lunes, 22 de junio de 2020

El regalo de jubilación

Como ya he explicado en el relato “Las bragas de Raquel”, la presente historia también está incluida en el relato más extenso “Sexo en tiempos de coronavirus. Primera semana”. Han sido algunos lectores los que me han indicado que, por la identidad propia que destaca en ella, debería tener un espacio propio. Las buenas ideas las capto enseguida, así que aquí está.


Se trata de una historia que mi hermana, Toñi, nos contó a mi esposa, Raquel, y a mí, en Madrid, en el mes de marzo de 2020, apenas comenzado el confinamiento.

- Pues hace años -comenzó a contar Toñi-, cuando de jovencita empecé a trabajar en una farmacia me encontré con un jefe curioso. Era el farmacéutico adjunto, el propietario casi no aparecía. Yo le veía como muy mayor pero debería tener nuestra edad actual, algo más de sesenta años.
- Un chaval -dijo Raquel riéndose.
- ¿Y por qué dices que era curioso? -pregunté.
- Pues porque era una persona muy amable, que sabía un montón y tenía muchísima paciencia para enseñarnos, a las ayudantes, con los ayudantes no era tan… atento.
- ¿Os trataba mejor a las chicas para luego cobrarse el favor? -preguntó Raquel impaciente y con algo de enfado.
- Eso es lo curioso. Era muy considerado y paciente con nosotras. Afectuoso pero sin pasarse. Ahora eso sí, a las chicas nos devoraba con la mirada. Él lo intentaba disimular pero se le notaba. Cuando una se subía a una estantería a coger algo, o se agachaba… no podía evitar mirarnos las piernas, era superior a él.
Hay que tener en cuenta que en esa farmacia, además de la venta al público se hacían fórmulas magistrales y análisis de aguas. Dependiendo del trabajo íbamos rotando por las diferentes secciones.
Al empezar nuestro turno nos cambiábamos. Dejábamos nuestra ropa en una especie de taquilla y nos poníamos zuecos y una bata. Si teníamos que ir al laboratorio lo completábamos con un gorro horrible, mascarilla y guantes.
- ¿Y os espiaba en el vestuario? -insistió Raquel.
- Que no. Nunca se propasó en nada. Notábamos sus miradas furtivas intentando traspasar la bata -aclaró Toñi-, pero nunca hizo nada que no debiese. Era como un diabético intentando no mirar a los pasteles de un escaparate. Nos deseaba pero se contenía.
- Qué incómodo ¿no? -insinué yo.
- Pues la verdad es que no. No sé si por el atrevimiento de nuestra juventud o por el hecho de que entonces se hablaba poco de actitudes machistas, pero su conducta nos resultaba muy entrañable. Ya os digo que con nosotras era muy amable, nos ayudaba en todo lo que necesitábamos, nunca tuvo un mal detalle y si alguna vez nos reprendió la verdad es que fue porque nos lo habíamos merecido. Siempre fue muy justo.
- ¿Y cómo casaba todo eso con que se quedase embobado mirándoos el culo? -pregunté.
- Ya os digo que intentaba disimular y el pillarle en esas miradas se convirtió en nuestro juego, pero el hecho de que nos desease tanto como nos respetaba nos producía muchísima ternura.
Ese juego de pillarle en sus miradas adquirió un matiz pícaro porque para pillarle acabamos provocándole nosotras. Alzándonos un poco la bata y agachándonos para buscar algo en la estantería inferior, dejando desabrochado algún botón de la bata, poniendo la escalera a su lado para coger algo del altillo e incluso que la sujetase por “miedo a caernos”.
- Eso era perverso ¿lo hacíais para reíros de él? -quiso saber Raquel.
- ¡No! ¡No! Para nada -respondió Toñi-. Le apreciábamos mucho para eso, además ya os he dicho que su actitud de “abuelito salidillo” nos producía ternura. No nos lo planteamos mucho pero más que nada lo hacíamos como agradecimiento. A él le gustaba tanto y en cambio se habría muerto antes de pedírnoslo… Así que… ¿por qué no agradecérselo con algo que le hacía feliz y a nosotras no nos costaba nada?
- Si te oye alguna feminista te mata -dije yo y Raquel asintió- ¡Vaya que sí!
- ¡No me habléis de feministas que me pongo de mala leche! -nos espetó Toñi.
- ¡Vale! ¡Vale! -dije yo volviendo al tema- Oye y cuando le dejabais que os viese las bragas ¿él qué hacía? ¿Se tocaba?
- No, no. Nunca. Era muy correcto. Lo único que notábamos es que a veces estaba mucho rato en el baño. Era un secreto a voces que era muy estreñido y a veces parecía salir muy contento. Pensábamos que era porque aliviaba el intestino y luego nos enteramos que era por otra cosa.
- ¿Le pillasteis pajeándose? -preguntó Raquel.
- No directamente. Un día una compañera tuvo que entrar al baño poco después que él. Le llamó la atención que detrás del espejo sobresalía algo. Al mirar qué era lo movió y cayó una revista porno. No recuerdo el nombre que nos dijo, pero según ella era muy guarra, nada erótico tipo Playboy. Todo a base de coños abiertos, culos en pompa, tíos follando en grupo… cosas así.
- Mira, el abuelito también tenía su corazoncito -dije yo riéndome-. Se ve que cuando ya no podía aguantar más de veros iba al baño y se “aliviaba” de verdad.
- Ya te digo -dijo Toñi-. Y su excusa para estar mucho tiempo en el baño, lo del estreñimiento, hace tiempo que la empleaba así que la de pajotes que se habría hecho a nuestra costa.
- ¿Y cómo os lo tomasteis? -preguntó otra vez mi mujer.
- Pues con cierto alivio, si queréis que os diga la verdad.
- ¿Alivio? -nos extrañamos casi al mismo tiempo Raquel y yo.
- Pues sí. El tío era tan correcto que a veces teníamos remordimientos por si le estábamos provocando en exceso nosotras, así que el saber que era un guarrillo nos quitó esa sensación.
- Entonces… -empecé a decir.
- Entonces seguimos igual, bueno un poco más atrevidas si cabe, pero él nunca cambió su actitud educada. Siguió tan atento como siempre, ayudándonos en lo que podía y nosotras agradeciéndoselo a nuestra manera.
- ¿Y ya? ¿Eso es todo? -pregunté decepcionado.
- Joder, sí que estáis impacientes -dijo Toñi-. Esto ha sido la descripción del entorno para que os situéis. La historia que os quería contar empieza ahora.
- Pues a éste le tienes a tope -dijo Raquel tocándome la polla.
- Y que lo digas -dije yo levantándome, desabrochando totalmente los pantalones y aflojando los calzoncillos. Fue un gesto un poco arriesgado por mi parte, pero creía que después de esos días Raquel ya estaba más preparada para que el sexo no fuese una actividad exclusivamente privada-, ¿te importa ir meneándome la polla cariño?
- ¿Quieres que te haga una paja? ¿Ahora? -se extrañó mi mujer mirando de reojo a mi hermana. Su expresión parecía decirme “¿te has olvidado de que está ella aquí?”
- No, quiero que me acaricies ahora que viene lo bueno de la historia, ya tendremos tiempo de más cosas. ¿Te va bien así? ¿Estás cómoda?
- Vaya jeta que tienes -dijo a Raquel besándome y empezando a acariciarme el pene. Estaba un poco descolocada pero me siguió la corriente. Bien, la cosa iba bien.
- ¿Puedo seguir tortolitos? -preguntó Toñi simulando impaciencia.
- Por favor -respondimos al mismo tiempo Raquel y yo.

Las bragas de Raquel

La presente historia está incluida en el relato más extenso “Sexo en tiempos de coronavirus. Primera semana”. Han sido algunos lectores los que me han indicado que, por la identidad propia que destaca en ella, debería tener un espacio propio. Las buenas ideas las capto enseguida, así que aquí está.

Se trata de una historia que mi esposa, Raquel, nos contó a mi hermana, Toñi, y a mí, en Madrid, en el mes de marzo de 2020, apenas comenzado el confinamiento.

- Estaba estudiando COU, tendría dieciséis o diecisiete años -dijo Raquel-. Iba a un colegio de chicas, los únicos amigos que tenía eran los del grupo juvenil de la parroquia, pero había un chico que conocía de siempre y con el que me llevaba muy bien. Tenía mi edad, era hijo de unos amigos de mis padres con los que de vez en cuando hacían excursiones, comidas y todo eso. Nosotros tuvimos mucho tiempo para jugar mientras los mayores hablaban.

- ¿Jugabais a los médicos y cosas así? -preguntó Toñi.
- No, qué va, éramos como hermanos.
- Bueno, yo con mi hermano… -empezó a decir Toñi mirándome, pero se calló al ver mi cara.
- ¿Qué? -preguntó Raquel.
- Que… sí, que jugábamos a los médicos -contestó Toñi midiendo las palabras.
- ¡Ah! Pues nosotros no -dijo Raquel mirándome sorprendida. Evidentemente eso iba a requerir futuras aclaraciones.

Éramos muy burros, nos peleábamos como chicos -siguió explicando Raquel- y nunca hubo nada de sexo.
Bueno, cuando ya éramos más mayorcitos noté que me miraba con ojos tiernos, que los abrazos duraban más de lo habitual… Intenté pasar por alto esos detalles, le quería mucho y no quería hacerle daño pero tampoco darle falsas esperanzas. Parecía que lo entendió y su actitud volvió a ser normal.
Un día quedé con él. Había sido su cumple y le quería dar un regalito que le había comprado, una tontería y me excusé por ello diciéndole que es que estaba pelada de dinero. Tomamos unas cocacolas y charlamos un buen rato. Fue muy agradable, quedamos en que lo repetiríamos de vez en cuando aunque no fuese el cumpleaños de ninguno.
Un día me lo encontré a la salida del metro. Pensé que había sido una coincidencia pero luego me di cuenta de que me estaba esperando. Me dijo que me quería comentar algo. Por su cara parecía importante. Estábamos casi en mi portal así que le ofrecí subir a casa. A mis padres les gustaría saludarle y así no se pondría tierno.
Saludó a mi madre muy cariñoso y como vi que se ponía muy impaciente nos fuimos a hablar a mi habitación.

- ¿A tu habitación? ¿A tu madre le pareció bien? -preguntó Toñi.
- Sí, ya os digo que éramos como hermanos. Aunque ahora hace tiempo que no lo hacíamos, antes cuando venía a cenar a casa con sus padres siempre terminábamos jugando o hablando en mi habitación.
- Y nunca…- volví a insinuar.
- No, nunca -respondió mi mujer-, hasta ese día. Le costó lanzarse a explicarme lo que quería pero al final me dijo que había pensado mucho en mi regalo y en lo que le conté.

El otro día lo soñé -me dijo- y desde entonces casi todas las noches. Estoy obsesionado.
¿Soñaste con el regalo que te di? -pregunté porque era una miniatura, una tontería. No entendía nada.
Soñé más que nada en lo que me dijiste -me explicó-. El regalo era otro.
¿Y qué era? -pregunté.
Me dijiste que te hubiese gustado regalarme otra cosa pero como no tenías dinero…
¿Qué? -pregunté impaciente.
Te metiste la mano bajo la falda, te bajaste las bragas y me las diste -me dijo un poco avergonzado.
¿Qué? -pregunté incrédula.
Entones me corrí.
¿Qué?
En el sueño me corrí.

miércoles, 17 de junio de 2020

Follamilfs

Relato basado en las narraciones de Eduardo, un buen amigo y lector crítico.


Cuenca, abril 2020


Supe lo que era una milf mucho antes de conocer esa palabra, qué significaba y desde luego mucho antes de pensar que algún día podría hacerlo realidad.
Laura, la mamá de mi amigo Javi, era una milf. Se podría decir que todos los niños estábamos enamorados de ella y desearla inocentemente era algo tan normal como desear a una artista de cine, de esas que enseñaban las piernas en la pantalla.
Mientras que las madres de los demás niños eran tiernas señoras, Laura era una chica guapa. Una mamá que no parecía una mamá.
Cuando me hablaba me quedaba embobado y siempre tenía que repetirme las cosas varias veces porque sólo con que me mirase ya me ponía nervioso.
Muchas veces iba a jugar a casa de Javi. Alguna vez le vi las bragas cuando Laura se tiraba al suelo a jugar con nosotros y su hijo se enfrascaba con ella en alguna pelea de cosquillas, en la que yo no osaba a participar, en parte por pudor, en parte porque desde fuera tenía mejor perspectiva de sus piernas agitándose bajo la falda descolocada.
Aunque las situaciones en las que más disfrutaba era cuando le tocaba a ella llevarnos a la piscina. Javi y yo íbamos a clase de natación. Un día nos llevaba mi madre, otro día nos llevaba Laura. Cuando terminábamos todos, niños y niñas, nos cambiábamos con toallas en el borde de la piscina. Nuestras mamás insistían en que nos secásemos bien y antes de que nos pusiésemos la ropa interior, apretaban con la mano la toalla contra nuestros cuerpos porque nosotros, entre risas, juegos y comer la merienda, seguro que no lo habíamos hecho bien.
Siete años teníamos Javi y yo. Aún recuerdo lo dura que se me puso la primera vez que su mamá me secó la entrepierna. La mía también lo hacía cuando nos llevaba ella, pero no era lo mismo. Ni mucho menos.
Unos quince años han pasado desde entonces. Mi amistad con Javi se ha mantenido y el contacto con su madre también. Durante todo este tiempo siempre ha sido para mí la “mamá que me follaría”. Afortunadamente, ahora cuando hablamos ya no me quedo mudo, nos seguimos las bromas mutuamente y en muchas ocasiones me ha demostrado su cariño y aprecio. Yo también, aunque he procurado ocultar mi deseo.
Hace unos años Laura se divorció. Parece que el matrimonio hace tiempo que no iba bien pero tuvieron el buen criterio de esperar hasta que su hijo fue mayor para dar el paso. Desde entonces había tenido algún ligue pero no había querido volver a comprometerse con nadie a pesar de que pretendientes no le han faltado. Eso levantaba algunos rumores en una ciudad pequeña como Cuenca, había quien incluso decía que Laura era lesbiana, aunque ese era a mi parecer un comentario más fruto de la envidia que de otras razones.
Cruzarme con ella por la calle e intercambiar unos saludos siempre era un placer, incluso a veces nos tomábamos alguna cervecita y así aprovechábamos para ponernos al día. En uno de esos encuentros, después de tiempo sin vernos, me comentó que Javi estaba ya en último curso del grado de enfermería y había conseguido un contrato en Madrid para luchar contra la pandemia. A la mujer se le saltó una lagrimita cuando me lo contaba. Le agarré la mano en un gesto de apoyo y ella me la apretó sin decir palabra. Ahí tomé la decisión de llamarla de vez en cuando por si necesitaba algo. Lo que fuese.

lunes, 8 de junio de 2020

El regalo de Carmencita

Palma, mayo de 2020


Todos hemos vivido nuestras  particulares #HistoriasDelConfinamiento, algunos porque las habéis vivido en casa y otros porque os habéis atrevido a contar a vuestras parejas experiencias anteriores, quizás como preliminares de la actividad sexual.
Por supuesto, también agradezco a los que, inspirados por mis historias, han querido compartir aquí las suyas. La primera que me llegó fue la de mi amigo Pedro ¿Os acordáis de las Historias de Pedro y Carmen? Pues teniendo en cuenta ese precedente imaginaos la alegría que me dio volver a tener noticias suyas después de dos años.

________________________________________


De: Pedro y Carmen <XXXX@outlook.com>
Enviado: miércoles, mayo 13, 2020 09:23 p. m.
Para: zcandil@hotmail.com
Asunto: Una historia propia

Alberto, cabronazo ¡vaya confinamiento que te estás pegando! Todo el mundo puteado y tú no paras de follar…
He estado leyendo tus historias y me has puesto muy caliente, sobre todo porque yo hace tiempo que no me comía una rosca. Ya sabes que Carmen trabaja en un supermercado, así que estos días estaba agobiadísima y además acojonada porque dice que la gente va histérica, sin respetar ninguna medida y si no se contagia será por suerte. Total, que se autoconfinó. Dentro de casa guarda con nosotros la distancia de seguridad, dormimos separados y de follar… ni hablamos. ¿Te imaginas? Con lo que somos nosotros.
Yo teletrabajo, así que sólo salgo a pasear un rato después de las ocho, porque la compra la trae Carmen. La que está ahora en casa es, Carmencita. Sabes que estaba estudiando fuera ¿no? Pues a la pobre le suspendieron las clases y cerraron su residencia, así que se ha tenido que venir, pero la chica está muy preocupada por los exámenes. No sabe ni cuándo ni cómo serán.

Claro que me acordaba de Carmencita, su única hija y de la que cuando hablaban se les caía la baba. Sólo la vi una vez que fui a buscarles a su casa. Le eché unos dieciséis años pero, ahora que lo pienso, debería tener alguno más porque recuerdo que me contaron que se iba a ir a estudiar fuera. De eso hacía unos… dos años. Entonces era una niña guapa, ahora… ya no sería tan niña.

Así que ya ves cómo nos ha cambiado esto la vida. Aunque a veces esos cambios tienen unos resultados inesperados. Te cuento. En la parte de atrás de la casa tenemos un pequeño jardín que sólo empleábamos para comer al aire libre de vez en cuando y nada más, porque ya sabes que lo que nos gusta mucho es salir al campo o la playa. Pero ahora que eso no se puede hacer le empleamos bastante más. Sacamos una cinta de andar y una bicicleta elíptica que compramos hace tiempo con mucha ilusión pero que, como siempre pasa, llevaban años acumulando polvo en el trastero.
De vez en cuando hago un “break”, dejo el ordenador, corro un poco en la cinta o me machaco en la elíptica, después me ducho con la manguera en el mismo jardín y vuelvo al trabajo. Y lo mejor es cuando al final de la jornada me saco una cervecita y me la tomo tranquilamente en la tumbona tomando el sol.

- Me has dado envidia -me dijo Carmencita el otro día, poniéndose a mi lado en otra tumbona cuando yo estaba con la cerveza.

- Ya verás, se está fenomenal. Nunca había usado tanto este jardincito -dije aparentando naturalidad mientras ella se quitaba toda la ropa.
- ¿Qué pasa? ¿Te has vuelto textil ahora? -me preguntó ella mientras se ponía crema, extrañándose de que yo iba con el pantalón de deporte puesto.
- ¿Textil? No, qué va. Lo que pasa es que estaba trabajando así y luego de hacer un poco de ejercicio y darme un manguerazo me he quedado tal cual.
- Pues cuando vayas a la playa se te van a notar las marcas del bañador. Tú verás.