Palma de Mallorca, junio de 2017
Migue, pronúnciese teniendo en cuenta que la sílaba tónica es “Mi”, es un antiguo compañero de trabajo. Uno de los pocos que conoce mi afición por escribir relatos eróticos. Un día, después de comentar varias de mis historias se decidió a contarme una suya. Una situación de esas inesperadas, que le sucedió volviendo a Palma en ferry. Me gustó tanto que le pedí que la escribiese para publicarla en el blog. Me dijo que lo haría en cuanto tuviese un momento, pero como pasaron los años y ese momento no llegó nunca, al final la he redactado yo de memoria. Se la pasé para que me diese su conformidad y modificase lo que quisiese.
- Cabronazo, me he puesto a mil leyéndola -me dijo-. Es eso lo que pasó, pero lo cuentas de una manera… Publícala tal cual.
Bien, pues esto es lo que me contó Migue:
La cola avanzaba lentamente. A mi lado la gente parecía impaciente. Se acercaban unos a otros como si su invasiva proximidad pudiese hacer que la fila fuese más rápida. Me olí yo mismo, olía fuerte y mal. No me duchaba desde… ayer, cuando salí del albergue. Me sorprendí, parecía que había pasado mucho más tiempo.
Terminé mi camino de Santiago hace un par de días. Entonces me dediqué a explorar la ciudad sin prisas y, por primera vez en bastante tiempo, sin rumbo fijo ni objetivo. Cuando estuve satisfecho saqué los billetes para volver a casa. Quizás lo de ir improvisando sobre la marcha no era tan buena idea, porque la combinación de billetes que conseguí a última hora para volver a Palma era un tanto extraña.
Salí de Santiago ayer por la noche en un autobús que me dejó en Madrid a las siete de la mañana. Allí tuve que darme prisa para llegar a tiempo a la estación de Atocha y coger el tren a Valencia, en donde en cambio tuve que esperar un montón de horas hasta poder subirme al ferry que me devolvería a Mallorca a primera hora de la mañana siguiente.
Después de estar dos semanas caminando y meditando me había acostumbrado a no estresarme por horarios, imprevistos o esperas. Mi presupuesto todavía me permitió merendar horchata con fartons, así que pasé casi toda la tarde en una agradable terracita, poniendo al día mi diario, algunas de cuyas páginas estás leyendo ahora.
Ya casi había llegado al arco de seguridad para subir al barco. Me descolgué la mochila del hombro para depositarla en la cinta y que pasase por los rayos X. En ese momento me fijé en que abajo, en el muelle, había una enorme fila de camiones y coches que lentamente estaban atravesando la rampa trasera del barco ¿todos esos vehículos cabían en la bodega? ¿Cómo les revisaban a ellos?
Una vez abordo localicé la butaca en la que tenía que pasar la noche. Es lo único que había conseguido a última hora. Parecía cómoda pero sería como dormir sentado en un cine. Creo que probaría mejor los sillones que había por los diversos salones que rodeaban la cafetería-restaurante. Pedí una cerveza y me senté rebuscando qué me quedaba para cenar en la mochila.
- ¡Caramba! Hola Migue ¿de vuelta a casa? -como despertándome de un sueño vi a mi antigua vecina… ¿Cómo se llamaba? Joder. La de veces que habíamos hablado en el ascensor y no me acordaba de su nombre.
- ¡Hola! Qué sorpresa -dije levantándome y dándole dos besos. Luego me di cuenta de que eso era raro, porque sólo nos conocíamos de hablar unos segundos en el ascensor y allí nunca nos besábamos-. Pues sí. He estado unos días haciendo el camino de Santiago y ahora vuelvo.
- El camino de Santiago, qué bonito. Paco está pidiendo unas cosas en la barra. ¿Te importa que nos sentemos contigo y nos cuentas?
- ¡Qué va! Encantado. Llevo más de dos semanas casi sin hablar con nadie. Estaré encantado Maite -al decir el nombre de su marido me acordé. Paco y Maite, los que vivían en el sexto. Una pareja unos años mayor que yo. Tendrían treinta y tantos y ambos eran muy grandes. Medían mas de 1,80, lo que les hacía muy llamativos, sobre todo a ella.
- Dos semanas sin hablar… ¿has ido solo?
- Sí, he ido a ponerme de acuerdo conmigo mismo, a meditar.
- ¡Uy! Qué interesante ¿y ha merecido la pena?
- Pues… creo que sí. He tomado toda una serie de decisiones. Ahora sólo falta que me atreva a ponerlas en práctica -dije sorprendiéndome yo mismo de la locuacidad. Las dos semanas sin hablar habían hecho mella.
- ¡Hombre Migue! Cuánto tiempo -dijo Paco dejando una bandeja llena de cosas encima de la mesa y tendiéndome la mano.
- Vuelve a casa después de terminar el Camino de Santiago. Lo ha hecho solo. Para meditar. Fíjate qué interesante -dijo Maite.
- Sí y el viaje hasta aquí ha sido intenso. No he podido darme una ducha desde ayer y con todo el ajetreo… -dije a modo de disculpa, consciente de cómo debía oler.
- ¿Estás en camarote o en butaca? -me preguntó Paco.
- Butaca… y suerte que he conseguido plaza, porque saqué el billete ayer mismo.
- ¿Quieres ir a darte una ducha a nuestro camarote? -sugirió Maite.
- ¡Claro! -dijo Paco ofreciéndome la tarjeta de la puerta- Está justo en el piso de abajo. Es como un hotel, en el camarote hay albornoces, toallas, zapatillas… de todo.
- No, no, muchas gracias -dije yo verdaderamente apurado.
No tenía tanta confianza con ellos. Entendieron mi negativa y no insistieron. Si les molestaba mi olor corporal tampoco lo demostraron. Estuvimos cenando tranquilamente y con una agradable conversación en la que nos contamos más cosas que en todos los años que habíamos vivido en el mismo edificio.
A la hora de despedirnos Paco insistió en que pasase la noche con ellos en el camarote. “Mira, es una tontería que duermas hecho un cuatro en una butaca cuando en nuestra habitación hay una cama libre. Maite y yo vamos a dormir en la misma ¿verdad cariño?” Maite no sólo afirmó sino que insistió más vehementemente que su marido, incluso añadió en un tono pícaro “A no ser que te moleste saber que estamos en la cama de al lado haciendo la cucharita”.