Me hizo ilusión recibir aquel correo. Era de una tal Laia, una colega que no conocía, amiga de un compañero mío. Por él se había enterado de que yo estaba trabajando sobre el tema de adicciones sin sustancia y quería saber si podía contribuir con un artículo sobre ello en el contexto del trabajo general que estaba preparando su equipo.
En aquella época Internet no tenía las prestaciones que tiene ahora. Si había alguien adicto a la red lo era por compartir pornografía en foros concretos o cosas así. Con los móviles sólo podías hablar o mandar mensajes SMS y ambas cosas resultaban bastante caras, por lo que se empleaban lo justo. En esas circunstancias hablar de adicción a nuevas tecnologías resultaba impensable. Cuando yo alertaba de ese peligro nadie me hacía demasiado caso, por eso me alegró mucho que me invitasen a escribir un artículo para un trabajo con una visión bastante más clásica que la mía. Eso me proporcionaría un auditorio más amplio que el que normalmente solía tener. Me hizo ilusión.
Ahora puede resultar evidente, pero en aquella época yo era de los pocos que afirmaba que los chats enganchaban más que la pornografía y senté unas bases que poco han variado desde entonces. El anonimato y la intimidad se retroalimentan, haciendo que en ocasiones te puedas abrir más a una persona desconocida que a tu propia pareja. De ahí a establecer una relación sentimental sólo va un paso. El hecho de que pareciese que sin contacto físico no hay infidelidad abría de par en par las puertas del cibersexo. Y ahí tenemos a un montón de personas con dificultades para mantener una relación normal con el otro sexo tecleando con frenesí cuerpos imaginarios. Ciberamor platónico en toda regla.
Laia trabajaba en la Universidad de Barcelona. La conocí personalmente en una reunión. Es bastante alta, más de 1,75. Delgada, pelo corto, cuerpo atlético, poco pecho, facciones duras, con una expresión andrógina que desde el principio me dio mucho morbo. Además casi siempre llevaba tanga que, intencionadamente o no, dejaba ver con atrevimiento. Era muy distinta de mis compañeras de trabajo. Era verla y ponerme caliente al instante. Afortunadamente para el progreso de nuestro proyecto la mayoría de las reuniones de trabajo las hacíamos por internet.
- No digo que que no tengas razón, pero creo que atribuyes a un mecanismo particular y concreto unas características de generalidad que no tienen por qué darse -me discutió Laia escribiendo en el chat de NetMeeting.
- ¿Podemos hacer una prueba?
- Claro.
- Bueno, pero no te enfades ¿eh?
- ¿Por qué me iba a enfadar?
- Ya lo verás. A ver corrígeme si me equivoco. Hace poco que has venido de trabajar, así que aún debes ir vestida de calle. Te has quitado los zapatos de tacón pero aún llevas unas medias hasta el muslo. Un conjunto de tanga y sujetador negro, que estás deseando quitarte. Encima de ello un vestido holgado, que aunque se ciñe en la cintura queda bastante suelto y no marca para nada tu figura.
- Joooooooder… es, es… impresionante. Lo del vestido cómo…
- No sé, como hace buen tiempo me ha venido tu imagen así. ¿He acertado? -pregunté sin poder disimular el orgullo por mi perspicacia. Tardó en contestar, lo achaqué a la sorpresa. Pero cuando volvió a escribir…
- :-)))))))) -en aquellos tiempos no había emojis así que esa era la manera más gráfica de cachondearse de mí.
- ¿Qué? -pregunté impaciente.
- Que no has acertado nada. Mira, es cierto que vengo directamente del trabajo pero llevaba un traje de chaqueta azul marino, con una blusa blanca, medias de ejecutivo hasta la pantorrilla, bragas y sujetador que no hacen conjunto. El sujetador blanco para que no se note con la blusa y las bragas altas, de algodón, de color gris. ¡Ah! Y un salvaslip, ya que quieres detalles.
- Vaya, tú con bragas…
- Oye profe, entre psicólogos, sabes que por haberme visto un par de días no vas a conocer ya todas mis manías.
- Vale, pero si hubiese acertado….
- Sí, me habrías dejado ya con las bragas en los tobillos.
- ¿Por qué has dicho llevaba?
- ¿Respecto a la ropa? Porque mientras nos escribíamos me he cambiado.
- Mmmmm las cosas que se pierde uno sin saber. Y entonces, ahora…
- Ahora llevo una sudadera amplia, unos pantalones de chandal, me he quitado el sujetador, sigo con las mismas bragas y voy descalza. ¿A dónde quieres llegar?
- Mira, has venido cansada y te has puesto cómoda, te has ido relajando poco a poco y piensas darte una ducha antes de cenar.
Cierras los ojos los ojos, te recuestas en la butaca y piensas lo agradable que sería que te diesen un masaje en las sienes, que te acariciasen suavemente el cabello…
- Mmmmm sí, eso me vendría bien.
- Pues relájate, visualiza la imagen y lo acabarás sintiendo. Las yemas de mis dedos recorriendo la piel entre tu cabello, acariciándola suavemente, desde la base de la nuca, hasta las sienes y la frente.
- Mmmmm ojalá.
- Claro -dije, parece que al final iba a poder enderezar mi metedura de pata-, no pienses en nada, tú sólo lee lo que te pongo y deja que tu mente haga el resto, lo acabarás viviendo.
- Sigue.
- Te acaricio las orejas, los lóbulos. Mis manos bajan apretando con los pulgares la parte de atrás de tu cuello y los hombros. Estás tensa, has tenido un día movido y acumulas mucha tensión, pero poco a poco va desapareciendo.
Cuando los hombros están flojos bajo por los costados hasta la cintura. Meto las manos bajo la sudadera y recorro suavemente la piel de la barriga hasta el ombligo. Se te ha puesto la piel de gallina.
- Joder sí y en los brazos -afirmó ella.
- Y en más sitios… la respiración se te va agitando.
- Sí, pero…
- Te encuentras bien, estás a gusto, la situación te está produciendo algo de excitación. No te resistas a nada, deja a tu cuerpo libre y tú déjate llevar.
Voy acariciando la barriga y subiendo hasta tus pechos. Están duros y los pezones se marcan en la sudadera.
Te rodeo las tetas, las aprieto pero sin tocar esos pezones. Estoy a tu espalda y mientras hago eso me acerco a una oreja, la lamo apartando el pelo, paso la punta de la lengua por el lóbulo, lo mojo, lo soplo. El escalofrío te hace dar un respingo en el sillón.
Mientras, mis manos te aprietan los pechos, los pellizcan y cuando te muerdo el lóbulo aprieto fuerte al mismo tiempo los pezones entre mis dedos.
Das un salto en el asiento. Te ha pillado desprevenida. El mordisco y los pellizcos te han excitado, pero lo que te ha provocado una sensación más fuerte es sentir mi respiración agitada en tu oreja.
Te arqueas en la butaca. Quieres llamar mi atención sobre tu cintura, que mi mano se deslice en ella, bajo la ropa. Te das cuenta de que estás mojada y piensas que menos mal que aún llevas el salvaslip.
- Joder… a veces quitas todo el morbo, pero sí que has conseguido que me moje… cabrón.
- Desde detrás del sillón -continué escribiendo mientras me reía- sigo lamiéndote el lóbulo de la oreja, lo que hace que mi aliento en tu cuello te vuelva a provocar escalofríos. Mientras te pellizco un pezón y con la otra mano estoy jugando bajo la cintura de tu chándal, bajando sobre las bragas hacia la entrepierna.
Sí que está caliente y mojada, se nota al acariciar los labios sobre la tela, desde el recortado vello del pubis hasta el periné. Aparto la cinturilla y bajo acariciando la piel de gallina con las yemas de los dedos. Abro los labios y te acaricio los márgenes de la vulva, evitando rozar el clítoris.
- ¡Rózalo! ¡Apriétalo! Yo lo estoy haciendo.
- No te adelantes, sigue mis movimientos. Ahora mis dedos están jugando con tus labios. Están mojados y despiden calor. Introduzco dos dedos entre ellos. Tienes la vagina caliente y viscosa. Meto un dedo más. Los hundo hasta el fondo, los saco apretando contra tu carne, rozando con fuerza.
- Frótame el clítoris… por favor.
- No, todavía no. De momento siente los dedos que entran y salen de tu entrepierna cada vez más rápidamente. La respiración se te agita al ritmo del chapoteo de tu coño. Comienzas a botar en el sillón, tu cuerpo se mueve para aumentar la sensación de roce con mi mano.
Intento sujetarte con mi cuerpo. Con mi brazo sobre tu hombro, rodeándote el cuello, te acaricio un pezón suavemente entre dos dedos apretándolo cada vez un poco más. El paso gradual del placer al dolor te excita, te tensas en el asiento, echas la cabeza para atrás y me agarras los brazos apretándolos contra tu cuerpo, incitándome a que vaya a más.
Te beso el cuello, lo lamo, lo mojo, lo muerdo, lo sorbo… te va a quedar marca pero te da igual. Inclinas la cabeza y la mueves frotándote contra mi brazo como una gatita que quiere más caricias.
- Viene Albert -me puso en el chat.
Dejé de escribir y esperé a que me dijese algo. Estuve tentado de seguir con mi fantasía y poner “sigo y ya lo lees cuando se vaya” pero prefería hacerlo en directo, tener la sensación del feedback instantáneo, aunque escribiendo es difícil y sin verla siempre me quedaba la duda de que me estuviese siguiendo la corriente partida de risa leyendo las tonterías que escribía y que el único que se estuviese calentando era yo yo. En fin, siempre podía salvar la honrilla diciendo que yo también estaba de broma y ella no tenía por qué enterarse de que me acababa pajeando en el baño, pensando en ese cuerpo que por primera vez había imaginado desnudo y excitado.
- Ya, sigue por favor pero recuérdame por dónde íbamos, que con la interrupción he perdido un poco el hilo -me dijo cuando ya pensaba que no volvería a aparecer.
- Si quieres lo dejamos, en todo caso ya sabes a qué me refería.
- ¡No jodas! Quiero terminar, me has puesto como una moto así que sigue. Espera que leo otra vez lo último… Me estabas dando un chupetón en el cuello.
- Mmmm tu cuello, lo estoy lamiendo, lo beso lo muerdo… mientras la mano te agarra la entrepierna. Los dedos entran y salen rápidamente de tu vagina. Estás tan mojada que salpicas y mis dedos se resbalan.
Ahora sí aprieto el clítoris cuando paso sobre él y tú gritas cada vez. Aprovecho tu excitación para pellizcarte fuerte los pezones y morderte el lóbulo de la oreja.
Estás botando en el asiento y en un momento te agarro fuerte apretando el clítoris con la palma mano mientras que cierro los dedos sobre sus terminaciones en las paredes de la vagina.
Esa manera de estimular al mismo tiempo las dos partes de tu órgano más sensible te provoca un latigazo que te hace temblar al borde del orgasmo.
- Haz que me corra ya, estoy muy excitada.
- Lo sé. Te levanto del sillón y hago que te arrodilles en él apoyando los brazos en el respaldo. Acaricio tus nalgas sobre la ropa. Meto la mano en la entrepierna. Está caliente y aunque las bragas y el chándal han absorbido tus fluidos, se nota que está caliente y húmeda.
- ¡Quítame las bragas! ¡Fóllame!
- Arqueas el cuerpo ofreciéndome el culo. Lo acaricio con las dos manos y bajo sobre el pantalón hasta las rodillas. Quiero que sientas mis manos.
- Quiero sentirlas sobre la piel, bájame los pantalones.
- Te pellizco la entrepierna, bueno, la tela que la cubre. Aún así noto los labios debajo. Los aprieto y tiro de ellos. Moviendo los dedos busco el clítoris y lo agarro aprisionándolo entre la carne. Juego con los labios y siento como te tensas agarrándote con fuerza al respaldo. Tu culo tiembla y se levanta ofreciéndose hacia mí.
- Mmmmmm.
- Me agachó recostándome sobre ti, apoyando el pecho sobre tu espalda. Con una mano me desabrocho el cinturón, los pantalones, los bajo… Aún separándonos la tela de tus bragas y mis calzoncillos, sientes mi pene abultado que se aprieta entre tus nalgas mientras con las dos manos te agarro las tetas.
- Uffff, me estoy tocando, me tienes a mil, sigue -me escribió y yo pensé que si fuese verdad no teclearía con tanta soltura, así sospeché que me estaba siguiendo la corriente, bueno… de momento me bastaba.
- Te levanto el chandal hasta los hombros. Beso el cuello por debajo de la nuca y bajo a lo largo de la columna lamiéndola hasta la cadera. Cuando llego a las bragas muerdo la cinturilla y tiro de ella hacia abajo. Sientes mi nariz entre tus nalgas y mi respiración agitada recorriéndolas te produce escalofríos.
- Joder… me estás oliendo la raja del culo…
- Sí, la huelo y la siento caliente y húmeda. No te de vergüenza porque que lo me llega es la esencia que emana de tu coño. Acaric…
- No me da vergüenza -escribió sin esperar a que yo terminase-. De verdad Alberto, estoy tan guarra que te abriría todo el culo y lo apretaría contra tu cara para que me lo comieses así.
- Ten por seguro que te lo voy a comer, pero empiezo por lamerte las nalgas, apretarlas con las manos y morderlas, mientras te levanto la cintura y me agacho para meter la cara entre ellas y pasar la lengua por el coño. Tienes los labios hinchados y mojados.
Te separo las nalgas. Sientes mi lengua en el clítoris y la respiración jadeante que te produce escalofríos en el culo. El flujo te resbala por los muslos.
- Síiiiii, estoy empapada. No me hagas esperar más ¡fóllame por favor!
- Está bien. Me incorporo, sujeto el pene erecto y lo acerco a la vulva. Con el glande me abro paso entre los labios hasta ocupar toda la vagina.
- Síiiiii.
- Está muy caliente y mojada. Agarró el sillón por los reposabrazos, lo acerco y alejo de mí haciéndolo rodar. Así la polla entra y sale de ti golpeando con energía mi cadera contra tus nalgas.
- Mmmmmm, te siento dentro. Aprieta fuerte.
- Con una mano te frotas el clítoris con energía. Siento tus movimientos cuando tus dedos rozan mi pene, que no para de entrar y salir de tu vagina.
Mis manos se aferran ahora a tus caderas. Los pulgares se hunden en tus nalgas y mi cadera las golpea con fuerza.
- Síiiiii sigue así, me voy a correr.
- Voy balanceando lateralmente las caderas mientras entro y salgo dentro de ti. El pene va estimulando las paredes de la vagina, arriba, a los lados, abajo… Me agacho para rozarte el clítoris y sientes como los testículos lo golpean.
- Los siento, los acaricio. ¡Córrete conmigo!
- Tu cuerpo tiembla de rodillas en el sillón. Te agarras fuerte al respaldo. Tu respiración se entrecorta y tus nalgas no paran de subir y bajar frotándose contra mi vientre… estrujándome el pene que sientes muy dentro de ti.
- Mmmmmm,,,mmmmmmm
- Ahogas un grito apretando la boca contra el respaldo. Tus caderas pasan de agitarse convulsivamente a tensarse mientras te abrazas al respaldo. Al mismo tiempo sientes como los calambres que se inician en el clítoris recorren tus muslos y te hacen erizar la piel de la espalda.
Te dejas llevar por las sensaciones de un orgasmo intenso, casi inesperado, que se apodera de todas las terminaciones sensibles de tu cuerpo.
Después llega una sensación muy placentera. Te relajas sobre la silla. Apoyas tu mejilla en la parte superior del respaldo y dejas que la respiración se recupere plácidamente. Retiro el pene, todavía erecto, de tu vagina. Sientes un frescor repentino cuando mi piel se separa de la tuya y el aire vuelve a tocar los labios de la vulva y se introduce por la vagina abierta. Tiemblas, esta vez por un escalofrío.
- Uffff que si tiemblo. Escalofríos… piel de gallina… Estoy que no sé cómo me tengo derecha. Ha sido espectacular. ¿Tú te has corrido?
- No he podido -contesté mientras me reía-. Tenía las manos ocupadas, no he parado de escribir. ¿Y tú te has podido correr?
- Ya te digo, estoy empapada y con el coño escocido. No te he dicho nada para que siguieses a tu ritmo pero soy multiorgásmica, me he corrido tres veces, la última ha coincidido con tu final.
- Mmmmm, me alegro un montón. Así que multiorgásmica… eres una caja de sorpresas.
- Bueno, hay que saber excitarme… y tú has sabido.
- ¿Te has dado cuenta ya de lo que esto puede enganchar? ¿De las adicciones que se pueden crear?
- Joder que si engancha. Tengo que cambiar todas mis hipótesis, cabronazo.
- Te diría que a veces siento tener siempre razón pero la verdad es que ya estoy acostumbrado.
- Razón puede que tengas, lo que no tienes es abuela. Oye ¿te puedo llamar al móvil?
- Sí pero ¿para qué?
- Para que te corras, me da pereza escribir así que prefiero decirte lo que se me ocurra y quiero oírte cuando lo hagas.
- Mmmmm, vale, pero mi mujer está en salón así que tendré que hablar bajito. ¿No tienes miedo de que te oiga tu marido?
- Albert madruga mucho -dijo después de pensarlo un instante-, hace tiempo que se fue a la cama, ya debe dormir como un tronco.
- Vale, un momento -escribí mientras silenciaba el móvil para que no sonase el timbre-. Ya, llama cuando quieras.
- Voy.
- ¿Sí? -dije bajito cuando descolgué tapando el móvil con una mano.
- Mmmm, a ver habla más -me pidió. Ella también hablaba bajo.
- ¿Qué quieres que te diga? Que me ha encantado este momento contigo. Te he sentido muy cerca.
- Uffff, no te recordaba esa voz tan sexy.
- Eso es porque hablo flojito y parece que te susurro al oído.
- Mmmm sigue haciéndolo. Me has puesto muy caliente escribiendo y ahora me parece que me vas a poner más.
- Yo estoy que reviento y el corazón me va a tope, ahora cuando terminemos voy a echarle un polvo a mi mujer, que no va a saber a que viene pero lo va a flipar.
- Igual no la pillas dispuesta.
- Mi mujer nunca dice que no a un polvo, ni aunque esté dormida.
- Quiero que te corras conmigo. Ese polvo es mío.
- Bueno…
- ¿Nunca te pajeas?
- Claro, muchas veces, pero si puedo echar un polvo…
- Anda… quiero sentir como te corres, hazlo por mí…
- Bueno, pero yo apenas podré hablar.
- Tu respiración me basta. Tus jadeos…
- Venga.
- ¿Qué llevas puesto?
- ¿La verdad?
- Claro.
- Pues estoy muy poco sexy. Un pijama que parece un chandal. Calcetines y zapatillas.
- ¿Calzoncillos?
- No.
- ¿Se te nota la erección?
- Joder, un montón, tengo una tienda de campaña.
- Yo estoy desnuda, me he quitado los pantalones y las bragas, que estaban empapadas. La camiseta también me la he tenido que quitar porque los pezones están tan duros y sensibles que me molesta el roce con la tela. Sólo quiero sentir tus labios y tus dientes mordiéndolos.
- Mmmmm, sigue, me he bajado los pantalones y me la estoy meneando.
- No, tú no, es mi mano la que se mueve a lo largo de tu polla, estirando hacia abajo la piel del prepucio dejando libre en glande, brillante y sensible.
- Mmmmm -gemí entrecortadamene. No fingía estaba verdaderamente excitado y al ritmo que me meneaba la polla no podía mantener la respiración normal-. Sigue, sigue. Estoy que reviento.
- Síiiii, tu pene palpita, siento como se agita en mi mano. Me agacho y chupo el glande, aparto el prepucio con los labios y te lamo el frenillo. Lo mordisqueo suavemente.
- Uffff, sí, sigue, me encanta que me chupes -ya tendría tiempo de decirle que no tengo prepucio-. Chúpame el frenillo, me encanta.
- Sí, te chupo el frenillo, paso la lengua por él y con la punta te lamo la uretra. Saboreo el precum, salado y viscoso, cada vez estás más excitado.
- Mmmm, lo estoy, la polla me rezuma. Me mojo la mano cuando me toco.
- Porque es mi boca la que te moja. Con los labios te sorbo el capullo y luego me lo trago. Lo siento en la campanilla, me la rozas.
- ¿No te da arcadas?
- ¡Joder tío! No me cortes el rollo. No, no me da arcadas. Ocúpate sólo de disfrutar.
- Perdón.
- Te estoy chupando el capullo mientras te acaricio los huevos con una mano y te masturbo con la otra.
- Uffff sigue, me encanta. Estoy que reviento.
- Lo veo, siento tus latidos en la polla y se te sale el líquido preseminal.
- Mmmmm estoy a punto. Méteme un dedo en el culo por favor.
- Síiiiiii -susurró ella- te agarro el culo, te aprieto contra mí. Me trago toda tu polla. Me llena y la siento temblar en mi garganta.
- El culo, el culo -insistí.
- Tranquilo, claro que te meto el dedo en el culo. Soy muy guarra y me gusta saber que tú lo eres tanto como yo.
- Ufff es que el culo me da mucho morbo.
- ¿Te lo puedo lamer?
- ¿El ano?
- El ano, claro, las nalgas ya están totalmente lamidas y mordidas.
- Hazlo, no me atrevía a pedírtelo.
- Pues agáchate, que se te abran bien las nalgas. Siente mi lengua recorriendo tu raja. Desde los huevos lamo el perineo hasta llegar al ojete y lo mojo con la punta de la lengua.
- Se dilata para dejarte entrar ¿lo ves?
- Lo veo y lo siento. Este culito necesita algo dentro.
- Tu dedo.
- Todavía no, déjame que te lo coma más, déjame que disfrute de él con mi boca.
- Uffff.
- Te paso la lengua por el ano y con las manos te meneo la polla, pasando el pulgar por la punta mojada.
- Estoy a punto de correrme -dije jadeando.
- Lo noto. Separo mi cara. Te meto un dedo en el culo mientras con la otra mano te meneo la polla cada vez más deprisa.
- Ya, ya… me corro.
- El dedo del culo aprieta abajo y al fondo mientras te la meneo rápido y fuere. La mano está pringada de tu semen.
- …
- Cuando ya no sale más me meto tu polla en la boca y sorbiendo el glande te lo limpio.
- …
- ¿Estás?
- Sí…
- No sabía si se había cortado.
- No, no, es que no podía hablar… todavía me cuesta.
- ¿Te has corrido de verdad?
- Uffff ya te digo.
- ¿Te puedo pedir un favor?
- ¿Me puedes mandar una foto de la polla?
- ¿En serio?
- Sí, por favor.
- ¿Ahora?
- Sí.
- Espera que me limpio.
- No, no, como esté.
- No es muy sexy -dije mandándole por sms una foto de mi polla flácida aunque con el capullo brillante de semen blanquecino.
- Mmmm qué ganas de comerme esa pollita y limpiártela con la lengua.
- Uffff, ojalá.
- Bueno, si los dos queremos…
- Laia.
- ¿Qué?
- Yo no te he visto.
- Tienes razón, espera.
- Jooooder, qué buena estás -dije cuando recibí la foto.
- ¿Acaso lo dudabas?
- No, no, pero la ropa no te hace justicia.
- Bien, así te quedas con ganas de repetir ¿no?
- Cuando quieras.
- Lo haremos, pero ya es muy tarde. Mañana hablamos ¿vale?
- Vale, gracias por todo.
- No, gracias a ti me has hecho adquirir una perspectiva nueva.
- Ha sido un placer.
- ¿Te has quedado bien?
- Muy bien ¿y tú?
- Genial. Un beso Alberto.
- Un beso Laia.
Me limpié con un kleenex y me aclaré en el baño. Luego estuve reflexionando sobre lo que había ocurrido. Creo que a los dos nos pilló por sorpresa pero era evidente que pasó porque ambos lo deseábamos. Me preocupó que más tarde, pensándolo fríamente, esa experiencia de cibersexo perjudicase nuestra relación profesional, porque personalmente no podía decirse que tuviésemos ninguna.
Lo de las fotos que intercambiamos también me dio qué pensar. Mi móvil era un Nokia, el suyo no lo sé pero alguno similar. La pantalla era diminuta pero así y todo la imagen se apreciaba bastante bien. Yo le había mandado una foto de la polla desde mi perspectiva, sentado y con las piernas abiertas, tal y como yo me la veía cuando la saqué. Ni se me ocurrió ir al baño para mandarle un selfie. Entonces no conocía esa palabra.
Pero ella me mandó una imagen de pie, de cuerpo entero. O su móvil tenía un temporizador, cosa que entonces creo que no era habitual, o la foto se la había sacado alguien, o me había mandado una imagen que tenía archivada. No lo sé pero la foto me ponía muy cachondo, quería verla mejor. Mandé la imagen por sms a un número que te lo transfería a un correo electrónico, un servicio de pago pero que había que emplear cuando los teléfonos no tenían tarjeta de memoria, ni conexión usb, ni bluetooth, ni nada de nada.
En la pantalla del ordenador pude contemplar a Laia a gusto. Si su aspecto andrógino me ponía cuando estaba vestida, desnuda me produjo un gran calentón. Por primera vez me pareció guapa, con su pelo corto y su mirada viva tras las gafas de profesora.
Las tetas pequeñas, más de lo que pensaba. Evidentemente usaba sujetador con relleno. Los pezones, pequeños también pero muy puntiagudos y de color marrón claro, estaban claramente endurecidos. Las pequeñas tetas eran casi masculinas, en cambio esos pezones le daban un aspecto muy sensual.
El vientre era plano, fruto de muchas horas de gimnasio. De su parte baja partía una fina franja de vello púbico cuidadosamente recortado. Entonces lo habitual era el vello en triángulo y yo lo imaginé recortado, el haberlo depilado así indicaba un cuidado por el aspecto personal que me decía mucho del interés sexual de mi colega.
El vello terminaba en una vulva que me encantó. Así como estaba, de pie, no se podían apreciar todos los detalles que me hubiesen gustado, pero sí se veían bastantes cosas. Los labios mayores parecían mullidos, ligeramente apretados entre las piernas. De ellos colgaban, sí colgaban cosa de un centímetro o más, los labios menores. Amplié lo que pude la imagen y enseguida me obsesioné con ellos. Con comerlos.
Las piernas eran largas y musculosas, parecían firmes. Laia tenía un cuerpo perfecto, de aspecto prieto… debía follar de puta madre. La imaginé en cuclillas sobre mi polla, saltando sobre mí en un coito agitado en el que llevaba ella la iniciativa. La próxima vez que tuviésemos un ciber encuentro sexual ese sería mi argumento.
Al día siguiente la llamé para comentarle una cosa del trabajo. No tenía necesidad de hacerlo pero quería oír su voz y ver si todo seguía bien. Ella se dio cuenta y cuando terminamos de comentar las cuestiones técnicas, al despedirnos me dijo “Alberto, me encantó lo de ayer”. No os podéis imaginar lo aliviado que me sentí. Nuestro trabajo no se vio perjudicado y la relación personal que allí nació se incrementó hasta límites insospechados. De hecho nuestros ciberencuentros laborales casi siempre terminaban en conversaciones sexuales y orgasmos en la distancia.
Nos encantaba terminar por teléfono. Nuestras voces susurrantes nos excitaban a ambos, tanto que al final y por ahorrar ambos adquirimos sendos kits de micro y auriculares para poder hablar por NetMeeting y así dejamos de escribir. No sólo nos calentaba mutuamente nuestra voz sino que también nos quedaban las manos libres para otras cosas más lúdicas.
Un día me dijo que Albert, su marido, le había propuesto pasar unos días en Mallorca aprovechando que ambos tenían vacaciones que nunca gastaban. Me alegró tanto la idea, le vi tantas posibilidades, que no me detuve a pensar en lo que eso podía suponer para para nosotros.
Vinieron cinco días y supuso muchas cosas. Después de nuestras conversaciones Laia y yo nos deseábamos profundamente pero apenas nos habíamos visto en persona y desnudos sólo en algunas fotos. Desde luego nunca nos habíamos tocado. Ese encuentro, en teoría de dos parejas de compañeros, sería toda una prueba con la dificultad añadida de que nuestros cónyuges estarían presentes y no sabíamos si tendríamos algún momento para estar a solas. Forzosamente deberíamos de disimular mucho. No sabía cómo llevaríamos lo de estar juntos, con tantas ganas de tocarnos y sin poder hacerlo.
Les fui a buscar al aeropuerto y les acompañé a su alojamiento. Albert me cayó muy bien, era más bajito que ella, bastante simpático y tenía una conversación amena, aunque no interrumpía cuando su mujer y yo nos liábamos con cosas del trabajo. Al llegar a su hotel se encargó él de ir a recepción a arreglar lo de la reserva. Por fin Laia y yo nos quedamos solos y con el pretexto de ver el entorno nos apartamos un poco. En cuanto estuvimos fuera de su vista ella me echó los brazos al cuello besándome en la boca con los labios abiertos y metiéndome la lengua hasta el fondo. Después de esa concesión a la libido, que la acrecentó más que aplacarla, nos recompusimos y fuimos hacia recepción donde Albert ya nos buscaba.
Les dejé y quedamos en la hora que les recogería luego. Iban a venir a cenar a casa. Ahora tocaba que Raquel, mi mujer, y Laia se conociesen. En principio era una cena normal con una compañera de trabajo que además venía con su marido. Nada de extraño. No sé por qué me ponía tan nervioso.
Cuando llegué al hotel llamé desde recepción. Albert me dijo que subiese, que Laia se estaba duchando y le quedaba un ratito. La estancia era muy espaciosa. Tenía una salita con un sofá, un escritorio, el minibar y la tele. Se comunicaba con la habitación, con la que compartía una terraza con vistas al mar. Un paisaje precioso pero cuando recorrí la terraza a donde me apetecía mirar era a la habitación. La puerta del baño estaba abierta y en él Laia se estaba secando recién salida de la ducha. Me costó volver a salita. Me senté en el sofá y Albert me dijo que cogiese una cerveza del minibar. La acepté gustoso y me serví mientras él estaba entretenido haciendo zapping en la tele, por lo visto le llamaban mucho la atención los canales locales.
Yo también miraba la pantalla distraído cuando vi que por la habitación deambulaba Laia envuelta en un albornoz del hotel. Parecía ir eligiendo lo que iba a ponerse y aparentemente no había reparado en que yo la veía. Agradecí que Albert estuviese absorto con la tele.
Ella se quitó el albornoz y lo dejó en una silla. Sus nalgas se abrieron cuando se agachó para sacar un tanga del troley. Lo desplegó, era azul celeste, muy bonito. Pareció dudar y de hecho cambió de idea y eligió otro, negro, me pareció más sexy pero no lo pude apreciar mucho porque en ese momento despareció de mi campo de visión, para volver a aparecer momentos después subiéndose unos vaqueros. Un sujetador negro, evidentemente con relleno, contribuía a disimular el poco pecho que tenía. Para mi gusto era algo innecesario, su pecho plano acrecentaba su morboso aspecto andrógino. Una blusa de sport y una rebeca completaron su indumentaria.
Cuando salió se sorprendió al verme. Me saludó con un beso y nos fuimos a mi casa. La velada transcurrió bien. Laia y yo tuvimos la precaución de no tocar temas del trabajo para evitar que nuestras parejas se sintiesen excluidas. Creo que lo conseguimos bastante bien y charlamos de todo en un ambiente distendido, además Laia tenía un sentido del humor muy parecido al mío y estuvimos haciendo bromas toda la cena. Al final, durante la sobremesa dijo que quería ver el sitio desde el que pasaba tanto tiempo chateando con ella, para ubicarme cuando lo hiciésemos.
- Claro, perdonad por no haberos enseñado la casa -dijo Raquel excusándose-. Vamos al despacho y luego lo veis todo.
- Uffff -dijo Albert-, conozco a mi mujer, va a estar un buen rato preguntando todo lo del trabajo que se ha callado durante la cena. Mejor dejarles y cuando terminen ya vemos todo, si no nos vamos a aburrir de verdad.
- Pero… -dijo Raquel dudando. Por primera vez percibí que no le apetecía dejarme sólo con Laia.
- Tú que eres de aquí -atajó Albert- ¿Qué cuevas son las que más merecen la pena, las del Drach o las de Artá?
- Eso -aprobó Laia-, vosotros organizad la excursión, nosotros no tardaremos tanto, no somos tan pesados.
Mi mujer me miró enfadada cuando vio que yo también daba por buena esa opción, pero Albert ya estaba desplegando un mapa sobre la mesa mientras empezaba a plantear dudas sobre las cosas que no deberían dejar de visitar.
Cuando nosotros entramos en mi despacho Laia cerró la puerta, me sentó en el sillón de ruedas del escritorio y arrodillándose entre mis piernas me desabrochó los pantalones para sacarme la polla.
- ¡Qué haces! -exclamé alarmado. Me apetecía mucho que me hiciese una mamada pero Raquel podría entrar en cualquier momento.
- Tranquilo, Albert es muy insistente, no se van a mover del comedor, además no vamos a estar mucho tiempo.
- Joder, eso…
- No, no espero que te corras, sólo quiero que la próxima que chateemos te acuerdes de este momento y sientas mis labios en tu polla.
- Ufff -bufé, no podía hablar de la tensión que tenía. Me encantaba cómo me chupaba y sentir sus labios, su lengua… recorriendo y aferrándose a la piel de mi capullo. Si no hubiese estado tan nervioso habría tardado muy poco en correrme, pero en esta situación era evidente que ella tenía razón.
- Ahora me toca a mí.
Dijo ella poniéndose de pie y desabrochándose los ajustados vaqueros se los bajó hasta la rodilla. La parte de delante del tanga que llevaba era transparente. Era una prenda tan sexy como me había parecido cuando me fijé en la cola de pez que asomaba por la espalda sobresaliendo de sus pantalones. Por cierto que mi mujer vio cómo la miraba y le sentó fatal, tanto mi mirada quizás babosa, como el descarado exhibicionismo de Laia que evidentemente presumía de su ropa interior.
No sabía si nos acabaríamos pasando de tiempo pero en ese momento me importaba poco. Le di la vuelta y me recreé en la contemplación de sus nalgas. Se las abrí y aparté la tira para examinar el ano, pequeño y con un delicado fruncido. Aunque lo que más me llamó la atención era la marca del moreno. Recordé que me había dicho que en gimnasio se daba rayos UVA y entonces pensé que su cuerpo no tendría las típicas marcas del bikini, en lo que no caí es en que sí, las nalgas las tenía morenas pero al abrirlas el fondo de la raja era absolutamente blanco y entonces sí que se apreciaba la raya del moreno. Esa imagen la tengo absolutamente grabada.
Le volví a dar la vuelta y sentado frente a ella le bajé el tanga. Le acaricié el pubis recorriendo la estrecha franca de vello con las yemas de los dedos. Mientras ella me acariciaba la cabeza yo le abrí las piernas y jugué con los labios que colgaban ligeramente de su entrepierna. Nunca había visto unos tan prominentes. No es que me gustasen, es que eran tremendamente morbosos.
- Quiero que tú también recuerdes mi sabor -dijo ella.
Se levantó y se sentó en mi lugar mientras alzaba las piernas en clara invitación para que metiese mi cara entre ellas y le comiese el coño. Le lamí los labios, jugué con ellos, metí la lengua buscando el clítoris. Era sorprendentemente grande y estaba muy duro. Lo sorbí, era tal cual un pene pequeñito, entonces pensé que su tamaño se correspondía con sus voluminosos labios. Quizás estaba relacionado.
Lo sujeté con los dientes mientras lo frotaba con la punta de la lengua. Luego lo sorbí, era tan grande que la sensación se parecía a la de chupar un chupachups, como un chupete duro, caliente, salado y que latía con vida propia. Ella me acarició el pelo y me apretó la cabeza contra su entrepierna. Estaba temblando, su cuerpo hacía que el sillón de ruedas se moviese sin control crujiendo peligrosamente. Le mordí la base del clítoris sintiendo como el capuchón se hinchaba todavía más en mi boca. Lo sorbí con fuerza y la boca se me llenó de su flujo mientras ella se corría violentamente, mordiéndose el puño para ahogar los gritos.
Poco a poco dejó de temblar. “Me corro enseguida, multiorgásmica, ya sabes” me dijo. “Joder qué morbo tiene esta tía” pensé y me fui deprisa al baño a por una toalla. Me sequé la cara y ella la utilizó en su entrepierna. Afortunadamente el sillón era de skay y al secarlo quedó incluso más brillante. Nos volvimos a vestir y me lavé a conciencia la cara porque la barba me olía a coño. Luego fui a dejar la toalla dentro de la lavadora mientras Laia iba al baño.
- Va a quedar un trabajo excelente, hacemos muy buen equipo, nos complementamos muy bien -dijo Laia cuando volvimos disimulando al comedor. Mi mujer no pudo reprimir un gesto de fastidio.
- Sí, se os ve muy compenetrados, eso es estupendo para un equipo -dijo Albert.
- Sí pero a veces hay que elegir entre en trabajo y lo demás -dijo mi mujer mirándome. Todos percibimos su amenaza.
Después de ese primer encuentro mi mujer no quiso volver a verles. Estaba claro es que su intención era que yo tampoco lo hiciese.
- ¿No pueden ir de excursión solos? Son mayorcitos.
- Deja de ver fantasmas. Es una compañera con la que estoy haciendo un trabajo, compartimos muchos puntos de vista, tenemos un buen ambiente de colaboración… Además está con su marido ¿Qué es lo que te preocupa? No te fías de mí.
- No, no me fío de esos dos. El marido es como si no se enterase. Y ella… tío si no lo ves es que eres más tonto de lo que pareces.
- Pues como soy tonto y no me entero no tienes nada de qué preocuparte. Pensaba que podíamos pasar unos días agradables enseñando la isla a unos amigos como hemos hecho tantas veces, pero mira si no quieres venir no vengas, pero no me pidas que comparta tus neuras.
- ¿Neuras? ¿Es que no has visto a esa zorra? Tío, sólo le falta enseñarte un cartelito en el coño que ponga “Fóllame”.
- Joder, que no se separa de su marido.
- Su marido es un cornudo que estará encantado de que te la folles.
Joder, qué listas son las mujeres para esas cosas. Con que claridad lo ven todo. Si yo tuviese esa perspectiva… si supiese interpretar tan bien las señales… me hartaría de follar, más aún. Bueno, estaba claro que menos en lo de Albert mi mujer tenía razón en todo pero no lo podía admitir, más que nada porque yo me había obsesionado con Laia, con su actitud y con su cuerpo, que estaba deseando de volver a ver… y tocar.
Pasé con ellos todos los momentos que me permitía mi trabajo. Les dejé el coche y con él se iban de excursión por las mañanas a los puntos más alejados de Mallorca. Cuando volvían por la tarde nos veíamos, les acompañaba para ver el casco antiguo de Palma, la Catedral, y cosas cercanas. Cenábamos en algún sitio elegido por mí y preparábamos su excursión del día siguiente.
En esos momentos, en multitud de ocasiones en las que Albert se despistaba, Laia me abrazaba, me besaba, nos metíamos mano… pero no íbamos más allá. La verdad es que el bueno del marido cornudo se despistaba mucho… y yo volvía a casa con un calentón de aquí te espero.
Nunca me preguntaron por qué Raquel no nos acompañaba y yo tampoco les comenté nada. Creo que se lo imaginaban y ninguno quería profundizar en ello. La verdad es que en mi casa la situación evolucionó mucho mejor de lo que se podía esperar. Mi actitud ofendida dio buenos resultados y mi mujer debió pensar que mejor que encontrase allí todo lo necesario para no tener que salir a buscarlo fuera.
Dejó de abroncarme y se dedicó a seducirme. Cuando volvía por la noche muchas veces estaba en la cama y al acostarme a su lado procurando no despertarla se daba cuenta y me besaba, sin darme demasiada conversación me acariciaba y se metía la polla en la boca. Me mamaba con verdadera pasión y aunque nunca le ha gustado que me corra en su boca esas veces parecía no importarle, incluso daba la sensación de que lo disfrutaba.
Tampoco le gusta el anal, lo que siempre fue una de mis grandes frustraciones. Otro día, aprovechando el cambio de actitud, decidí probarlo… y coló. Me dejó acariciarle el culo, abrir las nalgas, jugar con el ano, meterle un dedo, dos… la polla. Tuve mucho cuidado de no hacerle daño y me tranquilizó comprobar que se estimulaba el clítoris mientras el pene entraba y salía de su culo. Por un momento me engañó, pero luego resultó evidente que estaba fingiendo su excitación y por supuesto el orgasmo con el que quería dar por terminada la sesión. Hice como que no me daba cuenta y me corrí dentro de ella
Me provocó cierta ternura la táctica de mi mujer para conservarme, pero al mismo tiempo me cabreó mucho ¿Por qué cojones tenía que hacer eso por celos? ¿Por qué no lo había hecho antes por placer o si quieres por amor? ¿Si Laia no hubiese aparecido nunca lo habría hecho? Todo eso me producía una reacción ambivalente. Por una parte me sentía culpable por producir esa angustia en mi mujer, pero por otra tenía ganas de vengarme de ella porque todo eso lo hacía sólo por celos, justificados eso sí, aunque yo no estuviese dispuesto a admitirlo.
Ya sabéis que la polla me puede y mis instintos se impusieron a mi moral. Disfruté todo lo que pude de los momentos que pasé con Laia y ambos nos calentábamos a tope cada vez que Albert se despistaba. Luego, cuando volvía a casa me desfogaba con mi mujer, que estaba sorprendentemente dispuesta a complacer los deseos que hasta ahora siempre había negado. Yo me corría en su ano, en su boca… pensando “Esto te pasa por gilipollas, por no fiarte de mí”, responsabilizándola a ella de mi propia infidelidad, lo que me venía de perlas para anular mi sentimiento de culpa. Curiosamente ella también se tranquilizaba. Viendo mi ímpetu, la fuerza de mi deseo, estaba claro que volvía a casa sin follar. Quién no se consuela…
Después de ese viaje tuvimos que volver a contentarnos con nuestros encuentros online, pero escribirnos o hablarnos ya no nos bastaba. En aquella época los ordenadores no solían llevar webcam incorporada, desde luego los que yo tenía no disponían de ella. Pensamos en adquirir una cámara pero eso avivaría las sospechas de mi mujer y ahora que teníamos una etapa tranquila no quería que se estropease. La solución me vino por casualidad. Estaba intentando digitalizar las películas de video familiares que tenía en cinta. Conecté mi videocámara de 8mm al ordenador y me sorprendí al comprobar que éste la reconocía como cámara del sistema y Netmeeting me daba la opción de emplearla.
La siguiente vez que contactamos le di una sorpresa a Laia, que me pudo oír y ver. Cuando después de la sorpresa inicial nos empezamos a calentar le hice mi primer ciberestriptis. Nos reímos mucho pero luego nos excitamos. Su voz me pareció más sensual que otras veces y cuando ella se corrió yo eyaculé también en un kleenex, asegurándome de que la expulsión de semen quedase en primer plano. El zoom de la cámara permitía efectos visuales muy interesantes.
Me encantaba exhibirme ante ella. Sólo ver mi propia imagen me excitaba y a veces me grababa para después pasárselo a Laia cuando nos conectábamos. Las posibilidades eran infinitas y ella también se contagió del morbo exhibicionista. Al cabo de menos de una semana también conectó su propia cámara y pudimos vernos mutuamente. Cuando me llegó su imagen me sorprendió ver que estaba con Albert. Supuse que él le había ayudado a conectar el dispositivo y estaba asegurándose de que todo funcionaba correctamente. Pero… no sé por qué la expresión de ambos era seria.
- Hay algo que te tenemos que contar. Por favor no te molestes -dijo Laia.
- Dime -contesté preocupado. No sabía qué podía haber pasado.
- Las sesiones de cibersexo que has tenido conmigo… en realidad las has tenido con los dos.
- ¿Cómo con los dos? -pregunté extrañado.
- Sí, todo lo que describes que me haces Albert me lo hace a mí. Él se convierte en tus manos, en tu polla… Él hace realidad tus deseos.
- ¿Desde cuándo eso es así?
- Él siempre está aquí, compartimos despacho, así que desde siempre -dijo Laia mientras él afirmaba con la cabeza.
- A ver, pero estuvimos un montón de tiempo hablando sólo del trabajo…
- Sí, sí, durante todo ese tiempo él se dedicaba a sus cosas y yo a las mías -aclaró Laia-, pero el día que me explicaste lo del sexo online le llamé porque me pareció muy interesante lo que decías. Los dos leíamos lo que escribías y nos pusiste muy calientes.
- Sí -intervino Albert-, empecé a hacerle lo que tú decías. Al final ella leía el chat en voz alta y yo… bueno, seguía tus instrucciones.
- Ya me pareció que era difícil tocarse y escribir con la agilidad que lo hacía -comenté.
- Claro cielo, porque yo estaba en el chat diciendo en voz alta lo que escribíamos y Albert me tocaba, me acariciaba, me follaba como si fueses tú.
- Habéis estado todo este tiempo… Joder cómo os debéis haber reído de mí, qué idiota soy.
- Alberto, no has entendido nada -me dijo Albert con cara afectada.
- No, no has entendido nada -dijo Laia que también parecía preocupada-. No te hemos dicho nada porque no queríamos… romper la magia. Porque queríamos estar seguros que la cosa funcionaba y cuando estuvimos en Mallorca nos dimos cuenta de que así era.
- Mi mujer os caló enseguida y yo pensaba que sus sospechas eran puros celos…
- Tu mujer es muy lista -dijo Albert-, me costó mucho contenerla aquel día en vuestra casa.
- Las mujeres tenemos un instinto especial para estas cosas.
- Alberto -prosiguió Albert-, lo que queremos decirte es que tenemos algo especial y queremos conservarlo. Quiero seguir siendo tus brazos, tus labios, tu polla… Quiero que folles a Laia y para ello haré todo lo que tú me digas.
- Tus ideas sobre el sexo son muy distintas a las nuestras -añadió Laia-. Nos encanta hacer lo que nos dices porque son cosas que a nosotros no se nos ocurrirían. No nos digas que ahora con las cámaras no ves unas inmensas posibilidades de morbo.
- No te has ligado a Laia -dijo Albert-, nos has ligado a los dos. Vamos a hacer todo lo que nos digas. Podemos disfrutar muchísimo.
- Por favor cariño…
- Está bien -admití-, dejadme que piense en ello. Mañana hablamos.
Bueno, la verdad es que me sentí un poco simple por no haber caído en ello. Ahora veía las señales claras. La agilidad de Laia cuando escribíamos y se suponía que se estaba tocando, el despiste de Albert… Ufff, la polla no es que me pueda, es que me ciega. Lo que se reiría de mí mi mujer… si se lo pudiese contar.
Bueno, pensándolo bien la situación no era tan mala, mi perspicacia había quedado un poco en entredicho pero nada más. Tener una pareja dispuesta a hacer por cam todo lo que se me ocurriese era algo por lo que habría firmado en muchas ocasiones. Quién sabe, igual hasta podíamos hacer algo de BDSM, si tan dispuestos estaban a hacer lo que yo dijese… o mandase…
Estuve tentado de llamar a Laia para decirle que todo iba bien, que lo entendía, pero al final decidí dejarles que sufriesen un poco más, por haberme engañado. Al día siguiente nos encontramos en Netmeeting a nuestra hora habitual. Ellos estaban expectantes.
- Hola -dijeron los dos saludando con la mano.
- Has sido mala, te voy a castigar -dije.
- ¿Cómo? -preguntó ella.
- Busca unas pinzas de tender -inmediatamente Albert se levantó y salió del campo de visión.
- ¿Éstas sirven? -preguntó él enseñando al cabo de un momento un cesto lleno de pinzas de madera.
- Perfecto. ¿Tenéis algo que se pueda emplear como dildo?
- Tengo un consolador… el que uso cuando no está Albert -dijo Laia como justificándose.
- Tráelo -le pedí.
- Recuerda que dispones de mi polla -dijo Albert.
- Es para meterlo en el culo -aclaré.
- Vale, la meto donde me digas.
- No me he explicado. Es para meterlo en tu culo -la cara de sorpresa que pudieron los dos era digna de verse.
- Oye.. -empezó a decir Laia.
- ¿Vais a hacer lo que yo os diga? ¿O es que ya no os fiáis de mí?
- ¿Te has enfadado?
- No Albert, no me he enfadado, pero ya que mis sugerencias os ponen y os apetece probar cosas nuevas vamos a probar cosas nuevas de verdad.
- Es que das miedito Alberto -dijo Laia.
- Mirad, yo os voy diciendo lo que se me ha ocurrido y en el momento que no queráis seguir me lo decís. De buen rollo.
- Tú sabes lo que nos gusta, pídenos cosas que podamos hacer, por favor -pidió Laia.
- Es que hoy me apetece probar cosas que… igual no sabéis si os gustan. ¿Qué tal si intentáis seguirme sin pensar demasiado?
- ¿De verdad que no estás molesto? -preguntó Albert.
- Miedito das -insistió Laia.
- Uffff, anda, traed, body milk, emulsión hidratante, aceite corporal o algo así -dije con voz cansada.
- Voy -dijo Albert levantándose.
- ¿Cuántos dedos le metes habitualmente a Albert en el culo?
- ¿Qué? -se sorprendió Laia.
- ¿Desde cuándo he pasado yo a ser protagonista en esta historia? -se oyó la voz de Albert preguntando desde lejos.
- Anda, quédate ahí de pie donde te vea -le dije cuando volvió.
Laia vete desnudándole poco a poco. Zapatos, calcetines, camisa, pantalón, calzoncillos. Por ese orden -ella se extrañó pero me hizo caso. Le quitó la ropa casi sin rozarle y cuando le quitó los bóxer un pene grande pero flácido apareció tapando un escroto colgante que albergaba unos testículos más bien pequeños.
Vaya, no estás excitado -dije con tono defraudado-, pensé que te ponía cachondo hablar conmigo. Habrá que arreglarlo. Arrodíllate en el sofá cama, a cuatro patas, con la cara pegada al asiento.
Déjame verte de cerca -Laia acercó la webcam todo lo que daba el cable. Albert tenía unas nalgas ligeramente peludas, igual que la espalda y las piernas. Se veía que se trabajaba mucho en el gimnasio porque no tenía una pizca de grasa. El ano parecía apretado.
Laia no me contestaste antes ¿Cuántos dedos le metes normalmente en el culo?
- Ninguno -se apresuró a decir Albert con un tono que no acerté a interpretar en ese momento.
- No, no le meto dedos en el culo, alguna vez jugando quizás… uno.
- Hace mucho -aclaró él.
- Ábrele las nalgas y escúpele en el ano -cuando ella lo hizo él se estremeció de un escalofrío y metió la mano entre las piernas para tocarse la polla, que empezaba a ponerse morcillona.
Ahora métele dos dedos y muévelos suavemente para que se dilate. Si notas resistencia vuelve a escupir.
Albert gimió y aplastó el pecho contra el asiento para que el culo se abriese al máximo. Laia enseguida pudo meter tres dedos y moverlos dentro con suavidad. En ese punto le pedí que le pusiese aceite corporal en el ano y que untase también con él el consolador que por lo visto Laia empleaba cuando Albert estaba de viaje, muy frecuentemente.
Apretando un poco el suave glande de goma se abrió paso en el ano, pero el esfínter parece que se ajustó nada más pasar y Albert emitió un quejido cuando su mujer siguió apretando. Le tuve que indicar que parase, que girase suavemente el pene de goma y lo moviese con cuidado hacia afuera para volverlo a empujar.
El esfínter cedió poco a poco y el pene fue penetrando lentamente hasta que los testículos de plástico se apretaron contra los de carne. Albert jadeaba tomando aire a grandes bocanadas. Su mano agitaba frenéticamente la polla ante la atónita mirada de su mujer, que se acababa de enterar de lo que el anal le excitaba a su marido. Le tuve que decir que dejase de masturbarse porque no quería que se corriese todavía.
Manteniendo el dildo en el culo le dije que se pusiese de pie, me tenía que ayudar a desnudar a Laia. Los dos se enderezaron y se miraron sonriendo. El deseo se reflejaba en sus caras. Siguiendo mis instrucciones Albert fue quitando la ropa a su mujer. Se había arreglado un poco para la videoconferencia. En eso ambos eran más presumidos que yo, que en casa siempre voy en chándal y no me había puesto nada especial para que me viesen.
Le quitó unos zapatos de tacón bajo. Luego le pedí que le alzase el vestido para ver qué llevaba debajo. Unas medias negras de rejilla tupida hasta medio muslo y un tanga azul turquesa que hacía juego con el sujetador.
- Me pongo detrás de ti y te bajo los tirantes del vestido dejando que se deslice hacia el suelo -Albert captó la idea y lo hizo como si fuese yo. Ese se suponía que era su papel.
Te acaricio los hombros desnudos y siento como tu piel se eriza -Albert lo hizo con evidente placer. Su pene se elevó unos grados más y se tuvo que sujetar el dildo en el culo porque de apretarlo se le salía.
Me pego a tu espalda, sientes mi pecho en ella y mi respiración agitada en tu cuello.
- Ufff sí -dijo ella notando cómo el cuerpo de su marido se frotaba contra ella. Podía sentir la respiración entrecortada de los dos, presa del deseo y el morbo.
- Te muerdo los hombros mientras te agarro los pechos sobre el sujetador, apretando fuerte los pezones.
- Mmmmm me duele pero me gusta -dijo ella sobre los jadeos de los dos.
- Te aparto un poco el pelo del cuello y te lamo la piel. Chupando y besando voy bajando recorriendo la columna.
Agáchate un poco para que te muerda el culo. Sientes mi aliento en tus nalgas mientras meto la mano en la entrepierna y te agarro los labios que sobresalen del tanga.
- Joder, sigue, seguid los dos -dijo ella gimiendo.
- Acaricio la cara interior de los muslos. Sujeto el elástico de una media y la bajo lamiendo la piel que queda al aire. Soplo sobre la saliva e inmediatamente se te eriza el vello.
- Joooooder síiiiiiiiii.
- Lo repito con la otra media. La bajo y la quito también. Te beso el empeine del pie y muerdo los deditos, la pantorrilla… Lamo el hueco de detrás de la rodilla. Te muerdo.
Me pongo delante, recorro con los labios el muslo, besándolo hasta llegar al tanga. Meto la cara en la entrepierna, la muerdo sobre la tela. Percibo bajo ella tus abultados labios y el cítoris duro. Se me agita la respiración y tú sientes mi aliento en el pubis.
Albert iba siguiendo, casi sin mirar a la cámara, las indicaciones que yo iba dictando en voz alta. Me sorprendió su habilidad para ello, parecía que lo hacía por iniciativa propia. No les conocía así que no sabía si lo que les iba pidiendo era algo que ellos practicaban normalmente. En todo caso parecía que les gustaba a los dos y la respiración de ambos era muy agitada. A Albert le costaba un poco subir, bajar, lamer, morder… y sobre todo mantener el dildo en el culo. Le debía de molestar porque un par de veces vi como se lo acomodaba con la mano, aunque con tanto movimiento igual es que se le salía. Se estaba portando muy bien, así que decidí no alargar demasiado su sufrimiento, pero es que Laia estaba gozando tanto… y yo no digamos. Lo de hablar en vez de escribir tiene la ventaja de que te puedes masturbar mientras lo haces… y a mí me encanta darme placer.
- Me enderezo, te agarro la cara y te beso en la boca. Nuestras lenguas juegan mientras la saliva se mezcla y tú aprovechas para agarrarme la polla y menearla -Laia también estaba atenta porque lo hizo, me agarró la polla, bueno la de Albert y sin dejar de besarle empezó a jugar con el pulgar sobre la punta y el frenillo, que quedó inmediatamente lubricado con el líquido preseminal.
Abrazándote busco el cierre del sujetador, lo abro, deslizo los tirantes por los hombros y me separo un poco de ti para dejar que la prenda caiga. Sueltas un momento mi polla y el sujetador aterriza en el suelo al lado de las medias -Laia miró la prenda y comprobó que había pasado lo que yo había descrito. Mirando a la cámara se rió.
- No importa ser tan minucioso -dijo-, lo estamos viendo.
- Lo siento, me estoy haciendo una imagen mental mientras hablamos. No puedo evitarlo.
- A mí me va bien que sea tan… descriptivo -dijo Albert-. Sigue por favor.
- Te abrazo con fuerza y sujetándote la nuca te beso. La lengua explora tu boca y siento tus pezones duros en mi pecho -Albert gimió, creo que quería decir que sí pero ninguno podía hablar porque sus bocas se tapaban mutuamente.
Me separo de tus labios. Te beso la mejilla, te muerdo el lóbulo de la oreja y voy bajando por el cuello, los hombros… Me agacho para chuparte las tetas. Sorbo una. Me cabe entera en la boca…
- Ca… brón -dijo de manera entrecortada. Era su respuesta a mi alusión al tamaño de sus tetas.
- Los pezones están duros, muy duros. Los mordisqueo suavemente primero y luego cada vez más fuerte -Albert seguía perfectamente mis instrucciones y Laia gemía temblando.
Sigo apretando la carne sensible hasta que…
- ¡Ay! -chilló Laia.
- Perdón -dijo Albert-, igual me he pasado mordiendo.
- No. Me ha dolido pero sigue. Estoy muy perra. Muerde.
- Sigo mordiendo, apretando y aflojando. Sorbiendo. Te lamo el torso, las axilas… Alzas los brazos, también te los lamo… hasta el codo.
- Uffff, estoy super mojada.
- Bajo pasando la lengua por el torso, los costados, lamiendo las costillas… hasta la barriga. Meto la punta de la lengua en el ombligo, lo lleno de saliva, lo soplo. Te recorre un escalofrío.
- Ufff síiiiii -confirmó ella.
- A que lo hago bien -quiso atribuirse Albert la parte de su mérito.
- Sí cariño, lo haces fenomenal -confirmó ella.
- Bajo lamiendo la barriga, la muerdo -continué yo-. Muerdo la cinturilla del tanga y tiro hacia abajo.
Se resiste un poco -dije viendo las dificultades que parecía tener Albert-. Te doy la vuelta. Muerdo justo en el triángulo posterior y lo deslizo hacia abajo. Mi nariz baja rozando la raja entre tus nalgas y sientes en ella mi respiración.
- Joder cómo te gusta eso. Me estás haciendo sentir súper guarra -dijo ella mientras Albert exageraba su respiración para que ella la sintiese.
- Vuelvo a morder la cinturilla delante y ahora sí ya se mueve hacia abajo sin dificultad. La nariz te roza el pubis, con mi aliento se ha puesto en carne de gallina.
- Uffff -gimió ella.
- Sigo bajando, ahora te rozo ya los labios mayores. Al respirar me llena el aroma de tu sexo.
- Me siento empapada -dijo ella y Albert emitió un bufido de confirmación.
- Cuando sobrepaso las rodillas suelto el tanga que se resbala desde mi boca hasta tus tobillos.
Te sientas y abriendo tus piernas sumerjo mi cara en tu entrepierna. Los labios mojados humedecen mi barba. Mi lengua se encuentra con el clítoris. Das un respingo cuando lo chupo, metiéndolo en la boca y mordiendo la base.
Tus labios menores están hinchados y parece que cuelgan más de lo habitual. Están muy sensibles -de hecho creo que ya están tan sensibles que es el momento de seguir con mi idea. Cambié de tono para que Albert se diese cuenta y buscase lo que necesitaba.
Acerco el cesto de las pinzas. Agarro uno de los labios de tu vulva y pongo una en un lado y luego otra en el otro lado. Te estremeces y contienes la respiración pero aguantas bien el dolor ¿no?
- Uy… sí, sí -confirmó Laia.
- No pareces muy segura -quise aclarar.
- Sí, lo aguanto. Más que doler impresiona. Molesta pero es muy excitante, sigue.
- Pongo otra pinza en cada labio -Albert me miró pidiendo confirmación. Yo asentí. “U u u uffff” dijo ella cuando su marido siguió mis instrucciones sujetando los labios con cuidado.
Da unos pasos -pedí- ¿Te molestan?
- Me rozan un poco -dijo ella mientras andaba separando las piernas en una postura poco natural.
- Te pongo dos pinzas más en cada labio. Te acaricio mientras examino cómo queda -Albert se dio cuenta de lo que quería y acercó la cámara a la entrepierna moviendo las pinzas con la mano para que yo viese cómo quedaban. Me encantó.
Ahora agarro tus tetas y pellizco los pezones. Los amaso entre las yemas de los dedos y pongo una pinza en cada uno.
- Uffff -gimió Laia.
- ¿Lo aguantas?
- Sí, sí -me respondió- Sigue.
- Bien, ahora viene lo mejor. Siéntate y abre las piernas. Te voy a poner una pinza en el clítoris.
- ¿Seguro? -preguntó ella temerosa.
- Creo que sí, va a ser la primera vez que pongo una pero es que nunca me había encontrado un clítoris tan grande. Lo voy a probar. Lo presiono con dos dedos y pongo la pinza en la parte de la base, no en el capuchón. Hay espacio suficiente -Albert siguió mis instrucciones acercando la cámara para que lo viese bien. Aunque Laia gritó lo aguantó bien y la pinza se sostuvo.
Genial, ponte de rodillas en el sofá, te voy a follar.
- Ah ¿Me quito las pinzas?
- No, te voy a follar el culo.
- ¿El culo…? -dijo ella dudando.
- Sí ¿dónde hemos dejado el aceite corporal?
La obediente Laia se puso de rodillas con el culo en pompa en el sofá y Albert colocó la cámara para enfocarla bien. La imagen era espectacular. De su cuerpo atlético destacaban las nalgas redondeadas que, abiertas por la postura, dejaban a la vista el ano rosado. Debajo de él colgaban los grandes labios de la vulva. Las pinzas que llevaba puestas y rozaban entre sí, haciendo que el coño se abriese. Era tan morboso que por poco me corro al verlo y a mi tocayo Albert creo que casi le pasa lo mismo.
Él se tuvo que volver a ajustar la polla de goma que llevaba en el culo porque estuvo a punto de caérsele otra vez. Con las dos manos separó bien las nalgas de su mujer y escupió varias veces entre ellas. Con los dedos esparció la saliva por la raja y empezó a meter un dedo en el culo. Me encantaba lo bien que hacía lo que le decía, a veces incluso anticipándose a mis deseos. Cuando el dedo entraba y salía sin dificultad probó con dos y cuando también lo consiguió vertió en el culo de su mujer un buen chorro de aceite corporal, aprovechando lo que resbalaba entre sus nalgas para untarse también la polla.
Cuando tres dedos entraban y salían con suavidad tuve una ocurrencia, le dije que le metiese su polla de goma. Me daba morbo que la compartiesen, además era más fina que la suya propia y pensé que entraría mejor. Cuando Albert se sacó el dildo de su ano lo untó con más aceite y lo acercó al culo de Laia. Todo brillaba por el efecto del aceite y del glande de caucho goteaba el viscoso líquido trasparente.
Al acercarlo y apretar penetró suavemente y sin dificultad. Laia contenía la respiración y emitía gemidos de excitación. Puede que se sintiese extraña con el volumen del consolador ocupando su recto, pero se acostumbró enseguida. Albert metió la mano entre las piernas de su mujer y empezó a estimularle el clítoris con cuidado de no arrancar las pinzas. Ella empezó a temblar y a dar botes sobre el sofá. Esas pinzas chocaban entre sí produciendo un rítmico traqueteo apagado solamente por la respiración y los gemidos de ambos, sobre todo de Laia.
Indiqué a Albert que ya era el momento de meter su propia polla. Con la delicadeza del cariño sacó el consolador del culo de su mujer, lo miró, lo olió y con un gesto casi automático se lo volvió a meter en su culo, como si le faltase. Acto seguido se acercó a Laia y posando una mano sobre su cintura con la otra guió su glande hacia el esfínter que ahora sí se abría ante él. Noté cómo apretaba sus nalgas mientras empujaba y vi cómo sus testículos acababan presionando los labios de la vulva moviendo las pinzas. Ahora Laia gritaba de pura excitación y Albert sólo podía tomar aire entre jadeos. Aunque parecía que estaba hiperventilando no dejaba de moverse adelante y atrás, cada vez más deprisa, hasta que el escroto se le apretaba contra los labios de su mujer haciendo que el rítmico repiqueteo de las pinzas sonase cada vez más fuerte.
Laia gemía y casi sollozaba mientras botaba arrodillada en el sofá. Con una mano se estaba frotando el capuchón del clítoris. Me fijé en que lo hacía con las yemas de los dedos, sujetando casi con delicadeza la pinza de su base y evitando que cayese. A ella le acabaron excitando tanto esas pinzas como a su marido el consolador en el culo. Me entraron muchas ganas de quedar los tres en persona.
De repente empezó a gemir y a agitarse convulsivamente en el sofá. Se metió casi toda la mano en el coño y se agarró con fuerza. Temí que se hiciese daño con la pinza del clítoris pero todo, sus gemidos, los sollozos, los gritos… eran de puro placer. Laia tuvo un orgasmo rápido y violento, sorprendentemente intenso, que desapareció tan pronto como llegó. Ella se corre así, violenta y rápidamente, casi sin avisar y sin poder evitarlo, pero cuando pasa se queda tan excitada como al principio, sin que aparentemente tenga periodo refractario o es extremadamente corto.
A Albert no le vino de sorpresa y siguió trabajando con la polla el culo de su mujer mientras ella se seguía estimulando el clítoris. Los jadeos y gemidos de ambos seguían en aumento y a él parecía que se le iba a descoyuntar la cadera. En un momento vi cómo se agarraba fuerte a sus caderas, se tensaba y con una serie de intensos golpes contra las nalgas de ella se corrió con un bufido que casi era un alarido. Tanto ardor excitó a Laia al momento y volviendo a temblar convulsivamente se corrió otra vez, poco después que su marido.
Al final ella se dejó caer de costado en el sofá, abriendo las piernas para no hacerse daño con las pinzas. Albert se sentó a su lado alzando un poco el culo porque le molestaba la polla que seguía teniendo incrustada. Los dos respiraban jadeando con la boca abierta y les dejé unos minutos recuperándose.
Cuando ya estaban más relajados le pedí a Albert que se arrodillase en el asiento y a Laia que le extrajese con cuidado el dildo del ano. Ella le acercó la cámara y los dos se rieron mirando en la pantalla del ordenador el ano redondo y dilatado que le había quedado a él.
- Cariño, a ver si te va a acabar gustando esto -dijo Laia burlona.
- Oye pues no me ha desagradado -dijo él.
Luego le pedí a él que fuese retirando las pinzas con cuidado, empezando por la del clítoris que era la que más me preocupaba. Para su sorpresa quitarlas dolía casi tanto como ponerlas, sobre todo las de los pezones. Les comenté que una manera de quitarlas era estirar sin abrirlas. Laia tuvo un escalofrío sólo de pensarlo y nos hizo prometer que nunca se las quitaríamos así.
Mientras hablábamos se dieron cuenta de que yo me había corrido también al mismo tiempo que ellos. La verdad es que me puse muy burro viéndoles hacer su primer anal y lo mucho que se habían excitado con el morbo de la situación. Me acabé tocando mientras les indicaba lo que tenían que hacer y cuando su excitación era máxima me dejé llevar por la situación tanto como ellos. Suerte que siempre tenía kleenex a mano.
Se quedaron un poco frustrados por no poder verme y me hicieron prometer que en la próxima sesión nos correríamos por turnos para poder vernos todos. “Vaaaaale, os debo una corrida”, admití. Al día siguiente pagué mi deuda, de hecho durante una buena temporada nos estuvimos viendo muy frecuentemente por videoconferencia, cada vez Laia tenía dos o tres orgasmos y Albert y yo normalmente uno. Nos acabamos conociendo muy bien, compartiendo deseos y fetichismos, pero todo eso pronto se nos quedó corto y quedó clara la necesidad de encontrarnos y hacer cara a cara lo que tan bien se nos daba de manera virtual.
La oportunidad surgió cuando la Universidad de Barcelona en colaboración con otras entidades convocaron un simposio en el que, entre otras actividades, se iban a presentar los proyectos de investigación que estaba avalando. El evento duraba tres días y tenía lugar en varias sedes. La actividad que más nos interesaba, la presentación de los proyectos, tendría lugar en el Edificio Vapor Universitario de Tarrasa, a pocos minutos de donde ellos vivían.
Días antes de que me fuese mi mujer se empezó a poner nerviosa y cuando quedó claro que no me iba a dejar convencer para no asistir adoptó la táctica de tenerme bien follado para evitar las tentaciones. La ventaja de todo esto es que conseguí que se aficionase a que la follase el culo y a que me corriese en su boca. Ella no se fiaba un pelo de Laia y eso que sólo tenía sospechas. Para mí fue la consolidación de un beneficio colateral inesperado.
Evidentemente nunca supo que en lugar de en un hotel me alojé en su casa, ni que de los tres días sólo asistimos una mañana a la presentación de nuestro proyecto, aunque me hice muchas fotos, sin Laia eso sí, para que quedase constancia gráfica de lo atareado que había estado en el congreso. Bueno, atareado sí que había estado pero fundamentalmente follando.
La tarde antes del inicio Albert y Laia me fueron a buscar al aeropuerto y me llevaron a su casa. Dejé las cosas en una habitación que me indicaron pero luego me enseñaron su habitación y me dijeron que si yo no tenía inconveniente podíamos dormir los tres juntos en su cama.
- Es bastante grande, de dos por dos, dijo Laia.
- ¿Ya habéis hecho tríos en ella? -pregunté
- No -me dijeron- pero lo hemos hablado y creemos que aquí estaremos cómodos.
- Por mí genial -contesté-. Luego me tenéis que indicar dónde hay una farmacia o un súper para comprar preservativos.
- ¿Preservativos…? -dijeron pensativos.
- Sí, no quise traerlos yo. Mi mujer a veces me pone cosas en la maleta porque sabe que yo soy muy despistado y… nunca se sabe.
- Pero tú estás sano ¿no? -me preguntó Albert.
- Claro, por su puesto. Me cuido mucho y siempre tomo precauciones. Vosotros también ¿no?
- Desde luego -dijo Laia.
- Los dos -puntualizó Albert.
- Pues entonces no hace falta que utilicemos condones ¿no os gusta más así? -preguntó Laia.
- Mucho más, claro -admití-. Pero…
- No me voy a quedar embarazada, tranquilo -dijo Laia riéndose mientras me daba un codazo cómplice.
Cenamos un pan tumaca buenísimo, con un aceite espectacular, tomates de ramellet y un brut para beber. Aunque me sorprendió tomar cava con unas tostadas la verdad es que entraba fenomenal. Me comentaron que para ellos era muy habitual tomar cava con las comidas. Fue una opción que no tardé en incorporar a mi acervo gastronómico.
Apenas dejamos los platos y cubiertos en el lavavajillas nos fuimos a su habitación, nos desnudamos unos a otros y empezamos a acariciarnos. Me llamó muchísimo la atención el sonido, por una parte echaba de menos mi voz retransmitiendo el encuentro, por otra me sorprendieron los jadeos, gemidos, los sorbos… que espontáneamente empezamos a exhalar los tres.
Sin proponérnoslo le pusimos sensibilidad en la piel recreando la primera vez que nos encontramos con cámara, pero esta vez fui yo quien le puso las pinzas a Laia y luego, mientras Albert se la follaba era yo el que le reventaba el culo a él. Si la ciberexperiencia fue morbosa hacerlo en persona lo fue mucho más y el repiqueteo de las pinzas es un sonido que tendré asociado al morbo durante muchísimo tiempo.
Empezamos el encuentro con un nivel muy alto y lo mantuvimos durante todo el tiempo que estuvimos juntos. Ese primer día acabamos ya durmiendo los tres en su cama, con Laia al principio en el medio aunque luego nos revolvimos bastante. Albert se levantó sobre las seis de la mañana para irse al gimnasio. Nos dio un beso para despedirse, a su mujer en la boca y a mí en la polla. Confieso que fue agradable, aunque estaba dormido. Laia yo también nos besamos tiernamente y luego seguimos durmiendo haciendo la cucharita. Fue un momento tan agradable como la ducha después del polvo mañanero con el que nos despertamos. Luego fuimos al congreso, recogimos las credenciales, asistimos al acto de presentación de proyectos y después de saludar y hacernos fotos con casi todo el mundo nos fuimos a su casa. La otra opción era hacer algo de turismo pero nos apetecía más follar.
A media tarde llegó Albert y nos pilló haciendo un 69. Se quitó la ropa rápidamente esparciéndola por el suelo y se dedicó a trabajarme el culo. Iba a protestar pero como yo estaba encima de su mujer me tenía a mí más a mano. Cuando nos corrimos los tres cambiamos de posición y mientras ella le hacía una felación a Albert yo la follaba a cuatro patas. Bueno, la follé el coño mientras con los dedos le dilataba el culo y cuando estuvo bastante abierto me acabé corriendo en él.
Preparamos la cena después de ducharnos, enjabonándonos unos a otros. Luego no nos vestimos, les sugerí ponernos unos delantales e ir a preparar la cena sólo con ellos puestos. Es una imagen que me pone mucho. Estar desnudo con el delantal dejando el culo al aire. Ellos accedieron a mi capricho pero luego me dieron la razón y acabaron tan excitados como yo.
Preparamos una tortilla de patatas con una ensalada, acompañada por rebanadas de pan de hogaza con tomate frotado y un buen chorro de aceite de oliva, del Priorato según me dijeron. Desde luego el cava no podía faltar.
Después de cenar pusieron una colcha en el sofá y nos sentamos desnudos en él, ya despojados del delantal. Charlamos un buen rato delante de la tele aunque sin hacer caso a lo que ponían. Estuvimos comentándole a Albert las anécdotas del congreso y después de un rato de agradable conversación se fue a dormir. El día anterior había hecho una excepción pero a la mañana siguiente se tenía que volver a levantar a las seis de la mañana y hoy no iba a trasnochar tanto.
Laia se recostó sobre mí y yo la abracé, así estuvimos hablando un buen rato mientras le acariciaba el pelo, nos besábamos y… al final acabamos follando en el suelo, sobre la alfombra. Procuramos no hacer demasiado ruido pero con Laia eso es imposible. No sé si despertamos a Albert pero acabó gritándonos desde la habitación “¡Pero dejad algo para mañana!”. En el fondo tenía razón pero es que teníamos que aliviar todas las ganas acumuladas.
También queríamos aprovechar el momento. Hacer un trío con ellos me ponía muchísimo, pero follarla a ella sola mientras su marido nos oía me volvía todavía más cerdo y a ella le pasaba lo mismo. Nos excitamos muchísimo. Mientras la tenía debajo le pellizcaba los pezones retorciéndoselos sin ningún miramiento y ella sollozaba y gemía de dolor y placer. Al principio intentaba no gritar demasiado pero al final se dejaba llevar.
Albert no pudo más y se levantó. “Seguid, no os molesto”, nos dijo y se sentó en un sillón mirándonos mientras se pajeaba. Nos encantó follar mientras nos miraba. Tenía la polla enorme, el capullo brillante y se lo cubría con la piel del prepucio en cada meneo. La giré para follarla a cuatro patas más que nada para que ella, de rodillas tuviese a su marido delante y viese cómo se excitaba mirándonos.
Teniéndola así empecé a darle azotes en las nalgas. Al principio no muy fuertes, con la mano hueca, que hiciesen más ruido que daño. Curiosamente al que más parecían excitarle los azotes era a Albert, que se frotaba con fuerza al ritmo de las palmadas. Aumenté la fuerza y Laia terminó con las nalgas rojas, gritando como una posesa con la azotaina, agitándose violentamente y apretándose contra mis huevos hasta hacerme daño a mí también.
Albert no pudo más y se corrió echando los chorros de semen en el parquet. Avancé de rodillas empujando a Laia acercándola hasta los charquitos de semen que había dejado su marido en el suelo. Le apreté la cabeza hacia abajo obligándola a lamerlos. Él se volvió loco de la excitación al verlo y empezó a masturbarse convulsivamente otra vez, en medio de sonoros jadeos. Clavándole las uñas en las enrojecidas nalgas y golpeando violentamente su culo con mi pubis también me corrí. En medio de tantos jadeos, bramidos y golpeteos la pobre Laia también alcanzó un orgasmo mientras pasaba la lengua abrillantando la madera del suelo.
Albert se echó para atrás en la butaca dejando que la nueva emisión de semen le resbalase por la polla todavía erecta. Laia se dejó caer de bruces restregando las tetas por el resbaladizo suelo. Cuando se separó de mí unas gotas de semen cayeron de su vulva. Me senté en el suelo apoyando la espalda en el sofá. Al cabo de unos minutos nos levantamos y nos fuimos los tres a la ducha. Casi no hablamos, nos aclaramos y después de secarnos nos fuimos a la cama. Ya mañana tendríamos tiempo de limpiar el salón.
Los dos días siguientes fueron un culto al sexo y al morbo. Nos levantábamos después de un polvo mañanero y nos íbamos a hacer turismo. Ella normalmente llevaba pantalones ajustados de los que siempre sobresalía el tanga, pero esos días le dije que para salir se pusiese vestidos cortos, sin bragas. Barcelona siempre ha sido una ciudad muy liberal y cosmopolita, el sitio ideal para las exhibiciones aparentemente accidentales de Laia.
En Las Ramblas, el Maremagnum, la Barceloneta, el Puerto Olímpico, el teleférico de Montjuic e incluso en el funicular de El Tibidabo, nos metimos mano, nos comimos nuestros sexos y follamos aprovechando cualquier momento medianamente discreto, aunque siempre provocando las miradas lascivas de los que nos acababan descubriendo.
En ese sentido recuerdo dos situaciones que me llamaron la atención. La primera en un banco de Las Ramblas, delante del gentío que siempre pasa por allí. Laia se sentó sobre mí mientras yo me sacaba la polla. Parecíamos una pareja de enamorados haciéndose arrumacos, pero su caliente vagina rodeaba mi pene y en él podía sentir sus espasmos rítmicos. Era como si me masturbase con la mano… Bueno no, estaba tan caliente y mojada que la sensación más parecida era la de una mamada.
La situación nos excitó muchísimo, la gente paseando a nuestro alrededor, vendedoras de flores ambulantes ofreciéndome capullos “para mi novia”… y así, sentada en el banco sobre mí mientras yo la abrazaba por la espalda, susurrándole suavemente al oído, prácticamente sin movernos, Laia se corrió tres veces, a mí al final el morbo también me pudo y me corrí con la mejilla apoyada en su espalda pero estrujándole las tetas.
El otro momento que más recuerdo ocurrió en el Port Olympic, subiendo por una de las rampas que comunican las terrazas de los restaurantes con el paseo me percaté que unos chicos que iban detrás de nosotros se estaban poniendo finos mirando la entrepierna de Laia bajo su corto vestido. Nos paramos como mirando el paisaje apoyados en la barandilla. Ellos se detuvieron unos metros detrás, así que le pedí a ella que se agachase como arreglándose las sandalias. Las exclamaciones a nuestra espalda se convirtieron en una algarabía descontrolada.
- ¡Hostia tíos! ¿Habéis visto que pavo tiene la tía? -dijo uno de ellos.
- ¿Pavo? -me preguntó Laia extrañada.
- Se refiere a cómo te cuelgan los labios del coño -le respondí y ella les lanzó una mirada de odio que en parte acalló los murmullos.
Tranquila -la aplaqué-. Un coño como el tuyo nos produce mucho morbo a los tíos. Es como si dijesen “¡Joder que tetas!” si las tuvieses grandes.
- ¿Estás intentando levantarme la moral? -me preguntó un poco contrariada.
- Te estoy diciendo que tienes un cuerpo súper morboso y deberías estar más orgullosa de él de lo que pareces estar.
- Desde niña me he sentido desgarbada y fea y…
- ¿Y qué?
- Que siempre he tenido complejo de tetas pequeñas y chocho colgón. He pensado muy en serio operarme ambas cosas.
- No sé, es tu cuerpo haz con él lo que te haga sentir bien pero a mí me encanta como es. Las tetas no son muy grandes pero esos pezones en punta que se disparan cuando te excitas me ponen a mil. Y los labios del coño… ufff es que me pongo burrísimo mordiéndolos.
- Ya, Albert me dice lo mismo.
- Pues ya sabes lo que pienso. Cuando quieras ponerme cerdo…
- ¿Tú cuándo no estás cerdo, cariño?
- También tienes razón.
Pues al terminar estas excursiones erótico festivas volvíamos a su casa procurando coincidir con Albert. Él, después de todo el día trabajando y dándole vueltas al coco llegaba totalmente salido. Nosotros rezumábamos sexo por todos los poros pero nos costaba bien poco ponernos otra vez a tono con él, lo que pasa es que su presencia nos ofrecía muchas otras posibilidades.
Albert era el típico cachas de gimnasio, aunque no muy alto, tenía un cuerpo totalmente bronceado y musculado, parecía un picador de playa. Verle a él en el papel de cornudo excitaba mucho a Laia y más aún que yo le utilizase para mis perversiones, corriéndome en su boca o en su culo, azotándole, atándole, poniéndole pinzas. Curiosamente él se dejaba hacer como un sumiso excitado, no sé bien si por el placer de la propia situación o por ver la reacción de su mujer.
Hubo un momento especialmente morboso en la que Laia tomó el mando. Estábamos los tres en el salón, habíamos hecho un bondage con Albert. La cuerda le rodeaba el cuello y con varios lazos alrededor del cuerpo le acababa ciñendo los testículos, pasando por la entrepierna, subiendo entre las nalgas hasta la cintura y de ahí, haciendo elaborados zigzag por la espalda, llegaba otra vez al cuello.
Laia le hizo ponerse a cuatro patas y se sentó en una butaca delante de él con las piernas abiertas masturbándose de manera provocadora. Me ordenó que le fuese poniendo pinzas en la parte de atrás de los muslos, pero Albert estaba tan fibrado que las pinzas no se sujetaban bien y acababan cayéndose. Cambió de ubicación y me pidió que se las colocase en el escroto, que siempre lo tenía blando. Le llegué a poner unas diez formando una especie de corona. Luego le puse una en cada pezón. Costó pero logré que se sujetasen. Cuando pensé que ya había terminado se le ocurrió ponerle una en la punta del todavía flácido pene, estirando el prepucio.
Ella jadeaba mientras se frotaba el coño ruidosamente ante la mirada sorprendida de su marido. “¡Azótale!”, me pidió y yo comencé a hacerlo sonoramente. “¡Más fuerte!” y Albert comenzó a gemir con cada manotazo que le daba. Acabó con las nalgas rojas y yo con la mano dolorida.
“¡Prepárale el culo!” Él la miró mientras emitía un bufido resignado. Le escupí en el ano y le fui metiendo dedos hasta que estuvo dilatado. Cuando le dije que ya estaba, se levantó y al poco tiempo volvió con un espejo que había descolgado de su habitación. Lo apoyó en una silla y lo colocó delante nuestro. Ocupó mi sitio detrás de su marido llevando en la mano el dildo de goma.
- Túmbate delante de él -me dijo.
Y tú cómele la polla mientras yo te follo el culo hasta que te corras -dijo a su marido.
- ¿Y yo? -pregunté.
- Tú ni se te ocurra correrte, que luego te voy a follar.
Me tumbé delante de Albert y él se inclinó sobre mí metiéndose la polla en la boca, empezando a mamarme. Laia le fue metiendo el consolador en el culo, entrando y saliendo cada vez más deprisa. No les veía pero sentía el temblor de su cuerpo y sus mamadas también se acoplaron al ritmo que ella marcaba en el culo. La miré, estaba muy excitada y con los ojos clavados en el espejo que estaba detrás de mí. Me fijé en su marido, él también la miraba en el espejo. Era muy morboso.
Oí una pinza saltar y sentí cómo caía sobre mi pierna al mismo tiempo que Albert se quejaba. Con la excitación se había empalmado y el pene al aumentar de volumen salió del prepucio empujando la pinza que lo cerraba. Pensadlo, muy morboso, lástima que ninguno pudimos verlo, sólo él lo sintió y por la expresión de su cara el dolor debió ser tanto como la excitación. Laia siguió estimulando el culo de su marido con el consolador hasta que éste, sin tocarse se corrió entre jadeos convulsos mientras me comía la polla. Me excité mucho al sentir sus temblores con mi glande rozándole la garganta, pero no podía correrme, sólo sentí su semen cayendo sobre mis piernas.
Ella le dio unos azotes para que se separase y se acercó a mí para comerme también la polla mientras Albert nos contemplaba. Entre ellos se lanzaban miradas desafiantes cargadas de excitación. Sin la pinza del prepucio él ya se podía masturbar, pero seguía con las cuerdas a su alrededor, las pinzas en el escroto y, luego me fijé, la polla de goma todavía en el culo. No acierto a imaginar bien el cúmulo de sensaciones que eso ofrecía, pero aún así él seguía masturbándose.
Laia dejó la felación, avanzó y poniéndose a horcajadas sobre mí se metió la polla en el coño. Inmediatamente sentí su calor ardiente y casi al mismo tiempo los espasmos en su vagina. Era un efecto curioso al que ya me estaba acostumbrando aunque no por ello me dejaba de entusiasmar. Cuando estaba excitada su entrepierna actuaba de manera autónoma. Sin que ella tuviese necesidad de mover un músculo más, su vagina empezaba a palpitar frotando y ordeñando el pene que tenía dentro. En este caso el mío.
Mientras su marido se seguía masturbando mirándonos desde el sofá, ella me sujetaba las manos dejando que nuestros genitales intercambiasen roces ellos solos. Sus ojos, perversos y orgullosos, reflejaban la satisfacción que sentía. Un temblor en sus nalgas me indicó que se acababa de correr. La miré expectante y ella me dijo “Sólo acabo de empezar”. Efectivamente un momento después sentí en mi polla cómo empezaban otra vez sus temblores e iban en aumento hasta que se volvió a correr. Ese proceso se repitió varias veces, cada vez con más intensidad y en una de esas yo me corrí también. Sin moverme, como en un sueño erótico, dejando que mi polla actuase con la misma independencia que su coño. Sólo cuando al terminar se levantó de mi cintura vi cómo de su coño goteaba un líquido blanquecino bastante fluido, mezcla de mi semen con su flujo. ¡Cómo me gustaba follar con una multiorgásmica! Ni que decir tiene que los tres días se nos pasaron volando y al final, mientras me llevaban al aeropuerto los dos me dieron las gracias.
- Yo soy el que os tiene que dar las gracias. Me he sentido fenomenal en vuestra casa.
- Pero lo que tú has hecho es más importante -insistió Albert-. Nuestra vida sexual era un poco…
- Monótona -aclaró Laia.
- Sí, quizás sí, estaba buscando otra palabra pero monótona se ajusta bien -admitió Albert.
- A ver… follamos bastante y tenemos muchos momentos de deseo -aclaró Laia- pero nada parecido a lo que hemos vivido estos días.
- Lujuria a tope -dijo Albert.
- Lujuria y cambio. El tema de la dominación, sumisión. El exhibicionismo. El dolor… -continuó Laia.
- Y el trío contigo… hemos tenido mucha suerte, creo que de haberlo probado con otra persona no nos habría ido tan bien -puntualizó Albert.
- O no nos habríamos atrevido a tanto -concluyó Laia.
- Me abrumáis -admití-. Sé que vivo el sexo de una manera intensa, atrevida y… guarra, si me permitís que lo diga así, pero os he de decir que aún me sorprendo cuando me encuentro a gente que me tachan de pervertido simplemente por hacer y contar cosas que ellos en el fondo desean pero no se atreven a plantearse.
- Nosotros no es que no nos atreviésemos, es que no se nos había ocurrido -dijo Albert.
- Pues ahora que ya tenéis la idea… -sugerí.
- Ahora somos imparables -dijeron los dos riéndose.
En los días que siguieron retomamos nuestras costumbres y seguimos con nuestros encuentros por videoconferencia, aunque nuestro trabajo ya estaba concluido. A veces con Laia sólo, a veces con los dos e incluso alguna vez sólo con Albert, aunque en esas ocasiones sólo hablábamos incluso cuando nos calentábamos planeando cosas para hacer en el futuro. De hecho en muchas ocasiones sólo hablábamos de cosas triviales, aunque estuviésemos los tres. Una de esas veces les encontré especialmente serios.
- ¿Qué pasa? -pregunté.
- Te tenemos que dar una noticia que nos ha hecho muchísima ilusión -dijo Albert.
- Ah, qué bien.
- Vamos a ser padres -dijo Laia.
- ¡Anda qué bien! -dije un tanto asombrado-. Pensé que pasabais de tener hijos.
- Más que pasar es que ya estábamos resignados -dijo Laia.
- ¿Resignados?
- Sí, la concentración de espermatozoides en mi semen resulta que es muy baja -dijo Albert.
- Y yo tengo un ciclo tremendamente irregular y… bueno, cosas que dificultan los tratamientos de fertilidad -dijo Laia asumiendo su parte de responsabilidad.
- ¿Y cómo lo habéis resuelto?
- La solución has sido tú -dijo Albert-. Además de todo nos has dado un hijo. Te estamos tremendamente agradecidos.
- ¿Qué? -pregunté incrédulo.
- Que el bebé es tuyo, pero no te tienes que preocupar de nada -dijo Laia-. Sólo queremos que compartas nuestra alegría.
- Pero… -me iba a estallar la cabeza
- Que nosotros nos haremos cargo de todo -se apresuró a decir Laia-. Sólo queremos que te alegres con nosotros y darte las gracias. Tú no tienes que ocuparte de nada, ni conocerle si no quieres.
- A ver -dije bastante cabreado-. Recuerdo que cuando estuvimos juntos quise comprar preservativos y no me dejasteis porque no te ibas a quedar embarazada. Pensé que utilizabas anticonceptivos.
- Sí, tienes razón -admitió Laia-. Estábamos resignados ya te digo, convencidos de que no me podía quedar embarazada. Lo habíamos intentado todo, pero bueno…
- Bueno ¿qué? -pregunté.
- Que pensamos que no merecía la pena explicarte tantas cosas porque la posibilidad era mínima, pero… -empezó a decir Albert.
- Pero ¿qué? ¡Joder!
- Que teníamos la esperanza que ocurriese -dijo al fin Laia.
- Esperanza que en ningún momento pensasteis compartir conmigo.
- Te hubiese cortado el rollo, cariño -dijo Laia.
- ¿Y cómo estáis tan seguros de que es mío? Albert te folló tanto como yo, igual una de esas posibilidades aunque fuese mínima…
- Ojalá fuese mío -dijo Albert-, pero créeme que las posibilidades son… nulas. Si quieres hacemos una prueba de paternidad cuando nazca, pero de verdad no es necesario porque no te vamos a pedir nada.
- Mirad. Sois una pareja cojonuda pero habéis hecho una cosa que no soporto y es engañarme cuando yo siempre he actuado de buena fe con vosotros.
- Pero cariño…
- No Laia, déjame continuar. Cuando empezamos a conocernos, aprovechando que no os veía me engañasteis, no me dijisteis que estabais los dos.
- Joder, no saques eso ahora -dijo Albert-. Ya te lo explicamos y pensábamos que eso estaba solucionado.
- Sí, tan solucionado como esto. Para vosotros es mejor pedir perdón que pedir permiso. Aunque os hiciese muchísima ilusión, aunque supieseis que la posibilidad era bajísima… ¿No pensasteis que deberíais de habérmelo consultado? Yo igual hubiese tenido una opinión al respecto.
- Era algo que no podría ocurrir jamás -dijo Albert-, pero no queríamos renunciar a la ilusión.
- No podría ocurrir jamás… pero ha ocurrido -dije sin disimular mi cabreo.
- Sí y es casi un milagro -dijo Laia.
- ¡Anda no me jodas! Mirad me habéis fallado en dos ocasiones. Una vez puedo considerarlo un desliz porque no me conocíais. Dos… dos indica que es vuestra manera habitual de actuar. No lo admito.
- ¡Joder Alberto! Te estamos diciendo que por fin hemos tenido una suerte infinita, que te estamos agradecidísimos, que no vas a tener ninguna responsabilidad, que te puedes olvidar de nosotros y de tu hijo si así lo deseas… No te vamos a causar problemas nunca más -dijo Laia echándose a llorar.
- ¡Vosotros sois gilipollas o qué!. Me acabáis de decir que voy a tener un hijo y ya queréis que me olvide de él. Mirad de los que voy a pasar va a ser de vosotros. A partir de ahora sólo mantendremos contacto por correo y sólo por temas relacionados con el bebé. Quiero que me informéis puntalmente y si en algún momento necesita algo que me lo digáis. ¿Puedo confiar en eso?
- Tenlo por seguro -dijo Albert mientras Laia sollozaba. Después de eso corté la comunicación.
No sé, igual mi reacción os parece exagerada pero me sentí defraudado por el abuso de mi confianza. Tener un hijo es algo muy serio. Si me lo hubiesen pedido igual… Bueno no, la verdad es que no, de ninguna manera. Me habría negado, no quiero tener hijos así y después de lo que me habían hecho, que esa pareja educase a mi hijo no me gustaba nada. Joder, estaba hecho un mar de líos. ¿Qué medidas legales podía adoptar? ¿Pero para qué? ¿Para reclamar la custodia compartida? ¡Joder qué puto lío!
Evidentemente dejamos de vernos, lo que después de tanto tiempo me producía una sensación de vacío que además acrecentaba el nerviosismo que sentía. Hasta mi mujer notó que me pasaba algo pero… ¿qué la podía decir?
Todas las semanas me mandaban un correo con las novedades. La ginecóloga le hacía un seguimiento constante porque por sus antecedentes corría peligro de abortar. Al principio había pocas novedades y yo siempre contestaba de la misma manera: “Muchas gracias por mantenerme informado. Me alegro de que vaya todo bien”. Ni besos, ni nada en la despedida.
Cuando estaba en la séptima semana le dieron la baja le mandaron reposo porque el embarazo era de riesgo. Me mosqueé cuando recibí un correo antes de tiempo. Efectivamente durante la novena semana Laia sintió unos fuertes dolores abdominales, ingresó en urgencias pero abortó. El correo terminaba con la frase “Se acabaron tus problemas”.
Me dio muchísima pena, por ellos más que nada. También me enterneció mucho que no se hubiesen atrevido a llamarme para decírmelo. Llamé yo a Laia, lo cogió Albert y me dijo que ella no se podía poner. Lo entendí y le expliqué lo mucho que lo sentía. Me parece que no me creyó y de alguna manera era como si me culpabilizase por un sentimiento de alivio que en realidad no tenía. Me despedí pidiéndole que le dijese a Laia que lo sentía muchísimo y esa es la última vez que supe algo de ellos.
Pero al cabo de los años, cuando escribía estas líneas me vino una idea acordándome de las veces que me habían engañado. “Y si aquello te lo dijeron simplemente para sacarte de sus vidas. Y si…” ¡Joder!
FIN
Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.
Si además lo haces también en tus redes sociales te estaré muy agradecido.
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