La presente historia está incluida en el relato más extenso “Sexo en tiempos de coronavirus. Primera semana”. Han sido algunos lectores los que me han indicado que, por la identidad propia que destaca en ella, debería tener un espacio propio. Las buenas ideas las capto enseguida, así que aquí está.
Se trata de una historia que mi esposa, Raquel, nos contó a mi hermana, Toñi, y a mí, en Madrid, en el mes de marzo de 2020, apenas comenzado el confinamiento.
- Estaba estudiando COU, tendría dieciséis o diecisiete años -dijo Raquel-. Iba a un colegio de chicas, los únicos amigos que tenía eran los del grupo juvenil de la parroquia, pero había un chico que conocía de siempre y con el que me llevaba muy bien. Tenía mi edad, era hijo de unos amigos de mis padres con los que de vez en cuando hacían excursiones, comidas y todo eso. Nosotros tuvimos mucho tiempo para jugar mientras los mayores hablaban.
- ¿Jugabais a los médicos y cosas así? -preguntó Toñi.
- No, qué va, éramos como hermanos.
- Bueno, yo con mi hermano… -empezó a decir Toñi mirándome, pero se calló al ver mi cara.
- ¿Qué? -preguntó Raquel.
- Que… sí, que jugábamos a los médicos -contestó Toñi midiendo las palabras.
- ¡Ah! Pues nosotros no -dijo Raquel mirándome sorprendida. Evidentemente eso iba a requerir futuras aclaraciones.
Éramos muy burros, nos peleábamos como chicos -siguió explicando Raquel- y nunca hubo nada de sexo.
Bueno, cuando ya éramos más mayorcitos noté que me miraba con ojos tiernos, que los abrazos duraban más de lo habitual… Intenté pasar por alto esos detalles, le quería mucho y no quería hacerle daño pero tampoco darle falsas esperanzas. Parecía que lo entendió y su actitud volvió a ser normal.
Un día quedé con él. Había sido su cumple y le quería dar un regalito que le había comprado, una tontería y me excusé por ello diciéndole que es que estaba pelada de dinero. Tomamos unas cocacolas y charlamos un buen rato. Fue muy agradable, quedamos en que lo repetiríamos de vez en cuando aunque no fuese el cumpleaños de ninguno.
Un día me lo encontré a la salida del metro. Pensé que había sido una coincidencia pero luego me di cuenta de que me estaba esperando. Me dijo que me quería comentar algo. Por su cara parecía importante. Estábamos casi en mi portal así que le ofrecí subir a casa. A mis padres les gustaría saludarle y así no se pondría tierno.
Saludó a mi madre muy cariñoso y como vi que se ponía muy impaciente nos fuimos a hablar a mi habitación.
- ¿A tu habitación? ¿A tu madre le pareció bien? -preguntó Toñi.
- Sí, ya os digo que éramos como hermanos. Aunque ahora hace tiempo que no lo hacíamos, antes cuando venía a cenar a casa con sus padres siempre terminábamos jugando o hablando en mi habitación.
- Y nunca…- volví a insinuar.
- No, nunca -respondió mi mujer-, hasta ese día. Le costó lanzarse a explicarme lo que quería pero al final me dijo que había pensado mucho en mi regalo y en lo que le conté.
- No, nunca -respondió mi mujer-, hasta ese día. Le costó lanzarse a explicarme lo que quería pero al final me dijo que había pensado mucho en mi regalo y en lo que le conté.
El otro día lo soñé -me dijo- y desde entonces casi todas las noches. Estoy obsesionado.
¿Soñaste con el regalo que te di? -pregunté porque era una miniatura, una tontería. No entendía nada.
Soñé más que nada en lo que me dijiste -me explicó-. El regalo era otro.
¿Y qué era? -pregunté.
Me dijiste que te hubiese gustado regalarme otra cosa pero como no tenías dinero…
¿Qué? -pregunté impaciente.
Te metiste la mano bajo la falda, te bajaste las bragas y me las diste -me dijo un poco avergonzado.
¿Qué? -pregunté incrédula.
Entones me corrí.
¿Qué?
¿Y dices que ese sueño se ha repetido varias veces?
Sí… y me corro cada vez.
Uffff. Me están entrando sofocos ¿Y ahora que esperas que haga? ¿Qué te regale unas bragas? -dije levantándome y yendo hacia el cajón.
Espero que no te lo tomes a mal pero necesitaba contártelo. Si esto te molesta te pido que lo olvides por favor -me contestó.
No, no me molesta. Te agradezco tu sinceridad y claro que tenías que decírmelo. Si parezco sorprendida es porque no imaginaba nada. ¿Eres fetichista de bragas? ¿Te gustan estas? -le pregunté extendiendo delante de él unas que había sacado del cajón. Me enterneció. Si tanto quería unas bragas mías... En el fondo no me costaba nada darle unas.
Sí, muy bonitas, pero no es eso. Tienen que ser unas que lleves puestas.
¡Ah! -respondí sorprendida. Me quedé mirándole y de repente la idea de bajarme las bragas así en frio, delante de él, me empezó a apetecer… bastante.
¿Y te correrás cuando lo haga? -pregunté en plan insinuante- ¿Sin tocarte?
No sé… en el sueño era así -respondió él de repente inseguro. Creo que no esperaba que yo considerase su petición.
Me gustaría verlo, pero si no lo haces… ¿qué gano yo? -proseguí- No te habrás inventado todo este rollo porque lo que quieres es verme sin bragas.
Sabes que no es así. Claro que me apetece verte sin bragas, pero nunca me inventaría nada así para liarte. Perdóname por favor. Ha sido una mala idea contártelo. Mejor me voy. Por favor no le digas nada a tus padres -dijo él levantándose para irse.
¡Espera! ¿Estás empalmado?
Lo estaba -respondió él girándose sorprendido.
A ver bájate los pantalones -le pedí.
Raquel, por favor no te rías de mí.
Tío que vas a cumplir tu sueño, que te voy a dar las bragas que llevo puestas, me las voy a quitar delante de ti y si eso va a hacer que te corras sin tocarte quiero verlo.
No sé..., en el sueño sí me corría sin tocarme, ahora me he puesto un poco nervioso con todo esto -se excusó él.
Bueno, si no te corres tú solo habrá que ayudarte ¿no? -dije mientras le empezaba a desabrochar los pantalones.
Efectivamente estaba muy empalmado. Le palpé el paquete antes de estirar la cinturilla del calzoncillo y bajárselo sin que se trabase en la polla.
Se la agarré y le estiré el prepucio hacia atrás. Unas gotas de líquido transparente asomaban por la punta. Decidí no tocarle más o se correría antes de verme las bragas.
¿Cómo lo hago? -pregunté- Me refiero a que cómo es en tu sueño ¿Meto las manos bajo la falda y simplemente me bajo las bragas? ¿Me alzo la falda para que las veas antes de quitármelas? ¿Cómo?
En el sueño te metes las manos bajo la falda, te quitas las bragas y me las das. No las veo antes y tampoco te veo a ti desnuda.
No sé, puestos a soñar podrías haber sido más exigente -comenté con aire divertido para rebajar la tensión, cosa que no tuvo demasiado efecto.
Es la situación lo que me excitó, el hecho de que me quisieras regalar algo tan íntimo.
Bueno, pues vamos al lío -dije de manera lo más provocativa que pude. Me metí las manos bajo la falda y agarré el elástico. El tacto no era el que esperaba, pensé que me había puesto unas bragas azules de aspecto deportivo, pero el elástico un tanto flojo y el tacto de la tela no se correspondían.
Un momento -dije y girándome me alcé la falda para ver qué bragas llevaba. Mierda, no me acordaba, creo que las que llevaba eran las más cutres que tenía, por lo menos de las más antiguas. Eran unas blancas con dibujos de frutitas y aspecto infantil.
Por un momento se me ocurrió pedirle permiso para ponerme otras y dárselas. Pero no, él quería las que llevaba puestas, sin trucos. Mi madre siempre me decía que tenía que llevar las bragas limpias por si tenía un accidente. Siempre me pareció muy tétrico. En mi inocencia pensaba que si tenía un accidente y tenían que llevarme al hospital en lo que menos iba a pensar era en las bragas que llevaba. En cambio nunca me dijo “hija tienes que llevar siempre unas bragas bonitas por si se las quieres regalar a alguien”.
En fin, después de todo el sofoco al pobre chico le iban a tocar las bragas menos sexys que tenía. Para compensar le hice un baile erótico, subiéndome la falda hasta la parte superior del muslo y agachándome provocativamente delante de él baje las bragas hasta las rodillas y una vez allí dejé que resbalasen hasta los tobillos.
Las cogí, las extendí y poniendo una mano hacia atrás las estiré frotándolas adelante y atrás contra mi entrepierna en una especie de baile que luego vi hacer a Madona. No es por quitarle el mérito pero a mí se me ocurrió primero.
Las solté de una mano y las alcé con la otra haciéndolas girar sobre mi cabeza. Luego me las llevé a la cara, aspiré su olor, olían muy bien, con el cachondeo las había mojado. Las mordí y avancé gateando hacia él, que estaba sentado en el borde de mi cama.
Con la cara le froté las bragas sobre su polla tiesa y fui subiendo restregándoselas por la barriga y el pecho, hasta que quede sentada a horcajadas sobre sus piernas, abrazada a su cuello y restregando contra su cara las bragas que estaba mordiendo.
Me movía sobre sus piernas y notaba el pene erecto rozándome la vulva mientras seguía frotando las bragas en su cara. Nuestros alientos se mezclaban a través de la tela empapada del aroma de mi sexo.
Estábamos los dos muy excitados. Jadeábamos. Él se abrazó a mí y empezó a temblar. Sentí su pene rozándome los labios, palpitando en el clítoris mientras eyaculaba.
Es cierto que no me engañaba, se corrió como en su sueño, sin tocarse con la mano aunque rozándose contra mí.
El semen apenas me había tocado pero de repente pensé en que podía manchar la colcha. Me levanté apresurada y lo comprobé. El viscoso líquido blanquecino se había quedado entre sus piernas y algo manchaba mis muslos pero no había traspasado nada a la colcha y tampoco había nada en mi vagina.
Con lo primero que encontré a mano, mis bragas, me limpié los muslos y luego su polla y las piernas. Quedaron pringosas.
Al final le pregunté ¿Quieres estas bragas con regalito o quieres otras?
Al final le pregunté ¿Quieres estas bragas con regalito o quieres otras?
Me miraba sin contestarme. Algo le preocupaba. ¿Qué pasa? Pregunté. Resultó que estaba avergonzado por haberse corrido sin poderse controlar.
Mira, a mí me ha encantado, me ha resultado muy excitante. Ha sido mejor que en tu sueño -le dije-. Me apetece volverlo a repetir y ya veremos si te corres igual de bien si te lo hago con la mano… o con la boca.
Eres encantadora -me respondió-. Me quedo con estas bragas, son mías. Son mi sueño.
Se las metí en una bolsa y se las guardó en el bolsillo. No sé como se las arreglaría para conservarlas en su casa. Si no las quería lavar…
Cuando se fue a despedir de mi madre para irse, ella se empeñó en que se quedase a comer. Él, con mis olorosas bragas en el bolsillo, se estaba poniendo nervioso porque le daba vergüenza quedarse pero no quería ser descortés con mi madre. Al final consiguió irse y yo volví a arreglar mi habitación.
Me tumbé en la cama y abriendo las piernas dejé que mis dedos jugasen entre los labios de la vulva rozándome el clítoris. En mi mente estaban las imágenes de lo que acababa de vivir con mi amigo de la infancia. Me acaricié con decisión y me corrí pensando en él. Pensé en que se lo contaría en cuanto le viese, cara a cara, no por teléfono. Quería mirarle a los ojos cuando lo hiciese.
FIN
Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.
Si además lo haces también en tus redes sociales te estaré muy agradecido.
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