Calculé mal el trayecto y llegué veinte minutos antes. Tenía que coger dos autobuses y hacer un transbordo en el metro para ir a mi facultad. Era mi primer día de clase y no quería llegar tarde, así que preferí esperar, aunque fuese más de lo que había planeado.
Cuando entré en el aula me llamaron la atención dos cosas. Su tamaño, nunca había ido a clase en un sitio tan grande. Y que había muchas chicas, de hecho eran amplia mayoría. Habiendo estudiado toda mi vida, no ya en clases separadas sino en colegios distintos, compartir aula con compañeras era una novedad interesante.
En aquel momento yo tenía diecisiete años y era de los más jóvenes de los matriculados en el primer curso de Filosofía y Letras. Entonces, para estudiar Psicología había que empezar en Filosofía, una de las facultades con mayor proporción de alumnas de la Universidad Complutense de Madrid, tal y como acababa de comprobar, la segunda creo después de Farmacia.
En aquella época la situación de España era convulsa. La salud de Franco era bastante precaria. Sólo había dos canales de la televisión pública, la prensa estaba muy controlada y las emisoras de radiodifusión conectaban con Radio Nacional de España para emitir los noticiarios, ¡ah! y el ángelus. Ni que decir que la moral católica que nos atenazaba era asfixiante.
Políticamente no estábamos mucho mejor. Desde que en Portugal se habían librado de su dictadura el pasado mes de abril, cuando la Revolución de los Claveles, los del régimen se habían puesto muy nerviosos.
Fue por entonces cuando empezó mi afición por la radio. En aquella época muchísimos españolitos recurrimos a ella para estar informados de lo que pasaba. Escuchábamos emisoras extranjeras en onda corta y onda larga para saber lo que ocurría en nuestro país y lo que se decía de él fuera de nuestras fronteras. La BBC, Radio Francia Internacional, la Deutsche Welle e incluso Radio Moscú eran las más fiables. Pero también resultaba interesante escuchar Radio España Independiente, conocida como Estación Pirenaica aunque emitía desde Radio Bucarest y era la voz del partido comunista. La Voz del Sahara Libre, que emitía desde Radio Argel por onda larga y no paraba de calentar el ambiente para que nos fuésemos de la colonia. Y La Voz de Canarias Libre, también desde Radio Argel, que transmitía las soflamas del MPAIAC, Movimiento para la Autodeterminación y la Independencia del Archipiélago Canario. Su fundador, Antonio Cubillo, era… sorprendentemente peculiar.
Si pensáis que la situación política ahora es complicada teníais que haber vivido aquella época.
Pero además de eso, también éramos muchos los que aprendimos a ajustar el trimmer de nuestro transistor de FM para escuchar las comunicaciones de los “grises”, la Policía Armada, lo que ahora es la Policía Nacional. Curiosamente sus emisiones se realizaban junto a la banda de radiodifusión en FM y sin codificar, con lo cual era muy fácil que cualquier manitas radiofónico les pudiese escuchar. Teniendo en cuenta que la universidad en aquella época era un hervidero político, clandestino claro, y que de la manera más tonta te podías ver metido en una manifestación y acabar corriendo delante de policías a caballo, tener un receptor con el que escuchar sus transmisiones te proporcionaba una información nada desdeñable.
Pero si pienso en la universidad que viví entonces como alumno y la comparo con la que vivo ahora como profesor, ese ambiente crispado no es lo que más me sorprende. Es la forma de vestir. Entonces todos tapados, jerséis de cuello alto, faldas largas, trencas… Y ahora es justo lo contrario. Bueno, sin duda alguna esa vestimenta estaba condicionada por la moral y la política que vivíamos.
Entonces no lo sabía, pero muchos de mis compañeros, hablo de chicos y chicas, perdieron la virginidad fruto del ambiente más rebelde y contestatario que teníamos los universitarios. En ese sentido yo podía decir que era un afortunado porque mi experiencia sexual era bastante superior a la media. Pero si piensas que ello me dio algún tipo de ventaja te diré que te equivocas. Hasta entonces mis compañeras sexuales habían sido mis primas, las amigas de mi hermana, mis vecinas y bueno... Julita y Gabriella y Daniella, pero ya sabéis que eso fueron casos especiales.
Lo que quiero decir es que hasta ese momento sólo había tenido sexo con conocidas, con chicas con las que tenía bastante confianza. Mis experiencias puede que fuesen pervertidas pero eran carentes de complicaciones. De lo que no tenía costumbre era de “ligar”, hasta ahora no lo había necesitado y después de ir siempre a colegios de chicos me di cuenta que, ahora que sí lo necesitaba, se me daba fatal.
A ver, no soy tonto, siempre me he considerado una persona alegre y con temas de conversación interesantes. No es que me quedase embobado con mis compañeras, pero descubrí que esas cualidades que tenía las desplegaba con las chicas por las que no tenía interés sexual. Con las que sí lo tenía no actuaba naturalmente, no me mostraba como yo era. Sin pretenderlo sobreactuaba… y la cagaba, con lo que acababan pasando de mí. Todas, excepto con las que no tenía que demostrar nada. Esas eran las únicas que me acababan conociendo de verdad y me consideraban encantador. Lo digo en broma, pero algo de eso sí había.
Aunque de que el problema era yo me di cuenta enseguida, tardé en vislumbrar una solución. A veces tú mismo eres la persona menos adecuada para afrontar tus propios problemas.
En ese primer trimestre en la facultad conocí a Marisa. Era menuda, pelo negro ondulado, melena corta y parecía algo mayor que el resto, quizás por su manera de vestir que era todavía más sobria que las demás chicas. Físicamente no llamaba la atención y no recordaba haberla visto antes por clase.
En octubre empezaron unos seminarios de Bioestadística. Nos convocaron por grupos, por orden alfabético y nos dividieron formando equipos de cuatro. Entre los que nos habían llamado había un par de chicas que me gustaban y tenía esperanza de coincidir con alguna de ellas. Cuando pasaron lista vi que me tocó con tres chicas. Ellas eran mayoría así que no resultaba raro, pero ninguna de ellas eran las que yo esperaba. A dos las conocía y no me caían bien, me resultaban pedantes. La otra era Marisa.
- No te había visto nunca – le dije.
- Es que no voy a clases con el grupo que me toca. Voy al de las mañanas con mis amigas, pero como al seminario llaman por orden alfabético…
Bueno, por lo menos era agradable y como las otras me caían mal la verdad es que le hice más caso a ella. Me enteré que era asturiana, vivía en un piso que compartía con unas amigas que también habían venido de Asturias y se conocían de allí. Había empezado a estudiar Farmacia pero no le fue bien. Después de dos cursos lo dejó y empezó a estudiar Psicología. Tomé nota mental de que por lo menos me llevaba dos años.
El seminario duró dos semanas. Fue muy interesante y Marisa resultó ser buena compañera. El último día la invité a tomar unas cañas por Princesa y nos despedimos “hasta el próximo seminario o práctica que nos toque”. La sorpresa me la llevé cuando una tarde apareció en clase.
- ¿Está libre este sitio? – preguntó alegremente mientras me daba dos besos en las mejillas.
- ¡Anda, qué sorpresa! ¿Probando qué tal eso de ir a clase por la tarde?
- Pues sí. De momento parece más tranquilo que por las mañanas.
- Jajajaja, es que después de comer lo que apetece es la siesta. Bueno, según con qué profe eso es inevitable. Pero ven, déjame que te presente a mi grupo.
Entonces no se usaba el término pero éramos un grupo friki, casi todo tíos que nos interesaba la ciencia ficción. Hace un par de meses ni siquiera nos conocíamos y nuestro principal nexo venía determinado por el ambiente mayoritariamente femenino que nos rodeaba. Vamos, como los grupos de chicas que se forman para hablar de sus cosas cuando están rodeadas de chicos, pero al revés.
Marisa empezó a venir a clase con nosotros y mis amigos acabaron a refiriéndose a ella como “la novia de Alberto”. A mí todo eso me molestaba bastante, pero cuanto más lo negaba mas convencidos estaban ellos. La cosa acabó preocupándome, no por mis amigos sino por el resto que nos viesen y pensasen lo mismo. Marisa era una chica muy maja, pero no era lo que yo buscaba. En ese momento había una rubia alta, con larga melena lacia y ojos azules que me tenía literalmente atontado. Entonces lo que necesitaba era libertad de movimientos para acercarme a ella y lo último que quería era que cuando lo hiciese me preguntase por “mi novia”. Estábamos en la universidad pero aquello era como un patio de vecinos.
No quería echar a Marisa, haría que ella se marchase ¿cómo? pues haciéndome el tonto. Dejando claro que no me había dado cuenta de sus intentos de acercamiento y hablando sin cesar de lo mucho que me ponía la rubia. Si con eso no se iba…
Un día, al terminar las clases decidimos los del grupo ir dando un paseo hasta Princesa y allí tomar unas cervezas. Era algo que hacíamos muy frecuentemente, pero ese día había una manifestación en el Paraninfo. Debía ser algo gordo. Para evitar que se desmandasen había un par de botijos, furgonetas, jeeps y un montón de policías a caballo.
Mis amigos querían ir a ver qué era y a mí también me apetecía. Esa mezcla de rebeldía y peligro es muy atractiva a esa edad. Pero miré a Marisa. No decía nada. No era necesario, se veía en su cara que estaba muy asustada. Me dio no sé qué. “Id vosotros, nosotros os esperamos tomando unas cañas donde siempre”, les dije y me fui con “mi futura exnovia” hacia Moncloa. No perdí el tiempo. Le empecé a hablar de la rubia, del modelito que llevaba, de cómo me ponía… Ella me miraba con aire condescendiente como diciendo “ya vendrás tú solito cuando te des la hostia”.
En ese momento oímos unas detonaciones y gritos detrás nuestro. Estaban lanzando botes de humo para disolver la concentración. Las luces azules de los vehículos grises se estaban moviendo. Iban a empujar a los manifestantes hacia la Avenida Complutense y allí brearles a base de bien con los de a caballo. Ya lo había visto más veces.
“¡Ven!” le dije a Marisa y cogiéndole de la mano la arrastré corriendo, rodeando la facultad de Farmacia y la de Medicina, hasta un bosquecillo que tendríamos que cruzar para llegar a la Avenida de la Reina Victoria. Calculaba yo que por esa ruta nos alejaríamos del tumulto. Craso error, no fui el único que tuvo esa idea.
El grueso de los manifestantes corrió por la Avenida Complutense. Los botijos les rociaban con potentes chorros que no sólo les derribaban sino que además les dejaban pintados de verde. Antes de llegar a Moncloa les estarían esperando para cortarles el paso y a todos los que estuviesen mojados y pintados les quitarían las ideas revolucionarias que les quedasen.
A los más listos, a los que nos dirigimos al bosquecillo, fue a los que nos persiguieron a caballo entre los pinos. Decían que los grises desde el caballo te derribaban con un hábil porrazo en las costillas. No digo que fuese una leyenda urbana, digo que no necesitaban hacerlo. Corriendo entre los árboles, sorteando matorrales mientras mirábamos para atrás para ver por dónde venían, nos caíamos nosotros solos. Un porrazo sí que te llevabas de vez en cuando. Era su manera de quitarnos los malos pensamientos. Pero, lo que es la edad, al día siguiente enseñabas el moratón en clase y tu popularidad aumentaba un montón. En aquella época no había “likes” así que era cuestión de buscarse la vida como fuese.
Viendo que íbamos a acabar en medio del jaleo me fijé en una zona de matorrales que había a un lado. Llevé a Marisa hacia allí.
- ¡Quítate las bragas, rápido! – le dije mientras me desabrochaba y bajaba los pantalones apresuradamente.
- ¡¿QUÉ?!
- Dámelas y túmbate aquí. Pon cara de susto – le pedí con los pantalones y calzoncillos por los tobillos.
La verdad es que lo de la cara no hacía falta pedírselo. Estaba en shock y mi ocurrencia había terminado de descolocarla. Se tumbó y puse las bragas junto a su cintura, como si las hubiese dejado allí. Le subí la falda, le separé las piernas y me tumbé sobre ella, pubis contra pubis pero sin penetración. Ahí escondidos entre los matorrales esperamos por si venía alguien o nos pasaban de largo. Éramos una pareja a la que la manifestación les había sorprendido follando totalmente ajenos a lo que pasaba a nuestro alrededor. Esperaba que nadie dudase de ello. Nos podían multar por actos obscenos en público, pero confiaba que la policía estuviese más pendiente de los manifestantes que de una pareja excesivamente cariñosa.
- ¡Me cagüen la ostia! – dijo un policía mirándonos desde su caballo – Joder qué juventud. Así va España, entre los desarrapados que se quieren cargar el país y los que sólo piensan en follar, vaya futuro nos espera.
- Y para esto les estamos pagando la universidad entre todos. Qué vergüenza – respondió otro jinete que también nos observaba desde el otro lado. Por lo menos no dudaban de que éramos una pareja a la que habían pillado “in fraganti”.
- ¡Venga! Salid de aquí echando leches, coño, y otro día os lo pensáis mejor.
Se fueron a seguir dispersando a la gente sin esperar a ver lo que hacíamos nosotros. Tendrían algo que contar… y nosotros también.
Nos fuimos agarrados hacia el metro de Guzmán el Bueno. Yo con el brazo sobre su hombro y ella rodeándome la cintura, ahora sí que parecíamos una pareja de novios. Cuando llegamos a la Avenida de la Reina Victoria y en la calle se respiraba un ambiente de total normalidad nos sentimos seguros otra vez y rompimos a reír liberando la tensión que teníamos acumulada.
- He de decirte que nunca nadie había puesto una excusa tan elaborada para bajarme las bragas – me dijo riendo.
- Jajajaja, tenías que haberte visto la cara.
- Pues anda que la tuya…
- Pues me la imagino ¿pero ha salido bien o no?
- Perfectamente, me descubro ante usted caballero.
Nos acabamos tomando unas sidras con sendos pinchos de tortilla en Lecumberri, que la carrera nos había dado hambre. Luego le acompañé dando una vuelta hasta su piso, haciendo tiempo para que las cosas por Moncloa se normalizasen.
Al día siguiente, en clase, el que más y el que menos estaba contando sus anécdotas de la manifestación, porque de una manera u otra nos había pillado a casi todos. Aunque eso sí, ninguna historieta era tan cachonda como la nuestra. Me sorprendió que fuese la propia Marisa la que la contaba con más desparpajo. Pensaba que no iba a querer que se supiese, pero que va. “Y va y me dice corre corre, bájate las bragas. Y yo ¿qué? y él, ya sin pantalones, que te quites las bragas y te tumbes en el suelo. Yo alucinada, pensando que las emociones fuertes le daban ganas de follar” continuó contando entre las risas de todos.
- Reaccionaste muy rápido. Ya sé al lado de quien me tengo que poner si pasa algo así.
¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! La que había dicho eso y se alejaba sonriéndome era la rubia. La rubia ¡coño! La rubia. No se me ocurrió nada que decir. Me ponía ella más nervioso que los grises a caballo. Normal que no me hiciese caso, hasta ahora. El que hubiese sido ella la que había venido a decirme eso, a pesar de todos los moscones que la rodeaban me llenaba de orgullo machito.
Pero luego, pensándolo… también me dio mucha rabia. Tal parece que todo el mundo entendía que estaba saliendo con Marisa, se supone que ella también. Si creía que era así ¿qué pensaba? ¿que iba a dejar a mi novia porque ella se me insinuase? Porque había sido una insinuación ¿no? Joder, con esa chica era incapaz de razonar.
Como un flash, una serie de ideas concretas cruzaron mi mente.
Primero. Había infravalorado a Marisa. Puede que no fuese mi tipo, pero follar con ella sería muy entretenido.
Segundo. Creía que Marisa quería algo más que follar. No sé si enamorada, pero parece que albergaba sentimientos hacia mí y no quería jugar con ellos. Tendría que aclarar eso antes de hacer nada. No quería cometer estupro (“prometer antes de meter y una vez metido no cumplir lo prometido”) ni por omisión.
Tercero. La rubia me pareció una soberbia, una creída. Estaba buena. Físicamente me resultaba la más atractiva de clase. Me la follaría, ahora lo tenía claro, pero primero tendría que resolver lo de Marisa.
Me di cuenta de que mi actitud hacia las dos había cambiado.
- Ya no hablas de Esther. ¿Ya no te gusta o es que te ha dado calabazas? – me preguntó un día Marisa camino del metro.
- Esther es la rubia ¿no?
- Sí.
- Pues me acabo de enterar de su nombre, todos le llamamos “la rubia”.
- Es que ahora que parece que te presta más atención eres tú el que no le hace caso.
- Pasó una cosa – dije contándole lo que me soltó el día después de la manifestación - ¿Qué te parece?
- Qué más de una pensó lo mismo y no te lo dijo.
- Jajajaja, ya me dirás quiénes son. Pero fuera de bromas, sabes que hay gente que se piensa que estamos saliendo juntos ¿no?
- Bueno… eso quizás es culpa mía. Siento si ello te quita oportunidades. Si quieres vuelvo al grupo de las mañanas.
- No seas boba. Me refiero a que si Esther también piensa que somos pareja, me parece una putada que venga a entrometerse.
- ¡Pero si lo estabas deseando!
- Ya, no sé, pero he perdido la tontería que tenía con ella. Primero quiero aclararme contigo.
- ¿Aclararte?
- Sí. Me gustaría darme un revolcón contigo. El otro día me quedé con ganas.
- Yo también.
- Pero nada más que eso. No quiero que nos compliquemos la vida.
- Eso no siempre se puede evitar.
- Ya lo sé Marisa, pero quiero ser claro contigo. No pretendo llegar a nada serio en este momento, ni comprometerme a nada. Me gusta hablar contigo y me pareces una persona muy interesante. Me apetece acostarme contigo, si a ti también pues lo hacemos y punto, pero no quiero que empieces una relación conmigo pensando que llegaré a enamorarme de ti porque probablemente no ocurrirá.
- Te agradezco la sinceridad pero ¿has pensado que quizás cuando tú quieras dar un paso más yo ya no esté disponible?
- No, no lo he pensado, pero no porque crea que no va a ocurrir, es que no he ido tan lejos.
- Bueno, ahora que está todo claro ¿cuándo quedamos?
- Los fines de semana mis padres se van. Tengo la casa sola para mí. Si te parece vente este sábado, comemos, pasamos el día y si quieres te puedes quedar a dormir.
- No sé si será mucho, pero bueno es saberlo.
- Perfecto. Tendré condones.
- Bueno… respecto a eso… no te garantizo que vayamos a follar.
- Vale, me conformo con el revolcón que tenemos a medias.
- Alberto… me gustaría que no fuésemos con ideas predeterminadas.
- A ver, Marisa, si vamos a mi casa es para tener sexo. Hasta dónde lleguemos ya se verá, pero hablar ya lo hacemos aquí mismo o tomando cañas ¿de acuerdo?
- ¿Sólo quieres sexo?
- No es eso. Quiero que aprovechemos para hacer lo que normalmente no podemos. Mira, déjame que sea el anfitrión y que yo lo organice. Si no te gusta, no te apetece lo que estamos haciendo o te aburres, me lo dices, nos vestimos y te acompaño a tu casa.
- ¿Nos vestimos?
- Jajajaja, claro. Cuando me invites a tu casa lo organizas tú ¿vale?
- Venga, vale.
Me quedé tranquilo. Estaba claro que yo quería fundamentalmente sexo y poco más. Si ella quería otras cosas era cosa suya. Avisada estaba. Yo prefería ser sincero aunque me quedase sin follar, que ser falso para echar un polvo.
El sábado 14 de diciembre, siempre recordaré esa fecha, era el último que teníamos clase antes de las vacaciones de navidad. Terminamos a media mañana, Marisa y yo nos escabullimos de los compañeros, que se quedaron tomando cañas. Era casi invierno pero hacía muy buen tiempo y apetecía tomar el aperitivo en una terraza. Nosotros fuimos hacia el metro, pero antes de meternos entramos en Rodilla. Compré sándwiches y agujas para todo el finde. Por aquel entonces no funcionaba eso de pedir comida desde casa.
Teníamos un buen rato hasta llegar a donde yo vivía. En Madrid las distancias siempre son largas, pero desde la Ciudad Universitaria hasta Arturo Soria era una eternidad. Soy optimista, todo eso tenía una ventaja, con que aprovechase los viajes para estudiar me podría sacar la carrera cómodamente.
Se veía que Marisa estaba nerviosa. Yo tampoco estaba muy tranquilo, pero intenté distraerla hablando de las clases, los trabajos que teníamos pendientes y todo eso. La verdad es que tenía algo de miedo a que se echase para atrás a mitad de camino, pero en un momento me atreví a decir…
- ¿Sabes que serás mi primera universitaria?
- ¿Sí? Pues mío tú serás… el sexto.
- ¡El sexto! Pero si estamos en el primer trimestre.
- Jajajaja, pero recuerda que antes estuve dos cursos en Farmacia.
- Pues sí que los aprovechaste, allí son todo tías.
- Pero piensa que los de Teleco venían a buscar chicas para sus fiestas y… eran muy insistentes.
- Jajajaja, jodíos ingenieros.
- Pero tranqui, si es por llevar una estadística te diré que tú serás mi primer aprendiz de psicólogo.
No sé, igual era cierto que todavía me quedaba mucho por aprender y me había equivocado de medio a medio con Marisa. Igual su aparente timidez era simplemente educación para no darme un buen zasca. Igual siendo tan delicado me estaba equivocando. De todos modos preferí seguir haciendo caso a mi instinto y no lanzarme.
Cuando llegamos le enseñé la casa sin prisas, para evitar el aquí te pillo, aquí te mato. Vivíamos en un ático en una zona bastante ajardinada tan bonita como mal comunicada. Le llamó la atención la amplia terraza. Tenía una cristalera que en verano quedaba recogida pero en invierno la teníamos cerrada y con el solecito se estaba estupendamente entre cristales. Muchas veces teníamos que bajar los toldos cuando queríamos comer allí o echarnos una siesta en las tumbonas. Me alegraba que le gustase porque pensaba pasar allí todo el tiempo posible.
Otra cosa que también le llamó la atención fue mi habitación. Era muy normal pero en mi escritorio tenía un gran receptor de radio de aspecto militar. Le expliqué lo de las emisoras extranjeras que escuchaba.
- Lo que pasa es que suelen emitir por la noche. Si quieres lo probamos después de cenar.
- Y este transistor es para escuchar los 40 principales ¿no?
- Jajajaja, no, ese le tengo para escuchar a los grises.
- ¿Con eso? ¡Anda ya!
- ¿Que no? ¿Te apuestas un polvo?
- ¿Un polvo? ¿Cómo?
- Si gano te echo un polvo. Si ganas tú me lo echas a mi.
- Jajajaja. Bobo. A ver, ponme a la policía.
Encendí el transistor. Lo tenía siempre en la emisora de la Policía Armada. El dial no era muy preciso y además lo había tocado para desplazarlo hacia arriba. La banda de radiodifusión en FM llegaba hasta los 108 MHz, así que los grises deberían estar entre 110 y 112 MHz. Yo les localicé tanteando y ya no lo volví a cambiar.
- Charly 10 para H 50 – sonó en ese momento en la radio.
- Adelante Charly 10.
- La concentración delante de la Facultad de Periodismo es una falsa alarma. Hay un grupo numeroso de jóvenes con pancartas, pero es de una fiesta que están montando. Cambio.
- Recicibido Charly 10. No tenemos conocimiento de autorización de ninguna fiesta. Consultamos con el decanato. De momento sigan patrullando por la zona. Cambio.
- Recibido H 50. Corto.
- Jajajaja – rió Marisa – Un sábado a estas horas quién se va a manifestar.
- Ya te digo. Deben de estar preparando una fiesta para recaudar fondos para el “Paso del Ecuador” o algo así.
- Oye, ya te podías haber llevado la radio esta el día de la manifestación. Nos habríamos ahorrado una carrera.
- Jajajaja pero me hubiese perdido un polvo campestre.
- Calla, no me lo recuerdes.
- Vale sí, pero me debes un polvo ¿eh? Que además has perdido la apuesta.
- Jajajaja, apúntamelo.
- Ya nadie tiene palabra.
Más relajados la llevé a donde la pensaba desnudar. El vestidor de mis padres. Es un cuarto todo lleno de armarios hasta el techo. Para que no quede muy agobiante las puertas están forradas de espejos. Cuando entras por primera vez te da la impresión de estar en el laberinto de una feria. Tu imagen se refleja innumerables veces a tu alrededor. Si juegas con los ángulos de las puertas consigues verte desde todas las perspectivas posibles. Es muy morboso. Había estado probando cuál era el mejor sitio para que se viese todo bien. Pero ya no es que le quisiese ver las tetas mientras le mordía el culo, quería que ella se viese desde todos los ángulos mientras la desnudaba.
- Te has quedado sorprendida
- Un poco ¿qué quieres? ¿que me desnude aquí? Es muy raro.
- No. Quiero desnudarte yo y que tú me desnudes a mí. ¿Quieres empezar tú?
- No, no – respondió ella un tanto aturdida.
- Pues no hagas nada. Déjame a mí.
Sin acercarme demasiado le acaricié la mejilla con el dorso de la mano. Subí por las sienes hasta enredarme en su cabello. Bajé al cuello y la atraje hacia mí. Abrazado a ella mis manos recorrieron su cuerpo sobre su ropa. Las nalgas, sus muslos, la entrepierna…
Le quité el jersey y desde detrás le agarré los pechos. Bajándole el cuello de la camisa le lamí el cuello con la punta de la lengua. Me agaché y le quité los zapatos. Llevaba medias. Le acaricié las piernas debajo de la falda sin pasar de los muslos. Le besé el empeine de los pies y le mordí los dedos. Cuando le quitase las medias le haría más caso. De momento sólo quería que supiese que iba a besar cada centímetro de piel que descubriese.
Me incorporé y la abracé por delante. Le mordí el lóbulo de la oreja mientras mis manos jugaban con sus nalgas sobre su falda. Se la recogí con los dedos, subiéndola hasta la cintura. Su trasero quedó descubierto. Nuestras miradas se cruzaron en el espejo. Se la veía inquieta. Verse tantas veces desde todos los ángulos la descolocaba. Pero de todos modos algo notó en mi expresión.
- ¿Qué pasa? – preguntó extrañada.
- Llevas pantys.
- ¿Y?
- Me resultan poco eróticos. Me cortan el rollo. Permiso.
Introduje los pulgares en la cinturilla y se los bajé con un movimiento decidido. Luego le volví a subir la falda recreándome, ahora sí, con la visión de sus bragas. Mientras seguía jugando con su cuello y el lóbulo de la oreja localicé en la espalda el botón y la cremallera que ceñían la prenda a su cintura. Una vez sueltos la falda se deslizó hasta el suelo y ella la apartó con un movimiento de los pies.
Me separé un poco y ella abrió los ojos. Cerrar los ojos y centrarte en los demás sentidos es muy propio de la actividad sexual, pero a mí la vista es lo que más morbo me da y en ese momento lo que allí estábamos haciendo me lo daba y mucho. A ella en cambio, ver su imagen repetida tantas veces le estaba dando vergüenza. Verla cohibida me estaba poniendo mucho a la vez que me daba mucha ternura.
Le desabroché la blusa y se la quité. Con los labios y la punta de la lengua fui recorriendo la piel que acababa de liberar. Humedeciendo un poco, soplando… hasta que los pezones se marcaron claramente bajo el sujetador azul claro que hacía conjunto con sus bragas.
La volví a abrazar recorriendo su espalda con las yemas de los dedos. Ella apoyaba su cabeza en mi hombro, con la cara escondida en mi cuello. Sentir su respiración agitada en mi piel me estaba poniendo muy burro, pero conseguí dominarme, no hacer caso a mi polla que pugnaba por liberarse de la opresión de mis vaqueros. Conseguí no arrancarle las bragas y el sujetador de un manotazo y continué jugando con su piel de gallina, aumentando las ganas para lo que vendría después.
Se estremeció cuando le desabroché el sujetador al mismo tiempo que le mordía el lóbulo de una oreja llenando de aire caliente su interior. Instintivamente se quiso bajar los tirantes, pero con un gesto le indiqué que no y siguió apretándose contra mi pecho, mientras sus manos también recorrían mi espalda.
Esperé a que abriese los ojos y me separé un poco para bajarle los tirantes y quitarle el sujetador, que se enganchaba a sus erizados pezones.
Aunque ya la había visto sin bragas no podía decirse que la hubiese visto desnuda y aquella experiencia apresurada entre los matorrales contribuyó a aumentar mis ganas de tomármelo ahora con calma, disfrutando de cada instante. Eso era lo que estaba haciendo en ese momento.
Tenía unos pechos pequeños, apuntando hacia arriba, con unos pezones también pequeños pero muy puntiagudos, por lo menos en ese momento. Era una imagen muy agradable. Yo casi miraba más a los espejos que a ella misma. Y allí, en los espejos, vi que ella no se miraba. Estaba totalmente pendiente de mi cara, de mis reacciones. No sé si buscaba mi aprobación pero le acaricié los pezones y la besé suavemente los labios, apenas un roce que le indicase que me gustaba mucho lo que estaba viendo.
Me agaché hasta que mi cara quedó a la altura de sus bragas. Agarré el elástico y se las empecé a bajar. Su pubis esta delante de mí, pero por el espejo le veía el culo. Así fui bajándoselas poco a poco, fijando cada instante en mi memoria, cada imagen, cada olor, cada roce con su piel.
Cuando le quité las bragas me abracé a su pubis, frotando la barba contra su vello. En aquel tiempo nadie respetable se depilaba totalmente el vello púbico. Lo podías llevar más o menos arreglado pero lo máximo que hacían las chicas es recortárselo, aunque dejando siempre “el felpudo”. Hablar de chocho peludo era una redundancia. Los chicos éramos aún más primitivos. Ni yo ni ninguno de mis amigos, que yo supiese, se recortaba el vello. Todo eso tenía una ventaja. Cuando le veías el pubis a una chica ya podías decir que le habías visto el chocho. Lo que en esa época llamábamos pornografía, los Playboy y Penthouse que conseguíamos de extranjis, sólo mostraban el vello púbico. A los chicos sí que se nos veía la polla entre la mata de pelo, pero… lo siento chicas, en aquella época no había pornografía para mujeres o gays. Así que lo veías en directo o te buscabas la vida buscando información en la enciclopedia de casa.
Teniendo a Marisa ya desnuda le di la vuelta y me abracé al culo. Mis pelitos le hacían cosquillas en las nalgas. Me encantaba estar así pero tenía ganas de más, así que me levanté y con un gesto le indiqué que ahora era su turno.
Se quedó un momento parada ante mí sin estar segura de qué hacer, como dudando de si eso era una prueba. “Me gusta desnudar y que me desnuden. Quítame tú la ropa por favor y hazlo como más te apetezca” le dije para tranquilizarla. Ella asintió y sin dejar de mirarme a los ojos me desabrochó el cinturón y la cremallera de los vaqueros.
Ya, ya, en el sexo puede que sea excesivamente parsimonioso. Me gusta disfrutar de los momentos previos. Visualizar lo que voy a hacer antes de hacerlo. Si voy a bajarle las bragas a una chica no se las bajo y ya. Antes lo imagino y eso aumenta mucho mi excitación. Es algo automático que no puedo, ni quiero, evitar.
Me hubiese gustado que Marisa hiciese lo mismo conmigo, pero parecía ir directa y sin contemplaciones. Igual es que los asturianos y los ingenieros eran mucho más directos que yo. Se agachó y me bajó los pantalones arrastrando casi al mismo tiempo el slip negro que llevaba. El pene le golpeó la barbilla. Estaba como un resorte. Entonces me quitó los zapatos y los calcetines para poder sacarme los pantalones. Luego se incorporó para quitarme el jersey y desabrochándome la camisa también me la quitó. Me entró la risa.
- ¿Qué pasa? – preguntó extrañada.
- Parece que tengas prisa por follar.
- No. ¿No esto lo que querías?
- Pues sí, pero pensaba que disfrutarías un poco más hasta llegar aquí.
- A mí me ha gustado.
- Y a mí también. Perdóname es que aún no sé bien lo que te gusta – dije agarrándola por el hombro y quedándonos los dos frente al espejo -. ¿Sabes que ganas mucho sin ropa?
- Mira el listo, pues tú ganas mucho cuando no te persigue la policía.
- Jajajaja – que cabrona, aquel día no se me puso dura - ¿has notado la diferencia?
- Ha sido evidente. Me ha saltado a la cara.
- ¿Entiendes ahora por qué nos hemos desnudado aquí? – pregunté señalando los espejos.
- Sí, pero es un poco inquietante ¿no?
- Eso lo dices porque no estás acostumbrada, pero tiene muchísimas ventajas. Mira.
Arrastré al centro de la habitación un gran puf que había en un costado. En realidad era un grueso colchón de espuma dividido en tres trozos, que extendido era una cama con su almohada y si se plegaba se convertía en un amplio sillón con respaldo, aunque por su tamaño servía para muchas más cosas.
Le iba a pedir que se pusiese a cuatro patas en el sillón para contemplarla y que se contemplase, pero cambié de idea, pensé que aunque tuviese mucha más experiencia que la que había imaginado, igual iba a ser demasiado obsceno para ella estar exhibiéndose desnuda en un pedestal rodeada de espejos. En su lugar lo hice yo. Me puse a cuatro patas con las piernas abiertas. Mis nalgas, el pene erecto apuntando hacia abajo, el escroto entre mis muslos… Dependiendo de donde mirases se veía todo con distintos encuadres y por los espejos veía la cara de Marisa mirando todas las perspectivas.
Flexioné los brazos apoyando la cara contra el puf. Así yo no podía verme bien pero sabía de sobra la imagen que estaba dando. Con el culo en pompa y las nalgas abiertas el ano cobraba protagonismo, igual que los huevos, que se proyectaban hacia afuera como los de un mandril.
No sabía si eso le resultaría demasiado grosero a mi amiga. Iba a girar la cara para mirar cuando sentí que me acariciaba las nalgas con las manos. Siguió con los muslos, la espalda, el pecho, la barriga. Se restregaba contra mí… incluso me acarició el pelo, pero no los genitales. En ningún momento los tocó. Pensé que quería ponerme cachondo, que me quería llevar al límite, pero yo ya lo estaba… y ella también.
- Vamos a la terraza – le dije – estaremos más cómodos.
Entraba el sol y estábamos como en un invernadero con una temperatura muy agradable, incluso para estar en bolas. Me senté en una tumbona de madera con colchonetas y le pedí que sentase de costado sobre mí. Se acomodó apoyándose sobre mi pecho y rodeándome el cuello con un brazo. Le acaricié la espalda con una mano y la otra la introduje en su entrepierna, que ella me ofreció sin resistencia.
Estaba bastante húmeda y empecé a juguetear con los labios mayores mientras le mordía un pezón. Iba lentamente, sin forzar nada. No sabía cómo le gustaba el sexo. Ya aceleraría si veía que necesitaba más energía. Pero ella de momento parecía disfrutar así, incluso se me abrazó al cuello con lo que por su respiración y sus temblores iba controlando su excitación. Era la paja más tierna que había hecho nunca. Quería comerle el coño pero ella me seguía teniendo agarrado así que seguí metiéndole los dedos en la vagina mientras ya sí le frotaba el clítoris con energía.
La tumbona era bastante consistente pero crujía cada vez más a medida que crecía nuestra excitación. En un momento se tensó y entonces apreté fuerte los dedos que tenía en su vagina haciendo pinza con el pulgar que estaba sobre su pubis. No se lo esperaba. Creo que nunca se lo habían hecho. Me mordió el cuello y grité más por placer que por dolor. No le saqué los dedos de la vagina pero ya no los movía. Esperé a que se fuese recuperando.
- Perdona – me dijo – ¿te he hecho daño?
- Para nada ¿te ha gustado?
- Mucho. No me lo esperaba.
- Puede que haya más cosas que no te esperas – añadí bajando el respaldo de la tumbona – ¿Me pones el condón?
- ¿Condón?... ya, es que…
- No quieres follar.
- Por favor, todavía no.
- Pues estoy que exploto. Una paja sí me harás ¿no?
- Vale.
- Pues vamos al sofá que te irá mejor.
Nos sentamos en un sofá también de teca con colchonetas. Ella me agarró el glande con su mano y empezó a hacer movimientos giratorios. No sé, igual sabía algo que yo desconocía. La dejé hacer pero aquello no avanzaba. Con eso ya me quedaba claro todo lo que sospechaba.
- Esto no es un cambio de marchas – dije.
- ¿Eh?
- Nunca has hecho una paja a un chico ¿no?
- No – admitió avergonzada.
- ¿Mamadas?
- Tampoco.
- Y eres virgen.
- Sí.
- Vale – la abracé – no te preocupes. Iremos poco a poco.
- Gracias.
- ¿Quieres aprender a hacer pajas?
- Claro, quiero hacerte una ahora.
Le agarré la mano y la fui llevando. Le hice acariciarme la polla, estimular los huevos. Sujetar la polla cerrando el puño sin apretar. Mover de arriba abajo sin estirarme demasiado el frenillo ni aplastarme los huevos. Escupir en su mano para favorecer la lubricación. Esto le costó un poco.
Cuando llevaba un buen rato ya se manejaba bastante bien, pero se le cansaba el brazo.
- Irá más deprisa si me la chupas.
- ¿Qué?
- El capullo por lo menos. Como un chupa chups.
Lo intentó. He de decir que lo intentó, pero el sabor del líquido seminal la echó para atrás, así que le dije que siguiese con la mano y empecé a acariciarle para excitarme más. No sólo no me había equivocado sino que Marisa era mucho más… mojigata de lo que pensaba.
“Mira”, le dije cuando me iba a correr, seguro que era la primera vez que lo veía. El chorro de semen me saltó al cuello y todo el pecho. “Sigue, ya limpiaremos” añadí porque ella no sabía bien qué hacer para que no salpicase por todo y dejaba de meneármela. Al final le pedí que fuese al baño a por papel higiénico y la dejé que me limpiase, más que nada para que se acostumbrase a la lefa.
Después nos lavamos y preparamos las cosas que habíamos llevado para comer en la terraza. Ella con coca cola y yo con cerveza, dimos cuenta de unos cuantos sándwiches y agujas. Marisa no parecía tener mucho hambre y yo comía por los dos. Le estuve preguntando cosas triviales para que se tranquilizase. Luego puse la tele para ver la peli del sábado por la tarde en “la primera” y nos acomodamos en la tumbona como cuando le hice la paja. Ella no quería porque decía que me pesaría mucho. Le dije que si pasaba eso ya la avisaría pero que quería tenerla sobre mí. Acabamos abrazados y ella incluso se durmió brevemente. A mí lo que se me durmió fue un brazo porque, era menuda, pero acababa pesando. De todos modos quería tenerla así.
Cuando se despertó se sorprendió de verse tapada. Seguíamos desnudos, ella sobre mí y aunque la temperatura era buena no quería que se enfriase, así que alargué un brazo, cogí una mantita de un cesto que teníamos a propósito entre las tumbonas y la tapé.
Se frotó los ojos y los volvió a abrir mirando alrededor cómo intentando recordar dónde estaba. Me palpó el pecho y me miró a los ojos.
- Hola guapa.
- Ufff hola – dijo intentando levantarse – perdona, te debo pesar.
- Para nada – mentí sujetándola para que siguiese recostada sobre mí – ¿Has descansado?
- Mmmmm sí. Eres muy cómodo.
- ¿Quieres un café?
- Mmmm sí.
- Pues vamos a prepararlo.
- ¿Así? ¿Desnudos?
- Sí ¿tienes frío? ¿quieres que suba la calefacción?
- No, no, es que se me hace raro.
- Verás, mi intención era pasar todo el tiempo posible así – dije levantando un poco la voz mientras molía café y llenaba una cafetera italiana para dos – pero claro, no contaba con que a ti igual todo esto te resulta demasiado intenso.
- Siento no haber sido sincera desde el principio, pero es que… me daba vergüenza.
- ¿Quieres que lo dejemos y empecemos de cero?
- ¡No! Ahora que ya está todo claro me gustaría seguir.
- Bien, por mí fenomenal – dije abrazándola mientras levantaba mi pene erecto que se le estaba clavando en la barriga – Mira, también me apetece mucho seguir, sabiendo que muchas de las cosas que hagamos te resultarán una novedad. Creo que soy muy imaginativo y me apetece que descubras todo esto conmigo.
- Me encanta que seas tú quien me enseñe.
- Bueno, veremos cómo nos va, esto también es nuevo para mí. Yo te iré proponiendo todo lo que se me ocurra pero necesito que me ayudes, que seas sincera, que en todo momento me digas lo que te gusta y lo que no y que tú también me propongas lo que se te ocurra ¿vale?
- Vale. Me encanta – dijo apretándose más contra mí, cosa que yo aproveché para agarrarle las nalgas y ella me sorprendió haciendo lo mismo. La cosa empezaba bien.
Aprovechando la nueva situación le pregunté por su virginidad. Concretamente por su himen. Cuando la desnudé ante los espejos tampoco me fijé en ese detalle. Me hubiese gustado pedirle que se abriese de piernas pero entonces no me atreví. De todos modos creo que de haberlo tenido me habría dado cuenta. Desde muy pequeño satisfacía mi curiosidad sexual con mis primitas y varias amiguitas, así que había visto unos cuantos hímenes y de varios tipos por lo que juraría que Marisa no lo tenía. Además, de haberlo tenido no habría podido masturbarla metiéndole los dedos como lo hice.
Me contó que lo perdió en el colegio. En clase de gimnasia. Tenía una profesora que trabajaba mucho la elasticidad del cuerpo. Haciendo ejercicios abriendo las piernas “como una bailarina” se le rasgó y no fue a ella sola. Es algo bastante común pero yo entonces ni idea.
Ella por su parte me preguntó por el pene. No es que desconociese su anatomía pero sí cómo manejarlo. Le enseñé el glande, se señalé el frenillo y le indiqué que como estoy operado de fimosis no tengo prepucio, eso le había despistado, pensaba que es que estaba excitado. Lo que sí me queda es el frenillo, que es muy sensible y le pedí que lo recordase para cuando quisiese dar placer a un chico. El glande también es muy sensible, pero a la hora de la masturbación es mejor acariciarlo con los labios o la lengua. Los huevos nos da morbo que nos los toquen y los chupen pero no es que sean una fuente específica de placer. Para hacer una paja con la mano lo mejor es agarrar el pene y menearlo de arriba abajo, desde el glande hasta el escroto. Lubricando con saliva y sin forzar demasiado, acomodándose a los gustos de tu pareja.
Hablando de masturbar, me dijo que ella normalmente lo hacía frotándose el clítoris, que se metía los dedos en la vagina, pero que cuando se estaba corriendo yo le había tocado algo que le dio “mucho gusto” y que se sorprendió porque ella nunca lo había hecho y ninguna amiga le había hablado de ello.
Bueno, ese era un truco que me enseñó Julita, la vecina treintañera de la que me enamoré cuando yo tenía catorce. Yo entonces no lo sabía, pero el clítoris es bastante más que un botoncito situado en la convergencia de los labios menores. Esa es la punta del iceberg. Es bastante más grande y sus terminaciones nerviosas llegan hasta la pared anterior de la vagina, dotando a esa zona de una especial sensibilidad que, mira por dónde, yo sabía estimular aunque ignoraba la causa de dicha sensibilidad. Años más tarde se popularizaron libros y artículos hablando del Punto G y yo pensando “pues sí que han descubierto América estos”.
Le expliqué a Marisa que además de estimular el clítoris, si se metía los dedos en la vagina apretando la pared contra el pubis, se daría “más gusto” y que si cuando se corriese se lo apretaba fuertemente ese placer se aumentaba. Eso es lo que yo le había hecho.
- Oye – me dijo – ¿por qué no vamos al vestidor y vemos todo esto en los espejos?
- Genial. Antes me quedé con ganas de ser más guarro ¿te apetece que ahora sí lo seamos?
- A eso me refería – y al entrar en la habitación se subió a cuatro patas en el puf, que aún seguía en medio, abriendo las piernas, poniendo el culo en pompa como había hecho antes yo – Hazme lo que quieras.
- ¿Te ves bien? – le pregunté poniéndome a su lado y abriendo los labios de su vagina mirándolos en el espejo, no directamente.
- Sí. Joder que culazo tengo, nunca me había visto así.
- Jajajajaja. Tranquila, agachada y con el culo en pompa parece que es más grande. A mí me encanta.
- Ya.
- Mira – continué con los labios de la vagina abiertos – esto es lo que me extrañaba. Ni rastro de himen.
- No sé, no me lo vi nunca. Cuando pasó aquello en clase de gimnasia me lo miré con un espejo de mano. Estaba irritado pero claro el himen ya no estaba. ¿Tú has visto alguno?
- Unos cuantos – dije contándole lo de mis vecinitas.
- Pues a mí nunca se me ocurrió mirarlo.
- De pequeño me fijaba más en el culo. Ahora también, pero el chocho es algo que me encanta y el tuyo es precioso.
- Te tenías que haber hecho ginecólogo.
- O proctólogo… o las dos cosas… no sé, pero creo que prefiero separar el trabajo del placer.
- Jajajaja.
Le agarré las nalgas. Las besé, las mordí y me fui acercando a su vulva. Ella dio un respingo cuando le metí la lengua.
- ¿Te gusta eso? – me preguntó.
- Mucho.
- No sé como está.
- El coño está perfecto.
- ¿Me dejas que lo limpie? – típica pregunta de la que se lo comen por primera vez.
- Ni se te ocurra moverte.
De rodillas delante de ella, agarrado a su cadera, con la cara entre sus piernas, respirando en su vulva, la barba se me iba llenando de su flujo y ella, a medida que iba desapareciendo la sensación de vergüenza, iba dando muestras de írselo pasando cada vez mejor. Su espalda se arqueaba. Su cara y su pecho pegados al puf que agarraba cerrando los puños hasta que los dedos se le volvieron blancos. Sus nalgas quedaban cada vez más abiertas y expuestas, palpitando ante mis ojos, invitando a mi cara y a mi lengua a introducirse en ellas.
Estando subida en el puf, su vulva quedaba a buena altura para poder comerla con comodidad estando de rodillas. De todos modos tenía ganas de aumentar el contacto, de sentirla piel a piel con todo el cuerpo. Le pedí que se levantase y extendí el puf en el suelo convirtiéndolo en cama. Ella se tendió de costado con la cabeza en la almohada y yo al revés. Me gusta más el 69 estando yo arriba, incluso abajo, pero pensé que estando los dos de costado ella se iba a encontrar más libre. Quería que mantuviese la sensación de control.
Le flexioné una pierna y apoyando la cabeza en su muslo hundí la cara en su vulva abierta. Gimió cuando le mordí el clítoris. Ya estaba muy excitada y el mordisco provocó un temblor que hizo que se apretase más contra mi cara.
Le sorbí su botoncito haciendo que se rozase contra mis dientes. Las caderas parecieron tomar vida propia, golpeando rítmicamente mi cara con su entrepierna. Aproveché para acercarle un dedo al ano y se lo abrí, así era ella la que se lo iba metiendo con sus movimientos.
En aquel tiempo no sabía muy bien cómo estimular el culo con el dedo. Me gustaba jugar con él pero más por placer mío que el de mis compañeras. En ese momento me estaba dejando llevar por el instinto. Iba acompasando mis chupetones y mordiscos en el clítoris con el movimiento del dedo en su ano y también, pasado un primer momento de sorpresa y quizás vergüenza inicial, ella pareció estar disfrutando. La cosa funcionaba bastante bien. Marisa se agitaba apretándose contra mi cara y las nalgas ya no se resistían a mi invasión.
A partir de ahí todo fue en aumento. Noté que me agarraba la polla y se la metía en la boca y chupaba el glande en la medida que se lo permitían sus jadeos. Pensé en decirle que no hacía falta porque sabía el reparo que le daba y que se concentrase en su propio placer, pero decidí dejarle que hiciese lo que le apeteciese y centrarme yo en su vagina.
Menos mal que estábamos en un colchón en el suelo, porque de lo contrario creo que nos habríamos caído. Marisa estaba descubriendo oral y le estaba gustando, lo que me sorprendió porque antes el líquido seminal parecía darle asco.
Su excitación estaba consiguiendo que yo también estuviese a tope y que hiciese caso omiso del cansancio que empezaba a notar en el cuello e incluso en el maxilar. Más tarde, cuando estuviésemos relajados, le pediría que me hiciese un masaje en las cervicales mientras nos dábamos una buena ducha. Joder, también me ponía mucho esa idea. Ya verás al final nos iba a faltar tiempo ese fin de semana.
Ella seguía jadeando sin soltar el glande de su boca. Con la agitación respiraba con dificultad y se le acumulaba el trabajo. Me lamía con los labios pero enseguida tenía que abrir la boca para tomar aire, eso hacía que no fuese una felación en condiciones, pero me daba mucho morbo la situación. El esfuerzo que estaba haciendo y que fuese su primera polla.
A esas alturas yo tampoco respiraba demasiado bien. Mi cara estaba hundida entre sus muslos y aspiraba el aire mezclado con su flujo. Estaba totalmente empapado y me inundaba su sabor salado, bueno creo que eso era un olor que inundaba toda la habitación. Tendría que ventilar muy bien toda la casa antes de que viniesen mis padres, pero de eso ya me ocuparía más tarde.
Le agarré las nalgas apretando fuerte con ambas manos sin sacar el dedo del ano. Hundí más aún me cara entre sus piernas jugando con la lengua en el interior de su vagina. Sorbí con fuerza el clítoris y mientras apretaba a Marisa contra mí lo sujeté entre los dientes frotándolo todo lo fuerte que pude con la punta de la lengua. Ella tembló convulsivamente. A penas podía sujetar sus caderas para poder seguir jugando con mi lengua.
Soltó mi polla y emitió un sonido que pareció un bramido. Con las orejas apretadas contra sus muslos no lo pude distinguir demasiado. Sólo sé que fue potente, animal y que se repitió varias veces antes de que aflojase la presión con la que atenazaba mi cara con las piernas.
Se tendió de espaldas. Saqué el brazo que tenía debajo de su pierna y también me puse boca arriba. Estábamos los dos exhaustos y tomando aire para recuperarnos. Me froté la barba con la mano. Empapada de su flujo y mis babas.
- Huelo a tu coño.
- ¿Qué?
- Que tengo la barba empapada de ti. Me encanta.
- ¿Me dejas que descanse un poco antes de que te la chupe?
- Claro, pero no importa que me hagas una mamada si no quieres.
- Claro que quiero.
Descansamos unos minutos oyendo nuestras respectivas respiraciones. Luego me levanté y fui a la cocina. Traje una bandeja con dos vasos de agua fresca y un rollo de papel para limpiarnos.
- ¿Cómo quieres que me ponga? – me preguntó sin levantarse.
- Si volvemos a convertir esto en puf y yo me siento en el borde tú te puedes poner de rodillas o sentarte delante de mí. Eso te dejará mucha libertad de movimientos.
- ¿Y tú estarás cómodo?
- Pues claro. Puedo estar sentado y acariciarte o recostarme en la almohada y dejarte hacer.
- Cabrón, lo tienes todo estudiado. Pues venga, a ver cómo me sale.
- Jajajaja, vale pero déjame que te cuente las cosas que me gustan y luego tú ya haces lo que te apetezca.
- Venga. Mamadas para principiantes. Lección 1, Conceptos básicos.
- Jajajaja, atiende que luego habrá examen.
“Mira” – le dije – “lo importante es que tú sepas lo que me gusta pero disfrutes también haciéndolo.
Simulas con la boca lo que es la vagina. El calor, la humedad, la presión apretando los labios… Pero el movimiento de la polla te puede molestar, dar arcadas… Al principio es mejor que lo controles tú, dejando la polla quieta y moviendo la cabeza. Más adelante puedes dejar la cabeza quieta siendo yo el que mueve la polla follándote la boca. Acabarás haciendo las dos cosas pero al principio quiero que seas tú la que decidas qué hacer y cómo.
Mientras me chupas la polla puedes jugar con los huevos, amasarlos como si les dieses masajes y también meterlos en la boca de uno en uno, los dos no creo que te quepan, por lo menos los míos. Luego haces lo que te apetezca, los lames, los sorbes… en fin, lo que se te ocurra.
Tampoco hace falta que te metas toda la polla en la boca. Puedes introducir sólo el glande, chupándolo mientras meneas la polla con la mano, así no te dará arcadas.
Al chupar intenta apretar con los labios. Cuando la polla entre y salga de tu boca intenta impedirlo con los labios. Mueve la cabeza para que salga pero aprieta los labios como si quisieses evitarlo. Luego, cuando acerques tu cabeza para meterte la polla, aprieta los labios para intentar frenarlo. Así, al aumentar la presión, aumentas el placer que generas.
No te olvides del frenillo. Es una zona muy sensible. Puedes coger la polla con la mano y sin metértela en la boca besar, chupar, sorber e incluso morder esa parte del glande. Es mi clítoris.
También, cuando tengas la polla en la boca, además de hacer lo que te he dicho con los labios puedes usar también la lengua. Busca el frenillo y lámelo. Hazlo también con todo el glande, pásale la lengua como si fuese un helado. Céntrate también en la punta. En la salida de la uretra. Presiónala con la lengua. Apriétala como si quisieses penetrarla.
Cuando me vaya a correr lo notarás por mi respiración, porque me pondré tenso y cosas así. De todos modos yo te avisaré y entonces puedes hacer dos cosas. O te sacas la polla de la boca y continúas con la mano hasta que me corra. O la dejas en la boca para que me corra en ella. Las primeras veces que lo hagas te aconsejo que sólo chupes el glande y menees la polla con la mano hasta que notes que termina de salir el semen. Luego lo escupes. Lo puedes tragar pero al principio creo que es mejor que no lo hagas”.
- ¿A ti qué es lo que más te gusta? – me preguntó.
- Yo prefiero correrme en tu boca y me da morbo que te lo tragues, pero de verdad que no hace falta que lo hagas.
- Bueno… no sé si me voy a acordar de todo.
- Ni falta que hace. Son cosas que en su momento te vendrán a la cabeza y sabrás qué hacer.
- Pues venga, vamos al examen – dijo llevándose la polla a la boca.
Yo estaba totalmente empalmado. Ella se metió la polla en la boca sin llegar a alcanzar la mitad. Se la sacó y con la lengua la lamió entera. Se metió el glande y mordisqueó la unión con el pene. Me gustaba que tuviese sus propias iniciativas. Lo sorbió al sacarlo y una vez fuera me mordió la piel del frenillo alternando esos mordisqueos con succiones y lametones.
Con la mano me empujó del pecho para atrás para que me tumbase y levantándome el escroto me pasó la lengua por el perineo. Me sorprendió. Di un respingo. Ella subió lamiendo por el escroto y se intentó meter los dos huevos en la boca. No pudo y lo hizo alternativamente primero uno y luego otro. Mientras tanto me meneaba la polla con la mano.
Se la metió en la boca. Parece que no la entraba mucho. Tampoco insistí, quería que ella fuese cogiendo confianza. Me estimulaba el glande como le había explicado y yo mientras le acariciaba el pelo. Un mordisco hizo que temblase. Ella me miró. Le indiqué que siguiese.
Contorneó el glande con los dientes mientras lo lamía y su lengua jugaba con la uretra. Con la mano estiraba la piel de la polla arriba y abajo incrementando la sensación al rozar el frenillo con sus dientes. Mantuvo la piel estirada con la mano pegada a los huevos. Si Marisa era tan inexperta como decía, había encontrado ella sola la manera de incrementar la dureza de mi pene.
Lo sujetó así y empezó a mover la cabeza, metiéndose y sacándose la polla de su boca, apretando los labios como le había indicado. Quería decirle que había captado muy bien la idea, que notaba sus labios aferrándose a mi piel con tal fuerza que pensé iba a tardar muy poco en correrme… pero no pude decir nada. Con la respiración entrecortada apenas podía articular palabra, sólo conseguía decir “¡sí! ¡sí!” en medio de los gemidos.
Animada por mi reacción mantuvo el glande en su boca, explorándolo frenéticamente con la lengua mientras su mano aceleraba arriba y abajo a lo largo de mi pene.
Paró de mover la mano y ahora era su boca la que recorría otra vez mi polla. Succionaba el glande con los labios apretados provocando sonoros chupetones cada vez que salía de la boca. Volvió a besar el frenillo con fuerza y sorberme el capullo como un chupa chups.
Me faltaba poco para correrme y el líquido preseminal debería estar fluyendo por mi uretra hacia su boca. Ella debería estar notando el sabor, pero esta vez no parecía hacerle ascos. Decidí no contenerme más. “Me voy a correr” conseguí decir entre los jadeos.
Marisa mantuvo el glande en la boca mientras seguía sorbiendo y moviendo su puño cerrado arriba y abajo desde sus labios hasta mi escroto. Intenté olvidarme de todo y abandonarme a las sensaciones. Sentía calor. Calor húmedo y acogedor en el glande. Calor provocado por la fricción de su mano en el pene. Y hormigueo. Un hormigueo nervioso que se originaba en la polla pero que podía sentir en todo el cuerpo, en la base del cuello, en las sienes, en las yemas de los dedos… Hasta que ese hormigueo se convirtió en un calambre y una descarga de placer en el pene que inundó su boca.
Me quedé tumbado boca arriba en el puf. Tenía curiosidad por saber se Marisa se había tragado el semen o lo había escupido, pero sinceramente no tenía fuerzas para moverme. Ella seguía entre mis piernas, creo que arrodillada, y ahora con la cabeza descansando sobre mi pubis. Sentía su respiración agitada junto con la mía. Conseguí mover un brazo hacia ella y le acaricié el pelo con la mano.
- Notable alto – dije al cabo de un rato.
- ¿Cómo que notable alto? Por lo menos me esperaba un sobresaliente.
- Sobresaliente es mucho, pero si usted quiere puede solicitar un nuevo examen para subir nota. ¡Ay! – exclamé cuando me mordió el glande.
Me pasó el rollo de papel de cocina y me intenté limpiar. A un lado en el suelo había un par de hojas arrugadas. Allí estaba mi corrida. Lo había hecho fenomenal, ni me había dado cuenta que la había escupido.
Me incorporé “¿Una ducha?” Ella respondió afirmativamente y nos fuimos al baño. El agua caliente nos quitó el cansancio y con el gel la barba y nuestros vellos púbicos volvieron a ser suaves. Pero sentirnos limpios era sólo el primer paso. Marisa tenía un cuerpo menudo y muy agradable. Su piel era suave, de por sí olía bien, pero bajo la ducha era toda una tentación. Le froté todo el cuerpo, me restregué contra ella con el mío.
Recorrí su cuello, sus axilas, sus pechos… cómo no, me entretuve con sus nalgas. Las abrí y mi mano pasó por su raja, acariciando su ano pero sin entrar en él. Luego pasé al pubis. Lo froté y seguí hasta la vulva, introduciendo dos dedos en la vagina.
Ella no tardó en imitarme y sus manos recorrían mi espalda, las nalgas, se abrieron paso hasta el culo y me metió un dedo en el ano. Supe que lo hacía por mí, por aumentar mi morbo más que por su propio placer. De todos modos acabamos los dos abrazados y frotándonos mutuamente. Le dejé que siguiese jugando con mi ano y le hice notar lo suavemente que entraban sus dedos por la lubricación del agua caliente con el jabón.
Para que ella misma lo sintiese la giré y ahora fui yo el que jugó con su culo. Introduje con cuidado pero firmemente dos dedos en su recto y jugué dentro de él. “¿Ves que suave?” observé “cuando hagamos sexo anal lo haremos aquí, así no te tendrás que preocupar por si te duele o no o por si está limpio” y para aseverar mi argumento me agaché, metí la cara entre sus nalgas y le chupé el ano con la lengua. Reaccionó sorprendida pero enseguida cayó en cuenta de que yo tenía razón.
Salimos de la ducha y nos secamos. Sabíamos que habíamos ensanchado los límites de nuestra exploración mutua, pero ahora estábamos satisfechos y tampoco teníamos prisa.
Le propuse vestirnos, salir a dar una vuelta y cenar fuera pero ella me dijo que le apetecía más seguir tranquilamente en casa y cenar en la terraza.
Hacía tiempo que había anochecido pero después de haber estado todo el día dando el sol la temperatura se mantenía muy agradable conservada por las cristaleras de la terraza. Aún así subí la temperatura de la calefacción en la casa para poder seguir desnudos.
Sacamos la bandeja de los sándwiches y las agujas. Ella seguía con coca cola y yo con cerveza.
- ¿De qué son? – preguntó Marisa señalando la bandeja – Antes, con todo el jaleo no sé ni lo que he comido.
- Los sándwiches de ensaladilla, vegetal, paté, crema de queso y nueces y ahumados. Las agujas de ternera, pollo y bonito. Siempre pido lo mismo ¿te han gustado?
- Mucho, pero creo que ahora lo disfrutaré más.
- Yo tengo hambre, hemos hecho bastante ejercicio.
- Y que lo digas.
- Dime ¿qué te ha parecido lo que hemos hecho?
- Me ha gustado mucho, pero creo que ahora lo disfrutaré más – dijo ella repitiendo el argumento.
- Jajajaja, el comer y el follar todo es empezar.
- ¿Y a ti? Porque tú no te esperabas esto cuando me invitaste.
- Pues no. Si llego a saber que eras virgen no te hubiese invitado.
- Ya.
- Pero tu actitud ha sido una agradable sorpresa. Al final me ha dado mucho morbo. Enseñarte y todo eso.
- A mí todo esto me preocupaba mucho. Sé que a mi edad todo el mundo tiene mucha más experiencia. Hay muchas cosas que no sé ni cómo afrontar y no es fácil encontrar a alguien a quien puedas preguntar sin que se ría de ti o se aproveche. Eso me daba mucho miedo.
- Si te sirvo y te inspiro confianza yo puedo ser esa persona.
- ¿De verdad? Me encantaría.
- Pues no se hable más y no pienses que te hago un favor. A mí me ha encantado. Ha sido super excitante y estoy deseando seguir probando cosas contigo.
- Me parece que hemos hecho muchas cosas, pero claro, aún me queda mucho más.
- Follar.
- ¿Follar?
- Sí ¿qué problema la ves? Perdona que te diga que en tu caso conservarte virgen para el matrimonio es una tontería.
- Ya, pero no sé… había pensado que la primera vez sería algo distinto.
- ¿Que habría amor?
- ¿Te parezco ingenua?
- Un poco sí. Pero dime. Tú esperabas que esa primera vez fuese conmigo. Esperabas que me acabase enamorando de ti.
- Bueno… aún lo espero – admitió ella con un hilo de voz.
- Porque tú sí me quieres.
- …sí…
- He sido claro desde el principio.
- Asquerosamente claro.
- No quería engañarte y en ningún momento darte falsas esperanzas.
- No, no, si te lo agradezco, pero es que aveces todos necesitamos que nos engañen un poco.
- Pues eso no lo voy a hacer.
- Claro, se me olvidaba que tú no lo necesitas.
- ¿Te vas a comer eso? – pregunté señalando media aguja de ternera que había a su lado.
- Joder ¡no! – dijo enfadada por la frivolidad de mi cambio de tema.
- Gracias, es que me encantan.
- Y lo que te gusta lo coges.
- Si puedo sí. Pero a ver, que no sé por qué nos estamos liando. Marisa me pareces una chica excepcional, me encanta cómo eres y físicamente me pones mucho. Tu cuerpo me excita y además sabes ponerme a tope. Lo tienes todo.
- Pero…
- Pero nada. Te estoy diciendo mi opinión sincera sobre lo que me pareces físicamente, mental e intelectualmente. Y te digo que todo me gusta, lo que pasa es que ahora no quiero comprometerme, ya te lo dije.
- Ya. Hay muchos peces en el estanque como para quedarte con el primero que pescas ¿no?
- No sé, no lo había pensado, no tengo ese interés de ponerle etiquetas a las cosas que pareces tener tú.
- Bueno, pues no pongamos etiquetas ¿pero ahora qué hacemos?
- Pues lo que yo pensaba que haríamos es terminar de cenar, pasar al salón y tumbarnos en la chaiselongue a ver la peli o escuchar música o bailar, tomar una copa… También pensaba que hablaríamos, pero eso no sé si eso es una buena idea. Aunque si quieres y como ya te dije, también podemos vestirnos y te acompaño a casa.
- Pues a mí lo que me pide el cuerpo es… – se levantó, me cogió la cabeza y me dio un beso en la boca metiéndome la lengua hasta el fondo – y ahora quiero que me comas el coño.
- ¿Qué?
- Sí y sin miramientos – su afirmación fue una especie de “si tú puedes yo puedo”.
- Pues vamos otra vez al puf. Por muy resistentes que sean estas tumbonas no creo que aguantasen lo que te voy a hacer.
Extendí otra vez el puf en el suelo como colchón. Se había quedado plegado cuando me hizo la felación.
Le pedí que se tumbase boca arriba y me puse en cuclillas sobre su cara. Le restregué bien los huevos y ella sacó la lengua para lamerme. Seguí moviéndome hasta que noté la punta de su nariz en mi ano. Ahí me quedé. Me excitaba sentir la respiración en la raja del culo. Estaba dominando a Marisa pero ella no parecía sentirse molesta por ello. Al contrario, con la lengua se esforzaba por seguir lamiéndome los huevos.
Moví las piernas balanceando las caderas para rozarle el ano en la nariz. Mientras, le agarraba las tetas estrujándoselas y pellizcándole los pezones. Eso la excitaba y yo lo notaba entre mis nalgas.
Me tumbé sobre ella. Antes lo habíamos hecho de costado para evitar pesarle, pero ahora había dicho sin miramientos y estar sobre ella me resultaba más animal. De todos modos intentaba apoyarme sobre las rodillas y los codos para no descansar totalmente el peso sobre ella.
Le lamí la cara interna de los muslos y con la cabeza entre sus piernas me acerqué a su vulva. Con la lengua le abrí los labios, busqué el clítoris y se lo besé. Lo sorbí y lo mordí. Aunque se lo esperaba se estremeció. Alzó la cabeza y se dio con mi pene. Con la mano se lo metió en la boca y me sorbió el glande como le había enseñado. Mientras yo succionaba y frotaba el clítoris con la lengua ella movía la cabeza arriba y abajo para introducirse el pene. Luego dejó la cabeza apoyada en el colchón y sin moverla me estimuló el glande con sus labios.
Yo seguía centrándome en el clítoris y como los dos estábamos muy excitados pronto nos sentimos a punto de corrernos. Viendo que me llegaba el orgasmo incrementé la succión y el frotamiento en su vulva. Empecé a mover las caderas para tomar el control de la polla que ahora metía y sacaba de su boca buscando mi mayor placer. Evitaba clavársela en la garganta. No quería ni hacerle daño ni que tuviese una arcada en este momento.
Ella respondió a mis movimientos más violentos agitándose también, moviendo la cabeza para seguirme el ritmo. Ese acelerón terminó de excitarla. Me estrujó las nalgas en el momento de correrse y yo le avisé que también lo hacía. Recibió mi semen en su boca y esta vez noté cómo se lo tragaba.
Sin apoyarme del todo sobre su cuerpo permanecí como estaba, sin moverme y ella siguió con el capullo en la boca limpiándomelo con la lengua. Después de un rato le besé la vulva y me acosté a su lado. Los dos estuvimos un buen rato sin hablar.
- Me gusta que me uses – dije al fin.
- ¿Por qué lo dices?
- Porque hasta este momento te has dejado hacer. He sido yo el que he pensado por los dos, pero ahora tú has tomado lo que necesitabas y me has utilizado para darte placer. Me ha gustado mucho.
- Dejaste la situación muy clara, así que yo también puedo hacer lo que me apetezca ¿no?
- Claro y me encanta. Estoy ansioso por saber qué es lo próximo que te apetece.
- Ahora descansar pero mañana…
- Joder que ansiedad.
Aunque no pensé que fuésemos a hacer nada más, como aún seguíamos desnudos puse una toalla de baño sobre la chaiselongue y nos acomodamos para ver la peli del sábado por la noche, una comedieta romántica a la que creo que ninguno de los dos prestamos mucha atención.
Preparé unas copas. Ella quiso ron con coca cola, no sabía yo si esa noche iba a dormir con tanta coca cola. Yo tomé whisky con tónica que es una combinación que me gusta mucho.
Nos acomodamos uno junto a otro. Con un brazo le rodeaba el cuello y atrayéndola hacia mí le acariciaba un pecho. Ella se apoyaba en mí cuerpo ligeramente de costado y con su mano me acariciaba distraídamente el pene que volvía a estar erguido.
Estuvimos así hasta que decidimos ir a dormir. Mi cama es de una plaza pero es bastante ancha. Estaríamos bien. Marisa quiso ponerse un pijama que había llevado, decía que no estaba acostumbrada a dormir desnuda. Al final la convencí para que usase una camiseta mía a modo de camisón. Le venía muy amplia y podría acariciar su cuerpo como si estuviese desnuda. También le pedí que no se pusiese bragas porque quería dormir haciendo la cucharita. Al final la convencí y nos dormimos con ella de espaldas entre mis brazos. Con la polla entre sus nalgas y mi mano sobre su pubis.
Ya sé lo que estáis pensando. Muy romántico pero así se aguanta poco. O porque acabas follando o porque se te acaba durmiendo un brazo. Nosotros teníamos la ventaja de estar bien satisfechos sexualmente y bastante cansados. No tardamos en dormirnos.
A la mañana siguiente me desperté temprano y fui a comprar porras y churros. Le dejé una nota en la mesilla por si se despertaba. Cuando volví aún seguía durmiendo, así que hice café y preparé el desayuno en la terraza.
Volví a la habitación. Ella seguía durmiendo arrebujada bajo el edredón. Le acaricié el pelo y le di besitos hasta que abrió los ojos.
- Buenos días.
- Buenos días – contestó mirando a su alrededor situándose – No ha sido un sueño.
- Sí, si lo ha sido. Y todavía dura.
- Mmmmm – dijo besándome en la boca – Qué olor a café.
Desayunamos en la terraza. Se sorprendió al ver las porras y más cuando supo que había salido a comprarlas sin que ella se enterase “¡Qué energía! Yo aún estoy dormida” dijo. Al terminar nos acomodamos en la tumbona. Desnuda, apoyada sobre mí, contemplábamos el paisaje de la mañana. Era clara y fría, yo lo había constatado, pero había subido la calefacción y la luz del sol también daba sensación de calidez.
- ¿Qué te apetece hacer? – pregunté.
- Seguir así.
- Perfecto, pero recuerda que hoy sólo tenemos hasta media tarde, luego nos tenemos que ir antes de que vengan mis padres.
- Pues… vas a tener que esforzarte para calentarme… si es que quieres follar, claro.
- ¿Seguro?
- Sí.
- Pero…
- Que sí joder, que ya lo tengo claro. No le des más vueltas coño.
Vale, lo admito, a veces le doy muchas vueltas a todo y a veces pienso por todos. Me pasa desde siempre. Marisa sabía perfectamente cómo pensaba yo y había tomado una decisión al respecto, pues genial, sólo quería tenerlo claro.
Me recosté en el respaldo de la tumbona y abriendo las piernas le pedí que se sentase delante de mí. La besé el cuello, acariciándole los brazos. Deslicé una mano entre sus piernas y empecé a jugar con su pubis. Con la otra mano amasaba sus pechos, suavemente, mientras rozaba con los labios la piel de su cuello y con la punta de la lengua le lamía una oreja.
Ella arqueó su cuerpo, me buscaba con los brazos con los que me acariciaba las piernas o los echaba para atrás para tocarme la barba, el pelo de la cabeza… Se giraba para besarme. Aproveché para morderle el lóbulo de la oreja, meterle la lengua y soplar suavemente. Se estremeció en un escalofrío.
Noté lo excitada que estaba y empecé a pellizcarle los pezones mientras con la otra mano le abrí los labios de la vagina, jugando con ellos, rodeándolos hasta llegar al clítoris. Estaba muy húmeda, aumenté el ritmo y la presión que aplicaba con los dedos. Empezó a sonar un ligero chapoteo al mismo tiempo que aumentaba el volumen de sus jadeos.
Le pellizqué muy fuerte un pezón. Le estrujé esa teta tan enérgicamente que se quejó, pero fue un gemido de placer. El dolor la estaba excitando y ahora me costaba sujetarla para que siguiese pegada a mí.
Se agitaba entre mis brazos y piernas. Dejé de intentar sujetarla para centrarme en estimularla. Pensaba calentarla para después follar, pero viendo que ya estaba a punto seguí hasta que se corrió. Se tensó en medio de un gemido y luego se relajó recuperando la respiración.
La incorporé un poco, me levanté pasando una pierna sobre ella y la recosté otra vez en la tumbona. Le abrí las piernas y de rodillas delante de ella le acaricié los pies. Pasé la lengua por ellos. Le mordí los dedos y fui subiendo acariciándole con los labios las pantorrillas y los muslos, especialmente la cara interna.
Su entrepierna despedía calor y podía oler su vulva húmeda. Le pasé una mano por el vello del pubis y con el pulgar busqué el clítoris mientras con la cara me iba aproximando a la entrepierna, lamiendo, besando y chupando sus muslos abiertos. Volvía a jadear, la paja que le había hecho con las manos la había dejado preparada para follar a gusto.
Me arrodillé en la tumbona, entre sus piernas y cogí la caja de condones que había dejado en la mesita. Al rasgar el envoltorio de uno ella abrió los ojos y me sonrió sin decir nada. Miró con interés cómo me lo ponía en la punta del glande y desde allí lo iba desenrollando a lo largo del pene hasta en escroto. Alargó una mano para tocarme. La deslizó por la polla enfundada, desde el pequeño depósito de la punta hasta el rollito del final. Era la primera vez que lo veía y parece que se quedó tranquila al comprobar que parecía seguro.
Me incliné hacia ella. Extendió sus brazos hacia mí. Con una mano me agarré la polla y se la froté por la vulva. Pasé el glande por sus labios y rocé el clítoris con él. Ella jadeaba pero estaba expectante. Introduje despacio el pene hasta que el escroto pegó en la vulva. Lo dejé ahí para que se acostumbrase a la sensación. Me miró como diciendo “¿Esto es todo?” Le sonreí e hice presión para arriba para que el pene le apretase el clítoris. Me devolvió la sonrisa.
Apoyando mis brazos en la tumbona para no pesarle, empecé a mover las caderas para que el pene entrase y saliese de su vagina. Lo hacía procurando que ese movimiento frotase el clítoris todo lo posible haciendo presión al mismo tiempo en las paredes de la vagina. Su respiración se fue haciendo irregular y entrecortada a medida que aumentaba su excitación.
Fui incrementando el ritmo y ella empezó a seguirme arqueando el cuerpo y levantando sus caderas para seguirme el movimiento y aumentar las sensaciones que la polla le producía. Cuando ella se acopló a mi ritmo intenté balancear circularmente las caderas para producir también presión hacia los costados y conseguir excitar cada porción de su vagina.
Me puso las manos en las caderas y empezó a dirigir mis movimientos, imponiendo un ritmo todavía más frenético que el que yo estaba marcando. La tumbona de madera crujía de manera escandalosa. Pensé que igual había hecho mal en seguir en la tumbona y no habernos ido al colchón y también pensé que esperaba que los vecinos de abajo también estuviesen de finde porque sino tendría que dar unas cuantas explicaciones.
El ritmo de Marisa y sus jadeos eran el preludio de su orgasmo. Yo ya estaba a punto y me dejé llevar. Me corrí antes aunque que ella no se dio cuenta porque no cambié el ritmo. Casi inmediatamente se empezó a agitar convulsivamente llevándose una mano a la boca para contener los gritos. Le iba a decir que gritase lo que quisiese porque después del escándalo que estábamos montando eso era lo de menos, cuando terminó en un sonoro orgasmo con un temblor aún más fuerte.
Me quedé tumbado sobre ella pero me levanté enseguida. En esa tumbona no podíamos estar uno junto a otro y encima le pesaría demasiado.
Miró cómo salía el pene de su vagina y sobre todo el condón que seguía intacto y ahora lleno de semen. Me lo quité y le hice un nudo para que no se derramase. Lo dejé en el suelo y me senté en la hamaca de al lado. Los dos necesitábamos recuperarnos.
Luego preparé un aperitivo. Corté jamón y queso en taquitos. Saqué una botella de vermut negro que había en la nevera y en unos vasos puse unos gajos de mandarina con un trocito de piel y añadí unas gotas de ginebra.
Comimos en la terraza los sándwiches y agujas que quedaban. Había estado bien bueno pero para la próxima vez tendría que pensar en una dieta más variada. Después del café nos quedamos un rato reposando y más tarde, antes de irnos, le propuse darnos una ducha. A los dos nos vendría muy bien.
Cuando el agua empezó a salir caliente nos metimos los dos en la bañera. Con la alcachofa le rocié todo el cuerpo y luego se lo enjaboné con gel con la mano. No quise emplear una esponja. Le froté bien el pelo y luego mis manos recorrieron toda su piel entreteniéndome en cada pliegue, especialmente en la vulva y luego, claro está, en el culo, mi objetivo final.
Lo volví a mojar bien con un buen chorro de agua caliente y añadí una nueva dosis de gel. La enjaboné cuidadosamente entre las nalgas, luego el ano metiendo primero un dedo y luego dos más. No sólo quería dilatar, también pretendía que ella notase que había limpiado bien la zona para evitar que se incomodase por pudor.
Con todas esas maniobras el ano estaba ya muy dilatado, los dedos entraban y salían sin dificultad. Ella movía sus caderas apretándose contra mi mano.
- Quiero follarte el culo.
- Hazlo.
Le pedí que se arrodillara apoyándose en el borde de la bañera. Detrás de ella, también de rodillas entre sus piernas, guié con la mano mi pene hasta el interior de su ano. Con la ayuda del agua caliente y el gel, el glande venció la resistencia inicial del esfínter y siguió con facilidad hacia el recto.
No tenía mucha práctica y me resbalaba en la bañera. Quería estimularle el clítoris pero no llegaba. Ella adivinó mis intenciones y empezó a estimularse con una mano. Yo seguí moviendo mi cadera para que el pene siguiese entrando y saliendo provocando sonoros golpeteos cuando mi cuerpo chocaba con sus nalgas mojadas por la ducha que seguía cayendo sobre nosotros.
En aquellos tiempos no había hecho aparición el SIDA y el sexo anal era una práctica segura. No me había puesto preservativo, mi sensibilidad estaba disparada y tardé poco en correrme en su interior. Ella lo notó y me ayudó apretando las nalgas para aumentar mi sensación.
Al apoyarme sobre su espalda el pene salió de su ano pero yo aproveché la postura para agarrarle los pezones con una mano y frotarle el clítoris con la otra. La penetración anal no le había resultado tan placentera como la vaginal pero también estaba muy excitada.
Debajo de mí temblaba y se agitaba cuando yo le iba tocando. Los dos incrementamos el ritmo y se corrió agarrada fuertemente al borde de la bañera. Luego los dos nos levantamos y permanecimos un buen rato abrazados, besándonos bajo la ducha.
- Nos tenemos que ir. Tus padres no tardarán en venir.
Nos secamos, nos vestimos, recogimos todo y nos fuimos. La acompañé a su casa. Aunque el trayecto era largo no hablamos mucho. Los dos estábamos aún asimilando todo lo que habíamos vivido.
La siguiente semana, la última antes de las vacaciones, fue bastante atípica, de algunas asignaturas ya habíamos completado el temario y no había clase. Nos quedábamos charlando en el césped o nos íbamos a tomar algo a las terrazas de Rosales y ya no volvíamos a las clases que sí había. Se respiraba la navidad y teníamos pocas ganas de estudiar.
En vacaciones Marisa se fue a su casa de Asturias y en enero no vino a clase con nuestro grupo. Pensé que igual había aprovechado para pasar más días con la familia pero cuando seguía sin aparecer llamé al teléfono que tenía, el de su piso.
- Hola ¿está Marisa?
- No – me contestó otra chica – ya no vive aquí.
- ¿Qué? ¿Cómo? ¿Dónde vive?
- Se ha quedado en Asturias y va a seguir la carrera en Santiago.
- ¡Joder! ¿Tienes su teléfono? ¿Su dirección?
- ¿Eres Alberto?
- Sí
- Yo soy Ana – debía ser una chica del grupo de las mañanas con la que la había visto en alguna ocasión – tengo una carta suya para ti.
Salí disparado a por ella. De camino no dejaba de pensar qué había podido pasar. Ana me dio la carta y la leí allí mismo.
Llanes 4 de enero de 1975
Hola Alberto.
Me han concedido el traslado de matrícula a la Universidad de Santiago. Perdona que no te haya llamado pero no me encontraba con ánimo. Mejor prefiero escribirte.
Me ha encantado conocerte y que mis primeras sexuales hayan sido contigo. Estuve muy cómoda en tu casa. Siempre me he encontrado muy cómoda contigo y quiero agradecerte la paciencia que tuviste conmigo.
Me preguntaba cómo plantearme el regreso, cómo actuaría contigo, si sería capaz de ser una amiga con la que de vez en cuando follas… y ya ves, al final se ha resuelto sólo. Me quedo en Santiago y empiezo de nuevo, pero esta vez con la ventaja de lo que aprendí contigo.
Sé que vas a tener éxito en todas tus actividades, porque las emprendes con confianza, eso también lo he aprendido de ti y lo intentaré poner en práctica.
Suerte con Esther, le gustas. Se lo tiene un poco creído pero a ti te motivan los retos ¿no?
Un beso, tu amiga,
Marisa
Le di las gracias a Ana y me fui pensando. La vida es complicada. A veces es difícil adivinar las consecuencias de lo que haces. ¿Era yo el culpable de esto o de verdad estaba aprovechando una oportunidad que le había surgido? ¿Se habría ido Marisa a Santiago si no me hubiese conocido? ¿Y si fuésemos novios?
¿Qué sería lo mejor para ella? ¿Y para mí? Me temo que nunca lo sabré.
FIN
Continúa en Esther, "la rubia"
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Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.
Si además lo haces también en tus redes sociales te estaré muy agradecido.
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