Viene de: El sushi de “la china”

Ellos tres seguían durmiendo todavía. Me levanté y fui al baño. Procuré no hacer ruido pero vi que también se iban despertando, así que pedí que nos subiesen el desayuno a la habitación. Cruasanes, huevos revueltos, fruta, zumo de naranja y mucho café. Lo trajeron mientras me duchaba con Azucena. Miré y los dos albornoces estaban colgados en el baño. No sé quién abrió ni cómo lo hizo, porque el revoltijo de ropa que había en la habitación era considerable.
Después de desayunar ordenamos un poco el cuarto y pusimos las camas en su sitio. Vestirse fue un poco complicado. Encontrar la ropa. Yo tenía la mía en la bolsa de viaje pero ellos habían venido con lo puesto y ahora, misteriosamente, las bragas de las chicas no aparecían. Después de la que habíamos montado anoche no era raro. Bueno y también porque yo las había escondido debajo de un colchón. Esas dos se iban a casa sin bragas como que me llamo Alberto y soy fetichista.
Aún sabiendo que el culpable era yo, al final se dieron por vencidas y se pusieron el resto de la ropa. Me quedé terminando de recoger mis cosas y bajé a liquidar la cuenta del hotel. Antes de que me dijesen nada les advertí que la segunda noche había empleado las dos camas. La recepcionista me dijo “No se preocupe” con una mirada pícara. Eso no me lo cobró, pero con la cuenta del servicio de habitaciones y la del minibar creo que lo compensaron.
Poco después de las doce Azucena y Olga vinieron a buscarme con el coche. Me senté en la parte de atrás del Focus y fuimos bromeando hasta Madrid. Aun siendo puente no había mucha circulación, bueno sí, había mucha pero en sentido contrario. Nosotros teníamos nuestro lado de la autopista prácticamente despejado. Les indiqué el camino a mi casa y dejamos el coche en mi plaza de parking.
Abrieron los trolleys que llevaban y dejaron la ropa en la habitación que había dos camas. Con eso de ir al teatro habían traído muchas cosas. Comimos compartiendo un enorme cachopo y unas tapas en restaurante El Molinón, en el Paseo de la Florida, disfrutando de unas estupendas vistas de la Casa de Campo y Madrid Río, luego subimos a descansar un rato en casa. Era festivo y la función de El Rey León empezaba a las 18:00. El sofá del salón se convertía en una cama grande con respaldo, aunque era mucho más divertido utilizarlo como una gran “chaise longue”. Allí nos acomodamos hasta que se empezaron a arreglar. Estábamos a cinco minutos de la Gran Vía, así que teníamos tiempo. Cuando salieron, con sus elegantes vestidos y perfectamente maquilladas sólo pensé en lo que iba a disfrutar esa noche quitándoselos.
Las llevé en el coche de Olga y las dejé en la puerta del teatro. Cuando terminase la representación me darían un toque y las recogería allí donde las había dejado. Mientras tanto tenía casi dos horas, para ver si el repartidor había dejado mi pedido al portero y también para pasarme por el trastero donde tenía los utensilios de BDSM. Estando en Toledo se me habían ocurrido muchas cosas que hacer con estas dos.
En el baúl de juguetes de amo encontré lo que buscaba y Amazon Prime pocas veces me fallaba. Miré el móvil, faltaba poco para que acabase la obra. Decidí subir andando y tomar una cerveza mientras esperaba a que me llamasen. Estaba pensando si pedir otra caña en El Museo del Jamón cuando lo hicieron. Crucé la Gran Vía y después de un rato las vi aparecer sonrientes entre el montón de gente que salía del teatro. Se extrañaron de no verme con el coche así que les expliqué que había pensado que era mejor aprovechar para dar una vuelta y tomar algo por el centro antes volver a casa.
Las llevé a la zona gourmet de El Corte Inglés de Callao. Está en el último piso, tiene unas vistas estupendas y multitud de opciones para comer y beber. No conocían el sitio. Nos dimos una vuelta por los distintos puestos de comida para que echasen un vistazo a ver qué les apetecía. Luego, desde el ventanal admiramos las vistas de las luces de Madrid. La terraza estaba casi vacía porque hacía bastante fresco, pero salimos para hacer unas fotos. Las llevé a un lateral en el que no había mesas. Una especie de celosía la separaba de una zona que empleaban para el almacenaje. Desde donde estábamos se veía perfectamente la plaza. Estaba iluminada por la enorme pantalla de los Cines Callao, al fondo se veía el tejado del Teatro Real, más allá la oscura extensión de la Casa de Campo y en medio las centelleantes luces del Parque de Atracciones.
Las junté en la barandilla. Poniéndome detrás de ellas pasé mis brazos sobre sus hombros, las apreté contra mí y con mi cara entre sus mullidas bufandas les fui explicando todo lo que se veía. Olga vestía una gabardina de sport negra que le llegaba a las rodillas y estaba abierta por detrás. Debajo llevaba un elegante vestido también negro, bastante ceñido. Azucena llevaba un chaquetón corto, una especie de cazadora oscura de cuero, debajo una blusa blanca y una falda de tela vaquera. Aunque su estilo era más desenfadado las dos se habían puesto muy elegantes para ir al teatro y yo estaba orgulloso de ir del brazo de ellas.
Cuando capté su atención bajé las manos por su espalda mientras seguía con las explicaciones. Metí una mano entre la abertura de la gabardina de Olga. Acaricié el culo de las dos encima de la falda y el vestido respectivamente. Me agaché un poco hasta alcanzar el borde de esas prendas. Metí las manos bajo ellas para acariciar sus piernas y luego fui subiendo poco a poco deslizándome sobre las medias.
Las telas eran un poco rígidas y dificultaban mis movimientos. Sin ponerse de acuerdo ambas se remangaron sus faldas. Azucena hasta medio muslo y Olga prácticamente hasta la cintura, por debajo de su gabardina. Las dos me permitían total acceso a sus zonas más íntimas.
Las manos subieron hasta alcanzar el elástico que sujetaba sus medias. Quizás por el frío o por la excitación ambas tenían piel de gallina que se extendía hasta su entrepierna. Acaricié sus nalgas también excitadas. Llevaban bragas pequeñas. No eran tangas pero dejaban bastante carne al aire. Metí los dedos debajo de la tela y les acaricié los labios de la vulva.
En vez de seguir mi explicación turística intenté excitarlas conjugando las caricias con mi voz, susurrándoles guarradas al oído en una historia que me iba inventando. Ellas no contestaban, sólo iban aumentando la intensidad de sus jadeos.
- Espero que os haya gustado la obra. Estuve tentado de ir con vosotras. Sentarme en medio y acariciaros bajo la falda.
Pasar las yemas de los dedos por la piel y frotar suavemente el pubis sobre la tela de las bragas.
Sentir cómo se tensa el monte de venus y bajar desde él hasta la zona más blanda de los labios.
Jugar con la tela que se humedece a medida que os excitáis.
Juntar los bordes de los labios apretando con ellos el clítoris.
Sentir cómo se pone duro entre ellos.
Meter los dedos bajo la tela de la entrepierna.
Palpar la carne mojada, suave y cálida.
Introducir los dedos en la vagina y apretarla desde dentro.
Deslizarme por la piel húmeda hasta la cabezuela.
Sentir cómo se altera la respiración cuando esperas que la roce.
Estás anticipando el placer que mis dedos te harán sentir. Pero la rodeo sin tocarla.
Jadeas intentando que las personas que están a nuestro alrededor no se den cuenta de que tu emoción no tiene nada que ver con lo que ocurre en el escenario.
Mi mano acaricia tu coño, pero tú misma te pellizcas los pezones sobre la ropa.
Intentas que tus jadeos coincidan con los acordes más elevados de la música.
Estás tan mojada que piensas que vas a empapar la falda e incluso piensas que puede traspasar hasta el asiento.
Te sientes tan cerda que crees que te vas a correr allí mismo.
Pero…
En ese momento me di cuenta de que había alguien observándonos. Me giré. Era un señor algo mayor que yo que había salido a la terraza a fumar un cigarro. Miré hacia el local a través de la cristalera y creo que era el abuelo de una familia que cenaba animadamente. El hombre, con un cigarrillo en una mano, se tocaba descaradamente la entrepierna con la otra. Parece que hacía tiempo que nos observaba y quizás, ayudado por el silencio de la noche, también había oído el relato que las susurré al oído. Decidí incorporarle a la narración.
- Pero… ¿qué? -preguntaron las dos al unísono. Aunque terminé hablando en singular las dos vivieron la historia como suya propia.
- Señor ¿puede acercarse y ayudarnos? -le pregunté y él se acercó cautelosamente.
- Alberto… -dijo Olga advirtiéndome para que tuviese cuidado.
- Tranquilas. Está con su familia. No se va a meter en líos.
- Tú sabrás -cedió ella.
- Sí, sí, no os preocupéis.
Mientras yo les toco el chocho ¿puede usted tocarles las tetas? -le pregunté.
- Si ellas quieren… -dijo él sorprendido pero poniéndose al lado de Azucena que parecía más dispuesta.
- El espectador que estaba al lado de Azucena se percató de nuestro juego y decidió incorporarse -continué retomando la historia.
Como mi mano estaba en la entrepierna él metió la suya entre la blusa. Desabrochó un par de botones para poder manejarse con holgura. Le apretó los pechos sobre el sujetador y sintió los pezones duros.
Animado por los jadeos el hombre metió la mano bajo el sostén y lo levantó dejando libres las voluminosas tetas.
Cuando pellizcó directamente los pezones, Azucena no se pudo contener y llevó una mano a la entrepierna de su vecino.
Palpó agarrando su paquete sobre la tela del pantalón. Sintió la polla dura y rápidamente bajó la cremallera de la bragueta. Lo hizo con tanto remango que sentí el ruido a pesar de de la música.
Le apartó el calzoncillo y sacando la polla al aire Azucena se la empezó a menear.
Olga se excitó muchísimo y levantándose un poco se bajó las bragas hasta las rodillas para que yo pudiese manipular a gusto su vulva.
Azucena se percató y con la otra mano intentó bajarse también las bragas. Como no podía sin soltar la polla de su admirador, la ayudé y entre los dos liberamos su entrepierna.
Mis manos hacían chapotear los dos coños. Sólo la música impedía que media sala escuchase el ruido húmedo, en cambio el aroma a sexo se podría percibir desde varias filas alrededor.
En ese momento unos golpes en el cristal llamaron nuestra atención. Nos giramos los cuatro y vimos una señora que hacía señas a nuestro inesperado compañero de juegos.
- ¡Joder! Lo siento, me tengo que ir -dijo él contrariado.
- Espere -pedí- ¿puede darme sus bragas sin que yo vea cuál es de cada una?
Él miró hacia el ventanal. La señora ya se había ido. Se agachó detrás de Azucena y con cierta parsimonia, sin apresurarse, le bajó las bragas y se las quitó. Luego repitió la operación con Olga. Se llevó las bragas a la cara, aspiró y me las dio. Metí una en cada bolsillo de mi parka.
- Huelen que alimentan -me dijo.
- Lo sé -contesté-. Muchas gracias.
Se marchó con bastante pesar. Para mi sorpresa no se sentó con la familia que yo le había ubicado sino con un numeroso grupo de gente de la tercera edad, revoltoso y altisonante que había al fondo de la sala. Si lo llego a saber no hubiese estado tan tranquilo.
- Las luces se encendieron -dije retomando la historia-. Todo el público empezó a aplaudir y nosotros no tuvimos más remedio que hacer lo mismo. Resignados nos levantamos para dejar pasar a la gente que aprovechaban para estirar las piernas en el entreacto.
- ¡Joooooder! -protestó Olga con lastimera voz infantil- Estaba a punto de correrme de verdad.
- Y yo -confirmó Azucena-. Sigue por favor.
- Es que tengo hambre -dije en plan duro-. Vamos a comer algo y terminamos en casa.
- Por favor… -dijo Olga.
- ¡Venga! Y te comemos la polla aquí mismo -insistió Azucena.
- Uff ¿Aquí? ¿Con este frío? Ni me la encontraría.
- ¿Te tenemos que creer? -dijo Azucena tocándome la entrepierna.
- Hacedme caso -dije en plan condescendiente-. Vamos a hacer una cosa. Seguiremos el juego mientras cenamos.
- ¿Qué juego? -preguntó Azucena.
- Ya lo comprobaréis. ¿Habéis visto algo que os guste para cenar? Pues id a por ello y yo voy a buscar mesa.
Mientras ellas traían la comida encontré una mesa cerca del ventanal. Dejé la parka en una silla y fui a por unas cervezas. Dependiendo de lo que trajesen ya elegiríamos el vino. Se presentaron con un ceviche de gambas, un surtido de mini hamburguesas de diferentes colores y sabores, brochetas de carne, brochetas de pescado y marisco y unos chopitos rebozados. Brindamos con la cerveza y cuando la terminamos, en honor de ellas fui a buscar un espumoso de Toledo, Cuevas Santoyo, lo había probado una vez y me gustó. Fresquito pegaba fenomenal con la comida que habían elegido.
- Vaya, se ve que estar con el coño al aire os abre el apetito -dije señalando todo lo que había sobre la mesa.
- ¿Qué juego has pensado? -preguntó Olga pasando de mí.
- ¿Qué tal estáis sin bragas?
- Joder, con este fresquito me dan muchas ganas de hacer pis -dijo Olga y Azucena confirmó.
- Aquí no hace frío, eso es psicológico.
- Bueno, pero para volver a casa nos las devuelves ¿eh? -pidió Azucena.
- Ufff, están empapadas. No sé si es buena idea, se os enfriaría el chochete. Mirad.
Saqué de bolsillo unas de las braguitas de encaje negras. Y volteé la zona de la entrepierna para que viesen lo mojadas que estaban. Y las otras que saqué después, unas azul celeste. Estaban igual.
- ¿Estás loco? ¿Qué haces? -dijeron casi al mismo tiempo bastante avergonzadas.
- ¡Eh! Son casi iguales -dije extendiéndolas para compararlas-. ¿Os habéis puesto de acuerdo?
- ¡¿Pero las quieres guardar?! -dijo Azucena nerviosa. Olga estaba con la boca abierta, sin reaccionar.
- Nadie se va a dar cuenta de nada si vosotras no montáis el número -dije comparando las dos bragas-. Son iguales pero de distinto color. ¿Queríais darme una alegría?
- Sí, las compramos juntas en la tienda esa que conoces. Después de lo de ayer pensamos que te gustaría vernos con ellas -aclaró Azucena.
- Buena idea. Soy un fetichista de la lencería, bueno, tú ya lo sabes -le dije a Azucena- Me encantará veros con ellas puestas. Pero ahora voy a adivinar de quién es cada una.
- ¿Por el color? -preguntó Olga.
- No, por el olor -dije llevándome unas y otras a la cara. En realidad sabía que las azules eran de Azucena porque se las había visto en unas fotos que me mandó Juan, pero no les iba a decir mi truco. Además, Olga que iba toda conjuntada en negro, probablemente también llevaría la ropa interior igual-. Las negras son tuyas Olga y las azules tuyas.
- Son las que pegan con nuestra ropa -dijo Azucena desconfiando de mi seguridad-. A ver cierra los ojos -me pidió quitándome las bragas. ¡Mierda!- No los abras. Prueba ahora.
- Pues está claro que… -comencé a decir ganando tiempo.
- Ahora no es tan fácil ¿eh? -Dijo Azucena en tono burlón.
- No, no, es que me encanta disfrutar de vuestro aroma -dije tanteando la mesa para coger mi copa de vino y tomar un sorbo. Un toque de teatralidad siempre viene bien, pero al final me dejé llevar por el instinto y sin abrir los ojos le alargué a cada una las suyas.
- ¡Joder! -dijo Olga.
- Os he sorprendido ¿eh? -dije abriendo los ojos y viendo que había acertado.
- Pero no nos habíamos apostado nada ¿eh? -dijo Azucena.
- La cena ¿no? -pregunté con aire inocente.
- No -dijeron ellas-. Además esto lo pagas tú, por el frío en el chichi que nos estás haciendo pasar.
- Veeeeenga, si es que soy demasiado bueno.
Cenamos conversando animadamente. Estábamos los tres muy excitados. Las chicas no paraban de decirme lo guarras que se habían sentido mientras las metía mano en la terraza, donde nos podía ver todo el mundo y sobre todo cuando vino ese señor que no conocíamos de nada y le invité a unirse a la fiesta. Las dos se quedaron decepcionadas cuando la señora fue a buscarle. Les hubiese encantado comernos la polla allí mismo.
- Bueno, la de ese señor igual no, pero la mía me apetece mucho que me la comáis. Vámonos a casa.
- ¿Y si se la comemos aquí? -propuso Olga a Azucena.
- Sí, sí -contestó ella-. Vamos a la terraza o vamos a buscar otro sitio.
- No. Si me la vais a comer ahora que sea aquí.
- ¿Aquí? -dijeron ellas extrañadas.
- Aquí ¿dónde? -continuó Azucena.
- Debajo de la mesa -dije mientras me sacaba la polla-. Ya la tengo fuera.
- Definitivamente el frío le ha trastornado -bromeó Olga, pero mientras lo decía Azucena apartó su silla y se metió a gatas debajo de la mesa.
- Tu amiga es más valiente que tú -reté a Olga mientras sentía los labios de Azucena en mi pene y su lengua lamiendo el glande.
- La locura es contagiosa. ¡Eh tú! Guarra -le dijo a Azucena agachando la cabeza para ver debajo de la mesa- recuerda que voy sin bragas. Cómete también mi chichi.
Olga se incorporó comentándome lo puta que era su amiga pero se detuvo al verme la cara. Ya sabéis que el morbo me puede y esa situación me había puesto a mil. Miraba alrededor para ver si alguien se escandalizaba. Todo el mundo parecía estar a lo suyo y nadie pareció darse cuenta de la felación que me estaban haciendo.
La única persona un poco nerviosa parecía ser Olga, que no sabía bien dónde mirar. Luego me percaté que el señor de la terraza tampoco nos quitaba el ojo de encima. Desde donde estaba sólo podría ver que faltaba una chica pero no lo que estaba haciendo. Creo que lo único que pasaba es que se había quedado con ganas de más. De un momento a otro se acercaría para ver cómo continuar.
Azucena no perdía el tiempo debajo de la mesa. Introdujo una mano en mi bragueta para acariciarme los huevos mientras deslizaba la otra a lo largo de mi pene y con los labios sorbía mi glande. Sentía su lengua lamiendo el frenillo y presionando la punta del capullo. La cabrona había tardado poquísimo en aprender mis zonas más sensibles.
Me dejé llevar por las sensaciones, por el ambiente, por el morbo y me corrí eyaculando en su boca. Ella tragó el semen con tanto gusto como siempre. Se me notó en la cara. Olga me miraba con los ojos muy abiertos mientras murmuraba “Joder que puta es la tía”, pero no tardó en callarse porque cuando Azucena terminó conmigo, me limpió con los labios y me guardó otra vez la polla, se giró un poco y metió la cara entre las piernas de su amiga.
Aunque antes se lo había pedido no esperaba que le hiciese caso. Olga se sorprendió cuando Azucena le abrió las piernas y separó los labios de la vulva con la lengua para poder llegar clítoris. Empezó a jadear y se metió una servilleta en la boca para morderla y no poder gritar. Así y todo temblaba en la silla y se agarraba a los bordes de la mesa. Yo sabía bien lo que ella estaba experimentando, a mí me acababa de pasar. La suma del calentón que llevábamos, el morbo de estar rodeados de decenas de personas que no se percataban de lo que estábamos haciendo y la habilidad de Azucena mamando la puso en un momento al borde del orgasmo. Igual que yo, Olga se abandonó rápidamente al placer corriéndose mientras sus dientes se clavaban en la servilleta y los nudillos se le quedaban blancos agarrados al canto de la mesa. Eso sí, ni un gemido se escapó de su boca.
Azucena salió triunfante de debajo de la mesa. Se limpió los labios con el dorso de la mano y nos miró sonriendo. “Vámonos al baño” le dijo Olga cuando se recuperó. No sé si quería arreglarse, refrescarse o comerle allí el coño a su amiga. Probablemente serían las tres cosas y por el tiempo que tardaron seguro que fue eso.
Mientras esperaba vino el señor de la terraza y me pidió permiso para sentarse. Me contó que era viudo, que estaba pasando el puente en Madrid en un viaje organizado por una asociación de mayores de Zamora. La mayoría eran también viudas que según él estaban muy salidas y se habían dado permiso para cometer ahora todas las locuras que tenían pendientes desde su reprimida juventud.
No es que le faltase sexo en el viaje pero, como decía él “Esas dos mujeronas tuyas me han vuelto loco”. Quería saber si tendría oportunidad de quedar con nosotros antes de volver a su casa. Me lo pensé, “quizás sí” respondí y le pedí que me diese su número de móvil. "Esteban Terraza Callao" apunté en la agenda del mío. Igual este jubilata salido me podría ayudar con una idea que me estaba rondando.
Las chicas volvieron arregladas y maquilladas como si acabasen de salir de casa. Por lo visto era eso en lo que habían empleado casi todo el tiempo. Cuando nos fuimos eran más de las once. El resto de plantas de El Corte Inglés ya estaban cerradas así que el ascensor iba directamente hasta la planta baja. Estando en él metí las manos en los bolsillos y me di cuenta que llevaba todavía sus bragas. Me había olvidado. No es que abrigasen mucho pero no quería que fuesen hasta casa con el culo al aire.
- Subíos las faldas -pedí. Estábamos solos en el ascensor. Aunque se extrañaron lo hicieron.
Me arrodillé, me llevé unas a la cara. Ya estaban secas, aspiré, eran las negras, se las puse a Olga. Las otras ya sabía que eran las azules, de todos modos no me resistí a respirar también su aroma. Cuando la puerta se abrió en la planta baja yo estaba agachado delante de Azucena y subiéndole las bragas que todavía estaban por las rodillas.
Ella, a estas alturas ya curada de espanto, no se asustó. Olga se asomó, no había nadie. Sujetó la puerta y yo terminé de subir y arreglar las bragas de Azucena. Luego le bajé y atusé su falda sin que ella se inmutase. Caminamos un poco hasta el vestíbulo y al salir un portero uniformado nos abrió la puerta y nos dio las buenas noches.
Había refrescado aún más y hacía algo de aire. Eso nos espabiló un poco. Aunque el camino hasta casa era un paseo de quince minutos cuesta abajo, paré un taxi porque ya tenía ganas de llegar. Ellas se sentaron detrás y yo delante al lado del taxista, que puso cara de resignación cuando le indiqué a dónde íbamos. La carrera era poco más que la bajada de bandera.
- Joder apareces en bolas en medio de El Corte Inglés y ni te has inmutado -dijo Olga a Azucena.
- ¿Qué querías que hiciese? Alberto tenía mis bragas, si no te las hubiese puesto primero te habría pasado a ti.
- Pues me habría dado corte pero es que tú ni pestañeaste.
- No había nadie.
- Eso no lo sabíamos. Y lo que yo no sabía es lo puta que eres.
- Pues anda que tú -dijo Azucena besando a Olga. No separaron sus labios ni dejaron de meterse mano el resto del camino.
- Son muy amigas -le dije al taxista que no les quitaba ojo por el retrovisor.
- Ya -dijo él- y usted es Alberto.
- Efectivamente, encantado -dije cortésmente, pero no obtuve respuesta.
Nada más abrir la puerta de casa notamos el golpe de calor. Había dejado la calefacción alta a propósito. Les pedí que se pusiesen cómodas mientras preparaba unos gin tonic. Cuando volví con ellos, estaban las dos medio tumbadas en bragas y sujetador en la chaise longue del salón mientras zapeaban en la tele. Cuando las vi así, mirándome como si me fuesen a devorar puse un mensaje a Juan: “Conéctate a Amateur si quieres ver cómo me follo a la puta de tu mujer”. He de decir que lo de puta lo añadí antes de mandarlo porque sabía que a él le excitaba mucho que hablase así de su esposa.
Las hice levantar y coloqué sobre el sofá una funda protectora de colchón. “La vamos a necesitar” les dije sin más explicaciones. Me conecté al chat con la tablet. De topic puse “Dos MILF y un Satisfyer” y con el Chromecast conseguí que la página se viese en la pantalla de cincuenta pulgadas de la televisión. Estaba muy cachondo y aún no habíamos empezado. Ajusté la cámara para que la cara no se nos viese demasiado, me desnudé y me puse en medio de las dos.
Besé a Azucena en el cuello. En realidad se lo mordí mientras con las manos en su espalda manipulaba el cierre del sujetador para abrirlo. Cuando liberé sus tetas le mordí los pezones y los sorbí. Ella me acariciaba el pelo. Luego me senté con la espalda recostada en el respaldo y le pedí que ella lo hiciese apoyada en mi pecho. Con las manos le empecé a quitar las bragas y ella alzó el culo para ayudarme.
Le lamí el cuello con la cara entre su melena. Con una mano le amasaba las tetas pellizcándole los pezones. Con la otra le acariciaba la entrepierna, metiendo con cuidado los dedos entre los labios de la vulva, rozando con suavidad el clítoris hasta que noté que todo el coño rezumaba.
“Cierra los ojos le pedí”. Cogí el satisfyer que me habían traído los de Amazon. Ya estaba limpio y totalmente cargado. Se lo apliqué al clítoris al tiempo que lo accionaba. Acerté bastante bien porque después de la impresión inicial Azucena empezó a retorcerse de gusto.
Olga nos miraba alucinada desde un costado. La reacción de su amiga, inmediata e intensa, le había sorprendido. Empezó a tocarse sobre la braga y el sujetador. Se apretaba las tetas y con la otra mano apartaba la tela de la entrepierna para meter los dedos entre los labios de la mojada vulva. Pero hasta ahí llegó. Azucena, retorciéndose entre mis brazos y gritando como una posesa, distrajo su atención. De hecho se quedó pasmada observando cómo su amiga pasaba de cero a cien en menos de un minuto.
Juan me había pasado una foto de los juguetes sexuales de su mujer. Eran bastantes y muy variados, tenía casi de todo. Y digo “casi”. Me comentó que se volvía loca con el “Rampant Rabbit”, literalmente que “se retorcía entre temblores y espasmos”. Eso me dio la idea. Entre su variada panoplia de artefactos no había ni lush ni satisfyer. Me conocéis, enseguida pensé en regalarle uno y como lo que más me apetecía era el contacto directo me decanté por el succionador.
La anterior vez que lo probé, hace más de un año, me sorprendieron los resultados. Ahora se había puesto repentinamente de moda. Francamente no sé por qué había tardado tanto siendo tan efectivo. Quizás porque al no basarse en la penetración pura y dura era un juguete más delicado y menos morboso. Más erótico y menos pornográfico.
Luego Azucena me confesó que la pérdida de control que sintió le dio hasta miedo. Primero la sensación de vacío combinada con la vibración del aparatito le produjo bastante dentera, pero como estaba muy excitada esa sensación enseguida se volvió placentera, muy placentera. La intensidad y la rapidez con la que se producía se le fue de las manos. Aquello iba a más y más sin que supiese hasta cuándo y cómo iba a llegar.
En ese momento, según sus propias palabras, ella estaba como cuando te desmayas. Ves que vas a perder el sentido pero no puedes hacer nada para evitarlo. En mucho menos de lo que se tarda en explicarlo, Azucena se agitó, se retorció, gritó y un chorro de squirt brotó de su entrepierna en la mayor eyaculación que había tenido nunca durante un orgasmo. Parece que le gustó. Ya nos lo diría porque se fue corriendo, nunca mejor dicho, al baño.
- ¡Joder! -exclamó Olga cuando se le pasó la sorpresa- Yo quiero.
- Tranquila -dije mientras me reía-, ahora te toca a ti.
- Si es que no me ha dado tiempo ni a quitarme las bragas.
- Le ha pillado desprevenida y por eso la reacción tan intensa. Yo mismo me he sorprendido. Para un polvo rápido es ideal, pero tanto tanto… la próxima vez, sin el susto, será menos intenso. Bueno, ahora lo verás tú -dije mientras Olga, ansiosa, me ayudaba a secar con una toalla el protector del colchón.
- Ufff, Alberto cielo, perdona no sé qué me ha pasado. Me he meado, me he corrido… ha sido súper fuerte.
- Ya te hemos visto -dijo Olga-. Yo que pensaba “que exagerado el Alberto poniendo un protector impermeable”.
- No te preocupes guapa -la tranquilicé-. Sabía que te iba a proporcionar sensaciones fuertes, sobre todo si no lo habías empleado nunca. Aunque la verdad es que no imaginaba que tanto. Me alegro.
- Olga ¿te acuerdas del primer dedo que te hiciste? -le preguntó Azucena.
- Esto… sí… ¿por?
- ¿Te acuerdas de lo que sentiste y cómo lo sentiste?
- Bueno… sí… creo que sé a lo que te refieres.
- Las niñas mayores te lo han explicado. Sabes que se siente “gusto”, pero tú nunca lo has hecho. Te tocas, vas sintiendo placer, cada vez más. Lo controlas hasta que… en un momento eso se dispara y es tu coño el que toma el control. Ya no eres tú la que se frota para incrementar el gusto. Es tu coño el que va incrementando la sensación de placer y exige que te frotes más, que no pares... Tú sigues sin saber bien cómo va a terminar. Sabes de qué te hablo ¿no?
- Sí, sí, claro, lo tenía un poco olvidado pero…
- Pues esa sensación de que tu coño toma el control y tú lo pierdes sin saber qué va a pasar a continuación es lo que me acaba de ocurrir.
- Joder… ¿a ti te pasó algo parecido la primera vez que te corriste? -me preguntó Olga.
- Algo parecido sí. Los chicos nos empezamos a dar cuenta de que algo pasa porque empezamos a tener poluciones nocturnas. Como siempre he sido muy salido me pasaba mucho. Tanto que aprendí a controlar esos sueños y a disfrutar conscientemente de ellos.
- ¿Siempre eres consciente de tus sueños eróticos? -quiso saber Azucena.
- No sé si siempre pero muchas veces sí. De hecho me los programo.
- ¿Te los programas? ¿Puedes tener sueños con quien tú quieras y recordarlos? -insistió ella.
- ¡Nos tienes que enseñar cómo hacerlo! -exclamó Olga riendo entusiasmada-. Al profe de tenis de mi hijo le voy a dar un revolcón que lo voy a dejar seco.
- ¡Vale! -dije riendo también- ¿Os cuento mi primera paja o no?
- Claro tío, es que te vas mucho por las ramas -me recriminó Olga siguiendo la coña.
- Pues yo ya conocía lo que se sentía al correrse porque me despertaba antes de hacerlo. Sabía el placer que se experimentaba, la lefa que expulsaba y todo eso. Lo que no había hecho nunca es provocármelo yo mismo.
Recuerdo estar en el baño varias veces meneándome la polla, pensando alguna cochinada y nunca alcanzar ese punto en el que, como dice Azucena, la polla toma el control. Hasta que un día pasó. Creo que estaba más excitado o fui más persistente, pero en un momento empecé a sentir calambres en el capullo, escalofríos en la nuca y todo el vello de punta, igual que cuando me despertaba en mis sueños. Solo que esa vez el volumen de lefa que me salió fue mucho mayor y con mis meneos la esparcí por todo el inodoro y las paredes del baño.
Ese momento en el que percibí que tenía de verdad el control de mi propio placer me hizo sentir muy bien, aunque me pasé un buen rato limpiando.
- Joder, joder, joder, pues yo ya no puedo más, así que o me pones el chupa chochos ese o me explicas cómo funciona -dijo Olga quitándose de un meneo el sujetador y las bragas.
- Ven -le dije recostándome en el respaldo-, apóyate en mí como estaba Azucena y no te preocupes de nada. El aparato y yo nos ocupamos de todo.
Por cierto -continué- este chisme se puede emplear en la ducha, es lavable y conviene hacerlo si lo usáis entre varias, como ahora. A no ser que… estéis con un guarrete como yo que esté dispuesto a hacerlo con la boca.
En la pantalla de la tele vi cómo Olga aprobaba mi decisión asintiendo con la cabeza. Me metí la boquilla del “satis” en la boca como si fuese un chupachups. Luego le acaricié los pechos. Estaban duros y los pezones puntiagudos. Bajé rozando la piel con la yema de los dedos. Le acaricié el pubis pero me desvié hacia los muslos y luego por su cara interna subí hacia la entrepierna.
Con la mano le indiqué que se mirase en la televisión para aumentar su morbo. Desde el lado que enfocaba la tablet se veía a Azucena en primer plano, tendida de costado al lado nuestro, acariciando la pierna de su amiga mientras yo me centraba en sus pechos y su entrepierna. La imagen de su culo redondeado enmarcando los labios de la vulva era el complemento erótico ideal a la escena explícita que dirigía yo, pellizcando los pezones de Olga y acariciando los labios del coño que quedaba totalmente expuesto ante el objetivo de la cámara.
Me saqué el Satisfyer de la boca, lo accioné y se lo aproximé poco a poco al clítoris. Ella involuntariamente se tensó siguiendo mis movimientos por la pantalla. Intenté ir más despacio que con Azucena. Estaba en la intensidad mínima y sin situarlo directamente sobre la cabezuela que asomaba entre los húmedos labios. Ella empezó a temblar y yo la fui sujetando, acariciando su pecho y susurrándole al oído para que se tranquilizase.
Pero la combinación de caricias y susurros la excitaron aún más y las manos de Azucena recorriendo suavemente su pierna tampoco contribuyeron a tranquilizarla. Estaba pasando el punto de excitación del que ya no se puede volver atrás, así que la pellizqué con fuerza los pezones. Le lamí el cuello y le mordí el lóbulo de una oreja mientras aumentaba la intensidad del succionador aplicado ahora sí directamente sobre su clítoris. Olga empezó a gemir y a agitarse intensamente. Clavaba con fuerza sus uñas en mis muslos aunque la verdad es que me dolía más cuando con sus botes me aplastaba los huevos. Cosas que pasan cuando los tienes grandes.
La imagen que nos devolvía el televisor era totalmente pornográfica. En ella veíamos que el chat de Amateur estaba tan desbocado como la mujer que intentaba sujetar entre mis brazos. Me tenéis que perdonar por haceros tan poco caso. Ahora no tenía la excusa de no poder leeros porque en la pantalla podía hacerlo perfectamente. A los tres nos daba morbo vernos en la tele y saber que vosotros nos mirabais y os masturabais mientras. Vuestra excitación nos excitaba aún más. Ese dogging virtual a nosotros nos bastaba, esperábamos que a vosotros también.
Olga convulsionaba pegada a mí. Me agarraba fuertemente con las manos y se retorcía girándose, buscándome con la boca. Intenté pegar la mía a la suya, era difícil de tanto como se movía. Le mordí el labio y ella bramó más de excitación que de dolor. Subí la intensidad del Satisfyer. Ella sollozó tensándose y se corrió jadeando espasmódicamente en un largo orgasmo mientras estiraba las piernas y se apretaba más a mí.
Se relajó mientras con la boca abierta abierta tomaba grandes bocanadas de aire. Se recostó sobre mi pecho, apoyó su nuca en mi hombro y con los ojos cerrados dejó que su respiración se fuese normalizando. Acaricié suavemente el ensortijado pelo negro que en parte ocultaba mi rostro. Me hacía cosquillas en la cara y al moverme rocé su oreja con los labios. Se arrebujó acomodándose entre mis brazos.
La miraba en la pantalla. La disposición de la cámara y el chromecast había sido un acierto. Me encantaba mirarnos y noté cómo mi pene se ponía totalmente tieso presionado por su espalda. Azucena también miraba la pantalla y luego nos miraba directamente a nosotros. Estaba plácidamente tendida a nuestro lado. Veía su culo en la tele, pero como se estaba tocando le pedí que se pusiese boca arriba y abriese las piernas para que todos pudiésemos disfrutar su excitación.
- Mmmm, gracias -me dijo Olga alzando el cuello para darme un beso en la boca.
- A ti, cielo ¿te has recuperado ya?
- Estoy en ello.
- ¿Qué te ha parecido? -preguntó Azucena curiosa.
- Me ha gustado mucho, pero la verdad es que prefiero cuando me hacen una buena comida de coño.
- Ya, ya, pero no me negarás que para cuando estás sola…
- Sí, eso sí -admitió Olga.
- Lo que pasa -intervine- es que después de ver a Azucena tenías unas expectativas muy elevadas y al probarlo has visto que tampoco es que desaparezca el mundo.
- Sí, puede ser -dijo Olga-. Está muy bien, me compraré uno, pero es un juguete que ayuda, no sustituye.
- Nunca he dicho eso -se justificó Azucena-, pero es totalmente distinto a otros juguetes. Me ha sorprendido mucho, me ha puesto muy cachonda. Aún lo estoy.
- Ya, ya, lo hemos visto. Éste también está muy cachondo, lo noto en la espalda -dijo Olga riendo.
- Y tanto -admití-. Ahora me ponéis a mí también el aparatito ¿eh?
- ¿A ti? ¿Dónde? -preguntó Olga.
- En el frenillo.
- ¡Ah! No se me había ocurrido -dijo ella.
- Yo lo he probado. Es una pasada, no tanto como a vosotras pero también te puedes correr sólo a base de toques ahí, es mi clítoris.
- Debe ser porque estás circuncidado -dijo Olga-. No a todos los hombres les da placer que se lo toquen.
- Debe ser porque estás circuncidado -dijo Olga-. No a todos los hombres les da placer que se lo toquen.
- Espera -interrumpió Azucena- ¿me puedes follar el culo antes de nada?
- ¡Joder qué pregunta! -así se las ponían a Fernando VII- ¡Claro!
- Pues quiero que me folles el culo mientras me doy con el “satis” en el coño.
- Azu ¿este finde te has vuelto más puta o me lo parece a mí? -preguntó Olga en plan de coña.
- Anda la otra. Haz algo útil, deja de protestar y cómeme el culo, que hay que dilatarlo un poco ¿verdad Alberto? -me preguntó, poniéndose a cuatro patas sin esperar a que asintiese.
- Tú lo que quieres es sentir un orgasmo intenso teniendo algo en el culo ¿no te basta mi polla?
- ¡Que me folles!
Azucena nos miraba a los ojos mientras Olga y yo alternábamos el foco de atención de sus ojos pícaros a la imagen del húmedo culo abierto que nos miraba desde la pantalla. Esas nalgas jugosas fueron un imán que atrajo inmediatamente a Olga, que se arrodilló a su lado y sumergió su cara entre los cachetes para conseguir que su lengua llegase al ano.
En ese momento sonó el móvil de Azucena, por el tono era Juan. Nosotros, muy excitados, le dijimos que lo dejase pero ella insistió en cogerlo. Estaba en su bolso, al lado del sofá, se lo acerqué. Por lo visto había varias llamadas suyas que no habíamos oído y un montón de whatsapp. La conversación fue breve. Ella simplemente le pidió que le hiciese una videollamada.
- ¡Me cagüen mi vida! -dijo Juan desesperado por Skype- Venga a llamar y vosotros ahí venga a comeros el coño.
- ¿Nos ves en Amateur? -le preguntó su mujer.
- Claro, estoy en la cama con el portátil.
- ¿En la cama? Mmmm ¿te has hecho muchas pajas mirándonos?
- De momento dos. Está a punto de caer la tercera.
- ¿Ah sí? ¿Qué te excita tanto? ¿Ver cómo me comen el culo?
- Ufff sí. Ver cómo lo abres para ellos me vuelve loco y porque no leéis el chat, la gente está igual que yo. Si pudiesen te llenarían de lefa.
- ¿Te excita pensar que otros se pajean mirándome?
- No pensar cacho puta, que abro sus cámaras y veo cómo se pajean en directo mientras te miran.
- ¿No te gusta que sea tan puta?
- Joder, me encanta.
- Ahora Alberto me va a follar el culo ¿quieres que lo emita sólo para ti?
- No, no, que te vean todos. Me ponen muy burro sus comentarios.
- Eres muy cabrón.
- Y tú muy puta.
- Pues voy a ser mucho más puta ¿lo resistirás?
- Sí, pero quiero verlo. Dejadme ir, en dos horas estoy ahí y me uno a la fiesta.
- No, este es nuestro fin de semana, de Olga y mío. En otra ocasión montamos algo contigo. Ahora sólo quiero saber que nos miras.
- Quiero ser vuestro perro. Quiero ir para que me uséis.
- ¿Te cuelgo?
- ¡No!
- Pues escucha, quiero verte la polla… Así. Tócate, pero no te corras hasta que te diga.
- Juan ¿me escuchas? -intervine.
- Alberto, cabronazo, me tienes a mil.
- Escucha. Quiero que mientras nos miras emitas también en Amateur. Conéctate con tu nick, Pareja10100, y que en el topic pongas: “Pajeándome mientras miro cómo 0nanista folla el culo de mi mujer y su amiga”.
- Pero…
- ¡Hazlo! -le espetó ella- Y quiero verte excitado pero sin correrte hasta que te lo diga.
- Uffff.
- Como se te baje la excitación o te corras antes de tiempo te cerramos el Skype y te expulsamos del chat en Amateur -amenacé.
- Venga cariño, tú puedes -le ánimo Azucena.
- ¡Ánimo Juan! -le dijo Olga-. Cuando volvamos te dejo que me comas el coño.
Azucena permaneció arrodillada con el culo en pompa sosteniendo cerca de la cara el móvil con el que miraba a su marido. Olga trabajaba con la lengua las nalgas abiertas de su amiga. Alternando los lametones con la dilatación del ano con los dedos consiguió ponerlo a punto de ser penetrado. Me invitó a comprobarlo. Probé con dos dedos, que entraron perfectamente y sin resistencia, incluso tres. Animado me chupé toda la mano y juntando las yemas de los dedos en pico de pato intenté meterle todo el puño, en lo que probablemente sería su primer fisting.
Ella jadeaba dolorida, pero intentaba forzar la dilatación y me me pedía que siguiese. Por la pantalla de su móvil veía a Juan meneándose la polla frenéticamente. A ese paso no iba a tardar mucho en correrse. Me giré para ver la televisión. El chat era ilegible por la velocidad a la que pasaban las líneas. Había casi dos mil personas mirándonos.
- Tenéis a dos mil pollas pajeándose -les dije.
- ¿Sí? -se extrañó Olga comprobándolo- ¡Anda! Es verdad.
- Estoy súper cerda. Fóllame ya -dijo Azucena.
- Vale. Enchufad el “satis” al frenillo para que se me ponga la polla bien dura -pedí más por morbo que por necesidad.
- Déjame que te lo sorba yo -sugirió Olga.
- También me vale -admití.
Me senté apoyado en el respaldo y Olga se acercó gateando hasta meterse la polla en la boca. La cogió con decisión y se la metió directamente hasta el fondo con un impulso seco. Cuando su nariz rozaba mi pubis y sus labios mi escroto fue a retirar la cabeza, probablemente para respirar, tomar impulso y volvérsela a tragar toda. Pero la sujeté poniendo la mano detrás de la nuca, obligándola a permanecer en esa posición.
Sentía el glande en su garganta. Ella intentó aguantarse las arcadas pero no pudo. Sus espasmos hacían que mi capullo le rozase la faringe, aumentando mi excitación y sus arcadas. Viendo el sofoco de su amiga, Azucena acudió en su ayuda y se colocó al otro lado acercándose con la clara intención de mamármela también. Liberé a Olga que se apartó sorbiéndome el glande. Ese gesto me enterneció.
Azucena se metió la polla también hasta la garganta, con más cuidado pero con igual decisión y sin que yo la sujetase se esforzó por tragársela toda y mantener la cara pegada a mi barriga. Decidí ayudarla sujetándola también la nuca, acariciando su melena rubia. Sentir la respiración de las dos tan cerca me estaba excitando mucho y más aún viendo sus culos abiertos frente a mí, en la pantalla. Era el momento de follar ya aquel culo reventón.
Les hice una seña y las dos se apartaron un poco. Me recosté más y Azucena, dándome la espalda, se sentó sobre mí. Sujeté la polla vertical con una mano y la chica ensartó su ano en ella. Entró muy suavemente y terminé notando su peso en mis huevos. Ella suspiró y se quedó sentada sobre mí. Alzó un poco las piernas doblando las rodillas para quedar bien abierta. Agarré el succionador y se lo apliqué en el clítoris. Su respiración se agitó rápidamente y un gemido se fue haciendo poco a poco perceptible hasta convertirse en un sonoro bramido.
Su pelvis no subía y bajaba sobre mí. No lo necesitaba, sólo temblaba estimulada por el “satis” y esos temblores me llegaban hasta el pene. Fui subiendo la potencia y su agitación se hizo incontrolable. Azucena era todo un espasmo gobernado por el clítoris excitado. Yo sentía mi polla como si la hubiese metido en un vibrador. Un vibrador cálido y húmedo que hacía que me recorriesen las mismas oleadas de placer que la movían a ella.
Azucena tomó el succionador y se lo aplicó a su gusto. Yo me agarré a sus pechos y apoyé la cara en su espalda, cerrando los ojos y abandonándome a la sensación de placer que nos recorría a los dos. Noté como iba subiendo la potencia del aparatito y variando el tipo de estimulación. Era una sensación casi irreal, porque desde detrás y con la oreja en su espalda sólo oía su respiración y sentía sus espasmos. El zumbido del succionador quedaba enmascarado por todo ello.
Ella, en una espiral de excitación estaría sintiendo calambres en su vagina que se trasmitían al recto y a mi polla que lo ocupaba. Pronto empezaron los sollozos lastimeros que anunciaban su pérdida de control. Se agitó sobre mí y los gemidos se convertían en gritos en su garganta.
Tanta excitación me pudo y me corrí estrujando sus tetas y derramándome dentro de su recto. Probablemente las sacudidas de mi polla y la sensación del semen caliente en su interior fueron el detonante de su propio orgasmo. Tembloroso, violento, sonoro y otra vez derramando abundante squirt, esta vez sobre mis piernas.
Azucena se relajó tan repentinamente como se había tensado. Se quedó desmadejada sobre mí, recuperando una respiración profunda y pausada. Curiosamente me llamó la atención la actitud de Olga. Nos miraba pensativa, se la veía contenta, quizás emocionada, pero con expresión un tanto incrédula. Era como si algo le hubiese impresionado.
- ¿Qué pasa? -pregunté.
- Es que…
- ¿Qué?
- No sé…, no sé como explicarlo.
- A ver mujer inténtalo -dije un tanto preocupado. Me estaba dando la sensación de que le estaba afectando la conexión que se había establecido entre Azucena y yo.
- Es que… veros es como mirar una película porno pero romántica. Como una película porno en la que al final se casan.
- Eso es un chiste -me reí-. No tengas miedo de eso, lo que pasa es que cuando estoy con una chica me preocupo mucho de cuidar los detalles para que se lo pase bien. Me entrego a eso y se nota. Por suerte a Azucena le pasa lo mismo y tú porque no te ves pero también te pasa, por eso hemos conectado tan bien.
- Estoy muy sorprendida de lo que está pasando. No pienses que normalmente…
- ¿Qué normalmente te acuestas con el primero que llega? Sé que no eres así, pero también sé que eres una mujer adulta e inteligente y que sabes aprovechar las oportunidades. Mal harías si cuando llegues a Toledo no organizaseis un trío con Juan.
- ¡Eso! Muy mal harías -dijo Juan desde el Skype del móvil, que había quedado abandonado en el colchón en el fragor del orgasmo.
- ¡Joder! -dije- Me había olvidado de ti. ¿Te ha gustado?
- Mucho, pero estoy a reventar porque no me habéis dado permiso para correrme.
- Córrete ya cariño -dijo Azucena sin abrir los ojos, todavía tumbada sobre mí y con la polla en su culo.
- Ufff menos mal ¿me queréis ver?
- Venga, yo te miro -dijo Olga cogiendo el móvil.
No era extraño que las dos amigas se llevasen también. Tenían un carácter muy parecido. Eran pícaras, alegres y desenfadadas, pero amables y muy atentas. Olga hizo feliz a Juan. Cogió el móvil y se empezó a tocar mientras le miraba. Él se puso como una moto enseguida. Ella gemía pellizcándose los pezones y él no tardó en correrse mirando cómo Olga se relamía los labios.
Juan anunció que cortaba para limpiarse y que ya nos llamaría. Pedí a Olga que me acercase la tablet, yo tenía todavía a Azucena encima, y aproveché para despedirme de los de Amateur. Corté la emisión mientras saludaba con la mano. Olga me imitó tirando besitos y Azucena tuvo fuerzas para decir:
- Chicas, si pensáis que con el sexo anal no se siente placer pensad hacerlo con un "satis". Ahí lo dejo.
- Jajajaja. Se lo pensaba dar a la que me hiciese la guarrada más grande -dije señalando el Satisfyer-. Pero de momento lo de Azucena mamándomela bajo la mesa del gastrobar y ahora con el alegato del sexo anal me parece insuperable. En fin, todavía tenéis dos días para subir nota.
- Jajajaja. Se lo pensaba dar a la que me hiciese la guarrada más grande -dije señalando el Satisfyer-. Pero de momento lo de Azucena mamándomela bajo la mesa del gastrobar y ahora con el alegato del sexo anal me parece insuperable. En fin, todavía tenéis dos días para subir nota.
- ¡Bien! -exclamó Azucena haciendo el signo de la victoria- Me lo puedes dar ya porque esta pánfila no me va a superar.
- ¿Ah no? ¿Y lo de hacerle una paja por Skype a tu marido no cuenta?
- Pues que te lo regale él.
- Puta, si es que eres muy puta -sentenció Olga.
- No jodas que te das por vencida -protesté.
- Eso le gustaría a esta zorra. Ya verás, mañana te vas a enterar.
FIN
Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.
Si además lo haces también en tus redes sociales te estaré muy agradecido.
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