Viene de “El novio de Alba”
Eran justamente las cinco y cuarto de la tarde cuando llamé al timbre de la puerta. Llevaba un momento esperando. No había querido llegar tarde ni temprano. Aunque fuese por minutos.
Había aparcado algo más abajo, después de dar varias vueltas por la zona hasta que encontré la calle. La colonia Mirasierra es bastante laberíntica, pero con mucho sabor. Las vallas de piedra y seto que flanquean las estrechas aceras dejaban adivinar chalets de cierta prestancia. Allí esperaba que me enseñasen a ser buen sumiso… y mejor amo.
- Siga el camino hasta la casa- contestó una voz masculina sin preguntar quién era.
Me sorprendió que contestase un hombre. Quizás un sirviente. No sería extraño, pero no me lo esperaba. De todos modos no tuve mucho tiempo para sorprenderme. Nada más empujar la puerta de la valla salieron a mi encuentro tres perros de pastor belga, negros, de pelo corto y visiblemente bien cuidados. Los tres gruñían y me miraban con ojos fieros.
El camino hasta el chalet sería de unos cincuenta metros y estaba claro que nadie más iba a salir a buscarme. Evidentemente los perros eran una prueba, por suerte siempre se me habían dado bien.
- Hola ¿venís a buscarme?. No traigo nada- dije mientras les miraba firmemente a los ojos y les mostraba las palmas de la mano abiertas. El mensaje era claro. No soy una amenaza y no os tengo miedo.
No me moví hasta que los perros dejaron de mirarme a los ojos para concentrarse en las manos. Dejaron de gruñir cuando el más atrevido se acercó a olisquearme y yo empecé a acariciarle la cabeza y detrás de las orejas.
- Buen perro. Ya sabía yo que íbamos a ser amigos.
El perro cambió inmediatamente de actitud, empezó a frotarse alegremente contra mi cuerpo y los otros dos hicieron lo mismo casi instantáneamente. Los animales habían captado el mensaje y yo me di cuenta de que los perros, sin duda unos estupendos guardianes, no estaban adiestrados, de lo contrario todo mi encanto de etólogo no habría servido de nada.
Totalmente complacidos los unos con los otros, los cuatro llegamos a la casa. En el porche nos esperaba un hombre de unos cuarenta años. Moreno, con collar como el de los perros al cuello y el cuerpo torneado por unas ataduras que enmarcaban su pecho, sus nalgas y desde un pierncing en el prepucio levantaban hacia el ombligo un pene de buen tamaño pero visiblemente flácido. Los dos nos miramos sorprendidos.
Qué curioso, hasta ahora no había caído en que para ama se empleaba el artículo determinado masculino. Se decía el ama y no la ama, igual que para el agua.
Otra cosa que me extrañó era el verbo empleado, aguarda en vez de espera ¿quién habla así ahora?.
Era evidente que todo estaba pensado para impresionarme. Los perros, imponentes pero inofensivos, el sirviente recibiéndome con el bondage recién hecho… Bueno, el BDSM tiene mucho de teatro y yo estaba allí para aprender. Lo que hacer… y lo que no hacer.
El sirviente o lo que fuese me llevó a una sala diáfana que había en el sótano. La decoración era la esperada pero de todos modos me impresionó. Por lo menos me dio envidia. De soportes en una pared colgaban todo tipo de látigos y fustas. En otra había una gran X con anillas para enganchar las extremidades. Del techo colgaban barras horizontales pendientes de unos rodillos para sujetar brazos o piernas extendidos e izar luego a la persona. Sobre una mesa estaba expuesto el instrumental de un ginecólogo o quizás un dentista loco. En un lado había un potro de gimnasia que probablemente se emplearía para azotes en las nalgas o para penetraciones anales o seguramente para ambas cosas. Y ocupando el espacio central una silla sexual. De esas que tienen diversos asientos, soportes y agarraderas para poder follar y hacer sexo oral de casi todas las maneras que se te ocurriese. Las había visto parecidas en fotos. Yo la llamaba “la silla de Ikea” y bromeaba sobre el hecho de que un día me compraría una.
Cuando el sirviente me dijo que me tenia que preparar para el ama ya estaba súper excitado con tanta parafernalia. Me fue desnudado y colocando la ropa en unas perchas con mucho cuidado. Ya antes de quitarme los calzoncillos resultó evidente que tenía una buena erección. La polla me llegaba al ombligo sin necesidad de cuerdas, como el sirviente.
- Al ama no le va a gustar que tenga una erección sin su permiso. Si le ve así le castigará.
- Pues como no me la mames no sé cómo se va a bajar -dije, más por demostrar dominio que por ganas de que me la chupase.
- El ama no me deja sin su permiso -contestó el sirviente con resignación- Ponga la barriga ahí -continuó, señalando el potro- recuéstese hacia adelante y abra el ano.
Vaya, pensé, el ama no le deja que me la mame pero sí que me de por el culo. De todos modos lo hice y lo único que me penetró fue el pitorro desechable de una pera de goma. Desde niño no me ponían un enema. Alguna vez había pensado en cómo lo haría con mis sumisas. Parece que hoy iba a tener alguna idea.
No noté el líquido pasar, pero al poco tiempo me invadió una necesidad urgente de evacuar la barriga. De todos modos no dije nada.
- En esa puerta hay un baño. Cuando eche todo el líquido séquese bien y vuelva.
Parece que la irrigación sólo tenía función de preparación. Cuando volví me encontraba muy bien y la erección persistía. Cada vez sentía más curiosidad y estaba más excitado. Cosa que al sirviente no le acababa de cuadrar.
- Póngase aquí -dijo y acto seguido aflojó la cadena de un rodillo. Una barra horizontal con una esposa en cada extremo fue bajando del techo a medida que el sirviente iba soltando.
Me sujetó una muñeca en cada lado y luego izó la barra haciendo que quedase de puntillas. Una vez así, con un frasco de aceite esencial me untó todo el cuerpo, de cuello para abajo. Fue una sensación muy agradable que hubiese disfrutado más de no ser por la postura forzada. El sirviente me dejó totalmente reluciente, especialmente los genitales y el culo. Una vez terminado me colocó una capucha en la cabeza.
- Ya está usted preparado. Voy a buscar al ama. Sólo hable cuando se le pregunte.
Yo estaba convencido que el ama no se había perdido detalle. Que desde algún sitio oía y veía todo lo que allí pasaba, pero es de mala educación pillar en un renuncio a tus anfitriones, así que yo callado.
Al cabo de un tiempo, se lo tomaron con calma, oí pasos y supe que en la habitación habían entrado dos personas.
- ¿Por qué está empalmado? -dijo una autoritaria voz de mujer.
- Me excita la situación -contesté.
Zassss. Un silbido en el aire y un golpe seco en mi polla erguida me indicaron que no había contestado bien. Por el ruido y el golpe deduje que me habían dado con una fusta terminada en una tira de cuero. Impactante pero no demasiado doloroso.
- No te he preguntado a ti.
- Pensé que me trataba de usted y…
Zasss otra vez en la polla. No me dio opción a seguir.
- Cuando te hable a ti lo sabrás. ¿Lo entiendes… “polla peluda”?
- Sí -contesté. Efectivamente me hablaba a mí, pero eso no me libró de un nuevo fustazo.
- Sí ¿qué?
- Sí… ama -volví a contestar dudando. Pero… ¡zas! Nuevamente me estaba equivocando en algo.
- Aún no he aceptado ser tu ama. Sí ¿qué?
- Sí… señora -volví a responder dubitativo y esperando un nuevo fustazo, que esta vez no llegó.
- Bien. ¿Qué es lo que tanto te excita, polla peluda?
- La situación, señora.
- ¿Te gusta que te pegue una mujer?
- No señora, me excita estar desnudo ante usted, sin verla, sin saber si seré premiado o castigado por mis respuestas.
- ¿Insinúas que soy arbitraria?
- ¡No! No, señora. Digo que aún estoy aprendiendo a comportarme ante usted, pero si tiene usted algo de paciencia conmigo le aseguro que no tardaré en aprender.
- No sé, eres más curioso que sumiso. Me cansáis los que sólo queréis probar. Si no fuese porque vienes recomendado…
- No quiero probar, señora. Quiero aprender. Quiero ser amo y antes que eso quiero experimentar lo que siente un sumiso y lo que se le puede exigir.
- Ya. Me lo habían dicho. Esa postura te honra. Hay mucha gente que se autocalifica de amo sin saber lo que hace y pueden causar mucho daño a las personas que se ponen en sus manos.
- Gracias, señora.
- No me las des todavía. Voy a ver qué se puede hacer contigo.
Acto seguido comenzó una inspección física. Sus manos recorrieron mi pecho. Pellizcaron mis pezones y yo intenté resistir sin hacer ningún ademán que delatase dolor. La exploración continuó por todo mi cuerpo. Pellizcando de vez en cuando pliegues de carne de la barriga, los brazos, los muslos. Se entretuvo especialmente en el pene y los testículos. Estiró los pelillos del pubis y el escroto, evaluando su longitud.
- ¿Cómo te has atrevido a presentarte así, polla peluda?
- Me la rasuro habitualmente señora. Me basta así y por comodidad no apuro más. No sabía que no sería de su agrado.
- No lo es. Hoy mismo lo solucionaremos.
Dicho eso siguió la inspección. No sabía cuánto tiempo llevábamos así pero ya se me estaba haciendo largo. El que una mujer me estuviese inspeccionando con tanto detenimiento satisfacía mi instinto exhibicionista, pero estar colgado, sosteniéndome de puntillas, era muy molesto.
Estando detrás de mí su mano recorría mi espalda y su tacto me erizaba el vello. En un momento me abrió las nalgas y sin previo aviso me metió un dedo en el culo, moviéndolo por dentro. Creo que si no hubiese estado tan incómodo me habría corrido en ese mismo momento. Desde pequeño tengo obsesión por el culo y el que esa mujer usase el mío de esa manera tan autoritaria me estaba volviendo loco.
Sacó el dedo y parece que se lo ofreció al sirviente, que evidentemente sabía qué hacer porque al poco tiempo dijo: “Olor y sabor correctos ama”.
No sé qué quería decir correcto en ese contexto. No sabía si después iba bueno y luego exquisito, pero teniendo en cuenta que la irrigación me la había puesto él, imaginé que correcto era la calificación adecuada, porque si no se estaba tirando piedras contra su propio tejado.
En ese momento se ve que tocaba explorar mi cara porque el ama me quitó la capucha. Aunque no había mucha luz en la sala parpadeé unas cuantas veces hasta que mis ojos se volvieron a acomodar al entorno.
Ante mí había una mujer de unos cuarenta años, con un traje de chaqueta que le daba un masculino aspecto de ejecutivo. Pantalón y americana negros, corbata lisa de igual color, que resaltaba sobre una camisa blanca. Todo de aspecto impecable. Su media melena negra, las cejas perfiladas y el rímel de las pestañas completaban su andrógino aspecto de alto ejecutivo que haría temblar a los empleados que la defraudasen. Curiosamente yo, allí colgado desnudo, empalmado desde hace un siglo, estaba cada vez más excitado.
Afortunadamente, a pesar de que llevaba tacones, yo era más alto y para examinar mi cara con comodidad mandó al sirviente que me descolgase. Caí de rodillas y la señora me dijo que siguiese así.
Miró con detenimiento mi pelo, las orejas, la boca, en la que creo que se fijó una por una en todas mis piezas dentales. Miraba, tocaba, olía y estaba pendiente de todas mis reacciones. Si sudaba, si mis nervios enrojecían mi piel, si el vello dejaba de erizarse al roce de su mano, si el pene cambiaba en su erección… de todo ello se daría cuenta.
Quizás ella no supiese que yo la estaba examinando al mismo tiempo que ella a mí. Su cadencia, su actitud, sus gestos y ahora su mirada, interesada pero distante. Quizás incorporase algunas de esas poses a mi acerbo conductual de amo.
El entender todo el proceso me daba cada vez más confianza. Resultaba evidente que mi respuesta no era la adecuada. Todo lo que estaba pasando tenía la única razón de hacerme sentir insignificante, desvalido, indefenso, sujeto únicamente a la voluntad de la señora. Por el contrario yo estaba allí como quien mira una película de la que ya sabe el final. No sé si la señora estaba disfrutando con aquello pero estaba claro que yo mucho y no hacía ningún efecto por ocultarlo.
- Sigues excitado. Vamos a ver cuánto te dura. Ponlo en la equis -le dijo al sirviente.
Me guió a la pared y vi que no eran una simple cruz de San Andrés pegada en el tabique. El aspa era un simple dibujo, el fondo de un artefacto mecánico, muy ingenioso, por cierto. Se trataba de un bastidor cuadrado colgado de un carril del techo. En el bastidor había inserta una circunferencia que podía girar con un mecanismo de cojinetes.
En la parte de abajo de la circunferencia había unos soportes para poner los pies que luego quedarían sujetos por unas esposas anchas, unos grilletes sorprendentemente acolchados.
En la parte de arriba había dos agarraderas para sujetar con las manos. A su altura también había otras esposas acolchadas.
- Ponga los pies en los soportes y agarre con las manos los asideros de arriba -me dijo el sirviente.
Acto seguido me sujetó las extremidades con las esposas. No había ningún espejo en el que mirarme, pero la imagen que reflejaría la tenía perfectamente dibujada en la mente. Piernas abiertas, brazos igualmente extendidos, sujetando una circunferencia enmarcada en un cuadrado. Ya antes que a mí, al genial Leonardo da Vinci se le había ocurrido la idea del Hombre de Vitruvio. Quizás era una inmodestia compararme con él, pero la imagen me resultó idéntica y no podía ser una coincidencia.
El sirviente estiró el bastidor cuadrado que se deslizó por el carril del techo hasta quedar separado de la pared.
- Gírale lentamente -ordenó el ama y el sirviente obedeció haciendo que el bastidor pivotase desde el soporte del techo y él fuese girando quedando ahora expuestas mi espalda y mis nalgas ante el ama, que se acercó nuevamente a examinarlas.
- Aquí sólo un poco. Donde más se necesita es en la parte delantera. ¿Ya está lista?
- Sí, ama -contestó el sirviente.
- Pues tráela. Vamos a solucionar este desastre.
Mientras él se ausentaba, ella liberó un enganche del bastidor y la rueda quedó libre. Sin apenas esfuerzo la hizo girar de manera que mi cuerpo se empezó a inclinar. Perdí los soportes y quedé colgado de las esposas, que ahora entendí porqué estaban acolchadas. La imagen del Hombre de Vitruvio ahora cabeza abajo ya no se me antojaba tan elegante.
El sirviente volvió con un cuenco. Por el olor supe que era cera. Me habría asustado más si no hubiese estado tan incómodo.
- Aún está un poco caliente, ama.
- Bien, ayúdame a quitarme el traje.
El sirviente le fue desabrochando la chaqueta y de manera parsimosiosa la colgó en una percha cerca de la mía. Luego le subió el cuello de la camisa y le quitó la corbata. Actuó con igual ceremonial con la camisa y el pantalón.
El ama se quedó con unas medias negras sujetas por un liguero negro que le ceñía la cintura. No llevaba bragas y el inicio del pliegue de la vulva quedaba resaltado entre las cintas que sujetaban las medias. Lo mismo se podía decir del culo, que pude ver cuando se giró a buscar algo en un gesto aparentemente casual, pero que interpreté que iba dirigido a mí.
Tampoco llevaba sujetador. Un corsé también negro realzaba su figura y levantaba sus pechos, que por lo demás estaban totalmente visibles. Daban ganas de comérselo todo, pero yo no estaba en condiciones de proponer nada.
- Ponle ya la cera. Como esté.
El sirviente obedeció. Primero separó las nalgas y me puso alrededor del ano y entre los cachetes. Lo extendió y sopló para enfriarlo. Por primera vez me estaba poniendo nervioso y perdiendo mi seguridad. Tampoco tuve mucho tiempo de pensar porque los estirones fueron inmediatos. Primero de un lado y luego de otro. Me sorprendieron más que me dolieron.
El sirviente giró el bastidor para tener delante suya mis testículos. Sentir la cera en ellos era una sensación tan cálida y agradable como inquietante.
Me la fue aplicando en zonas no muy extensas y quitándola con secos estirones en cuanto quedaba fría. El dolor era intenso, pero dejaba de pensar en él en cuando una nueva capa de cera se extendía por otra zona. En cinco o seis atacadas los huevos y el pubis quedaron limpios. Cómo le explicaría eso a mi mujer sería otra historia.
- ¿Te has dado cuenta de que se te ha bajado la erección?
- No me había fijado señora, pero no me extraña, tengo toda la sangre en la cabeza.
- Me gustas, no pierdes el sentido del humor -me dijo en medio de una carcajada.
- Gracias, señora.
- Ya no te puedo llamar polla peluda, ahora serás graciosillo.
- Sí, señora.
- Vamos a darle un premio a graciosillo por lo bien que ha aguantado.
El sirviente giró el bastidor para operar en mi espalda. Me abrió las nalgas y me aplicó una emulsión allí donde antes había puesto la cera. La piel lo agradeció al instante y noté como se refrescaba. Con el dedo me introdujo la emulsión por el ano, manipulándolo hasta que el dedo entraba y salía sin dificultad.
Tuve claro que el premio no era la emulsión y más claro aún cuando sentí que algo grueso y frío se introducía en mi ano. No sabía qué era pero al sentir el roce en mi espalda supe que me habían puesto un plug anal. Una cola de quién sabe qué.
- Dale la vuelta, ponle bien.
El sirviente volvió a girar el bastidor hasta dejarlo en su posición inicial y colocó la palanca de fijación.
Después de estar tanto tiempo cabeza abajo volver a estar bien me desorientó, la cabeza me daba vueltas y me dolía horrores colgar ahora de las muñecas.
- Pon los pies en los soportes y agárrate con las manos a las asas de arriba para mantener equilibrio.
- Gracias, señora -dije como pude.
- Toma, bebe agua.
- Gracias, señora.
- Haz pis -ordenó acercándome una palangana a mi ya flácida polla.
Me sorprendió que la orina saliese con tanta facilidad y en tanta cantidad. Ella misma me sacudió al terminar y me limpió con un kleenex. Luego cogió la botellita de emulsión y me la aplicó por el pubis, el pene y los testículos. Agradecí enormemente que lo hiciese ella y no se lo encargase al sirviente. Lo agradecí tanto que me volví a empalmar.
- Ya está a punto otra vez. Descuélgale y ponle en la silla -le dijo al sirviente.
Con cuidado abrió los grilletes de los tobillos y luego las esposas de las muñecas. Me ayudó a bajar del marco y me llevó del brazo hasta la silla sexual. Me hizo recostarme boca arriba en una especie de repisa que había en la parte de abajo del artefacto. Sobre mi cara había unas cintas cuyo propósito tardé en entender. Mis piernas estaban sobre unos estribos que las mantenían separadas. Era algo parecido al sillón de un ginecólogo.
- Vamos con la última prueba de hoy -dijo el ama- Te las tienes que arreglar para que, sea como sea, yo me corra antes que tú.
Dicho eso se sentó a horcajadas sobre las cintas que había encima de mi cara. Su disposición hacía que los labios de la vulva se separasen y quedasen prácticamente pegados a mi cara. Las cintas eran elásticas y acrecentaban los botes que ella iba dando. Estaba claro que el roce que le procuraba ese movimiento contra mi cara ya le proporcionaba placer. Si además yo ayudaba con la nariz o la lengua su orgasmo no debería tardar mucho en llegar.
El reto parecía fácil, a no ser porque en la banquetita que había entre mis piernas se sentó el sirviente, que inmediatamente introdujo mi pene en su boca y empezó a sorber con fruición.
Me concentré en la vulva que se apretaba rítmicamente contra mi cara. Mordía los labios menores cuando estaban a mi alcance. Buscaba el clítoris con la lengua y la nariz. Afortunadamente ella misma se apretaba con insistencia contra mi cara y eso me permitía estimularla con más eficacia.
Mal no lo debía hacer porque se apretaba más y más, su respiración se fue acompañando de gemidos cada vez más intensos y sus flujos bañaron mi cara.
El sirviente también se esforzaba mucho. Había que reconocer que el tío mamaba de vicio. Me chupaba el glande como si supiese exactamente lo que me gustaba y acto seguido se metía todo el pene en la garganta hasta que los testículos le impedían avanzar más. Y una vez allí, así se quedaba manteniendo la posición hasta hacerme pensar que se ahogaría. Pero no, volvía a repetir el ciclo una y otra vez con inagotable perseverancia.
Quizás porque tanto tiempo cabeza abajo me había dejado algo tocado, el caso es que mi orgasmo tardó en llegar el tiempo justo para permitir que el ama se corriese en mi cara llenándome de sus flujos.
Cuando dejó de saltar sobre mí se percató de que el sirviente todavía seguía trabajando mi pene.
- Quita -le dijo y se sentó ella en la banqueta.
No mamaba mejor que el sirviente, ni mucho menos, pero el saber que la boca que me envolvía era la suya fue el estímulo que necesitaba. La pelvis me empezó a saltar con unas fuerzas que ya no pensaba que tenía. Gemía y gritaba sin poder contenerme. No estaba liberando sólo mi deseo, me estaba liberando de toda la tensión de la tarde y me derramé en su boca sintiéndome feliz.
- Gracias, señora.
- ¿Se te ha olvidado que no puedes hablar si no me dirijo a ti?
¡Joder! Lo iba a estropear en el último momento.
- No te preocupes. Te felicito, lo has hecho muy bien -dijo al mismo tiempo que hacía un gesto al sirviente.
Éste le llevó un paquetito que ella desenvolvió y con una señal me indicó que me acercara y me agachara. Con parsimonia ceremonial me abrochó al cuello un collar de perro, igual que el del sirviente e igual que el de los tres perros que me recibieron hace horas en la puerta de la casa.
- A partir de ahora me puedes llamar ama -dijo- y tú serás “Aprendiz”. Aprendiz, te presento a Preferido -dijo señalando al sirviente- Fíjate bien en él y entenderás todo lo que significa ser sumiso. ¿Te queda claro?
- Sí ama, muchas gracias.
Hizo un gesto al sirviente, perdón, a Preferido y éste trajo ahora dos correas que nos sujetó a nuestros respectivos collares. Preferido se puso a cuatro patas y yo le imité. El ama nos sacó así a los dos al jardín. Notaba la suave fibra de la cola de mi plug anal rozándome agradablemente las pantorrillas. Me sentí tan orgulloso como Preferido con el bondage que le vestía.
Salimos como estábamos al jardín. Los perros nos recibieron con la habitual alegría canina. No me extrañó que nos olisqueasen con interés, íbamos impregnados de fluidos saturados de feromonas. Me dio la impresión que se harían un lío porque todos olíamos a todos.
- Bien, la sesión de hoy ha terminado -anunció el ama- ahora vamos a refrescarnos y a comer algo, que bastante hemos trabajado hasta ahora.
Nos quitamos nuestros atuendos y nos quedamos los tres desnudos en la hierba. El ambiente cambió al instante. Dejamos de ser ama y esclavos y pasamos a ser unos amigos disfrutando de una noche de verano en el jardín. Nos duchamos al pie de la piscina y no dimos un relajante baño, luego nos secamos al aire mientras hacíamos una barbacoa.
Allí me enteré que ama y sirviente, Claudia y Raúl eran matrimonio, veteranos en el BDSM y se consideraban switch, es decir que alteraban sus roles sumiso y dominante según les apetecía.
Se interesaron por mis experiencias de BDSM virtual. No lo acababan de ver. Les estuve contando cómo contactábamos en servidores de videoconferencia, cómo me las ingeniaba para detectar a las simples curiosas, cómo eran nuestras sesiones y cuál era mi miedo respecto a pasarme en alguna de ellas.
- En persona interactúas directamente con la otra persona -expliqué - Tú sabes cómo aprietas los nudos, desde qué altura echas la cera de las velas, dónde colocas las pinzas y cuánto aprietan. Si hay cualquier problema estás allí para ayudar a solucionarlo.
Virtualmente tú explicas a la otra persona lo que quieres que haga. Vigilas la ejecución mediante la cámara, pero nunca puedes estar seguro de controlar todos los factores. He tenido sumisas que, con ánimo de agradar, han llevado más allá mis instrucciones, haciendo cosas que yo no me habría atrevido a pedir.
Por todo ello he decidido hacer un parón en mi actividad. Y dedicarme a experimentar en mí mismo lo que que luego exigiré en las sesiones virtuales.
Os pido que me ayudéis a conocer mis límites porque en las sesiones que mantenga nunca quiero pasar de eso.
- Es muy interesante Alberto y muy arriesgado -comentó Caudia- Es distinto tener una relación real y luego, por las circunstancias que sea, prolongar esa interacción virtualmente. Conociendo a la persona es fácil hacerlo. Raúl y yo lo hemos hecho por teléfono incluso. Pero así, sin haber conocido realmente a la persona…
- El medio virtual te proporciona agilidad y flexibilidad -respondí- Por mis circunstancias personales no puedo ser amo real, no podría tener una mazmorra como la vuestra, pero puedo conocer gente en cualquier parte del mundo, con mis mismos intereses y compartir momentos que llegan a ser muy intensos.
- ¿Nunca tienes encuentros reales con gente que has conocido por internet? -preguntó Raúl.
- Quedadas con el grupo #BDSM sí hemos tenido, pero han sido cosas más festivas que prácticas, por lo menos desde mi percepción. Encuentros solo con alguna sumisa para hacer realmente lo que practicamos por pantalla… todavía no. Pero la experiencia de hoy me ha encantado, así que… ¿quién sabe?
FIN
Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.
Si además lo haces también en tus redes sociales te estaré muy agradecido.
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