lunes, 22 de junio de 2020

El regalo de jubilación

Como ya he explicado en el relato “Las bragas de Raquel”, la presente historia también está incluida en el relato más extenso “Sexo en tiempos de coronavirus. Primera semana”. Han sido algunos lectores los que me han indicado que, por la identidad propia que destaca en ella, debería tener un espacio propio. Las buenas ideas las capto enseguida, así que aquí está.


Se trata de una historia que mi hermana, Toñi, nos contó a mi esposa, Raquel, y a mí, en Madrid, en el mes de marzo de 2020, apenas comenzado el confinamiento.

- Pues hace años -comenzó a contar Toñi-, cuando de jovencita empecé a trabajar en una farmacia me encontré con un jefe curioso. Era el farmacéutico adjunto, el propietario casi no aparecía. Yo le veía como muy mayor pero debería tener nuestra edad actual, algo más de sesenta años.
- Un chaval -dijo Raquel riéndose.
- ¿Y por qué dices que era curioso? -pregunté.
- Pues porque era una persona muy amable, que sabía un montón y tenía muchísima paciencia para enseñarnos, a las ayudantes, con los ayudantes no era tan… atento.
- ¿Os trataba mejor a las chicas para luego cobrarse el favor? -preguntó Raquel impaciente y con algo de enfado.
- Eso es lo curioso. Era muy considerado y paciente con nosotras. Afectuoso pero sin pasarse. Ahora eso sí, a las chicas nos devoraba con la mirada. Él lo intentaba disimular pero se le notaba. Cuando una se subía a una estantería a coger algo, o se agachaba… no podía evitar mirarnos las piernas, era superior a él.
Hay que tener en cuenta que en esa farmacia, además de la venta al público se hacían fórmulas magistrales y análisis de aguas. Dependiendo del trabajo íbamos rotando por las diferentes secciones.
Al empezar nuestro turno nos cambiábamos. Dejábamos nuestra ropa en una especie de taquilla y nos poníamos zuecos y una bata. Si teníamos que ir al laboratorio lo completábamos con un gorro horrible, mascarilla y guantes.
- ¿Y os espiaba en el vestuario? -insistió Raquel.
- Que no. Nunca se propasó en nada. Notábamos sus miradas furtivas intentando traspasar la bata -aclaró Toñi-, pero nunca hizo nada que no debiese. Era como un diabético intentando no mirar a los pasteles de un escaparate. Nos deseaba pero se contenía.
- Qué incómodo ¿no? -insinué yo.
- Pues la verdad es que no. No sé si por el atrevimiento de nuestra juventud o por el hecho de que entonces se hablaba poco de actitudes machistas, pero su conducta nos resultaba muy entrañable. Ya os digo que con nosotras era muy amable, nos ayudaba en todo lo que necesitábamos, nunca tuvo un mal detalle y si alguna vez nos reprendió la verdad es que fue porque nos lo habíamos merecido. Siempre fue muy justo.
- ¿Y cómo casaba todo eso con que se quedase embobado mirándoos el culo? -pregunté.
- Ya os digo que intentaba disimular y el pillarle en esas miradas se convirtió en nuestro juego, pero el hecho de que nos desease tanto como nos respetaba nos producía muchísima ternura.
Ese juego de pillarle en sus miradas adquirió un matiz pícaro porque para pillarle acabamos provocándole nosotras. Alzándonos un poco la bata y agachándonos para buscar algo en la estantería inferior, dejando desabrochado algún botón de la bata, poniendo la escalera a su lado para coger algo del altillo e incluso que la sujetase por “miedo a caernos”.
- Eso era perverso ¿lo hacíais para reíros de él? -quiso saber Raquel.
- ¡No! ¡No! Para nada -respondió Toñi-. Le apreciábamos mucho para eso, además ya os he dicho que su actitud de “abuelito salidillo” nos producía ternura. No nos lo planteamos mucho pero más que nada lo hacíamos como agradecimiento. A él le gustaba tanto y en cambio se habría muerto antes de pedírnoslo… Así que… ¿por qué no agradecérselo con algo que le hacía feliz y a nosotras no nos costaba nada?
- Si te oye alguna feminista te mata -dije yo y Raquel asintió- ¡Vaya que sí!
- ¡No me habléis de feministas que me pongo de mala leche! -nos espetó Toñi.
- ¡Vale! ¡Vale! -dije yo volviendo al tema- Oye y cuando le dejabais que os viese las bragas ¿él qué hacía? ¿Se tocaba?
- No, no. Nunca. Era muy correcto. Lo único que notábamos es que a veces estaba mucho rato en el baño. Era un secreto a voces que era muy estreñido y a veces parecía salir muy contento. Pensábamos que era porque aliviaba el intestino y luego nos enteramos que era por otra cosa.
- ¿Le pillasteis pajeándose? -preguntó Raquel.
- No directamente. Un día una compañera tuvo que entrar al baño poco después que él. Le llamó la atención que detrás del espejo sobresalía algo. Al mirar qué era lo movió y cayó una revista porno. No recuerdo el nombre que nos dijo, pero según ella era muy guarra, nada erótico tipo Playboy. Todo a base de coños abiertos, culos en pompa, tíos follando en grupo… cosas así.
- Mira, el abuelito también tenía su corazoncito -dije yo riéndome-. Se ve que cuando ya no podía aguantar más de veros iba al baño y se “aliviaba” de verdad.
- Ya te digo -dijo Toñi-. Y su excusa para estar mucho tiempo en el baño, lo del estreñimiento, hace tiempo que la empleaba así que la de pajotes que se habría hecho a nuestra costa.
- ¿Y cómo os lo tomasteis? -preguntó otra vez mi mujer.
- Pues con cierto alivio, si queréis que os diga la verdad.
- ¿Alivio? -nos extrañamos casi al mismo tiempo Raquel y yo.
- Pues sí. El tío era tan correcto que a veces teníamos remordimientos por si le estábamos provocando en exceso nosotras, así que el saber que era un guarrillo nos quitó esa sensación.
- Entonces… -empecé a decir.
- Entonces seguimos igual, bueno un poco más atrevidas si cabe, pero él nunca cambió su actitud educada. Siguió tan atento como siempre, ayudándonos en lo que podía y nosotras agradeciéndoselo a nuestra manera.
- ¿Y ya? ¿Eso es todo? -pregunté decepcionado.
- Joder, sí que estáis impacientes -dijo Toñi-. Esto ha sido la descripción del entorno para que os situéis. La historia que os quería contar empieza ahora.
- Pues a éste le tienes a tope -dijo Raquel tocándome la polla.
- Y que lo digas -dije yo levantándome, desabrochando totalmente los pantalones y aflojando los calzoncillos. Fue un gesto un poco arriesgado por mi parte, pero creía que después de esos días Raquel ya estaba más preparada para que el sexo no fuese una actividad exclusivamente privada-, ¿te importa ir meneándome la polla cariño?
- ¿Quieres que te haga una paja? ¿Ahora? -se extrañó mi mujer mirando de reojo a mi hermana. Su expresión parecía decirme “¿te has olvidado de que está ella aquí?”
- No, quiero que me acaricies ahora que viene lo bueno de la historia, ya tendremos tiempo de más cosas. ¿Te va bien así? ¿Estás cómoda?
- Vaya jeta que tienes -dijo a Raquel besándome y empezando a acariciarme el pene. Estaba un poco descolocada pero me siguió la corriente. Bien, la cosa iba bien.
- ¿Puedo seguir tortolitos? -preguntó Toñi simulando impaciencia.
- Por favor -respondimos al mismo tiempo Raquel y yo.


- Pues así estuvimos una buena temporada, algo más de un año -prosiguió Toñi-, hasta que casi sin darnos cuenta llegó su fecha de jubilación. Empezamos a preparar una fiesta de despedida y pensando cómo podríamos sorprenderle y darle un homenaje de agradecimiento por su ayuda en estos años.
A las tres compañeras se nos ocurrió casi al mismo tiempo que tenía que ser algo sexual. Barajamos la posibilidad de regalarle una muñeca hinchable, una suscripción a un canal porno… pero no nos pareció demasiado adecuado, además queríamos algo más personal. Propuse contratar a una striper y a eso le vimos más posibilidades, pero inmediatamente una dijo “¿Y si lo hacemos nosotras? ¿Nos atrevemos?”
Esa propuesta supuso un subidón de adrenalina. Suponía un cambio de respecto a lo que habíamos estado haciendo hasta ahora. Creo que todas las mujeres hemos “jugado” en alguna ocasión a mostrarnos algo más de lo habitual. Nuestra vestimenta favorece eso. Es fácil abrir las piernas descuidadamente o dejar abierto algún botón de la blusa, propiciando las miradas furtivas bajo la falda o en el escote. En la farmacia nos habíamos acostumbrado a hacerlo habitualmente. Era algo que nos excitaba y nos hacía sentir bien, pero esto era dar un salto, pasar de que nos viese las bragas a que nos viese desnudas, incluso tocarle y que nos tocase.

- Bueno, conociéndote -dije yo- no parece que eso fuese un gran problema para ti.
- En absoluto -reconoció ella-, todo eso me ponía un montón, incluso lamentaba que la idea no se me hubiese ocurrido a mí. Ahora lo que pretendía es que mis compañeras no se rajasen.

Les conté el morbo que me daba todo eso -prosiguió Toñi- y la verdad es que se lo contagié, así que sin darnos cuenta ya no discutíamos si lo hacíamos o no sino cómo lo hacíamos.
Llegamos a la conclusión de que lo mejor era organizarlo un sábado. Ese día sólo trabajábamos por la mañana y el laboratorio no funcionaba por lo que nos turnábamos para no ir todos. Buscaríamos el día apropiado en el sólo estuviésemos nosotras con él. Le diríamos que, independientemente de que otro día hubiese una despedida oficial, nosotras habíamos organizado un picoteo para una cosa más íntima, así que después de cerrar nos quedaríamos un rato con él y ese sería el momento para realizar nuestra “sorpresa”.
Así lo preparamos y el último sábado que le tocaba trabajar nos las arreglamos para estar solas con él. Tuvimos que cambiar algún turno pero al final lo coordinamos todo. Llevamos un montón de cosas para preparar un aperitivo y lo preparamos en la rebotica. Nos maquillamos como para una fiesta y nos pusimos medias y ropa interior sexy, yo incluso me puse un liguero. Con la bata encima de todo eso parecíamos unas enfermeras guarrillas. Todo para encajar con el estereotipo del morbo masculino… o eso esperábamos.
Para personalizar nuestro show a su medida estuvimos mirando las revistas del baño. Nunca supo que habíamos descubierto su escondrijo así que íbamos mirando la temática según las iba cambiando. En la mayoría de ellas las fotos, además de ser muy explícitas, eran sobre todo de sexo oral y anal. Lo del culo parecía ser lo que más le interesaba.

- Normal -dije yo.
- A éste el culo le vuelve loco -explicó Raquel a Toñi.
- ¡Qué me vas a decir! -dijo mi hermana riéndose y Raquel me miró como diciendo “vaya hermanos más particulares que sois vosotros”.

- Bueno, el caso es que llegado el sábado en cuestión -continuó Toñi con el relato-, mientras él cerraba y hacía caja, nosotras preparamos el picoteo y nos repintamos un poco. Cuando vino se quedó impresionado por el festín y por lo “reguapas” que estábamos. Se emocionó y por poco se le salta una lagrimita cuando nos decía lo mucho que nos iba a echar de menos. “Y eso que no sabes lo que te espera”, pensé yo.
Empezamos a comer y a beber para relajarnos un poco y dejar que el calor nos soltase. Yo la verdad es que estaba tranquila pero mis compis no y me estaban contagiando sus nervios. Cuando llegó el momento de darle su regalo ninguna quería hablar así que me tocó hacerlo a mí.
“Antes nos ha dicho que nos iba a echar de menos -empecé-. Nosotras sí que le vamos a echar de menos y queremos que lo sepa. Todos estos años nos ha ayudado y hemos aprendido muchísimo con usted. Nos ha exigido mucho pero también nos ha dado mucho y ha estado siempre muy pendiente de nosotras”.
En ese momento unas risitas nerviosas de mis compañeras interrumpieron mi discurso. Él se sorprendió porque no entendía de qué nos reíamos y yo aproveché para introducir el tema.
“Hace tiempo que nos dimos cuenta de sus miradas cuando se nos subía la bata o se nos abría el escote”
“No, no, no se alarme -dije al ver que se ponía en guardia ante esa afirmación-. Su actitud siempre nos la tomamos con cariño, pues aunque es lógico que nos mirase las piernas, siempre lo hacía con muchísimo respeto y nunca intentó propasarse”.
“Yo, yo…” empezó a balbucear él.
“Que no se preocupe, de verdad -proseguí-. Su actitud nos ofreció una manera de agradecerle sus muchas atenciones y ya que le gustaba mirarnos… ¿Por qué no ser también generosas con usted? ¿Por qué no dejar que nos viese?”
“Es que no sólo sois muy trabajadoras, además sois muy buenas personas y… muy guapas” me dijo poniéndose colorado. Me enterneció. Se debatía entre dos sensaciones contrapuestas. Por una parte estaba excitado pero por otra estaba avergonzado por lo que había hecho, sobre todo ahora que sabía que nosotras nos habíamos dado cuenta y le seguíamos la corriente.
Le senté en el ancho sillón reclinable tan útil en las noches de guardia. Agarrándole una mano empecé a bailar sensualmente delante de él. Las chicas empezaron a corearme dando palmas y yo intentaba contener la risa ante la cara de susto que tenía el pobre hombre.
Me desabroché los botones de la parte de abajo de la bata y por la abertura llevé su mano a la entrepierna. La apreté entre los muslos y seguí ondulándome mientras iba soltando el resto de los botones.
Abrí totalmente la bata, dejando que disfrutase de mi conjunto de ropa interior negra. Una sexy braguita transparente que dejaba ver la recortada mata de vello púbico tanto como el sujetador permitía contemplar los duros pezones.
Los dedos de la mano que se movían suavemente entre mis muslos se quedaron quietos. Todo él se quedó paralizado por la visión, sobre todo cuando me pegué a él y puse un pie sobre el asiento del sillón. Mirándole fijamente a los ojos me pasé las manos por los costados y acariciando el muslo solté las trabillas del liguero, liberé la media y la fui enrollando cuidadosamente hacia el tobillo. Luego alcé la pierna y se la ofrecí a él. Me acarició la pantorrilla y me terminó de acariciar la media besándome el empeine.

Imaginándome la historia me estaba poniendo súper cachondo. Raquel me frotaba la polla suavemente. Me pasaba el pulgar por el frenillo y luego lo subía hasta la punta para mojarlo con el líquido preseminal que me empezaba a salir. Lo esparcía con movimientos circulares por el glande y luego se chupaba el dedo con expresión golosa. Toñi estaba atenta a todas nuestras maniobras. Ver nuestra excitación la motivaba y continuaba relatando la historia recreándose en los detalles más morbosos.

- Cuando me quitó las medias -siguió relatando Toñi- me di la vuelta bailando para que me pudiese mirar bien el culo. Sabía que las nalgas y la raja quedaban perfectamente visibles a través de la fina tela y que esa visión le encantaría. Por su resoplido supe que así había sido.
Me agaché hasta que el cierre del sujetador quedó a su altura. Aunque con bastante torpeza, lo consiguió abrir. Me puse de pie y me di la vuelta para mirarle a los ojos. Él tardó en devolverme la mirada, estaba pendiente de mi pubis y mis pezones, cuando lo hizo me bajé los tirantes del sujetador por los hombros y con un gesto me lo quité liberando los pechos delante de su cara.
Sujetándome las tetas pasé los pezones por sus mejillas. Él abría la boca intentando morderlos. Boqueaba como un pez fuera del agua.
Me levanté y acercándome a él le obligué a abrir las piernas. Me puse entre ellas pegada a la silla. Él me acariciaba suavemente. Pasaba sus manos por mis costados, por los muslos y las nalgas. Miraba mis pechos desde abajo y subiendo por las costillas llegaba hasta las tetas. Las apretaba cerrando sobre ellas las palmas de las manos hasta pellizcar los pezones.
Cogí sus manos y las llevé a la cinturilla de mi braguita. La agarró y empezó a tirar de ella hacia abajo. Se detuvo nada más liberar el vello púbico. Lo acarició y metió la mano entre las piernas. Los dedos rozaron mis labios, los abrieron y se metieron entre ellos. Luego sacó la mano, se olió las yemas y se lamió los dedos.
Estaba tan excitado que no se dio cuenta de que con su movimiento me rozó el clítoris y yo di un respingo. Me miró a los ojos y yo le sonreí. Como si hubiese vuelto en sí después de un trance, siguió bajándome las bragas hasta que cayeron solas sobre los tobillos. Entonces me di la vuelta para que disfrutase del plato principal.
Dejé que disfrutase del culo y me acariciase las nalgas. Luego abrí las piernas y fui inclinando el cuerpo hacia delante para que las nalgas se abriesen ante sus ojos y pudiese contemplar al mismo tiempo el ano y la vulva abierta. Para completar el efecto me separé las nalgas con las manos. Sentí su aliento en el culo cuando resopló ante la visión.

- ¡Joder, no puedo más! -dijo Raquel levantándose, metiendo las manos bajo el vestido y arrancándose casi las bragas de un manotazo- Tú ya sabes lo que te toca- me dijo abriendo las piernas. Le hice caso y metiendo la mano bajo la falda le empecé a acariciar los labios de labios de la vulva. Estaba mucho más mojada de lo que esperaba.
- Me encanta que os guste la historia -dijo Toñi totalmente pendiente de nuestra reacción. Recordar aquello la puso muy cachonda, pero más aún ver cómo su recatada cuñada había sucumbido al morbo.

Las manos de mi jefe temblaban cuando me agarraba las nalgas -añadió mi hermana continuando con el relato y lo hacía con tanto detalle que prácticamente conseguía que sintiese como si el que le abría el culo fuese yo.
Se veía que el hombre dudaba, eran tantas cosas que quería hacer, tantas posibilidades las que tenía delante, que la propia ansiedad no le dejaba decidirse. Yo le tranquilicé y sin prisas dejé que se fuese acostumbrando a la nueva perspectiva de mi cuerpo.
Poco a poco sus manos fueron adquiriendo seguridad y recorrieron mi cuerpo con decisión. Me acariciaba la espalda, me agarraba las nalgas y al final se atrevió a abrirlas metiendo la cara en ellas lamiéndome el ano, emulando escenas que seguro sólo había visto en sus revistas.
Sentir su aliento excitado entre mis nalgas me produjo escalofríos así que movida por ese frenesí morboso le levanté de la silla y empecé a desabrocharle la camisa. Mis compañeras se unieron y entre las tres le rodeamos. Una, pegada a su espalda, le rodeó con los brazos y mientras se apretaba restregaba su cuerpo contra el de él y con las manos le acariciaba el paquete, frotándole la entrepierna.
Él estaba un poco violento al tener tres chicas desnudándole, pero como yo ya estaba desnuda y acariciando su pecho pareció coger confianza y relajarse otra vez. Toda esta situación era nueva para él y parecía que le originaba un poco de desconfianza, por eso yo iba un poco por delante de él en mi exhibición y entrega para que así estuviese un poco más tranquilo.
Mientras nosotras estábamos de pie quitándole la camisa y acariciándole, la otra compañera se agachó delante de él y le desabrochó el cinturón para bajarle los pantalones.
Aunque creo que las tres le habíamos palpado el paquete ninguna pudimos evitar mirar su pene cuando quedó al aire. Un gesto que no le pasó desapercibido y un asomo de rubor se hizo palpable en su rostro, probablemente porque fruto del nerviosismo su miembro estaba flácido y de hecho apenas era un botón pegado a sus testículos.
Las tres nos apretamos contra él y la que le bajó los pantalones, ahora arrodillada en el suelo, se metió el pene en la boca y poco después le sacó sorprendentemente transformado, turgente y brillante.
Me senté en el sillón echando el respaldo un poco para atrás. Abriendo las piernas hice que él se sentase entre ellas. Me abracé a su espalda, rozándole los pezones contra su piel le besé el cuello llegando a lamerle la oreja. Con las manos empecé a menear su polla, ya bastante tiesa, mientras él, disfrutando de todo aquello, no quitaba la vista de mis compañeras.
Ellas se contoneaban ante él con miradas cargadas de deseo. Se alzaban ligeramente la bata y se agachaban dejando ver sus sugerentes muslos. Se mordían el labio y se llevaban los dedos a la boca con gestos obscenos, chupando de manera grosera cada una los dedos de la otra, hasta que se fundían en un beso lésbico en el que desbordaban las intenciones provocativas.
Abrazada a su espalda yo podía sentir su corazón latiendo desbocado en el pecho. Podía incluso sentir como la polla le palpitaba siguiendo el ritmo cardiaco. Si su pene antes nos había parecido flácido y poco llamativo, ahora estaba terso, brillante y mojado de líquido preseminal.
Él jadeaba mirando atentamente el baile de sus dos pupilas que, alternando sus besos, se iban desabrochando las batas y lamiendo la piel descubierta.
La ropa se iba acumulando en el suelo a medida que progresaba su danza sensual. Las batas cayeron rápido y luego, con casi insoportable parsimonia, se fueron quitando la una a la otra el sujetador y las bragas.
Mi nuevo exjefe jadeaba y temblaba en mis brazos como una hoja, sobre todo cuando los cuatro duros pezones se restregaban sobre su cara.
Cuando planeamos montar nuestra sorpresa, sabiendo lo que le gustaba el anal, propuse a mis compañeras ser especialmente guarras y abrirnos obscenamente el culo delante de él, haciendo que se quedase corta la peli más porno que él jamás hubiese podido imaginar.
Mis remilgadas compañeras consideraron que eso era pasarse varios pueblos y que con un estriptis y una pajilla ya tendría una despedida memorable. La verdad es que entonces les di la razón, no hay que obligar a nadie a ser más guarra de lo que es y vernos desnudas seguro que ya era para él premio suficiente, mucho más de lo que podría haber nunca imaginado.
Pero… ya me había hecho a la idea y me apetecía ser guarra, mucho. Me mojé abriéndome las nalgas delante de él, sintiendo sus ojos primero y luego su lengua recorriéndome el culo. Ahora estaba disfrutando abrazada a su espalda, sintiendo su cuerpo excitado mientras le meneaba la polla, cada vez más dura, mientras mis amigas terminaban su espectáculo lésbico y contagiadas por el morbo de la situación iniciaban un imprevisto show hard porno, restregando sus nalgas en el rostro de nuestro antiguo jefe.
Él estaba excitado, yo estaba excitada, tanto que me di cuenta que le estaba pasando mi activación a él. Procuré moderarme porque si no iba a conseguir que se corriese antes de tiempo y aún había mucho espectáculo por disfrutar.
Cuando aquellas dos guarras se cansaron de perrear delante nuestro, se arrodillaron y se acercaron gateando a nosotros.
Cuando una chica modosita pierde sus inhibiciones se pone muy cerda. Cuando dos se retroalimentan el morbo no tiene límites. Sólo había que ver la expresión de sus caras. Estaban desbocadas, iban a devorar al jefe, no había solución, mejor dejarlas.
Solté la polla. Ellas la cogieron y se la metieron por turnos en la boca. Mientras una le lamía el glande la otra le acariciaba los huevos. Su pene iba desapareciendo alternativamente en sus bocas. Veía sus lenguas recorriéndolo y me excitaba sobre todo cuando se ponían una enfrente de la otra chupándolo coordinadamente, rozándose mutuamente los labios mientras recorrían la polla como si fuese una armónica.
Su respiración se agitó. Se agarró con fuerza a los reposabrazos del sillón. Se echó para atrás y se arqueó alzando el culo. Aproveché para para meterle una mano bajo las nalgas. Le pude meter el dedo en el culo justo antes de que se corriese, aunque quizás eso precisamente fue lo que lo desencadenó.
Empezó a agitarse entre mis piernas y eyaculó gimiendo, llenando de semen la cara de mis compañeras. Cuando terminó nos quedamos los cuatro sorprendidos. Ninguno esperábamos llegar a eso y nos quedamos un poco como… avergonzados. Hasta que una se limpió el semen de las mejillas con la yema de los dedos, lo miró, lo olió y luego lo lamió saboreándolo. Cuando se besaron las dos mi jefe por poco se desmaya en mis brazos.

- Joder, eso es un regalo de jubilación y lo demás son tonterías -dijo Raquel apretando mi mano contra su entrepierna.
- Pues sí -admitió Toñi-. De esas cosas que no planeas y al final salen de puta madre.
- Oye ¿y habíais pensado que con ese subidón de adrenalina le podíais haber provocado un infarto al pobre hombre? -pregunté.
- ¿Lo dices por ti? -preguntó Toñi.


FIN

Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.

Si además lo haces también en tus redes sociales te estaré muy agradecido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario