martes, 24 de marzo de 2020

Erecciones generales

Viene de: Sucedió en Hotel DeseoX

Palma de Mallorca, noviembre 2019

El sábado 9 de noviembre estaba tomando el aperitivo con unos amigos en la zona de el Portixol, en Palma de Mallorca. Me acuerdo tan bien de la fecha porque al día siguiente había que ir a votar… otra vez. Precisamente estábamos hablando de eso cuando me llamó Sandra. Parecía un poco alterada, me costó un poco caer en la cuenta de que su excitación se debía a que había leído las historias de mi finde con Azucena y su amiga Olga.

- ¿Cómo me puedes poner tan cerda? ¡Cabronazo!
- Yo también te quiero cariño.
- Estoy en Palma. Unas amigas venían de finde. Me ha dado la venada y me he unido.
- ¡Qué bien! ¿Qué planes tenéis?
- Ellas hacer turismo, yo follar.
- Ah… bueno… ya me contarás.
- Follar contigo ¡gilipollas! Así que ya estás buscando un momento.
- Uffff, en finde… así sin avisar… -bromeé.
- ¡Sí! Sin avisar así que búscate la vida.
- Bueno… igual un rapidín…
- ¿Un rapidín? Rapidín tienes que estar tú, que mis amigas ya se han ido. ¡Ah! Y yo también quiero mi “satis”.
- ¡Joder! Qué mala es la envidia…
- ¡Que vengas ya! Me voy a duchar. Luego hablamos.
- Espérame y lo hacemos juntos.
- Estoy en el Hostel Fleming ¿lo conoces?
- Joder sí, está cerca de casa. Dame diez minutos -Me hice una rápida composición de lugar para ir desde el Portixol hasta allí y mientras tanto llamé a mi mujer.

- Cariño, me ha llamado una antigua alumna -mentí, pero era por buscar una relación creíble a la visita-. Va a estar este finde en Mallorca. ¿Te voy a buscar y vamos a comer con ella?
- Mi madre ya tiene la mesa puesta y hoy vienen también “las niñas” (las sobrinas).
- Ponle una excusa. Sandra fue una de mis mejores alumnas. Una chica brillante. Te gustará -No, no me había vuelto loco. Sabía que mi mujer no vendría ni de coña a comer con una antigua alumna mía, así que con esa pequeña mentira me aseguraba su negativa… y su tranquilidad.
- No te preocupes cari. Ve tranquilo con esa chica. Ya nos vemos luego.
- Lo que pasa es que ha venido con unas amiga y pensaba aprovechar para enseñarles un poco la isla. Será entretenido ¿de verdad que no quieres venir?
- Ufff qué paliza, no, no, vete tranquilo, yo haré mis planes.
- Vale, ya te iré contando.
- Recuerda que mañana hay que votar.
- Sí, sí, tranquila. No sé a qué hora se van pero algún momento encontraré.

En el móvil busqué el teléfono de “El baúl erótico” un sex shop que a veces frecuentaba. Paré un taxi y desde él llamé para ver si tenían el célebre Satisfyer. Me dijeron que “por supuesto”, pero que sólo les quedaba uno. Lo reservé. El taxista me miró por el retrovisor y al dejarme en la puerta de la tienda también me examinó de arriba abajo. Cuando llegamos al hostel le pagué. Me miró agradecido porque le di una buena propina.

- Suerte -me dijo con una sonrisa maliciosa.
- Eso ya me lo busco yo, pero gracias -respondí.
- Ya lo veo, ya.

Subí a la habitación y nada más cerrar la puerta Sandra se me echó al cuello besándome mientras me metía mano en la entrepierna. Su tono era claramente de reproche.

- ¿No ibas a tardar diez minutos?
- Por el camino he tenido que hacer una parada -dije enseñando la caja del succionador de clítoris.
- ¡Lo has traído! -exclamó volviendo a besarme.
- Cualquiera se niega, me recordaste a Xeni cuando decía aquello de “¡Quiero mi lush! ¡Quiero mi lush!”
- A ver -dijo ella riendo- vas regalando lush y satis a diestro y siniestro…
- Ah, mira, la niña lee mi blog.
- No me pierdo una… y bien guarra que me pongo.

Mientras que discutíamos me iba quitando la ropa dejándola caer por la austera habitación cuádruple que compartía con sus amigas. Dos literas, una taquilla de cuatro cuerpos, dos mesitas de noche y una mesa escritorio. Me recordó al albergue al que nos llevaban a hacer ejercicios espirituales cuando estaba en el colegio. La diferencia es que aquello tenía el aire tétrico de todas las residencias religiosas y aquí se respiraba un ambiente alegremente juvenil.
Sandra me conocía bien así que me desnudó como más me gusta, poco a poco, acariciando cada trozo de piel que quedaba al descubierto, empezando por la camisa y siguiendo con el pantalón, hasta que me dejó en calzoncillos. Entonces se arrodilló tras de mí y lentamente me quitó el slip tirando de la cinturilla con la boca.
Noté sus labios y su lengua recorriendo mis nalgas mientras con las manos acariciaba mi escroto y meneaba la polla dura. Quise desnudarla yo también pero no me dejó. Me empujó hacia una de las literas y me hizo sentar en el borde del colchón de la cama de abajo. Ella siguió arrodillada entre mis piernas. Estando así me agarró la polla. La apretó y sentí cómo palpitaba en su mano. Se la acercó a la boca y empezó a lamer el glande como un helado.
Su lengua se detenía en el frenillo. Sabía cómo me gustaba que me lo estimulase y lo hacía con la habilidad que le proporcionaba la experiencia. Sus movimientos me resultaban hipnóticos pero ella me empujó el pecho y me tumbó en la cama. Quería que lo que sentía no se viese condicionado por lo que veía. Tenía razón. Cerré los ojos y me dejé llevar por las sensaciones táctiles de sus caricias. De su lengua recorriendo mi pene y sus labios sorbiéndome el glande, saboreando el líquido preseminal…
Empecé a retorcerme. Sandra sabía dónde estaban todos mis resortes y los fue pulsando uno tras otro. Me levantó las piernas haciendo que se apoyasen en las barras que sostenían la cama superior de la litera. Se levantó y empezó a mordisquearme un tobillo, bajando por la pantorrilla hasta el hueco posterior de la rodilla. Allí se entretuvo lamiéndolo con tanta habilidad que pensé que me iba a correr sin que me tocase la polla.
Mordiéndome los muslos fue bajando por la cara interna hasta que su mejilla rozó mi capullo. Estaba deseando volver a sentir sus labios sobre él pero ella lo apartó para seguir bajando por la pierna hasta el perineo. Sus mordiscos pasaron del muslo al escroto. Sentía sus dientes en los pliegues de la piel mientras sus manos me acariciaban los márgenes del ano.
Subió mojándome el pene con los labios, me lamió profusamente el glande y luego se lo metió en la boca, lo saboreó con deleite y luego lo fue tragando poco a poco haciéndolo desaparecer en su garganta hasta que sus labios llegaban a los testículos. A continuación lo volvía a hacer aparecer entre sus manos como si de un truco de magia se tratase, hasta que el capullo quedaba otra vez en sus labios.
Repitió el movimiento un par de veces hasta que al final se quedó sorbiendo el glande mientras que con una mano me frotaba el pene y con la otra seguía jugando con mi ano, entrando y saliendo del esfínter con la punta de un dedo.
Quizás no había sido buena idea ponernos en la litera. Yo empecé a retorcerme y a agitarme convulsivamente. Temblaba todo y parecía como si aquello fuese a descoyuntarse cayendo sobre nosotros la cama de arriba.
Sandra conocía perfectamente que los hombres tenemos el punto G en el recto y sabía localizarlo con exactitud. Cuando era evidente que faltaba poco para correrme se dedicó a masajearme la próstata hasta que todo el vello se me puso de punta y un escalofrío me recorrió el cuerpo, desde la base de la nuca hasta los muslos. Me corrí en su boca con la tranquilidad de no tener que avisarla. Ella me bebió con tragos golosos y luego se tumbó sobre mí. Sandra es pequeña, no me pesaba y su cuerpo subía y bajaba sobre el mío al ritmo de mi respiración.
Cuando empezó a besuquearme y a morderme la nariz y las mejillas supe que ya consideraba que habíamos descansado suficiente.

- Joder, cómo me conoces -le dije.
- ¿Te ha gustado?
- Uffff ¿no se ha notado?
- La verdad es que sí -me dijo riendo-. Y también es verdad que te tenía muchas ganas. Leer tu blog me pone muy cerda, es como seguir el Face de tu ex.
- Bueno, como cuando yo te veo por Amateur.
- No, ya no me verás. Cancelé la cuenta. Tuve unas malas experiencias. Ya te contaré.
- Ya. Yo tampoco salgo mucho. Echo de menos una página amateur de verdad, en la que la gente sólo busque morbo.

Bueno, a veces en estos sitios puedes encontrar gente que vale mucho la pena. He tenido un par de experiencias interesantes, pero quizás la más llamativa es la de Sandra, simplemente por la diferencia de edad. Ella podría ser mi hija pequeña, tiene una vida sexual múltiple y variada, no necesitaría para nada estar a expensas de un carca como yo, pero, como me dijo un día ella misma: “Mira Papá Pitufo, deja de comerte el tarro con eso. Contigo nunca me aburro, siempre tengo mucho de qué hablar y mucho que aprender. Follar con alguien así es una suerte”. Sandra es un encanto y yo sí que tengo la suerte de caerle bien.
Nos levantamos y le fui desabrochando la blusa mientras ella, mirándome fijamente con sus  ojos pícaros me acariciaba el pene consiguiendo que fuese recuperando su turgencia.
Le desabroché el cierre a presión de la hebilla de su cinturón de estilo militar, que hacía juego con sus pantalones de sport color caqui. Bueno la verdad es que a Sandra le caía bien cualquier cosa que se “quitase”, como yo le solía decir en plan de broma.
Me extrañó que debajo llevase un conjunto gris con tonos brillantes. Ella solía usar ropa interior negra porque a la muy presumida le gustaba el contraste con su piel blanca y sus cabellos rubios.
Me rodeó el cuello con los brazos y me besó restregándose contra mi cuerpo. Solté el cierre del sujetador y acariciando su espalda mi mano bajó hasta que me encontré con la alta cinturilla del tanga. Pasé por encima, le agarré con fuerza una nalga y desde abajo la apreté hacia mí. Eso la excitó y me mordió el labio mientras con las manos detrás de mi nuca apretaba mi boca contra la suya. Estaba jadeando.
Separé un poco mi cuerpo y deslizando los tirantes por sus brazos conseguí que el sujetador cayese al suelo. Sandra inmediatamente se apretó contra mí y sentí sus pezones duros en las costillas mientras se rozaba contra mí como una gatita ronroneando.
Le sujeté la cabeza contra mi pecho y empecé a morderle una oreja mientras notaba el bulto de mi pene duro clavándose en su barriga. Ella volvió a acariciarlo al mismo tiempo que me clavaba las uñas en la espalda y me mordía una tetilla. Respondí metiéndole la lengua en la oreja, cosa que le produjo un escalofrío y se separó de mí, lo que aproveché para agacharme, quitarle el tanga de un manotazo y alzarla en vilo dándole la vuelta y dejándola boca abajo, con sus manos apoyadas en mis pies y yo, sujetándola por la cintura, tenía su coño abierto casi a la altura de mi cara. Sandra es menuda pero la verdad es que me pasé con la maniobra.

- ¿Qué haces loco? Te vas matar.
- Te voy a chupar el clítoris para que luego puedas comparar -le dije mientras le mordía la vulva y mi lengua se abría paso entre sus labios.

La tenía sujeta por la cintura y ella se apoyaba con sus manos en mis pies. No me pesaba, quizás por la excitación que teníamos. Sus pies se batían en el vacío. Sus piernas abiertas eran una constante invitación a disfrutar de su entrepierna. Besé sus  húmedos labios, los acaricié con la barba, le rocé el clítoris con la lengua y cerrando mis labios sobre él lo sorbí imitando teatralmente el zumbido que hacía el aparato.

- Aaahh, aahh, arghhh -gemía ella, mientras yo buscaba el baño con la mirada.
- ¿Dónde está el baño? -pregunté perplejo al no encontrarlo.
- En el pasillo. Es compartido.
- ¿Qué?
- ¿Qué te pasa ahora? ¿Te han entrado ganas de hacer pis? -preguntó ella extrañada por mi repentino interés.
- Era para aclarar un poco el satis. Aunque viene precintado… no sé, manías.
- Bueno, pues esta vez nos fiamos. ¿Viene con batería?
- Sí, está cargado, no del todo pero suficiente para que corras un par de veces.
- Mmmm, venga, pues lo probamos así.
- No -insistí-. Nos ponemos unas toallas y vamos como si nos fuésemos a duchar.
- Son baños separados. 
- Joder que morbo. ¿Dónde tienes toallas? Vamos al de chicas ¿no?
- Alberto… -empezó a decir ella resignada.

Bueno, me dejé medio convencer. Sandra fue hasta el baño con la toalla trabada encima de las tetas. Estaba super sexy, apenas le tapaba el culo. Yo me quedé en la puerta, con una toalla enrollada a la cintura, esperando a que me confirmase que no había nadie. No pude resistirme y cuando estaba en medio del pasillo la llamé levantándome la toalla en plan provocativo. Ella hizo lo mismo aunque pendiente de que no apareciese nadie por la escalera. La polla ya me hacía una tienda de campaña pugnando por salir al exterior.

- Vete al baño de tíos quitándote la toalla y allí dices que te has confundido y te vas -le pedí.
- ¿Y qué más?
- Tú hazlo.

Encogiéndose de hombros fue al baño de hombres, me miró y abrió la puerta mientras se soltaba la toalla. Estuve atento a ver qué oía pero el silencio era absoluto. Al cabo de un momento salió. “Lo siento, no hay nadie”, me dijo. Eran casi las cuatro de la tarde. Los huéspedes deberían estar aprovechando el día para hacer excursiones. Bueno, quizás más tarde.
Fue al baño de mujeres y al poco tiempo me llamó. Allí tampoco había nadie. En un lavabo aclaramos el satisfyer y luego comprobamos que funcionaba. Le subí un poco la toalla para acercárselo a la vulva. Se retiró un poco desconfiada. Hacía más ruido de lo que se esperaba. Me lo pasé por la mejilla para que viese que no pasaba nada y luego se lo acerqué a la suya. Se rió nerviosa al sentir la suave aspiración. Luego se lo puse detrás del lóbulo de la oreja y aumenté la potencia. Me agarró el brazo en un gesto aprobatorio.

- Mira, a mí me gusta pasármelo por el frenillo -le expliqué mientras lo hacía.
- Vamos a la habitación -dijo cogiéndome el satis y tirando de mí con decisión. Justo a tiempo porque en ese momento entraron dos chicas que no sé si se sorprendieron más por verme a mí o por el aparato que Sandra sostenía en la mano.

En la habitación nos quitamos las toallas y las puse sobre la cama. Me senté encima de ellas con la espalda apoyada en el cabecero de la litera. Sandra se sentó entre mis piernas abiertas, recostada sobre mi pecho. Mi mano recorrió su entrepierna. Mis dedos jugaban con sus labios. Dio un respingo cuando le rocé el clítoris. Aún no estaba a punto.
Empecé a besarle el cuello mientras le acariciaba los pezones. Le mordí el lóbulo de la oreja, se lo mojé con saliva y soplé para hacerla temblar. Cuando sus jadeos se intensificaron le pellizqué los pezones con fuerza y viendo que no se quejaba bajé otra vez al clítoris. Al rozarlo esta vez gimió apretándose contra mí y echando los brazos hacia atrás para acariciarme la cara.
Ahora sí cogí el succionador, lo puse en marcha y se lo acerqué a la entrepierna. Le fui dando ligeros toques en los muslos y en el pubis. Al principio eso le provocaba un temblor nervioso, unos escalofríos que ella definía como “calambres”. Se lo acerqué entonces al clítoris, lentamente, con mucho cuidado.
No sé si por el propio nerviosismo, por la sugestión o por el efecto real del aparatito, sus caderas empezaron a temblar entre mis piernas. Sus nalgas se rozaban contra mi polla con tal energía que me hacía incluso daño, pero debido a mi propia excitación eso me estimulaba cada vez más. Casi tanto como los gemidos que ella intentaba contener para que no se convirtiesen en gritos.
El satis empezó a gorgotear cuando aspiraba el abundante flujo que Sandra estaba produciendo. Con los dedos me aseguré de que la boquilla del aparato estaba colocada sobre su clítoris y una vez ahí lo único que hice fue cambiar los modos de aspiración. Ella respondió variando los temblores de sus caderas, cosa que yo podía percibir en mis carnes.
Le mordí el lóbulo de la oreja y le pellizqué con fuerza los pezones. Ella no se pudo contener más y comenzó a gritar. Puso sus manos sobre la mía, aunque sin pretender apartarla. Al contrario, la apretó aún más contra sí y la fue moviendo para maximizar su propio placer. Dejé entonces de controlar la situación del aparato y me limité a ir variando los tipos de aspiración para conseguir que su excitación fuese en aumento, cosa que controlaba por los temblores de su cuerpo sobre el mío.
En un momento literalmente se abandonó, eliminó todo intento de control, se desbocó dejando que su cuerpo temblase libremente, sin nada que lo sujetase. Se corrió con un bramido casi animal. No sé cómo su cuerpo conseguía botar de esa manera, pero sus nalgas se alzaron por encima de mi ombligo y en una de esas cayó aplastándome la polla, doblándome el pene erecto con un dolor multiplicado por la excitación. Al final mi miembro quedó presionado contra el colchón, aplastado por sus nalgas en cada bote que pegaba hasta que la relajación llegó después de su orgasmo.

- ¡Joder qué pasada! -me dijo al cabo del rato mientras se acomodaba en mi pecho y se giraba para besarme la mejilla.
- Te ha gustado ¿eh? Es un aparatito que merece mucho la pena. Ahora se ha puesto de moda pero hace más de un año que está en el mercado.
- Es cierto -dijo ella pensativa-, recuerdo que hace tiempo leí una historia en tu blog en la que lo mencionabas, pero entonces no sabía a qué te referías.
- Procuro estar al tanto de todas las novedades, cuando os sorprendo gano muchos puntos y… ya estoy en una edad que tengo que aprovechar estos truquitos.
- ¡Tonto! -dijo dándome una palmada en el muslo- Oye ¿a eso le debe quedar batería?
- Parece que bastante -respondí después de probarlo.

Le volví a acercar la boquilla al clítoris. Ella me agarró la mano y la guió con movimientos circulares, apretándola y aflojándola según le iba mejor. Yo seguí controlando los modos de aspiración igual que había hecho antes. Sandra enseguida se puso a tono y empezó a restregar su espalda contra mi pecho. Le besé el cuello y mordí su hombro.
Empezó a botar otra vez. Mi polla seguía bajo sus nalgas y con sus movimientos se estaba endureciendo otra vez. Le pellizqué los pezones mientras con la otra mano seguía sosteniendo el satisfyer. Ella se lo apretaba con fuerza, girándolo alrededor y encima de su clítoris mientras otra vez saltaba desbocada en la cama. Temí que la litera se viniese abajo pero ella siguió dando rienda a su excitación de manera desaforada. Se iba a correr de nuevo.
Sus manos sujetaban la mía, la movían con energía apretándola contra su sexo. El ruido de la aspiración volvió a ser húmedo y burbujeante. Sus gemidos volvían a llenar la habitación. Ella seguía botando sobre mi polla dura. Esta vez estaba bien colocada y sus movimientos estaban consiguiendo excitarme también. Si seguía así yo también me correría con la polla entre sus nalgas.
Ella no se dio cuenta de nada. Estaba tan excitada que todo lo demás parecía ajeno a sus sentidos. Me di cuenta de que yo jadeaba también. Clavé mis dientes en su hombro y con la mano le estrujaba una teta. Sandra saltó, creo que dio con la cabeza en la cama de arriba pero no pareció darse cuenta de ello, al contrario, el ruido y quizás el dolor desencadenaron una oleada de temblores sincopados. Volvió a gritar sin poder contenerse y se corrió apretando con tanta fuerza mi mano sobre su sexo que el propio satisfyer se ahogó al no poder aspirar nada debido a la presión.
En un último estertor se apretó fuertemente contra mi pecho y luego se relajó quedándose completamente desmadejada sobre mí. Si sus saltos hubiesen durado un poco más yo también me habría corrido. No fue así pero no me importó, era cuestión de tiempo y así se prolongaba más mi placer. Mientras tanto me dediqué a acariciar a Sandra, a respirar a través de los cabellos de su melena rubia y a recorrer su piel con las yemas de mis dedos, así nos fuimos relajando los dos.

- Ufff, esto es un vicio -me dijo al cabo del rato.
- Me alegro de que te guste. La verdad es que me parece uno de los juguetes más prácticos que he visto.
- Sí, pero lo cierto es que me ha encantado lo que hemos hecho, no sé si sola…
- Cuando lo hagas sola te encantará igual. Úsalo en la ducha y así te acordarás de mí cada día.
- Mmmmm buena idea.
- Tengo una amiga que lo tenía con los utensilios del baño pero se le olvidaba recargarlo y en el momento más inoportuno se quedaba sin batería. Según dice ella empieza como a toser y tienes que terminar por el sistema tradicional.
- ¿También se lo regalaste tú?
- Pues a ella no, pero he regalado unos cuantos -contesté riendo-. Creo que los del satis me tendrían que tener algún detalle conmigo por la propaganda que les hago.
- Les haces propaganda pero también lo disfrutas que con la tontería habrás echado unos cuantos polvos.
- Ya te digo que tengo que aprovechar estos truquitos.
- Ya, ya. Y tú también lo empleas ¿no? ¿Dónde? ¿Aquí? -preguntó cogiéndome el pene y tocándome el frenillo.
- Sí, ahí, es mi clítoris.
- ¿Puedo? -preguntó acercándome la boquilla y encendiendo el satis sin esperar mi respuesta.

Me encantaba ver la cara de pilla que ponía. Era la de una niña haciendo una travesura y esperando a ver qué pasaba. ¿Os acordáis de cuando una chica os hizo su primera paja? Pues esa cara. Sandra empuñó el satisfyer como si fuese una pistola, me agarró el pene y apuntó la boquilla al frenillo. Ya estaba muy excitado. La situación en la que estábamos me ponía muchísimo, lo que habíamos jugado hasta ahora y sobre todo dejarme hacer mientras ella tomaba la iniciativa.
Inmediatamente empecé a sentir cosquilleos. Cuando me operaron de fimosis me dejaron un frenillo más grande de lo habitual y bastante más sensible. Es de esas cosas a las que no le das demasiada importancia hasta te empiezan a comer la polla. Con la punta de la lengua en el frenillo pueden conseguir de mí lo que quieran y eso hace también que use yo, más que ella, el succionador de mi mujer.
Noté como la polla me palpitaba y aún dentro de la mano de Sandra pugnaba por moverse adelante y atrás. Ella, notando también mi excitación, sin apartar el aparatito empezó a lamerme el glande con los labios, sorbiendo la punta y pasando la lengua por ella, limpiando el líquido preseminal que ya salía abundantemente.
Sus ojos estaban fijos en los míos, pendiente de mis gestos y expresiones de placer… Me encantaba su mirada. Me daba morbo correrme sabiendo que ella estaba grabando en su memoria todos los detalles. Notaba mis pulsaciones aceleradas, igual que la respiración y el hormigueo que siempre se produce antes del orgasmo empezó a recorrer mi piel.
Sandra incrementó la fuerza con la que me sorbía el glande mientras que aumentaba también la potencia del succionador. Empecé a agitarme, a arquear mi cuerpo levantando las nalgas del colchón. Ella me agarraba el pene preparada para recibir mi semen entre sus labios. Entonces…
La puerta se abrió y tres chicas entraron hablando animadamente. Yo vi la escena como en cámara lenta. Una tras otra se fueron dando cuenta de la situación. Estábamos en la cama inferior de una de las literas por lo que no nos vieron inmediatamente. De hecho la última se percató de la situación cuando las otras se quedaron calladas mirándonos perplejas. Evidentemente eran las otras chicas que compartían la habitación. No esperaban encontrarnos y menos así. Yo con la mirada de vicio fijada en Sandra, ella arrodillada entre mis piernas con el pecho pegado al colchón y mirándome desde abajo con el culo abierto en pompa mientras satisfyer zumbaba pegado a mi polla. A las tres se les descolgó la mandíbula en una expresión bastante cómica.

- Hola -dije con naturalidad, dejándolas todavía más sorprendidas.
- Ho… hola -respondieron con cierta torpeza sin saber qué hacer.
- ¡Ah! Hola -dijo Sandra volviéndose-. Este es Alberto, el amigo que os comenté.
- Hola… -volvieron a decir saludando tímidamente con la mano.
- Mirad lo que me ha regalado -dijo enseñándoles el satisfyer.
- Bueno… ha sido un regalo un tanto forzado -añadí en tono de broma, cosa que ellas no pillaron porque seguían impactadas.
- Bueno… nosotras nos vamos abajo a tomar algo abajo… vosotros seguid… con lo vuestro -acertó a decir atropelladamente una de ellas.
- Terminamos enseguida -dijo Sandra-. Ya estás apunto ¿verdad cariño?
- Bueno… un poco abajo sí que me he venido -aclaré y las tres salieron precipitadamente, aunque se veía claramente que a una, por lo menos, le hubiese encantado quedarse.
- Pues ahora mismo te lo levanto -dijo Sandra volviendo a poner en marcha el succionador.
- Espera, aprovechemos para cambiar. Apóyate en la mesa.

Ella me miró con un gesto de aprobación y con su típica expresión pícara se apoyó en la mesa sacando el culo hacia afuera. Me había leído el pensamiento. Me puse detrás. La visión de sus nalgas abiertas bastó para reactivar mi erección. Le agarré el culo con fuerza y acerqué el glande a los labios de la vulva, que estaban increíblemente suaves y cálidos. Le froté el clítoris con la punta. Sandra se empezó a ondular y gimió cuando le introduje el pene. Lo mantuve un momento ahí quieto, disfrutando de su calor y de los movimientos con los que me estimulaba el miembro.
Me chupé un pulgar y se lo introduje en el ano agarrándole una nalga mientras con la polla empezaba a entrar y salir de su húmeda vagina. Ella cogió el succionador y metiendo la mano entre las piernas se lo aplicó en el clítoris. Sentí el zumbido y percibí una ligera vibración al mismo tiempo que sus temblores se hacían cada vez más intensos y la vagina se contraía espasmódicamente ordeñándome el pene.
Sus jadeos llenaban la habitación y entre sus temblores y mis empujones íbamos arrastrando y empujando la mesa contra la pared. Viendo que ella se estaba asegurando su orgasmo me dejé llevar por mis propias sensaciones. Enseguida alcancé el nivel de excitación previo a la interrupción y todas mis hipersensibilizadas terminaciones nerviosas me estaban haciendo llegar mensajes de placer.
Me recorrieron escalofríos y me agarré a sus nalgas haciendo que mis caderas las golpeasen cada vez con más fuerza. Sentía también la vibración del satis en la base del escroto. Me agarré a ella con fuerza y con un último impulso me apreté dejando que el pene se ordeñase por su vagina, eyaculando en ella en un orgasmo sumamente placentero al que ella se unió en sonoros jadeos.
Nos quedamos los dos literalmente tirados sobre la mesa hasta que nos recuperamos un poco y me di cuenta que la estaría pesando demasiado. Me incorporé y la polla hizo un sonido parecido a un “pop” como de vacío cuando salió de la vagina que la aferraba. Me puse a su lado y la empecé a acariciar la espalda. Se giró y abriendo los ojos me sonrió. “El satis y tú sois irresistibles” me dijo. La besé.
Nos pusimos unas toallas para ir a ducharnos y luego bajar a buscar a sus amigas. Había unas cuantas chicas en el baño así que un poco defraudado me fui solo a ducharme en el de los chicos. Nos vestimos y bajamos frescos y relajados. Las llevé a una cafetería que hay justo en la esquina y las invité a tomar algo. Eran más de las seis de la tarde, Sandra y yo no habíamos comido y habíamos hecho mucho ejercicio. Me vine arriba y espoleado por el apetito pedí una ensaimada, un cocarroi de verdura, un panada de carne y guisantes y coca de trampó y arengada. Productos mallorquines que, salvo la ensaimada, no conocían. Parecía mucho pero Sandra y yo los devoramos y sus amigas se contentaron con probarlos.
Las amigas eran Marta e Inés, que eran pareja, y Lourdes que era la que me dio la sensación que, de buena gana, se hubiese quedado antes con nosotros. Todas rondaban la treintena y conocían Mallorca de haber venido hace años en viajes de estudios y cosas así, vamos, que conocían la zonas turísticas, sobre todo algunas discotecas. Para que tuviesen una visión más amplia fui a por mi coche, lo que me permitió estar un rato con mi mujer y advertirla de que no iría a cenar y que probablemente llegaría tarde. Aproveché para intentar convencerla de que viniese con nosotros, pero como esperaba se siguió negando.
Fuimos a Génova y aproveché para tomarles un poco el pelo contándoles la teoría falsa de que Cristobal Colón era de allí, por eso se le definía como “marino genovés”, cosa que la gente malinterpretaba al desconocer la existencia de ese pintoresco pueblecito mallorquín plagado de restaurantes típicos. En la terraza cubierta de uno de ellos cenamos botifarrón y blanquets torrados, caracoles con alioli, sopas mallorquinas, lengua con alcaparras y lomo con col. De postre gató con helado y sobrasada torrada con miel, combinación que en principio las sorprendió pero que acabó encantándolas.
La conversación derivó al tema de la relación que teníamos Sandra y yo. Reconozco que incluso como amigos éramos una pareja extraña y mucho más como follamigos. Sandra contó con mucho desparpajo y con total naturalidad cómo nos encontramos en Amateur.tv y nuestra primera experiencia de cibersexo, el rodaje del bukake y la inauguración del Hotel Deseox. Las preguntas eran constantes porque todo eso despertaba la curiosidad de las chicas.

- Podéis leer todos los detalles en el blog de Alberto -dijo Sandra ante el alud de preguntas de las chicas-, además lo cuenta manera súper morbosa. Yo me pongo cerdísima cuando lo leo.
- ¿Has hecho un blog contando tus encuentros con Sandra? -preguntó Lourdes- ¿Contando lo que pasó de verdad?
- Conmigo sólo tiene tres historias -me interrumpió Sandra contestando por mí-, pero hay relatos desde que era pequeño.
- ¿De cuando eras pequeño? -volvió a preguntar Lourdes extrañada.
- Siempre he estado obsesionado por el sexo, desde que era pequeñito, pero las historias que cuento son desde mi época de adolescente.
- Un montón, aquí donde le veis tan formalito -apostilló Sandra.
- ¿Y vas a escribir una de este viaje? -quiso saber Marta.
- ¡Eh! Que os veo venir -protestó Sandra-. Vosotras lo que queréis es quitarme protagonismo.
- ¡Mujer! No seas egoista -tercié yo-. Si ellas se lo ganan por qué no van a salir en la historia.
- ¿Quieres decir que…? -empezó a preguntar Inés.
- Que quiere follaros también -aclaró Sandra riendo.

Así estuvimos bromeando sobre experiencias sexuales curiosas y la verdad que entre las cuatro tenían suficientes para escribir varios blogs.
Antes irnos les llamé la atención sobre la vista de la que disfrutábamos. Les encantó pero les anuncié que luego les enseñaría una que no olvidarían, creo que pensaban en algo sexual pero lo entendieron cuando subimos a Na Burguesa y desde allí admiramos las impresionantes vistas de la bahía de Palma, con las luces de la ciudad, el castillo de Bellver, la catedral, el aeropuerto y toda la línea de costa hasta terminar la playa de El Arenal.
Nos sentamos en una roca. Marta e Inés se pusieron tiernas y empezaron a besarse abrazadas. Nosotros les dejamos espacio y me aparté un poco con Lourdes y Sandra. Hacía fresco y las pasé los brazos por los hombros para apretarlas contra mí. Acabé con la cabeza de cada una apoyada mi pecho. Los tres contemplábamos el paisaje mientras de fondo sonaban los jadeos de la parejita.

A la mañana siguiente pasé a recogerlas con el coche a las diez. Ellas ya habían desayunado y pagado el hostal. Metimos sus maletas en el capó y nos fuimos a la playa de Es Trenc. Por supuesto no íbamos a bañarnos pero es un paisaje ideal para pasear, incluso en invierno. Además en esta época tienes la ventaja de que puedes aparcar fácilmente porque no hay casi nadie por allí.
Después de caminar un rato entre las dunas llegamos a la playa. Las cuatro emitieron un grito de admiración cuando contemplaron las olas rompiendo mientras que la brisa nos mojaba con multitud de finísimas gotitas. A un lado y otro se extendían kilómetros de playa virgen.

- ¡Guau! Me recuerda a la Playa de Levante, en Cádiz -dijo Sandra.
- Sí, en parte por eso os he traído. Recuerdo que me contaste una experiencia que te pasó allí. Esto también es una playa nudista.

Me creyeron aunque no se veía a nadie por los alrededores. Nos descalzamos y nos remangamos los pantalones. Llevando los zapatos en la mano nos fuimos dando un paseo por la orilla, con los pies en el agua. La parejita caminaba delante nuestro abrazadas y saltando alegremente sobre las olas. Nosotros tres íbamos detrás bromeando sobre lo tierno que es el amor. De repente un frisbee nos pasó rozando y aterrizó a nuestros pies.

- ¡Perdón! ¡Perdón! -se oía sobre el fondo de unos ladridos-. Una ráfaga de viento lo ha desviado. No os ha dado ¿verdad?
- Esto… no -dijo Sandra mirando de arriba abajo a un chico desnudo que se nos acercaba corriendo.

Los ladridos llamaron mi atención. Un perro labrador beige estaba parado junto al frisbee que por poco nos da. Lo cogí de la arena y calculando la brisa lo lancé hacia el mar. El murmullo de sorpresa se acrecentó cuando el disco se adentró en el mar y fue girando sobre las olas hasta que fue casi a parar a los brazos del chico. Desde que Gabby y Danny me enseñaron lo del frisbee no se me daba mal, sobre todo volarlo contra el viento. Hasta el perro me miraba extrañado. No parecía que le hubiese molestado el baño a lo tonto que se había dado y volvía a ladrar saltando junto a su dueño.
Él me lo volvió a lanzar y el perro lo persiguió chapoteando sobre el agua pero se quedó parado a medio camino cuando vio que iba directo a mi mano. Las chicas estaban ahora pendientes de mi lanzamiento, no por mi habilidad sino por la imagen del chico corriendo para atraparlo, con la polla balanceándose de lado a lado.
Me vine arriba y lo volví a lanzar con más fuerza hacia el mar. El perro en vez de perseguirlo fue directamente a donde estaba su amo, saltando y moviendo la cola mientras el disco llegaba. Pero calculé mal. Una ráfaga extraña lo desvió y volvió hacia mí, aunque se quedó corto y cayó entre las olas, bastante lejos de la orilla. Temiendo que se perdiese y un poco avergonzado me metí en el agua sin pensar y desoyendo los gritos del chico que decía “Yo voy, yo voy”. Acabé empapado.
Todos me mitaban cuando salí con la ropa chorreando. El chico amablemente nos ofreció ir a su casa a cambiarme pero vivía en Sa Rápita, en el otro extremo de la playa. Bastante lejos. Me quité la ropa y me dispuse a extenderla sobre los arbustos de una duna. Con el aire que hacía confiaba en que no tardase mucho en en secarse. El chico siguió su camino jugando con el perro. Las chicas, sobre todo Lourdes, se quedaron mirándole el culo mientras se alejaba trotando. No hacía falta ser gay para reconocer que el tío estaba bueno. Les dije que aprovechasen y le acompañasen. Yo las esperaría allí. Dijeron que no, de lo cual me alegré.
Mojado y con el aire que hacía, me estaba enfriando así que empecé a gamberrear un poco. A salpicarlas, a perseguirlas… hasta que al final acabamos los cinco desnudos jugando como críos en la arena. Sandra, que era la que tenía más confianza conmigo, se subió a caballo a mi espalda y yo correteé un poco con ella por la orilla. Cuando no se lo esperaba me metí en el agua sujetando sus piernas para que no se soltase. Gritaba como una posesa hasta que al final la solté sobre una ola.
Se levantó de un salto y se abalanzó sobre mí dándome golpes. Forcejeamos y otra ola nos derribó. Se puso enseguida de pie quitándose los pelos de la cara. Aproveché para agacharme detrás de ella y meter la cabeza entre las piernas. Me levanté de un tirón y se quedó sentada sobre mis hombros. Me golpeaba la cabeza y me estiraba del pelo pero se estaba muriendo de risa. Se sujetó con los pies detrás de mi espalda y nos agarramos de las manos. Con todo el cachondeo el frío ni lo sentíamos. Saltando entre las olas retamos a sus amigas.
Ellas contemplaban divertidas nuestra pelea pero se aventuraron a entrar en el agua haciendo aspavientos. Aunque el Mediterráneo es un mar cálido, en noviembre está frío. Muy frío.

- ¡Meteros de sopetón! -les grité. 
- ¡Venga cobardicas! -las azuzó Sandra.
- Claro, tú ahí arriba… -protestó Marta.

Sandra es menuda, pero sus muslos me rozaban las mejillas con fuerza. Aunque no lo sentía, su vulva estaba pegada a mi cuello y sólo imaginar los labios rozando mi piel y su culo abierto sobre mis hombros ya me puse cachondo y volví a tener una erección a pesar del frío. Creo que se me veía cuando saltaba. Me pareció que ellas me miraban. Creo que eso las animó y al final Lourdes las empujó y cayeron las tres sobre una ola.
Cuando se levantaban gritando, Marta, que era más voluminosa, me imitó y metió la cabeza entre los muslos de Inés levantándola también sobre los hombros. La asombrada chica se reía nerviosamente acariciando la cabeza de su novia.
Me acerqué a Lourdes. De alguna manera quería agradecerle su iniciativa. Me abracé a ella. Tenía los pezones duros, erizados. Me cogió la polla dura y se la puso entre las piernas. Cuando las olas nos movían sus muslos me rozaban el glande. Noté como Sandra le acariciaba la cabeza mientras ella le pasaba la mano por los muslos. Sandra se acomodó apretándose contra mi cuello. Se estaba acariciando la vulva con él. Si seguía así me acabaría corriendo entre los muslos de Lourdes.
Marta vino hacia nosotros y se puso detrás de Lourdes. La abrazó. Nuestros brazos se agarraron apretando a la chica que quedó emparedada entre nosotros. Apretada contra mí nos acabamos besando mientras Marta le mordía un hombro y en las alturas Sandra e Inés se habían fusionado en un abrazo y creo que se besaban, no estoy seguro porque no las veía, sólo tenía sensaciones. Pieles mojadas rozando mi piel de gallina. El glande apretado entre los muslos de Lourdes, sus pezones pinchando mi pecho mientras nuestras lenguas jugaban. El peso de Sandra sobre mis hombros, la presión de sus muslos en la cara y los roces que se provocaba con los labios de la vulva en mi cuello, bajo la nuca.
Las olas nos movían, nos costaba mantener el equilibrio pero nuestros esfuerzos para lograrlo se traducían en estimulantes roces que provocaban un alud de gemidos. En un momento mi mirada se cruzó con la de Marta, que mordía pícaramente el hombro de Lourdes. Me separé un poco de ella y le pedí que se diese la vuelta. Entendió enseguida mis intenciones y lo hizo. Acabó abrazada a Marta, besándola y yo me apreté a las dos colocando mi polla entre las carnosas nalgas de Lourdes.

- Volvamos a la orilla -propuse y me agaché para que Sandra se bajase. Cuando estábamos allí le pregunté al oído- ¿Le puedes comer el coño a Lourdes?
- Lourdes, cariño, túmbate aquí -le pidió Sandra señalando una zona de arena mojada justo en el límite al que llegaban las olas.
- ¿Aquí? -preguntó Lourdes mirando alrededor para asegurarse de que no había nadie más cerca.

Sandra me miró con ojos pícaros y se arrodilló con el culo en pompa y la cara entre las piernas de Lourdes. En ese momento me percaté de que Marta e Inés nos miraban un tanto dubitativas.

- Vosotras… -les empecé a decir mientras me agarraba, flexionando las piernas, a la cadera de Sandra. Ellas eran pareja y habían estado un tanto distantes de nuestros juegos. No me atrevía a proponerles nada.
- Nosotras… Túmbate ahí -pidió Inés a Marta. Luego, dando la espalda a Sandra puso una rodilla a cada lado de la cara de Lourdes -¿Te importa cariño?
- Me encanta cielo -respondió ella agarrándose a su cintura, acercando la vulva a la boca mientras Inés se agachaba acercando la cara a la entrepierna de Marta.

Recuerdo que me sequé la frente. El espectáculo ante mí quitaba la respiración. El móvil estaba lejos, en la duna, con el resto de nuestras cosas. Me hubiese encantado conservar esa imagen pero sólo podía retenerla en mí memoria. No podría olvidarla. Los cuatro cuerpos ondulando sensualmente delante de mí, conectando los labios de sus bocas con los de sus sexos, acariciándose mientras empezaban a jadear al tiempo que crecía su excitación.
Las olas más avanzadas llegaban a salpicarnos provocándonos escalofríos que acrecentaban el ardor que sentíamos. Los gemidos se confundían con los murmullos del mar creando una escena altamente erótica. El pene me palpitaba en una erección total y toda mi piel estaba erizada en carne de gallina.
Aunque ya lo había hecho antes, tener las nalgas de Sandra entre mis manos mientras la penetraba por detrás era algo que siempre disfrutaba con la emoción de la primera vez. Inmediatamente sentí que me invadía un calor ardiente. En contraste con la fresca temperatura ambiente, el calor del interior de la vagina resultaba casi insoportable pero al mismo tiempo irresistible.
Para ella el contraste también fue notable. Noté cómo su cuerpo se estremecía entre mis manos y su vagina se constreñía alrededor de mi frio pene. Eso aumentó la sensación de rozamiento y el intercambio de temperatura. Nuestros cuerpos se aclimataron terminando por relajarse en una suave calidez que se propagó desde el interior.
Agarrado a sus caderas fui oscilando la cintura haciendo que el pene entrase y saliese suavemente de su vulva. Iba flexionando las rodillas para cambiar de postura y poder ir rozando así las paredes de su vagina mientras la penetraba. La vulva se relajó y podía hacer que el pene saliese y volviese a penetrar con facilidad, rozando cada vez el clítoris con el glande y luego apretando hacia abajo para hacer presión en la zona más sensible de la pared de la vagina.
Las cuatro chicas se retorcían delante de mí sobre la arena mojada, estremeciéndose cada vez que las olas alcanzaban nuestro sitio. Gemidos y jadeos competían con los graznidos de las gaviotas lloronas que parecía que se acercaban a curiosear. Quien si curioseaba, y descaradamente, era un señor que recorría la playa con un detector de metales. Debía haberse acercado por detrás y no le había visto venir. Al principio se quedó mirándonos de lejos, desde las dunas, pero luego se fue acercando y cuando cogió confianza se sacó la polla y se empezó a masturbar.
No me molestan los mirones siempre y cuando no sean entrometidos. Este debía ser un habitual de la playa. Sabía cómo actuar, mantuvo las distancias. Me recordó a los que nos encontramos cuando estuve con Pedro y Carmen. Ella los mantuvo a raya con mucha habilidad.
Con gestos le indiqué que no se acercase demasiado. No sabía si a alguna de las chicas les podía molestar y no quería cortarles el rollo. Él me hizo caso e interpretó mi gesto como una aceptación de su actividad, así que se apartó del ángulo de visión de las chicas y empezó a pajearse con fuerza. Así al que mejor veía era a mí, sobre todo el culo. Debía de ser gay. Bueno, tampoco me importaba.
Yo estaba que no aguantaba más, así que agarrando con fuerza las nalgas de Sandra empecé a golpearlas intensamente con el pubis al ritmo que marcaba la polla cuando entraba y salía. Mi énfasis se transmitió a través de su cuerpo hasta la entrepierna de Lourdes, que recibió la oleada de lametones con evidente entusiasmo, haciendo que se pusiese a temblar y, a juzgar por el grito que pegó, mordiese la vulva de Inés, de debió hacer algo similar con Marta porque su cara, la única que veía, era un compendio de expresiones que iban del éxtasis al dolor intenso, aunque quizás a eso contribuían los tirones y pellizcos que ella misma se estaba dando en los pezones.
Me uní al coro de gemidos dejándome llevar por los estímulos sensoriales que me invadían, los táctiles y los visuales. Me agarré tan fuerte a la cadera de Sandra que le estaba dejando la piel roja y los dedos marcados. La verdad es que cada una de ellas estaba haciendo lo mismo con el cuerpo que agarraba.
¿Qué pena no estarlo grabando? ¿Lo estaría haciendo el mirón? Me giré para verle. No, bastante tenía con el pajote que se estaba haciendo. Le faltaban manos al cabrón. Vaya, para una vez que me no me importaría que me grabasen…
Pensé que iba a ser el primero en correrme pero Lourdes empezó a temblar emitiendo unos gemidos sofocados por la entrepierna de Inés que le tapaba la boca. Ella también arqueó la espalda y creo que las dos alcanzaron el orgasmo al mismo tiempo, luego los tres las seguimos en cascada y nunca mejor dicho.
La serpiente de cuerpos temblorosos que tenía delante de mí empezó a relajarse después de la agitación intensa que habíamos sufrido. En ese momento, cuando los cinco nos estábamos recuperando una ola nos golpeó con inusitada fuerza y deshizo nuestra fila de placer haciéndonos rodar por la orilla. Cuando nos íbamos a levantar me di cuenta de que mi polla se había quedado trabada en la vagina de Sandra. Nos miramos divertidos porque eso nunca nos había pasado pero el cachondeo se nos pasó cuando comprobamos que seguíamos enganchados.
Con la impresión y el frio de la ola, Sandra había tenido un espasmo vaginal produciéndose una fuerte contracción. La intensa presión que yo sentía en el pene hacia que no se me pudiese bajar la erección… y así estábamos. Yo ya me veía en urgencias. El que las chicas se lo tomasen de cachondeo era tranquilizador, pero a su vez jodía un poco.

- Cariño esto te lo hago por tu bien -dijo Marta poniéndose a nuestro lado mientras abría las nalgas de Sandra y le metía el dedo índice en el ano. Con la polla noté como se movía y como apretaba hacia abajo. Inmediatamente la vagina se relajó.
- ¿La vas a sacar o es que te gusta tenerla ahí? -me preguntó Marta a mí al ver que yo no me movía.
- Ufff qué susto -dijo Sandra cuando saqué la polla-. ¿Qué ha pasado?
- Pues probablemente con la impresión de la ola has tenido un espasmo y se te ha contraído la vagina -contestó Marta.
- Me has sorprendido, gratamente eso sí. Has ido a tiro hecho -dije-. La verdad es que también me preocupé un poco.
- Sí, es un poco… llamativo, pero no es el primer caso que me encuentro. De hecho fue una de mis primeras actuaciones en urgencias -comentó Marta riéndose.
- Si me hubieses dicho cómo se hacía lo hubiese solucionado yo -dije un poco en tono de protesta.
- Ya y perderme yo la ocasión de meterle el dedo en el culo a la zorra esta -contestó Marta.
- No lo haces más a menudo porque no quieres cacho tonta -le respondió Sandra.
- No es por nada pero hay un tío ahí que creo que se ha puesto morado viéndonos -comentó Lourdes un poco sorprendida.
- Tú es que no tenías nada de perspectiva pero lleva un buen rato pajeándose. Por aquí suele haber bastantes mirones, son parte del paisaje, no molestan, además creo que me ha mirado más a mí que a vosotras -aclaré riéndome.

El señor se acabó yendo con su palo para detectar metales y nosotros, aprovechando que aún estábamos medio mojados, nos dimos un chapuzón rápido para quitarnos la arena. Luego estuvimos correteando un poco por la playa para secarnos sin enfriarnos demasiado. Como Sandra y Marta empezaron a tiritar y les di un par de toallas que había llevado más que nada para sentarnos.
Nos vestimos y nos fuimos a comer a la Colonia de Sant Jordi. Dimos un paseo por el puerto, encargamos un arroz de pescado, una especie de caldereta, en un restaurante y mientras nos la preparaban tomamos el aperitivo al solecito en una terraza. Charlando me enteré que Inés era médico y Marta enfermera. No es que fuesen pareja como yo creía, eran amantes. Se conocieron en el trabajo y comenzaron una relación, pero Inés estaba casada y tenía una hija. Cara a su marido, Marta era simplemente una muy buena compañera de trabajo con la que había desarrollado una gran amistad.

- Antes nos dijiste que lo que nos había pasado no era la primera vez que lo veías ¿cómo fue? ¿Llegaron a urgencias enganchados? -pregunté.
- Te has quedado tocado ¿eh? -me dijo Marta divertida.
- Uffff es que por un momento esa imagen me cruzó por la mente -respondí.
- Y a mí -añadió Sandra-. No me hacía ninguna gracia.
- Ya, me lo imagino -dijo Marta-. Pues mirad. La primera vez que me encontré con algo así yo estaba de prácticas, en el ultimo año de enfermería. Nos llegó una llamada, se la pasaron a la supervisora que estuvo preguntando cosas un rato y al final, muerta de la risa me dijo “Ven conmigo que tenemos que hacer un servicio domiciliario. Haz lo que yo te diga y no comentes nada”.
Llegamos al domicilio. Nos abrió un tío que parecía un estibador de puerto y con pinta de mala leche. Nos llevó hasta la habitación. Allí había una pareja acostada en la cama. Ella sollozaba y él tenía una cara de culpabilidad que nunca olvidaré.
Al quitar las sábanas vimos que estaban desnudos, tendidos de costado y pillados por los genitales. Todos rondarían la treintena y los de la cama estaban bien buenos. Estuvimos comprobando la firmeza de la “pinza” y la supervisora me fue dando instrucciones. Para mi sorpresa me pidió que le metiese a la chica un dedo en el culo, apretase hacia abajo y empujase un poco hacia atrás.
Prácticamente no noté nada pero su respiración y sus caras lo decían todo. Se soltaron sin problemas. Y se vio como al tío se le cambiaba el motivo de su preocupación. No quería que nos fuésemos porque temía la reacción del cachas que nos había abierto la puerta. Por lo visto era el marido de la chica y los había encontrado en la cama.
Les preguntamos si había que llamar a la policía y el marido nos aseguró que por él no, pero que les tenía que decir cuatro cosas. La súper les dijo que nos íbamos pero que no quería líos, que como tuviésemos que volver se la verían con ella.
- Todo un carácter tu super -dijo Inés.
- No lo sabes bien.
- Oye, pues a mí la historia del “Popeye” ese esperando pacientemente a que llegaseis, con su mujer y su amante trabados como dos perritos, desnudos en la cama… ufff me da muchísimo morbo -comenté.
- Sí, sí, muchísimo morbo. Yo iba un poco atacada, como cada vez que vas a una urgencia. Pero la situación era muy chocante. Cuando quitamos las sábanas y les vimos ahí desnudos, pillados, empecé a ponerme cachonda y cuando la supervisora me dijo que la metiese yo el dedo en el culo… ufff, creo que me mojé toda entera.
- ¿Tenía buen culo la tía? -pregunté mientras me imaginaba la escena y me volvía a empalmar.
- ¡Anda que no te gusta a ti un buen culo -me dijo Sandra dándome un golpe en el brazo.
- Es que era un culo para disfrutarlo, de verdad -me apoyó Marta-. Además no era sólo lo buenos que estaban los dos. Era la situación. Para que os hagáis una idea. Era como estar viendo una peli porno y pulsar “pausa” en el momento cumbre. Entonces puedes aumentar la imagen, examinarla desde distintos ángulos, recrearte en ella…
Pues sin perder la profesionalidad eso es lo que estaba haciendo yo, mirando de reojo al marido y pendiente de las miradas que se lanzaban entre ellos. Súper morboso. Y para colmo cuando cuando la meto el dedo en el culo…
- ¿Qué? ¿Se excitó? -interrumpí ansioso.
- Tú sí que estás excitado -dijo Inés riéndose. Ya me empezaba a conocer.
- No, la que se excitó fui yo. Cuando volvíamos en el coche tenía unos calores que no veáis y estaba mojadísima. La supervisora lo notó pero pensó que me había puesto nerviosa por si la situación se ponía violenta.
- ¿Y se puso? -preguntó Lourdes.
- No mucho. Oímos gritos cuando nos íbamos pero no tuvimos que volver a poner puntos.
- Joder, no sé si es por el arroz, pero me han entrado unos calores… -admití.

Lourdes, que estaba sentada a mi lado, me puso la mano en la entrepierna y comentó “No, no es el arroz”. Me reí y la miré con intención de hacer lo mismo. Ella me leyó el pensamiento y se aflojó la cintura del pantalón. Le metí la mano y bajo las bragas llegué a la vulva. “Y no soy el único” añadí sacando los dedos mojados. “¡Ay! Qué morbo dan las historias de enfermeras” dijo Inés mirando burlonamente a Marta, luego se besaron riéndose. Evidentemente estaba haciendo referencia a una historia particular que quizás algún día sabríamos.
Después de comer nos dimos un pequeño paseo por la orilla del mar. Les señalé la isla de Cabrera. Hasta entonces no se había podido ver por la bruma pero ahora se percibía perfectamente en el horizonte. Volvimos en el coche por otra ruta, bordeando la costa, haciendo una breve parada en el acantilado de Cabo Blanco para ver el paisaje y de allí ya nos dirigimos al aeropuerto.
La despedida fue muy emotiva. Sus fuertes abrazos eran síntoma de lo mucho que habíamos conectado. Por último Sandra se me colgó del cuello y besándome me dijo: “La que has liado pollito, ahora cuando vengas por Madrid también tendré que avisar a éstas”. Me reí y pensé que si eso era así tendría que ir con días de sobra. En ese momento se me ocurrió que la próxima semana santa podría ser un buen momento. Entonces nadie habría podido adivinar lo complicadas que iban a estar las cosas en 2020.
Cuando volví a casa me di una ducha. Tenía que quitarme el salitre pero a mi mujer le dije que simplemente estaba cansado de hacer de guía. Fuimos a votar, aunque sin demasiada confianza en que sirviese de algo. Luego dimos un paseo y cenamos fuera. Volvimos a casa cogidos del hombro y cuando nos quitamos la ropa empezamos a tontear. Después del finde de sexo morboso que había pasado, follar plácidamente un rato haciendo el misionero me apetecía bastante. Aunque claro, una cosa es lo que pensaba yo y otra lo que quería ella. Mi mujer no suele tomar la iniciativa en temas de sexo pero consiguió que recuerde ese fin de semana  no como el de las elecciones si no como el de las “erecciones generales”.

FIN


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