Ya he comentado alguna vez que tengo una cuñada insoportable, está buena pero es insoportable, insufrible , inaguantable… y con los años no ha mejorado. Amanda, Ama, que así la llamamos, es en realidad cuñada de mi mujer, casada con su hermano, y es una madura que llama la atención por lo bien conservada que está para su edad, cerca de los sesenta.
Una costumbre de su familia es hacer una comida por navidades y repartirnos los regalos del amigo invisible. Todos los cuñados ¿os lo imagináis? Pues a mi mujer le encanta y cada vez que llega la fecha elegida y yo me pongo de mala leche me echa en cara lo sieso que soy. Bien, este año Ama y su marido eran los encargados de organizar el evento. Nos reunimos en su casa cinco parejas de cuñados entre los cincuenta y los sesenta y cinco años. De ideas bastante dispares y que la mayoría nos veíamos sólo en esas comidas.
A esas edades en las que te callas pocas cosas, con las elecciones generales recién celebradas, la posibilidad de que se formase gobierno muy en el aire, los pactos y los no pactos, el debate sobre Cataluña y el feminismo a flor de piel… acabamos discutiendo bastante intensamente y sobre todo Ama y yo nos enzarzamos en una pelea casi personal y de una violencia dialéctica que sorprendió a todos.
Tengo que decir que yo me encontraba como pez en el agua. Me encanta discutir con mi cuñada, la tengo cogido el tranquillo, sé perfectamente cómo sacarla de sus casillas y hacerla perder los nervios… y lo hago. Es de las pocas cosas que disfruto en esas comidas. Como quien no quiere la cosa suelto pequeñas “perlas” que pasan desapercibidas para todos pero a las que sé que ella es sensible, le hacen saltar, enfurecerse y ponerse en evidencia, así que para todo el mundo la que había perturbado la conversación había sido ella con sus salidas de tono. Me encanta manipular.
Al final entre todos la aplacaron y terminamos la comida con cierta normalidad. Cuando después de los postres llegó el momento del rito principal de esas reuniones, el intercambio de regalos, me di cuenta de que igual me había pasado un poco y lo que había planeado como broma podría volver a reavivar una agria discusión. Me preocupé porque ahora era tarde para arreglarlo, pero la gente ya estaba sacando alegremente los paquetes para repartir su amigo invisible. El azar nos había emparejado a Ama y a mí en esos regalos. Cuando lo compré tuve la intención de soliviantarla un poco, lo que entonces no sabía es que a esas alturas ella estaría muy, muy soliviantada. No sabía cómo arreglarlo hasta que cuando nos llegó el turno ella me dio primero el suyo.
- Toma, estoy convencida de que lo necesitas más de lo que crees.