martes, 8 de octubre de 2019

Las fotos de Sonsoles

Viene de: “Esther

Madrid, abril de 1975

Desde aquel fin de semana del pasado febrero en que Esther y yo empezamos una relación muchas cosas cambiaron en nuestras vidas. No se podía decir que fuésemos novios, ninguno nos lo habíamos planteado así pero lo cierto es que ambos dejamos de tener encuentros sexuales con otras personas. Ese periodo fue lo más parecido a la monogamia que había vivido nunca y la verdad es que me adapté bastante bien. Hasta entonces a las chicas con las que había estado nunca les pregunté por sus otras relaciones y tampoco consentí en que ellas me preguntasen a mí.
Mi sensación de libertad era algo irrenunciable, curiosamente con Esther no tuve problema en supeditar mi vida sexual y sentimental exclusivamente a ella, aunque claro, entonces no fui totalmente consciente de ello. El amor es ciego. A ella creo que le pasó lo mismo. No lo hablamos, no nos declaramos novios, aunque todo el mundo lo daba por supuesto, pero lo cierto es que aunque pasábamos juntos mucho tiempo no nos agobiábamos, los dos teníamos nuestro espacio, nuestras parcelas de privacidad, pero los dos éramos conscientes de lo que podía molestar al otro y lo procurábamos evitar. Quizás lo único costaba un poco de entender en nuestra relación es cómo encajaba en ella Sonsoles.
Sonsoles, Sonso como a ella misma le gustaba que la llamasen, era la mejor amiga de Esther. Si a los chicos de primero de Filosofía y Letras de ese año nos hubiesen preguntado por la alumna más guapa estoy seguro de que hubiesen destacado dos sobre la mayoría, Esther y Sonsoles. De hecho creo que en la encuesta mi “novia” hubiese quedado en segundo lugar. Aunque yo estaba convencido de que se equivocaban, la mayoría de mis compañeros se volvían locos con su amiga.
También era rubia, aunque tenía una melena más corta, voluminosa y ondulada que Esther, que tenía el cabello más largo y lacio. Sonso era más baja y rellenita que ella. Su carácter era tremendamente jovial, siempre estaba de cachondeo y si digo siempre es siempre, tanto que a mí me agobiaba y creo que por eso nunca me planteé tener nada con ella. Eso mismo debía pasarle a los demás tíos porque no tenía novio conocido y cuando alguien se le intentaba acercar no tardaba en despacharle, normalmente ridiculizándole.
Además era muy independiente. Era de los escasos alumnos que iba a la facultad en su propio coche y de hecho una de las pocas chicas que lo hacía. En definitiva, esa independencia y autosuficiencia unidas al carácter socarrón de la muchacha hacía que fuesen pocos los que se atrevían a acercarse a ella.
Recuerdo que una vez, al principio de curso, estaban mis amigos hablando de Sonsoles, alabando su físico y comentando lo buenísima que estaba. Como a mí la que me gustaba era Esther no les hacía mucho caso, pero en un momento creí oportuno comentar un dato cierto que tenía. Creo que fue Carlos el que comentaba lo sensual que era su cuerpo, a lo que yo añadí con un suspiro involuntario: “Y tiene unas tetas más blanditas…” lo que provocó un repentino silencio y que todos me mirasen extrañados.
Sonso tenía bastante pecho y ella misma destacaba esa característica con su forma de vestir. Sus exuberantes tetas despertaban la libido de todos, menos de mí que lo que más me gustaba era su culo. Muchos las habían imaginado pero yo ahora tenía que explicar cómo es que las había tocado. Fue un hecho accidental y al que creí que afortunadamente ninguno de los dos dio ninguna importancia. Un día entraba yo despistado en clase, mirando a otro lado y con el brazo estirado para empujar la puerta, en ese momento ella la abrió para salir, yo seguí avanzando sin verla, mi mano se apoyó sobre algo blando y durante unos instantes se hundió en ello antes de darme cuenta de que era su teta.
Me quedé bastante cortado. Ella se partía de risa porque vio que no había sido intencionado y que yo no sabía cómo explicarlo. Me sonrió, se arregló el sujetador y siguió avanzando. Yo di un par de pasos para entrar en el aula pero me giré para mirar a Sonso. Ella también se giró y me miró. Me volvió a sonreír y me guiñó un ojo. Joder qué cara de bobo debería tener yo en ese momento.
Mis compañeros se quedaron frustrados ante lo inocente de la historia y no paraban de preguntarme por qué no había aprovechado la situación: “Tío, le tocas una teta bien tocada, no un roce, se la aplastas y a ella le hace gracia. Te sonríe, te guiña un ojo y tú… ¿te vas sin hacer nada? ¿Qué esperas que te diga? ¿Fóllame?” Bueno ya he comentado alguna vez que lo de ligar se me daba bastante mal y lo de interpretar las señales de mis compañeras peor. En mi defensa tengo que decir que en aquella época sólo tenía ojos para Esther, que para mí todavía era una diosa inalcanzable.
Ellas dos no eran lesbianas, bueno quizás Sonso podía ser bisexual, por lo menos en lo que a Esther se refería. Las dos se conocían desde que siendo niñas estudiaban en el mismo colegio. Eran las típicas amigas traviesas que aunaban sus caracteres para emprender las trastadas propias de la adolescencia, pero con una intensidad que sacaba de quicio a sus profesores. Era Sonso quien llevaba la voz cantante pero Esther era capaz de aportar a sus hazañas un aspecto más retorcido.
Un día por casualidad pillaron al hermano mayor de Sonso masturbándose. Entraron las dos corriendo en el baño y él estaba delante de la taza del váter, con los pantalones bajados, una revista apoyada en el lavabo y meneándose intensamente la polla mientras eyaculaba. Fue una casualidad, ellas no sabían que el baño estaba ocupado y él, probablemente con las prisas, había cerrado mal la puerta. Los tres se quedaron paralizados hasta que el hermano, con la polla goteando líquido blanco, las echó a gritos.
Ellas se fueron asustadas al cuarto de Sonso y al cabo de unos minutos entró él enfurecido. Gritándoles las amenazó y les dijo que como contasen algo de eso las iba a moler a palos. Luego se enteraron de que la revista era del padre de Sonso. El chico había localizado su escondite y cuando los padres no estaban la cogía para masturbarse. Cuando se les pasó el susto las dos se quedaron muy excitadas. Era la primera vez que veían eyacular a un chico y a Esther le pareció que el hermano estaba muy bien dotado. Se quedó con ganas de ver más.
Días después estaban ellas dos peleándose en el salón con sus uniformes de colegialas. El hermano quería ver la televisión pero con el alboroto no podía. Se fue enfadado. Al cabo de un rato escucharon unos jadeos apagados. Guardaron silencio y los jadeos se hicieron claros, provenían del baño. Se arriesgaron a acercarse y escuchar tras la puerta. El hermano obviamente se estaba haciendo una paja. Ataron cabos. En su juego, peleándose y haciéndose cosquillas sus faldas se deberían haber levantado y el chico les habría visto las bragas, eso le había excitado y se había ido a hacer una paja.
Imaginárselo las puso muy cachondas y acabaron pajeándose en la habitación de Sonso. Ese episodio se repitió alguna que otra vez y las dos confiesan que fue el desencadenante de su actividad masturbatoria. Así juntas despertaron a la sexualidad y juntas aprendieron la manera de dar placer a sus cuerpos. Con sus juegos se exploraban mutuamente, aprendiendo a conocer los trucos y resortes que les proporcionaban la satisfacción de sus deseos. Juntas superaron la vergüenza y ningún pliegue ni rincón de su piel acabo teniendo secreto para ellas. El esperado sexo con chicos llegó años más tarde y al principio no fue demasiado gratificante. Pocos compañeros podían estar a la altura de las expectativas y de la experiencia que tenían la una con la otra.
Cuando Esther y yo empezamos a salir me enteré de que Sonso, además de su mejor amiga, era su compañera ocasional de juegos sexuales. Lo eran desde su pubertad y no lo iban a dejar de ser ahora. Ese tema no me sorprendió ni preocupó demasiado, no iba a sentir celos de una chica. Es más, me ponía muchísimo imaginármelas juntas. Lo que sí me extrañó fue descubrir que Sonso no me tomó a mí como una amenaza sino como un elemento enriquecedor de su relación, cosa que Esther también daba por sentado, lo que me sorprendió aún más.
Con mi actitud inicial de pasar de ellas, de Esther porque pensaba que era una engreída que nunca se fijaría en mí y de Sonso porque su carácter histriónico me ponía nervioso, resulta que había despertado el interés de las dos. Cuando un día les conté la conversación con mis amigos a raíz del episodio de la teta y la puerta y lo verde que me pusieron por no haber aprovechado su insinuación, Sonso me confesó muerta de risa que el guiño sí que había sido una señal de que le interesaba y se extrañó un montón de que no la captase.

- Porque sabía que ligabas bastante con otras tías que si no hubiese pensado que eras homosexual -me dijo.
- Lo recuerdo -añadió Esther- y nos preguntábamos qué te pasaba con nosotras, no sabíamos por qué nos rehuías a las dos.

Decirles que a una la consideraba una engreída y a la otra una histérica, sin fastidiar las cosas con ambas requirió una buena dosis de diplomacia, pero lo cierto es que a partir de ese momento las cosas quedaron muy claras entre los tres. Tácitamente iniciamos una relación liberal. Yo me incorporé expectante a ese peculiar trío en el que se me abrían posibilidades que no había sospechado.
Resultó que Sonso, además de ser una locuela que parecía que se tomaba todo en broma, era una muchacha con multitud de intereses culturales e intelectuales. Tocaba muy bien el piano, cosa que perfeccionaba yendo a clases en el conservatorio. También iba a clases de baile en una academia de danza. Le interesaba la fotografía y estaba metida en un grupo de imagen. Y creo que por último, era uno de los miembros más activos de un club de lectura y escritura. Francamente no tenía ni idea de dónde sacaba el tiempo para todo. Lo que sí me quedó claro es por qué Sonso no tenía novio. No, no es porque no tuviese tiempo para ello, es porque tenía un carácter que a los tíos nos asusta ya que nos sentimos sobrepasados.
Un día nos pidió a Esther y a mí que le ayudásemos a elegir unas fotos para una exposición que estaba preparando con su grupo de fotografía. Sonso era muy valiente, bueno, yo en ese momento la califiqué de inconsciente. En 1975, con Franco muy malito, en uno de los momentos más delicados de la dictadura, no se le ocurre otra cosa que presentar a una exposición una serie de fotos de desnudos. La modelo de casi todas era Esther, aunque había otras de chicas que no conocía, gente del grupo de fotografía por lo visto. Eran imágenes en blanco y negro, impresas en papel mate por la propia Sonso. Las revelaba ella misma en un estudio que había montado en su casa.
Elegir era difícil. Las que más me gustaban eran las más atrevidas, aquellas que jamás pasarían la censura de la época. En aquellos tiempos en que se tapaban los  escotes y alargaban las faldas de las actrices, en las que el cura en misa abroncaba a las mujeres que iban en manga corta, tener la foto de un desnudo explícito y sobre todo haber posado en ella te podía hacer merecer un severo castigo por atentar contra la moral pública.
Había seleccionado varias fotos en las que se intuían siluetas a contraluz, en las que el desnudo sólo se adivinaba, cuando reconocí una imagen. En ella Esther aparecía tendida en la cama sin ropa, aparentemente dormida de costado, con las piernas abiertas y el culo y la vulva como punto focal. Bueno, en realidad no se veían pero se sabía que estaban allí y eso aumentaba el erotismo de la imagen.

- ¿Te suena? -me preguntó Sonso riéndose.
- Es como la que le hice con la Polaroid ¿no?
- Intenta ser una imitación -aclaró ella- pero no he conseguido igualarla.
- ¡Qué dices! -me extrañé- está fenomenal, con los claroscuros del blanco y negro gana muchísimo.
- Sí, pero no he conseguido ni acercarme a la frescura de la foto que tú hiciste. La naturalidad, la luz, los tonos pasteles de la emulsión del negativo…
- ¿Ves cómo es una perfeccionista? -intervino Esther- Es dificilísimo estar a la altura de sus expectativas.
- A mí me gustan mucho las dos -dije- Por cierto. De la Polaroid no se pueden sacar copias pero de ésta tuya sí me podías hacer una ¿no? Me encantaría tenerla, si no te importa -concluí mirando a Esther.
- Mmmmm claro que no me importa, esa foto es tuya.
- Mira -dijo Sonso alargándome unas cuantas fotos sin difuminar- hice varios intentos. Yo misma no sé bien por cuál decantarme. Elige la que quieras.

Elegí una, creo que una cualquiera, a mí también me costaba decidir cuál era la mejor. Igual que todas las que estaba eligiendo para la exposición tenía una carga erótica importante, pero Esther tenía razón y la perfeccionista fotógrafa buscaba algo más impactante.

- Me podíais ayudar -pidió Sonso pensativa.
- Claro ¿cómo? -se interesó Esther.
- Haciendo de modelos los dos… follando.
- Por mí no hay problema -dijo Esther mirándome.
- Por mí tampoco, pero creo que si buscas algo que llame más la atención mejor que las modelos fueseis vosotras dos, follando.
- Claro y tú nos podrías hacer unas fotos preciosas, con todo el atractivo que tienen dos cuerpos de mujer desnudos, pero entonces sería tu trabajo, no el mío.
- Podíamos buscar a otra chica -empezó a decir Esther pensativa- no sé, quizás…
- ¡Guarra! -la interrumpió Sonso riendo- que si por ti fuese te tirarías a toda la facultad.
- Yo sólo quería ayudar.
- Se me ocurre otra idea -intervine yo- Follamos nosotros y nos fotografías tú, folláis vosotras y os fotografío yo y luego… vamos a mi casa y en un vestidor que tenemos lleno de espejos, folláis vosotras y… lo fotografías tú misma, enfocando a los espejos, sacando también tu propia imagen reflejada. Serás, no sé, una fotógrafa participante.
- Oye -dijo Sonso afirmando con la cabeza- no tiene malas ideas tu novio.
- Respecto a sexo, las mejores, ya te lo digo yo. Lo que no se le ocurra a él…
- Bueno ¿tienes la cámara a punto? -pregunté.
- A punto está.
- ¿Quieres que nos pongamos en algún sitio? -quiso saber Esther.
- Vosotros a vuestro aire, no os preocupéis por eso. Lo de los encuadres y demás dejádmelo a mí. Si os olvidáis de que estoy mucho mejor, yo procuraré no molestar.
- ¿Quién ha dicho eso? -pregunté abalanzándome sobre Esther.

Estábamos en la habitación de Sonso, rodando sobre su cama, retozando mientras los clics de la cámara nos indicaban que nuestra amiga no perdía detalle, pero pronto nos acostumbramos y dejamos de estar pendientes de la fotógrafa.
Era un día agradable de primavera y la temperatura en casa era más bien alta. Esther se había quitado una chaqueta deportiva que llevaba y se había quedado con unas playeras con calcetines por los tobillos, una falda plisada que le llegaba por las rodillas y un polo de manga corta. Se lo hubiese quitado todo pero pensando en el reportaje fotográfico opté por dejar de momento sus ropas y jugar por debajo de la falda. Pensé que el aire de colegiala que tenía así podía resultar más erótico.
Me senté en el cabecero de la cama y ella lo hizo entre mis piernas, con la espalda apoyada en mi pecho. Con mi cara entre su larga melena rubia le mordía la oreja desde atrás, mientras que con una mano le acariciaba los muslos por debajo de la falda y con la otra le acariciaba la barriga debajo del polo, subiendo hasta el sujetador.
Aparté la falda para que se le viesen las bragas. Eran rosas y se ajustaban fuerte a los muslos, por lo menos sentados tal y como estábamos. Le dejarían marcas. Quise meter los dedos por la pernera pero temí apretarla aún más así me contenté con frotarle los labios de la vulva sobre la tela. Como siempre tenía el tacto mullido y caliente que me encantaba, sobre todo cuando notaba cómo la entrepierna se iba humedeciendo al ritmo de mis caricias.
Procuraba no mirar a Sonso pero sus movimientos me indicaban que estaba haciendo un buen reportaje. La falda arremangada y mi mano jugando con las bragas entre los muslos debería quedar bastante bien en cámara. Lo mismo que el sujetador que asomaba debajo del polo levantado, con mi mano bajo él, abultando la tela al pellizcar el pezón.
La cara de Esther no la podía ver pero la conocía así que podía imaginar que tendría esa expresión de sufrimiento placentero que se te que queda cuando te estimulan fuertemente una zona sensible y te producen un gozo intenso. Cuando más tarde vi las fotos supe que no me equivocaba. Por cierto que en entre esas fotografías había una mía, mordiendo el lóbulo de la oreja de Esther y la cara que se me entreveía tras los mechones dispersos de su melena era de auténtica… iba a decir pasión pero lo cambio por perversión.
Ya sé que Sonso había dicho que nos olvidásemos de ella y de verdad que lo intentaba pero no podía evitar pensar en el reportaje que estaba haciendo y en cómo quedaría mejor. No sé pero creo que eso me sirvió para actuar de otra manera y descubrir otras cosas que normalmente no había probado.
Cuando estoy con una chica lo que más me gusta es desnudarla, primero mentalmente, de ahí que me declare apodyópsico, y luego ya físicamente. A la hora de follar siempre estamos desnudos los dos. Pero esta vez me monté yo mismo otra película y cambié el guión.
Cuando noté que Esther estaba suficientemente excitada le desabroché el sujetador. Ella se intentó quitar el polo pero se lo impedí. De momento no entendió el porqué pero con la soltura de la que lo ha hecho muchas veces metió los brazos por las mangas, se bajó así los tirantes dentro del jersey, se quitó el sujetador y me lo dio volviendo a sacar los brazos por las mangas del polo.
Como si fuésemos dos adolescentes que temían ser pillados jugábamos vestidos. Le acaricié la piel por debajo de la ropa y seguí pellizcando los endurecidos pezones mientras que con la otra mano le apretaba el coño sobre la totalmente mojada braga. Ella resoplaba, me acariciaba las piernas sobre los pantalones. Intentaba girar el cuello buscando mi boca pero con mis brazos yo tenía sujeto su tronco y mucha libertad de movimiento no la dejaba.
Aparté las manos e hice que se incorporase. Le indiqué que se pusiese de rodillas a cuatro patas. Yo me puse también de rodillas al lado de ella, me desabroché los pantalones y me los bajé hasta media pierna, igual que los calzoncillos. Me acerqué a su cabeza y cogiéndola del pelo llevé su boca hasta mi polla. La chupó hasta que la erección fue total.
Me coloqué detrás de ella y le bajé las bragas dejándolas bajo sus muslos. Echándome hacia adelante, apoyándome en su cuerpo le subí un poco el polo para que las tetas le quedasen al aire. Jugué con ellas apoyando mis caderas sobre sus nalgas. Le pellizqué los pezones hasta que gimió, luego me incorporé y sin apresurarme para que Sonso pudiese captar bien cada movimiento, le abrí los labios de la vulva con una mano y con la otra llevé mi polla hasta ella introduciéndola en su ardiente vagina.
Si no estaba equivocado la escena de sexo apresurado que estábamos protagonizando, ella de rodillas con la falda levantada por la cintura, las bragas a media pierna y los pechos asomando por el jersey subido y yo de rodillas detrás de ella, vestido, con los pantalones y los calzoncillos por las rodillas, era una imagen que seguro le estaría encantando a la fotógrafa.
La postura del perrito es una de mis preferidas. Es muy animal y chocaba con el aspecto de adolescente pija recién seducida que tenía ahora Esther. Era un contraste que me ponía mucho así que la agarré por las caderas y empecé a moverla hacia mí en un vaivén de velocidad creciente. Siempre disfruto de los preliminares pero esta vez los sustituí por fuerza bruta. Ella me conocía, sabía mi forma de follar, por eso estaba tan sorprendida.
Mis manos la sujetaban tan fuerte que se me quedaban los nudillos blancos y a ella las caderas enrojecidas. Los golpeteos de sus nalgas contra mi pubis casi tapaban los gemidos de ambos, que no paraban de subir de tono. Flexionando las rodillas y dando golpes de cintura todo lo fuerte que me permitía la adrenalina, introducía mi miembro en su vagina con tal intensidad que los huevos me acabaron doliendo de tanto que se aplastaban.
Con cada golpe gritábamos los dos alcanzando un frenesí inusitado. No pude resistir mucho ese ritmo y me dejé llevar cuando los calambres en el glande me indicaron la inminencia del orgasmo. No sé cómo pero aumenté el ritmo de la cadera, golpeando intensamente las nalgas que atraía hacía mí agarrándola fuertemente con los brazos para correrme violentamente en su vagina caliente y, seguramente, irritada.
Todavía apretaba sus nalgas intensamente contra mí cuando mi polla dejó de palpitar para verter las últimas gotas de semen. Me relajé recostándome sobre su espalda y saqué el miembro del cálido hogar que le albergaba.
Estaba recuperándome cuando Esther me sorprendió. Se separó suavemente de mí hasta que tuvo espacio. Entonces se giró, me agarró por los hombros y me tumbó boca arriba en la cama, luego se agarró la falda y se sentó a caballo sobre mi cara. Por un momento pensé que cuándo se había quitado las bragas.
Me estiró del pelo y juntó con fuerza los labios de mi boca con los de su vulva. Relajó las piernas y descansó su peso sobre mi cara. El intenso sabor salado de sus fluidos emulsionados con mi semen me inundó saturando todos mis sentidos.
Esther se arremangaba la falda y de vez en cuando abría los ojos mirando directamente a los míos. Si se aislase sólo la mirada cualquiera diría que era de odio. Esa visión, junto con la de la crema blanca que impregnaba los labios de su vulva y que yo ahora no tenía más remedio que saborear, era tremendamente morbosa.
El aroma era embriagador. Olía a sexo, a sudor, a coño recién follado. Olía a ella y a mí. Me estaba volviendo a empalmar aunque pensaba que no tenía ya fuerza para más, pero todo ello, junto con la caricia de la piel de sus muslos en mi barba y el sonido insinuante de sus jadeos mientras se volvía a poner a tono me estaba excitando muchísimo.
Me sujetó con las dos manos por debajo de la nuca y me apretó con fuerza la cara contra su entrepierna. A penas podía respirar pero así y todo intenté lamer su clítoris, morderlo… no pude, ella no se dejaba, no necesitaba de mis esfuerzos. Moviendo intensamente sus caderas restregaba con fuerza su coño contra mi cara, se masturbaba con ella, daba igual lo que yo quisiese hacer o que no pudiese respirar. Ella me utilizó frotándose con mi rostro hasta que se corrió en medio de sonoros gemidos.
Me descabalgó y se tendió a mi lado. Cuando al cabo de unos minutos me recuperé un poco me di cuenta de lo empapada que tenía la barba. Me escocían los labios, los debía tener cortados por el rozamiento. Los de su coño no deberían estar mejor, quizás por eso tenía las piernas abiertas y se daba aire abanicándose con la falda. Alcé el cuello lo que pude y busqué a Sonso. Había dejado de hacer fotos y nos miraba con ojos asombrados.

- Vaya polvo chicos, me habéis puesto toda perra.
- ¿Crees que te servirán las fotos? -pregunté como pude.
- Uffff, sí, he hecho un montón. Ya veré cómo las revelo para que no nos metan a los tres a la cárcel cuando las presente a la exposición.
- Me alegro -dijo Esther con voz entrecortada- Si necesitas otras ya nos lo dirás mañana, ahora no puedo más.
- Joder, pues yo estoy toda perra ¿qué hago ahora?
- Convence a éste para que te folle, te lo presto, yo ahora no tengo fuerzas para nada y tengo el coño en carne viva.
- Ya lo veo ya… igual necesitas un tratamiento balsámico -dijo Sonso dándome la cámara y acercándose al coño de Esther mientras lo refrescaba soplando y lo lamía con suavidad.

Conocía la cámara, una réflex a la que le quedaban treinta fotos, casi todo el carrete. En un rincón en la cómoda había cuatro más recién empleados y otros dos en cajas sin abrir. Bueno, parece que sin película no me iba a quedar. Ajusté el objetivo y me moví para encuadrar la lengua de Sonso lamiendo la vulva de Esther. Disparé.
Una tumbada boca arriba con el polo sobre las tetas y la falda levantada más arriba de la cintura. La otra vestida con unos pantalones de sport y una blusa. Una escena que haría las delicias de David Hamilton, pero creía que Sonso debería enseñar un poco más de carne. Después de hacer un par de fotos más me acerqué a ellas e intentando molestar lo menos posible le desabroché el pantalón y se lo bajé hasta las rodillas.
Ya he dicho que Sonso era algo rellenita. Tenía un culazo espectacular. Las bragas eran blancas aunque la entrepierna estaba un poco oscurecida por la humedad. Le acaricié esa zona y la estiré un poco para que se le marcasen bien los labios, el “cameltoe”. Situándome ligeramente en diagonal hice una foto en la que intenté captar todo desde atrás. Se la veía arrodillada y con la cara entre las piernas de su amiga.
Le bajé las bragas juntándolas a los pantalones. Con cuidado le desabroché la blusa y luego el sujetador, que aflojé para liberar las tetas. Nuevamente la imagen era de sexo apresurado. Las dos con la ropa puesta pero bajada o apartada para permitir el acceso a sus cuerpos. Hice un par de fotos más.
Esther se había corrido hace poco y tardaba algo en volver a ponerse a tono, pero Sonso estaba muy excitada. Me acerqué a ellas sujetando la cámara con una mano, con la otra le acaricié la vulva. Estaba muy mojada. Jugué con los dedos entre sus labios. Apretó las nalgas para sujetar mi mano. Quería que siguiese. Lo hice. Metí el pulgar en la vagina y haciendo pinza con el resto de los dedos le agarré el monte del pubis. Apreté fuerte y Sonso gritó de placer. Yo entonces no lo sabía pero con el pulgar le estaba presionando directamente el punto G, allí donde llegan las terminaciones nerviosas del clítoris. Sin pretenderlo y abrazado a sus caderas desde atrás, había encontrado una manera perfecta de proporcionarle placer.
Seguí estimulándola así, aumentando su propia excitación sin estorbar las maniobras que ella estaba realizando en el cuerpo de Esther, que más sobrepuesta del palizón que yo le había dado arqueaba su espalda y jadeaba disfrutando de la lengua de su amiga. 
Mis dedos jugando en la vagina y con los labios de Sonso provocaron un aumento de su lubricación. Literalmente chorreaba y el fluido le resbalaba por los muslos. Otra foto de la piel brillante. Luego me puse de rodillas detrás de ella, me agarré a sus nalgas, las abrí y metí la cara en ellas para lamerle la vulva. Metí la lengua entre sus labios, sus flujos me bañaban la barba y las mejillas. Ella suspiró y jadeó excitada pero con la lengua apenas llegaba al clítoris así que me aparté, cogí la polla con una mano y se la acerqué a la vulva para frotarle el clítoris con el glande.
Sus caderas empezaron a temblar, lo que se transmitía por su cuerpo hasta la cara, pegada al coño de Esther que lo movía convulsivamente, haciendo que las dos chicas jadeasen intensamente y casi al mismo tiempo.

- ¡Fóllame! ¡Fóllame ya cabrón! Como si fuese tu puta novia.
- Estoy sin preservativo.
- ¡Que me folles! Joder.
- ¡Sí! ¡Fóllala fuerte! Que me entere hasta yo -dijo Esther mirándome desde abajo mientras sujetaba la cabeza de Sonso con las manos.

Como si fuese mi puta novia ¿no? Por lo visto las dos querían que las follase fuerte, pues… con un golpe seco de cadera metí la polla hasta que los huevos se me aplastaron contra los labios de la vagina. Menos mal que de por sí los tenía mullidos, hoy especialmente pues estaban un poco hinchados después de tanta manipulación. La repentina sensación de la polla ocupando hasta el fondo todo el espacio de su vagina la dejó sin respiración y tuvo que tomar aire aplastada como estaba entre las piernas de Esther, que gimió como respuesta a la intensa estimulación del clítoris.
Estaba cansado pero, lo que es la adrenalina, empecé a empujar rítmicamente, con toda la fuerza que pude, mis caderas contra las nalgas de Sonso, sintiendo como el glande se abría paso hasta el fondo de la vagina, que se cerraba cada vez que salía provocándome una intensa sensación de placer cuando repetía el movimiento. Aunque claro, el placer era de los tres. Sonso estaba disfrutando tanto como yo de la cópula y además se dejaba llevar por mis movimientos aplastando su cara contra el coño de Esther, que debería morder en cada ocasión porque si no los gritos que estaba dando no eran normales.
Acabamos los tres jadeando, gimiendo y gritando llevando el ritmo de mis golpes de cadera. Alargué la mano y volví a coger la cámara. No pude enfocar muy bien pero hice dos fotos desde mi perspectiva, un plano picado de la cara de Esther en la que sólo se podía adivinar por el contexto si la expresión era de placer o dolor. Las tetas bañadas en sudor y las manos crispadas con los dedos enredados en la melena de Sonso a la que sujetaba con vehemencia contra su pubis. Yo quedaba fuera de plano, bueno se me veía un poco de barriga apoyada en el culo de Sonso. Bastante hice, no ya por la foto sino porque creo que acabamos los tres corriéndonos al mismo tiempo, yo desde luego y ellas por sus gemidos creo que también.
Cuando me recuperé un poco busqué otra vez la cámara, me costó encontrar dónde la había dejado en medio de todo el revoltillo que habíamos organizado. Me levanté y dando un par de vueltas alrededor de la cama les saqué unas cuantas fotos. Las dos tendidas desparramadas con la ropa absolutamente descolocada parecían las víctimas de un terremoto o las protagonistas de una de esas fotos de borrachas que ahora circulan por internet.
Dudaba mucho que Sonso pudiese presentar al concurso ninguna de las imágenes que había captado, aunque de poder hacerlo seguro que ganaba.

FIN

Continúa en: "Espejismos"

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