Madrid, junio de 2013
- Hola ¿me quieres ver el culo?
Ni que decir tiene que me dio un vuelco el corazón cuando aquella tarde, esa señora que se sentó a mi lado en el banco de mi antigua calle me hizo esa pregunta. Rondaría los cincuenta años, como yo, aunque su aspecto regordete la hacía parecer más joven. Su mirada sonriente, fija en mis ojos mientras esperaba mi respuesta, me indicó que no era una buscona. Es más, en su expresión había algo familiar, como si la conociese, aunque no podía recordar de qué.
Literalmente hacía años que no volvía por mi barrio, por las calles en las que pasé mi infancia. Me sorprendió ver cómo había cambiado todo. Tenía poco que ver con lo que yo recordaba, así que la curiosidad me llevó justo hasta el portal del edificio en el que vivía. Me senté en un banco que siempre había estado allí, pero que ahora no era el mismo en el que yo me había sentado tantas veces.
Inevitablemente me quedé mirando las ventanas del bajo en el que vivía Julita y mis recuerdos volaron a la cama en la que retozamos por primera vez. Fue una sensación agridulce y en ese momento supe por qué no había vuelto por allí en tantos años.
La verdad es que mi despertar sexual, desde la infancia hasta la preadolescencia, fue bastante… variado y no sé si ello fue así porque siempre fui un salido o si siempre fui un salido porque tuve la inmensa suerte de tener un despertar sexual tan variado.
En aquel banco, bueno, en el que había entonces, me sentaba de niño a mirar las bragas de las chicas que saltaban a la comba o a las gomas mientras los otros niños jugaban al fútbol. Ellas no sólo se acostumbraron a mis miradas sino que llegué a estar convencido de que modificaron su juego para convertirlo en una especie de competición para ver a cuál se la veían más las bragas en sus saltos.
Si eso os parece extraño os diré que gracias a mis obsesiones sexuales conseguí introducir innumerables juegos eróticos en los que llegamos a participar niños y niñas y que, precisamente por ello, adquirí bastante popularidad entre mis amiguitos, algo que en principio parecía improbable, sobre todo teniendo en cuenta que yo no destacaba ni en deportes ni en otras actividades de acción con las que los gallitos pretendían impresionar a las chicas, pero en cambio con mi imaginación calenturienta había conseguido que buena parte de la chiquiillería estuviese pendiente de mis ocurrencias morbosas.
- Ya sabes que siempre estoy dispuesto a ver el culo de una chica guapa -respondí mientras ordenaba mis pensamientos e intentaba situar en aquellos años a la señora que me acababa de preguntar lo mismo que de vez en cuando me preguntaban algunas chicas entonces.
- ¡Uy! Esa faceta lisonjera es nueva -me dijo ella riendo-. No tienes ni idea de quién soy ¿verdad?
- Pues verás, esto que ves y que te puede parecer cara de tonto en realidad es mi cara de pensar. Estoy barajando varias opciones pero tengo dudas. Quizás tendría más pistas para reconocerte si me enseñases el culo… como tú misma te has ofrecido.
- Tío, me asombras. No te recordaba tan directo. A ver si la que se está confundiendo soy yo.
- ¿Entonces lo del culo iba de farol? -pregunté aparentando decepción.
- Pues la verdad es que si te enseñase el culo me reconocerías enseguida -me dijo mirándome con expresión divertida. Mi mente empezó a barruntar a toda prisa hasta que al final me acordé de un detalle.
- ¿Elvirita? -pregunté tan sorprendido como incrédulo después de haberlo pensado un buen rato.
- ¡¡¡Síiiii!!! Bueno, ya nadie me llama Elvirita, pero a ti te dejo… si tú me dejas que te llame Tito -respondió ella dándome dos besos con una amplia sonrisa.
Elvirita, no me lo podía creer. La recordaba como una niña larguilucha, flaca y de aspecto desgarbado. Sin embargo ahora se había convertido en una atractiva mujer madura, más bien rellenita, de abundante pecho y unas curvas difíciles de presagiar en la época que la conocí.
Durante el tiempo que vivió en el edificio no la hice el caso que se merecía, luego, cuando su familia se mudó de casa me di cuenta de cuánto la echaba de menos. Era la chica que mejor me entendía y creo que la única que me aceptó con mis manías, tal cual. Pasábamos mucho tiempo hablando y frecuentemente tuvo que soportar mis lamentos porque alguna de nuestras amiguitas no quería participar en mis juegos. Nunca pensé que hablar de esos temas con ella era algo que la podía doler. Nunca dio muestras de ello y cuando me veía preocupado y quería animarme me preguntaba “¿me quieres ver el culo?” Y eso siempre me alegraba el momento.
La verdad es que no era la única chica del barrio que de me lo decía, pero sí era la única que lo hacía por mí y no por iniciar el juego sexual que a ellas les apetecía. De ahí mi duda para identificar ahora a la autora del ofrecimiento. Aunque por mucho que hubiese cambiado de cara y, sobre todo, de cuerpo, el culo de Elvirita era perfectamente reconocible. En la nalga izquierda tenía una marca de nacimiento, un antojo en forma de fresa perfectamente reconocible y que de repente sentí unas irresistibles ganas de volver a ver. Luego, como siempre me pasaba con ella, lamenté haberla reconocido por el antojo y no por su agudo sentido del humor.
- ¡Joder cómo has cambiado! Pero sigues siendo igual de ingeniosa, cómo me has liado.
- Ya, estás pensando cómo aquella chica delgada se ha convertido en la gorda esta ¿no?
- Pues no, precisamente estaba pensando lo contrario, cómo aquella chica flacucha se ha convertido en el bombonazo este.
- Ya, ya, ahora te parezco un bombonazo…
- Siempre me lo has parecido, por tu manera de ser, por tu manera de tratarme… Eras de las pocas a las que podía considerar una amiga de verdad. Me encantaba hablar contigo.
- Sí, hablábamos mucho, casi siempre de otras.
- Ya, la verdad es que tuviste mucha paciencia conmigo.
- Me caías bien y por eso te daba lo que creía que necesitabas, fuese conversación o fuese el culo.
- Mmmmm, el culo… ¿cómo lo hacemos?
- Cielo, lo del culo lo dije para llamar tu atención. Ahora las cosas han cambiado. Estoy casada.
- Ya, y yo también.
- Tú también has cambiado.
- Ya, pero ¿por qué lo dices?
- El Albertito que recordaba no se hubiese contentado con una negativa.
- No lo he hecho, sólo pensaba lo irónico que resultaba que de pequeño hablaba contigo sobre cómo desnudar a otras y ahora lo haré sobre cómo desnudarte a ti. El caso es que siempre me ayudas a resolver mis problemas sexuales.
- Eso ya me suena más -me dijo riendo-. “Te voy a ver el culo, que lo sepas, tú sólo tienes que decirme cómo.” Esa es la idea ¿no?
- Otra de las cosas que encantaba de ti es que parecía que me leías el pensamiento.
- Ya te vale “Tito”, ahora me tienes pensando que me pillas sin depilar y con las bragas más cutres que tengo.
- ¡Ah! ¿Al final lo del culo viene con propina?
- Anda, vamos -me dijo riendo mientras me agarraba la mano.