa de correr esas dos me estaban volviendo a poner a punto y yo iba cogiendo más confianza con la polla que tenía en la boca. Todo parecía ir muy bien. Los tres nos movíamos al unísono, Carla comía la polla de vicio, no sé si de haberlo sabido cuando coincidimos en la facultad…
Susana me estaba haciendo entender el verdadero placer que se sentía cuando te hacen un buen beso negro. Bueno, en realidad con las dos estaba conociendo el verdadero placer de que te coman por delante y por detrás. Me sacudía con calambres de placer que me recorrían desde el glande hasta el ano sin que pudiese determinar dónde se originaban ni dónde acababan, porque me recorrían todo el cuerpo haciendo que más tarde tuviese agujetas en la cintura.
Con esos espasmos no podía controlar muy bien los movimientos del cuello y acababa metiéndome la polla de Carla en la boca más allá de lo que podía controlar. Su glande me acababa rozando la campanilla y yo tendía a abrir la boca de una manera un tanto exagerada para evitar morderla lo que acrecentaba mis arcadas y mi nerviosismo. Las dos me acariciaban suavemente para relajarme, pero en cuanto volvíamos a entrar en situación aparecían de nuevo mis espasmos.
- Albertito, eres un encanto pero comer pollas no es tu fuerte -dijo Carla riendo.
- Yo lo intento -me excusé verdaderamente avergonzado.
- Déjanos que te comamos nosotras -sugirió Susana- y luego nos lo montamos las dos. Verás cómo también te pones un montón.
- Ya, a los tíos nos excita mucho ver a dos tías montándoselo, pero quiero participar, aprovechar esta situación. Fóllame -le pedí a Carla.
- ¿Seguro?
- Sí, eso no me dará arcadas. Nunca lo he hecho y qué mejor momento para probar que éste.
- Dilatado y lubricado está -informó Susana.
- Bueno -dijo Carla- pero deja de pensar en nosotras y ocúpate de disfrutar. Como vea que no te lo pasas bien paramos.
- Prometido.
Me situaron en un lado de la cama, tumbado de costado. Susana se sentó en el suelo y desde allí estaba a la altura ideal para comerme la polla, cosa que empezó a hacer mientras Carla se acostaba detrás de mí y, haciendo la cucharita, me besaba los hombros y el cuello mientras restregaba todo su cuerpo contra el mío. Sentía su aliento agitado en mi nuca, sus pechos que se apretaban contra mi espalda y sus manos que me acariciaban los muslos y la entrepierna, introduciéndose entre las nalgas, comprobando si mi ano estaba tan dilatado y lubricado como Susana había asegurado. Lo estaba. Me sentía húmedo y dispuesto.
Contuve la respiración mientras sentía cómo la mano de Carla guiaba su pene entre mis nalgas, hasta el ano y gemí de sorpresa cuando apretó sus caderas contra mí haciendo que su miembro penetrase en mi recto. Lo hizo fácilmente, con suavidad y mi sensación no fue de dolor, ni de placer, fue de extrañeza, de opresión al sentir algo muy grande en mi interior. Me gustaba que me metiesen los dedos en el ano y jugueteasen en él cuando follaba, pero esto era distinto, una cosa eran los delicados y finos dedos femeninos de mis ocasionales amantes y otra era el pollón de Carla.
Me sentí decepcionado, mal conmigo mismo. No podía evitar pensar en las chicas a las que había desvirgado el culo diciendo “tranquila, ya verás como te acaba gustando, el sexo anal es cuestión de paciencia y dilatación, si a alguien le duele es que se lo están haciendo mal, no pienses en lo que está pasando, relájate y ya verás como el placer acaba llegando”.
Bueno, dilatado estaba, dolor no había sentido, sólo una extraña sensación de ocupación que no podía comparar a cuando tenía ganas de hacer de vientre, ni a cuando me ponían un edema. Placer, lo que se dice placer no sentía. No me gustaba pero era totalmente resistible así que intenté pensar en la otra parte, en el placer y el morbo que yo sentía cuando follaba un culo, en el que había sentido cuando hace un momento follé a Carla y en lo mucho que yo quería en ese momento darle placer a ella y que disfrutase al máximo corriéndose dentro de mí.
Empecé a moverme ondulando la cintura entre la polla de Carla y la boca de Susana, apretando las nalgas cuando el pene salía para estrujarlo aumentando el placer, masturbándolo como ella había hecho conmigo.
Surtió efecto. Ella empezó a gemir de placer al mismo tiempo que Susana reforzaba mi empeño aumentando la intensidad de los chupetones a mi polla. No sé por qué me encontraba tan extraño. La situación era muy agradable pero ambas se dieron cuenta de que yo no me iba a correr así que, igualmente a lo que yo había hecho antes, Carla optó por correrse ella y ya ocuparse después de mi orgasmo, cuando yo estuviese más cómodo.
Fue la primera vez que un tío… bueno, ya me entendéis, que una polla se corría en mi culo. Sentí su excitación, sus empujones, la presión dentro de mí… Eyaculó, pero no sentí el placer de un orgasmo, ni su semen al vaciarse dentro de mí. Sólo lo percibí resbalando por la cara interna de los muslos cuando retiró su pene y la lefa rebosó por mi ano. Una sensación muy extraña, pero ya entonces tenía claro que me apetecía mucho tener sexo con Carla y Susana, así que tendría que acabar pillándole el tranquillo a eso de que me follasen el culo.
- Te has quedado mudo ¿tan mal lo has pasado? -preguntó Carla.
- No, no, precisamente estaba pensando que le tengo que pillar el truco a esto de que…
- De que te den por el culo -completó la frase Carla riendo.
- Algo así -admití.
- Si te sirve de algo te diré que la primera vez que me follaron el culo lo pasé fatal, mucho peor que tú. En cambio ahora me encanta -comentó Susana.
- Sí, a mí me pasó algo parecido. No es que no disfrutase la primera vez, le tenía muchas ganas a aquel cabronazo -explicó Carla mirando al vacío, recordando aquella primera experiencia suya-, pero evidentemente ahora me lo paso mucho mejor.
- Mujer, es que ahora te follo yo con el strapon y eso no tiene rival -bromeó Susana.
- ¡Eh! Que yo follo mucho mejor que un strapon -protestó Carla- ¿A que sí Alberto?
- Creo que ahora no es el mejor momento para preguntar eso -rió Susana.
- Me lo has hecho fenomenal -dije besando a Carla en la boca- me quedo con ganas de repetir y la próxima vez seguro que me lo pasaré mejor. Y -añadí besando al mismo tiempo a Susana- cuento también con tu colaboración. Comes la polla fenomenal.
- Respecto a lo de que te quedaste con ganas -dijo Carla interrumpiendo a Susana que iba a decir algo- si quieres…
- En otro momento -me disculpé-, ahora lo que me apetece es echar un buen polvo con esta pelirroja.
- Mmmmm creí que no te ibas a decidir nunca -dijo Susana complacida.
Ella nos había ayudado a Carla y a mí en nuestros juegos. Nos había lubricado y con sus caricias había mantenido siempre nuestra excitación, pero Susana todavía no se había corrido y yo aún tenía unas enormes ganas de comerme su coño pelirrojo, así que aprovechando lo bien que mamaba me coloqué en posición de “69”.
Estábamos los dos de costado. De una manera natural cada uno apoyó la cabeza en el muslo del otro, que mantenía la otra pierna flexionada. No lo hablamos, adoptamos esa postura como si fuese algo habitual en nosotros. Eso era de las cosas que más me gustaba de esa parejita, con ellas el sexo era algo natural, que no requería peticiones ni explicaciones.
Comencé a besar sus muslos, a lamerlos acercándome lentamente a su vulva, pero sin penetrar en ella, rodeándola, lamiendo las ingles, besando el pubis restregando mi cara en su hirsuto vello pelirrojo.
Estaba muy húmeda, sus fluidos me mojaban las mejillas que estaban especialmente sensibles por el roce con sus pelitos. Ahí, en su entrepierna, el aroma de su sexo era intenso. Salado, amargo, picante… me estaba volviendo loco ese olor a sexo, a deseo, a coño… era una sensación totalmente animal, una invitación para hacer todo lo que desease.
Sabía que ella estaba teniendo la misma sensación. También me percibía mojado. No lo sentía pero seguro que el líquido preseminal rebosaba de mi polla aunque que ella aún no se la había metido en la boca. Lo que me mojaba era su saliva. Su lengua me había recorrido los muslos, hurgado en los recovecos entre ellos y el escroto, el perineo, bordeado el ano pero sin entrar él…
Me hubiese encantado que me metiese la lengua en el culo o que de una vez me chupase la polla. La sentía latir de deseo, el glande me provocaba temblores, pero Susana seguía jugando alrededor de mi zona más sensible, lamiendo y soplando suavemente para incrementar los escalofríos. Cuando me acarició el muslo con la mano me noté la piel de gallina.
Decidí no esperar más. Con la nariz le abrí los labios de la vulva y me introduje entre ellos. Metí la lengua en la vagina mientras con la barbilla le presionaba el clítoris. Me invadió el intenso sabor de su sexo que hasta ahora sólo estaba oliendo.
Cuando le mordí los labios sus fluidos me llenaron la boca. Los tragué para seguir comiéndole la vulva y en ese momento sentí que ella se metía la polla en la boca. Noté como el glande le rozaba la campanilla y se introducía en la garganta. Me invadió una sensación cálida, sobre todo cuando me aplastó el escroto con la nariz. Se juntaron el calor de su boca rodeando mi pene y su respiración en mis huevos. Aquello fue un revulsivo para mí y me lancé a comerle el coño abandonando toda delicadeza que hubiese podido tener hasta ese momento. El repentino ímpetu sorprendió a Susana que, aunque no se sacó el pene de la boca, dejó de sorberme para concentrarse en su propio placer.
Oía sus gemidos ahogados por la polla que, no entendía bien cómo, aún mantenía en su garganta. Esos jadeos apenas tapaban mis propios sonidos que yo percibía como una especie de rugido animal. Era tanto lo que quería chupar, morder, sorber… que no daba abasto. Sabía que después tendría las cervicales agarrotadas pero ahora no me importaba, alguna me daría luego un masaje. Apretaba el cuello para hundirme en su vulva, mordiendo el clítoris, haciendo que la lengua ondulase en la vagina, sorbiendo los labios y tirando de ellos hasta que en sus gemidos de placer percibía un quejido no menos excitado.
Apretaba y aflojaba la presión de mi cara contra su vulva repitiendo frenéticamente todo el proceso con rapidez. Cada vez hacíamos más ruido, ella alternando gemidos de placer y dolor y yo intentando mantener la respiración mientras me aplastaba contra su entrepierna.
En un momento gritó, se atragantó con mi polla que ya no pudo mantener más en su boca y ya libre de ella volvió a gritar mientras cerraba sus muslos apretando mis mejillas y con sus manos me empujaba la cabeza contra su sexo para incrementar la estimulación que le estaba proporcionando con la lengua y toda mi cara.
Susana se tensó. Sentí que su vagina se cerraba alrededor de mi lengua y me di cuenta que el bultito duro que sentía apretando mi labio inferior era su clítoris sorprendentemente erizado. Se corrió acompañada de unos violentos espasmos de la pelvis y yo no pude respirar hasta que se relajó, me soltó la cara y por fin tuve espacio para tomar aire, una bocanada de aire con un intenso sabor a sexo.
Nos separamos un poco y nuestros cuerpos rodaron cada uno en un sentido quedando tumbados de espaldas. Los dos suspiramos.
- Vaya comida de coño que te han hecho -dijo Carla que había estado a nuestro lado disfrutando el espectáculo.
- Ufff -es lo único que se le oyó decir a Susana.
- ¿Qué te parece mi amigo Albertito?
- N.s .. qu…mos -dijo Susana de manera ininteligible.
- ¿Qué? -preguntó riendo Carla.
- Que-nos-lo-que-da-mos -aclaró Susana vocalizando con esfuerzo.
- Bueno, veo que aquí se folla bien pero… ¿qué tal se come? -pregunté.
- El coño de maravilla -dijo Susana riendo.
- Vale, me quedo pero si sólo como coño me temo que os voy a durar poco.
- ¿Ah sí? ¿Y qué más quieres comer listillo? -preguntó Carla.
- ¡Culo! -dije incorporándome con un respingo y abalanzándome sobre Susana.
La pobre chica aún no se había recuperado del todo y me miró entre sorprendida y asustada, pero se dejó hacer. Me coloqué de rodillas en la cama y tirando de sus caderas la obligué a girarse y poner el culo en pompa. Desde detrás, entre sus piernas y abriéndole las nalgas, metí la cara en ellas para lamerle el ano con la punta de la lengua. Tenía el culo empapado, sus fluidos vaginales lo habían bañado todo. El olor a coño me volvió a inundar.
Metí primero dos dedos, luego tres. Sabía que el ano estaría suficientemente dilatado, pero lo quise comprobar. Estaba suave y los dedos se deslizaban en él con tremenda facilidad. Hurgué dentro con ellos para hacer presión en las paredes mientras los dedos entraban y salían. Su respiración empezó a acelerarse, sus puños se aferraban a las sábanas arrugándolas al cerrarse sobre ellas mientras apretaba la cara contra el colchón, ahogando así sus aún incipientes jadeos. Su espalda se arqueaba haciendo que las caderas ondulasen. El esfínter se apretaba y aflojaba con esos movimientos alrededor de mis dedos que entraban y salían rítmicamente.
Me acerqué más a sus nalgas y con la mano guié el pene hacia su ano. Entró con suavidad, aún así ella emitió un gemido como de sorpresa y sus paredes se cerraron alrededor de mi miembro como si fuese un suave puño procurándome placer con delicadeza. Aprovechando esa suavidad agarré a Susana por la cintura y me moví sacando totalmente el pene cada vez para volverlo a meter, rozando con el glande el esfínter que ella hábilmente cerraba para producirnos a ambos más placer en cada penetración.
Carla me miraba mientras acariciaba el cabello de Susana. Sus pupilas estaban dilatadas, imagino que las mías también y seguro que las de Susana lo mismo. Los tres éramos la viva imagen de la excitación y el deseo. La prueba palpable de que el sexo intenso, sin dejar nada a la imaginación, sin límites, íntimo, mojado y sudoroso, era tremendamente erótico.
Mis propios gemidos me sacaron de mis pensamientos. Mi espalda y mi cadera se movían en un puro reflejo ajeno a mi control. Iba golpeando con el pubis las nalgas de Susana produciendo sonoros y húmedos golpeteos que animaban nuestros cada vez mas agitados jadeos.
Invadido por ese frenesí, mis movimientos se hicieron muy intensos, casi dolorosos, pero a la vez tremendamente placenteros. En cada sacudida el placer se expandía en oleadas desde el glande, que se rozaba abriéndose paso por el esfínter e invadiendo el cálido y húmedo ano que me recibía con un calor intenso hasta que mis caderas chocaban con sus nalgas en un sonoro aplauso que iniciaba un movimiento de retroceso, igualmente placentero por las sensaciones de un glande que parecía aferrarse a las paredes resistiéndose a salir y un recto que también intentaba impedirlo con todas sus fuerzas.
Los jadeos de Susana se habían convertido en fuertes gemidos que podían confundirse con dolor pero que en realidad eran de un intenso placer. Por mi parte yo también emitía unos sonoros jadeos, mezcla de placer y dificultad para respirar y es que hacía lo que podía para llenar los pulmones de aire pero ya me estaba costando mantener ese ritmo.
“¡Córrete! ¡Córrete ya cabrón!” Suplicó Susana. Evidentemente ella también estaba haciendo un gran esfuerzo. Estimulado por la petición avivé los golpes de cadera, solté su cintura dejando de controlar el ritmo y dejé que nuestros cuerpos se acomodasen solos a nuestros intensos movimientos.
Llevé las manos a mi espalda, a la altura de los riñones para procurarle un poco de alivio a mis lumbares, pero enseguida me pudo la excitación y comencé a darle unos sonoros azotes a Susana al ritmo de mis sacudidas, enrojeciendo sus nalgas y dejando mis dedos marcados en ellas.
Los golpes la sorprendieron y su ano me aprisionó la polla, fue el estímulo que necesitaba, eyaculé en ese momento dando unos bufidos animales, era una especie de rugido fruto de la respiración agitada y la falta de aire.
La mezcla de azotes, temblores y rugidos también provocaron el orgasmo de Susana que empezó literalmente a gritar agitando el culo para después tensarlo apretándose contra mí cuando se corría.
Con pesar saqué la polla del agujero en el que tan bien estaba. Era como si se hubiese hecho vacío y me costaba. Lo hice con todo el cuidado que pude y esta vez sí que todos oímos un “pop” cuando al final salió. Riéndonos nos dejamos caer en la cama mientras ambos recuperábamos la respiración.
- ¡Joder! -dijo Carla visiblemente sorprendida- llego a saber esto en la facultad y no te me escapas.
- Pero si lo sabías -protesté- alguna vez follamos juntos.
- ¿Ah sí? -se extrañó Susana.
- Juntos pero no revueltos -aclaré.
- Sí -añadió Carla-. Aquí el muchacho vivía en un ático precioso, con una terraza que te cagas y un vestidor lleno de espejos. Aquella casa no es que fuese ideal para follar, es que era para rodar una porno.
- Y allí os enrollasteis -quiso saber Susana.
- Que no -aclaré-, hasta hoy no he tenido nada con Carla.
- Ya me hubiese gustado -dijo Carla-. No, los padres de Alberto se iban los fines de semana y esa casa se convertía en su picadero. A veces organizaba alguna fiestecita y acabábamos follando frente a los espejos, o en la terraza, pero cada uno con su chica, aunque luego nos las intercambiábamos.
- O en la rinconera -añadí.
- ¡Es cierto! -dijo Carla mientras su mirada reflejaba que se estaba acordando de algo en concreto- la rinconera… En el salón tenía un sofá rinconera en el que cabían perfectamente dos parejas que se lo podían montar viendo cada una lo que hacía la otra. Era súper morboso.
- ¿Y quién decoró ese pisito? -preguntó Susana.
- Os juro que mis padres, yo hasta finales del bachiller no le empecé a ver posibilidades.
- ¿Aún lo conservas? -preguntó Carla.
- No, lo vendimos cuando mis padres fallecieron. Ahora tengo un apartamento por Príncipe Pío.
- En aquel ático te tiraste a “la rubia” ¿no? -recordó Carla.
- Este cabronazo -explicó Carla- me dejaba ir a follar allí siempre y cuando él participase, así que tenía que convencer a las chicas, no para que follasen sino para hacer un trío.
- ¡Eh! -protesté- que yo también ligaba lo mío y tú también te beneficiabas. Además ¿alguna se quejó del trío?
- No, no el que me quejaba era yo, que a alguna me quitaste. Si lo sé, en medio de la euforia te reviento el culo -dijo Carla riendo.
- ¡Ah! Ahí lo tenías, haberlo reventado, que yo en los tríos me vuelvo muy receptivo.
- ¡Ahora lo dices, maricón! -bromeó Carla.
- Bueno, más vale tarde que nunca -terció Susana- y la espera ha merecido la pena ¿no?
- ¡Mucho! -exclamamos a la vez Carla y yo.
- Pues una vez aclarado ese punto -añadió Susana- ¿qué os parece si nos duchamos?. Yo estoy toda pringosa y vosotros… también.
Aceptamos gustosos la propuesta y continuamos la conversación en la ducha. Pocas cosas me gustan y me motivan tanto como las duchas compartidas. Esa mezcla de excitación y relajación me vuelve loco. A ellas también, pero a la vista de mi entusiasmo me dejaron hacer y con las manos fui frotando suavemente sus cuerpos y todos sus resquicios, esparciendo por su piel el abundante chorro de agua caliente.
- Una cosa -dijo Susana- ¿por qué asististe a la conferencia sobre BDSM? ¿Te interesa?
- Pues sí, bastante -respondí- Hace tiempo empecé a estudiar los aspectos psicológicos de las personalidades intervinientes en estas actividades, la determinación de sus roles y todo lo relacionado con esos aspectos.
- No te veía yo interesado en eso, tú que eres tan pacífico -dijo Carla.
- Es que no tiene nada que ver con la violencia, sino con la adopción de unos roles consentidos -aclaré- Hay mucha confusión sobre eso, por ello quería ver cómo lo enfocaban desde la óptica del feminismo.
- Sí, ese aspecto es chocante -admitió Carla.
- ¿Hasta qué punto te interesa? -preguntó Susana.
- Pues hasta el punto de empezar estudiándolo y terminar implicado.
- ¿Tu mujer lo sabe? -quiso saber Carla.
- ¡Que va! me encantaría introducirla en este mundillo -admití- pero es muy clásica, para ella todo eso son perversiones.
- ¿Y cómo lo compatibilizas? -preguntó Susana.
- Pues primero de manera virtual -respondí- y luego alquilé un trastero para guardar los utensilios, que prácticamente empleaba sólo en encuentros reales aprovechando mis viajes.
- ¿Pero tiene sentido el BDSM virtual? -insistió Susana.
- Pues como el cibersexo -dije- Es una buena opción que no hay que menospreciar. Hacer bien BDSM a distancia es complicado, es como explicar cómo hacer una tortilla francesa por videoconferencia a alguien que nunca ha hecho una, ni ha visto un huevo, ni sabe cómo funciona una cocina. Tienes que ir guiando todo el proceso, cómo cascar el huevo, cómo batirlo, cómo echarlo en la sartén cuando el aceite esté caliente… Hacerlo presencialmente es fácil, pero a distancia es muy complicado. Con el BDSM es lo mismo, tienes que indicar lo que quieres y cómo lo quieres, cómo atar y por dónde, cuánto apretar, cómo echar cera, dónde poner pinzas y todo eso. Y hay que hacerlo con mucho cuidado. Si lo haces tú es fácil, pero si lo haces por videoconferencia tienes que andarte con mucho cuidado, las sumisas a veces aguantan muchísimo y tienen una enorme confianza en sus amos. Tú no estás ahí para controlarlo y por la cámara no se percibe todo. Tienes que saber que cuando tu sumisa te dice “puedo soportarlo” a veces está aguantando más de la cuenta y puede ser peligroso.
- ¿Has tenido muchas sumisas virtuales? -preguntó Carla.
- Pues unas cuantas, virtuales y reales -contesté- Alba, Analema, Aura, Aurora, Boira, Lucero, Marea, Niebla, Rocío…
- ¡Joder qué metódico! -se sorprendió Susana- Todos los nombres por orden alfabético.
- ¿Y los nombres de dónde los sacas? ¿De los documentales de la 2? -dijo Carla.
- Casi, casi -contesté riendo- Es que veía un hombre del tiempo muy creativo. Pero sí, cuando ponía el collar a mis sumisas me gustaba seguir una temática y un orden. Al final acababa poniendo siempre nombres de fenómenos atmosféricos y astronómicos, era una seña de identidad mía.
- ¿Hablas en pasado? -quiso saber Susana.
- No me he retirado oficialmente, pero ya casi no lo practico, sólo cuando quedo con una antigua sumisa y recordamos viejos tiempos.
- ¿Y en tu familia o tu trabajo sabían de estas actividades tuyas? -continuó Susana interrumpiendo a Carla que iba a decir algo.
- No, nadie que yo sepa. Bueno mi mujer sabe que me meto en asuntos que no le cuento, pero es muy discreta y no pregunta nada. Eso que a veces me ha visto haciendo cosas raras con el ordenador. Un día entró a barrer y me pilló en una sesión. Montse, una barcelonesa, quería experimentar el BDSM. Estaba en pelotas delante de mí en la cámara. La estaba examinando antes de hacerla alguna petición. En ese momento entró mi mujer con la escoba en la mano. Intenté minimizar la pantalla pero las dos se vieron y yo tuve que dar un montón de explicaciones, primero a mi mujer y luego a mi futura sumisa, que nunca llegó a serlo, en parte porque la visión de la tía de la escoba le bajó la libido de sopetón. Sin saberlo, mi mujer la salvó de semejante experiencia. A veces nos reímos cuando lo recordamos.
- ¿Sigues en contacto con esa Montse? -continuó interesándose Susana.
- Sí, por Facebook -contesté.
- Se me está ocurriendo una idea -intervino Carla- Aún tienes tus cosas de BDSM ¿no?
- Sí, en un trastero.
- Has despertado mi curiosidad. Me gustaría probar ¿querrías hacerlo con nosotras?
- ¡Carla! -se sorprendió Susana.
- No te hagas la mojigata ahora -respondió Carla riéndose- He visto cómo gemías cuando te azotaba.
- Bueno, la verdad es que sí me apetece probarlo con las dos, tenéis un abanico enorme de posibilidades -admití pensando sobre todo en el sexo de Carla.
Siempre me han atraído las trans y con Carla tenía la ventaja de la enorme confianza mutua que nos profesábamos. Cerramos la ducha y empezamos a secarnos mientras planeábamos el próximo encuentro.
FIN
Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.
Si además lo haces también en tus redes sociales te estaré muy agradecido.
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