La primavera es la mejor época de Madrid. Después del frío del invierno y con el cambio de hora, te encuentras con días soleados, con una temperatura muy agradable y en los que anochece más tarde. En definitiva un intermedio que es necesario aprovechar entre los rigores del clima madrileño, el invierno pasado y el verano que vendrá.
Pero también es ese tiempo en que no sabes qué ponerte y acabas resfriándote. Eso es lo que me pasó a mí. Acababa de volver de las vacaciones de Semana Santa en Mallorca y pillé un trancazo como hace años que no pasaba. Incluso había tenido que estar de baja cuatro días, algo extrañísimo en mí. Pero ya lo había superado y esa tarde había salido de casa para dar una vuelta y tomar un poco el sol, que falta me hacía.
Me fui a los alrededores del Templo de Debod, que es una zona que me encanta y desde la que se contempla la mejor puesta de sol de Madrid. Iba habitualmente, incluso tenía mi banco preferido en el que me gustaba sentarme a pensar en mis cosas. Además tenía un aliciente añadido, en una amplia zona de césped siempre había unos frikis, seguidores de Star Wars, vestidos como en las películas y haciendo coreografías con lanzas, espadas láser y todo eso.
- Dios te ama – me dijeron dos chicas que se habían acercado a mi banco.
- ¿Qué? – contesté saliendo de mi ensimismamiento.
- Que aunque te parezca que no, Dios está pendiente de ti y te ama.
- Ya, ya – empecé a contestar mirando a mi alrededor por si era una broma o algo así – os lo agradezco pero me parece que os confundís.
- No, perdona, deja que nos presentemos. Somos Estrella y Ludi, de la parroquia de Santa Teresa y San José. El padre Miguel nos ha pedido que salgamos a difundir el mensaje de amor del Señor, por eso queremos que sepas que Dios te ama, que no desfallezcas porque Él no te olvida.
Joder, qué pinta debería tener para que estas dos pensasen que necesitaba ayuda. Quizás otro día habría intentado sacarles de su error, decirles que no es que la vida me tratase mal es que acababa de salir de un gripazo y como soy un puto vago, ni me había afeitado en cuatro días y había salido de casa tal y como estaba, peinándome con los dedos en el espejo del ascensor porque tampoco en eso había pensado. En Madrid me podía permitir ese lujo, primero porque es muy poco probable encontrarte a alguien que conozcas y segundo porque mi mujer estaba en Palma, ya que ella así no me dejaba salir de casa.
- Ya, ya – dije sonriendo y sin sacarles de su error, no tenía ganas de discutir – Muchas gracias. Dádselas también al padre Miguel.
- ¿Podemos saber cómo te llamas?
- Alberto - dije dudando, me habían pillado en baja forma.
- Encantadas Alberto. Ven por la parroquia cuando lo necesites y pregunta por nosotras o por Miguel. Nos gustaría seguir hablando contigo.
- Gracias. Hasta entonces pues.
No me gusta ser descortés pero me fastidia que me aborden por la calle para venderme cosas, aunque fuese mi salvación, además que no tenía ganas de discutir. A ver, soy agnóstico de cabeza y ateo de corazón, discutir de religión me distrae mucho pero hacerlo con aquellas dos veinteañeras, vestidas de apostolantes de los años sesenta, francamente ahora me daba pereza. Miré como se alejaban y seguí contemplando la coreografía de los jedis.
Unos cuantos días después y ya completamente recuperado, volvía andando a mi casa, había comprado una horchata en un quiosco callejero y me senté a tomarla en mi banco preferido, contemplando cómo ensayaban los padawan. Al poco rato sentí que me miraban. Estrella y Ludi estaban a unos metros, decidiendo si era yo o no.