Señores pasajeros, en unos minutos tomaremos tierra en el aeropuerto de Santiago. Les rogamos se abrochen los cinturones de seguridad, plieguen las mesitas y pongan su respaldo en posición vertical. El comandante Del Moral y toda su tripulación les agradecemos…
La cantinela de la megafonía sacó a Alberto de su ensimismamiento. Recogió sus notas y volvió a meter los papeles en el portafolios. Su mente voló hacia las circunstancias que le habían embarcado en ese viaje. No pudo evitar una sonrisa al recordar la sorpresa del decano de la Facultade de Psicoloxía cuando dijo que aceptaba dar la conferencia que le proponía. Ya le habían tanteado varias veces, pero su agenda nunca le permitía aceptar. Esta vez tampoco lo habría hecho… de no ser por Elena.
Elena, una tuitera que conocía hace meses pero con la que había intimado hace muy poco. Una chica que gustaba de curiosear y fantasear sobre el sexo desde la seguridad de su anonimato. Ella sabía que su curiosidad no pasaría de la fantasía. Él, antiguo amo, sabía que nunca volvería a responsabilizarse de ninguna sumisa. Los dos estaban equivocados.
Las conversaciones por Internet entre Elena y Alberto se habían intensificado últimamente. A la muchacha le atraía la experiencia en BDSM del maduro profesor. A Alberto le cautivaba la frescura con la que ella hablaba del sexo y se mostraba ante él con una naturalidad a la que ya no estaba acostumbrado.
Su curiosidad llevó a Alberto a irle contando experiencias que no había compartido con nadie, aparte de las sumisas con las que las había vivido. Enseguida supo que ella sería una buena sumisa, a no ser por el hecho de que ella jamás asumiría una relación en un plano que no fuese de absoluta igualdad, que jamás obedecería las órdenes de nadie y nunca permitiría que nadie le pusiese la mano encima.
Eso descartaba cualquier posibilidad de una experiencia BDSM, salvo por el hecho de que la propia curiosidad de Elena la llevaba a fantasear sobre ese tipo de situaciones, pero en las que ella tenía el control sobre lo que estaba dispuesta a hacer. Como Alberto había bromeado en alguna ocasión:
- Tienes espíritu de sumisa, sólo necesitas un amo que esté dispuesto a mandarte lo que tú quieras.
- Es que soy una sumisa insumisa.
De hecho eso era lo último que habían hablado cuando le llamaron de la Universidad de Santiago. Hacía meses que él había tenido que rechazar asistir a ese ciclo de conferencias por problemas de agenda, pero un profesor que iba a ir había tenido un problema a última hora y por ello le volvían a insistir.
Prácticamente estaba volviendo a decir que no cuando se oyó a sí mismo decir “de acuerdo”. ¿Qué?, ¿de verdad? Fue la atribulada respuesta del decano que no acababa de creerse el problema que se había quitado de encima.
En realidad, cuando hablaba con el decano en su mente estaba la conversación con Elena. Sólo pensaba en ella cuando dijo que sí. No le importaban los cambios que tendría que hacer en sus otros compromisos, sólo pensaba en decirle a ella “la semana que viene estaré en Santiago, piensa cuando te va bien que te invite a un café”.
Hacía mucho tiempo que había dejado de pensar con la polla. No pretendía quedar para echar un polvo. Sólo le apetecía tener una conversación cara a cara. Conociendo a Elena sabía que era difícil que aceptase, pero tenía que intentarlo, si no se arrepentiría siempre.
- ¡¿QUÉ?! – escribió Elena sorprendida, cuando le comunicó la noticia.
- Lo que te digo, voy a estar dos días invitado por la Universidad de Santiago y si tienes un rato me gustaría tomar un café contigo, charlar un rato. Nada más.
- No quedo con gente de aquí.
- Lo sé.
- No me pongas en ese compromiso.
- A ti también te apetece.
- No vivo en Santiago.
- Puedo ir donde me digas.
- Noooooo, por aquí me conoce todo el mundo.
- Piénsatelo. Yo me he liado la manta a la cabeza y me he dejado llevar. Y mira, es una sensación agradable.
- No quiero tener sexo.
- Yo sí, pero sé que no lo vamos a tener. No voy pensando en eso.
- Me lo pensaré.
Bueno, eso era casi un sí. Había hecho bien en aceptar. Todo lo demás ocurrió de modo natural.
En la universidad le ofrecieron una lista de alojamientos. La mayoría de los ponentes estaban en la misma residencia universitaria, por la comodidad que representaba la proximidad a la facultad. Él eligió el Hotel Compostela. Situado convenientemente separado de la universidad y en el mismo borde del casco histórico, era mucho más adecuado si al final quedaba con Elena.
Cuando la muchacha se decidió a aceptar él se alegró de haber programado la llegada para el día anterior al inicio de las conferencias. Colocó sus cosas en la habitación del hotel y se fue a dar una vuelta por la ciudad. Santiago era un hervidero de animación. El bullicio de las calles del centro le agobiaba un poco. Una mezcla de estudiantes, turistas y peregrinos parecía llenarlo todo.
Habían quedado a las seis en la terraza del Café Quintana. Aún faltaba casi una hora pero acababa de dejar de llover y el sol llenaba de brillos las calles mojadas. La gente iba a aprovechar seguro ese ratito de buen tiempo. Temía que no hubiese una sola mesa libre y efectivamente, cuando llegó vio que estaba todo ocupado. Tuvo que deambular un rato por la zona hasta que se dio cuenta de que un grupito empezaba a recoger en una mesa a cubierto. La ocupó adelantándose a una parejita que también estaban buscando sitio. Respondió con su sonrisa más encantadora a la furibunda mirada que le echaron.
Miró a su alrededor. Elena había elegido muy bien el sitio. Un espacio abierto, lleno de gente. No pensaba intentar nada, pero aunque lo hiciese allí no podría ser. Habían quedado para tomar un café y hablar. Estaba claro que eso es lo que harían, sólo eso.
Un poco después de pasadas las seis los dos se reconocieron simultáneamente. Más por la actitud de búsqueda que por la fisonomía. Su relación se basaba en intercambiar mensajes por Twitter, fantasear con lo que cada uno haría si pudiese recorrer el cuerpo del otro. Alguna foto explícita para aumentar la excitación de las conversaciones, alguna de cara para conocerse, pero nada más. A no ser porque habían quedado precisamente allí, lo más probable es que si se cruzaban por la calle ni se reconociesen.
Elena llevaba un vestido primaveral que realzaba su aspecto juvenil y una rebeca sobre los hombros. En Santiago siempre hay que llevar algo para abrigarte por la tarde. Él, unos tejanos y una camisa de manga larga que se había remangado con dos vueltas. Su americana estaba doblada sobre una silla que queda libre.
Los primeros momentos fueron un poco incómodos, fríos. Dos besos en las mejillas, ¿qué vas a tomar?, ¿qué tal el viaje?, que sorpresa ¿no? Parecían dos desconocidos. Toda la confianza y el atrevimiento que tenían en sus conversaciones eran fruto del medio en que ocurrían. Es fácil hablar con alguien que no conoces, decir cosas sin miedo a las consecuencias, cada uno en la seguridad de su habitación. Pero ahora lo hacían por primera vez mirándose a los ojos.
- He venido a tocarte -dijo Alberto poniendo su mano sobre la de Elena.
- No sé, perdona, pero se me hace raro.
- A mí también, pero mira, si aquí no se nos da bien siempre nos quedará internet.
- ¿Y si fastidiamos también aquello? -preguntó la chica.
- Pues entonces es que somos muy tontos y no merecemos lo que tenemos.
- Jajajaja siempre me haces reír.
- Follar con quien te divierte es algo que no tiene precio. Y no digo que vayamos a follar -prosiguió él al ver la cara de sorpresa de Elena.
- Oye que tampoco digo yo que no, sólo es que me has sorprendido de repente.
- No nos planteemos eso ahora. Mira, te he traído unos regalos. Tenía tres ideas y no sabía por cuál decidirme, así que te he traído las tres.
- Hombre ¿por qué te has molestado? No hacía falta.
- Bueno, son regalos con trampa, en realidad los disfrutaré yo más que tú.
- A ver qué se le ha ocurrido al señor.
- Veamos, este es el primero.
Elena desenvolvió un paquetito y se encontró con una gargantilla de cuero negro, muy suave, que se ajustaba con un velcro y en la parte de delante tenía el adorno de unos cristalitos brillantes con una arandela en medio de la que colgaba una plaquita que llevaba grabado el nombre de “Elena”.
Cuando se lo fue a poner se lo quedó mirando. Esto es como…
- Esto es un collar de sumisa. Sabes que yo no…
- Jajajaja, no. Si fuese un collar de sumisa la placa llevaría mi nombre, perdón, del amo al que pertenecieses. Pero lleva tu nombre, porque tú eres tu dueña.
- Mmmm me gusta esa simbología.
- Y lleva un complemento para colgar de la arandela -dijo él, alargándole una correa del mismo material.
- ¿Una correa de perrita?
- Una correa para que te la enganches al collar y se la des a quien tú quieras.
- A ti ¿no?
- Mujer, sería un detalle.
- Nunca admitiré que lo he dicho pero me encanta -dijo la muchacha besándole la mejilla.
- Bien, pues a ver si en este otro también he acertado.
En la bolsa salmón y fucsia había una caja con la etiqueta de Victoria’s Secret que hizo que Elena le mirase con sorprendida incredulidad, pero ante su gesto siguió abriéndola aunque sin sacarla de la bolsa. En la caja había un conjunto de sujetador con braga y tanga, todo color café, combinando raso y encaje que le daba el toque justo de transparencia. No era una tonalidad que ella hubiese elegido, pero tenía que reconocer que haría juego con sus ojos y su pelo. Quedaría muy elegante.
- Te has arriesgado mucho.
- No. Si no me has engañado te ha de quedar bien. Sujetador 85 D, braga y tanga M. El color es el que me gusta para ti. Ya te dije que lo iba a disfrutar yo.
- Pero…
- Mira el tercer regalo.
Una caja pequeña, parecía de un móvil. Lush Lovense ponía en la tapa. Al ver el dibujo del costado supo qué era y le dio una carcajada que hizo que se girasen los de las mesas de al lado. Siempre había fantaseado con tener un vibrador controlado a distancia. Ahora lo sostenía entre las manos.
- Alberto, estás loco.
- Pero eso ya lo sabías. Vamos a configurarlo. Te tienes que bajar al móvil la aplicación de Lovense. Yo ya lo he hecho. El código del dispositivo es este que viene aquí. Cuando lo enciendas tienes que tener el bluetooth activado. Cuando lo hagas mi aplicación me avisará que está activado. El resto es cosa mía.
- Gracias, eres un cielo -dijo ella abrazándole mientras le daba un beso en los labios- Pero dime listillo ¿cómo me presento con todo esto en casa?
- Algo se te ocurrirá.
- Bueno, yo también te he traído algo.
- ¿Ah, sí? ¿Algo guarrillo también?
- Mucho más, ya verás.
Mirando rápidamente a los lados se metió las manos bajo el vestido mientras se levantaba un poco de la silla. Con un ágil movimiento las bragas quedaron en sus rodillas. Con el siguiente las bajó hasta los tobillos y luego se las quitó de un pié y luego del otro.
- Su regalo señor. ¿He acertado?
- Totalmente -dijo sujetando las bragas con las dos manos y llevándoselas a la cara.
- ¡Bien! Punto para la Eleni.
- Ummmm, hueles muy bien.
- Gracias caballero, cuando desee olerme más…
- Jajajaja, parece que has hecho esto toda la vida.
- ¿Quitarme las bragas en público? ¿En la calle? Pues no, se me acaba de ocurrir y sepa usted que es la primera vez y que me he puesto muy perra por culpa suya.
- Eres un encanto -dijo él riéndose.
- ¿Crees que se habrá dado cuenta alguien?
- Creo que no. A un camarero se le ha caído la bandeja con los vasos y al chico ese de la pareja que nos mira con mala cara desde que les quité la mesa, su novia le acaba de meter un bofetón, pero no creo que tenga nada que ver.
- Si te digo la verdad no me importa. Ha sido un impulso repentino pero uffff cómo me he puesto. Voy a mil.
- Jajajaja ya te veo, ahora das la auténtica imagen de gallega con mejillas sonrosadas.
- Parece que por fin somos nosotros dos.
- Mmmm sí. ¿Sabes? Esta intensidad me recuerda a aquella mañana que me pusiste un mensaje diciendo algo así como “por si te interesa tengo dos dedos metidos en el coño y estoy muy cachonda”.
- Claro que me acuerdo, pero es que por la noche estuvimos hablando hasta las tantas y me dormí toda perraca. Así me desperté.
- Ya, pues por la mañana nos pusimos buenos los dos.
Recordando anécdotas que habían vivido en la distancia por fin pudieron redefinirlas poniéndose voz, piel, olor, miradas… de manera que el tiempo se les pasó volando y estaban cada vez más excitados.
- Oye, ahora en serio, los guiris de aquella mesa se han dado cuenta de que no llevo bragas y no me quitan ojo.
- Joder, son dos armarios. Ahora me voy a tener que pegar con ellos.
- Jajajaja ¿qué dices? Estoy disfrutando yo más que ellos.
- Por tu honor me hubiese pegado, que lo sepas.
- Venga payaso, vámonos o te violo aquí mismo.
Iban caminando por las callejuelas. Elena podía no ser de Santiago, pero parecía conocerlo bien.
- Joder entre la cerveza e ir sin bragas estoy que reviento. Tengo que hacer pis ya.
- Vale, allí hay un bar.
- ¿Qué dices? Se me ocurre algo mejor.
Le cogió de la mano y le guió por una bocacalle hasta llegar a un callejón en ángulo en el que sorprendentemente no había nadie.
- No me preguntes cómo conozco este sitio -dijo Elena mientras se ponía en cuclillas, con los pies separados y de espaldas a la pared.
Alberto la miraba divertido. No era la primera vez que la veía mear, pero no es lo mismo por internet, que aquí, en la calle, en pleno día y mientras sus ojos castaños le miraban con esa cara de pilla.
Le alargó un kleenex, ella se secó agradecida mientras preguntaba:
- ¿Tú no tienes ganas?
- Sí, de muchas cosas.
- Digo de hacer pis.
- Pues sí, pero con el empalme que llevo ahora no podría.
- ¿Ah sí? A ver…
Alberto se acercó pensando que le tocaría la entrepierna, pero Elena, todavía agachada le bajó resuelta la cremallera de la bragueta y comenzó a hurgar dentro. Él, sorprendido, hizo un ademán de retroceder.
- Vaya ¿el señorito es vergonzoso?
- Estoy sorprendido. No quiero que te sientas obligada.
- ¿Parezco obligada? Mira, nunca he hecho todo esto. En público quiero decir. El corazón me va a tope, estoy super excitada y me encanta, así que déjame que baje esa erección para que puedas hacer pis, coño.
Alberto, sorprendido se dejó hacer. La verdad es que estaba un poco preocupado por si aparecía alguien, pero más que nada por ella. Ella, sin embargo seguía chupando. Apretando el glande con los labios. Pasando la lengua por la punta, por el frenillo. Sorbía metiendo el capullo hasta la campanilla, mientras con una mano le agarraba la base de la polla, moviéndola adelante y atrás y con la otra le acariciaba los testículos. La verdad es que si intentaba recordar una situación más morbosa probablemente no la encontraría.
- ¿Me puedo correr en tu boca?
- ¿?
- Que si me puedo correr en tu boca.
Respondió moviendo la cabeza afirmativamente, con contundencia, como si esa pregunta sobrase. Él sujetó con ambas manos la cabeza de la chica, sintiendo la melena castaña enredada entre sus dedos. Gimió. Acariciar su cabello le había colocado al borde del orgasmo. Acompasaron sus movimientos en una cadencia larga, intensa, no violenta, hasta que los latidos rítmicos del pene llenaron de semen la boca de Elena, que lo bebió con tragos golosos.
Alberto era consciente de la cara de sorpresa que debía tener. Sinceramente todavía no se lo acababa de creer.
- Jajajaja ¿le ha gustado al señorito? -preguntó ella secándose los labios con el dorso de la mano.
- Vamos a ver ¿tú no eras la que no querías…?
- Yo soy la que se pone a mil con las situaciones morbosas ¿o ya no te acuerdas?
- Ya pero…
- Pero, pero ¿qué? Oye, por cierto, sabes muy bien. ¿Puedes ya hacer pis?
Con la boca abierta por tanta sorpresa se percató que tenía la polla fuera y bastante flácida.
- Pues se ve que sí ¿quieres verme?
- No, siempre he tenido ganas de hacer esto -y cogiéndosela con la mano dijo- Venga, vamos, suelta.
El líquido tardó más de lo habitual en salir pero enseguida ganó fuerza. Elena, entre risas, le manejaba el pene haciendo puntería con el chorro, apuntando a unas piedrecitas y hojas que había en el suelo.
- Pero que divertido, que suerte tenéis los tíos. Nosotras no podemos hacer esto.
- Bueno, yo tampoco lo suelo hacer, no creas.
- ¿Catedrual? -dijo de repente detrás de ellos una voz con acento extranjero.
- Por allí -señaló Elena a dos turistas despistados para que volviesen por donde habían venido.
Rompieron a reír, se compusieron un poco y se fueron ellos también por el mismo camino.
- ¿Dónde vamos ahora?
- A tu hotel ¿cuál es?
- ¿A mi hotel?
- Anda mira que listo, como él se ha corrido a mí que me den ¿no?
- No, no, claro que no. Es el hotel Compostela, en la calle…
- Sé donde es. Mmmm por allí. Y dime ¿cómo me vas a hacer correr?
- Ah ¿voy a poder decidir?
- Claro, tú eres el amo.
- Sí, amo de los cojones.
- Y de la polla. La tienes muy graciosa por cierto.
- ¿Graciosa?
- Sí, porque cuando está fofita sigue con el capullo fuera, como pidiendo más guerra.
- Yo sí que te voy a dar guerra. Venga, vamos y si conoces un atajo mejor.
Llegaron al hotel antes de lo que Alberto se esperaba. En el paseo que habían dado por las estrechas calles se había desorientado y se sorprendió agradablemente al ver que ya estaban allí.
Se quitó la americana y se sentó en costado de la cama. Atrajo a Elena hacia sí. Le quitó la rebeca y la abrazó con una mano por la cintura, por encima del vestido, mientras que con la mano le acariciaba las piernas por debajo de él e iba subiendo. Mientras él le acariciaba las nalgas, ella jugaba con su cabello. Los dos disfrutaban del tacto del otro. Su mano llegó al sujetador y lo desabrochó con tres dedos. Normalmente no se le daba tan bien, pero esta vez acertó a la primera.
Liberó los pechos y jugueteó con ellos, pellizcando los pezones, cada vez más duros. Se levantó y le quitó el vestido por encima de la cabeza. El sujetador desabrochado estaba encima de las tetas. Negro. Era el conjunto de las bragas que le había regalado. Se lo quitó. Se puso a su espalda y la abrazó por detrás. Una mano seguía masajeando los pechos mientras con la otra buscaba en los recovecos del pubis.
- ¿Estás tan cerda como yo?
- Mucho -dijo mientras se giraba de repente y empezaba a desnudarle con urgencia.
Su ropa iba llenando la cama y cuando sólo quedaba quitarle el bóxer se arrodilló y le dio la vuelta.
- La polla ya la he visto. Ahora quiero comprobar si el culito está a la altura. Buena pinta tiene -dijo dándole un palmadita en las nalgas, justo antes de bajarle el calzoncillo.
Se puso de pie y se aferró a él por detrás. Le sujetó la polla con las dos manos, mientras apretaba la cadera contra sus nalgas y las tetas contra su espalda.
Estaba besándole la base del cuello cuando él se giró, aparto la ropa de la cama de un manotazo y la tumbó. Se puso encima de ella, le abrió las piernas le besó la vulva. Él se mantenía sobre las rodillas para no pesarle. Su pene descansaba sobre su cara. Ella lo cogió con las manos y lo llevó a su boca moviéndolo arriba y abajo.
- No -dijo él- No te ayudes con las manos. Sólo con la boca.
Elena se agarró a las nalgas de él mientras con la boca le besaba y chupaba lo que quedaba a su alcance, la punta del pene y poco más.
La saliva de Alberto se mezclaba con los flujos de Elena, que bañaban su vagina estimulados por la lengua que jugaba con su clítoris y se introducía rítmica y constantemente en el caliente canal.
Su cadera subía y bajaba al son de los gemidos que salían distorsionados por el pene que se esforzaba por mantener entre los labios.
Cuando le llegó el orgasmo estaba tan excitada que le hubiese mordido a no ser porque el dedo que Alberto le introdujo en ese preciso momento en el ano le hizo gritar. No de dolor. Fue la sorpresa la que le hizo reaccionar. Y en ese momento cayó en la cuenta de la facilidad con la que el dedo penetró y el placer que sintió cuando el clímax coincidió con la violación de su culo.
Estaba súper excitada y a pesar de lo que le había dicho sujetó la polla con ambas manos para metérsela en la boca y volver a beber su semen así como estaba. Ahora era el turno de él.
- No -volvió a decir Alberto.
- Amor, córrete para mí.
- ¿Has visto la bañera?
- ¿La bañera?
Fueron al baño y vio a qué se refería. Una ducha de hidromasaje en una bañera redondeada en la que los dos se metieron mientras Alberto regulaba los chorros y la temperatura del agua.
Sus manos se recorrían mutuamente. El agua les tonificaba la piel llevándose el sudor e incrementando el deseo urgente que que los dos sentían a pesar de las horas que llevaban explorando sus cuerpos.
- Apóyate aquí -le dijo Alberto mientras acompañaba con la mano el masaje de los chorros.
Concentró un chorro en el ano de la chica dejando que la calidez del agua aumentase su sensibilidad. Desde atrás siguió jugando hasta que estuvo suficientemente dilatado y lubricado. Alberto intentaba hacer coincidir siempre las primeras experiencias anales con una buena ducha. El agua caliente sobre los cuerpos desnudos aumenta la excitación, ayuda a la penetración y da una sensación de higiene que disminuye el pudor de los novicios.
- Voy a usar preservativo y te voy a desvirgar el culo. Creo que ya estás lista. ¿Quieres?
Probablemente el condón no hubiese sido necesario, pero sobre todo la primera vez quería que Elena se sintiese segura.
Ella contestó con un movimiento afirmativo y él empezó a introducirle el pene en el ano. Después de todo el trabajo anterior el pene se introducía fácilmente. Al sentirlo dentro, Elena instintivamente contrajo el esfínter.
- Tranquila, es normal. No pasa nada. En el momento que no estés a gusto lo dejamos.
- No, no, es que me ha dado impresión. Es bastante más gorda que el dedo.
- Venga, pues déjame que ponga la guinda en tu pastel.
Con el pene introducido hasta aplastar los testículos contra sus nalgas, Alberto la abrazaba y estimulaba su clítoris con los dedos.
A medida que aumentaba su excitación eran los propios movimientos de la pelvis de Elena los que hacían que el pene entrase y saliese de su ano. Viendo que ella iba cogiendo confianza Alberto le soltó la vagina agarrándola sólo de las caderas. Acompasándose con el movimiento de ella, el pene iba entrando y saliendo con sonoros golpeteos contra sus nalgas.
Era ella la que ahora se estimulaba el clítoris y con el agua, el calor, el morbo de la primera vez y la seguridad que Alberto le había hecho sentir, el pene entrando y saliendo de su ano se convirtió en una sensación extremadamente agradable.
El orgasmo fue una explosión y los gemidos de Elena se convirtieron en un grito. El esfínter se volvió a cerrar, más fuerte aún, sorprendiendo a Alberto, ordeñándolo literalmente mientras se corría con un sonido gutural.
Se quedaron los dos abrazados bajo los chorros de la ducha. Los dos empezaron a reírse convulsivamente. No dijeron nada más. No hacía falta. Se secaron y se volvieron a vestir.
- Cielo, voy a pedir algo al servicio de habitaciones. ¿Te va bien una tabla de quesos y una de ibéricos?
- Sí, perfecto -contestó desde el baño. No era lo que ella hubiese elegido pero no le apetecía pensar.
- Para beber ¿albariño y agua mineral?
- Mmmm sí, pero voy a beber poquito.
- ¿Postre?
- De postre te volvería a comer a ti, pero si volvemos a empezar… Por mí nada -concluyó ella riendo.
Comieron con apetito, pero a Elena se le hacía tarde y tenía que volver conduciendo, así que la mayoría de la comida quedó en la mesa.
Mientras iban paseando al parking donde Elena había dejado el coche, Alberto le invitó a asistir a su conferencia del día siguiente.
- Trabajo de mañana. No podré ir, pero me gustaría mucho oírte. Me apetece mucho verte en tu propia salsa.
- A mí lo que me apetecía es volverte a estar otro rato contigo.
- A mí también. Me ha encantado conocerte.
- Bueno, seguiremos en contacto -dijo Alberto intentando disimular su decepción.
Se abrazaron sabiendo que no se volverían a ver. Los dos lo creían.
A la mañana siguiente Alberto llegó temprano a la facultad. Le gustaba familiarizarse con el sitio en el que iba a hablar, además tenía cosas que consultar con sus colegas.
Mientras montaba su presentación en el ordenador y comprobaba cómo se veía, no dejaba de pensar en Elena. Aunque siempre tenía especial cuidado en la limpieza de su cabello y aunque en la ducha de esa mañana se había entretenido más de la cuenta, añorando la de ayer, tenía la sensación que su barba estaba impregnada del sabor del sexo en el que se había sumergido anoche. Sabía que era algo psicológico, que el aroma ya sólo estaba en su mente, de todos modos inspiró intensamente, casi era un suspiro con el que intentaba saciarse de un sabor que no volvería a sentir.
Una musiquita nueva llamó su atención desde el móvil. Al mirar se dio cuenta que era la aplicación del vibrador. Elena lo había activado. Probablemente ya lo llevaba dentro. La idea le hizo ilusión, pero sobre todo porque implicaba que ella estaba pensando en él. Estuvo a punto de activarlo para darle un pequeño toque a modo de saludo. Se contuvo. No quería sorprenderla conduciendo o algo así y que la broma se convirtiese en un susto. Por lo menos las primeras veces que lo empleasen quería tener controlada la situación.
Salió del salón de actos buscando un sitio más tranquilo para llamarla cuando por poco se le cayó el teléfono de la sorpresa. Elena salía de un baño y al verle se dirigió hacia él sonriendo.
- Hola. Te he sorprendido ¿verdad? Otro punto para la Eleni.
- Punto y juego para la Eleni, sí -dijo mientras le daba un beso con un abrazo en el que los dos se apretaron como si hiciese una eternidad que no se veían.
- Que bien que hayas podido venir -continuó Alberto- Te has puesto el collar. Te queda muy bien.
- Es precioso. Y me he puesto más cosas.
- Del vibrador ya me ha avisado el móvil. ¿El conjunto también?
- Eso lo tendrás que descubrir tú -le respondió con una sonrisa pícara.
- Mmmmm que contento estoy de que hayas venido ¿Te ha costado mucho cambiar el turno?
- Una mamada al jefe.
- ¿Qué?
- Jajajaja que cara has puesto. No, una compañera me ha cambiado el turno con tal de que luego se lo cuente.
- ¿Qué?
- Tu conferencia. Le interesa la Psicología. ¿Qué otra cosa puede haber que comentar? Esto es una universidad seria ¿no?
- Pero que gamberra estas hecha. Venga ponte por ahí que ya tengo que empezar. Presta atención que luego te voy a examinar.
- ¿Y me vas a castigar si fallo?
- Que te sientes.
- Mmmmm creo que voy a fallar todas las preguntas que me hagas.
Fue a la mesa que había en el escenario que presidía la sala y colocó sus cosas. Entre ellas el móvil. En silencio pero en la aplicación del vibrador. Disimuladamente lo activó en un toque con intensidad baja. De reojo vio como Elena dio un respingo en el asiento. Punto para la Eleni, pensó. Hoy te has ganado unos cuantos. Se sonrieron y ella supo que no se iba a aburrir en la conferencia.
El decano presentó a Alberto y él inició su exposición. Se veía que estaba cómodo hablando en público. Se movía con soltura por el escenario y apoyaba sus argumentos con las diapositivas de la presentación a las que iba dando entrada con cierta teatralidad. A Elena muchos aspectos le pasaban desapercibidos, pero el auditorio parecía estar sorprendido agradablemente con las cosas que iba contando el orador.
Lo que a ella de verdad le sorprendía es que Alberto, mientras hablaba, gesticulaba e iba llamando la atención sobre diversos aspectos de las diapositivas, a veces metía la mano desenfadadamente en el bolsillo de la americana y le daba un toque al vibrador. A veces lo veía venir y se lo esperaba. Otras veces la mano estaba tiempo en el bolsillo sin que pasase nada y otras veces mientras gesticulaba con las dos manos le llegaba una sacudida que le hacía encharcar la vagina. A veces dejaba el mando de las diapositivas en el bolsillo y en su lugar cogía el movil, con el que iba gesticulando y explicando igual que cuando tenía el mando. Elena nunca sabía cuando le iba a llegar la sacudida, aunque no quitaba ojo de las manos del profesor. Si no fuese por las bragas el vibrador se le habría salido hace tiempo de la vagina.
La conferencia terminó entre los aplausos del auditorio que Alberto agradeció con un gesto modesto. Seguidamente se inició un turno de preguntas. Y el ritmo de las estimulaciones cambió. Ya no eran al azar. Alberto los empezó a utilizar para llamar la atención sobre determinadas preguntas. Se veía que le hacía gracia que le hiciesen la pelota y compartía ese momento con Elena.
Las preguntas eran de todo tipo, algunas inteligentes y otras no tanto. Elena se animó a hacer la suya propia. Alzó la mano y un ayudante se acercó a ella.
Cuando Alberto se dio cuenta de que le estaban dando un micrófono se sorprendió. ¿Había creado un monstruo o esta chica ya era así? La sorpresa fue tan grande que sin querer activó el vibrador y con más intensidad de lo que había hecho hasta ahora. La activación cuando justamente se acercaba el micrófono para empezar a preguntar provocó un acoplamiento con un zumbido que se oyó por megafonía. Todo el auditorio se asustó un poco por el desagradable sonido. Elena además sintió simultáneamente una fuerte vibración en la húmeda vagina.
- Aaaayyyy.
Todos pensaron que se había asustado por el ruido. Sólo Alberto se dio cuenta de la verdadera razón del grito.
- Disculpe ¿cuál es su pregunta?
- Sí, ha dicho usted que había filósofos que comparaban la razón con un amo y las emociones con su esclavo. El amo se impone a su esclavo, igual que la razón a las emociones. ¿Explica eso también las relaciones de dominación/sumisión?, ¿las personas dominantes son racionales y las sumisas emocionales?
- Muy interesante -se le veía agradablemente sorprendido por las implicaciones de la pregunta- Aunque la metáfora del amo y el esclavo se refiere a la lucha dentro de la misma persona por el predominio en distintos momentos de la razón o las emociones, es cierto que determinadas personas tienden a ser predominantemente racionales y otras predominantemente emocionales. Eso les afecta en su manera de responder de manera distinta a los retos que la vida les plantea, pero no que unos vayan a asumir un papel de dominante o amo y el otro asuma un papel de esclavo o sumiso. En eso afecta más la necesidad de ejercer control que determinadas personas tienen y la necesidad de sentirse controlados o protegidos que tienen otras.
Espero haber contestado su pregunta. De todos modos es un campo muy interesante en el que le confieso que me gustaría profundizar.
- Pues estaré atenta a sus investigaciones. Muchas gracias.
Al terminar Alberto se vio rodeado de bastantes personas que le daban la mano y le felicitaban por su intervención. Elena se mantuvo a discreta distancia hasta que se despejó el corrillo y entonces se dirigió hacia él.
- Enhorabuena profesor. Sepa usted que tengo las bragas totalmente mojadas, creo que he mojado hasta la butaca.
- Mmmm mi prestigio se va a disparar cuando se sepa que mis alumnas literalmente se derriten.
- Te lo digo en serio, creo que hasta he empapado el asiento.
- Sí que te he emocionado.
- Que cabronazo. Como te has pasado conmigo. Ahí todo seriecito hablando y mientas tanto… ¡zas!
- Jajajaja hay que saber motivar a la audiencia.
- Ya te veo ya. Oye no habrá aquí algún despachito que…
- Creo que sé donde hay un sitio discreto. Ven.
Fueron hasta un despacho vacío y nada más cerrar la puerta Alberto cogió a Elena por debajo de las nalgas y la aupó para besarla. Los brazos de ella rodearon su cuello y sus lenguas se exploraron mutuamente. Sin bajarla al suelo se acercó a una mesa y de un manotazo apartó los papeles y bolígrafos que había sobre ella. La sentó en el borde la mesa y le subió la falda del vestido.
Las bragas color café le quedaban muy bien. Se veía la entrepierna empapada, con la antenita rosa del vibrador sobresaliendo por un lado. Un poco por encima, en la zona transparente de la braga se asomaba el pliegue superior de los labios de la vulva.
Las manos de Alberto acariciaban la piel de los muslos y el suave tejido de la ropa interior. Le quedaba muy bien, pero ambos querían que lo que ocultaban quedase libre. Ella alzó sus piernas y las manos de Alberto deslizaron la braga por sus muslos hasta quitarla.
La visión de la vulva húmeda, enrojecida… terminó de excitarle. Acercó su cara entre los muslos de ella. Besó el pubis, los labios… mordió la antenita rosa y estiró cuidadosamente del vibrador hasta sacarlo.
La respiración de Elena era cada vez más agitada. Sus manos se agarraban a las sienes de él y le apretaba rítmicamente la cabeza contra su entrepierna. Él ayudaba sorbiendo el clítoris, mordiéndolo. Metiendo la lengua por la vagina, bebiendo sus jugos…
- ¿Follamos? – preguntó él.
- Por el culo también es ser infiel ¿no?
- Sí cielo, todo lo que hemos hecho hasta ahora lo es. Infiel ya eres.
- Pues venga, de perdidos al río.
- Usaré también preservativo. Date la vuelta.
Por detrás, estilo perrito era su manera preferida de follar. Las nalgas siempre habían despertado su lado animal. Las de Elena eran un imán para él.
Se colocó el preservativo y le penetró la vagina. Estaba jugosa y muy caliente.. El pene entró con facilidad y ella gimió complacida. Como si tuviesen prisa Alberto movió sus caderas convulsivamente, con violencia calculada. Los gemidos de Elena eran cada vez mas fuertes. Ella se esforzaba por reprimirlos. No quería que acabase entrando alguien asustado por los gritos. Alberto no parecía preocupado por el escándalo y sus sacudidas eran cada vez más intensas. Además las iba acompañando de azotes también de fuerza creciente. Ella no sentía dolor, solo que estaba a punto de estallar de la excitación.
- Así, así, sigue.
Más fuerte, tengo el coño ardiendo.
Fóllame fuerte, soy tu perra.
¿Te gusta tener una perra en celo?
Su voz era entrecortada, desafinada, jadeante, le costaba hablar, pero al mismo tiempo necesitaba hacerlo.
Alberto estaba igual. Se intentaba concentrar en las señales de ella, pero estaba a punto de correrse.
- Alberto, ya, ya, me corro ya, apriétame ahora, ya, ya sí, así, así… aaaaahhhhhh.
En ese momento él se apretó aún más a ella y le agarró las tetas con una fuerza que a ella le sorprendió. Si gritó por ello no se diferenció de los gritos que salían incontroladamente de su garganta. Las sacudidas mas intensas de las caderas de él le indicaron que se estaba corriendo. Acabaron ella recostada boca abajo en la mesa y él descansando sobre ella.
- Eres mi alumna preferida.
- Es que sus clases prácticas son muy motivantes.
- Es que me inspiras.
- Jajajaja, sí, te vienes arriba.
- No te estarás refiriendo a…
- Sí, a eso también.
A los dos les encantaba terminar los polvos riendo… abrazados. Parecía que era su sino.
- Tus alumnas no saben que por mucho que disfruten con tus clases se pierden lo mejor.
- Creo que alguna se imagina algo. Y después de hoy las sospechas igual se confirman.
- ¿Nos habrán oído?, ¿crees que me he pasado? No lo he podido evitar.
- No preciosa, no te preocupes.
- Y el dueño de este despacho ¿no sospechará nada?
- Bueno este es el despacho que me han dejado para que preparase mis cosas. Sabía que no vendría nadie.
- Pero que cabronazo eres. Yo preocupada todo el tiempo.
- La tensión aumenta el placer, el morbo… ¿te ha gustado o no?
- Mucho. Contigo no deja una de sorprenderse.
- Gracias cielo. Ya te digo que tú me inspiras.
- Dime ¿y te gusta el conjunto? ¿Queda como esperabas?
- Está un poco arrugado ¿no? Voy a protestar.
- Ha sido increíble Alberto. Me daba mucho miedo enfrentarme a esta situación, aunque no dejaba de fantasear con ella. Me he sentido muy bien.
- Gracias cielo yo también he estado muy a gusto contigo. También he fantaseado sobre nuestro encuentro, sobre la primera vez que nos mirásemos, que nos tocásemos… Mis expectativas se han superado.
- Las mías también mi amor -dijo Elena mientras le abrazaba.
Se terminaron de arreglar y se despidieron. Se les hacía tarde a los dos. Ella tenía que volver al trabajo y él tenía que estar presente en una mesa redonda que había antes de la comida. Esa misma tarde tenía que coger el avión de regreso, pero su mente se resistía a separarse de ella y ella tampoco dejaría de pensar en él. En su próximo encuentro en internet tendrían muchas cosas distintas que compartir.
FIN
Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.
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