Relato basado en las narraciones de Eduardo, un buen amigo y lector crítico.
Cuenca, abril 2020
Laura, la mamá de mi amigo Javi, era una milf. Se podría decir que todos los niños estábamos enamorados de ella y desearla inocentemente era algo tan normal como desear a una artista de cine, de esas que enseñaban las piernas en la pantalla.
Mientras que las madres de los demás niños eran tiernas señoras, Laura era una chica guapa. Una mamá que no parecía una mamá.
Cuando me hablaba me quedaba embobado y siempre tenía que repetirme las cosas varias veces porque sólo con que me mirase ya me ponía nervioso.
Muchas veces iba a jugar a casa de Javi. Alguna vez le vi las bragas cuando Laura se tiraba al suelo a jugar con nosotros y su hijo se enfrascaba con ella en alguna pelea de cosquillas, en la que yo no osaba a participar, en parte por pudor, en parte porque desde fuera tenía mejor perspectiva de sus piernas agitándose bajo la falda descolocada.
Aunque las situaciones en las que más disfrutaba era cuando le tocaba a ella llevarnos a la piscina. Javi y yo íbamos a clase de natación. Un día nos llevaba mi madre, otro día nos llevaba Laura. Cuando terminábamos todos, niños y niñas, nos cambiábamos con toallas en el borde de la piscina. Nuestras mamás insistían en que nos secásemos bien y antes de que nos pusiésemos la ropa interior, apretaban con la mano la toalla contra nuestros cuerpos porque nosotros, entre risas, juegos y comer la merienda, seguro que no lo habíamos hecho bien.
Siete años teníamos Javi y yo. Aún recuerdo lo dura que se me puso la primera vez que su mamá me secó la entrepierna. La mía también lo hacía cuando nos llevaba ella, pero no era lo mismo. Ni mucho menos.
Unos quince años han pasado desde entonces. Mi amistad con Javi se ha mantenido y el contacto con su madre también. Durante todo este tiempo siempre ha sido para mí la “mamá que me follaría”. Afortunadamente, ahora cuando hablamos ya no me quedo mudo, nos seguimos las bromas mutuamente y en muchas ocasiones me ha demostrado su cariño y aprecio. Yo también, aunque he procurado ocultar mi deseo.
Hace unos años Laura se divorció. Parece que el matrimonio hace tiempo que no iba bien pero tuvieron el buen criterio de esperar hasta que su hijo fue mayor para dar el paso. Desde entonces había tenido algún ligue pero no había querido volver a comprometerse con nadie a pesar de que pretendientes no le han faltado. Eso levantaba algunos rumores en una ciudad pequeña como Cuenca, había quien incluso decía que Laura era lesbiana, aunque ese era a mi parecer un comentario más fruto de la envidia que de otras razones.
Cruzarme con ella por la calle e intercambiar unos saludos siempre era un placer, incluso a veces nos tomábamos alguna cervecita y así aprovechábamos para ponernos al día. En uno de esos encuentros, después de tiempo sin vernos, me comentó que Javi estaba ya en último curso del grado de enfermería y había conseguido un contrato en Madrid para luchar contra la pandemia. A la mujer se le saltó una lagrimita cuando me lo contaba. Le agarré la mano en un gesto de apoyo y ella me la apretó sin decir palabra. Ahí tomé la decisión de llamarla de vez en cuando por si necesitaba algo. Lo que fuese.
El otro día cayó un buen chaparrón en Cuenca. Aunque había salido preparado para ir a comprar mascarillas, resulta que en la farmacia de al lado de casa estaban agotadas. En la de dos calles más abajo tampoco había, ni en la siguiente, ni en la otra… Total que acabé calado y con las varillas del paraguas del revés. Iba corriendo debajo de las cornisas, saltando los charcos, cuando me di cuenta de que estaba pasando delante del portal de Laura y resulta que allí en la acera estaba ella, hablando con una señora mayor. Llevaba una mascarilla de esas de pico de pato pero la reconocí enseguida. Por los gestos parecía haber algún problema. Me acerqué a saludar, cuidando mucho de respetar las distancias, por si necesitaba que le echase una mano.
El problema era que por la tormenta el ascensor no funcionaba y les había pillado a las dos viniendo de la compra. Me ofrecí a subir por la escalera el carrito de la señora hasta su piso, un cuarto, cosa que hice en dos viajes. Insistí en que Laura no subiese sus cosas pues quería tener una excusa para terminar en su casa. Al final accedió en subir ella sólo los congelados y cuando terminé con el carrito llevé hasta su ático las dos bolsas que habían quedado en el portal.
Me limpié bien los zapatos en el felpudo y luego los dejé en una alfombrilla en el hall para meterle las bolsas en la cocina y ayudarle a colocar las cosas.
A eso se negó en redondo “No por favor, bastante has hecho. Pasa y tómate una cerveza”. Me llevó hasta la terraza cubierta porque allí teníamos más espacio. Ella, siempre detallista, vio que tenía la ropa mojada. Después de subir y bajar cuatro veces la escalera acarreando la compra, con la mascarilla, estaba todo sudado, así que entre eso y la lluvia estaba mojado por fuera y por dentro.
Laura se dio cuenta y se ofreció para darme algo de su hijo y que me cambiase o traerme un albornoz y poner mi ropa a secar. La verdad es que me apetecían ambas cosas pero me negué por no causar trastorno. Al final accedí en quitarme la camisa y los calcetines y tenderlo para que se secase al aire mientras me tomaba la cerveza.
- ¿Tienes prisa? -me preguntó.
- Ninguna -respondí.
- Bien, así charlamos un ratito mientras esto se te seca. ¿Por qué no te quedas a comer?
- No, no, que tendrás ganas de ponerte cómoda y quitarte la mascarilla.
- El sujetador es lo que tengo ganas de quitarme -dijo con su naturalidad de siempre-, pero eso lo voy a hacer ahora en cuanto me ponga la ropa de estar por casa. Y lo de la mascarilla… pues también. Aquí hay espacio de sobra para estar separados. Mira, siéntate en esa hamaca. Ahora te traigo una cerveza con algo para que piques mientras preparo la comida.
Iba descalzo, con el torso al aire, estaba un poco alterado por la posibilidad de quedarme a comer con Laura. No sé cómo me senté, evidentemente algo acelerado porque el bolsillo del pantalón se enganchó con el extremo del reposabrazos y según bajaba el culo hasta el asiento, la costura del costado del pantalón se rasgó hasta casi la rodilla. Me quedé mudo y noté cómo las mejillas se me teñían de rojo por un repentino incremento de la temperatura. En cambio a Laura mi vergonzosa reacción le provocó una sonora carcajada.
- A ver… No se ha roto, sólo está descosido -dijo ella examinando el destrozo-. Luego en un momento te lo arreglo con la máquina de coser. Ahora sí que no vas a tener más remedio que que quitarte los pantalones.
Llevaba unos calzoncillos tipo short y no es que me diese vergüenza quitarme los pantalones delante de una mujer a la que había deseado durante toda mi vida, al contrario, me excité y cuando me quité los pantalones eso quedó patente por la tienda de campaña que lucía. Intenté disimularlo con el albornoz pero creo que no lo conseguí. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, era fruto de la excitación pero Laura lo achacó al frío que sentía por permanecer el cuerpo mojado, sobre todo el pelo.
- ¡Ay! Pobre. Estás empapado. Déjame que te seque -dijo ella alzándome el cuello del albornoz para secarme la cabeza y luego frotarlo contra la piel del cuerpo y las piernas para hacerme entrar en calor.
- ¿Sabes a qué me recuerda esto? A cuando Javi y yo éramos pequeños y nos llevabas a la piscina.
- Ya. Yo también me estaba acordando de eso. ¡Qué tiempos! Estabas muy gracioso cuando salías tiritando del agua. Te tenía que secar rápido y…
- ¿Y qué?
- No nada. Que tiritabas y yo te tenía que secar, como ahora.
- No, pero dime ¿de qué te has acordado? -insistí porque creí adivinar en qué consistía su recuerdo pícaro.
- Nada, es una tontería. Es que… con el frío se te ponía el pito tieso. Te lo notaba bajo la toalla y… tenía que ir con mucho cuidado para secarte sin hacerte daño. Perdona si te he incomodado.
- No. Qué va. No me has incomodado. Yo también me he acordado precisamente de eso y… he de decirte que mi erección no se debía al frío, se debía a ti.
- ¿A mí?
- Sí, ya que estamos de confidencias déjame que te diga que siempre me has puesto muy cachondo.
- ¿Yo? Pero si nunca hice nada y además… ¿tú qué tendrías, seis, siete años?
- Siete creo. Y no necesitabas hacer nada. Sólo con estar contigo ya me ponía… nervioso, como ahora -dije poniéndome de pie.
A pesar del calzoncillo, mi pene erecto marcaba un saliente en el albornoz, que se terminó por abrir. Casi inmediatamente su mano acarició mi entrepierna, como sopesando mi miembro, su tamaño, su dureza…
- No entiendo. Yo en aquellos tiempos tenía… treinta y tantos, te debería parecer una vieja. Bueno, como ahora.
- Pues nos tenías locos a todos los niños, especialmente a mí. Te he deseado siempre a pesar de que para mí fueses algo inalcanzable.
- ¿Sabes? Me di cuenta de cómo me mirabas cuando venías a jugar con Javi y a veces… me mostraba generosa.
- ¿De verdad? Si lo llego a saber me hubiese aprovechado.
- Es que a veces te quedabas como embobado -dijo ella riendo- y yo pensaba “si al chico le gusta verme las bragas, bueno que disfrute”. Me costaba poco ser generosa y tú parecías disfrutar tanto...
- ¿Y ahora?
- Y ahora… ¿Qué? ¿Que si seré generosa?
- Sí.
- No te rías de mí. Soy casi una cincuentona y tú eres un chico guapo de treinta. Debes tener un montón de amigas…
- ¿No has entendido que te deseo desde niño?
- ¿Sí? ¿Y me devolverás el favor ahora? ¿Serás generoso conmigo?
La mascarilla me incrementaba la sensación de excitación. Con ella puesta los jadeos se producían antes y eran más intensos. Además se focaliza la atención en los ojos y enseguida percibes la dilatación de las pupilas. No sé si a Laura le pasaba lo mismo, pero me resulta difícil describir lo que sentí al percibir su excitación. Ese momento, más soñado que esperado, es algo que seguro que nunca olvidaré.
Tomé la iniciativa. Le desabroché la blusa lentamente, mirando sus ojos, percibiendo en ellos una mezcla de excitación y vergüenza. Me costó no abalanzarme sobre ella y arrancarle toda la ropa de dos manotazos.
- De haber sabido esto me hubiese puesto algo más sexy -dijo cuando le estaba bajando los pantalones. Las bragas eran de rayas, tenían un aspecto juvenil. El sujetador era blanco. No hacían conjunto pero… ni falta que hacía.
- Déjame que vaya un momento a cambiarme y arreglarme un poco -me propuso-. Cuando he salido esta mañana no pensaba que terminaría así.
- No te preocupes, me gustas tú, lo de menos es lo que te pongas -insistí en parte porque era verdad pero sobre todo porque temía que ese repentino arrebato de coquetería terminase en un “¿Qué estoy haciendo?” y me quedase a dos velas.
- Es que… no voy depilada -dijo señalándose el pubis, como si eso fuese un estigma.
- Es que… no voy afeitado -dije señalándome la mascarilla- ¿Y qué importa eso? Igual te irrito el coño y tú a mí las mejillas ¿y?
Mi argumento la sorprendió. Se quedó un poco cortada, igual todavía no se había percatado de que la iba a comer el coño. Antes de que reaccionase le desabroché el sujetador y bajándome la mascarilla hasta el cuello le mordisqueé los pezones. Estaban duros y sobresalían de unos pechos no muy grandes que, cuando los sorbía, casi me cabían en la boca.
Me arrodillé delante de ella. Le metí la lengua en el ombligo. Laura se agitaba por las cosquillas y aprovechando ese juego le agarré fuerte las nalgas. Estaban firmes. Lo comprobé metiendo una mano por la pernera, bajo la braga. Cuando llegué a la raja se apretó aún más, impidiéndome el paso. Le di un par de palmadas para que se relajase y cuando lo hizo pasé a acariciarle el pubis para no forzar demasiado su sentimiento de pudor.
Agarré con fuerza su entrepierna. El que no se esperaba que su salida al súper terminase así quedó patente cuando me di cuenta de que llevaba un salvaslip. Quizás eso hacía que la braga no estuviese demasiado húmeda aunque, mezclado con su perfume, el aroma de su sexo era claramente perceptible.
Me quité la mascarilla que todavía llevaba enganchada a las orejas y sin sacar la lengua del ombligo le agarré la cinturilla de las bragas y las bajé hasta los tobillos. Le acaricié suavemente las nalgas apoyando mi mejilla en su barriga y le fui besando el pubis mientras pasaba la yema de los dedos por los labios de su viscosa vulva.
Su cuerpo temblaba. Su respiración se agitaba. Se quitó la mascarilla porque con ella le faltaba el aire. Tenía ganas de besarla, de comerle la boca, pero prevalecía el miedo que ambos teníamos al puto coronavirus.
Hice que se apoyase con el pecho en la mesa de la terraza. El culo quedó abierto ante mí. Separé sus nalgas y metiendo la cara entre ellas le mordí los labios de la vulva. Me empapé con sus fluidos. Busqué el clítoris con la lengua y cuando lo rocé todo su cuerpo se agitó como sacudido por un calambre.
Se dio la vuelta y me yo me alejé instintivamente. “Date la vuelta” me pidió y poniéndose detrás de mí me bajó los calzoncillos. Su mano me acarició las nalgas y metiéndose entre los muslos jugueteó con los testículos. Luego, apoyando la cara contra mi espalda rodeó mi cintura con los brazos comenzando a frotar el pene.
Sentía su melena acariciando mi espalda y eso me erizaba la piel. No lo habíamos hablado pero los dos evitábamos el contacto cara a cara. Eso aumentaba el morbo y hacía que el deseo no disminuyese a pesar de que los dos estábamos disfrutando de nuestros cuerpos desnudos. La pasión, higiénicamente contenida, hacía que nuestro deseo se mantuviese con la expectativa de un primer encuentro en el que estábamos pendientes de qué límites podíamos traspasar.
“Túmbate en el suelo” me dijo señalando la alfombra de césped artificial que cubría la terraza. Lo hice. Las puntiagudas briznas de hierba sintética se me clavaban en la sensibilizada piel de la espalda aumentando la excitación. Pensé que Laura se iba asentar sobre mi cintura para follarme así, pero en lugar de eso se arrodilló dejando mi cara entre sus piernas y se agachó haciendo que sus pezones rozasen mi barriga.
Me agarré a sus glúteos y alcé el cuello para besar su vulva. Arqueé la espalda acercando mi cintura a su cuerpo. Me besó la polla e introdujo el capullo en su boca. Completamos el improvisado 69 y noté cómo me mordisqueaba el pene a través de la piel del prepucio. Luego, apretándola con los labios, la bajó descubriendo el glande, que quedó expuesto a la estimulación de su lengua.
Me sorprendió su pericia. Hizo que los temblores recorriesen todo mi cuerpo. Me di cuenta de que aún pensaba en ella con la mentalidad de cuando era niño. Ahora habíamos crecido los dos y ambos teníamos mucho que aportar a esta inesperada relación. Estaba claro que yo le tenía muchas ganas, pero ella también me abrazaba y acariciaba con un entusiasmo que no me esperaba. Quizás era la consecuencia del tiempo de confinamiento que llevaba.
Me abracé a su cintura mordiéndole los labios de la vulva sin ninguna delicadeza. Los dos gemimos y rodamos por el césped. Acabé yo encima, controlando con la flexión de las rodillas la penetración del pene en su boca. Notaba cómo ella alzaba el cuello para sorber el descubierto glande. Su lengua acariciaba el frenillo estirado por el prepucio que estaba echado para atrás.
Volvimos a rodar sobre el césped y Laura quedó otra vez encima. Tal parece que la madre de mi amigo Javi era más controladora de lo que imaginaba. Casi inmediatamente empezó a dar respingos sobre mí. Pensé que eran fruto de la estimulación que le estaba haciendo en su abultado clítoris. Le estaba sujetando la base entre los dientes mientras lo frotaba con la punta de la lengua. Era normal que eso le produjese temblores. Igual tenía que ser más delicado. Aflojé la presión pero los temblores no cesaron. Dos gruesas y frías gotas me salpicaron la frente. Después del despiste inicial me di cuenta que se había puesto otra vez a llover. Estando debajo casi no notaba la diferencia pero habíamos quedado en la parte descubierta de la terraza y Laura estaba recibiendo todo el chaparrón en su espalda.
- ¿Tienes condones? -me preguntó sentándose a mi lado. Mi cara debía ser un poema porque Laura se echó a reír. Joder, quién iba a pensar que lo que había deseado durante años me iba a pasar en pleno confinamiento. Ni llevaba condones, ni había pensado que mi salida a la farmacia acabase así- Tranquilo. No te preocupes, creo que yo sí, aunque los tendré que buscar.
Me quedé sentado en el suelo. El chaparrón arreciaba pero era como si no lo sintiese. El agua corría por mi frente y bajaba por el pecho formando un charco en el que parecía flotar la bolsa del escroto. La sensación de irrealidad no podía ser mayor, creo que por eso no me extrañé cuando Laura volvió con dos preservativos en la mano. “Ha habido suerte ¿te gusta tipo perrito?” me preguntó. No recuerdo haber contestado. Creo que afirmé con la cabeza. Sólo sé que en el instante siguiente se arrodilló a mi lado, me agarró el pene y se lo metió en la boca, lo chupó un rato y luego se puso a cuatro patas delante de mí y apoyando los codos en el suelo me ofreció el culo abierto. La sorpresa de verla así casi me paralizó, sobre todo cuando me di cuenta de que mientras me chupaba la polla me había puesto el preservativo sin que me diese cuenta. La mamá de Javi poseía habilidades que no habría imaginado ni en mis mas atrevidas fantasías.
La lluvia se hizo más intensa y como para aumentar la sensación de irrealidad que estaba experimentando en ese momento, las gotas parecían formar efímeras coronas al salpicar sobre la piel de su espalda extendida ante mí. Una película líquida cubría todo su cuerpo y el agua resbalaba por sus nalgas formando una pequeña corriente que fluía por el carnoso cauce que separaba sus glúteos, saltando el ano y metiéndose entre los labios de la vulva para caer al suelo resbalando desde el clítoris en un ligero chorrito, produciendo la ilusión de que era un pequeño pene que orinaba.
No pude resistir la tentación y me tumbé boca arriba entre sus piernas, bebiendo el preciado líquido que caía en mi boca después de haber recorrido su intimidad. No sé si ella se extrañó de mi gesto, pero creo que lo debió comprender enseguida porque me pareció oírla reír mientras me acariciaba el pelo.
Después de mi momento de morbo me incorporé. Puse dos cojines bajo mis rodillas para estar más alto, comprobé que el preservativo seguía bien colocado y empecé a acariciar con el glande los labios de la vulva. Rocé sus dedos que frotaban el clítoris como si no pudiesen esperar a que lo hiciese con mi pene. Maldije en ese momento la jodida película de látex, que se paraba mi piel de la suya y aislaba mis terminaciones terminaciones nerviosas. Nunca me ha gustado follar con preservativo y me esforcé en pensar lo afortunado que era por poder disfrutar ese momento.
Con la mano dirigí el capullo pasándolo por los labios y presionándole el clítoris, rodeándolo y rozándolo suavemente. Cuando los jadeos se hicieron más persistentes fui incrementando la presión, entrando y saliendo de la vagina apretándolo con cada movimiento.
Laura empezó a mover las caderas arriba y abajo a medida que yo entraba y salía. Así aumentaba su estimulación y pronto empezó a gemir mientras su vagina se cerraba espasmódicamente alrededor de mi pene.
Me agarré a su cintura balanceando el cuerpo para que el pene se restregase contra sus sensibles paredes, que se seguían aferrando alrededor de él como si quisiesen impedir su movimiento. Lo saqué para volver a estimular el clítoris con en glande pero me encontré con sus dedos que lo sacudían casi con violencia.
Lo iba a volver a meter cuando la imagen de su ano, brillante por el agua que nos seguía cayendo, llamó mi atención. En un acto casi reflejo lo empecé a acariciar suavemente con los dedos. Sentí como que se abría y lo acaricié más fuerte con la yema del índice. Ella seguía muy excitada y gemía al masturbarse. Apreté y el dedo se metió casi sin resistencia en su recto. Como no parecía que tuviese ningún prejuicio con el sexo anal probé a meter el pulgar. Su respiración se cortó un momento pero enseguida siguió jadeando.
Cuando saqué el dedo gordo el esfínter quedó abierto y la lluvia pareció rebosar de él. Le metí dos dedos y ahora la suavidad era total. Sin pensarlo dos veces me quité el condón y me abrí paso con el glande atravesándole el ano. Su respiración pareció volver a cortarse cuando se dio cuenta de mi maniobra.
Retrocedí. Saqué el pene y lo volví a introducir de manera lenta pero decidida. Pocas veces recuerdo haber tenido una erección más intensa. Me iba introduciendo entre sus nalgas con facilidad. La lluvia que nos dejaba totalmente lubricados facilitaba la penetración, aunque estoy seguro que el factor más influyente era su propia excitación.
Quitarme el preservativo y dejar que todos mis receptores de placer sintiesen su piel firme y suave me produjo una sensación de liberación equivalente a cuando te quitas la mascarilla y por fin puedes respirar libremente, aunque eso sí, el placer se multiplicaba hasta el infinito.
Mis caderas se agitaban golpeando sus nalgas. Al principio el pene apenas entraba hasta la mitad pero después de sucesivos empujones mis testículos acabaron golpeando los labios de su vulva y aplastándose contra ellos.
Cuando eso pasaba podía sentir sus dedos que frotaban el clítoris con inusitada energía. El chapoteo que producía al agitar sus fluidos acompañaba a los golpeteos de nuestras carnes y los gemidos con que ambos delatábamos el placer que sentíamos.
Curiosamente se me pasó por la cabeza la idea de que al día siguiente tendría unas agujetas terribles y me dolería todo el cuerpo. No es que me importase demasiado pero quizás ese pensamiento me distrajo y me pilló por sorpresa la sensación del recto cerrándose alrededor de mi pene. Fue cuando Laura gritó el momento en que me di cuenta que se estaba corriendo.
Saqué el pene de su culo y hacerlo luchando contra la resistencia del esfínter que se empeñaba en cerrarse contribuyó a acelerar mi propio orgasmo. Me hubiese gustado correrme dentro de ella pero como no lo habíamos hablado previamente lo hice meneándome la polla como en una peli porno, eyaculando en su espalda. También me hubiese dado morbo conservar por lo menos en la memoria la imagen de mi semen resbalando por su piel, pero la intensa lluvia lo diluyó casi a medida que salía. Pocas veces he tenido un orgasmo más limpio.
Laura se tendió de espaldas con las piernas abiertas para dejar que el agua la refrescase. Tenía el coño enrojecido de lo que se había frotado. Me quedé mirándola, tendida desnuda bajo la lluvia. Era una imagen de un gran erotismo. En ese momento sentí pena porque nunca se lo podría contar a mi amigo Javi.
Cuando recuperamos la respiración nos fuimos a duchar. El agua caliente nos reconfortó muy placenteramente. Comimos en albornoz y luego Laura me cosió el pantalón en un momento. Hablando me contó que ahora no estaba saliendo con nadie, que tenía relaciones de vez en cuando con algún amigo pero que ahora con eso del confinamiento tenía más dificultad para verlos. Me dejó claro, con toda la naturalidad y ausencia de tapujos que yo siempre había admirado desde niño, que yo podría ser uno de esos amigos si aceptaba una relación basada en el sexo sin compromisos. He de confesar que en ese momento me sentí un poco celoso y no me apetecía ser simplemente uno más de sus follamigos. Como si me hubiese leído el pensamiento me aclaró: “Bueno tú no serás mi follamigo, serás mi follamilfs especial”.
La verdad es que aunque eso me dejó intrigado tardé poco tiempo en saber qué significaba ese plural.
FIN
Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.
Si además lo haces también en tus redes sociales te estaré muy agradecido.
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