lunes, 15 de abril de 2019

Y me convertí en amo

Fue la curiosidad más que la libido lo que me llevó a ese mundo. Estaba recopilando información para un estudio que preparaba. El objetivo era comprobar de qué manera influían los entornos virtuales en la conducta de los que los frecuentaban. Ahora es algo admitido y hay muchos estudios sobre ello, pero lo que cuento ocurrió en 2003.
Para recopilar datos me encontré frecuentando varios medios, desde el entonces novedoso universo virtual de Second Life, hasta diversos foros en los que se reunían  practicantes de conductas poco habituales, por lo menos cara a la galería.
Me llamaron la atención algunos grupos y recopilar datos para el estudio se convirtió una actividad cada vez más motivante. El grupo que sin duda me llamó más la atención fue el de los practicantes de BDSM, Bondage (inmovilización), Dominación, Sumisión y Masoquismo. Entiéndase que en esa época, mucho antes de la aparición de la trilogía del señor Grey, esas prácticas no eran nada populares y se llevaban a cabo en ambientes cerrados en los que no era nada fácil introducirse si no conocías a nadie allí.
Afortunadamente los foros BDSM de internet eran un entorno más fácil por el que entrar a ese mundillo, así que mi estudio no sólo me proporcionó información sino también una puerta por la que acceder a él.
Creé una sala en el servidor de videochat de Yahoo, entonces uno de los más populares, que se llamaba Estudio BDSM. Quien accedía a la información del sitio se encontraba con el siguiente texto: “¿Quieres participar en un estudio psicológico sobre las prácticas BDSM?, ¿Tienes experiencias que contar?, ¿Te interesa conocer el porqué de tus propias motivaciones? Pasa e infórmate”.
Mi nick en esa sala era mi propio nombre, Alberto Chozas y me presentaba dando la información real de ser un psicólogo que estaba haciendo un estudio.
Paralelamente con el nick de Íncubo Ubicuo me metía en otras salas prácticamente como “oyente”, atento a todo lo que se decía pero sin intervenir para nada más que hacer alguna pregunta de vez en cuando.
Probablemente lo hayas imaginado, pero el nick de Íncubo Ubicuo contenía varios guiños. Íncubo es un demonio que adopta forma masculina para seducir a las mujeres, lo contrario que un súcubo. Eso daba idea de mi estilo y mis tendencias. Lo de ubicuo es porque podía estar en varios sitios al mismo tiempo, concretamente en tres. Y el corolario de todo ello es que si entendías eso sin que te lo explicase, tenías el nivel cultural que me interesaba.
Por último, con mi habitual nick de Zas Candil me metía en esas mismas salas con un perfil autoritario, participando activamente en las conversaciones, dando mi opinión y discrepando en muchas ocasiones con prestigiosos perfiles dominantes, hombres y mujeres, lo que por una parte me hizo bastante popular y por otra me granjeó la enemistad de algunos amos y el respeto de bastantes sumisas.
Como Íncubo, recopilaba mucha información sin miedo a que se me tachase de cotilla y entrometido a la hora de meterme en sitios en los que no era bienvenido.
Como Zas, utilizaba toda esa información en momentos adecuados en los foros en los que participaba, para dejar sentado mi conocimiento del tema, pura fachada, e ir ascendiendo poco a poco en el escalafón de la comunidad BDSM.
Como Alberto, el psicólogo, tenía muy pocas visitas en mi sala, pero contaba ya con la suficiente información para que los que entraban se quedasen convencidos de la seriedad de mi estudio, que conocía el terreno que pisaba, que esa sala no era una excusa morbosa para recopilar información comprometida y que era un estudio serio para entender de verdad el BDSM, no para examinarles como a bichos raros.
Así, utilizando la técnica que el antropólogo Bronislaw Malinowski había bautizado como “observación participante” me introduje de lleno en el ambiente que quería estudiar.

Todo parecía funcionar perfectamente y los datos que recopilaba iban desmontando, una tras otra, todas las ideas preconcebidas que tenía antes de iniciar el estudio sobre los perfiles de las personas dominantes o sumisas y sus respectivas motivaciones.
Mis fichas de datos aumentaban día tras día y el guión de mi trabajo estaba prácticamente perfilado, incluso tenía una idea bastante clara de cuáles iban a ser las conclusiones. Entonces no sabía lo equivocado que estaba.

Karina no era sumisa, pero a su novio le ponía ser dominante. A ella todo eso la asustaba un poco y decidió investigar por internet de qué iba todo eso. Llegó a la sala Am@s y Sumis@s que yo frecuentaba y allí me conoció como Zas. Según me dijo luego, le llamó la atención mi postura que abogaba más por el dominio psicológico que el físico, el hecho de que renegase de la humillación y criticase a los amos que llaman putas, perras y cosas así a sus sumisas.
Una noche me mando un mensaje privado.

- Señor Zas ¿puedo preguntarle algo?
- Sí.
- Es usted amo ¿no?
-
- ¿Acepta usted nuevas sumisas?
- Deja ya de hacer preguntas y dime qué quieres.
- Usted disculpe. Quiero saber si podría ser sumisa. Nunca he probado. No sé si seré capaz. He leído lo que pone usted en la sala y creo que sería el mejor amo para mí. Si usted me quisiese aceptar, claro.
- No estoy para perder el tiempo con curiosas.
- No soy curiosa señor. Necesito que me instruya como sumisa. No sé si llegaré a serlo, pero creo que con usted podré conseguirlo. Sólo con usted.

Vale, me tocó el ego. Tuve un momento de debilidad. Acepté. La verdad es que hace días qué me preguntaba cómo me las arreglaría yo cómo amo de verdad. Teorías había manifestado muchas, pero práctica... nada de nada.
En un instante consideré que ese nuevo sesgo podría ser interesante para mi estudio y que aceptando la proposición de Karina no traicionaría la confianza que ella estaba depositando en mí. Es decir, que sería un buen amo para ella, aún sin serlo de verdad. Y la verdad es que en ese momento yo mismo me creía mis razonamientos. Me consideraba mucho mejor amo que la mayoría que pululaban por las salas que frecuentaba.
Le dije que la iba a hacer una prueba. Que le daría la dirección de una sala a la que entrar y que mientras tanto fuese preparando, pinzas, una vela y cerillas, elásticos de goma y algún trozo de cuerda. En quince minutos la llamaría.
Me contestó que en ese momento no le iba bien, que sólo buscaba esa información y que si podíamos quedar al día siguiente. Estaba a punto de decir que vale, así yo mismo tendría más tiempo de preparar la sesión. Pero en ese momento cambié de idea.

- Te he dicho que no me hagas perder el tiempo. Ni siquiera pensaba hacerte una prueba y no sé por qué estoy aquí aún contigo. Si pretendes ser mi sumisa jamás me pongas excusas. Tienes quince minutos para preparar lo que te he dicho y luego estaremos más o menos una hora en una sesión con cámara. Una hora y cuarto en total, si te va, bien y si no lo dejamos ahora mismo ¿Lo entiendes?
- Sí señor. Ya mismo estoy lista.

Creé una sala de acceso restringido y programé en la cámara un vídeo en bucle. Se trataba de un primerísimo plano que había hecho de mi ojo derecho. La imagen resultante era un inquietante ojo que miraba desde el cuadrado de mi pantalla. Se movía, parpadeaba, pero no daba ninguna señal de qué me parecía lo que estaba viendo. Más tarde me enteré de que esa imagen ponía muy nerviosas a mis sumisas.
A la hora convenida le mandé una invitación de acceso a mi sala que ella aceptó inmediatamente. La imagen era la habitual, de cuello para abajo dejaba ver lo que parecía un ser un vestido de verano, sin mangas. Un escote atractivo. Una melena rubia que le llegaba un poco más abajo de los hombros. Por lo que veía parecía que de peso estaba bien proporcionada, lo que me alegró porque no me gustaban las chicas muy delgadas. Le tendría que ver el pecho con más detenimiento, pero no parecía que las tetas fuesen muy grandes.
Detrás de ella se veía una cama. Deduje que estaba transmitiendo desde la mesa de estudio de su habitación y temí que fuese muy joven.

- ¿Cuántos años tienes?
- Veinticinco, señor.
- No me llames más señor, si te acepto ya te diré cómo me tienes que llamar. ¿Dónde estás?
- En mi habitación.
- ¿Sola en casa?
- No, mis padres están también.
- ¿Si hablas te pueden oír?
- Sí.
- Bien, entonces seguiremos escribiendo -en realidad yo lo preferiría. Era yo el que no quería que me oyese mi mujer.
- Gracias.
- Quiero que sepas una cosa antes de continuar. Grabo todas las sesiones con mis sumisas. Lo hago para luego estudiar cómo ha ido y qué se puede mejorar. ¿Quieres seguir?
- Sí.
- Bien, ponte de pie al lado de la cama, quiero verte de cuerpo entero.

Efectivamente llevaba un vestido estampado de verano con amplia falda.

- Alza la falda.

Unas bragas blancas que me gustaron mucho.

- Date la vuelta.

Buen culo.

- Quítate el vestido.

Se lo sacó por la cabeza dejando ver un sujetador blanco que probablemente hacía conjunto con las bragas. Desde ahí no lo podía apreciar bien, pero era evidente que tenía un bonito cuerpo.

- ¿Tienes tatuajes? ¿Piercings?
- No, nada.
- Siéntate y enséñame qué has preparado.

Me mostró unas gomas de diversos tamaños, pinzas de madera de tender la ropa, una vela roja que parecía de Navidad y un ovillo de cuerda.

- Quítate el sujetador.

Tenía unas tetas no muy grandes con unos pezones pequeños y sonrosados que apuntaban hacia arriba sin necesidad del sujetador.

- Abre una goma y póntela en la base de una teta y luego repite en la otra.

Las gomas hicieron que las tetas adquiriesen una forma redondeada, globosa. Le hice ponerse dos más hasta que empezaron a enrojecer.

- Enciende la vela. ¿Te has echado alguna vez cera en los pezones.
- No.
- Hoy lo vas a hacer. Pon la vela como veinte centímetros encima del pezón y deja que la cera gotee sobre él.

Cuando el pezón estuvo totalmente cubierto le hice repetir la operación en el otro y esta vez lo hizo con menos dudas.

- Ahora ponte de pie y quítate las bragas.

Sin que la dijese nada ella movió la cámara para que sus bragas quedasen en el centro del encuadre. Quizás Karina nunca había tenido experiencias BDSM pero era evidente que el cibersexo sí lo dominaba. Recordé que cuando le dije que quería verla el cuerpo ella supo dónde ponerse para que la viese toda entera menos la cara. Eso me lo confirmó. Tenía bien cogidas las medidas de la habitación y los encuadres adecuados desde cada punto. Bueno, de momento eso jugaba a mi favor, más adelante ya me preocuparía de cambiarlo.
Ante mí tenía un primer plano del pubis totalmente depilado de Karina y cuando le dije que se diese la vuelta y se abriese el culo se puso de rodillas en la silla para que, al hacerlo, el culo se viese perfectamente en la cámara. Unas nalgas redondeadas que enmarcaban un ano pequeño y justo debajo una vulva con los labios mayores carnosos y los menores formando un pliegue que resaltaba la entrada de la vagina. Hacía tiempo que no veía nada tan bonito.

- Ahora siéntate y abre las piernas, quiero ver qué se puede hacer con esa vagina.

Como me imaginaba, sin necesidad de más instrucciones se sentó, puso los pies encima de la mesa a cada lado del ordenador y echó la silla un poco para atrás de manera que el primer plano de la vulva era espectacular.
Le hice ponerse tres pinzas en cada uno de los labios menores, no me atreví a más. Al estirarlas como le pedí, las respectivas aberturas de la uretra y la vagina quedaron extendidas en su totalidad. El clítoris parecía enorme y palpitaba pidiendo caricias. Al mismo tiempo un respingo recorrió la imagen, un escalofrío que me indicó que Karina estaba muy excitada. Si superaba la prueba final quizás dejaría que se tocase.

- Lo estás haciendo muy bien. Una cosa más y terminamos. Sin cambiar de postura aleja la cámara para verte también la cara.
- ¿Qué?
- ¿Qué es lo que no has entendido?
- La cara no por favor.
- ¿Crees que puedes discutir mis decisiones?
- No. No discutiré nada. Haré todo lo que me pida sin rechistar, pero la cara no por favor.

Hubiese renunciado a verla la cara sólo por tener una chica así dispuesta a hacer todo lo que yo la pidiese. Pero en este punto no podía echarme atrás sin perjudicar la imagen de amo que estaba intentando dar, así que no tuve más remedio que seguir mostrándome inflexible.

- Si llegas a ser mi sumisa te pediré que hagas cosas que te parecerán peligrosas. Cosas que tú no controlarás pero yo sí, cosas que sólo podrás hacer si tienes absoluta confianza en mí. Si te asusta que te vea la cara no puedo ni imaginar qué sentirás con lo que te puedo pedir en una sesión normal.
- Vale, pero no me grabe.
- Adiós.

En el momento que iba a expulsarla de la sala se echó hacia atrás y su rostro apareció en la imagen. Era guapa, pero estaba asustada. No sé el tiempo que hacía que se había fijado en mí. Le había causado buena impresión y se ve que le inspiraba confianza, pero ahora estaba con las piernas abiertas, con pinzas que exponían su vagina como para un examen ginecológico, con las tetas hinchadas por la presión de las gomas, los pezones cubiertos de cera y sabiendo que la estaba grabando.
La cara de susto era el complemento ideal de la imagen.
Después de recrearme un momento en mi triunfo, después de sentirme amo por primera vez, felicité a Karina, le dije que se sentase bien, se fuese quitando las gomas de las tetas, la cera de los pezones y las pinzas de la vagina.

- Has sido muy valiente. Si esta ha sido tu primera experiencia te aseguro que vas a ser una estupenda sumisa.
- Estoy temblando.
- ¿Te duele algo? ¿Las tetas quizás?
- No, no, ya se me está pasando.
- Ponte un poco de crema hidratante si notas algo de irritación.
- No creo que haga falta.
- Has superado todas las pruebas. A partir de ahora eres mi sumisa. Voy a proporcionarte experiencias en BDSM que no te imaginas. Pero al mismo tiempo voy a estar pendiente de ti para que todas estas experiencias no te ocasionen ningún daño.
- Gracias, no le defraudaré.
- A partir de ahora has de cambiar tu nick, pasarás a ser Alba. Tu collar por supuesto será de Zas. Serás entonces Alba de Zas y usarás ese nombre siempre que entres en salas BDSM, en donde te dirigirás a mí como amo. ¿Entendido?
- Sí, amo.

Cuando nos despedimos estoy seguro que mi corazón latía más agitado que el suyo. Había dado un paso que en el fondo no esperaba dar, pero que inconscientemente hacía tiempo que preparaba. De hecho, la elección del nombre de mi primera sumisa, Alba, la primera luz del amanecer, hacía días que la tenía pensada. Ahora que todo había empezado a ocurrir estaba emocionado con la idea. Igual que el periodista Johnny Barrett en Corredor sin retorno, había conseguido adentrarme de lleno en un mundo que me iba a acabar por dominar. Aunque entonces podía estar tranquilo porque aún no lo sabía.

FIN

Continúa en: Aprendiendo a ser amo


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