Palma, mayo de 2020
Todos hemos vivido nuestras particulares #HistoriasDelConfinamiento, algunos porque las habéis vivido en casa y otros porque os habéis atrevido a contar a vuestras parejas experiencias anteriores, quizás como preliminares de la actividad sexual.
Por supuesto, también agradezco a los que, inspirados por mis historias, han querido compartir aquí las suyas. La primera que me llegó fue la de mi amigo Pedro ¿Os acordáis de las Historias de Pedro y Carmen? Pues teniendo en cuenta ese precedente imaginaos la alegría que me dio volver a tener noticias suyas después de dos años.
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De: Pedro y Carmen <XXXX@outlook.com>
Enviado: miércoles, mayo 13, 2020 09:23 p. m.
Para: zcandil@hotmail.com
Asunto: Una historia propia
Alberto, cabronazo ¡vaya confinamiento que te estás pegando! Todo el mundo puteado y tú no paras de follar…
He estado leyendo tus historias y me has puesto muy caliente, sobre todo porque yo hace tiempo que no me comía una rosca. Ya sabes que Carmen trabaja en un supermercado, así que estos días estaba agobiadísima y además acojonada porque dice que la gente va histérica, sin respetar ninguna medida y si no se contagia será por suerte. Total, que se autoconfinó. Dentro de casa guarda con nosotros la distancia de seguridad, dormimos separados y de follar… ni hablamos. ¿Te imaginas? Con lo que somos nosotros.
Yo teletrabajo, así que sólo salgo a pasear un rato después de las ocho, porque la compra la trae Carmen. La que está ahora en casa es, Carmencita. Sabes que estaba estudiando fuera ¿no? Pues a la pobre le suspendieron las clases y cerraron su residencia, así que se ha tenido que venir, pero la chica está muy preocupada por los exámenes. No sabe ni cuándo ni cómo serán.
Claro que me acordaba de Carmencita, su única hija y de la que cuando hablaban se les caía la baba. Sólo la vi una vez que fui a buscarles a su casa. Le eché unos dieciséis años pero, ahora que lo pienso, debería tener alguno más porque recuerdo que me contaron que se iba a ir a estudiar fuera. De eso hacía unos… dos años. Entonces era una niña guapa, ahora… ya no sería tan niña.
Así que ya ves cómo nos ha cambiado esto la vida. Aunque a veces esos cambios tienen unos resultados inesperados. Te cuento. En la parte de atrás de la casa tenemos un pequeño jardín que sólo empleábamos para comer al aire libre de vez en cuando y nada más, porque ya sabes que lo que nos gusta mucho es salir al campo o la playa. Pero ahora que eso no se puede hacer le empleamos bastante más. Sacamos una cinta de andar y una bicicleta elíptica que compramos hace tiempo con mucha ilusión pero que, como siempre pasa, llevaban años acumulando polvo en el trastero.
De vez en cuando hago un “break”, dejo el ordenador, corro un poco en la cinta o me machaco en la elíptica, después me ducho con la manguera en el mismo jardín y vuelvo al trabajo. Y lo mejor es cuando al final de la jornada me saco una cervecita y me la tomo tranquilamente en la tumbona tomando el sol.
- Me has dado envidia -me dijo Carmencita el otro día, poniéndose a mi lado en otra tumbona cuando yo estaba con la cerveza.
- Ya verás, se está fenomenal. Nunca había usado tanto este jardincito -dije aparentando naturalidad mientras ella se quitaba toda la ropa.
- ¿Qué pasa? ¿Te has vuelto textil ahora? -me preguntó ella mientras se ponía crema, extrañándose de que yo iba con el pantalón de deporte puesto.
- ¿Textil? No, qué va. Lo que pasa es que estaba trabajando así y luego de hacer un poco de ejercicio y darme un manguerazo me he quedado tal cual.
- Pues cuando vayas a la playa se te van a notar las marcas del bañador. Tú verás.
En casa siempre hemos practicado el naturismo. Carmencita está mas que acostumbrada a vernos a su madre y a mí desnudos. Para ella es algo totalmente natural. Pero desde que se fue a estudiar fuera hemos tenido pocas oportunidades de vernos sin ropa, más que nada porque las salidas a la playa, acampadas, excursiones y cosas así, hace tiempo que fundamentalmente las hacía con sus amigas.
Convivir otra vez con ella era una oportunidad recuperada gracias al confinamiento. Cuando empecé a hacer ejercicio en el jardín y luego a tomarme la cervecita al fresco, la verdad es que lo que me pedía el cuerpo era hacerlo en bolas. Si hubiese estado mi mujer en casa creo que lo habría hecho, pero desnudarme después de tanto tiempo delante de mi hija me pareció inapropiado. Ya no era la niña que correteaba por la arena, ahora era una joven de casi veinte años y muy atractiva. Dirás que qué voy a decir yo que soy su padre, pero bueno, tú la conoces.
El caso es que yo mismo me monté una película pudorosa y al final preferí conservar el bañador para evitar situaciones incómodas. La cosa se desmontó sola cuando, para mi sorpresa, fue ella la que se desnudó con toda la normalidad del mundo para tumbarse a mi lado. Durante un primer instante el que se sintió incómodo fui yo, pero luego se impuso una sensación de sorpresa que acabó en curiosidad.
Mi hija ya no tenía el cuerpo de niña que recordaba, ahora era una chica desenvuelta que rezumaba seguridad por todos sus poros. Intentando no mirar demasiado descaradamente, descubrí que además del tatuaje que llevaba visible en el hombro, lucía un símbolo tribal en una nalga y en el pubis, perfectamente rasurado, tenía una especie de ojo de Ra. No pude evitar recordar con añoranza el dorado triángulo de vello púbico de cuando mi hija era “mi niña”.
En las orejas, además del pendiente tradicional de siempre, lucía ahora otras perforaciones. Una especie de alfiler atravesaba de parte a parte un pezón y algo brillante que creí ver en su entrepierna me hizo sospechar que algo parecido ocurría en el clítoris.
En medio de la animada conversación, porque eso sí, Carmencita no paraba de hablar, me quité el bañador y me tumbé boca abajo. Si mi hija se percató de la erección que tenía lo disimuló muy bien. Cuando después de cenar le comenté todo esto a mi mujer ella se rió mucho.
- Carmencita me ha comentado hace un rato lo tenso que estabas. Ella también ha disimulado mucho. Me ha dicho que en un momento te ha visto tan nervioso que ha estado a punto de abrazarte y comerte a besos.
- Me hubiese encantado que lo hiciese pero… ya no es una niña, es una chica preciosa. Me da vergüenza empalmarme delante de ella.
- Tú actúa con naturalidad. Ella lo entenderá. No es una niña mojigata.
- No, pero yo soy su padre.
- Por eso. Olvida vergüenzas y disimulos. Tenemos que pasar mucho tiempo juntos y no vamos ahora a andarnos con tapujos cuando no lo hemos hecho nunca.
Bueno, a la mañana siguiente Carmen, como siempre, se fue a trabajar temprano y no me despertó. Me levanté al oír la puerta y antes de desayunar salí a hacer ejercicio al jardín. Carmencita aún dormía, así que sin pensarlo me quité el pijama y me puse a correr en pelotas en la cinta. En mi cabeza le estaba dando vueltas a todo lo que hablé ayer con Carmen. Mi mujer tenía razón y por una parte estaba decidido a actuar con mi hija con naturalidad, pero por otra no dejaba de darme cierto reparo, así que inicié mis actividades al aire libre cuando Carmencita aún dormía.
Trotar desnudo y al aire libre en la cinta te da sensación de libertad y a medida que las endorfinas aumentaban en mi torrente sanguíneo sentía cómo me invadía una agradable sensación de optimismo. Madrugar y correr en ayunas no es lo mío, pero he de reconocer que después de la ducha estaba exultante. Sobre todo cuando salí del baño y me llegó el olor a café recién hecho. Carmencita había preparado un desayuno a base de tostadas con aceite y tomate, huevos revueltos, café y zumo de naranja. “Después del palizón a correr que te has pegado tienes que reponer energías”, me dijo riendo. Bueno… así que me había visto corriendo desnudo en la cinta… Me vino a la mente la imagen de la polla rebotando sobre los huevos al ritmo de las zancadas… parecía que eso no la había extrañado en absoluto, bien eso formaría parte de la “nueva normalidad”.
Por la tarde, cuando llegó mi mujer del trabajo se dio una ducha y se tumbó desnuda a echarse la siesta en el jardín. A la pobre, después de estar todo el día con mascarilla, visera y guantes, le sobraba toda la ropa. Cuando terminé de trabajar me llevé unas cervezas y me tumbé a su lado. Más tarde se incorporó Carmencita, que llevaba todo el día estudiando, y viendo que su madre ya se había despertado y estábamos charlando, colocó la elíptica delante nuestra para vernos y poder hablar mientras hacía ejercicio.
Vale, es mi hija, pero está como un tren y si a mí me saltaba la polla mientras corría en la cinta, sus tetas eran un espectáculo. Ella, tan desnuda como nosotros, nos iba contando con absoluta naturalidad su frustración porque su inmediato futuro no estaba nada claro. Sus prácticas, exámenes… y ni que decir tiene que los viajes del verano, estaban totalmente bloqueados. A medida que iba hablando su activación aumentaba y el ritmo de la elíptica se hacía frenético.
El piercing del pezón saltaba como una estrella brillante con un movimiento que me resultaba hipnótico. El del clítoris estaba algo más quieto pero de vez en cuando asomaba cuando separaba las piernas y a mí, como padre, me daba mucho que pensar. Afortunadamente fue Carmen la que hizo una de las preguntas que me intrigaba.
- Nena, el piercing ese de… la “pepita” ¿no te molesta al correr? -preguntó mi mujer.
- ¿Éste? -dijo Carmencita señalándose el clítoris- Qué va. Al contrario. Hace… cosquillitas.
- No entiendo por qué os ponéis esas cosas -dije yo intentando no parecer demasiado chapado a la antigua.
- Pues da un poco repelús cuando te lo ponen pero luego es muy placentero -dijo Carmencita- Pasa algo parecido con el de la lengua.
- Pero en la lengua tú no tienes -exclamé un poco alarmado.
- Ahora no lo llevo, pero tengo la perforación hecha -aclaró mi hija-. El piercing en la punta de la lengua te da un control increíble en la felación. ¿Nunca te han hecho una con piercing?
- No, nunca -respondí incómodo.
De reojo miré a Carmen para ver si ella estaba tan sorprendida como yo, pero mi mujer no estaba sorprendida, ni ofendida, al contrario, me devolvió una pícara mirada condescendiente y se encogió de hombros como diciendo “¿Qué esperabas? Hemos educado a nuestra hija para que tenga una mente abierta, liberal y sin tapujos… pues así nos ha salido nuestra Carmencita”.
Me quedé pensativo bebiendo mi cerveza y mirando a mi hija. Ella seguía concentrada en la elíptica pero de vez en cuando me devolvía la mirada y me obsequiaba con una sonrisa. Decir que estaba orgulloso de Carmencita era poco. Inteligente, luchadora, con fuerza de voluntad y tremendamente segura de sí misma. Hice un repaso mental de sus amigos que yo conocía. No pude evitar pensar “¿cuántos se la habrían follado?” Aunque enseguida me di cuenta de que la pregunta estaba mal planteada ¿a cuántos se habría follado ella? Eso era mucho más preciso.
Mirando, me temo que descaradamente, su cuerpo sudoroso, sus pechos saltarines, los piercings que le debían hacer cosquillitas y los tatuajes que no sabía qué querían decir… me empalmé como un colegial. Mi polla se levantaba sola como si también quisiera disfrutar del espectáculo. Era una escena ostensiblemente morbosa pero no hice ningún esfuerzo por disimularla.
Mi hija se dio cuenta y me sonrió guiñándome un ojo con picardía. Con la mirada me señaló la polla y luego a mi mujer, que miraba su móvil distraídamente. No dijo palabra pero sus gestos eran claros y para eliminar toda duda con los labios dibujó sin emitir sonido “A P R O V E C H A”. Le sonreí negando con la cabeza en un gesto de resignación y con las manos le indiqué que acabaría haciéndome una paja. Ella negó con la cabeza frunciendo el ceño.
Al final dejó la elíptica y se duchó allí mismo con la manguera. Fue lo justo para quitarse el sudor pero volvió a ser un espectáculo. Estuve a punto de levantarme para sujetar yo la manguera mientras ella se frotaba el cuerpo, pero me quedé tumbado mirando ante el temor de no saber contenerme. La que parecía que se levantaba para mirar era mi polla.
- Voy a ponerme algo y preparo la cena ¿qué os apetece? -nos preguntó Carmencita mientras se secaba.
- ¡Ay! Gracias. Estoy rendida -dijo Carmen-. Cualquier cosa estará bien pero he traído unos filetes, por si os apetecen.
- Hummmm, genial, hago una ensalada y los paso un poco por la plancha -dijo nuestra hija recogiendo sus cosas y luego cuando pasó a mi lado me dio un toque en el hombro y dijo- Insiste hombre.
- ¿Que insistas en qué? -preguntó Carmen que no sabía a qué venía lo que había oído.
- Nada, que tu hija ha visto que me he puesto tierno y dice que aprovechemos para echar un polvo.
- Uffff Pedro. De verdad que no me atrevo. Tengo tantas ganas como tú pero… ¿no puedes esperar un poco a ver si esto se va pasando?
- Ya, ya, se lo he dicho, no te preocupes -tranquilicé a mi mujer. Ya sabía yo que tenía muchas posibilidades de acabar pajeándome en el baño.
A la mañana siguiente, después de mi jornada de teletrabajo y antes de la comida, salí al jardín, me quité la ropa y me puse a correr un poco en la cinta para cansar los músculos y descansar la vista después de horas de mirar pantallas. Luego me di un manguerazo y me tumbé un rato a secarme al sol.
- ¡Hola papi! ¿Qué tal el trabajo? -me dijo Carmencita mientras extendía una toalla en la hamaca de al lado y se comenzó a desnudar para tumbarse a mi lado.
- Bien y tú ¿qué tal el estudio?
- Bien también, espero que sirva para algo. ¿Y qué tal con mamá? ¿Triunfaste ayer?
- Que si triunfé… ¡Ah! Qué va. Está muy agobiada con lo de posibles contagios. Llevamos un mes sin tocarnos…
- Ya, pobre… ¡Oye! Date la vuelta que te voy a poner crema.
- Crema… no importa, si vamos a comer dentro de un momento.
- ¡Qué pesadito eres! La crema es siempre importante y más a estas horas en las que el sol pega de plano, así que…
- Ya, ya -respondí resignado dándome la vuelta.
Nunca me ha gustado ponerme crema. Lo odio. Procuro no ponerme al sol para no tener que hacerlo pero en el jardín no había demasiada sombra. Carmencita extendió con cuidado el viscoso fluido por la espalda y las piernas. Cuando lo hizo por las nalgas ya estaba totalmente empalmado así que cuando me pidió que me pusiese boca arriba intenté negarme por pudor, aunque al final cedí… y que mi hija pensase lo que quisiese.
Carmencita me puso crema en la frente y las sienes, aprovechando para darme un masaje. Luego siguió por el pecho y las piernas, cuando llegó a los testículos y al pene mi miembro cabeceaba de excitación. “Espera un instante. Vuelvo enseguida”. Dijo yéndose, aparentemente a buscar algo. Me quedé un tanto sorprendido pero ella volvió al momento.
- Creo que ha llegado el momento de que pruebes una cosa -dijo metiéndose algo en la boca.
- ¿Qué? -pregunté sorprendido y ella, por toda respuesta, me enseñó la lengua sonriendo con aire pícaro. El piercing brillaba y yo debí poner cara de pánico cuando lo reconocí.
- Bueno, vamos a ver si eres un hombre moderno o sólo de boquilla -dijo agarrándome el pene y besando el glande. Un sudor frío me bañó la frente.
Ignorando mis leves protestas Carmencita me lamió la polla, haciendo que notase el duro piercing todo a lo largo de ella y especialmente en el capullo, en el que provocó placeres con una intensidad para mí hasta entonces desconocida. Con el piercing presionaba el frenillo con una destreza insospechada.
El roce me producía una fuerte estimulación y calambres que me hacían temblar. Acabé acariciando la melena de mi hija mientras ella me lamía. Al poco tiempo los calambres recorrían todo mi cuerpo, tenía el vello de punta y toda la piel bañada en sudor. El orgasmo era inminente. Hacía más de un mes que no me corría en condiciones pero no quería hacerlo en la boca de Carmencita. Esperaría a que ella cesase en sus caricias.
No sé, quizás interpretó mi resistencia como que yo todavía no estaba a punto y lo que hizo fue redoblar sus esfuerzos. Me alzó el pene con la mano y comenzó a lamerme el escroto. Lo notaba duro y ella mordisqueaba los rugosos pliegues, pasaba por ellos el duro piercing cuyo tacto metálico me producía calambres incontrolados en las caderas.
Sumergió su cara entre los muslos y con la punta de la lengua, usando el piercing, me lamió el perineo. Empecé a jadear intensamente y como si eso fuese una salida para mí más digna, gemí acariciando su cabellera con las yemas de los dedos mientras las sacudidas de mis caderas acompañaban una eyaculación en la que el semen comenzaba a salpicarme el pecho.
Casi instantáneamente Carmencita se dio cuenta y se metió la polla en la boca con un gesto decidido. Con la punta de la lengua me lamió el glande, presionándome el frenillo y sorbiendo. La fuerte sensación del piercing rozándome las zonas más sensibles fue tremendamente placentera, me produjo una repentina sacudida y tuvo el sorprendente efecto de cortarme la eyaculación.
No sé si fue algo buscado, porque eso le sirvió para sacarse la polla de la boca, volver a lamerme en escroto, pasando el piercing por los testículos, centrando mi sensibilidad en ellos. Yo mismo me sorprendí de la intensidad de los gemidos que eso me provocaba.
Sus labios recorrieron mi pene, se introdujo el glande en la boca y lo estimuló mientras sorbía. Sin poder evitarlo exploté en una eyaculación violenta dentro de su garganta. Casi me avergoncé al hacerlo pero sus gemidos excitados aliviaron cualquier sentimiento de culpa por mi parte. Inmediatamente me relajé en con una actitud totalmente placentera y me invadió una enorme sensación de ternura y agradecimiento hacia mi hija que, conociendo mi necesidad y los temores de su madre, me hizo el mejor regalo que en ese momento hubiese podido esperar.
Por mi parte me ofrecí por si le podía “devolver el favor”. Era algo que me apetecía y me daba vergüenza por igual. Carmencita agradeció mi gesto pero me aseguró que “de verdad que no hace falta, estoy bien, tengo mis métodos”, lo que me dejó muy pensativo sobre cuáles serían esos métodos.
Lo único que me pidió es que le contase alguna de las experiencias morbosas que yo había tenido con su madre. Ella le había insinuado cosas pero nunca había querido darle detalles. Esa falta de información había acrecentado la imaginación de mi hija, llegando a pensar cosas más “intensas” de lo que en realidad fueron.
Lo mínimo que le debía era un poco de sinceridad así que le conté alguna de nuestras aventurillas, entre ellas cuando le regalaste el lush a Carmen y cuando nos paseamos por la playa con mi jaula de castidad. Éstas últimas le encantaron, me preguntó multitud de detalles y se ha quedado con ganas de conocerte, así que cuando vuelvas por Mallorca… ya sabes.
Por lo demás, eso fue todo con Carmencita.
Aquí en la isla el confinamiento lo llevamos mejor que en Madrid. El 2 de mayo empezaron los paseos por franjas horarias y parece que enfocamos la desescalada con buenas perspectivas. La gente está más tranquila y Carmen lleva mejor lo del trabajo. El otro día follamos haciendo el perrito para evitar posibles contagios respiratorios. Es una de mis posturas favoritas así que todo bien. Después de tanto tiempo nos cogimos con ganas, nunca mejor dicho. Igual esto de la nueva normalidad tiene sus ventajas.
Ya te iré contando. De momento, si esto te sirve para tu pagina puedes emplearlo sin problema.
Saludos y besos de Carmen,
Pedro
Enviado desde Outlook
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Me sirve todo. Aquí está, sin cambiar una coma.
FIN
Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.
Si además lo haces también en tus redes sociales te estaré muy agradecido.
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