viernes, 29 de marzo de 2019

La piscina

La historia de Elena en el vestuario me pone especialmente, sobre todo porque sé que que lo que contó fue sólo el inicio. Pero además, una de las cosas que más me excita es recordar mis propias experiencias en un vestuario. Nada tan morboso como lo suyo. Ni comparación, pero Elena me ha hecho recordar sensaciones que prácticamente había olvidado.

Todo empezó cuando inauguraron una piscina cubierta justo delante de mi casa. Vivo frente a un colegio que tiene unas instalaciones deportivas que decidieron rentabilizar, así que arreglaron la piscina para abrirla al publico y yo la tenía a dos pasos, así que era una oportunidad que no podía desperdiciar.
En cuanto abrieron las oficinas me acerqué a informarme. Fueron muy amables. Me dieron todos los detalles y me lo enseñaron todo.
La piscina propiamente dicha estaba en el exterior, no era cubierta, así que instalaron una carpa presurizada de plástico para mantener una temperatura aceptable en invierno, cosa que puedo asegurar que conseguían a duras penas.
Un túnel, también de plástico, comunicaba la carpa con los vestuarios, un recinto que para un colegio estaba muy bien pero que para el club de natación que pretendían montar quedaba un poco limitado. Había un banquillo doble en el centro y más banquillos en las paredes. Con colgadores y no taquillas. A un costado cuatro duchas abiertas. En una de las paredes un acceso amplio y abierto que por una parte daba a la entrada y por otra a los servicios.
En resumen, no era un club pijo, era algo que acababan de inaugurar aprovechando lo que tenían, que distaba mucho de ser algo glamuroso pero que pretendía dar un servicio a la barriada, fundamentalmente clases de natación para niños y aquagym para personas mayores. Entre y entre, la piscina estaba abierta para los socios que quisiesen ir a nadar.

Me quedé un poco desilusionado, me esperaba otra cosa, no sé, algo más parecido a los gimnasios de los anuncios. Pero los horarios en los que podría nadar me iban bien, así que decidí probarlo y saqué un bono de tres meses que ofertaban a muy buen precio para los primeros inscritos.
Empecé a ir de tres a cuatro. En vez de ir a comer me iba a nadar. Con el afán de probarlo iba casi todos los días. Hacía cuarenta largos, mil metros. Al principio me costaba, pero luego coges el ritmo y puedes aguantar mil metros o los que te echen. El límite pasa de ser el cansancio al aburrimiento. Si nadas en piscina sabrás de qué te hablo. Se necesita mucha motivación para hacer largo tras largo, viendo siempre el mismo fondo, vuelta tras vuelta y sin haber comido.
Decidí que cuarenta largos ya estaba bien. Así que empezaba a nadar a un ritmo y terminaba a otro mucho mas fuerte sólo para acabar machacado en los mil metros, después de los cuales me daba una reconfortante ducha y me iba a comer algo a casa. Ese momento, el de la ducha y no el baño, acabó siendo lo más atrayente. Acabé yendo no por el placer de nadar sino por el gustazo de la ducha de después… y eso que todavía no había pasado nada.

A esas horas la piscina estaba medio vacía. Era todo un lujo porque podías elegir la calle que querías. Eran casi todo señoras mayores que yo. Muy raramente había algún otro hombre, de hecho casi siempre tenía el vestuario para mí solo. Y por ahí empezó el lío.
Al principio no me fijé, pero cuando terminaba de vestirme y salía, me encontraba con la señora de la limpieza que estaba esperando que se vaciase el vestuario para entrar. Debería tener unos sesenta años y recuerdo que me pareció muy mayor. Ahora que he superado esa edad me hace gracia que tuviese esa apreciación, pero yo entonces estaba a punto de cumplir los cuarenta y encontraba que no había edad mejor.
Al tercer día que la vi le pregunté.

- Hola ¿estaba esperando que yo saliese?
- Sí – respondió ella sin saber qué es lo que pretendía.
- Pues no quiero incordiar pero es que tengo esta hora para nadar y me temo que vamos a tener siempre este problema. Quizás si fuese limpiando otros sitios o el vestuario de chicas…
- Ya – contestó fastidiada. No sólo era un incordio, sino que además le estaba organizando su trabajo – El problema es que no puedo venir aquí hasta terminar en el colegio y los vestuarios tengo que hacerlos antes de que empiecen a las cuatro los cursos de los niños. En el femenino entro sin problemas, pero aquí…
- Mire, se lo digo de verdad, por mí puede entrar cuando le venga a usted bien para hacer su trabajo. No se retrase por mí – contesté como diciendo, pues yo no puedo hacer nada más, ese es mi horario, si no le va bien…
- ¿De verdad no le importaría? Me vendría muy bien, pero no quiero tener problemas.
- No…, no… de verdad – dije con el mismo tono del que le pillan en un farol pero ya no se quiere echar atrás.
- Pues muchas gracias – dijo ella cogiendo sus bártulos y entrando en el vestuario, que ya se le estaba haciendo tarde.

Bueno, me sorprendió que la señora aceptase, pensé que no lo haría. Después recordé que cuando estaba en la facultad, con dieciocho años, una limpiadora no sólo entraba en el vestuario de chicos sin avisar, si no que se quedaba mirándonos con desfachatez con la excusa de regañarnos porque habíamos ensuciado tal o cual cosa, pero la bronca se prolongaba para poder contemplarnos.
Yo he sido exhibicionista desde que tengo uso de razón, el que me mirase una señora mayor no me suponía ningún problema, pero la actitud de aquella señora me producía un profundo rechazo y a mis compañeros lo mismo. Por mucho que se esforzaba y entraba en cualquier momento y sin avisar, nunca llegó a vernos nada.
Pero esta limpiadora era distinta. Entraba con un “¿se puede?” sin esperar contestación e iba a lo suyo. Si estaba duchándome o vistiéndome, ella pasaba de largo e iba a arreglar los baños y normalmente yo terminaba antes de que ella hubiese acabado de los servicios. La saludaba al salir y me iba.
La cosa se volvió tan rutinaria que dejé de reparar en ella. Así pasaron unas dos semanas, hasta que un día oí voces cuando estaba en la ducha. Como una discusión. Cerré el grifo para oír mejor.

- No, no, que te digo que está desnudo – dijo una voz de chica joven.
- Y yo te digo que no le importa que pasemos a limpiar. Ya lo he hablado con él – respondió la limpiadora.

Supuse que se habría traído una ayudante a la que esa situación le debía de parecer muy extraña y me temo que con razón. No sé, ya se aclararían. Yo seguí duchándome.

- Perdone – dijo la limpiadora entrando otra vez en el vestuario -. Estoy enseñando lo que hay que hacer a una chica que me va a sustituir unas semanas, pero no quiere entrar porque está usted desnudo.
- Ah – dije volviendo a cerrar la ducha para poder hablar -. Ya le dije que a mí no me importa pero si ella no quiere…
- No, no, no es eso. Si fuese usted tan amable de decirle que a usted no le importa, es que si no no va a tener tiempo de tenerlo todo listo antes de las cuatro.
- Claro, yo se lo digo, ningún problema.
- Bien. Susana pasa. Mira, este señor me ha vuelto a decir que no tiene problema ¿verdad?

La tal Susana era una chica de unos veinte. Seguro que había visto más chicos desnudos, pero quizás no tantos hombres de la edad de su padre. Así como la limpiadora mayor me miraba con naturalidad a los ojos y hablaba conmigo como sin reparar que estaba desnudo, Susana no sabía dónde mirar. Sus ojos iban de mi cara a mi entrepierna sin poder disimular y la pobre chica estaba cada vez más violenta. No sé si a su edad había visto muchos penes operados de fimosis como el mío y quizás tuvo la primera impresión de que estaba excitado al ver el glande al descubierto.

- Sí, ya le dije a tu compañera que ando pillado de tiempo y tengo que venir a esta hora. También sé que vosotras también tenéis el tiempo justo para limpiar esto. A mí no me importa que paséis a limpiar cuando yo estoy, pero no puedo venir a otra hora.
- ¿Lo ves? Ya te lo dije. Ahora ve a hacer los baños mientras yo paso la fregona por aquí, que con la cháchara se nos ha hecho tarde. – Susana se fue sin hacer ningún gesto y sin decir ni mú. Ella continuó mientras pasaba el mocho  – Me van a operar de la vesícula y Susana vendrá mientras esté de baja. Es una chica muy responsable, ya verá.
- No lo dudo, conmigo no tendrá ningún problema, pero bueno, ella verá si prefiere entrar o esperar fuera.

Confieso que al día siguiente tenía cierta expectación. No estaba seguro de que la chica nueva entrase a limpiar. Tenía la ducha no muy fuerte y estaba atento por si la oía llegar. Un “se puede” tímido me anunció que efectivamente se había atrevido.
Luego me sorprendieron dos cosas, primero que no dijo ni “hola” al llegar al vestuario y segundo que se quedó allí conmigo en vez de ir a los servicios como hacía la otra señora. Por mí mejor, más morbo. Que me viese la chica esta me ponía. Ya sé que podía ser mi hija, pero no lo era. Así que seguí enjabonándome y frotándome a conciencia sabiendo que debía estar observándome. No lo sé seguro porque no quería mirarla directamente. Simplemente actué como si lo estuviera haciendo.

Hace veinte años tenía un pene que llamaba la atención incluso sin estar excitado. Además ya he dicho que siempre tengo el glande al aire, lo que le da cierto atractivo. A eso hay que añadir que tengo los testículos bastante grandes, más de lo normal. Eso me proporciona un escroto que para sí lo quisiesen algunos actores porno. Esto, además de darme un motivo de presumir de ello, también me ocasiona algunos problemillas. Al hacer ejercicio se me tienden a enrojecer e irritar los muslos por el rozamiento con los huevos. Ya sé que eso nos pasa a todos, pero creo que a mí más.
Todo esto viene a cuento porque cuando me ducho presto especial atención a mi entrepierna. Me la froto bien con gel dermatológico y luego me la seco con mucho cuidado de que no quede humedad entre los pliegues porque estoy obsesionado con no pillar unos hongos en el vestuario. Por último me pongo una emulsión hidratante en los testículos y la parte alta de los muslos para prevenir posibles irritaciones.
Vamos, que me hago un buen trabajito yo solo en la ducha y en el vestuario, pero como siempre estoy solo no pasa nada. Bueno, no pasaba nada, porque ahora tenía una espectadora.

Me decidí a darme la vuelta y efectivamente Susana no me quitaba ojo. Si le gustó mi culo estaba seguro de que mi polla no la defraudaría. Me froté la entrepierna intentando mirar a la chica directamente a los ojos, pero ella evitaba mi mirada. Pareció incomodarse pero seguía enganchada al espectáculo que la estaba ofreciendo. Se fue acercando, fregona en mano, hasta colocarse justo enfrente de mi ducha.
Parecía hipnotizada por mis labores de higiene en la entrepierna. Me enjabonaba el escroto y me frotaba el pene con el puño cerrado. Intentaba ser lo más sugerente posible, como si me estuviese masturbando muy muy lentamente. A estas alturas estaba totalmente empalmado y el reluciente glande me llamaba la atención hasta a mí.
Cuando empecé a sentir con la mano los latidos en el pene, miré a Susana con una sonrisa de complicidad. Mis ojos se cruzaron con los suyos y en un instante vi su expresión avergonzada.
Cogió la fregona y salió a toda prisa del vestuario hacia los servicios. Al principio no sabía si iba a atrancar la puerta o coger algo y volver. Pero no. La oí cómo limpiaba los servicios atropelladamente y luego la vi pasar rápido hacia la salida, sin decir nada, mientras yo como un tonto me secaba lentamente por si volvía y sin que se me bajase la erección.
Pero definitivamente no. Me vine arriba y me pasé. Susana no estaba preparada para comérmela en el vestuario. Probablemente no es que no lo desease, pero su vergüenza o su miedo o ambas cosas se lo impedían. Estaba visto que ese día me tocaba paja en casa, antes de comer.

Al día siguiente no iba a ir a la piscina, pero la duda no me dejaba pensar en otra cosa. Al final, al salir del trabajo pasé por casa, cogí un bañador y una toalla, los metí en la bolsa y me fui a nadar.
Aunque no lo pretendía, creo que batí mi propio record haciendo los cuarenta largos. Luego en el vestuario no había nadie. Me calmé un poco en la ducha. Bajo el agua caliente me fui frotando y enjabonando sin hacer alardes aunque la excitación de la incertidumbre, el no saber si Susana aparecería o no y qué haría, provocaba que mi polla estuviese bastante morcillona.
Al poco entró Susana. Esta vez saludó con un tímido “hola” y comenzó a pasar el mocho por el vestuario. Estaba en el lado mas alejado, pero no me quitaba ojo, así que sin ninguna ostentación de tipo sexual, me volví a enjabonar, los brazos, el pecho, las piernas… Dejando que cogiese confianza mientras me miraba a gusto, por delante y por detrás.
En un momento me sobresaltó un golpe seco. El palo de la fregona había caído al suelo. Por debajo de la bata Susana se estaba tocando los pechos con una mano, mientras que con la otra se estimulaba visiblemente el clítoris bajo la braga.
Su cara era el vivo reflejo de la excitación y de hecho pareció correrse sorprendentemente rápido mientras yo todavía no me había aclarado.
Salió igual de rápido que ayer, dejando el vestuario a medio fregar. Y en los servicios tampoco pareció entretenerse mucho. Pero esta vez, cuando volvió a pasar para irse, la llamé.

- Susana.
- ¿Eh?
- Mañana ven sin bragas – y ante la expresión de susto que puso, añadí – Es por ti. Estarás más cómoda.

Al día siguiente apareció cuando me iba a meter en la ducha. Se ve que ya nos habíamos coordinando bien los horarios. Dejé que el agua se llevase el cloro de mi piel mientras ella se iba aproximando. Me quité el bañador de piscina, el fardagüevos típico que ya marcaba sin problemas mi polla tiesa. Lo aclaré con parsimonia, lo estrujé y salí un poco a colgarlo al lado de la toalla. Luego me puse algo de gel en la mano y empecé a esparcirlo por mi cuerpo.
Cuando la miré, vi que la chica estaba sentada en el banquillo enfrente de mí, tocándose la vagina con la bata arremangada y las piernas abiertas. Me había hecho caso, no llevaba bragas y parecía mucho más relajada esta vez.
Con un gesto la ofrecí tocarme pero ella negó rápidamente con la cabeza. No quise forzarla y continué duchándome dejando que ella me contemplase desde la seguridad que le proporcionaba la distancia que mantenía.
Sus movimientos se fueron acelerando y su respiración agitada desembocó en gemidos que podía oír, aún a pesar del ruido de la ducha. También escuchaba el chapoteo que provocaba el rítmico movimiento de sus dedos sobre los labios de su húmeda vulva, que se veía enrojecida e hinchada. Tal era la fuerza con la que la chica se estaba estimulando.
Con las manos le hice un gesto para que se tranquilizase, para que disfrutase sin prisa, pero no me hizo caso y siguió frotándose con más intensidad todavía, hasta que se corrió con un estertor seco. Me quedé impresionado, sobre todo al darme cuenta de que ella por primera vez parecía que sonreía. Pero si pensé que ello era un signo de acercamiento, me equivoqué. Susana se arregló la bata cogió la fregona, me dijo un “adiós” lacónico y se fue. Estaba claro que una vez que esa chica se había corrido, lo que yo necesitase le importaba bien poco. No es que me sintiese utilizado, me había gustado la experiencia y estaba muy excitado, pero estaba claro que otro día más me tocaba paja.
Me empecé a secar sabiendo que la erección me llegaría hasta llegar a casa. Al poco rato empecé a escuchar un griterío de niños que llegaba desde la piscina. Parecía que se había hecho un poco tarde y ya empezaban los cursillos infantiles.
De repente escuché unos pasos de niño correteando, seguidos de lo que supuse era la madre persiguiéndole. ¡Alberto! ¡Alberto! gritaba. Por un instante me quedé paralizado. Sorprendido sin saber por qué me llamaban. Al cabo de un momento un chavalín como de unos cinco años entró corriendo en mi dirección, riendo mientras miraba hacia atrás. Cuando me vio intentó frenar sorprendido, pero resbaló en el suelo mojado y cayó de culo a mis pies justo en el momento en que entraba la madre.

- ¡Alberto! Ayayayayay ¿te has hecho daño?

Agradecido estuve a punto de contestar que no, que ni me había rozado, hasta que me percaté de que el niño se llamaba como yo. Y con todo el jaleo tampoco me di cuenta de que se me había caído la toalla, lo único que me tapaba, así que allí estaba yo con la erección que todavía me duraba delante de aquella estupefacta madre. En aquellos tiempos no se usaba el término “milf”, pero aquella mujer lo era y ello no contribuía nada a que bajase mi excitación.
En un instante analicé la situación. Yo estaba desnudo y empalmado en el vestuario masculino. Ella estaba allí contemplándome. Si alguien estaba fuera de lugar no era yo. Eso me dio confianza, sobre todo cuando el niño se incorporó y se fue al servicio como si nada y ella siguió allí conmigo. Estaba visto que me iba a convertir en el nadador más popular de la piscina y ¿qué queréis que os diga? me sentía cómodo.

- Hemos salido totalmente preparados de casa y ahora va y me dice que tiene ganas de hacer caca.
- Jajajaja, los niños son así -comenté secándome sin hacer ademán de cubrirme.
- He querido llevarle al vestuario de chicas, pero se me ha escapado.
- Claro, ir al vestuario de chicas le daría vergüenza.
- Ya, ya pero fíjese qué situación -dijo mientras me miraba furtivamente la entrepierna.
- Tranquila, no pasa nada -si tú supieses, pensé.
- ¿Terminas ya Alberto? -gritó al niño por justificarse, porque estoy convencido de que prisa no tenía ninguna.
- Ya -dijo el chaval, que volvió a pasar corriendo-. Vamos a la piscina.
- Bueno, perdone, estás cosas no me pasan nunca, menos mal que usted no se ha molestado- dijo, creo que intentando alargar el momento.
- No me ha molestado… al contrario -contesté insinuándome.
- ¡Mamáaaaa! -gritó el puto niño desde la puerta.
- Adiós.

Estuve a punto de decirle “ahogalé y vuelve”. También se me pasó por la cabeza la idea de que igual volvía cuando el niño estuviese en plena clase. Mmmm ¿cuánto duran esos cursillos? El horario venía en el folleto que me dieron, pero no presté mucha atención.
Sin hacerme demasiadas ilusiones me fui vistiendo lentamente y como no aparecía ni la chica de la limpieza ni la madre de Alberto, me fui a casa pensando en lo injusto de la situación. Lo que podría ser un día apoteósico en el que follaba con una veinteañera y luego con una cuarentona iba a terminar con una paja en mi casa. También me estaba acostumbrando a eso. Si esto fuese una historieta porno me lo habría montado con las dos, incluso habríamos hecho un trío, pero en la vida real las cosas no siempre ocurren como deseas.

Entre la semana siguiente y la otra fui a la piscina seis veces. En cuatro apareció Susana para ver cómo me duchaba. En tres la cosa fue como os he contado, se masturbaba delante de mí mientras me miraba, pero sin permitir que nos tocásemos. Una de las veces había otro señor cambiándose y la chica no se atrevió a entrar. Las otras veces se incorporó la señora mayor de su baja y no volví a ver a Susana en la piscina. A Alberto no volvieron a entrarle ganas de ir al baño así que tampoco volví a ver a su madre.
No sé si sería por eso, pero lo de ir a nadar dejó de tener aliciente y me borré cuando me tocaba renovar. La cosa parecía que iba a quedar ahí cuando un día me encontré a Susana por la calle.

- ¡Susana! -llamé.
- Hola.
- Hola ¿no te acuerdas de mí? Igual es que no estás acostumbrada a verme vestido.
- Sí, eres el de la ducha.
- Te  eche de menos cuando te fuiste.
- Ya, a mí me gustaba ver cómo te duchabas.

Nunca había hablado con ella y me sorprendió que hablase con tanta naturalidad, sin el menor asomo de incomodidad o sentir vergüenza. Su voz carente de emoción me hizo sospechar una cosa que luego se confirmó. La chica era un caso típico del Síndrome de Asperger. Eso explicaba muchas cosas. Susana era directa, sin disimulos y sin capacidad de empatizar con nadie. La excitaba verme desnudo y se había masturbado porque era lo que le pedía el cuerpo, sin plantearse en ningún momento lo que yo podía esperar o necesitar de ella. La desviación constante de la mirada y los gestos de vergüenza que creí ver en su rostro, eran simplemente expresiones de incomprensión hacia lo que yo pretendía comunicar.
La invité a tomar algo y me sorprendió que ella aceptase. Venía del club de natación, de recoger un finiquito que la adeudaban. Y ahora estaba buscando trabajo. Resulta que la chica era un cerebrito. Licenciada en Ciencias Exactas, pero como no encontraba trabajo de lo suyo, aceptaba lo que le iba saliendo. Le pedí un currículum y me ofrecí a interceder por ella en un par de colegios que pensaba que podrían estar interesados en un buen profe de matemáticas, aunque la verdad es que compadecí a sus pobres alumnos.

Mientras le surgía algo mejor le propuse venir unas horas a la semana a mí casa a limpiar, planchar y cosas así. Las tareas que me da más pereza hacer. Ella me dijo que le parecía bien, siempre y cuando la dejase mirar cuando me duchaba. Me reí porque de verdad me hizo gracia su broma… hasta que me di cuenta que los Asperger no bromean.

FIN



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