jueves, 2 de julio de 2020

El día que Migue salió del armario

Palma de Mallorca, junio de 2017

Migue, pronúnciese teniendo en cuenta que la sílaba tónica es “Mi”, es un antiguo compañero de trabajo. Uno de los pocos que conoce mi afición por escribir relatos eróticos. Un día, después de comentar varias de mis historias se decidió a contarme una suya. Una situación de esas inesperadas, que le sucedió volviendo a Palma en ferry. Me gustó tanto que le pedí que la escribiese para publicarla en el blog. Me dijo que lo haría en cuanto tuviese un momento, pero como pasaron los años y ese momento no llegó nunca, al final la he redactado yo de memoria. Se la pasé para que me diese su conformidad y modificase lo que quisiese.

- Cabronazo, me he puesto a mil leyéndola -me dijo-. Es eso lo que pasó, pero lo cuentas de una manera… Publícala tal cual.

Bien, pues esto es lo que me contó Migue:

La cola avanzaba lentamente. A mi lado la gente parecía impaciente. Se acercaban unos a otros como si su invasiva proximidad pudiese hacer que la fila fuese más rápida. Me olí yo mismo, olía fuerte y mal. No me duchaba desde… ayer, cuando salí del albergue. Me sorprendí, parecía que había pasado mucho más tiempo.
Terminé mi camino de Santiago hace un par de días. Entonces me dediqué a explorar la ciudad sin prisas y, por primera vez en bastante tiempo, sin rumbo fijo ni objetivo. Cuando estuve satisfecho saqué los billetes para volver a casa. Quizás lo de ir improvisando sobre la marcha no era tan buena idea, porque la combinación de billetes que conseguí a última hora para volver a Palma era un tanto extraña.
Salí de Santiago ayer por la noche en un autobús que me dejó en Madrid a las siete de la mañana. Allí tuve que darme prisa para llegar a tiempo a la estación de Atocha y coger el tren a Valencia, en donde en cambio tuve que esperar un montón de horas hasta poder subirme al ferry que me devolvería a Mallorca a primera hora de la mañana siguiente.
Después de estar dos semanas caminando y meditando me había acostumbrado a no estresarme por horarios, imprevistos o esperas. Mi presupuesto todavía me permitió merendar horchata con fartons, así que pasé casi toda la tarde en una agradable terracita, poniendo al día mi diario, algunas de cuyas páginas estás leyendo ahora.
Ya casi había llegado al arco de seguridad para subir al barco. Me descolgué la mochila del hombro para depositarla en la cinta y que pasase por los rayos X. En ese momento me fijé en que abajo, en el muelle, había una enorme fila de camiones y coches que lentamente estaban atravesando la rampa trasera del barco ¿todos esos vehículos cabían en la bodega? ¿Cómo les revisaban a ellos?
Una vez abordo localicé la butaca en la que tenía que pasar la noche. Es lo único que había conseguido a última hora. Parecía cómoda pero sería como dormir sentado en un cine. Creo que probaría mejor los sillones que había por los diversos salones que rodeaban la cafetería-restaurante. Pedí una cerveza y me senté rebuscando qué me quedaba para cenar en la mochila.

- ¡Caramba! Hola Migue ¿de vuelta a casa? -como despertándome de un sueño vi a mi antigua vecina… ¿Cómo se llamaba? Joder. La de veces que habíamos hablado en el ascensor y no me acordaba de su nombre.
- ¡Hola! Qué sorpresa -dije levantándome y dándole dos besos. Luego me di cuenta de que eso era raro, porque sólo nos conocíamos de hablar unos segundos en el ascensor y allí nunca nos besábamos-. Pues sí. He estado unos días haciendo el camino de Santiago y ahora vuelvo.
- El camino de Santiago, qué bonito. Paco está pidiendo unas cosas en la barra. ¿Te importa que nos sentemos contigo y nos cuentas?
- ¡Qué va! Encantado. Llevo más de dos semanas casi sin hablar con nadie. Estaré encantado Maite -al decir el nombre de su marido me acordé. Paco y Maite, los que vivían en el  sexto. Una pareja unos años mayor que yo. Tendrían treinta y tantos y ambos eran muy grandes. Medían mas de 1,80, lo que les hacía muy llamativos, sobre todo a ella.
- Dos semanas sin hablar… ¿has ido solo?
- Sí, he ido a ponerme de acuerdo conmigo mismo, a meditar.
- ¡Uy! Qué interesante ¿y ha merecido la pena?
- Pues… creo que sí. He tomado toda una serie de decisiones. Ahora sólo falta que me atreva a ponerlas en práctica -dije sorprendiéndome yo mismo de la locuacidad. Las dos semanas sin hablar habían hecho mella.
- ¡Hombre Migue! Cuánto tiempo -dijo Paco dejando una bandeja llena de cosas encima de la mesa y tendiéndome la mano.
- Vuelve a casa después de terminar el Camino de Santiago. Lo ha hecho solo. Para meditar. Fíjate qué interesante -dijo Maite.
- Sí y el viaje hasta aquí ha sido intenso. No he podido darme una ducha desde ayer y con todo el ajetreo… -dije a modo de disculpa, consciente de cómo debía oler.
- ¿Estás en camarote o en butaca? -me preguntó Paco.
- Butaca… y suerte que he conseguido plaza, porque saqué el billete ayer mismo.
- ¿Quieres ir a darte una ducha a nuestro camarote? -sugirió Maite.
- ¡Claro! -dijo Paco ofreciéndome la tarjeta de la puerta- Está justo en el piso de abajo. Es como un hotel, en el camarote hay albornoces, toallas, zapatillas… de todo.
- No, no, muchas gracias -dije yo verdaderamente apurado.

No tenía tanta confianza con ellos. Entendieron mi negativa y no insistieron. Si les molestaba mi olor corporal tampoco lo demostraron. Estuvimos cenando tranquilamente y con una agradable conversación en la que nos contamos más cosas que en todos los años que habíamos vivido en el mismo edificio.
A la hora de despedirnos Paco insistió en que pasase la noche con ellos en el camarote. “Mira, es una tontería que duermas hecho un cuatro en una butaca cuando en nuestra habitación hay una cama libre. Maite y yo vamos a dormir en la misma ¿verdad cariño?” Maite no sólo afirmó sino que insistió más vehementemente que su marido, incluso añadió en un tono pícaro “A no ser que te moleste saber que estamos en la cama de al lado haciendo la cucharita”.
La sugerencia picante no estaba mal, pero lo de dormir en una cama fue lo que más me tentó. Estaba verdaderamente cansado así que al final accedí. Cuando llegamos a la habitación apartaron las cosas que habían dejado en la cama que no iban a emplear. Parece que lo dormir haciendo la cucharita iba en serio. Me ofrecieron que dejase las cosas en un armario que quedaba libre o donde quisiera.
Luego, con toda naturalidad se empezaron a quitar la ropa. Me quedé bastante cortado pero ellos siguieron hablando con total tranquilidad, como si estuviesen acostumbrados a esa situación. La verdad es que los dos llevaban ropa interior deportiva que tapaba más que los bañadores con los que estaba acostumbrado a verlos en la piscina de casa. Él llevaba unos bóxer azul oscuro que le marcaban un miembro de considerable tamaño y un culito respingón. Ella llevaba un conjunto granate. Su culotte tenía las perneras rectas, como un bóxer y el sujetador, cruzado por detrás y sin costuras, aplastaba su pecho más que los bikinis que solía llevar.
Así entraron en el baño y me dijeron que me pusiese cómodo. Era evidente que los dos habían desaparecido para dejarme intimidad. Entre mis cosas no llevaba pijama. Dormía con un pantalón de deporte y una camiseta. Es lo que me iba a poner cuando salió Maite. Me dio un albornoz sin usar que llevaba en una mano. Con la otra se sujetaba al pecho una toalla de lavabo que le tapaba las tetas y le llegaba justo hasta el coño… si no se movía mucho.

- Oye que hemos pensado que es una tontería que no te duches si ya estás aquí -me dijo mientras sacaba de su maleta una prenda que resultó ser un camisón de verano. Se lo puso dándome la espalda y sin que pareciese importarle que yo le viese el culo.
- No sé… -dije más sorprendido que dubitativo. El camisón de Maite le llegaba un poco más debajo de la entrepierna, pero a poco que sé moviese le podía ver el borde de las nalgas y los labios de la vulva.
- ¿Qué te pasa? Estás muy tenso ¿Podemos hacer algo para que te relajes? -dijo ella comenzando a masajearme los hombros. Mi vecina se me estaba insinuando descaradamente… y con su marido a punto de salir de la ducha.
- Maite… te lo agradezco mucho, pero… una de las cosas que precisamente he estado meditando estos días es sobre… mi salida del armario. Soy gay.
- Cariño… lo de darte un masaje para relajarte era un ofrecimiento sincero, no una insinuación sexual. Si me he mostrado así delante de ti no ha sido por seducirte, ha sido porque de alguna manera me sentía confiada porque… ya sabía que eres gay.
- ¿Cómo que ya lo sabías?
- Porque esas cosas una chica las sabe y no es que seas amanerado ni que hagas gestos exagerados, pero eso… se nota. Y si lo que te preocupa es cómo decírselo a tus padres… estate tranquilo, ellos lo saben.
- ¿Qué? ¿Y tú qué sabes?
- Lo sé, créeme. Probablemente lo único que pasa es que son discretos.
- Ya está libre el baño -anunció Paco saliendo del baño. Él llevaba el albornoz puesto, pero cuando se lo alzaba para secarse el pelo se le abría dejando la polla al aire. ¡Joder qué pareja!
- Pues yo ya he convencido a Migue para que se de la ducha. ¿Lo has dejado todo limpio? -le preguntó a su marido.
- Que sí, pesada -dijo él.
- No me fío -dijo ella y entró en el baño detrás de mí. Aclaró con la alcachofa el plato de ducha y secó el lavabo con papel higiénico. Luego me preguntó con cara de pícara: ¿Puedo contarle a Paco lo de tu salida del armario? Porfa, así le damos una alegría.
- ¿Alegría? ¿Qué alegría? -pregunté extrañado.
- Cariño, Paco es bisexual, bueno, los dos lo somos. Siempre nos has parecido… un chico guapo y pensábamos que era un desperdicio que estuvieses tan… reprimido -me dijo agarrándome la cabeza y dándome un beso en la frente.

Maite salió dando saltitos. Con cada uno de ellos se le alzaba el camisón y se le veía el culo. Me empalmé mirándola, a pesar de mi recién reconocida homosexualidad. 
Mientras el agua caliente caía sobre mí, me enjabonaba con insistencia todos los pliegues y focos de sudor de la piel. Para sentirme limpio hubiese bastado menos, pero mi cabeza no paraba de dar vueltas a lo que me habían dicho mis vecinos. Se habían dado cuenta de mi condición sexual antes de que yo mismo lo reconociese. Y según ella me había insinuado, Paco sentía cierta atracción por mí.
Mientras frotaba mi piel no pude quitarme de la cabeza la imagen de su cuerpo, grande y atlético… con un pene que ya no tenía que imaginar porque lo acababa de ver, aunque tan fugazmente que me había quedado con ganas de más. Lo imaginé creciendo en mi boca mientras masajeaba sus testículos con las dos manos.
Estuve a punto de correrme cuando los frotamientos de mi pene fueron más allá de lo que la higiene reclamaba. Al final me contuve y me sequé apresuradamente. Me puse el albornoz y salí a ver si de verdad Paco se había alegrado de lo que le había contado su mujer.
Estaban los dos sentados sobre su cama. Paco tenía la espalda apoyada en la pared y Maite estaba recostada sobre él. Tenía el camisón ligeramente levantado y apenas le cubría la entrepierna.

- Permíteme que te felicite -me dijo Paco-. Has dado un paso muy importante de auto aceptación. Por muchas experiencias que hayas tenido hasta ahora, a partir de este momento las vivirás de manera distinta. Tienes ante ti la etapa de descubrir que has de vivir con los cinco sentidos.
- Bueno, no es que haya tenido muchas experiencias, con otros hombres me refiero. Y las que he tenido no han sido especialmente placenteras porque las he vivido como algo… vergonzoso. Algo que me hacía sentir mal, culpable y con remordimientos -confesé con una sinceridad que me sorprendió. Estaba claro que necesitaba contar todo aquello que llevaba mucho tiempo callando y Paco parecía entenderme.
- A eso me refiero -continuó él-. Una vez que has aceptado esos sentimientos como propios y normales, puedes disfrutar de ellos sin la parte negativa que te hacía sentir mal. Tú no hagas nada, simplemente déjate llevar sabiendo que no hay nada negativo en tu manera de ser.
- Esto hay que celebrarlo -dijo Maite levantándose y poniéndose a rebuscar algo en su maleta. Ya he dicho que es una mujer alta y su culo llama la atención por lo grande. Proporcionado y grande. Los ojos se me fueron hacia él y Paco me sonrió cuando me vio mirándolo.
- ¿Os apetece ahora una copita de vino? -preguntó Maite enseñándonos triunfante la botella que había sacado.
- Es el momento perfecto -dijo Paco.

En la mesita de noche les habían dejado un detalle de bienvenida, dos bandejitas de macedonia de frutas con unas bolsitas de chuches y otras con frutos secos. Además dos botellitas de agua con sendos vasos de plástico. Lo empleamos todo, aunque sólo usamos uno de los vasos. Maite abrió la botella con un sacacorchos que llevaban en una pequeña cestita, junto a dos vasitos y servilletas. Esa pareja estaba preparada para sacar partido a todo momento.
Me hicieron sentar entre ellos y brindamos por mi condición sexual. La mano de Paco me empezó a acariciar el muslo y apartando el albornoz subió hacia la entrepierna. Maite me acariciaba el brazo. Su gesto señalaba su consentimiento a lo que su marido y yo pudiésemos hacer. De hecho nos quitó los vasos cuando Paco me pasó una mano detrás de la nuca y atrajo mi cabeza hacia él para darme un beso en la boca.
Sentí cómo sus labios se abrían, separando a su vez los míos. La lengua entró lenta y suavemente en mi boca, como si quisiese que me fuese acostumbrando. El morbo de que me besase un hombre sin avergonzarme por ello hizo que sintiese una excitación nueva e intensa, con el sabor de las primeras veces.
Rodamos por la cama. Mis manos apretaban su nuca y yo ladeaba la cabeza para apretar su boca contra la mía sin que nuestras narices nos estorbasen y que nuestras lenguas se explorasen en un beso que no quería que terminase.
Acabé encima de él, con nuestros albornoces abiertos y sintiendo como nuestras pollas duras chocaban entre sí en un roce increíblemente placentero.
Con un movimiento rápido me dio la vuelta colocándome boca arriba en la cama. Me mordió los pezones y al hacerlo me rozó las tetillas con el fuerte vello de su barbilla. Di un respingo de gusto en la cama y él bajó lamiendo mi vientre hasta que su lengua se entretuvo con el vello púbico. A diferencia de él yo lo llevaba sólo recortado, no depilado del todo.
Me agarró el pene con las dos manos y retirando el prepucio empezó a chupar y sorber el capullo. Lentamente fue introduciendo todo el miembro en su boca sin que ello le produjese ningún trastorno.
Sentí su lengua en la base de la polla y en el borde del escroto. Un calor húmedo me llenó de sensaciones, sobre todo cuando sus carnosos labios retrocedieron a lo largo de mi pene para quedarse sorbiendo el glande, mientras su mano se iba moviendo arriba y abajo, de su boca a mis testículos.
En ese momento la respiración de Maite me llamó la atención. Era entrecortada. Cuando me fijé vi que estaba arrodillada en el suelo, apoyada en la cama y chupando la polla de Paco. Él empezó a temblar y yo sentía sus sacudidas en mi glande.
En un momento me rodeó los muslos con los brazos y sus manos se metieron bajo mis nalgas. Un dedo penetró en la raja y buscando mi ano se introdujo en él. Lo movió haciéndome un masaje y toda mi cintura empezó a temblar.
En ese momento se sacó la polla de la boca y reptando sobre mi cuerpo se acercó a mi cara “¡Fóllame!” me dijo y entonces vi que Maite dejó de comerle la polla y fue al baño. Trajo una de las botellitas de gel y sin mediar palabra untó con ello el culo de su marido, que se había puesto a cuatro patas delante de mí.
Me arrodillé detrás de él y jugueteé con los dedos en su ano. Noté cómo prácticamente se dilataba solo y podía introducir tres dedos en él sin ninguna dificultad.
Yo estaba totalmente excitado y con la polla durísima. Me agarré a su cintura y llevé el capullo hasta su esfínter. Empujé y entró sin esfuerzo. Me apreté contra su cuerpo y noté el calor que invadía mi pene a medida que iba entrando en su culo, hasta  que mis huevos se aplastaron prácticamente contra los suyos.
Su esfínter se cerró alrededor de mi miembro, produciéndome un enorme placer cuando lo saqué para volverlo a introducir otra vez. Una y otra vez, repitiendo el ciclo de relajación y compresión de su esfínter y el gran placer que eso me producía.
Maite se sentó abierta de piernas delante de su marido. Él apoyó su cara en el pubis de ella. Le sujetó los labios de la vulva con los dientes y lamió su clítoris sorbiéndolo mientras ella le apretaba la cabeza contra su entrepierna.
Ambos gemían. Podía ver la cara de Maite mientras se mordía el labio al ritmo de los lametones de su marido. Verla así me resultaba muy excitante. Antes había participado en tríos pero, por decirlo de alguna manera, siempre me había follado a la chica. El tío era poco menos que un complemento morboso. Bueno… y normalmente la pareja de la chica.
Estaba a mil con esta situación. Además Paco me ayudaba con su experiencia. Movía su cuerpo y su ano se ajustaba perfectamente al grosor de mi pene, aflojando y apretando según entraba y salía.
Los temblores empezaron a recorrer mi cuerpo. Los escalofríos me erizaban la piel. El glande era un foco de oleadas de placer y en medio de los golpeteos de mi cuerpo contra las nalgas de Paco, me corrí entre jadeantes gemidos, clavando las uñas en sus caderas.
Cuando saqué la polla el ano se le quedó con una forma graciosamente redondeada, formando una abertura por la que resbalaba el semen emulsionado por el intenso frotamiento con la polla.
Maite fue la primera en reaccionar. Yo estaba un poco en shock, todo hay que decirlo, pero se puso entre los dos, me agarró la polla y se la metió en la boca. Más que chuparla lo que hizo fue limpiármela con la lengua. La pasó por todos los pliegues, desde la bolsa de los testículos hasta el glande, en el que prestó especial esmero bajando el prepucio y pasando la lengua por allí. Inmediatamente después me agarró la cara entre las manos y me dio un profundo beso en la boca. No estaba acostumbrado yo a saborear mi semen, bueno… ni el de ningún otro.
Cuando me soltó se giró hacia su marido, que todavía tenía el culo en pompa y con el esfínter abierto. Le acarició las nalgas y separándolas metió la cara entre ellas. Introdujo la punta de la lengua en el ano y la movió hacia los lados, adentro y afuera, realizando una limpieza tan concienzuda como había hecho con mi polla. Luego se acercó a su cara y ambos se fundieron en un húmedo beso. Se ve que eso de besarse después de la limpieza oral de los genitales era una costumbre morbosa que solían practicar. Cuando se soltaron Maite me miró y con un gesto me ofreció el culo de su marido.

- ¿Que lo bese? No, gracias-. Dije intentando no parecer demasiado descortés.
- Pero a mí sí me comerás el coño ¿verdad cielo?
- Eso sí -respondí aliviado. La verdad es que tenía ganas de hacerlo desde que se lo vi.

Ella se recostó sobre las almohadas de las dos camas y abriéndose de piernas me ofreció el coño. No soy bueno haciendo cunnilingus, lo confieso. Creo que se debe a que choca con mi homosexualidad, pero en esta ocasión el morbo y la excitación habían vencido mis prejuicios.
Me arrodillé delante de Maite y me acerqué a su entrepierna. Me quedé admirando muy de cerca la piel de los muslos y el pubis, en la que con la excitación se le empezaban a notar también los puntitos negros del vello que pugnaba por salir.
Me acerqué mucho. Su sexo tenía un suave olor agridulce que me encantaba. Le besé la comisura superior de los labios y pasé la lengua por ellos. Cuanto más la hundía más notaba su sabor.

En ese momento recordé una vez, cuando éramos vecinos, que la vi asomada a su balcón. Llevaba un vestido ligero. Como mi piso está uno más abajo que el suyo, desde mi perspectiva le veía bien las piernas. Me pareció que no llevaba bragas. Me pilló mirándola. Me quedé avergonzado, pero ella me saludó amablemente y entabló conversación conmigo. Decía que hacía tiempo que no veía a mi madre, que cómo estaba, que qué tal mis estudios… El aire levantaba el vuelo del vestido. No mucho pero lo suficiente para que pudiese verla. Sí, llevaba bragas, bueno tanga según comprobé cuando se giró, rosa, parecía fino y transparente. Si de verdad era así, mi vecina se depilaba el coño.
Estuvimos bastante tiempo hablando. En contra de mi costumbre no fui monosilábico en mis respuestas, incluso yo le hacía preguntas. Hasta ese día me consideré afortunado por la suerte que tuve. En ese momento caí en que la suerte no había influido para nada en ese episodio. Había visto justo lo que Maite quería que viese.

Seguí lamiéndole el coño. Recorría los labios con la lengua. Estaba tan excitada como yo. Se me empaparon las mejillas y con la barba de dos semanas que llevaba le acabé irritando la entrepierna.
Estaba concentrado sorbiéndole el clítoris cuando noté la mano de Paco en mi culo. Sus dedos estaban húmedos, probablemente también me estaba poniendo gel para dilatarme el ano, porque inmediatamente noté cómo me metía un dedo y lo movía para relajar la musculatura.
Confié en la experiencia de Paco y me dejé hacer concentrándome en el coño de Maite. Noté su capullo apretando mi esfínter. No era la primera vez que me follaban el culo pero sería la primera vez que lo haría sin remordimientos.
Aún no tenía la habilidad de controlar la relajación de mi esfínter. Es más la excitación del momento hizo que se cerrase, pero Paco me masajeó con el dedo la entrada del ano y consiguió que sintiese verdadero placer. El pene se me puso totalmente tieso. Si ese masaje se prolongaba un poco más podría correrme así.
Entonces sentí algo más grueso que me penetraba. Era la polla. Hice un espasmo pero no llegué a cerrarme por completo. El miembro ya se deslizaba sin demasiada dificultad por mi recto preparado y perfectamente lubricado. Me sorprendió semejante facilidad y me quedé un tanto paralizado atento a mis propias sensaciones y expectante ante los movimientos de Paco.
Maite musitó algo que no llegué a entender y se giró poniéndose debajo de mí, dejándome otra vez su coño a la altura de mi cara, pero situando la suya justo debajo de mi pene en una especie de 69. Me agarró el miembro tieso y se metió el capullo en la boca. En esa posición sólo podía chuparme el glande con los labios y la punta de la lengua.
Mis sentidos estaban desbordados. El culo estaba redescubriendo sensaciones que anteriormente no habían sido tan satisfactorias. Con la boca estaba saboreando un coño hace tiempo deseado y que nunca pensé que podría hacer mío. Y mi pene estaba siendo lamido y besado con una pericia que pocas veces había experimentado.
Oleadas de placer resonaban por todo mi cuerpo rebotando una y otra vez en cada una de mis zonas sensibles. Empecé a jadear intentando respirar sin sacar la cara de la entrepierna de Maite. Todo yo temblaba, aunque más que nada por las fuertes arremetidas del cuerpo Paco contra mis nalgas.
Notaba sus manos sujetando mi cintura para controlar mis movimientos y su pene entrando y saliendo rápidamente de mi recto, produciéndome una intensa sensación de calor cada vez que su gruesa polla ocupaba todo mi espacio interior y sus testículos golpeaban contra los míos. Él tiene un escroto largo y que le cuelga bastante, a diferencia de el mío que es redondo y grueso como una bola de tenis pegada a la base de la polla. Con el movimiento, el choque de los testículos de ambos me resultaba perfectamente perceptible y curiosamente placentero.
Mis jadeos se convirtieron en gemidos entrecortados por tanto ajetreo. Me iba a correr ya. No podía hablar. Los estentóreos gemidos eran mi manera de avisar a Maite de lo que se le venía encima. Paco se dio cuenta de ello e incrementó sus sacudidas. Su respiración también le resultó insuficiente y aunque él podía tomar aire por la boca también jadeaba sonoramente, tanto más cuanto más deprisa se movía. Quería sincronizar su orgasmo con el mío y viendo que yo ya estaba a punto se corrió dentro de mí, en medio de violentas sacudidas que nos zandareaban a los tres.

- Cariño, tú no te has corrido -me dijo Maite extrañada cuando pasó un rato.
- ¿Qué pasa? ¿No ha ido bien? -dijo Paco preocupado.
- No me he corrido y ha ido perfectamente, mejor que bien -expliqué-. Ha sido alucinante. He experimentado muchísimas sensaciones nuevas. Y he estado tan atento a ellas que es como… no sé, como si no hubiese pensado en correrme.
- Pues cielo, se me ocurre que… -dijo Maite mirándonos de manera pícara a su marido y a mí- Ya que no te has corrido pero parece que estás a punto… ¿te gustaría follarme el culo?
- ¿De verdad? -pregunté sorprendido.
- Pues es una magnífica idea -dijo Paco- y así nos podrías ayudar a resolver una duda que tenemos desde hace tiempo. Esta zorra dice que con el culo folla mejor que yo.
- El único que tiene esa duda eres tú -replicó Maite-. Mi culo no tiene rival y menos ese trasero de mono afeitado que tienes tú.
- Migue, por favor ¿puedes follar el culo de mi mujer y luego nos dices cuál te ha gustado más?

No tuve más remedio que asentir riendo. Esta pareja sabía como quitar dramatismo a los momentos más tensos. Como quizás podía haber sido el hecho de que con el pequeño debate la polla se me aflojó. Paco se agachó delante de mí y empezó a lamerme el pene. Lo recorrió a lo largo bajando hasta los huevos. Los lamió, los sorbió y los chupó metiéndoselos en la boca y jugueteando con la lengua.
Mientras Maite se masturbaba provocativamente mirándonos, la mano de Paco frotaba mi pene arriba y abajo consiguiendo que la dureza volviese a ser máxima. En ese momento ella se arrodilló delante de mí. Cuando le iba a meter el pene en el culo a su mujer, Paco me besó la boca y mientras nuestras lenguas jugaban fueron sus manos las que guiaron mi miembro al interior del ano de su mujer. En ese momento nos soltó y se sentó en la otra cama, mirándonos y masturbándose.
Tenía a Maite agarrada por las caderas y moviendo mi cintura hacía que el pene entrase y saliese de su ano. Ella volteó un poco la cabeza para mirarme y me sonrió. Su mirada parecía decir “Prepárate para lo que te espera”. Lo que me esperaba era algo tan morboso como lo que ya había estado viviendo toda esa noche. Me bastaba mirar la cara de su marido masturbándose mientras nos contemplaba para tenerlo claro.
No me había percatado con la mamada que me había estado haciendo Paco, pero Maite se debería de haber puesto gel o algún lubricante en el culo, porque la polla discurría con total facilidad por su recto. Frotándose muy placenteramente en sus angostas paredes, pero sin apenas resistencia. Me iba a ser difícil decidir qué culo follaba mejor.
Ella se apollaba con los codos en el colchón y tenía los puños aferrados al borde. Flexionando las rodillas y doblando la cintura, sus nalgas golpeaban mis caderas e, igual que había hecho antes su marido, su esfínter se apretaba y aflojaba en cada vaivén, estimulándome la polla con la misma presión que si lo estuviese haciendo con la mano, pero con el mismo calor y humedad que si la estuviese follando el coño o la boca.
Agarrado a sus caderas movía mi cintura acompasando mi cuerpo con el suyo. Nuestras carnes se golpeaban y los gemidos de los dos eran la consecuencia de esos intensos contactos que hacían salir con fuerza el aire de nuestros pulmones.
Maite empezó a masturbarse el clítoris con una mano. Notaba sus dedos frotarlo frenéticamente, meterse en la vulva y al mismo tiempo estirarse para acariciarme el pene e incluso los huevos. Sus uñas se me clavaban ligeramente en el escroto en cada embestida aumentando mi excitación.
El camarote no era muy grande, a pesar del aire acondicionado estábamos los dos bañados en sudor y nuestros cuerpos resbalaban. Un olor picante y acre impregnaba el ambiente. Era el fruto de nuestra excitación. Un olor íntimo, obsceno y morboso que incrementaba nuestro propio deseo.
Yo ya había estado  muy excitado y a punto de correrme antes, cuando Paco me dio por el culo. Ahora había recuperado ese nivel de activación y volvía a estar al borde del orgasmo. Me agarré a la cintura de Maite, la moví con fuerza adelante y atrás. Cada embestida en su culo era un latigazo de placer que, naciendo en el glande, me recorría todo el cuerpo.
Ella dejó de acariciarme la polla con los dedos y se concentró en frotarse intensamente el clítoris. Sus jadeos y gemidos casi tapaban los míos y el propio Paco empezó a frotarse el pene con más fuerza para correrse con nosotros.
Grité con fuerza en medio de los movimientos con los que eyaculaba en el recto de Maite. Después de varios golpes acompasados con el bombeo de semen me quedé totalmente inmóvil apretando sus nalgas contra mi cintura, sintiendo como mi pene estirado daba los últimos cabeceos para expulsar las gotas de semen que le quedaban.
En ese momento me di cuenta de que Maite seguía gimiendo y que su esfínter aún se movía apretando y aflojando alrededor de mi miembro mientras ella se corría frotándose el clítoris. Justo entonces Paco se levantó y acercándose a la boca de su mujer le metió la polla. Ella la sorbió con entusiasmo al mismo tiempo que él se masturbaba con energía. Enseguida se corrió en la boca de Maite, que lo bebió todo con sonoros tragos.
Mientras eyaculaba Paco me miraba a los ojos y yo, que aún tenía la polla dentro del culo de su mujer, sentí algo especial en ese momento. Algo que iba más allá del morbo y el sexo. Algo que sentía hacia los dos.
Acabamos exhaustos y sin demasiadas ganas de hablar. Ya nos lo habíamos dicho todo. Me dejaron que me duchase yo primero. Fue una cosa rápida. Quitarme el sudor y el olor del sexo. Les dejé el sitio sin entretenerme porque en la ducha sólo cabía una persona y ellos tendrían tantas ganas de ir a dormir como yo.
Me acosté desnudo en la que quedamos que sería mi cama, pero me mantuve despierto hasta que ellos terminaron, por lo menos para desearles buenas noches.
Maite estuvo arreglando unas cosas para tenerlo todo listo a la mañana siguiente. Me dio en la boca un beso de buenas noches y cuando Paco salió hizo lo mismo. También en la boca. Lo último que recuerdo antes de que apagasen la luz fue ver a Maite recostarse de costado sobre el pecho de su marido mientras éste le acariciaba un pezón con una mano y el pubis con la otra. Ella se acomodó apretando el culo contra la cintura de él.
¿Serían capaces de follar después de todo lo que habíamos hecho?
Nunca lo supe, me dormí.

A la mañana siguiente Maite me despertó besándome la polla. Yo estaba totalmente despatarrado en la cama y ni escuché el aviso por megafonía de que estábamos llegando al puerto de Palma.

- Tranquilo, tenemos tiempo -dijo Paco-. Entre que atracamos y salen todos los camiones aún nos queda más de una hora para sacar el coche.
- Bueno, pero yo salgo andando. Mejor que vaya yendo -dije.
- De eso nada -atajó Maite-. Nosotros te llevamos. No vas a ir ahora a coger un taxi o un autobús, además nos pilla de camino ¿verdad cariño?
- Por supuesto -dijo Paco-. A no ser que seas de esos que desaparecen después de echar un polvo.
- Yo era por no causaros más molestias.
- Este tío está bueno, pero es un poco tonto -dijo Paco.
- No se hable más, te vienes con nosotros -dijo Maite zanjando la cuestión.

Cuando por fin salimos al estrecho pasillo que comunicaba los camarotes los otros pasajeros se nos quedaron mirando con curiosidad. Entonces me di cuenta del escándalo que debimos montar anoche.

- Por cierto -dijo Maite cuando estábamos en el coche- ¿ya tienes claro lo que vas a decir en casa sobre tu orientación sexual?
- Pues sí, les explicaré que después de meditarlo mucho he decidido contar a todos los que me importan que soy homosexual.
- Bi -dijo Paco.
- ¿Qué?
- Que eres bisexual, cariño -reiteró Paco.
- Bueno, si te refieres a lo que ha pasado esta noche… creo que es algo excepcional. Me parece que lo que indica es que en situaciones especiales…
- ¿Qué culo te gustó más follar? -me cortó Maite.
- ¿Qué?
- ¿El de Paco o el mío?

Joder… dos semanas dándome un palizón a pensar para ponerme de acuerdo conmigo mismo y llegan éstos y en una noche…

FIN

Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.

Si además lo haces también en tus redes sociales te estaré muy agradecido.

2 comentarios:

  1. Muy bueno en todos los sentidos. He tenido que parar dos veces de leer jajaja

    ResponderEliminar