lunes, 14 de septiembre de 2020

La humillación de Carlos

Sevilla, septiembre 2008

Carlos es un amigo que conocí en el videochat de Amateur. Yo estaba promocionando mi página y a él le picó la curiosidad… y otras cosas.
Una de sus fantasías es hacer un trío con Espe, Esperanza, su mujer, y otro tío. Ella no parecía descartar del todo la idea, pero no se decidía a dar el paso y lanzarse, así que no sólo me ofrecí para ser el tercero en ese trío sino que además le propuse unas cuantas ideas para convencerla.
Para ello tiré de hemeroteca y le comenté algunas de las situaciones que había vivido anteriormente y que tenía relatadas en mi página. A él estas historias le gustaron mucho, me dijo que le parecían muy elaboradas y me pasó el borrador de una experiencia propia en la que había cumplido otra de sus fantasías, que una mujer le humillase.
La historia es super morbosa y me ofrecí a adaptarla al estilo de mi blog. Al final, después de varias consultas y modificaciones, Carlos se quedó satisfecho con el resultado y es lo que vas a leer ahora.


- - - - - - - - -

El nombramiento de su nueva jefa le pilló por sorpresa, más que nada porque todo el mundo daba por sentado que el cargo se lo había ganado él, pero de manera inesperada la empresa anunció la designación de Carmen, una persona vinculada a la dirección, en una maniobra por la cual pretendía incrementar su control.
Carlos se sintió defraudado, para él fue una humillación, sobre todo cara a sus compañeros, que prácticamente estaban montando una fiesta para celebrarlo. Pero quizás lo que más le sorprendió es que esa humillación le dejaba un regusto placentero, incluso se llegaba a excitar pensando en que alguna vez su nueva jefa le pudiese echar una bronca menospreciándole.
A veces te dicen que tienes que tener cuidado con lo que deseas porque lo puedes llegar a conseguir y eso es precisamente lo que le pasó. Carmen, sabiendo que Carlos era la persona a la que todos querían como jefe, se dedicó desde el principio a descalificarle, criticando abiertamente todas sus iniciativas, llegando incluso a reírse en público de sus propuestas. Cualquier cosa para machacar a un posible rival antes de que pudiese amenazar su liderazgo.
Curiosamente ese acoso laboral cada vez excitaba más a Carlos, que llegó hasta el punto de cometer errores a propósito sólo para que su jefa montase en cólera y le echase una buena reprimenda. Una vez se excitó tanto que el bulto del pene erecto era totalmente visible bajo el pantalón. Primero se intentó tapar con una carpeta, pero luego la propia excitación le pudo y dejó los brazos colgando a los costados en una actitud sumisa. Carmen se fijó casi al instante en su entrepierna. Pareció sorprenderse pues su voz se trabó un momento, pero enseguida recobró un tono autoritario y más decidido aún, si ello era posible. Eso excitó tanto a Carlos que temió correrse allí mismo en una experiencia que le recordaba a sus mejores sueños húmedos.
Cuando terminó la bronca de su jefa se fue directo a los servicios con las carpetas y toda la documentación que llevaba. No le daba tiempo a pararse y dejarlo en su mesa. Se desabrochó como pudo el cinturón y se bajó la cremallera con tanto ímpetu que se le trabó y por poco la rompe del tirón que le dio.
Apenas se rozó el pene con la mano, un chorro de semen salió disparado hacia la tapa del inodoro y al intentar limpiar el estropicio lo único que consiguió fue pringar de sí mismo varios de los documentos que llevaba. La idea de emplearlos cuando volviese a despachar con Carmen le provocó de nuevo otra erección y así estuvo el resto de la jornada, hasta que se volvió a encontrar con su mujer en casa. No dejó ni que Espe se quitase la ropa de la calle. Prácticamente se la arrancó él. Casi le desgarró las bragas, la puso a cuatro patas y con las manos le abrió las nalgas. Introdujo con fuerza la polla en su vagina e inmediatamente se sintió recompensado por el recibimiento mojado y ardiente del sexo de su mujer. Él normalmente era más cariñoso para follar, pero la activación animal de la que había hecho gala en esta ocasión también había surtido efecto en la excitación de Espe. Carlos se acabó corriendo sin esperarla, clavando las uñas mientras le sujetaba las caderas y con enérgicas embestidas golpeaba con la barriga las nalgas de su sorprendida esposa.

jueves, 2 de julio de 2020

El día que Migue salió del armario

Palma de Mallorca, junio de 2017

Migue, pronúnciese teniendo en cuenta que la sílaba tónica es “Mi”, es un antiguo compañero de trabajo. Uno de los pocos que conoce mi afición por escribir relatos eróticos. Un día, después de comentar varias de mis historias se decidió a contarme una suya. Una situación de esas inesperadas, que le sucedió volviendo a Palma en ferry. Me gustó tanto que le pedí que la escribiese para publicarla en el blog. Me dijo que lo haría en cuanto tuviese un momento, pero como pasaron los años y ese momento no llegó nunca, al final la he redactado yo de memoria. Se la pasé para que me diese su conformidad y modificase lo que quisiese.

- Cabronazo, me he puesto a mil leyéndola -me dijo-. Es eso lo que pasó, pero lo cuentas de una manera… Publícala tal cual.

Bien, pues esto es lo que me contó Migue:

La cola avanzaba lentamente. A mi lado la gente parecía impaciente. Se acercaban unos a otros como si su invasiva proximidad pudiese hacer que la fila fuese más rápida. Me olí yo mismo, olía fuerte y mal. No me duchaba desde… ayer, cuando salí del albergue. Me sorprendí, parecía que había pasado mucho más tiempo.
Terminé mi camino de Santiago hace un par de días. Entonces me dediqué a explorar la ciudad sin prisas y, por primera vez en bastante tiempo, sin rumbo fijo ni objetivo. Cuando estuve satisfecho saqué los billetes para volver a casa. Quizás lo de ir improvisando sobre la marcha no era tan buena idea, porque la combinación de billetes que conseguí a última hora para volver a Palma era un tanto extraña.
Salí de Santiago ayer por la noche en un autobús que me dejó en Madrid a las siete de la mañana. Allí tuve que darme prisa para llegar a tiempo a la estación de Atocha y coger el tren a Valencia, en donde en cambio tuve que esperar un montón de horas hasta poder subirme al ferry que me devolvería a Mallorca a primera hora de la mañana siguiente.
Después de estar dos semanas caminando y meditando me había acostumbrado a no estresarme por horarios, imprevistos o esperas. Mi presupuesto todavía me permitió merendar horchata con fartons, así que pasé casi toda la tarde en una agradable terracita, poniendo al día mi diario, algunas de cuyas páginas estás leyendo ahora.
Ya casi había llegado al arco de seguridad para subir al barco. Me descolgué la mochila del hombro para depositarla en la cinta y que pasase por los rayos X. En ese momento me fijé en que abajo, en el muelle, había una enorme fila de camiones y coches que lentamente estaban atravesando la rampa trasera del barco ¿todos esos vehículos cabían en la bodega? ¿Cómo les revisaban a ellos?
Una vez abordo localicé la butaca en la que tenía que pasar la noche. Es lo único que había conseguido a última hora. Parecía cómoda pero sería como dormir sentado en un cine. Creo que probaría mejor los sillones que había por los diversos salones que rodeaban la cafetería-restaurante. Pedí una cerveza y me senté rebuscando qué me quedaba para cenar en la mochila.

- ¡Caramba! Hola Migue ¿de vuelta a casa? -como despertándome de un sueño vi a mi antigua vecina… ¿Cómo se llamaba? Joder. La de veces que habíamos hablado en el ascensor y no me acordaba de su nombre.
- ¡Hola! Qué sorpresa -dije levantándome y dándole dos besos. Luego me di cuenta de que eso era raro, porque sólo nos conocíamos de hablar unos segundos en el ascensor y allí nunca nos besábamos-. Pues sí. He estado unos días haciendo el camino de Santiago y ahora vuelvo.
- El camino de Santiago, qué bonito. Paco está pidiendo unas cosas en la barra. ¿Te importa que nos sentemos contigo y nos cuentas?
- ¡Qué va! Encantado. Llevo más de dos semanas casi sin hablar con nadie. Estaré encantado Maite -al decir el nombre de su marido me acordé. Paco y Maite, los que vivían en el  sexto. Una pareja unos años mayor que yo. Tendrían treinta y tantos y ambos eran muy grandes. Medían mas de 1,80, lo que les hacía muy llamativos, sobre todo a ella.
- Dos semanas sin hablar… ¿has ido solo?
- Sí, he ido a ponerme de acuerdo conmigo mismo, a meditar.
- ¡Uy! Qué interesante ¿y ha merecido la pena?
- Pues… creo que sí. He tomado toda una serie de decisiones. Ahora sólo falta que me atreva a ponerlas en práctica -dije sorprendiéndome yo mismo de la locuacidad. Las dos semanas sin hablar habían hecho mella.
- ¡Hombre Migue! Cuánto tiempo -dijo Paco dejando una bandeja llena de cosas encima de la mesa y tendiéndome la mano.
- Vuelve a casa después de terminar el Camino de Santiago. Lo ha hecho solo. Para meditar. Fíjate qué interesante -dijo Maite.
- Sí y el viaje hasta aquí ha sido intenso. No he podido darme una ducha desde ayer y con todo el ajetreo… -dije a modo de disculpa, consciente de cómo debía oler.
- ¿Estás en camarote o en butaca? -me preguntó Paco.
- Butaca… y suerte que he conseguido plaza, porque saqué el billete ayer mismo.
- ¿Quieres ir a darte una ducha a nuestro camarote? -sugirió Maite.
- ¡Claro! -dijo Paco ofreciéndome la tarjeta de la puerta- Está justo en el piso de abajo. Es como un hotel, en el camarote hay albornoces, toallas, zapatillas… de todo.
- No, no, muchas gracias -dije yo verdaderamente apurado.

No tenía tanta confianza con ellos. Entendieron mi negativa y no insistieron. Si les molestaba mi olor corporal tampoco lo demostraron. Estuvimos cenando tranquilamente y con una agradable conversación en la que nos contamos más cosas que en todos los años que habíamos vivido en el mismo edificio.
A la hora de despedirnos Paco insistió en que pasase la noche con ellos en el camarote. “Mira, es una tontería que duermas hecho un cuatro en una butaca cuando en nuestra habitación hay una cama libre. Maite y yo vamos a dormir en la misma ¿verdad cariño?” Maite no sólo afirmó sino que insistió más vehementemente que su marido, incluso añadió en un tono pícaro “A no ser que te moleste saber que estamos en la cama de al lado haciendo la cucharita”.

lunes, 22 de junio de 2020

El regalo de jubilación

Como ya he explicado en el relato “Las bragas de Raquel”, la presente historia también está incluida en el relato más extenso “Sexo en tiempos de coronavirus. Primera semana”. Han sido algunos lectores los que me han indicado que, por la identidad propia que destaca en ella, debería tener un espacio propio. Las buenas ideas las capto enseguida, así que aquí está.


Se trata de una historia que mi hermana, Toñi, nos contó a mi esposa, Raquel, y a mí, en Madrid, en el mes de marzo de 2020, apenas comenzado el confinamiento.

- Pues hace años -comenzó a contar Toñi-, cuando de jovencita empecé a trabajar en una farmacia me encontré con un jefe curioso. Era el farmacéutico adjunto, el propietario casi no aparecía. Yo le veía como muy mayor pero debería tener nuestra edad actual, algo más de sesenta años.
- Un chaval -dijo Raquel riéndose.
- ¿Y por qué dices que era curioso? -pregunté.
- Pues porque era una persona muy amable, que sabía un montón y tenía muchísima paciencia para enseñarnos, a las ayudantes, con los ayudantes no era tan… atento.
- ¿Os trataba mejor a las chicas para luego cobrarse el favor? -preguntó Raquel impaciente y con algo de enfado.
- Eso es lo curioso. Era muy considerado y paciente con nosotras. Afectuoso pero sin pasarse. Ahora eso sí, a las chicas nos devoraba con la mirada. Él lo intentaba disimular pero se le notaba. Cuando una se subía a una estantería a coger algo, o se agachaba… no podía evitar mirarnos las piernas, era superior a él.
Hay que tener en cuenta que en esa farmacia, además de la venta al público se hacían fórmulas magistrales y análisis de aguas. Dependiendo del trabajo íbamos rotando por las diferentes secciones.
Al empezar nuestro turno nos cambiábamos. Dejábamos nuestra ropa en una especie de taquilla y nos poníamos zuecos y una bata. Si teníamos que ir al laboratorio lo completábamos con un gorro horrible, mascarilla y guantes.
- ¿Y os espiaba en el vestuario? -insistió Raquel.
- Que no. Nunca se propasó en nada. Notábamos sus miradas furtivas intentando traspasar la bata -aclaró Toñi-, pero nunca hizo nada que no debiese. Era como un diabético intentando no mirar a los pasteles de un escaparate. Nos deseaba pero se contenía.
- Qué incómodo ¿no? -insinué yo.
- Pues la verdad es que no. No sé si por el atrevimiento de nuestra juventud o por el hecho de que entonces se hablaba poco de actitudes machistas, pero su conducta nos resultaba muy entrañable. Ya os digo que con nosotras era muy amable, nos ayudaba en todo lo que necesitábamos, nunca tuvo un mal detalle y si alguna vez nos reprendió la verdad es que fue porque nos lo habíamos merecido. Siempre fue muy justo.
- ¿Y cómo casaba todo eso con que se quedase embobado mirándoos el culo? -pregunté.
- Ya os digo que intentaba disimular y el pillarle en esas miradas se convirtió en nuestro juego, pero el hecho de que nos desease tanto como nos respetaba nos producía muchísima ternura.
Ese juego de pillarle en sus miradas adquirió un matiz pícaro porque para pillarle acabamos provocándole nosotras. Alzándonos un poco la bata y agachándonos para buscar algo en la estantería inferior, dejando desabrochado algún botón de la bata, poniendo la escalera a su lado para coger algo del altillo e incluso que la sujetase por “miedo a caernos”.
- Eso era perverso ¿lo hacíais para reíros de él? -quiso saber Raquel.
- ¡No! ¡No! Para nada -respondió Toñi-. Le apreciábamos mucho para eso, además ya os he dicho que su actitud de “abuelito salidillo” nos producía ternura. No nos lo planteamos mucho pero más que nada lo hacíamos como agradecimiento. A él le gustaba tanto y en cambio se habría muerto antes de pedírnoslo… Así que… ¿por qué no agradecérselo con algo que le hacía feliz y a nosotras no nos costaba nada?
- Si te oye alguna feminista te mata -dije yo y Raquel asintió- ¡Vaya que sí!
- ¡No me habléis de feministas que me pongo de mala leche! -nos espetó Toñi.
- ¡Vale! ¡Vale! -dije yo volviendo al tema- Oye y cuando le dejabais que os viese las bragas ¿él qué hacía? ¿Se tocaba?
- No, no. Nunca. Era muy correcto. Lo único que notábamos es que a veces estaba mucho rato en el baño. Era un secreto a voces que era muy estreñido y a veces parecía salir muy contento. Pensábamos que era porque aliviaba el intestino y luego nos enteramos que era por otra cosa.
- ¿Le pillasteis pajeándose? -preguntó Raquel.
- No directamente. Un día una compañera tuvo que entrar al baño poco después que él. Le llamó la atención que detrás del espejo sobresalía algo. Al mirar qué era lo movió y cayó una revista porno. No recuerdo el nombre que nos dijo, pero según ella era muy guarra, nada erótico tipo Playboy. Todo a base de coños abiertos, culos en pompa, tíos follando en grupo… cosas así.
- Mira, el abuelito también tenía su corazoncito -dije yo riéndome-. Se ve que cuando ya no podía aguantar más de veros iba al baño y se “aliviaba” de verdad.
- Ya te digo -dijo Toñi-. Y su excusa para estar mucho tiempo en el baño, lo del estreñimiento, hace tiempo que la empleaba así que la de pajotes que se habría hecho a nuestra costa.
- ¿Y cómo os lo tomasteis? -preguntó otra vez mi mujer.
- Pues con cierto alivio, si queréis que os diga la verdad.
- ¿Alivio? -nos extrañamos casi al mismo tiempo Raquel y yo.
- Pues sí. El tío era tan correcto que a veces teníamos remordimientos por si le estábamos provocando en exceso nosotras, así que el saber que era un guarrillo nos quitó esa sensación.
- Entonces… -empecé a decir.
- Entonces seguimos igual, bueno un poco más atrevidas si cabe, pero él nunca cambió su actitud educada. Siguió tan atento como siempre, ayudándonos en lo que podía y nosotras agradeciéndoselo a nuestra manera.
- ¿Y ya? ¿Eso es todo? -pregunté decepcionado.
- Joder, sí que estáis impacientes -dijo Toñi-. Esto ha sido la descripción del entorno para que os situéis. La historia que os quería contar empieza ahora.
- Pues a éste le tienes a tope -dijo Raquel tocándome la polla.
- Y que lo digas -dije yo levantándome, desabrochando totalmente los pantalones y aflojando los calzoncillos. Fue un gesto un poco arriesgado por mi parte, pero creía que después de esos días Raquel ya estaba más preparada para que el sexo no fuese una actividad exclusivamente privada-, ¿te importa ir meneándome la polla cariño?
- ¿Quieres que te haga una paja? ¿Ahora? -se extrañó mi mujer mirando de reojo a mi hermana. Su expresión parecía decirme “¿te has olvidado de que está ella aquí?”
- No, quiero que me acaricies ahora que viene lo bueno de la historia, ya tendremos tiempo de más cosas. ¿Te va bien así? ¿Estás cómoda?
- Vaya jeta que tienes -dijo a Raquel besándome y empezando a acariciarme el pene. Estaba un poco descolocada pero me siguió la corriente. Bien, la cosa iba bien.
- ¿Puedo seguir tortolitos? -preguntó Toñi simulando impaciencia.
- Por favor -respondimos al mismo tiempo Raquel y yo.

Las bragas de Raquel

La presente historia está incluida en el relato más extenso “Sexo en tiempos de coronavirus. Primera semana”. Han sido algunos lectores los que me han indicado que, por la identidad propia que destaca en ella, debería tener un espacio propio. Las buenas ideas las capto enseguida, así que aquí está.

Se trata de una historia que mi esposa, Raquel, nos contó a mi hermana, Toñi, y a mí, en Madrid, en el mes de marzo de 2020, apenas comenzado el confinamiento.

- Estaba estudiando COU, tendría dieciséis o diecisiete años -dijo Raquel-. Iba a un colegio de chicas, los únicos amigos que tenía eran los del grupo juvenil de la parroquia, pero había un chico que conocía de siempre y con el que me llevaba muy bien. Tenía mi edad, era hijo de unos amigos de mis padres con los que de vez en cuando hacían excursiones, comidas y todo eso. Nosotros tuvimos mucho tiempo para jugar mientras los mayores hablaban.

- ¿Jugabais a los médicos y cosas así? -preguntó Toñi.
- No, qué va, éramos como hermanos.
- Bueno, yo con mi hermano… -empezó a decir Toñi mirándome, pero se calló al ver mi cara.
- ¿Qué? -preguntó Raquel.
- Que… sí, que jugábamos a los médicos -contestó Toñi midiendo las palabras.
- ¡Ah! Pues nosotros no -dijo Raquel mirándome sorprendida. Evidentemente eso iba a requerir futuras aclaraciones.

Éramos muy burros, nos peleábamos como chicos -siguió explicando Raquel- y nunca hubo nada de sexo.
Bueno, cuando ya éramos más mayorcitos noté que me miraba con ojos tiernos, que los abrazos duraban más de lo habitual… Intenté pasar por alto esos detalles, le quería mucho y no quería hacerle daño pero tampoco darle falsas esperanzas. Parecía que lo entendió y su actitud volvió a ser normal.
Un día quedé con él. Había sido su cumple y le quería dar un regalito que le había comprado, una tontería y me excusé por ello diciéndole que es que estaba pelada de dinero. Tomamos unas cocacolas y charlamos un buen rato. Fue muy agradable, quedamos en que lo repetiríamos de vez en cuando aunque no fuese el cumpleaños de ninguno.
Un día me lo encontré a la salida del metro. Pensé que había sido una coincidencia pero luego me di cuenta de que me estaba esperando. Me dijo que me quería comentar algo. Por su cara parecía importante. Estábamos casi en mi portal así que le ofrecí subir a casa. A mis padres les gustaría saludarle y así no se pondría tierno.
Saludó a mi madre muy cariñoso y como vi que se ponía muy impaciente nos fuimos a hablar a mi habitación.

- ¿A tu habitación? ¿A tu madre le pareció bien? -preguntó Toñi.
- Sí, ya os digo que éramos como hermanos. Aunque ahora hace tiempo que no lo hacíamos, antes cuando venía a cenar a casa con sus padres siempre terminábamos jugando o hablando en mi habitación.
- Y nunca…- volví a insinuar.
- No, nunca -respondió mi mujer-, hasta ese día. Le costó lanzarse a explicarme lo que quería pero al final me dijo que había pensado mucho en mi regalo y en lo que le conté.

El otro día lo soñé -me dijo- y desde entonces casi todas las noches. Estoy obsesionado.
¿Soñaste con el regalo que te di? -pregunté porque era una miniatura, una tontería. No entendía nada.
Soñé más que nada en lo que me dijiste -me explicó-. El regalo era otro.
¿Y qué era? -pregunté.
Me dijiste que te hubiese gustado regalarme otra cosa pero como no tenías dinero…
¿Qué? -pregunté impaciente.
Te metiste la mano bajo la falda, te bajaste las bragas y me las diste -me dijo un poco avergonzado.
¿Qué? -pregunté incrédula.
Entones me corrí.
¿Qué?
En el sueño me corrí.

miércoles, 17 de junio de 2020

Follamilfs

Relato basado en las narraciones de Eduardo, un buen amigo y lector crítico.


Cuenca, abril 2020


Supe lo que era una milf mucho antes de conocer esa palabra, qué significaba y desde luego mucho antes de pensar que algún día podría hacerlo realidad.
Laura, la mamá de mi amigo Javi, era una milf. Se podría decir que todos los niños estábamos enamorados de ella y desearla inocentemente era algo tan normal como desear a una artista de cine, de esas que enseñaban las piernas en la pantalla.
Mientras que las madres de los demás niños eran tiernas señoras, Laura era una chica guapa. Una mamá que no parecía una mamá.
Cuando me hablaba me quedaba embobado y siempre tenía que repetirme las cosas varias veces porque sólo con que me mirase ya me ponía nervioso.
Muchas veces iba a jugar a casa de Javi. Alguna vez le vi las bragas cuando Laura se tiraba al suelo a jugar con nosotros y su hijo se enfrascaba con ella en alguna pelea de cosquillas, en la que yo no osaba a participar, en parte por pudor, en parte porque desde fuera tenía mejor perspectiva de sus piernas agitándose bajo la falda descolocada.
Aunque las situaciones en las que más disfrutaba era cuando le tocaba a ella llevarnos a la piscina. Javi y yo íbamos a clase de natación. Un día nos llevaba mi madre, otro día nos llevaba Laura. Cuando terminábamos todos, niños y niñas, nos cambiábamos con toallas en el borde de la piscina. Nuestras mamás insistían en que nos secásemos bien y antes de que nos pusiésemos la ropa interior, apretaban con la mano la toalla contra nuestros cuerpos porque nosotros, entre risas, juegos y comer la merienda, seguro que no lo habíamos hecho bien.
Siete años teníamos Javi y yo. Aún recuerdo lo dura que se me puso la primera vez que su mamá me secó la entrepierna. La mía también lo hacía cuando nos llevaba ella, pero no era lo mismo. Ni mucho menos.
Unos quince años han pasado desde entonces. Mi amistad con Javi se ha mantenido y el contacto con su madre también. Durante todo este tiempo siempre ha sido para mí la “mamá que me follaría”. Afortunadamente, ahora cuando hablamos ya no me quedo mudo, nos seguimos las bromas mutuamente y en muchas ocasiones me ha demostrado su cariño y aprecio. Yo también, aunque he procurado ocultar mi deseo.
Hace unos años Laura se divorció. Parece que el matrimonio hace tiempo que no iba bien pero tuvieron el buen criterio de esperar hasta que su hijo fue mayor para dar el paso. Desde entonces había tenido algún ligue pero no había querido volver a comprometerse con nadie a pesar de que pretendientes no le han faltado. Eso levantaba algunos rumores en una ciudad pequeña como Cuenca, había quien incluso decía que Laura era lesbiana, aunque ese era a mi parecer un comentario más fruto de la envidia que de otras razones.
Cruzarme con ella por la calle e intercambiar unos saludos siempre era un placer, incluso a veces nos tomábamos alguna cervecita y así aprovechábamos para ponernos al día. En uno de esos encuentros, después de tiempo sin vernos, me comentó que Javi estaba ya en último curso del grado de enfermería y había conseguido un contrato en Madrid para luchar contra la pandemia. A la mujer se le saltó una lagrimita cuando me lo contaba. Le agarré la mano en un gesto de apoyo y ella me la apretó sin decir palabra. Ahí tomé la decisión de llamarla de vez en cuando por si necesitaba algo. Lo que fuese.

lunes, 8 de junio de 2020

El regalo de Carmencita

Palma, mayo de 2020


Todos hemos vivido nuestras  particulares #HistoriasDelConfinamiento, algunos porque las habéis vivido en casa y otros porque os habéis atrevido a contar a vuestras parejas experiencias anteriores, quizás como preliminares de la actividad sexual.
Por supuesto, también agradezco a los que, inspirados por mis historias, han querido compartir aquí las suyas. La primera que me llegó fue la de mi amigo Pedro ¿Os acordáis de las Historias de Pedro y Carmen? Pues teniendo en cuenta ese precedente imaginaos la alegría que me dio volver a tener noticias suyas después de dos años.

________________________________________


De: Pedro y Carmen <XXXX@outlook.com>
Enviado: miércoles, mayo 13, 2020 09:23 p. m.
Para: zcandil@hotmail.com
Asunto: Una historia propia

Alberto, cabronazo ¡vaya confinamiento que te estás pegando! Todo el mundo puteado y tú no paras de follar…
He estado leyendo tus historias y me has puesto muy caliente, sobre todo porque yo hace tiempo que no me comía una rosca. Ya sabes que Carmen trabaja en un supermercado, así que estos días estaba agobiadísima y además acojonada porque dice que la gente va histérica, sin respetar ninguna medida y si no se contagia será por suerte. Total, que se autoconfinó. Dentro de casa guarda con nosotros la distancia de seguridad, dormimos separados y de follar… ni hablamos. ¿Te imaginas? Con lo que somos nosotros.
Yo teletrabajo, así que sólo salgo a pasear un rato después de las ocho, porque la compra la trae Carmen. La que está ahora en casa es, Carmencita. Sabes que estaba estudiando fuera ¿no? Pues a la pobre le suspendieron las clases y cerraron su residencia, así que se ha tenido que venir, pero la chica está muy preocupada por los exámenes. No sabe ni cuándo ni cómo serán.

Claro que me acordaba de Carmencita, su única hija y de la que cuando hablaban se les caía la baba. Sólo la vi una vez que fui a buscarles a su casa. Le eché unos dieciséis años pero, ahora que lo pienso, debería tener alguno más porque recuerdo que me contaron que se iba a ir a estudiar fuera. De eso hacía unos… dos años. Entonces era una niña guapa, ahora… ya no sería tan niña.

Así que ya ves cómo nos ha cambiado esto la vida. Aunque a veces esos cambios tienen unos resultados inesperados. Te cuento. En la parte de atrás de la casa tenemos un pequeño jardín que sólo empleábamos para comer al aire libre de vez en cuando y nada más, porque ya sabes que lo que nos gusta mucho es salir al campo o la playa. Pero ahora que eso no se puede hacer le empleamos bastante más. Sacamos una cinta de andar y una bicicleta elíptica que compramos hace tiempo con mucha ilusión pero que, como siempre pasa, llevaban años acumulando polvo en el trastero.
De vez en cuando hago un “break”, dejo el ordenador, corro un poco en la cinta o me machaco en la elíptica, después me ducho con la manguera en el mismo jardín y vuelvo al trabajo. Y lo mejor es cuando al final de la jornada me saco una cervecita y me la tomo tranquilamente en la tumbona tomando el sol.

- Me has dado envidia -me dijo Carmencita el otro día, poniéndose a mi lado en otra tumbona cuando yo estaba con la cerveza.

- Ya verás, se está fenomenal. Nunca había usado tanto este jardincito -dije aparentando naturalidad mientras ella se quitaba toda la ropa.
- ¿Qué pasa? ¿Te has vuelto textil ahora? -me preguntó ella mientras se ponía crema, extrañándose de que yo iba con el pantalón de deporte puesto.
- ¿Textil? No, qué va. Lo que pasa es que estaba trabajando así y luego de hacer un poco de ejercicio y darme un manguerazo me he quedado tal cual.
- Pues cuando vayas a la playa se te van a notar las marcas del bañador. Tú verás.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Sexo en tiempos de coronavirus. Sexta semana


Madrid, abril de 2020

- ¿Qué es eso de que una trans te folló el culo? -me preguntó Raquel de sopetón.
- ¡Ah! Un compañero de facultad que se cambió de sexo. Fue algo sorprendente -contesté intentando quitarle importancia.

¡Mierda! Ya sabía yo que el otro día con Piluca me había ido de la lengua. Intenté recomponer la historia a toda prisa. Le dije que después de desaparecer una temporada mi amigo Carlos reapareció como Carla, una chica con cierto aspecto andrógino, más que nada por la corpulencia, pero eso la hacía tremendamente atractiva, por lo menos para mí.
Después del desconcierto inicial retomamos una relación basada en nuestra antigua amistad, pero que nos permitíamos algún revolcón que otro de vez en cuando, cosa que me daba muchísimo morbo. Así fue como entre otras cosas descubrí que mamar una polla me da muchísimas arcadas, sobre todo si se corren en mi boca, y que me resulta extremadamente desagradable la sensación de ocupación que me produce una polla en el recto, por mucho que me gustase la sensación de unos pezones duros rozándome la espalda.

- ¡Vamos no me jodas! -dijo Raquel- Así que todo lo que te encanta hacernos, a ti te da… asquito que lo hagan.
- Pues sí, lo admito.
- Con razón decía la Carla esa que no servías para…
- ¡Ya! Ya -la corté-. No importa que sigas.
- Así que follarme el culo sí. Correrte en mi boca sí, pero que te lo hagan a ti… nada de nada.
- ¿Preferirías que sí me gustase?
- No, no, pero me choca que lo que te encanta hacer, en cambio a ti no te gusta que te lo hagan.
- Con que te guste que te lo haga a ti me doy por satisfecho.

Con esas explicaciones Raquel se quedó tranquila y no tuve que contarle la verdadera historia de Carla, aunque ese episodio me dio una idea. El próximo jueves sería el día de Sant Jordi. Desde hace mucho tiempo manteníamos la tradición de regalarnos un libro y una rosa, aunque para ser puristas ella tenía que regalarme un libro y yo a ella una rosa. Bueno, en esta ocasión yo les regalaría un libro… y un capullo. De hecho esperaba que el libro les abriese las ganas de disfrutar del capullo.
Pero no iba a comprarles ningún libro. La historia de Carla y el interés que despertó en mi mujer me  animó a utilizar mis propios relatos para hacer con ellos un libro. La mayoría de los tenía publicados en el blog y los guardaba en formato pdf. También tenía muchos otros en borradores en mi ordenador, pero no me daría tiempo a tenerlos listos el jueves. Afortunadamente, con los que estaban en el blog ya tenía bastante material para hacer un librito interesante.
Utilizando el orden cronológico seleccioné Confieso que he pecado, Julita, Por el culo es petting, Marisa, Esther “la rubia”, Las fotos de Sonsoles, EspejismosUn polvo campestre e Induciendo sueños. Con esos sería suficiente. Constituían un relato de mi vida sexual, desde casi la infancia hasta la época de la universidad, bueno incluso alguna con Raquel. Pero a partir de ese momento había cosas que era mejor no contar… por ahora.
Pensé en imprimirlo todo y encuadernarlo. En casa podría haberlo hecho sin problemas pero aquí no tenía medios suficientes, así que me contenté con hacer un libro electrónico, muy bien presentado, eso sí. Cada historia tenía su cabecera ilustrada, incluso había una que podría emplear como portada del libro, así que lo único que tenía que hacer era preparar un índice, configurar los enlaces a cada relato y los correspondientes de vuelta a dicho índice.

Preparar ese regalo para el Sant Jordi erótico me excitaba bastante y me proporcionaba otras ideas. La principal se me ocurrió tuiteando. Entonces caí en que prácticamente cada día tiene una temática sexual y eso lo podíamos aprovechar:
A ver, que las dos últimas me las inventé. Pretendían ser mi aportación a la liturgia tuitera para cubrir un hueco incomprensible, pero para mi sorpresa resulta que existen de verdad.
Mientras cenábamos estuvimos comentando las noticias, la celebración de la feria de abril desde los balcones, el control de la distribución de mascarillas fijando un precio noventa y seis céntimos… en fin, la cruda realidad. Después les expliqué lo de los días en Twitter y que hoy, #LunesDeOjos, nos íbamos a excitar mirando. Ya sé que, la filosofía del hashtag no era esa pero decidí usarlo a mi conveniencia.

- ¿Mirando qué? -me preguntó Raquel.
- Pues algo que igual te sorprende -respondí buscando una página en la tablet.

La conecté a la tele para verlo mejor. En la pantalla apareció la página de aceptación de las condiciones de Chaturbate e inmediatamente las ventanitas de selección de chats. Elegí las que me gustaron más y luego abrí una de ellas.

- Ésta es la otra página de videochats que usabas ¿no? La americana -dijo Raquel.
- Hay unas tías buenísimas ¿son profesionales? -preguntó Toñi.
- Me temo que profesionales sí que son, pero tías… -respondí.

Las dos fueron incapaces de reprimir una exclamación cuando la rubia de rasgos eslavos de la pantalla dejó de acariciar sus torneados pechos y, como si me hubiese oído, enfocó la cámara hacia su entrepierna. Bajo la braguita semitransparente se notaba un bulto que ella acariciaba provocativamente acompañándose de unos insinuantes gemidos. Parecía que se estaba dando placer frotando un lush contra su clítoris, pero para deshacer cualquier equívoco se estiró la tela de la braga hacia arriba haciendo que por los lados apareciesen… dos testículos perfectamente depilados. “¡Joder!” exclamaron las dos casi al mismo tiempo cuando la chica se sacó de detrás de la tela un pene que para sí quisieran muchos que presumen de machotes.

jueves, 14 de mayo de 2020

Sexo en tiempos de coronavirus. Quinta semana


Madrid, abril 2020


El día de mi cumpleaños desperté tarde. Raquel ya se había levantado, la escuché hablando con Toñi en la cocina y desde allí llegaba un estimulante olor a café.
La verdad es que estábamos llevando bastante bien lo del confinamiento, pero pasar en casa el día de mi aniversario no me apetecía nada y si tenía en cuenta los planes que había tenido que anular me ponía un poco triste.
Intentado no pensar en todo ello me dirigí al baño para lavarme un poco. Cuando iba a salir me encontré al lado del ordenador una cajita en forma de huevo. Algo sonaba dentro. Era una nota perfectamente enrollada. La desplegué completamente intrigado y pude leer el siguiente texto:



¿Te mereces esta suerte?

Cumplir años en medio de la pandemia
mala suerte podría parecer,
pero igual la fortuna te premia
con un regalo que te haga enloquecer.

Conseguirlo fácil es
pero buscar es necesario 
y merecerlo antes que después 
siempre es lo primario.

En Pascua se comen conejos,
y se buscan los huevos.
Entonces te damos dos consejos
porque somos muy longevos.

No creas que nos pasamos de listas,
piensa en tu preferido tubérculo
y encontrarás las pistas.
Verás qué premio más chulo.

¿Lo vas a perder?
Coloca bien la coma
y el idioma
te va a proteger.

¿Qué cojones era eso? Evidentemente las chicas se habían trabajado mi regalo y ahora me lo iba a tener que currar yo para encontrarlo. Lo volví a leer. Un acertijo en forma de poema. Me gustaban las adivinanzas y de vez en cuando hacía poemas jocosos, de rima fácil, para resaltar alguna broma. Haciendo un guiño a estas dos aficiones mías me habían preparado lo que parecía un original regalo de cumpleaños.
Estábamos en pascua y ahora se comen conejos, de pascua, y se buscan huevos, también de pascua. Mi regalo parece que iba a ser comerles el conejo, pero antes tendría que encontrar las pistas que habrían escondido. Estas cabronas me iban a hacer buscar por toda la casa. Bueno, sería divertido, tampoco tenía muchas más cosas que hacer y el premio iba a merecer la pena.
A Raquel le gustaba esconder lo huevos por la casa y luego se los hacía buscar a los niños cuando eran pequeños. Nuestras sobrinas siempre estaban encantadas con el juego. Con similar entusiasmo levanté cojines, metí la mano en jarrones, corrí cortinas, abrí cajones… nada. Ni rastro de huevos escondidos. Aquellas dos putas me contemplaban divertidas haciendo comentarios jocosos.

- ¿Y qué haremos si no lo encuentra? -preguntó Toñi.
- Nos lo comemos nosotras -respondió Raquel sin pensarlo.

A ver, lo de comerlo estaba claro. Los huevos son de chocolate, pero el regalo me iba a hacer “enloquecer” y el chocolate me gusta pero no me vuelve loco, ni como sustituto de sexo, la verdad es que prefiero un buen polvo. Espera… sexo… ¡claro! De eso va todo. Sexo. No tenía que buscar por toda la casa. Tenía que buscar cosas que tuviesen que ver con el sexo.