Madrid, noviembre de 1975
Por fin llegó el domingo de la boda. Mi casa era una algarabía total, hoy día 16 de noviembre se casaba mi hermana. Había venido la familia de mis padres y por supuesto se acomodaron todos en casa. No recuerdo por qué ningún primo pudo asistir, pero tíos y primas, algunos que no se conocían, estaban repartidos con sus bolsas y maletas por todas las habitaciones. De armarios y puertas colgaban perchas con trajes oscuros y vestidos de colores.
Yo acabé durmiendo en el puf-cama del vestidor y en mi habitación se acomodaron mis primas Maite, de Santander y Begoña, de Estella. Eran de las que no se conocían previamente, la familia de mi padre y de mi madre casi no tenían contacto entre sí. Ellas dos llegaron ayer por la tarde y por la noche y parecía que se habían caído muy bien. Mejor porque habían que tenido dormir juntas en una cama de noventa. Claro que mi puf medía setenta de ancho y sólo lo había utilizado para follar, pero por lo menos estaba solo. Tardé bastante en dormirme, porque estaba incómodo y porque el vestidor y sus espejos me traían muchos recuerdos, tantos que a media noche tuve que ir al baño para hacerme una paja.
No recuerdo a qué hora, pero muy temprano, entraron mi madre y mi tía buscando no sé qué por los armarios. “Tranquilo, sigue durmiendo, no te molestamos” me dijeron después de tropezar varias veces con el colchón. Cogí la manta y me fui al salón pero ahí estaban mi padre y mi tío. Saludé con la mano y seguí hacia la terraza en donde me acomodé en una tumbona. Afortunadamente la mañana no era muy fría y las cristaleras estaban cerradas.
Me levanté después de pasar un rato dando vueltas. Oí a la familia que desayunaba animadamente en la cocina, así que aproveché para ir al baño y lavarme un poco. Luego fui a por la ropa a mi habitación. Entré decidido sólo con el pantalón del pijama puesto y la camisa en la mano. Me paré en seco. Las chicas no estaban desayunando como creía. Maite estaba asomada por la ventana. Llevaba una camiseta larga pero que se le había levantado casi hasta la cintura y debajo sólo llevaba unas bragas blancas, ligeramente descolocadas por haber dormido con ellas. Bego, también con una especie de camiseta, estaba sentada con las piernas dentro de las sábanas.