miércoles, 26 de junio de 2019

La ventana de Estrella y Ludi

Madrid, abril de 2012

La primavera es la mejor época de Madrid. Después del frío del invierno y con el cambio de hora, te encuentras con días soleados, con una temperatura muy agradable y en los que anochece más tarde. En definitiva un intermedio que es necesario aprovechar entre los rigores del clima madrileño, el invierno pasado y el verano que vendrá.
Pero también es ese tiempo en que no sabes qué ponerte y acabas resfriándote. Eso es lo que me pasó a mí. Acababa de volver de las vacaciones de Semana Santa en Mallorca y pillé un trancazo como hace años que no pasaba. Incluso había tenido que estar de baja cuatro días, algo extrañísimo en mí. Pero ya lo había superado y esa tarde había salido de casa para dar una vuelta y tomar un poco el sol, que falta me hacía.
 Me fui a los alrededores del Templo de Debod, que es una zona que me encanta y desde la que se contempla la mejor puesta de sol de Madrid. Iba habitualmente, incluso tenía mi banco preferido en el que me gustaba sentarme a pensar en mis cosas. Además tenía un aliciente añadido, en una amplia zona de césped siempre había unos frikis, seguidores de Star Wars, vestidos como en las películas y haciendo coreografías con lanzas, espadas láser y todo eso.

- Dios te ama – me dijeron dos chicas que se habían acercado a mi banco.
- ¿Qué? – contesté saliendo de mi ensimismamiento.
- Que aunque te parezca que no, Dios está pendiente de ti y te ama.
- Ya, ya – empecé a contestar mirando a mi alrededor por si era una broma o algo así – os lo agradezco pero me parece que os confundís.
- No, perdona, deja que nos presentemos. Somos Estrella y Ludi, de la parroquia de Santa Teresa y San José. El padre Miguel nos ha pedido que salgamos a difundir el mensaje de amor del Señor, por eso queremos que sepas que Dios te ama, que no desfallezcas porque Él no te olvida.

Joder, qué pinta debería tener para que estas dos pensasen que necesitaba ayuda. Quizás otro día habría intentado sacarles de su error, decirles que no es que la vida me tratase mal es que acababa de salir de un gripazo y como soy un puto vago, ni me había afeitado en cuatro días y había salido de casa tal y como estaba, peinándome con los dedos en el espejo del ascensor porque tampoco en eso había pensado. En Madrid me podía permitir ese lujo, primero porque es muy poco probable encontrarte a alguien que conozcas y segundo porque mi mujer estaba en Palma, ya que ella así no me dejaba salir de casa.

- Ya, ya – dije sonriendo y sin sacarles de su error, no tenía ganas de discutir – Muchas gracias. Dádselas también al padre Miguel.
- ¿Podemos saber cómo te llamas?
- Alberto - dije dudando, me habían pillado en baja forma.
- Encantadas Alberto. Ven por la parroquia cuando lo necesites y pregunta por nosotras o por Miguel. Nos gustaría seguir hablando contigo.
- Gracias. Hasta entonces pues.

No me gusta ser descortés pero me fastidia que me aborden por la calle para venderme cosas, aunque fuese mi salvación, además que no tenía ganas de discutir. A ver, soy agnóstico de cabeza y ateo de corazón, discutir de religión me distrae mucho pero hacerlo con aquellas dos veinteañeras, vestidas de apostolantes de los años sesenta, francamente ahora me daba pereza. Miré como se alejaban y seguí contemplando la coreografía de los jedis.

Unos cuantos días después y ya completamente recuperado, volvía andando a mi casa, había comprado una horchata en un quiosco callejero y me senté a tomarla en mi banco preferido, contemplando cómo ensayaban los padawan. Al poco rato sentí que me miraban. Estrella y Ludi estaban a unos metros, decidiendo si era yo o no.

miércoles, 5 de junio de 2019

Por el culo es petting



Santander, julio de 1974

Apoyado en la barandilla de la terraza de casa de mis tíos, miraba hacia el salón a través de las puertas abiertas. Quince adolescentes neoyorquinos de diversas edades y su monitora revoloteaban agitados devorando las patatas fritas, los ganchitos y los refrescos que mi tía les había sacado para que se entretuviesen mientras esperaban que les viniesen a buscar. Acababan de llegar en un autocar. Estaban de viaje por Europa y Santander era la última etapa antes regresar a Estados Unidos. En su mayoría eran chicas, entre ellas dos gemelas negritas que parecían las más mayores y llamaban la atención por lo buenas que estaban.

Mi tío, no sé de qué, conocía a la monitora, la que había organizado el viaje, y se había encargado de buscar familias para acoger a cada uno de aquellos muchachos, que pasarían dos semanas en la capital cántabra. De hecho mis tíos se quedarían con una de las negritas, Gabriella y mis otros tíos con su hermana gemela, Daniella. Nosotros habíamos ido a despedirnos, a la mañana siguiente volvíamos a Madrid, de lo contrario mi tío habría liado a mis padres para que acogiesen a otro chico.

Mi tía estaba bastante ocupada atendiendo a los matrimonios que iban viniendo a buscar a sus “chavales”. El salón de su casa era grande pero no para tanta gente y la muchachada no paraba quieta, sentándose sin demasiados miramientos en los sofás e incluso en la alfombra. Cualquier chica de las que conocía se sujetaba púdicamente la falda al sentarse. Estas yankis parecían desconocer ese gesto y actuaban despreocupadamente. Desde mi puesto de observación en la terraza ya les había visto las bragas a todas. A ver, no es que eso me emocionase especialmente, pero he de reconocer que todo aquel barullo de faldas al aire me complacía agradablemente y acaparaba mi atención, especialmente las bragas blancas sobre la carne negra de las gemelas.

- Vámonos que estas niñas me están poniendo nerviosa – me dijo mi madre sacándome de mi ensimismamiento.
- Vale, me despido de los tíos y nos vamos – dije con cierto pesar. Por una parte me hubiese gustado quedarme a conocer a mis nuevas primitas yanquis.

Aquella noche mientras estábamos preparándonos para cenar llamó mi tío. Había un problema con las hermanas que se tenían que quedar ellos y mis otros tíos, las gemelas. Después de cenar vendría a ver si les podíamos ayudar con una solución que se le había ocurrido. Mi madre estaba ya temblando pensando que le iba a pedir que se quedase con alguna.

El problema en cuestión resultó ser bastante previsible, pero sorprendentemente nadie había caído en ello hasta ahora. Mi tío se había preocupado de buscar familias con hijos de edades similares a los americanitos que tenían que acoger. Ellos no tenían hijos, pero mis otros tíos tenían dos hijas, una un año mayor que yo y otra bastante más grande. Como cada familia se quedaba con una de las gemelas mi prima menor se encargaría de acompañarlas a las dos, introducirlas en su círculo de amigos y todo eso. No sé si a ella le habían explicado ese asunto con anterioridad, pero cuando llegó el momento de asumir aquello se negó en redondo y, por lo visto, de bastantes malas maneras.

Las chicas en cuestión eran hijas de Miss Judith (Mis Yúdi que le llamaban mis tíos), la organizadora de todo aquello junto con mi tío. Se habían comprometido con ella y ahora no le podían decir que no habría nadie de la edad de sus hijas para introducirlas en el ambiente de la ciudad y el modo de vivir de una familia española. Mis Yúdi se iba también mañana y habría que asegurarle que todos los chicos estaban con las familias santanderinas conforme a lo planeado.

Lo que no parecía saber nadie, además de mí, es que mi prima estaba saliendo desde hace poco tiempo con un muchacho y no estaba para hacer de tata de nadie. Su noviete era un compañero de clase que mis tíos conocían y no les caía nada bien. Así que la muchacha no quiso decir nada para evitar discusiones con sus padres. Ahora que había surgido esto la situación empeoraba. Si decía que la causa de la negativa era él, sus padres le acabarían cogiendo más manía aún.

A mí tampoco me caía muy bien. Primero porque yo desde hace años tenía a mi prima por compañera de juegos sexuales y temía que con un novio de por medio todo eso se iba al garete, así que estaba un poco celoso. Segundo porque aunque sabía que mi primita tarde o temprano se echaría novio, ese chico era el que menos me gustaba de sus amigos. Creía que que ella podía aspirar a más y así se lo dije a pesar de que sabía el poco caso que me iba a hacer. Con los años el tiempo me dio la razón, pero ahora lo único que podía hacer era guardarle el secreto.

Mi tío siguió exponiendo la situación al cónclave familiar y le pidió a mi hermana que se hiciese ella cargo de las chicas. Su sorprendida respuesta fue tajante y negativa “ya tenía planes”, “la diferencia de edad era muy grande…” vamos, que no.

A mi pobre tío le caían las gotas de sudor por la frente. Mis Yúdi era blanca, pelirroja y de pelo rizado. Judía según nos dijo, aunque comía jamón, como añadió en plan de broma. Sus hijas eran las únicas negritas del grupo. Las adoptó de bebés y estaba literalmente tonta con ellas, las sobreprotegía. Mis tíos no sabían antes de verlas que las chicas eran negras. A la hora de asignar a los chicos por familias nadie lo había mencionado y la verdad es que no había ningún problema por ello. Había sido una coincidencia, pero el que ahora el único conflicto hubiese surgido con las únicas chicas de color del grupo parecía que daba a todo ello un tinte racista que para nada era así, pero una cosa es lo que es y otra lo que parece.

- ¿Y tú Tito? Tienen tu edad y parecen muy majas.