sábado, 29 de febrero de 2020

Un polvo campestre


Madrid, noviembre de 1975

Por fin llegó el domingo de la boda. Mi casa era una algarabía total, hoy día 16 de noviembre se casaba mi hermana. Había venido la familia de mis padres y por supuesto se acomodaron todos en casa. No recuerdo por qué ningún primo pudo asistir, pero tíos y primas, algunos que no se conocían, estaban repartidos con sus bolsas y maletas por todas las habitaciones. De armarios y puertas colgaban perchas con trajes oscuros y vestidos de colores.
Yo acabé durmiendo en el puf-cama del vestidor y en mi habitación se acomodaron mis primas Maite, de Santander y Begoña, de Estella. Eran de las que no se conocían previamente, la familia de mi padre y de mi madre casi no tenían contacto entre sí. Ellas dos llegaron ayer por la tarde y por la noche y parecía que se habían caído muy bien. Mejor porque habían que tenido dormir juntas en una cama de noventa. Claro que mi puf medía setenta de ancho y sólo lo había utilizado para follar, pero por lo menos estaba solo. Tardé bastante en dormirme, porque estaba incómodo y porque el vestidor y sus espejos me traían muchos recuerdos, tantos que a media noche tuve que ir al baño para hacerme una paja.
No recuerdo a qué hora, pero muy temprano, entraron mi madre y mi tía buscando no sé qué por los armarios. “Tranquilo, sigue durmiendo, no te molestamos” me dijeron después de tropezar varias veces con el colchón. Cogí la manta y me fui al salón pero ahí estaban mi padre y mi tío. Saludé con la mano y seguí hacia la terraza en donde me acomodé en una tumbona. Afortunadamente la mañana no era muy fría y las cristaleras estaban cerradas.
Me levanté después de pasar un rato dando vueltas. Oí a la familia que desayunaba animadamente en la cocina, así que aproveché para ir al baño y lavarme un poco. Luego fui a por la ropa a mi habitación. Entré decidido sólo con el pantalón del pijama puesto y la camisa en la mano. Me paré en seco. Las chicas no estaban desayunando como creía. Maite estaba asomada por la ventana. Llevaba una camiseta larga pero que se le había levantado casi hasta la cintura y debajo sólo llevaba unas bragas blancas, ligeramente descolocadas por haber dormido con ellas. Bego, también con una especie de camiseta, estaba sentada con las piernas dentro de las sábanas.

- ¡Uy! Perdón, pensé que estabais desayunando -me disculpé cerrando la puerta.
- ¿Qué haces tonto? -me dijo Maite mientras se acercaba a mí para darme dos besos en las mejillas- Anda pasa que te queremos hacer unas preguntas.
- No quiero molestar si os tenéis que arreglar… -dije agachándome para dar dos besos también a Bego que seguía sentada en la cama.
- Nosotras somos las que molestamos, que estamos en tu habitación -dijo Bego apartando las sábanas para levantarse. Se volvió para echar la ropa de cama hacia los pies mientras se recomponía las bragas para taparse las nalgas.
- ¡Eh tú! Deja de mirarle el culo a Bego -me dijo Maite- y dinos dónde está la peluquería esa a la que tenemos que ir.
- Mirad -dije señalando desde la ventana-, en esa esquina está a la que va mi madre y por ahí, dos calles más atrás está a la que va mi hermana. Ellas os dirán en cuál os han reservado hora.
- Y para esta tarde ¿la iglesia está muy lejos? – preguntó Bego mirándome la entrepierna. Estaba totalmente empalmado y la polla levantaba una tienda de campaña en la floja tela del pijama.

Se lo expliqué y luego se fueron a desayunar. Me hubiese dado de hostias. Con Maite tenía mucha confianza y desde pequeños habíamos satisfecho nuestra mutua curiosidad infantil. Dejamos nuestros juegos cuando ella se echó un noviete que seguro que disfrutó de todo lo que había aprendido conmigo. Bueno, aunque hacía tiempo que no nos toqueteábamos la confianza persistía. Pero con Bego… con ella era otra cosa. Con la familia de mi padre tenía mucho menos contacto. A ella hacía mucho tiempo que no la veía y ahora que debería tener… veinte años, había dejado de ser la niña desgarbada que recordaba. Francamente me habría gustado más que la impresión que se hubiese llevado después de tantos años no fuese la de tener un primo salido, aunque en el fondo eso es lo que era.
Me quité el pijama y me quedé un buen rato deambulando desnudo por la habitación mientras que elegía con calma la ropa que me iba a poner. Tenía la esperanza de que alguna entrase y me… “sorprendiese”, pero eso no ocurrió y me terminé de vestir un tanto desanimado. Más tarde las acompañé a la peluquería y luego tuve que hacer un montón de recados de última hora. Cosas imprescindibles que se le ocurrían a mi madre sobre la marcha.
De una manera u otra todo en la boda salió bien, muy bien. En la euforia de después del banquete aproveché para bailar con mis primitas y comprobar que eran sensibles a mis poco disimulados achuchones.

 Después de la boda mis tíos se quedaron unos días en casa. Mis padres habían programado toda una serie de actividades y excursiones. Mis primas se iban a volver a sus casas pero no me costó demasiado convencerlas para que cambiasen sus billetes y se quedasen unos días más. Fue un golpe de suerte que se me ocurriese hablarles de mis excursiones por la sierra de Madrid y los sitios pintorescos que conocía. Ellas no habían practicado demasiado el senderismo. Sintieron curiosidad y prefirieron ir de acampada conmigo a La Pedriza del Manzanares en vez de las excursiones familiares para visitar Segovia, Toledo, Aranjuez, el Escorial y el Valle de los Caídos.
Pedí prestadas unas mochilas y unos sacos de dormir para ellas y llevé también una tienda de campaña, aunque no pensaba usarla porque conocía un refugio con muchísimo encanto en la estribaciones del Circo de la Pedriza. Llegamos en autobús a Manzanares el Real y desde allí nos adentramos en la sierra. Después de lo que ellas calificaron como caminata el valle se empezó a ensanchar y llegamos a la roca de El Cerdito. Una mole de granito aislada en medio de una pradera al lado del arroyo de La Ventana, aguas cristalinas que más adelante formarían parte del río Manzanares.
Los costados de la roca están llenos de pinturas rupestres. Estoy convencido de que son falsas, las pintadas de unos bromistas con estilo, pero les pedí que las examinasen y me diesen su opinión. Eso me permitió dedicar un momento a examinar la ladera de la montaña. Allí, en el algún sitio tras los pinos, estaba la entrada de la cueva Kindelan, una espaciosa oquedad en medio de la montaña cuya entrada estaba cerrada con piedras formando una puerta y una ventana. Un refugio muy original que estaba por allí, en alguna parte, pero siempre me costaba un poco encontrarlo, por eso había acarreado la tienda de campaña, por si acaso.
Subí por la ladera y después de tantear un poco di con la entrada. Comprobé que la cueva estaba en buen estado y bajé a por mi mochila. Subí con las chicas que se sorprendieron bastante porque pensaban que íbamos a montar la tienda en la pradera, aunque se sorprendieron más aún cuando vieron el refugio. Entraron con bastante precaución y mucha desconfianza pero estuvieron encantadas cuando los ojos se aclimataron a la tenue luz del interior.
Dejamos las cosas en un rincón y nos fuimos a dar una vuelta para que conociesen la zona. Llevamos sólo una mochila con unos bocadillos y una cantimplora. Seguimos el camino que recorre el valle a la orilla del arroyo. Vieron con desconfianza que llenaba la cantimplora en una pequeña cascada antes de que el camino se bifurcase y nosotros tomásemos la rama que subía por la ladera hacia el Cancho de los Muertos.
Cuando llegamos a la cima contemplamos el paisaje, los dos valles que se extendían a lo largo de la pequeña cordillera en la que estábamos. Las montañas que parecían montones de piedras apiladas de las que sólo apreciabas su verdadero tamaño cuando te acercabas. Y sobre todo los múltiples arroyos que bajaban entre los pliegues de los montes. La Pedriza es un sitio ideal para practicar la escalada pero a mí lo que me encantaba era recorrer su paisaje.
Disfrutando de aquellas vistas devoramos los bocadillos y las manzanas que llevábamos. Si tenían alguna precaución para beber el agua del arroyo la perdieron en cuanto la probaron. Estaba fresquita y después de la subida nuestro cuerpo la necesitaba. El camino de vuelta fue un paseo agradable en el que aproveché para explicarles algunas curiosidades del paisaje, hacerles notar las formas que adquirían las rocas y cosas así.
Cuando llegamos otra vez al Cerdito les pedí que encontrasen ellas solas el refugio. Entendieron entonces por qué había llevado una tienda de campaña. Cuando pensé que se iban a dar por vencidas en un golpe de suerte encontraron la puerta. Se pusieron contentísimas y ello bastó para que me estuviesen tomando el pelo un buen rato.
Hinchamos las colchonetas y empezamos a acondicionar el sitio donde íbamos a dormir. Al fondo había una pila de leña seca. Encendimos una fogata entre unas piedras que delimitaban el espacio bajo una abertura en las rocas que hacía de chimenea. Mañana tendríamos que buscar leña para tener para estos días y dejar una buena cantidad para los siguientes visitantes. La clave para que estos refugios sean útiles es que los dejes tan limpios y equipados como los has encontrado.
En noviembre anochece pronto y estábamos un poco cansados, así que empezamos a preparar la cena. Puré de patatas en copos, preparado con el agua que calentamos en la marmita metálica de una de las cantimploras, con un poco de salsa de tomate para darle sabor. Y unas salchichas y chorizos que hicimos directamente en el fuego, pinchándolas en un palo, cada uno a su gusto. 
Luego cogimos los sacos y salimos del refugio subiendo un poco por la ladera hasta que llegamos a una gran roca casi plana. Extendimos en ella los sacos y les dije que se tumbasen mirando hacia arriba. Las dos se asombraron al ver el cielo estrellado. Saqué una carta estelar que se me ocurrió llevar a última hora, localicé la Osa Mayor en el cielo, ajusté el círculo de la carta y nos dedicamos un buen rato a buscar constelaciones. Se entusiasmaron al localizar fácilmente unas cuantas y las dos, tenía una a cada lado, me acariciaban agradecidas.

- ¿Sabéis por qué allí donde hemos estado se llama el Cancho de los Muertos? -pregunté pensando que ya era el momento de empezar a contar historias de miedo, como en todas las acampadas.
- No -respondieron las dos casi al mismo tiempo.
- Pues veréis -dije mientras pensaba cómo adaptar la historia para que se asustasen un poco-, hace muchos años había en estas montañas unos bandoleros que se escondían en varias cuevas, entre ellas la nuestra, que era la más recogida.
Una vez secuestraron una doncella para pedir un rescate, pero era tan guapa que el jefe se enamoró de ella y quiso hacerla su amante.
Cuando la banda salía a asaltar los viajeros que recorrían estos caminos, el jefe dejaba a la doncella al cuidado de dos bandoleros de su confianza. Pero obsesionados por la belleza de la joven quisieron seducirla y como no pudieron se decidieron a violarla.
La llevaron a un peñasco apartado para que si pedía ayuda nadie la oyese. Encima de la roca donde comimos los bocadillos procedieron a violarla. Le arrancaron las ropas a pesar de su fuerte resistencia y en un momento salió corriendo desnuda.
Los dos bandoleros la persiguieron. En el borde del risco la doncella resbaló, uno la pudo agarrar pero forcejeando los dos cayeron sobre las rocas y murieron.
El otro bandolero bajó hasta donde estaban. Los encontró muertos y echó sobre ellos las ropas de la chica y todas las pruebas que le podían incriminar. Puso unas ramas encima y le prendió fuego.
Cuando volvía a la cueva escuchó unos gritos desesperados de la chica. Debería estar inconsciente y despertó envuelta en llamas. Entre los gritos de dolor maldecía a sus asaltantes.
El bandolero, asustado y conmovido corrió a toda prisa hacia la hoguera, pero cuando llegaba vio a la muchacha de pie en las llamas, con toda la piel quemada y mirándole sin ojos porque habían estallado por el calor.
Él intentó parar en seco y volver a huir pero se resbaló en una roca que tenía musgo y cayó rompiéndose el cuello. Su cuerpo inerte siguió rodando por la pendiente hasta aterrizar en la hoguera, donde se quemó también con los otros dos.
Estando en plena campaña de asaltos entre La Granja, Valsaín y Segovia, el jefe de la banda no se enteró de nada, pero en un sueño la doncella se le apareció desnuda, le sedujo y yació con él.
El jefe se despertó sobresaltado y cruzó la sierra al galope alterado por el sueño. Llegó a la cueva y no vio a nadie. Siguió su rastro hasta el peñasco. Vio abajo los restos de la hoguera con los cuerpos calcinados. Intentó bajar por el camino más rápido, descolgándose entre las rocas.
En ese momento se apareció ante él la doncella, preciosa, desnuda como la había visto en su sueño. Le tendió las manos y cuando él se soltó para agarrarla ella se transformó ante sus ojos, de la pura doncella al cuerpo abrasado del que se desprendían jirones de carne chamuscada.
Intentó retirarse asustado pero como ya se había soltado cayó al vacío. La tétrica mirada sin ojos del rostro de la doncella fue lo último que vio antes de morir estrellado en el suelo.
- ¡Joder! qué leyenda más elaborada -dijo Maite-. Tengo la piel de gallina.
- Y yo -añadió Begoña.
- No es una leyenda -dije-. Hay pruebas de que es cierto.
- ¿Qué pruebas? -preguntaron las dos.
- Se han visto los fantasmas de los bandoleros, con sus cuerpos maltrechos, robando las pertenencias de los montañeros que acampan por aquí.
- ¡¿Qué?! ¡Ya! -dijo Bego. Maite no articulaba palabra.
- Y la doncella también se aparece tal y como estaba antes de morir a montañeros solitarios. Les seduce, folla con ellos y les acompaña en su escalada, pero cuando están en los riscos se transforma en el cadáver quemado y sin ojos, provocando que con el pánico se despeñen.
- ¡Joder! Y por qué hace eso -preguntó Bego. Maite estaba acurrucada pegada a mí.
- No sé, pregúntaselo tú, la tienes detrás -respondí tirando una piedra sin que ellas me viesen para que sonase un ruido detrás de nosotros.
- ¡Aaaaarrggghhhh! -o algo parecido gritaron las dos abrazándose a mí. Temblaban, escondían la cabeza en mi pecho y sólo se atrevieron a mirar cuando mis carcajadas me hicieron incorporarme para aliviar la tos.
- Eres un cabronazo -me gritaba Maite mientras entre las dos me molían a palos.
- Perdonad -dije muerto de risa-, no sabía que creíais en fantasmas.
- ¡Cagüen sos! -dijo Begoña excitada- Ni fantasmas ni hostias pero nos has puesto en tensión… y lo del ruido ese… ¿qué has hecho? ¿Has tirado algo?
- Una piedra -confirmé.
- Pues a mí por poco me da un infarto -dijo Maite dándome un golpe en el pecho. Inmediatamente se unió Bego y los tres empezamos a rodar por la roca.

Ellas me golpeaban y yo contraatacaba haciéndoles cosquillas y dándoles azotes en el culo acabé metiéndoles mano descaradamente hasta que sus golpes también adquirieron un marcado carácter sexual. “¿Qué quieres? ¿Guerra?” Me dijo Maite agarrándome los huevos. “¡Sí!” Respondí, pasando a meterles mano bajo la ropa. Cuando Bego preguntó que por qué no íbamos dentro, los tres nos levantamos sin dudarlo.
Después de haber estado fuera la temperatura del interior del refugio nos pareció muy cálida. Habíamos dejado la fogata encendida pero casi se había consumido así que tuve que volverla a cargar de leña. El fuego se avivó llenando la cueva de una luz anaranjada que hacía que nuestras sombras ondulasen por las paredes.
Me acerqué a Maite, creo que porque simplemente tenía más confianza con ella, le quité el grueso jersey de lana que llevaba y le desabroché la camisa de franela. “Frío no vas a pasar”, comenté. “Ahora estoy sudando”, me dijo. Desaté los cordones de las chirucas y se las quité. Luego le quité los vaqueros. Llevaba unas bragas altas, blancas, igual que el rígido sujetador tan común en esa época.
Bego se estaba tocando la entrepierna encima de los pantalones de pana cuando me dirigí a ella. Ya se había empezado a quitar la ropa. Las botas estaban a un lado en el suelo, cerca del jersey. Le quité la camisa y los pantalones. Llevaba un sujetador color carne y unas bragas rosas. Me miró como disculpándose “No pensaba que me fueses a ver así”. “Eso es que aún no me conoces demasiado, porque me encanta verte así” contesté.
Cuando iba a desabrocharle el sujetador se me acercó Maite por detrás. “Nos toca a nosotras ¿verdad Bego? Tú por delante, yo por detrás, muy lentamente”. Joder cómo me conocía la cabrona. No había tenido nada con ella desde que empezó a salir con chicos, pero ahora podía recuperar el tiempo perdido.
Bego me desabrochaba la camisa, acariciando cada porción de piel que quedaba al aire, pellizcándome los pezones, mordiendolos… Maite me quito la camisa acariciándome la espalda. Se abrazó a ella mientras mi otra prima me desabrochaba el cinturón y me bajaba los pantalones.
Sentía las tetas de Maite literalmente clavadas en mi espalda y su respiración en mi cuello. Eso me ponía tan cachondo como el manoseo con el que Begoña estaba examinando mi paquete. Tenía la polla a reventar bajo los calzoncillos. Ella me acariciaba por encima de la tela, parecía estar adivinando a través de ella cómo era cada parte de mis atributos, el grosor del glande, la longitud del pene, las dimensiones de los testículos…
Maite agarró la cinturilla de mi slip y empezó a bajarla. “Hacedlo sin manos”, pedí. Una por delante y otra por detrás, mordieron el elástico de la cinturilla y empezaron a tirar hacia abajo. Estaban tan excitadas como yo y sentía su respiración agitada entre mis nalgas y en la sensible piel de mi capullo. Cuando los calzoncillos resbalaron por mis muslos sudados Maite empezó a morderme las nalgas y Bego la imitó por delante, sorbiendo y mordiéndome los testículos.
Yo gemía de placer, me encantaba estar en sus manos… y en sus bocas. Entre las dos me mordían y sorbían mis nalgas, el pene, el escroto… pero lo que me sorprendió y contribuyó a excitarme aún más, fue sentir cómo sus manos se habían encontrado mientras me acariciaban la entrepierna y ahora, tiernamente, se acariciaban entre las dos.
Esa fue la gota que colmó mi vaso. Las levanté y las quité el sujetador y las bragas casi violentamente.  Luego saqué de un bolsillo de mi mochila una caja de preservativos. Rasgué la funda de uno y me lo puse. Ellas me miraban con interés. Las dos se tocaban pero Bego me impactó. A diferencia de Maite, que lo llevaba recortado, el pubis de Bego era frondoso, intensamente negro, casi salvaje. Sus dedos desaparecían entre el vello. Inmediatamente sentí deseos de comerlo.
Me tumbé boca arriba en una colchoneta, le indiqué a Maite que se sentase sobre mi polla y atraje a Begoña hacia mi boca. No lo veía pero sentí cómo mi prima me agarraba el pene y se lo introducía directamente en su vagina, sin jugar, estaba muy excitada. A través del látex sentí su calor.
Lo que sí veía era el sexo de mi otra prima. Los labios carnosos que protegían un clítoris no muy grande pero intensamente endurecido. Tuve que sorberlo para poder sujetarlo entre mis dientes y estimular su capuchón con la lengua. Bego gritaba sin poder contenerse. Su voz resonaba en la cueva y el eco debería recorrer el valle. Quien conociese la leyenda de la doncella podría asegurar que había oído a su fantasma.
Estaba también muy excitada y antes de que se corriese le pedí que se diese la vuelta. Ella se incorporó un poco sobre las rodillas, se giró y se volvió a colocar sobre mi cara, sus nalgas llenaban ahora mi campo de visión. Su clítoris estaba casi a la altura de mi barbilla y tenía que mover la lengua hacia abajo para lamerlo. Mientras lo hacía le separé las nalgas con la mano y con un dedo empecé a jugar con su ano, a meterme en él.
Las dos estaban cabalgando sobre mí y no tardaron en acompasar sus movimientos. Los botes de Maite me estaban aprisionando los huevos, pero al mismo tiempo me producían un enorme placer cuando se contoneaba ensartada en mi pene erecto. Con sus movimientos ella misma se estimulaba el clítoris y, echándose un poco para atrás en cada oscilación, también la parte anterior del canal de la vagina, justo allí donde llegaban las terminaciones del clítoris.
Los jadeos de las dos pronto se mitigaron, justo cuando sus cuerpos se acercaron para fusionar sus bocas en un húmedo beso. No sabía si mis primas habían tenido previamente experiencias lésbicas pero la verdad es que en la situación en la que estaban ahora era difícil de evitar. Sentí cómo las dos se abrazaban, podía escuchar sus besos, sus gemidos ahogados cada uno en la boca de la otra.
Mordí la vulva de Begoña y ella se agitó transmitiendo su excitación a Maite. Pude sentir cómo su vagina se contraía, aferrándose a mi pene, moviéndolo arriba y abajo con violencia. Volví a morder los labios que se restregaban contra mi cara, para luego buscar el clítoris con la lengua y estimularlo frenéticamente.
Una cascada de estímulos nos recorrieron a los tres colocándonos al borde del orgasmo. Ellas seguían abrazadas, besándose, mordiéndose y comiéndose la cara, ahogando mutuamente sus jadeos y gemidos. Para mí fue demasiado, no pude contenerme y mis caderas empezaron a temblar anticipando la inminente descarga. Al mismo tiempo mi respiración agitada no paraba de mover la vulva de Bego que me cubría la boca y casi la nariz. A veces me atragantaba porque con mis violentas bocanadas aspiraba casi más fluidos que el aire que necesitaba para respirar.
Completamente saturado de su sabor y olor más intimo me corrí bramando sofocadamente. Tenía la sensación de que con cada exhalación estaba inflando la vagina de Begoña, cosa que parecía gustarle pues eso hacía temblar convulsivamente a las dos. Cuando empecé a eyacular entre sacudidas noté como la vagina de Maite palpitaba espasmódicamente y la de Begoña me inundaba con el caudal de fluidos que brotaba de ella. Nuestra excitación resonó coordinadamente por nuestros cuerpos alcanzando el orgasmo casi al mismo tiempo. Si nos lo hubiésemos propuesto no lo habríamos conseguido con tanta exactitud. A veces las mejores cosas pasan cuando menos lo esperas.
Me descabalgaron y se tendieron a mi lado. Mientras nos recuperábamos me percaté de que las dos se hacían caricias. Genial, me encantaría ver cómo se lo montaban. Mientras tanto me quité el preservativo y le hice un nudo para tirarlo luego.

- ¿Está todo? -preguntó Maite.
- Sí, sí, tranquila.
- Has venido muy preparado -afirmó Bego.
- ¿Éste? Siempre está preparado -me interrumpió Maite.
- ¿Ah sí? ¿Ya contabas con follarnos? -quiso saber Bego.
- ¡Un momento! -interrumpí lo que, aunque de cachondeo, se estaba convirtiendo en una cascada de reproches- Siempre llevo preservativos en la cartera. No había planeado nada, aunque desde que os pillé en bragas me tenéis cachondo.
- ¿De verdad? ¿Símplemente por vernos en bragas? -se extrañó Maite.
- Pues sí. De hecho estuve un buen rato en bolas por si volvíais y me pillabais vosotras.
- Yo también me puse un poco cachonda, pero pensé que ya no te interesaba -dijo Maite.
- ¡Qué tontería! Siempre me has puesto muy cachondo.
- Perdonad pero me he perdido -intervino Begoña.
- Nada, que éste y yo de pequeños empezamos jugando a médicos y acabamos magreándonos a base de bien hasta que perdió el interés en mí -explicó Maite.
- Nunca perdí el interés en ti, pero decidí apartarme y no molestar cuando te echaste novio -me justifiqué.
- Lo que pasa es que te surgieron otras oportunidades… y las aprovechaste.
- Claro que las aproveché, porque tú estabas ensayando con el noviete ese lo que habías aprendido conmigo. No veas lo celoso que estaba.
- ¿Ah sí? Pues yo también estaba celosa y muchas de las cosas que hacía era por despecho hacia ti.
- Joder, lo que os habéis perdido por no hablar -intervino Bego.
- Pues sí, pero aún podemos recuperar el tiempo -afirmé poniéndome sobre Maite besándola el cuello y la cara.
- No te emociones que ahora no llevas preservativos -me dijo Maite en tono de broma.
- ¿Cuántos trajiste? -preguntó Bego.
- No muchos, los que me caben en la cartera, lo tengo que mirar.
- Hazlo pero creo que será mejor que mañana volvamos al pueblo a comprar más -dijo Begoña mientras Maite asentía.

Antes de irnos a dormir bajamos al río a lavarnos. Los tres lo necesitábamos, sobre todo yo que la cara me olía intensamente a coño. Llenamos las cantimploras y al volver a subir se desviaron un momento antes de entrar en el refugio para hacer pis. Me fui hacia otro lado para hacer lo mismo. No me dejaron, quisieron que me quedase para iluminar la zona con la linterna, por lo visto la historia de los fantasmas continuaba haciendo su efecto. Es fácil reírse de esas supersticiones, hasta que estás una noche en un bosque solitario a la luz de las estrellas. Los tres hicimos pis mientras iluminaba sus culos redondos.

Al día siguiente, después de desayunar cogimos una mochila con unos bocadillos y dos cantimploras con agua. Seguimos el camino del valle que iba paralelo al arroyo hasta que en un momento lo cruzamos y tomamos una bifurcación del camino que subía al Collado Cabrón. Allí la vista es magnífica y después de disfrutarla un momento bajamos por la otra vertiente de la montaña hasta Charca Verde, una piscina natural entre rocas de granito en las que se embalsan las aguas de un sorprendentemente cristalino río Manzanares.
Elegimos una de las rocas planas que hay en la orilla para descansar. Nos quitamos las botas y los calcetines para meter los pies en el agua y refrescarlos después de la marcha. Nos remangamos los pantalones para no mojarlos pero eso me resultó incómodo así que acabé quitándomelos. Era agradable sentir el calor del sol en la piel y casi sin pensarlo me desnudé del todo.
Los fines de semana esa zona está llena de domingueros pero ese miércoles 19 de noviembre éramos los únicos que había en kilómetros a la redonda. La semana que viene tendría que pedir un montón de apuntes en la facultad pero esos días libres que me estaba tomando habrían merecido la pena.
El agua estaba helada, te cortaba la respiración pero cuando ya llevabas un rato con los pies sumergidos te acababas acostumbrando. Fui tanteando hasta una roca que había en medio del estanque. Me puse de pié en ella. El agua me llegaba por los muslos. Empecé a salpicar a las chicas que, tumbadas plácidamente en la orilla, me miraban con asombro. Yo chapoteaba para mojarlas y que se acabasen quitando también la ropa.
Sus risas resonaron entre los riscos cuando resbalé con el musgo de la roca y acabé sumergido de golpe en el agua gélida. Millones de agujas perforaron mi piel y en dos brazadas llegué a la orilla. Salí trastabillando pero los temblores me impedían sentir dolor. Las dos se abalanzaron sobre mí y me acostaron sobre la roca caliente. No teníamos toallas pero me secaron con mi propia ropa y se tumbaron a mi lado frotándome para que entrase en calor.
En cuanto empecé a reaccionar aproveché la situación para transformar los frotamientos en caricias. Les fui quitando la ropa sin que ninguna se resistiese. Desnudos en la cálida roca que había adsorbido el calor del tibio sol del mediodía me agarré a la espalda de Begoña. Mi polla se recuperaba también de la impresión y poco a poco iba recuperando turgencia entre las nalgas de mi prima a medida que la sangre volvía a llenar sus vasos, mientras yo me agarraba a sus pechos, respirando entre los cabellos que le cubrían el cuello.
Maite se tumbó a mi espalda. Pude sentir la presión de sus pezones duros cuando ella se apretaba a mí y me besaba el hombro. Su mano me recorrió el muslo y se introdujo reptando por el pubis hasta agarrarme la polla, ya erecta. La manejó con precisión para frotar el glande con la vulva de Bego. Ella gimió agradecida y dobló una pierna para abrir las nalgas. Maite tanteaba consiguiendo que mi capullo se abriese paso entre los calientes labios. Su puño hacía de tope y sólo el glande penetraba en el coño. Al fin encontró la posición en la que se estimulaban nuestras partes más sensibles. Se mantuvo allí moviendo mi miembro con habilidad, haciendo que tanto Bego como yo empezásemos a jadear.

- Dime que no has dejado los preservativos en el refugio -dijo Bego.
- Siempre los llevo en la cartera.

Maite se separó de mi espalda y me acercó la mochila. Nos incorporamos y mientras buscaba mi cartera las dos se empezaron a besar en la boca agarrándose las nalgas al mismo tiempo que me lanzaban miradas pícaras. Rebusqué un poco preocupado en el billetero y al final respiré aliviado aunque sólo me quedaba uno. Me lo quitaron de la mano y mientras que Bego rasgaba la funda con los dientes Maite se agachó delante de mí y se metió la polla en la boca al mismo tiempo que me acariciaba los huevos.
Las dos arrodilladas delante de mí me besaban la polla al mismo tiempo que se besaban ellas mismas. Me pusieron el condón con suma delicadeza, no vaya a ser que se rompiese. Luego, sujetando a su prima de la mano, Maite se tumbó boca arriba en la roca abriendo las piernas. Bego, a cuatro patas delante de ella, sumergió la cara en su entrepierna dejándome a mí un sugerente culo abierto en pompa.
Me quedé un momento mirando la escena como hipnotizado. Maite, con los ojos cerrados, boqueaba jadeando mientras con los dedos acariciaba la cabeza de su prima, que bramaba mientras le comía el coño. Abrí más las nalgas de Bego, le acaricié la raja del culo y comencé a jugar con su ano. Intenté dilatarlo metiendo poco a poco el dedo índice, pero ella se puso muy tensa al mismo tiempo que con un bufido negaba con la cabeza. Inmediatamente me retiré contentándome sólo con la contemplación de su culito mientras, ahora sí, la polla era bienvenida en su vagina.
Me agarré a sus nalgas para ir controlando el ritmo de nuestros movimientos al mismo tiempo que se las abría. Necesitaba esa estimulación visual porque con el preservativo las terminaciones nerviosas de mi pene estaban constreñidas. Ya me pasó anoche, que me corrí casi más por la excitación que me producía tener a Bego sentada sobre mi cara que por la cabalgada que Maite hacía sobre mi polla.
Sujetando las nalgas de mi prima iba incrementando el ritmo hasta que nuestros cuerpos se golpeaban furiosamente. Esos empujones hacían que el rostro de Bego se clavase en la entrepierna de Maite. Las dos gemían y jadeaban escandalosamente. Bego aprovechaba cada ocasión para sorber el clítoris y morder los labios de la vulva y Maite, que bramaba con frenesí. 
Begoña también se agitaba restregando sus nalgas contra mis caderas, ondulándose para estimular al máximo el clítoris y la vagina. Por si no bastaban sus gemidos ahogados, su agitación corporal me indicó claramente la inminencia de su orgasmo. Empecé a mover también sus caderas arriba y abajo para estimular todas sus zonas sensibles. Se acabó corriendo jadeando y mordiendo la vulva de Maite, que se tensó y se irguió sobre la roca. De repente su cuerpo se aflojó y también se corrió apretando hacia sí la cabeza de su prima.
Su excitación me estaba invadiendo a pesar de la barrera que nos separaba, aunque su calor me llegaba a través del látex y poco a poco yo también estaba contagiándome de la pasión de mis primas. Empezaba a sentir cosquilleos en el frenillo. El glande se sensibilizaba y el pene me latía de forma cada vez más incontrolada. Ahora era yo el que estaba alcanzando el climax arrastrándolas a ellas otra vez hacia el punto máximo.
Sentir sus cuerpos resonando junto al mío era algo que mentalmente me excitaba muchísimo. Tenía el pene tieso como un palo y después del orgasmo anterior la vagina de Bego lo abrazaba con fuerza. Dejé de moverme para excitar su clítoris y su vagina. Desde ese momento lo hice para maximizar mi propio placer. Me centré en frotarme para estimularme el glande, en disfrutar con el tacto de la piel que acariciaba con las manos y en la cara de excitación de Maite, que después de su orgasmo estaba mordiéndose los labios, a punto para el siguiente.
Mis caderas golpeaban con fuerza las nalgas de Begoña haciendo que los sonoros azotes resonasen por todo el valle, multiplicados una y otra vez entre los riscos de granito. Los gemidos de Maite y los míos propios fueron subiendo de tono, uniéndose al sonoro clamor del sexo que recorría las montañas.
La vagina de Bego palpitaba alrededor de mi polla, haciendo que cuando entraba y salía de ella ahora sí sintiese verdadero placer. Mis empujones se incrementaron casi violentamente haciendo que su boca acabase mordiendo la vulva de Maite y que ella gritase desesperada fruto de la estimulación casi dolorosa de su clítoris.
Cuando mi orgasmo se volvía inevitable golpeé con todas mis fuerzas, estimulándome intensamente al mismo tiempo que lo hacía con Begoña y ella con Maite. Nos corrimos en cadena, uno detrás de otro. No sé quién fue primero aunque eso poco importaba. Los empujones, golpeteos, gritos y jadeos hicieron que ninguno estuviese seguro de cuando se corrían los otros. Cada uno nos abandonamos a nuestro propio placer, en un orgasmo múltiple que se prolongó en el tiempo, igual que los bramidos que resonaban por el valle. Si alguien los oyó sin duda debió revivir la leyenda de los muertos del cancho.
Nos volvimos a quedar los tres tendidos en la roca, respirando sofocadamente hasta que poco a poco nos fuimos normalizando. Me quité y anudé el preservativo y lo puse junto al otro en una bolsa en la mochila. Recordaba que en el camino del pueblo había unos contenedores de basura y allí los tiraría.
Los tres estábamos sudados. Miré el estanque. El agua estaba fría, sí, pero antes lo había resistido así que me acerqué a la orilla y me lancé por la parte más profunda. Empecé a llamarlas al mismo tiempo que las salpicaba. Las dos se miraron, se levantaron y se tiraron agarradas de la mano. Me sorprendió su decisión, pero sobre todo que las dos parecían resistir bastante bien el frío. No caí entonces en que Maite estaba acostumbrada al gélido Cantábrico y Begoña se bañaba en las no menos gélidas aguas del río Ega.
De todos modos, aunque no había casi nieve en las montañas, los días no estaban siendo demasiado fríos y el sol calentaba levemente la tarde, el agua no estaba para muchos alardes. Dimos un par de brazadas, lo justo para refrescar y tonificar nuestros y salimos tiritando a la orilla. No teníamos demasiado con lo que secarnos, así que nos frotamos y trotamos los tres como posesos por las rocas. Afortunadamente no hacía viento.
Me di cuenta de que las dos me miraban riéndose. El frío es injusto. Sus pezones estaban tiesos como escarpias en cambio mi polla casi no se veía entre mi entonces abundante vello púbico. Me abracé a ellas y llevé sus manos a mi entrepierna. “Dadme calor y luego os reís si queréis” les dije desafiante. “Tonto” me contestó Maite, pero lo hicieron.
Nos vestimos y devoramos los bocadillos aunque el pan estaba ya un poco correoso. Después llenamos las cantimploras en el arroyo que entonces era el Manzanares y tomamos el camino del pueblo del mismo nombre. Antes de llegar nos paramos en el bar El Brindis y nos tomamos sendos cafés con leche para entrar en calor, el mío con un chorro de coñac. Allí nos indicaron dónde había una farmacia y reconfortados nos adentramos en el pueblo. Al llegar al establecimiento salió un mancebo para atendernos. Tendría nuestra misma edad.

- Una caja de profilácticos -se adelantó Begoña sorprendiéndonos a Maite y a mí.
- ¿De seis o de doce? No me quedan de veinticuatro.
- ¿Doce nos bastarán? -dijo Bego conteniendo la risa.
- Ufff, no sé -se unió Maite-, igual tenemos que comprar dos.
- Tranquilas -intervine-, mejor los probamos antes de dejar la farmacia sin existencias.
- Sí, mejor -convino Begoña-. Una caja de doce, de talla grande.
- No tienen talla -dijo el chico un poco inseguro-. Se desenrollan a medida.
- ¿No me digas? -se burló Begoña- Digo de grosor, que éste luego los revienta y no te digo yo quién sale perdiendo.
- Déjalo, iré con cuidado. Danos una caja de doce -atajé viendo que el chico se empezaba a poner nervioso.

Cuando volvimos ya se había hecho de noche y menos mal que ayer recorrimos aquel paraje sin luz porque no llevábamos linternas y sin práctica nos hubiese costado encontrar el refugio. Encendimos el fuego y empezamos a preparar la cena. Después volvimos a ponernos en la roca que había sobre la entrada y estuvimos practicando otra vez con la carta estelar. La verdad es que el cielo estrellado y sin la contaminación lumínica de la ciudad era espectacular. Después de un rato volvimos a la cueva y avivamos el fuego. No sé si aún nos duraba el efecto del baño pero teníamos más frío que ayer. Aprovechando los escalofríos que ya sentíamos empecé a contar otra historia truculenta.

- Un momento -me paró Begoña-, que ayer por poco me cago. Hoy las historias que sean de sexo en vez de miedo. Historias reales.
- Lo que os conté ayer era una historia real.
- Pues hoy otra, pero con polvos en vez de muertos. Por ejemplo, por lo que veo vosotros habéis tenido vuestros rollitos ¿no?
- Bueno… sí, rollitos -dijo Maite-. Desde pequeños que empezamos a jugar a médicos hasta que éste perdió el interés y empezó a ligar con otras.
- ¡Eh! -protesté- Que fuiste tú la que se echó un noviete y yo me aparté para no molestar.
- ¡Pero serás bobo! -me replicó- Claro que salí con chicos, pero eso no tendría por qué fastidiar lo nuestro, pero tú en cuanto tuviste otras oportunidades dejaste de hacerme caso. Acuérdate de las negritas.
- ¿Las negritas? -se extrañó Begoña.
- Sí -comencé a explicar-, hace dos años mis tíos acogieron a dos gemelas norteamericanas que fueron a Santander en un programa para conocer la cultura y aprender español. Maite dijo que no quería hacer de niñera y mi otro tío me pidió a mí ocupase de ellas.
- ¡Y vaya si se ocupó! -saltó Maite- Aprendieron español y a follar.
- ¿Estaban buenas? -preguntó Bego.
- Sí… muy exóticas más que nada -aclaré.
- ¿Exóticas? -dijo Maite- Estaban buenas que te cagas. Tenían un culo…
- Ayyyyy -suspiré- ¿y qué querías que hiciese?
- Pues intenté acercarme, pero las tenías monopolizadas.
- Chica… daba por sentado que no querías saber nada de ellas y ni me lo planteé.
- Pues entre lo que me enteraba y lo que sospechaba estaba muerta de celos. El que salió ganando fue mi novio de entonces, que esos días consiguió cosas que no sospechaba.
- ¡Joder! Pues me hubiese encantado que te unieses al juego… las dos gemelas y tú, ufff como dice Begoña las cosas que nos perdemos por no hablar.
- Pues hablemos -dijo Begoña- ¿cómo fue la primera vez que follastéis?
- ¿Mi primera vez? -se adelantó Maite- Pues fue hace unos… cinco años, con Alberto, en la playa de Somo. Y fue bastante… peculiar ¿te acuerdas?
- Ufff, claro que me acuerdo -respondí.
- Íbamos muchas veces de excursión y siempre acabábamos metiéndonos mano, aunque nunca pasábamos de eso o como mucho nos masturbábamos, pero ese día yo estaba muy salida.
- Y yo, y yo -afirmé.
- Tú estás muy salido siempre -dijo Maite riéndose.
- Mira quién fue a hablar -respondí.
- No había casi gente, creo que era un día entre semana -prosiguió Maite-. Saltamos jugando entre las olas y ya empezamos a meternos mano.
- Nos quitamos los bañadores y los llevé a la orilla con nuestras cosas -expliqué-. Luego seguimos jugando mecidos por el agua. Me encanta el roce de tu piel mojada.
- Recuerdo que estabas duro como un palo. Nos besábamos acariciándonos.
- Y con la mano movía la polla para acariciarte el clítoris con la punta.
- Mmmmm, qué idílico -dijo Begoña-, me estoy poniendo cachonda.
- Pues como estábamos nosotros -dijo Maite-. Yo estaba cerdísima mientras le besaba y sentía su polla frotándome el clítoris. Me abracé a su cuello y salté rodeándole la cintura con mis piernas. Como estábamos dentro del agua no le pesaba ¿no?
- En absoluto -confirmé.
- Así el contacto era mucho mejor -prosiguió Maite- y sentir su polla recorriendo mis labios y deteniéndose en el clítoris me estaba volviendo loca.
- Ufffff -dije recordando el momento mientras me tocaba la polla.
- Las olas nos mecían y éste aprovechaba el efecto para dar saltitos y aumentar el roce. Me encantaba, estaba jadeando esperando cada ola para saltar sobre ella y al volver a aterrizar en el suelo sentir su capullo duro apretándome el clítoris.
- Joder que cachonda me estáis poniendo -dijo Bego tocándose el coño sin disimulo.
- Pues en una de esas… ¿qué pasó? Vino una ola más grande ¿no?
- Sí, vinieron una serie de olas más grandes -expliqué-. Salté sobre cada una, el efecto al aterrizar era mayor, dándonos más placer a los dos, que estábamos entusiasmados, hasta que…
- Hasta que vino la más grande. Yo no la vi venir, pero él sí -siguió contando Maite-. Se dio impulso y los dos nos alzamos hasta la cresta de la ola.
- Fue como volar, precioso -continué-. La masa de agua nos sobrepasó y descendimos por la pendiente. Cuando pude apoyar los pies en el suelo el golpe fue seco y…
- No me digas que… -empezó a decir Bego.
- La polla me presionó con fuerza el clítoris y resbalando sobre él se me clavó en la vagina, rasgando el himen de sopetón.
- ¡Joder! ¡Qué dolor! ¿no? -preguntó Begoña.
- Pues sí, pero fue tan seco y repentino que fue más sorpresa que dolor lo que sentí.
- ¿Y qué hicisteis? 
- Nos quedamos los dos paralizados, abrazados como estábamos. Pero tras ese momento empecé a sentir su polla dura ocupando toda mi vagina y frotándome el clítoris cuando nos mecía el agua. El dolor no desapareció pero ocupó un segundo plano muy secundario, tras la nueva sensación de intenso placer que estaba sintiendo. Me abracé moviendo las caderas para restregarme contra él y me temo que le clavé las uñas en los hombros.
- Pues ni me enteré. Al ver que te la había metido hasta el fondo me quedé parado, un poco asustado por ti, pero al ver que estabas disfrutando me animé. Sentí el intenso calor de tu vagina y eso me puso más duro todavía. Te sujeté bajo las nalgas para subirte y bajarte y lo que sentí fue cómo te abrazabas a mí y tus jadeos en mi cuello.
- Sí, entre la impresión, los movimientos del agua, tus movimientos, la presión de tu polla en la vagina, el roce del clítoris… estaba como loca, me costaba respirar, el cuerpo me dolía de puro placer y apenas podía respirar. Me corrí agitando convulsivamente las caderas y sólo después me di cuenta de que tú todavía no lo habías hecho.
- Es que estaba bastante sorprendido por todo lo que había pasado y muy pendiente de ti. Ver que te corrías y cómo lo hacías me produjo un alivio y un placer enorme. Acompasé mis movimientos a los tuyos, seguí saltando sobre las olas mientras sentía cómo tu vagina palpitaba aferrándose a mi polla. Me corrí antes de que se te bajase la excitación y es uno de los mejores polvos que recuerdo.
- Entonces no pensamos ni en preservativos ni en nada -dijo Maite.
- Y conste que llevaba -dije-, pero fue todo tan “aquí te pillo, aquí te mato…”.
- ¡Joder! Necesito un polvo ya -dijo Begoña saltando sobre mí.

Maite se le unió y entre las dos me quitaron la ropa sin ninguna resistencia por mi parte. Me tumbaron en una colchoneta mientras ellas también se quitaban la ropa a toda prisa. Bego buscó en mi mochila y sacó los preservativos que habíamos comprado. Me besó el capullo hasta que la polla estuvo totalmente dura, luego me puso uno de los condones y saltó sobre mí, metiéndose el pene en la vagina. Bramaba como una posesa sentada a horcajadas y moviéndose violentamente sobre mis caderas.
A pesar del preservativo sentía cómo con sus movimientos me meneaba la polla como si me estuviese masturbando enérgicamente con la mano. Yo me agarraba a sus caderas, arqueando mi cuerpo para que la polla penetrase más profundamente. Su rostro reflejaba esa mezcla de expresiones de placer y dolor que sólo se da en los momentos más intensos.
Nuestra narración le había excitado verdaderamente y necesitaba correrse. Era una necesidad fisiológica. Me pellizcó los pezones con fuerza y di un respingo que agitó mi polla dentro de ella lo que la excitó aún más.
Se tumbó sobre mí besándome en la boca. La sujeté la cabeza acariciándole el pelo mientras nuestras lenguas jugaban. Su cadera saltaba sobre la mía. La polla casi se salía de su vagina, pero en esa postura restregaba directamente el clítoris cada vez que entraba y salía. Ella se agitaba con frenesí y acabó mordiéndome con fuerza los labios. Emití un quejido de dolor que, aunque ahogado por su propia boca, resonó en todo el refugio y me volví a agitar arqueándome bajo su cuerpo.
Ese movimiento fue la gota que colmó el vaso de su placer. Se volvió a incorporar sobre mí para sentir otra vez mi pene profundamente dentro de ella. Su cuerpo se agitó estremeciéndose y sentí como su vagina se estrechaba temblando mientras se corría. Me agarré fuertemente a sus nalgas y la apreté contra mí. Controlé el movimiento de su cuerpo haciendo que oscilase adelante y atrás maximizando mi propio placer. “¡Jooooodeeerrrr!” gritó ella mientras, no sé cómo, en un impulso me senté y abrazándome a su pecho le mordía fuertemente un pezón mientras me corría.

- ¿No decías que a ti los condones te cortaban el rollo? -preguntó Maite desde el rincón en el que se había estado masturbando mientras nos contemplaba. Me sorprendió verla con las piernas abiertas acariciándose el coño. Casi me había olvidado de ella.
- ¡Joder! Si me ha follado ella ¿no lo has visto?
- Pero… ¿te ha gustado… o no? -preguntó Begoña con voz entrecortada.
- Me ha encantado.
- El condón está entero ¿no? -volvió a preguntar.
- ¡Anda! Vamos que tener que ir a reclamar al mancebo de la farmacia, porque entre mi talla extra gruesa y los botes que has pegado…
- ¡¿Qué?! -exclamó Bego alarmada.
- Que no. Es broma, mira. Está entero.
- Con eso no se juega -dijo dándome un fuerte azote en el muslo.
- Oye, sí que te puso cachonda nuestra historia -dijo Maite.
- Es que a mí los relatos reales me ponen muchísimo. ¿También fue tu primera vez Alberto?
- ¿La primera vez que follaba? No. Yo en eso fui muy precoz. Mi primera vez fue a los once años.
- ¿A los once? -se sorprendieron las dos.
- Sí, con una amiga de mi hermana que tenía catorce.
- ¡Anda! Eso no lo sabía yo -dijo Maite-. Cuenta.
- Desde pequeñito el pene se me ponía a veces tieso como un palo.
- Doy fe -confirmó Maite-, pero pensé que eso le pasaba a todos los niños.
- Como a mí no, te lo digo porque una vez intrigado lo comenté con mis amiguitos y como a mí no se le ponía a ninguno. Y conste que no siempre era por excitación sexual, a veces no había ninguna razón para ello.
Mi madre se preocupaba y cuando me veía así me preguntaba si tenía ganas de hacer pis, si me dolía… cosas así.
Mi hermana se percató del tema y se ve que cuando se empezó a interesar por los chicos había muchas cosas de su fisiología que le presentaban bastantes dudas. Mi polla tiesa podría darle algunas respuestas.
Intentó abordarme como si fuese un encargo. “Dice mamá que compruebe cómo tienes el pito”. Le dejé claro que no me lo creía y que si quería verme el pito se lo enseñaba, pero yo también quería ver “lo suyo”.
Discutimos pero me mantuve firme y al final quedó en un “quid pro quo”. Su interés en mí era puramente práctico, le interesaba la fisiología de mis genitales “¿qué sientes si te tocó aquí?, ¿te da gusto si te hago esto?”, cosas así. Yo no tenía preguntas, me contentaba con mirarle el culo.
Al poco tiempo me dijo que Rosita, una amiga suya dos años mayor que ella, cuatro mayor que yo, quería incorporarse al juego. No tuve inconveniente siempre y cuando ella también se desnudase. “Ya, ya, no hay problema” contestó mi hermana.
Solían estar las dos jugando o haciendo deberes en casa y en cuanto mi madre se iba a algo venían a buscarme y empezaba el estudio anatómico.
Yo a los once años aún no me corría y la erección me duraba horas. Ellas me examinaban, me acariciaban, me hacían movimientos masturbatorios…. “¿Te gusta así?, ¿Y así?, ¿Cómo sientes más gusto?, ¿Así te duele o te da gusto?...” podían estar horas en ese plan, ellas sin bragas y yo con los pantalones por los tobillos.
Los fines de semana solían ir a guateques en casa de alguien y seguro que lo que aprendían conmigo lo ensayaban allí con algún afortunado.
No les debía ir mal porque cada vez estaban más interesadas en cosas nuevas, sobre todo Rosita que era la más atrevida. Pronto empezó a ensayar lo que luego supe que eran maneras de hacer pajas. Me frotaban el pene, acariciaban los huevos, besaban el capullo… “¿te da mas gusto así o así?”
Me daba gusto, pero era una cosa relativa porque como no me corría… Rosita, animada por ese hecho, un día fue más allá. Se empezó a frotar el clítoris con mi glande, metiéndose la punta cada vez más, hasta que terminó por sentarse encima de mí y cabalgarme hasta que se corrió.
Yo estaba bastante sorprendido por sus gemidos y jadeos. No sabía si le gustaba, si le dolía… o qué. Yo sentí gusto pero no tanto como ella porque nunca llegaba a tener un orgasmo.
Para ella yo debía ser un chollo, como un consolador pero de carne de verdad. Entonces no lo supe, pero la cosa había sido tan fácil porque Rosita hacía tiempo que no era virgen. 
Esa fue mi primera vez.
- Un poco deprimente -afirmó Bego-. Te utilizaron.
- Y yo a ellas. La verdad es que me lo pasé muy bien.
- ¿Duró mucho ese… estudio? -preguntó Maite.
- Un par de meses más. Luego empecé ya a correrme y entonces ya no follábamos pero les iba mejor para practicar a hacer pajas, aunque las erecciones ya no me duraban tanto.
- ¿Y aún lo hacéis? -se interesó Bego.
- Ufff que va, hace años que no. Cuando ya practicaban con sus novietes dejaron de necesitarme, aunque mi hermana y yo seguimos teniendo mucha confianza.
- ¿Contar esta historieta ha servido para recuperarte? -preguntó Maite.
- ¿Recuperarme?
- Del polvo con Bego. Es que me he quedado con ganas y ya que tenemos condones de sobra…

Me encanta mi prima, siempre ha sabido cómo insinuarse, como cuando de pequeños me veía enfadado por algo y para que se me pasase me preguntaba “¿Me quieres ver el culo?”. Un encanto de niña. Me quité el saco de dormir que usaba como manta y me fui a su colchoneta. La abracé besándole la boca mientras le acariciaba el pelo.
Aunque como decía ella ya estaba recuperado, arrebujarme bajo el saco en contacto con su piel desnuda terminó de excitarme. Maite me acariciaba el pene mientras nos seguíamos besando y yo pasaba suavemente la mano por sus nalgas. Me apretaba a ella y sentía el pene rozando su entrepierna. Después del polvazo que me había echado Begoña me apetecía algo más tierno, restregarme contra su cuerpo, disfrutar piel a piel…
Le pedí que se diese la vuelta poniéndose boca abajo. Me tumbé sobre ella, apoyándome en las rodillas y en los brazos para evitar que se sintiese incómoda con mi peso. Le aparté el pelo del cuello con la nariz y noté cómo al sentir mi respiración se le puso la piel de gallina. Le lamí desde la nuca hasta los hombros y con la polla, que descansaba sobre la raja del culo, noté cómo las nalgas se le ponían tensas.
Durante un solo instante me relajé dejando que mi cuerpo se posase libremente sobre el suyo. Sentí su respiración agitándose, la piloerección de su piel excitada y los temblores de su cuerpo cuando le mordí la oreja. Cuando su culo se levantó ondulando me di cuenta de que ella también sentía mi polla dura y aprovechaba para rozarla.
Me incorporé un poco otra vez y le empecé a lamer el cuello, bajando lentamente por la columna mientras le acariciaba los costados con las yemas de los dedos provocando que se encrespase su piel de gallina. Seguí avanzando hacia la rabadilla y cuando llegué separé mi cara de su piel. Le di unos azotes en las nalgas hasta que su rojez me indicó el aumento de su sensibilidad, entonces las mordí, las separé y soplé entre ellas provocando que se cerrasen de golpe.
Le lamí el pliegue del margen de los cachetes. Me tomé mi tiempo pasando la lengua por allí. Bajé acariciando los muslos con los labios, besándolos, mordiéndolos… Le separé las piernas y le lamí la cara interna, pasando la lengua por los labios de la vulva pero, aunque mi prima alzaba el culo ofreciéndome su sexo, seguí bajando con la boca por el muslo hasta la parte posterior de la rodilla. Le lamo esa zona, soplo la piel mojada de saliva, la beso, la acaricio con los dientes…
El culo le tiembla y veo que con una mano debajo del cuerpo se está acariciando el clítoris. Está deseando que la folle así pero no le hago caso. Le agarro las caderas y le doy la vuelta. Estando boca arriba le acaricio las pantorrillas y besando las piernas subo hasta los muslos otra vez. Muerdo la carne dura y me deslizo hacia las ingles. Paso la lengua por los pliegues y le muerdo el pubis sintiendo cómo el recortado vello me pincha la lengua.
Arquea su cintura acercándome la vulva a la boca. Está mojada, huelo su aroma pero de momento la evito. Subo hacia la cintura, meto la lengua en el ombligo, lo lamo mientras ella empieza a temblar… Sigo subiendo, le beso las costillas y los pechos en los que los pezones destacan tiesos, sensibles. Los meto en la boca acariciándolos con la punta de la lengua y, cuando ella empezó a gemir, le mordí uno con fuerza. Gritó apretándome con las manos la cabeza contra su pecho.
Poco después me soltó y moví todo mi cuerpo un poco más arriba. Le besé suavemente la boca y lamiéndole las mejillas subí por la sien hasta la frente, bajando por la nariz hasta la boca otra vez. Ahora sí le besé los labios con pasión y mientras que nuestras lenguas jugaban me situé entre sus piernas, acercando el pene a su vulva, moviéndolo arriba y abajo con la mano para que el glande abriese sus labios.
Dio un respingo cuando le rocé el clítoris pero enseguida empezó a jadear abrazándome la espalda, clavándome las uñas. Me apreté a ella y seguí besándola mientras ondulaba mi cuerpo para que el capullo empezase a introducirse en la vagina. Enseguida sentí su calor. Estaba húmeda y bastante dilatada. Le empecé a rozar el clítoris y ella se abrazó más fuertemente a mí agitando sus caderas.

- El condón -me dijo.
- ¡Joder! Se me había olvidado.

Begoña, que se estaba masturbando a nuestro lado, se acercó rápidamente con uno, lo sacó de la funda y me cogió el pene con delicadeza. Besó la punta, le acercó uno, lo apoyó y lo desenrolló con rapidez hasta los huevos. “Gracias preciosa”, dije y ella me sonrió volviéndose a sentar en su sitio.
Acerqué el pene al coño de Maite y moviéndolo con la mano le froté el clítoris sin penetrarla hasta que la cadera se le empezó a mover espasmódicamente, agitándose de manera incontrolada. Le toqué la entrepierna con la mano, chorreaba. Empecé a meter otra vez el pene empujando hacia arriba para rozar el clítoris en cada penetración y al mismo tiempo la parte superior del canal de la vagina.
Lo jadeos de Maite eran cada vez más sonoros y agitados, con las caderas intentaba seguir mi ritmo, apretando para arriba cuando yo apretaba para abajo, entonces su estimulación era mucho más intensa y la mía también. Estuvimos así un rato, agitando nuestros cuerpos, mordiendo nuestros labios, hasta que los dos nos dejamos llevar. Me apretaba la espalda al mismo tiempo que su cuerpo se tensaba. En un momento me rodeó la cintura con sus piernas mientras me rodeaba el cuello con los brazos.
Me tenía totalmente sujeto. Sentía su aliento en mi oreja, sus jadeos me proporcionaban un cosquilleo muy excitante. Y abajo, mis movimientos de cadera la llevaban a ella pegada, su vagina estaba soldada a mi pene. Podía sentir cómo se estremecía a mi alrededor y como sus temblores aumentaban de frecuencia e intensidad a medida que se acercaba su orgasmo, que estaba arrastrando irremediablemente el mío.
¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!” Estaba diciendo Begoña. Los dos la miramos. Sentada enfrente de nosotros, se estaba frotando fuertemente el clítoris con las piernas bien abiertas y sin quitarnos ojo. Estaba tan excitada que sus chapoteos sonaban más que los nuestros, pero hasta entonces nos habían pasado desapercibidos. Me hizo gracia la escena. Maite siguió agitándose pegada a mí y cuando me mordió la oreja nos corrimos los dos, bueno, los tres.

A la mañana siguiente, después de desayunar, salimos para hacer una excursión por la parte alta de la Pedriza. Pasamos bajo el pico de El Pájaro dirigiéndonos hacia El Tolmo. Por el Collado de la Dehesilla rodeamos El Yelmo y subimos, a veces trepando a cuatro patas, hasta llegar a la pradera. Allí hicimos un alto y les propuse que comiésemos disfrutando de la magnífica vista.
Hicimos una fogata en uno de los sitios que había preparado para ello y asamos chorizos, salchichas y longanizas. De paso tostamos un poco el pan, que ya  no estaba tierno. Íbamos asando las cosas a medida que las comíamos y así estaban calentitas. Con la caminata teníamos bastante hambre así que nos supo todo riquísimo. Y después de comer nos quedamos charlando animadamente.

- ¿Te puedo hacer una pregunta un poco comprometida? -me dijo Begoña.
- Caramba, muy comprometida tiene que ser para que después de lo que hemos vivido te de corte hacerla. Venga, pregunta lo que quieras.
- ¿No te sentiste muy utilizado por cómo te usaron sexualmente tu hermana y su amiga?
- Para nada. Me aproveché de la situación y sabiendo lo que siempre me ha interesado el sexo lo entenderéis perfectamente.
La relación con mi hermana en ese sentido fue y es meramente práctica. Aprender y experimentar pero sin ningún tipo de atracción. Como hermanos siempre nos hemos llevado fenomenal.
Y con su amiga Rosita… pues qué quieres que te diga. Era un sueño. Para un crío de once años poder disfrutar del cuerpo de una chica de catorce era algo impensable y más el de una chica que estaba más salida que yo.
- Ya pero Bego tiene razón. Tú te lo tomaste bien, pero te podías haber traumatizado -intervino Maite.
- A ver, os lo he contado como si todo hubiese ocurrido de un día para otro, pero pasó mucho tiempo desde que mi hermana me empezó a tantear hasta que me folló Rosita. Si cualquiera se hubiese alterado creo que lo hubiésemos dejado.
- Te entiendo, pero creo que para tu edad fue muy fuerte -afirmó Begoña.
- Lo dices como si me hubiesen robado la infancia, pero yo le llevo mirando el culo a Maite desde los cinco años.
- Síiiiii, en aquellas siestas -dijo Maite riéndose.
- Mi infancia y el deseo sexual han crecido a la par y la experiencia con Rosita no sólo no me traumatizó sino que me preparó para otras experiencias que quizás os choquen más.
- ¿Qué experiencias? -preguntaron las dos casi al mismo tiempo.
- Pues mirad, cuando tenía catorce años me ligué a una vecina de treinta y tantos.
- ¡¿Qué?! Eso sí que es un abuso -se sorprendió Begoña.
- ¡Y dale! ¡Que no! ¡Para nada! Fui yo el que la incitó y antes tuve que convencerla de que no haríamos nada que yo no hubiese hecho ya. Julita se llamaba… ¡qué recuerdos! -suspiré.
- Oye… es que desde que nos lo contaste me ronda una idea… pero no sabía si te lo tomarías bien -empezó a plantear Bego.
- No seas boba, tú plantea con confianza lo que se te ocurra. Con la misma confianza yo te diré si me parece bien o no.
- Vale. Es sobre… el sexo oral. Comerme una polla me da muchísimas arcadas y pensar en tragarme el semen… ufff, es que no puedo. Creo que estoy obsesionada y que hay algo que hago mal…
- Vamos, que no te vendría mal un poco de práctica con alguien de confianza -dije interpretando sus intenciones.
- Sí -admitió ella.
- Pues si te servimos, mi polla y yo estamos dispuestos.

Me abrazó dándome un beso un poco avergonzada. Me explicó que el sabor y la textura del semen le daba muchísimo asco y que sólo pensar que se podían correr en su boca la ponía nerviosísima y no disfrutaba nada de hacer una felación. Si estaban en situación lo hacía, pero más que nada para que su pareja disfrutase y porque no quería que pensasen que era una mojigata, pero para ella era un sacrificio.
Otro factor negativo es que los chicos se solían entusiasmar. Acababan empujando con la polla con excesivo ímpetu, preocupándose solamente de alcanzar su máximo de placer y cuanto antes mejor, corriéndose rápidamente en caliente, en este caso la boca de mi prima. El problema de todo esto no es ya que le diese asco, es que con ese entusiasmo acababan metiendo la polla con fuerza y sin ningún cuidado, provocando violentas arcadas.
Evidentemente, todo ello hacía que mi prima no disfrutase en absoluto del sexo oral. Eso la preocupaba por dos razones. Porque quería disfrutarlo y porque quería hacer disfrutar a sus compañeros. Además, ese rechazo del sexo oral hacía que en las situaciones más íntimas se esforzase por probar otras alternativas, algunas que se quedaban cortas, como la masturbación, incluso con las tetas. Y otras que se pasaban, como follar en situaciones que quizás no lo hubiesen requerido. Era una práctica más arriesgada, pero cualquier cosa con tal de no tenerse que comer una polla.

- Mira, creo que lo fundamental es tomárselo con calma y que seas tú la que siempre marca el ritmo -dije mientras me tumbaba en la hierba bajándome los pantalones y los calzoncillos-. Agárrame la polla, métela en la boca cuando quieras y hasta donde quieras, saboréala, juega con ella. Cuando sientas el sabor del líquido preseminal si quieres te la sacas. Igual que cuando te la tragues. La metes hasta que te de asco y paras ¿de acuerdo?

Estuvimos jugando así hasta que ella fue adquiriendo confianza. Yo estaba totalmente empalmado y como siempre, seguro que el precum me lubricaba la uretra. Bego debía sentir el sabor pero, quizás por la nueva sensación de confianza que sentía, no mostraba ascos. También se iba metiendo la polla en la boca cada vez más profundamente, hasta que le rozaba en la campanilla y se le producía una arcada, entonces aflojábamos y al cabo de unos minutitos lo volvía a intentar, aunque nunca conseguimos evitar las arcadas ni mucho menos que se tragase la polla entera.

- Bego, tú mandas y cada vez que lo hagas va a ser así, siempre has de mandar tú. Olvídate de estereotipos. Hay muchas maneras de conseguir que los dos lo pasemos bien y no estás obligada a nada, sólo a disfrutar, cualquier cosa que no sea así no servirá ¿lo entiendes?

Le hice notar que mi glande es tan sensible como su clítoris, sobre todo el frenillo. Que chupándolo y sorbiéndolo bastaba que sólo se metiese eso en la boca y con la mano podía frotar el pene como si me masturbase. Así me correría en su boca, no en la garganta, ella podría tragarlo o escupirlo, lo que le fuese bien en cada momento y con cada persona. Siempre sería su decisión y fuese cual fuese, cuanto mejor se lo pasase ella mejor me lo pasaría yo.

- Joder, todavía te dura la vena didáctica -dijo Maite sentada a nuestro lado con los pantalones bajados mientras se masturbaba-. Me estoy replanteando lo de tus sesiones con la Rosita esa, ahora pienso que me hubiese gustado asistir.
- Ten en cuenta que en esas sesiones yo era la rata del laboratorio -dije riendo-. Yo no enseñaba nada… pero aprendía mucho.

Begoña me sujetó el pene con la mano, lo levantó y se acercó el frenillo a los labios. Lo sorbió, lo lamió con la punta de la lengua, lo mordió sin apretar casi y lo volvió a sorber. Le acaricié el pelo gimiendo levemente. Viendo que me gustaba, me sorbió con más intensidad mientras con una mano me frotaba el pene y con la otra me acariciaba los huevos.
Arqueé mi cuerpo para para acercarle más mi miembro. Tuve la tentación de sujetarle la cabeza para guiar yo la felación. Me contuve. Ella mandaba, ella estaba disfrutando a su ritmo y yo me tenía que adaptar. De hecho, luego me confesó que era la primera vez que disfrutó haciendo una mamada, pero la verdad es que se le notaba.
Su respiración se iba agitando al tiempo que aumentaba el ritmo de sus chupetones y el frotamiento del pene. De vez en cuando se paraba y con mucha precaución se lo volvía a introducir en la boca, pero en cuanto llegaba a la campanilla le volvía a dar una arcada y se lo sacaba. Al final se contentó con estimular el glande con los labios, sorbiéndolo intensamente mientras lo estimulaba con la punta de la lengua y me frotaba la polla con la mano.

- Estoy a punto de correrme -le dije-. Te avisaré y tú decides. Si quieres me terminas con la mano y me corro fuera ¿vale?

Ella asintió con la cabeza e incrementó el ritmo del frotamiento mientras me chupaba con decisión. Mis caderas empezaron a temblar y mis jadeos rivalizaban con el ruido de sus chupetones. Sentía la hierba en mis nalgas cada vez que mi culo golpeaba el suelo. Poco a poco empecé a sentir escalofríos que desde la nuca me recorrían la espalda y el glande de volvió tan sensible que, aunque era un momento muy placentero, no pude aguantar más.
Me corro”, anuncié. Ella aumentó más el ritmo de su mano en un último esfuerzo. No se sacó el pene de la boca, apoyó la punta de la lengua en el glande para recoger el semen debajo. Bien pensado, así evitaba que el chorro saliese disparado hacia la garganta. Sin moverme demasiado eyaculé pendiente de su cara para detectar cualquier expresión de asco. Cosa que no ocurrió.
Siguió frotando con la mano y chupándome delicadamente con los labios hasta que dejé de moverme y ya no salió más semen. Se separó de mi manteniendo el líquido en su boca. Maite y yo estábamos pendientes de si lo tragaba o lo escupía. Después de un momento lo escupió y ya  luego saboreó lo que le quedaba en la boca. “La próxima vez me lo trago”, anunció y Maite se puso a aplaudir.

- Gracias -me dijo Begoña besándome y tumbándose a mi lado mientras me acariciaba el pene que, poco a poco, iba perdiendo su turgencia.
- Gracias a ti, me ha encantado. ¿Y a ti cómo te ha ido?
- Fenomenal, me he sentido muy bien.
- Pues me has hecho una mamada en toda regla. Si a ti eso te va bien puedes estar segura de que harás disfrutar a cualquiera que se la hagas.
- Pues la próxima vez lo haré mejor, ya verás, me lo tragaré.
- La próxima vez lo único que quiero que hagas es lo que te apetezca.
- Yo me he corrido mirándoos, que lo sepáis -intervino Maite en plan de guasa.
- Esta chica necesita una comida de coño -me dijo Bego poniendo voz seria.
- Yo diría que sí y tú también, pero si no os importa mejor que vayamos bajando, que se está haciendo de noche y este camino no lo conozco tanto -dije incorporándome.
- Vale. ¡Esta noche nos comen el coño! ¡Esta noche nos comen el coño! -empezó a canturrear Maite y Bego inmediatamente la siguió.

Mejor que cantasen porque la noche se nos echó antes de lo que pensaba y bajar por el collado de La Encina fue un poco costoso. Afortunadamente no tardamos demasiado en llegar a la Gran Cañada y a partir de ahí el camino fue más ancho hasta Cantocochino y la entrada al valle en el que estaba el refugio. Cuando llegamos encendí el fuego y, después de ponernos cómodos empezamos a preparar la cena.
Casi nos habíamos quedado sin pan y lo que nos quedaba estaba bastante duro, así que para nuestra última cena campestre tiramos de pan de molde y preparamos unos sándwiches de jamón y queso. En vez de emplear el pequeño camping gas puse directamente la sartén en la hoguera y la margarina de deshizo enseguida chisporroteando. Ellas dijeron que sólo querían un sándwich, yo me preparé dos y cuando vieron lo bien que quedaban ambas quisieron uno más.

- Alberto ¿sería abusar demasiado si te propongo utilizarte otra vez para ensayar una cosa? -me preguntó Maite al terminar de cenar.
- Me encanta que me utilicéis para esas cosas -dije riéndome- ¿Pero para qué? No será también para  mamar porque tú lo haces de vicio. Pero espera… no me digas que…
- Anal. Estoy un poco traumatizada con eso.
- Vaya, con lo que te tenía que rogar para que me enseñases el culo y ahora me pides que te lo folle.
- ¡No me tenías que rogar nada! ¡Mentiroso! -me dijo Maite dándome un golpe en el brazo- Y a veces era yo la que te lo ofrecía.
- Ya, era por picarte. Siempre has sido un encanto -respondí pensativo- ¿Pero qué es lo que te traumatiza? Porque me encanta jugar con el culo pero en follarlo no me considero un experto.
- Pues a Gabby y Danny las dejaste encantadas. Lo oí cuando lo comentaban entre ellas -aclaró Maite al ver mi cara de extrañeza.
- Bueno, suerte de principiante -dije modestamente-. ¿Pero por qué te preocupa? ¿Porque te duele?
- Me hace sentir insegura. Por mucho que me lave yo qué sé cómo está ahí dentro. ¿Y si está… sucio?
- Ya… ¿lo has probado alguna vez?
- Una vez lo intenté y me puse tan nerviosa pensando eso que se me cerró todo, me hizo un montón de daño y no hubo manera.
- A ver, no sé, te lo digo por sentido común. Yo probaría en la ducha, con agua caliente y jabón. Meterte uno o dos dedos en el culo y lavártelo antes. Así estarás más segura de que está limpio y de paso con el agua caliente y la espuma te dilatas el ano y te acostumbras a que te entre algo en él.
- Lo he hecho pero no quedo muy convencida. Además… hay situaciones que no se pueden predecir. No siempre voy recién duchada.
- Te conozco, siempre te duchas antes de salir. Lo que tienes que hacer es además limpiarte bien el culito, por si algún afortunado tiene su día.
- Ya… -dijo ella sin estar demasiado convencida.
- Pero entonces ¿qué quieres? ¿Qué lo probemos?
- Eso quería, pero uffff, déjalo, ha sido una mala idea. Llevo días lavándome en el río como los gatos y la última vez que me bañé fue cuando nos tiramos al estanque aquel y eso no puede decirse que haya sido un baño.
- No tires la toalla tan rápido -dije intentado no dejar pasar la oportunidad que se me había presentado-. Se me está ocurriendo una idea.

Llené de agua las dos marmitas de las cantimploras y las puse en el fuego mientras sacaba la pastilla de jabón que llevábamos y unas toallas. Cuando el agua estuvo templada me quité los pantalones, me senté en una roca y le pedí a Maite que se desnudase también y se tendiese sobre mí, con el culo apoyado en mi regazo.

- ¿Me vas a dar una azotaina? -me preguntó mientras lo hacía.
- Te voy a lavar bien el culo -contesté.
- Pero… -empezó a decir insegura.
- Mmmmm qué morbo me da que te de vergüenza.
- Es que… no sé cómo estará.
- Esté como esté ahora lo importante es cómo te lo voy a dejar.

Su actitud me recordó mucho a cuando empezamos nuestros juegos y yo le proponía cosas cada vez más atrevidas. Tenía que usar mis poderes de persuasión. A veces me costaba pero no me daba por vencido y casi siempre conseguía convencerla, cosa de lo que luego nos alegrábamos los dos. Pero lo que de verdad me encantaba era el momento ese de inflexión en el del “no” pasaba a replantearse el “sí “. Lo que ese cambio de actitud anticipaba me volvía loco.
Ahora tenía las nalgas tensas, pero su actitud ya era de aceptación. Revivir ese momento me activó muchísimo. Notaba la polla dura rozando el hueco entre su pubis y los muslos. Le acaricié las nalgas con una mano mientras que con la otra mojaba una pastilla de jabón en el agua templada. Cuando hizo suficiente espuma me dediqué a mojarle la raja del culo y a jugar con los dedos en su ano.
Estaba muy cerrado así que lo acaricié pacientemente sin intentar forzarlo. Seguí mojando y acariciando el esfínter hasta que el dedo se podía introducir poco. El agua jabonosa proporcionaba la hidratación adecuada y suficiente suavidad con lo que Maite se fue sintiendo más relajada y el dedo poco a poco pudo entrar en su totalidad. A medida que el ano iba dilatándose fui echando en él más agua con jabón, hasta que el dedo entraba y salía con cierta facilidad, produciendo una sensación de limpieza que por lo menos aliviaría la vergüenza que atenazaba a mi prima.
Nos levantamos para cambiar de postura. Cuando vio lo que me proponía, Begoña, que también se había desnudado, se sentó en la colchoneta con la espalda apoyada en una roca. Le indiqué a Maite que se arrodillase a cuatro patas con la cabeza apoyada en el regazo de su prima, que empezó a acariciarle el pelo y eso contribuía también a que se relajase.
Recordando la mítica escena de “El último tango en París” cogí el tarro de margarina que había empleado para hacer los sándwiches, tomé una buena cantidad con dos dedos y unté con cuidado el ano de Maite, que dio un respingo al sentir el tacto viscoso. Con el resto me froté la polla y la acerqué apretando el esfínter con el glande. Al principio me introduje con cierta facilidad pero al poco de pasar el capullo el conducto se fue cerrando hasta que al final me quedé pillado.
No intenté forzar. Le acaricié la espalda y los costados. Recostándome sobre ella le agarré los pechos mientras le lamía la piel entre los hombros, bajo el cuello. Notaba su mano frotándose el clítoris, recorriendo sus labios y bajando por el perineo hasta tocar mi polla, acariciarla y comprobar hasta dónde la tenía introducida en el culo.
Begoña seguía acariciándole el pelo, abrazando la cabeza contra su regazo. Maite se fue relajando mientras su prima y yo le acariciábamos y ella misma se frotaba el clítoris cada vez con más decisión. Poco a poco su esfínter se volvió a relajar liberando mi polla. La extraje. Comprobé con dos dedos que el ano seguía lubricado y volví a introducir el glande. Esperé un momento sintiendo como ella se acariciaba cada vez más deprisa. Empujé con cuidado y la polla penetró con suavidad hasta que mi barriga aplastó sus nalgas y el escroto le presionó los labios de la vulva.
Maite empezó a gemir jadeando mientras se seguía frotando el clítoris. Yo, agarrado a sus caderas, flexionaba la cintura haciendo que la polla entrase y saliese de su recto, primero lentamente pero poco a poco cada vez con más velocidad. Al poco abandoné toda delicadeza y empecé a empujar con fuerza, apretando con el pene hacia abajo dentro del recto para estimular también el conducto de la vagina.
Cuando su resistencia inicial desapareció me esforcé en tomar la iniciativa para que disfrutase de la experiencia. Bajé el ritmo, empezando a moverme lentamente y con suavidad, sacando totalmente el pene de su culo y volviendo a introducir sólo el glande. Repetí varias veces hasta que el esfínter ya estaba totalmente dilatado y podía penetrarlo sin ningún atisbo de dolor.
Los golpeteos de nuestras carnes hacían eco entre las paredes del refugio, aunque estaban bastante enmascarados por nuestros jadeos que cada vez eran más sonoros. Sus gemidos me iban indicado su grado de excitación y yo me iba adaptando a ello, aumentando la energía de mi actuación a medida que veía que ella lo iba admitiendo.
Su respiración era ya completamente agitada y jadeaba cada vez con más fuerza mientras su mano chapoteaba en el flujo al mismo tiempo que se frotaba el clítoris al ritmo de sus gemidos. Me fue fácil acoplarme a ese ritmo. Le fui metiendo la polla cada vez más profundamente hasta que mi barriga empezó a golpear otra vez sus nalgas coincidiendo con nuestros gemidos, ya que los de los dos se habían acabado acompasando.
Maite se abrazaba al regazo de su prima. Las dos se acariciaban. Begoña le frotaba la cabeza entrelazando el pelo con los dedos. Intentaba que Maite estuviese relajada. Al principio fue necesario pero ahora la excitación se había impuesto y el nerviosismo había sido desplazado por el placer. Yo estaba muy pendiente de ella. Quería que todo fuese bien y disfrutase de esa experiencia. A juzgar por sus jadeos y gemidos lo estábamos consiguiendo. La mirada de Begoña también me lo indicaba.
Pero no sólo eso. Lo hiciese de manera consciente o no, su esfínter se estrechaba cuando mi polla salía y permanecía así hasta que volvía a entrar, incrementando entonces nuestra sensación de placer. Por decirlo de alguna manera, eso era lo que me faltaba. En medio de esa situación tan morbosa todo mi cuerpo se puso en tensión y todas las terminaciones nerviosas estaban preparadas para relajarse en una descarga de placer.
Me voy a correr”, dije. Aún me faltaba pero quería que ella estuviese preparada. De hecho mi anuncio la excitó todavía más y empezó a empujar aún más fuerte y rápido las nalgas contra mí, al mismo tiempo que se frotaba el clítoris con más fuerza. El ruido del chapoteo húmedo se unió a nuestra cacofonía de jadeos y gemidos.
Se acabó corriendo antes que yo, moviéndose frenéticamente, golpeando sus carnes contra las mías, transformando sus gemidos en sollozos emocionados… Se agarraba fuertemente al cuerpo de Begoña y en un momento se incorporó. Ambas se miraron y sus bocas se unieron en un beso que mitigaba sus gemidos. Ello permitió que mis gritos resonasen casi sin interferencias por toda la cueva. Uno de los mejores orgasmos que recuerdo. Bueno, es que el último siempre me parece el mejor.
Cuando escribo ahora estas líneas caigo en que, aunque los teníamos, a ninguno se nos ocurrió usar preservativos para practicar el sexo anal. En aquella época se desconocía el SIDA y para lo único que queríamos los condones es para que no se quedase embarazada. Nos creíamos libres de enfermedades y tampoco se me ocurrió preguntar si tenía inconveniente en que vertiese mi semen en su recto. De hecho pareció no tener ninguno.
Acabamos exhaustos. Maite, creo que sin dejar de besar a Bego, se recostó sobre ella y acabaron apoyadas la una sobre la otra, acariciándose. Yo me senté también a su lado, apoyado en la misma roca.  Al cabo del rato cogí una toalla, la mojé con el agua que quedaba en las marmitas y me limpié los genitales. El agua ya no estaba caliente y la sensación de frescor fue muy agradable, así que cogí otra toalla y repetí la operación en el culo de Maite, pasándola suavemente entre las nalgas y por los labios de la vulva. Dio un par de respingos, aún los tenía muy sensibles. Quizás por eso, ellas dos creo que no durmieron en sus sacos sino sobre las colchonetas, tapándose con ellos. Me encantaba que se llevasen bien y yo estaba demasiado cansado como para preocuparme por nada más.

A la mañana siguiente nos levantamos tarde. Me desperté primero y vi que ellas seguían durmiendo, abrazadas en cucharita. Puse leña en la hoguera y avivé el fuego para caldear el refugio, que las mañanas en la sierra son bastante frías. Luego fui a recoger ramas, piñas y pinaza que había por el suelo del bosque. Tenía que dejar el refugio tan equipado como lo encontramos. Apenas faltaba un mes para que el otoño terminase y cada vez sería más difícil encontrar leña seca. En un rincón de la cueva dejé un buen montón y después de desayunar limpiamos todo antes de irnos. Recogimos nuestras cosas y creo que lo dejamos incluso mejor de como lo habíamos encontrado. Emprendimos el camino de vuelta para llegar a Madrid a la hora de comer. Era viernes y la perspectiva de pasar el fin de semana con las dos me apetecía muchísimo. Un poco de civilización después de los días salvajes que habíamos vivido.
Al llegar a Manzanares vimos que el ambiente era un poco… raro. Las calles no estaban vacías pero les faltaba la animación que había otros días. De repente Bego empezó a darme golpes en el brazo mientras repetía “Ostras, ostras, ostras” señalándonos un quiosco de periódicos. Tardé en ver qué la había dejado tan perpleja, hasta que al final también me di cuenta. Había una cola inusitada de gente comprando periódicos. “Franco ha muerto” repetían los titulares con distinta infografía. Había pasado el día anterior, el jueves 20 y creo que fuimos los últimos españoles en enterarnos de la noticia. Muchos se entristecieron, otros muchos se alegraron, nosotros estuvimos follando, es otro nivel.

FIN

Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.

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