Mallorca, mayo - julio de 2020
Lo que estaba claro es que era una persona que había leído mis historias. Bien podía conocer que a mí, como viejo verde que soy, me ponen mucho las jovencitas, así que no descartaba que se tratase de alguien que me quisiese gastar una broma.
Cuando conectamos la cámara por primera vez en Skype estaba mentalmente preparado para cualquier cosa… menos para lo que vi. Blanca era efectivamente una chica joven que bien podía tener los diecinueve años que aparentaba. Tenía media melena de pelo liso y negro que enmarcaba un rostro agradable y unos ojos vivos, igualmente negros, que le conferían una mirada profunda y sincera. A pesar de la resolución de la cámara percibí sus pupilas dilatadas. Igual mis historias la excitaban tanto como decía y hablar conmigo… también. Creo que el punto débil de todos los autores es nuestro ego y en esos momentos el mío me estaba anulando la objetividad que me caracteriza.
- ¿De dónde eres? -pregunté.
- ¿Eso importa?
- No, para nada, pero te noto cierto acento familiar ¿no serás mallorquina?
- No -respondió Blanca con una risa nerviosa- ¿te imaginas que fuésemos vecinos…? Pero no. Soy de… Tarragona.
Su pequeña pausa me indicaba que de Tarragona, lo que se dice de Tarragona, no era, pero resultaba comprensible que no quisiese decir todavía de dónde era a un tío que acababa de conocer por internet. De la misma manera que Blanca tampoco era probable que fuese su nombre. En fin, no me podía quejar, bastante valor tenía presentarse a cara descubierta ante un viejo verde del que lo mejor que podía decir es que era un coleccionista de historias morbosas.
En los días siguientes hablamos unas cuantas veces. Me dejaba mensajes por Skype comentándome lo que estaba leyendo. Le impactó la historia de Analema. Según me decía le era imposible leerla y no acariciarse. “Salgo a una media de una paja por capítulo. Al final he decidido leerla en la cama antes de dormir… y acabo con las yemas de los dedos arrugadas”.
Puede que a Blanca le pusiesen mis historias, pero a mí me ponía muchísimo cómo me contaba sus reacciones. En una ocasión me comentó que le sorprendió mucho el capítulo de Peña Cabarga y le había producido miedo y excitación a partes iguales. Se le notaba que todavía iba a tope porque no paraba de jugar nerviosamente con el pelo mientras hablábamos.
Viendo cómo le había impactado ese momento empecé a contarle algunos detalles un tanto escabrosos que no me había atrevido a incluir en la novela. Sabía que eso le iba a gustar mucho, pero no imaginaba que la iba a excitar tanto. Se empezó a acariciar los pechos por encima de la ropa mientras le iba relatando los momentos más comprometidos con todo detalle. Las reacciones de Analema, su miedo, el temblor de su cuerpo que hacía castañetear sus dientes…
Cuando le conté que la chica se acabó haciendo pis encima, Blanca no pudo aguantar más y puso los pies sobre la mesa, a ambos lados del ordenador, acariciándose enérgicamente la entrepierna.
Vestía una falda de tela ligera cuyos bordes resbalaron por sus muslos quedando arrugados sobre su cintura, dejando por primera vez a mi vista unas bragas blancas que parecían estar humedecidas.
- ¡Ponte cómoda cielo! Quítate las bragas, cierra los ojos y céntrate en mi voz. Abandónate a las sensaciones y piensa que tú eres Analema.
En ese momento Blanca pareció despertar. Abrió los ojos y miró sorprendida a la cámara. Se incorporó quitando los pies de la mesa y sin decir nada cortó la emisión. Pensé que alguien podía haber entrado en la habitación. Sé por experiencia lo impactante que es que te pillen en esa situación, así que no dije nada para que el ordenador no emitiese ruiditos ni saliesen mensajes en la pantalla. Lo mejor era esperar a que ella misma me contase qué había pasado.
Esperé unas horas, pero no llegó ningún mensaje. Me empecé a preocupar. Quizás su madre la había pillado y la había montado un buen numerito. Esperaba que no tuviese problemas y menos por mi culpa. Le puse un mensaje “¿Qué ha pasado? ¿Va todo bien? Espero que no tengas problemas”. Pero no tuve respuesta ese día. Al final la preocupación abrió la puerta de la resignación y acabé pensando que había perdido a Blanca.
A la mañana siguiente tenía un mensaje en Skype “Perdona Alberto. No te preocupes, estoy bien. No me pilló nadie mientras emitía. Sólo es que de repente me vi tan… guarra que me dio muchísima vergüenza y tuve que cortar. ¿Te he parecido muy choni?”
Me había dicho que estudiaba y vivía con sus padres. No sabía si había también algún hermano. Pensar que la hubiesen podido pillar masturbándose me había excitado y para demostrarle que yo también me ponía “guarro” decidí contárselo… adornando un poco los detalles.
“Ni choni, ni vulgar. Me ha encantado verte tan excitada. Me hubiese gustado estar contigo y ser yo el que te acariciaba mientras te susurraba al oído los detalles más íntimos de aquella noche con Analema.
Y te confieso que también me puso muy cachondo pensar que alguien te podía haber descubierto masturbándote. Esas situaciones me producen mucho morbo, así que acabé muy excitado. Incluso cuando me acosté no podía quitarme del pensamiento la imagen de tu carita desencajada por el placer, con los ojos cerrados para concentrarte en las sensaciones y la boca entreabierta mientras tu respiración agitada hacía palpitar tu pecho.
No podía quedarme así. Mi mujer dormía a mi lado. Decidí ir al baño y me pajeé como un adolescente. Primero acariciándome con suavidad hasta que el más mínimo roce en el glande me provocaba temblores en todo el cuerpo.
Estaba tan excitado pensando en lamer tus braguitas mojadas, que el líquido preseminal que me rezumaba me bañó el capullo dotándolo de un brillo juvenil. Con la mano empecé a menear la polla arriba y abajo, lentamente, haciendo que cada vez mi pulgar rozase el frenillo, estimulándolo y provocando que el precum me pringase todos los dedos, facilitando mis movimientos masturbatorios y con los ojos cerrados imaginaba que recorría el acogedor conducto de tu vagina, que me inundaba de una húmeda calidez que casi me quemaba.
Al ritmo de mi mano la respiración se acompasaba, sin llegar a saber si la una guiaba a la otra o al revés. Cuando me di cuenta los jadeos habían adquirido un volumen considerable y temí acabar despertando a mi mujer. Por un momento me lo planteé. Bajarle el pijama hasta las pantorrillas sin darle más explicaciones y follarla de espaldas contra la pared.
La perspectiva era muy atractiva y mi mujer, después de la sorpresa, lo hubiese agradecido. Pero no. Esa noche no me quería correr con nadie más que contigo. Tragué saliva, controlé la respiración y dejé que la polla me guiase. Me abandoné a sus sensaciones y sólo una brisa que en ese momento recorrió el baño me sumió en un escalofrío, haciéndome notar que estaba bañado en sudor.
No sé cuánto duró ese momento. Se me hizo corto pero creo que estuve un buen rato. Sólo sé que eyaculé dentro de ti cuando tuviste la buena idea de meterme un dedo en el culo en el momento justo.
Salí de mi ensoñación en un acto reflejo, justo a tiempo de guiar el chorro de semen hacia la taza del váter, casi en el mismo momento que me di cuenta que el dedo del culo era mío.
Me limpié y me refresqué todo el cuerpo en el lavabo. Me volví a poner el pijama y me dormí haciendo la cucharita con mi mujer. En el momento de conciliar el sueño volvía a tener una erección, con la polla entre sus nalgas.”
Todavía me acuerdo de la respuesta de Blanca: “Tío, parece que vives en una peli porno continua. Nunca había conocido a nadie que viviese el sexo con tanta intensidad.” Debo reconocer que a pesar de su juventud, esta chica me había calado con bastante exactitud. Eso me relajó bastante. Con las chicas jóvenes tengo siempre la sensación de estar aprovechándome de mi experiencia para intentar impresionarlas. Sabiendo que ella me entendía tan bien no había lugar a ninguna sensación de culpa.
Seguimos viéndonos por Skype. Viviendo lejos el uno del otro y en plena pandemia no teníamos más remedio. Le gustaba que le leyese mis historias y para nuestros encuentros por videollamada elegía una cada día. Se la leía añadiendo los detalles que no había contado en el blog. Cosas íntimas, detalles obscenos, sabores, olores, percepciones de todo tipo… Blanca se iba acariciando a medida que transcurría la historia, quitándose la ropa, exhibiéndose delante de la cámara, intentando alargar la excitación para correrse en el momento más caliente del relato.
Después del orgasmo se quedaba inmóvil durante unos minutos que en los que yo me extasiaba observando su cuerpo absolutamente relajado del que sólo se movía su pecho, subiendo y bajando al ritmo de una respiración cadenciosa. Me encantaba ver esas tetas que apuntaban hacia arriba unos pequeños y afilados pezones sonrosados. En contraste, su pubis estaba cubierto de una fina capa de vello, perfectamente recortado, pero tan intensamente negro como su cabello.
No podía evitar tocarme mientras la miraba, pero siempre me reservaba para cuando ella volviese a abrir los ojos. Entonces era la propia Blanca la que guiaba mis movimientos, indicándome las prendas que quería que me quitase y en qué posición. Yo obedecía sumisamente. Me encantaba exhibirme ante ella. Al final, tocándose obscenamente me invitaba a correrme mientras la miraba. Intentaba alargarlo lo más posible pero a estas alturas estaba tan excitado que no es que durase mucho… y tampoco me apetecía. Ella percibía perfectamente cuándo iba a llegar mi orgasmo y cada vez me ofrecía una parte distinta de su cuerpo para que lo hiciese. Su boca, sus pechos, sus nalgas, la enrojecida vulva lascivamente abierta… Yo me acababa corriendo como un adolescente, arrancando a toda prisa un par de kleenex de la caja que siempre me acompañaba en mis videoconferencias.
- Alberto, si fuese a Mallorca y quedásemos ¿me escribirías una historia en tu blog? -me preguntó un día.
- No sé ¿estarías dispuesta a vivir una historia verdaderamente morbosa conmigo?
- Lo estoy deseando. Desde que leí tus relatos es algo que no se me va de la cabeza. Lo que no sé es si tú quisieras tener algo conmigo.
- ¿Yo? -pregunté extrañado- Claro que querría. Y si no vienes tú me acercaré yo por Tarragona en cuanto liberen las restricciones de los viajes.
- Verás es que… no estoy en Tarragona. Estoy en Palma.
- ¡Anda! -exclamé cauteloso intentando evaluar a toda prisa las consecuencias de eso.
- Sí, y tampoco me llamo Blanca. Soy Clara.
- ¡Clara! -ahora más que sorprendido estaba asustado.
- Sí, soy la hija de Pedro y Mónica. Los conoces y creo que mi padre te ha habl…
- Sí, sé quién eres -la interrumpí.
Recapitulé mentalmente a toda prisa. Efectivamente Pedro y Mónica son una pareja que conocí en Amateur. Conecté con ellos enseguida, ambos son tan morbosos como yo. Online la cosa funciona muy bien, pero nunca nos hemos visto en persona, aunque tuvimos bastantes oportunidades para ello pues efectivamente también viven en Palma de Mallorca. Ahora, con la pandemia, lamentamos no haberlo hecho. Una de las cosas que el coronavirus nos ha enseñado es que tenemos que hacer las cosas cuando se puede, no conviene dejar nada para más adelante porque luego… nunca se sabe.
Aunque ellos me recuerdan mucho a Pedro y Carmen, los protagonistas de algunas de mis historias, no tienen nada que ver los unos con los otros. Bueno sí, que también viven en Mallorca y son igual de morbosos.
Una de las fantasías de este Pedro es que me enrolle con su mujer, Mónica, estando él de mirón. Evidentemente esas ideas me encantan y enseguida tomo nota. Un día que estábamos ella y yo solos hablando por Skype se lo comenté y Mónica me dijo que le encantaría. Incluso se lanzó y escenificó ese encuentro. Estaríamos en un conocido bar de Palma. Ella llevaría un vestido corto y ceñido, sin ropa interior. No sólo provocaríamos a Pedro con nuestros magreos, además hacíamos apuestas sobre cómo reaccionaría el camarero cuando se diese cuenta de que no llevaba bragas.
Otra fantasía que a Pedro le costó más confesarme es que le pone muchísimo Clara, su hija, aunque nunca me dijo hasta dónde estaría dispuesto a llegar con ella. Conociéndole tampoco me extrañó demasiado. Sabéis que el incesto sólo lo considero un tabú, pero es que Clara no sólo era su hija, además era menor de edad y ante eso los dos reculábamos. De ahí mi estupor cuando Blanca me confesó que en realidad era Clara.
Como el morbo me puede, le pregunté a Pedro cómo había surgido ese deseo por su hija. Pues resultó que yo era un poco culpable del tema. Ellos solían tomar el sol desnudos, sobre todo en una finca que tenían en el campo, así que Clara estaba acostumbrada a ver a sus padres sin ropa, creció en ese ambiente y para ella la desnudez era algo totalmente natural.
Sin embargo Pedro no pudo evitar darse cuenta cómo su hijita se había convertido en una mujercita preciosa y cuando Mónica le comentó que había pedido cita en el ginecólogo para que le recetase anticonceptivos a la niña, porque ya había empezado a tener relaciones sexuales. Él no sólo sintió ira contra el imberbe que se estría follando a la niña, de alguna manera fue la señal de que su hija ya era suficientemente mayorcita como para poder realizar sus propios deseos. Sobre todo cuando Mónica le comentó que alguien había dejado a Clara “50 sombras de Grey” y ella le había dicho a su hija que eso era una novelita rosa bastante empalagosa y le había dicho que si quería leer una historia de dominación sumisión real le echase un vistazo a mi “Analema_de_Zas”.
Por lo visto a Clara le enganchó bastante esa historia y se sorprendió cuando supo que sus padres conocían al autor, es decir a mí. Sabiendo que tenía un blog en el que contaba mis experiencias me empezó a seguir con el nombre de Blanca, incluso por mi cuenta de Facebook, mandándome sustanciosos comentarios por Messenger. Luego intercambiamos correos y de ahí pasamos al Skype, en donde vivimos la historia que ya conoces y que sólo fue el inicio de una serie de experiencias mucho más morbosas.
Cuando un día Pedro me dijo que era el cumpleaños de Clara mi mente se echó a volar. Cumplía dieciocho años, ya no sería menor de edad, ya podía ser parte activa de nuestros juegos sin tener problemas “legales”. Eso habría que celebrarlo y qué mejor manera que organizar un encuentro para hacer realidad las fantasías que habían ido tomando cuerpo durante todos estos meses. Un encuentro que plasmaría en una historia del blog dedicada a Clara, mi regalo de cumpleaños para ella. Y según todo lo que estaba pensando podría llegar a ser una de las historias más morbosas que nunca había escrito.
“Cumple 17” me dijo Pedro.
¡Jodeeeeeeer! Todo el tiempo pensando que diecisiete eran los años que tenía. ¿Cómo había dejado que me sorbiese tanto el seso (y el sexo) una niña de dieciséis años?
Se me bajó la erección en un momento, pero me repuse enseguida. Si había esperado tanto tiempo bien podía esperar un año más. Así tendría tiempo de planear bien la historia. Hacer un guión verdaderamente morboso de nuestro futuro encuentro y para su décimo octavo cumpleaños mi regalo no sería un relato morboso sino un día inolvidable.
Pero Pedro se lo comentó a Clara y a ella tanta precaución pareció molestarle. Se decidió a tomar la iniciativa y a iniciar el relato que yo no me había atrevido. Lo que sigue intenta ser el reflejo de lo que ella me contó, con sus propias palabras.
FIN de la primera parte.
Continúa en: La estratagema de Clara.
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