lunes, 23 de agosto de 2021

Incesto en la cala

Viene de: “Con buen barco bien se jode

Mallorca, mayo - julio de 2020


Después de comer nos pusimos los bañadores y nos fuimos en la zodiac hasta la orilla. Un hotel que hay arriba del acantilado tiene un balneario con piscina al borde de la orilla. No va mal para quitarte el salitre después de bañarte en el mar. Tiramos la basura en unos contenedores y nos tomamos un café en la terraza. En un momento de la charla, Clara comentó que “Es una pena que no haya venido Yaiza, esto le habría encantado”. Las reacciones fueron curiosas. Pedro suspiró y dijo “Bueno, para la próxima”. No quería admitirlo pero estaba claro que le hubiese encantado que hubiese venido la amiga canaria de su hija.

Mónica se limitó a mirar al cielo sin decir nada. Era ella la que se había negado a que estuviese esa chica y le molestaba que Clara volviese a sacar el tema. Por mi parte tenía cierta curiosidad por todo lo que había oído de ella, pero después de haber estado los meses del confinamiento siendo prácticamente monógamo, no sabía cómo me iría lo de follar a tanta gente.

Clara me había dejado bastante exprimido y con el fresquito del agua, el pene se me había quedado prácticamente como un timbre. Sólo sobresalía el enrojecido glande. Mónica intentó disimular, pero antes en el barco se quedó sorprendida mirándome la polla, bueno, lo que asomaba de ella. Creo que dudó de sus capacidades. Si todo iba bien, dentro de poco se lo demostraría y si mientras tanto le entra la impaciencia que le pregunte a su hija.

Después del café recorrimos un rato la costa a pie. Si no te gustan las playas de arena esta zona es una muy buena opción. Hay rocas planas en las que poner las toallas, el acceso al agua es fácil y los fondos son ideales para bucear. A medida que te alejas del aparcamiento del balneario empiezas a ver gente tomando el sol desnuda en las rocas, con lo cual también es una buena opción para practicar nudismo.

Cuando concluimos el paseo volvimos al barco y fuimos costeando hasta Cala Pí. Una playa que se ha formado en la desembocadura de un torrente y que forma como una pequeña y retorcida bahía al abrigo de las olas. Cuando la conocí, hace bastantes años, era una zona prácticamente salvaje en la que algunos pescadores tenían casetas para poner a buen recaudo sus llauts. Ahora había crecido una urbanización bordeando el torrente, con lo que te podías olvidar de ir a una playa virgen y en vez de llauts de pescadores las que ahora buscaban abrigo en la cala eran embarcaciones de recreo.

De todos modos, con lo de la pandemia y siendo entre semana, no había ninguna. Fondeamos en el sitio que más nos gustó. Las chicas se tiraron enseguida al agua y se dirigieron nadando hacia la playa. Antes de alejarse demasiado nos pidieron que llevásemos toallas y las cosas de la cena con la zodiac.


- ¿A qué cosas de la cena se refiere tu mujer?

- Yo qué sé -me respondió Pedro-. Mira llevamos las toallas, unas cuantas cervezas y luego ya veremos. De todos modos tendremos que hacer varios viajes.


Después de estar todo el día en el barco se agradece la cálida suavidad de la arena de la playa. Extendimos las toallas y pasamos un buen rato charlando antes de ponernos a preparar la cena. Por cierto, las cosas a las que se refería Mónica eran una bolsa llena de longanizas de sobrasada, botifarrons, blanquets, xúa (tocino) y una hogaza de pan “pagés” cortado en rebanadas. Pedro y yo nos ofrecimos a ir a buscarlo, más que nada para dejar de escuchar los “pero si os dije antes que lo trajeseis” con los que nos recriminaba la sorprendida mujer.

Cuando volvimos con todo, y más vino y cervezas, las chicas habían encontrado detrás de las casetas en las que se guardan los llauts, un pequeño bidón metálico cortado a lo largo por la mitad y con unas patas soldadas. El complemento ideal para hacer barbacoas campestres sin peligro y sin dejarlo todo perdido, se ve que no éramos los primeros que habían tenido la idea.

Las ramas con las que preparamos las brasas se consumían enseguida y tuvimos que ir a por más antes de poder asar la carne.

No teníamos parrilla, pero en su lugar cada uno manejaba una especie de tenedor de mango largo con el que podíamos acercar cada trozo de carne al rescoldo, hasta que se asaba al punto que nos gustaba y lo podías comer sobre una rebanada de pan, después de soplar un poco.

He de confesar que a mí los trozos de longaniza se me cayeron a las brasas bastantes menos veces de las que esperaba y que la ceniza que se quedaba pegada le da un sabor rústico al que te llegas a acostumbrar.

Continuamos la charla un buen rato después de terminada la cena. La fogata era agradable, además ahuyentaba los mosquitos , así que cuando vi que estaba disminuyendo me levanté para ir a buscar más leña. Mónica se ofreció a acompañarme. “Tengo que hacer pis” me explicó cuando yo insistía en que no hacía falta.

Cuando llegamos al borde de la playa, ella se puso detrás de unos matorrales y yo empecé a buscar palos ayudándome de la linterna del móvil. Casi al mismo tiempo Mónica me empezó a llamar en voz baja y como yo estaba muy concentrado, me tiró algo para llamar la atención. Ese algo resultó ser la braga del bikini. “Es lo primero que tenía a mano”, se justificó cuando la miré extrañado. “He sentido algo ¿quieres alumbrar aquí un momento?” Me pidió señalando un punto a su lado.

Al lado de la mancha de arena mojada había un montón de puntitos oscuros que se movían en todas direcciones, en un caos probablemente provocado por el inesperado chorro de pis que les había caído encima. Mónica, gritó aterrorizada, se levantó de un salto y salió corriendo sacudiéndose las piernas desesperadamente.


- ¡Qué asco! ¡Qué asco! ¡Qué asco! ¿Qué son esos bichos? ¡No me digas que son garrapatas?

- Tranquila, me ha dado la sensación de que eran hormigas -dije mientras la enfocaba con la linterna, más que nada para que con los nervios no se tropezase con nada, bueno, y porque me gustaba verla correr con el culo al aire y me daba morbo ver cómo le brillaba la cara interna de los muslos, humedecidos por la meada que no había podido cortar a tiempo.

- ¡Joder! ¡Me pica todo! ¿Qué pasa si se me mete una hormiga en el chocho?

- No creo, pero a ver túmbate aquí que te lo miro -ella se tumbó, abrió las piernas y yo volví a encender la linterna del móvil para explorarle la entrepierna-. Uffff, si sólo fuese una…

- ¿De verdad? ¡Quítamelas!

- Haz pis y así saldrán ellas solas -dije mientras le abría los labios de la vulva, justo antes de que el chorro casi salpicase el móvil. Me encanta ver mear a las chicas y pocas veces lo vi con tanto detalle-. Mmmmm, era broma, no tenías ninguna hormiga, pero ha merecido la pena engañarte.

- ¡Joder Alberto! -exclamó dándome golpes con la mano- Pues me sigue picando todo.

- Pues venga, vamos al agua -sugerí-, así te quitas cualquier bichito que puedas tener encima.


Meterte en el mar por la noche siempre da un poco de respeto. Sobre todo porque las aguas que durante el día son de un cristalino azul turquesa, que permite ver todo lo que hay alrededor, se convierten en un oscuro y sólido negro azabache que puede esconder cualquier cosa. De todos modos sabíamos que era playa lisa, de arena sin rocas y eso nos dio cierta tranquilidad.

Dejé el móvil en la en la orilla con el resto de la ropa que me quité y la braga de Mónica, que todavía tenía en la mano. Ella se metió sin quitarse la camiseta que aún llevaba puesta. Se la quité yo y la tiré a la orilla.

Le empecé a frotar el cuerpo, con movimientos rápidos, como para sacudir los imaginarios bichos que le producían esos intensos picores. Ella se frotaba también y poco a poco se fue tranquilizando. En ese momento me di cuenta que mis movimientos habían cambiado. Ahora las sacudidas casi se habían vuelto en caricias. Con mis manos recorría suavemente su espalda sin encontrar rastro de bicho alguno.

El que le abriese la raja del culo estaba casi justificado por ese espíritu de desparasitación. El caso es que ella no protestó, ni cuando le sobé concienzudamente la entrepierna antes de bajar por sus muslos. Cuando atraje su espalda hacia mi pecho y empecé a pellizcarle los pezones, mis intenciones nada tenían que ver con la búsqueda de bichos y las de ella era evidente que tampoco.

Apreté mi cuerpo contra el suyo. Mi pene tieso se aplastaba sobre su rabadilla y seguro que ella también notaba los testículos en sus nalgas. 

Aparté la melena mojada de su cuello y empecé a darle mordisquitos desde el hombro hasta el lóbulo de la oreja.

Así abrazada como la tenía, noté cómo su corazón se aceleraba, aunque quizás también fuese el mío y notaba los latidos resonando entre los dos cuerpos.

En un momento se dio la vuelta y se abrazó a mí rodeándome el cuello con sus brazos. Como si lo hubiésemos hecho muchas veces, se dio impulso y saltó quedándose enlazada con las piernas alrededor de mi cintura. Una postura atrevida que gracias a la flotabilidad del agua pudimos realizar sin demasiado esfuerzo.

Ella misma, sujetándose con una mano a mi cuello, con la otra me agarró la polla y se la introdujo en la vagina. Una de las cosas que más me gusta de follar en el agua es el contraste de temperaturas. A pesar de que estábamos a primeros de julio el mar estaba fresquito, sobre todo a esas horas, aunque quizás teníamos la piel de gallina más por la impresión del baño nocturno que por la temperatura. Pues en contraste la vagina de Mónica estaba muy muy caliente.


- ¡Joder! -exclamé casi con un lamento.

- ¿Te gusta?

- Ufffff, sí. Me encanta -respondí y sujetándola por las nalgas empecé a moverla suavemente arriba y abajo.

- ¡No! ¡No! Estate quieto. Sólo un momento.


Le hice caso y ella se apretó más a mí. Su cara estaba apoyada en mi cuello. Sentía su respiración en mi piel y mientras tanto mi polla seguía muy caliente. En un momento noté que su vagina se empezaba a mover. Ella sola. La respiración de Mónica se agitaba y las paredes de la vagina ondulaban.


- Noto algo, a ver si de verdad vas a tener hormigas en el coño.

- ¡Imbécil! ¿Eso es lo que sientes? ¿Hormigas?

- Mmmmm, no. Me gusta lo que me estás haciendo.

- Pues concéntrate y disfruta ¡bobo!


Mónica se agarraba fuertemente a mí. Notaba su respiración en mi cuello. Estaba jadeando. O controlar las paredes de su vagina para ordeñar mi polla le costaba esfuerzo o eso le producía mucho placer o ambas cosas.

A veces me encanta quedarme quieto al follar, dejar que me invadan las sensaciones de calor y humedad de la vagina y sentir cómo la polla empieza a palpitar sola en ese cálido entorno. Era como cuando era adolescente y me corría en medio de un sueño húmedo. Con el tiempo aprendí a controlar esos sueños y a despertarme justo antes de correrme.

Desde entonces domino la técnica del orgasmo sin moverme y, aunque a las chicas no les gusta eso, siempre encuentro alguna con la que puedo experimentar la pasividad de dejarme hacer. Pero con Mónica era distinto. Ella controlaba totalmente su vagina, probablemente sería experta en los ejercicios de suelo pélvico.

Me di cuenta que ahora era yo el que se agarraba a su cuerpo y mis manos estaban crispadas en sus nalgas. Mónica empezó a mover sus caderas. Dejó de besarme el cuello y me besó la boca. Nuestros labios estuvieron pegados mientras su lengua jugaba con la mía.

Aproveché para recorrer sus nalgas con la mano. Me introduje entre ellas y le acaricié el ano. Ella dio un respingo y me apretó más. Le introduje un dedo y empecé a moverlo dentro y fuera. Las caderas de Mónica se movían arriba y abajo. Su vagina recorría mi polla apretándose y aflojándose y yo me concentraba en mover el dedo dentro de su culo, apretando la pared del recto contra la vagina cuando pasaba por mi polla. Así se incrementaba el placer de los dos porque le estaba frotando el punto G.

Subía y bajaba a Mónica sujetándole las nalgas y con el dedo en el culo. Ella se aferraba a mi cuello y los dos intentábamos no gritar, aunque éramos conscientes de que los ecos de nuestros gemidos debían reverberar por toda la cala y que resultaría prácticamente imposible que su marido y su hija no nos oyesen.

“Me voy a correr” me susurró en el oído con voz entrecortada. Sentí en el oído el aliento con el aliento con el que pronunció sus palabras. Eso me produjo un escalofrío que me hizo temblar todo el cuerpo. Mónica se aferró a mí y su vagina constriñó mi pene. Con unos movimientos de cadera me corrí sin querer aguantarme más. Su orgasmo fue una constricción intensa. Se corrió aferrada a mí, clavándome las uñas en la espalda y con la vagina palpitando como si tuviese vida propia. El beso en la boca fue una manera de acallar los jadeos de ambos.

Se soltó de mi cintura y nos quedamos los dos flotando boca arriba. Nos miramos y nos entró la risa. Resonó mucho por toda la cala así que nos la aguantamos. Pero las risas seguían resonando. Bueno risas y jadeos… y gemidos. Alguien más se lo estaba pasando muy bien.


- ¿Tu crees que esos dos están follando? -me preguntó Mónica.

- No sé. La verdad es que no les he visto juntos este tiempo. Pensé que ambos habían renunciado a su fantasía, pero si igual nos han oído a nosotros…

- Creí que me había hecho a la idea pero ahora… vaya tela.

- Mujer igual sólo están de cachondeo, pasando un momento divertido -en ese momento sólo se oían risas así que nos pareció que igual estábamos siendo un poco mal pensados. Pero a las risas le sucedieron unos jadeos y luego más risas. Parecía esa risa nerviosa que te da cuando te tocan…

- Sí, un momento muy divertido.


Salimos del agua, caminamos por la orilla para secarnos, luego nos sentamos en la arena y esperamos charlando, pero con la oreja puesta para ver cuando el “momento”divertido terminaba. Mónica no consentiría en acercarse hasta que eso pasase. Y se aproximaría haciendo ruido. Mucho ruido. Nos acercamos cuando la cosa se calmó. Pedro y Clara estaban con sus bañadores y camisetas, como cuando les dejamos.


- Vaya, sí que estaba difícil lo de encontrar leña. No sabíamos si teníamos que ir a buscaros -dijo Pedro con sorna.

- ¿O es que tenías mucho pipí, mami? -preguntó Clara divertida.


Al preguntar eso padre e hija se miraron. Se veía que antes habían comentado algo al respecto. Ambos se echaron a reír a carcajadas. Las risas y su respiración alterada entre ellas volvieron a resonar en la cala. Sonaban como jadeos… Mónica y yo nos miramos. En la cara de ambos se reflejaba la misma pregunta “¿éstos han follado o no?” y ahora los dos parecíamos dudar de la respuesta.

Avivamos el fuego y estuvimos un buen rato de charla. Luego recogimos y Pedro fue a tirar la basura. Me ofrecí a ayudarle para charlar un rato los dos, pero inesperadamente fue él quien primero entró en materia.


- ¿Has cumplido ya tus fantasías con Mónica?

- Pues de manera totalmente distinta a como pensaba que ocurriría, pero la verdad es que sí -contesté- ¿Y tú? ¿Has llegado a algo con tu hija?

- Pues… hemos llegado a mucho, aunque no como estás pensando.

- Bueno… sólo estoy pensando en lo que tú mismo querías y ella también ¿no? -repliqué.

- Deja que eso quede entre nosotros. No te digo nada que luego todo lo cuentas.

- ¿Pero no era eso lo que querías y te daba tanto morbo? -protesté.

- Por supuesto, pero nuestra historia puede tener un final abierto ¿no? -me contestó y parece que iba a ser así, aunque me intrigaba muchísimo qué había pasado para provocar ese cambio de actitud.


A la mañana siguiente Clara nos dijo que la habían llamado unos amigos y que había quedado con ellos para comer en Sa Rápita, que si la podíamos acercar hasta allí. “Vaya, ahora ésta abandona el barco”, pensé. No sabía qué había pasado anoche pero me daba la sensación qué tenía que ver con esa partida precipitada, porque ella ya se quedaría con los amigos y volvería con ellos a Palma.

Durante todo el trayecto estuve pensando en cómo hablar con Clara a solas sin que nos viesen sus padres. En el llaut era complicado, así que me ofrecí a llevarla en la zodiac hasta la orilla cuando llegásemos a la Rápita. La chica aceptó agradecida, pero creo que Pedro adivinó mis intenciones, aunque no dijo nada porque poner pegas hubiese una actitud sospechosa. Clara le miró como diciendo “tranquilo” y yo me puse más nervioso.


- ¿Qué pasó con tu padre ayer en la cala? -pregunté directamente cuando íbamos los dos en la zodiac y nos habíamos alejado lo suficiente del barco.

- Ufff, no me da tiempo a contártelo antes de llegar a la playa.

- No tengo prisa -respondí, aunque decidí concretar-. A ver, tu padre y tú tenéis una fantasía sexual mutua. El objetivo de este viaje era cumplir esa fantasía ¿lo lograsteis ayer?

- Podría decirse que sí. El objetivo se logró, se superó con creces, pero no de la manera que piensas.

- ¿La manera que pienso no es la qué pensabais vosotros?

- Sí, pero a veces las cosas no salen como las planeas. Puede ser incluso mejor, pero… diferente.

- Vaya, sí que debe follar bien tu padre. Debe ser como una enciclopedia del sexo ¿no?  ¿te enseñó muchas cosas nuevas? -pregunté a modo de trampa a ver qué me contestaba.

- Está claro que con mis padres y contigo he aprendido muchas cosas -me respondió ella de manera esquiva.


Bien, lo que estaban claro eran dos cosas. Una, entre los dos había pasado algo intenso. Dos, hubiese sido, sexual, emocional o ambas, yo no me iba a a enterar de lo que pasó y por tanto vosotros tampoco. De momento.


FIN la cuarta parte.

Continúa en: “Que no me entere yo que ese culito pasa hambre.


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