Sevilla, septiembre 2008
Carlos es un amigo que conocí en el videochat de Amateur. Yo estaba promocionando mi página y a él le picó la curiosidad… y otras cosas.
Una de sus fantasías es hacer un trío con Espe, Esperanza, su mujer, y otro tío. Ella no parecía descartar del todo la idea, pero no se decidía a dar el paso y lanzarse, así que no sólo me ofrecí para ser el tercero en ese trío sino que además le propuse unas cuantas ideas para convencerla.
Una de sus fantasías es hacer un trío con Espe, Esperanza, su mujer, y otro tío. Ella no parecía descartar del todo la idea, pero no se decidía a dar el paso y lanzarse, así que no sólo me ofrecí para ser el tercero en ese trío sino que además le propuse unas cuantas ideas para convencerla.
Para ello tiré de hemeroteca y le comenté algunas de las situaciones que había vivido anteriormente y que tenía relatadas en mi página. A él estas historias le gustaron mucho, me dijo que le parecían muy elaboradas y me pasó el borrador de una experiencia propia en la que había cumplido otra de sus fantasías, que una mujer le humillase.
La historia es super morbosa y me ofrecí a adaptarla al estilo de mi blog. Al final, después de varias consultas y modificaciones, Carlos se quedó satisfecho con el resultado y es lo que vas a leer ahora.
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El nombramiento de su nueva jefa le pilló por sorpresa, más que nada porque todo el mundo daba por sentado que el cargo se lo había ganado él, pero de manera inesperada la empresa anunció la designación de Carmen, una persona vinculada a la dirección, en una maniobra por la cual pretendía incrementar su control.
Carlos se sintió defraudado, para él fue una humillación, sobre todo cara a sus compañeros, que prácticamente estaban montando una fiesta para celebrarlo. Pero quizás lo que más le sorprendió es que esa humillación le dejaba un regusto placentero, incluso se llegaba a excitar pensando en que alguna vez su nueva jefa le pudiese echar una bronca menospreciándole.
A veces te dicen que tienes que tener cuidado con lo que deseas porque lo puedes llegar a conseguir y eso es precisamente lo que le pasó. Carmen, sabiendo que Carlos era la persona a la que todos querían como jefe, se dedicó desde el principio a descalificarle, criticando abiertamente todas sus iniciativas, llegando incluso a reírse en público de sus propuestas. Cualquier cosa para machacar a un posible rival antes de que pudiese amenazar su liderazgo.
Curiosamente ese acoso laboral cada vez excitaba más a Carlos, que llegó hasta el punto de cometer errores a propósito sólo para que su jefa montase en cólera y le echase una buena reprimenda. Una vez se excitó tanto que el bulto del pene erecto era totalmente visible bajo el pantalón. Primero se intentó tapar con una carpeta, pero luego la propia excitación le pudo y dejó los brazos colgando a los costados en una actitud sumisa. Carmen se fijó casi al instante en su entrepierna. Pareció sorprenderse pues su voz se trabó un momento, pero enseguida recobró un tono autoritario y más decidido aún, si ello era posible. Eso excitó tanto a Carlos que temió correrse allí mismo en una experiencia que le recordaba a sus mejores sueños húmedos.
Cuando terminó la bronca de su jefa se fue directo a los servicios con las carpetas y toda la documentación que llevaba. No le daba tiempo a pararse y dejarlo en su mesa. Se desabrochó como pudo el cinturón y se bajó la cremallera con tanto ímpetu que se le trabó y por poco la rompe del tirón que le dio.
Apenas se rozó el pene con la mano, un chorro de semen salió disparado hacia la tapa del inodoro y al intentar limpiar el estropicio lo único que consiguió fue pringar de sí mismo varios de los documentos que llevaba. La idea de emplearlos cuando volviese a despachar con Carmen le provocó de nuevo otra erección y así estuvo el resto de la jornada, hasta que se volvió a encontrar con su mujer en casa. No dejó ni que Espe se quitase la ropa de la calle. Prácticamente se la arrancó él. Casi le desgarró las bragas, la puso a cuatro patas y con las manos le abrió las nalgas. Introdujo con fuerza la polla en su vagina e inmediatamente se sintió recompensado por el recibimiento mojado y ardiente del sexo de su mujer. Él normalmente era más cariñoso para follar, pero la activación animal de la que había hecho gala en esta ocasión también había surtido efecto en la excitación de Espe. Carlos se acabó corriendo sin esperarla, clavando las uñas mientras le sujetaba las caderas y con enérgicas embestidas golpeaba con la barriga las nalgas de su sorprendida esposa.
Se quedaron los dos jadeando sobre la cama y Espe, con las piernas abiertas, se abanicaba con la mano su enrojecido coño. A Carlos se sobrevino un amago de arrepentimiento y recostando la cabeza sobre los abundantes pechos de su mujer empezó a acariciarle la piel con suavidad y ternura, mientras Espe le pasaba los dedos por la cabeza y la frente.
Esa primera experiencia evidenció en él una atracción por la humillación que se haría más marcada con cada bronca que le echaba Carmen. Sus fantasías fueron creciendo y empezó a explorar en internet foros y páginas sobre dominación femenina. Se creó un perfil como sumiso en un par de sitios en los que se ofrecía para ser humillado en contactos reales. Hacer eso le produjo una gran excitación pero no obtuvo ninguna respuesta.
La verdad es que había puesto unas fotos bastante poco atrayentes así que pensó en hacerse algunas más sugerentes. Se decidió a utilizar la lencería de Espe, pero ella no tenía cosas demasiado sexys. Bueno… tenía un body de encaje negro que usaba para insinuarse y follar cuando estaba muy guarra.
Se lo puso un día que sabía que su mujer volvería tarde. Le costó acomodar sus abultados testículos, pero al final se quedó conforme con el resultado. Se sacó varias fotos aprovechando el espejo del dormitorio. De frente, de espaldas, con el culo en pompa, sacando los huevos por la entrepierna, dejando que se viese el brillante glande bajo el encaje…
Se obsesionó con las fotos, se hizo un montón y empezó a editarlas para hacerlas más atractivas. Las llevaba en el móvil y cuando tenía un rato las miraba y las retocaba. Un día estaba tan concentrado en ello que no se dio cuenta de que Carmen se le acercaba por detrás.
- Carlos, quieres dejar de jugar con el móvil de una puta vez y pasarme ya los diseños del logo, o eso tampoco lo has hecho.
- Sí, sí, es que los descargué en el móvil para editarlos con un programa que tengo. Han quedado muy bien -dijo Carlos mientras cerraba la pantalla apresuradamente sin saber si Carmen había visto algo.
- ¿Y bien? -apremió ella.
- Lo tengo aquí en una carpeta -dijo él mientras salía de la carpeta de las fotos comprometedoras y hacía como que buscaba.
- Trae, no tengo todo el día -dijo ella arrebatándole el móvil y empezando a buscar en la galería de fotos.
A Carlos le caían las gotas de sudor por la frente. Estaba paralizado por la vergüenza. Había cerrado la carpeta con las fotos del body, pero Carmen se estaba entreteniendo mucho buscando. Había fotos familiares, noticias que había descargado, memes, los típicos chistes que te mandan los amigos… y algunas fotos de Espe ligera de ropa que miraba cuando a veces tenía necesidad de masturbarse en el baño. Pero también estaban sus fotos con el body y, ahora que lo pensaba, una captura de la página de su perfil.
El dedo índice de Carmen se deslizaba nerviosamente por la pantalla. De vez en cuando se paraba, parecía mirar algo con detenimiento, alzaba la vista un momento hacia Carlos sin que este supiese qué estaba mirando, si un chiste, el recuerdo de un viaje, el culo de su mujer o sus testículos asomando por la entrepierna del body.
Sabía que su jefa estaba cometiendo un acto de abuso inadmisible, pero esa mujer tenía algo que anulaba toda su resistencia. Le dominaba, le humillaba y provocaba en él una sensación erótica, tremendamente adictiva que hacía que cada humillación que sufría le provocase mayores ganas de sufrir una mayor. De hecho ahora estaba totalmente empalmado.
- Esto es una mierda. Aquí no hay nada. Mándame los diseños a mi correo ¡ya! -ordenó Carmen tirando su móvil sobre la mesa.
Carlos cogió el móvil rápidamente. Se abrió la galería. La carpeta de las fotos de Espe. Concretamente una en la que estaba a cuatro patas, con el culo en pompa y los labios del enorme coño bien abiertos. Le excitó que hubiese visto esa foto y pensó que la próxima cena de la empresa, a la que iban los cónyuges, sería una experiencia interesante. En ese momento también se dio cuenta de lo mucho que le excitaba exhibir a su mujer.
Igualmente se percató que su deseo de ser humillado se convirtió en una obsesión. Le dio miedo, pero se dejó llevar. Cuando se tranquilizó arregló su perfil en las paginas y foros en las que buscaba mujeres dominantes. Puso las nuevas fotos y, quizás por ello, al poco tiempo una dominante se puso en contacto con él. Se la veía inteligente, escribía bien y sus peticiones, cada vez más atrevidas, le volvían loco de placer.
Mediante la cuenta de Skype se veían, bueno, ella le veía. Su ama no se dejaba ver, no hablaba, sólo escribía y le decía lo que quería que hiciese. Siguiendo sus órdenes se ató con cuerdas, se puso pinzas en los pezones y en los testículos, se echó cera caliente en el glande…
La mente perversa de su ama no paraba de sorprenderle. A veces sospechaba que su “señora” en realidad fuese un hombre ¿por qué si no ese empeño en no dejarse ver ni oír? Pero esa duda le hacía sentir más humillado y excitado aún.
Para su sorpresa un día le propuso quedar para un primer contacto en directo. Él, aunque sorprendido, aceptó inmediatamente. Ella le dio una serie de instrucciones muy concretas. Tenía que reservar una habitación en un hotel discreto, en Camas, cerca de donde vivían en Sevilla, y esperarla allí a una hora concreta. Él sugirió que era mejor quedar antes en una cafetería para tomar algo, conocerse un poco primero, ver si congeniaban y ya si eso…
- No tenemos que congeniar, sólo tienes que hacer lo que te diga y aguantar los castigos que te imponga ¿o te vas a rajar ahora?
- No, no, ama -dijo Carlos asustado-. Es que pensaba que usted también querría conocerme primero.
- Ya te conozco perfectamente, ahora sólo quiero comprobar que esa pollita tuya es tan penosa como parece.
- En la boca crece, ama.
- ¿Eso qué ha sido? ¿Un chiste?
- Perdón ama, estoy nervioso.
- Lo único que va a probar tu boca es esto -y conectando su cámara mostró a Carlos unas imágenes que se fueron moviendo hasta que se centraron en su regazo. Cuando la imagen se hizo nítida percibió unas piernas, indudablemente femeninas, que sobresalían bajo una falda. Una mano la remangó dejando ver unas bragas de fino encaje negro y posteriormente apartó a un lado la entrepierna pasando los dedos por los labios de la carnosa vulva que se vio repentinamente liberada.
- Ufffff, ama gracias.
- No me des las gracias todavía. Lleva puesto el body con el que te fotografiaste en el perfil y espero que sepas comer bien un coño, porque si no vas a sufrir más de lo que esperas.
Carlos estaba dando las gracias con vehemencia cuando se cortó la comunicación. No volverían a hablar hasta que se encontrasen en el hotel. Para eso faltaban tres días.
En la fecha indicada llegó al hotel con bastante antelación. Cuando subió a la habitación lo primero que hizo fue mandarle por Skype a su ama el número de la misma, por si se decidía a llegar antes. Le apeteció darse una ducha y frotarse bien la entrepierna y el culo, pero luego tuvo miedo de que llegase antes de tiempo y le pillase duchándose. Abandonó la idea, total ya iba bien limpio de casa.
Extendió sobre la cama el body y se desnudó. En ese momento vio su imagen en un gran espejo que ocupaba media pared. Se acercó y se contempló con detenimiento. Estaba bastante nervioso pero esa imagen le tranquilizó, le dio seguridad, se gustó. Vio cómo el pene crecía fruto de la excitación. Se sintió orgulloso de su abultado glande y sólo esperaba que su ama no lo castigase demasiado.
Se quitó las gafas, acercó la cara al espejo. La pérdida de pelo le daba un aspecto maduro y serio que pensó que podía ser atractivo para muchas mujeres. Miró su pecho velludo, los pezones se irguieron. Su barriga plana indicaba que se cuidaba. Se dio la vuelta y se azotó las nalgas. Las tenía duras. Al estirarse el vello que nacía de ellas sintió un escalofrío en el capullo. Podría ser un maduro pervertido, pero tenía que reconocer que estaba bastante bien.
Miró la hora, ya era casi a la que habían quedado. Se puso el body y se lo arregló frente al espejo. Hizo un repaso mental de las instrucciones que su ama le había dado. Llamaría a la puerta. Tres toques una pausa y luego dos toques más. La tenía que abrir con el body puesto y una venda tapándole bien los ojos. Luego sólo tenía que obedecer.
Cuando su ama llevaba media hora de retraso ya estaba muy nervioso. Miraba el móvil cada dos por tres y su ama todavía parecía que no había leído el mensaje en el que le daba el número de la habitación. Su mente empezó a jugar con las posibilidades negativas. ¿Y si su ama le había tomado el pelo? ¿Y si no aparecía? Más tarde, justo al quedar con él se había dejado ver por primera y única vez. Estaba claro que era una mujer pero la tenía que abrir con los ojos vendados ¿y si no venía sola? ¿Y si aparecía una banda de delincuentes que le atacaba… o le atracaba… o le violaba? Cosas así aparecían de vez en cuando en las noticias y él no podría estar más indefenso.
La erección le desapareció, los huevos se le desinflaron y el corazón le iba a tope. Estaba verdaderamente acojonado y barajando seriamente la posibilidad de vestirse e irse. Si se mantuvo en el sitio era porque su espíritu de sumiso humillado podía más que el intenso temor que sentía y porque el que ocurriese todo aquello que ahora estaba temiendo era algo que en el fondo también le atraía. En ese momento tuvo que añadir su masoquismo a las perversiones que ya se había confesado.
Cuando casi llevaba hora y media de retraso Carlos daba vueltas por la habitación como un animal enjaulado. Se asomó varias veces a la terraza sin darse cuenta o sin importarle el hecho de vestir solamente un body de encaje. La gente iba y venía por la calle, entraban y salían del hotel. No se percató de nada extraño pero es que tampoco sabía de qué se tenía que percatar.
Se tiró abatido en la cama y en ese momento llamaron a la puerta. Tres golpes, una pausa, luego otros dos. Buscó nerviosamente la venda. Pensaba que la había dejado sobre la cama. No estaba. “¡Voy!” gritó. ¿Dónde coño estaba? En la mesita tampoco, ni sobre la butaca… ¡La vio! Estaba en el suelo. Casi debajo de la cama. Se debió caer al levantarse precipitadamente. Se la puso con prisa anudándola por detrás de la cabeza. Se la ajustó para no ver nada. “¿Quién es?” preguntó con la vana esperanza de recibir una respuesta con voz femenina. Cosa que no ocurrió. Acercó la oreja a la puerta. No se oía nada. En un gesto desesperado se levantó la venda y echó un vistazo por la mirilla. No se veía nada. Quien fuese la estaba tapando, pero seguro que oiría sus nerviosos jadeos y los roces contra la puerta. Al final se decidió y abrió.
Una mano le estiró de la oreja y le llevó a trompicones al centro de la habitación. Allí le obligó a arrodillarse en en suelo. Un manejo en el cuello le indicó que le estaba poniendo un collar, probablemente de un perro grande. Le enganchó una correa y al estirar de ella le obligó a avanzar a cuatro patas.
Le apartó la braga de las nalgas metiéndola en la raja del culo. Luego, sin soltarla del collar, le azotó las nalgas fuertemente con la correa. Tres azotes, una pausa y luego dos. Primero en una nalga y luego en la otra. Lo comprendió enseguida, su ama le estaba castigando por haber incumplido sus instrucciones de cuando llamase a la puerta. No debería de haber preguntado ni mirado por la mirilla.
Cada azote era un escozor mayor y un dolor más intenso. Visualizó mentalmente su culo en carne viva y pensó en cómo le explicaría esas marcas a Espe.
Cuando cesó el castigo le apartó la braga de la raja del culo y sintió que le aplicaba algo viscoso en ella. Pensó que podía ser un bálsamo cicatrizándote que ahora le aplicaría por las nalgas para aliviar la escocedura, pero no, sólo se lo metió en el ojete y seguidamente algo voluminoso y duro se introdujo en él.
Estaba todavía sorprendido y sin acostumbrarse a la sensación de volumen que ocupaba su recto cuando sintió que le estiraba otra vez de la correa y le obligaba a andar a cuatro patas. Recorrieron la habitación y mientras se movía sintió algo suave que le rozaba los muslos por detrás. Supo que lo que le había puesto en el culo era un plug anal, una colita de animal, del animal que quería que fuese para ella, una zorra, una perra, una gatita...
Escuchó varias veces los chasquidos del móvil cuando hace fotos y se imaginó cómo se vería reflejado con esas pintas en el gran espejo de la pared. ¿Se le reconocería? Esperaba que su ama le regalase alguna de esas fotos.
Seguidamente le agarró con la mano directamente del collar y le obligó a levantarse. Le tumbó en la cama y le puso algo en las muñecas y en los tobillos. Cuando se dio cuenta se encontró totalmente expuesto, con los brazos y piernas separados y atados a las cuatro esquinas de la cama. Luego sintió como le abría la boca y le obligaba a morder algo que fijó abrochándolo detrás de la nuca. La boca le quedaba totalmente abierta, no la podía cerrar y no podía hablar. Era muy agobiante, se sentía totalmente indefenso.
En ese momento una mano agarró la venda que le cubría los ojos y estiró con fuerza. El brusco movimiento le produjo un dolor agudo en el cuello. La luz de repente le deslumbró, pero todo eso se desvaneció cuando se le aclaró la vista y pudo reconocer a su ama, su jefa Carmen.
- No intentes hablar -le dijo divertida- ¿Estás sorprendido? No me digas que esto no supera tus expectativas. No, no, que no intentes hablar. La mordaza que te he puesto lo impide. Cuando quiera tu opinión de algo te preguntaré de forma que puedas contestar con la cabeza, con sí o no.
Pero de momento me temo que sé perfectamente lo que quieres saber y lo que me quieres decir.
Carlos parpadeaba incrédulo. Le costaba asimilar lo que estaba viendo. Su mente intentaba razonar a toda prisa, aunque la sorpresa se lo impedía.
- Ya te lo habrás imaginado. Aquel día que te cogí el móvil me dejaste perpleja con tus fotos con este conjunto. Vi tu página de contacto y te busqué. Desde entonces la verdad es que me has proporcionado unos momentos muy satisfactorios.
Sí, él se acordaba perfectamente de ese día. Del miedo, la vergüenza y la excitación que sintió cuando por un momento pensó que podía haber visto sus fotos y quisiese usarlas para humillarle. La realidad había superado con creces la fantasía morbosa de ese momento.
- Me ha encantado dominarte y humillarte y no veas lo que me ha costado no seguir haciéndolo cuando entrabas en mi despacho. Así que se me ocurrió organizar este encuentro para poder seguir avanzando en nuestra relación. ¿Estás contento?
Carlos afirmó con la cabeza.
- Bien, porque a mí la verdad es que me ha gustado mucho este numerito y tengo muchas más cosas pensadas para hoy, pero igual alguna te va a doler… un poquito ¿quieres seguir jugando? -preguntó Carmen con voz melosa.
Él volvió a afirmar, esta vez más enérgicamente.
- Bueno, pues a ver si eres un buen sumiso de verdad.
Le volvió a poner la venda en los ojos atándola con fuerza. Con idéntica decisión le metió la mano en la entrepierna y estirando le desabrochó los corchetes. La prenda se arremangó casi hasta la cintura, dejando sus genitales al aire. Carmen los acarició con sorprendente delicadeza. Le amasó los testículos y el pene creció en sus manos. Le lamió la punta del glande que ya estaba mojada de líquido preseminal.
A pesar de que Carlos jadeaba, ella abandonó esa zona, agarró el body, le hizo arquear el cuerpo y se lo subió hasta dejarlo recogido debajo de las axilas.
Pasó la palma de la mano extendida por encima del pubis, subiendo por la barriga y el pecho hasta que el roce con los pezones le produjo una sensación dolorosa.
Carmen estaba comprobando lo excitado que estaba y pareció quedarse satisfecha con los resultados.
Le hubiese gustado ver cómo su ama manejaba su cuerpo pero como eso era claramente imposible se abandonó a las sensaciones, que repentinamente adquirieron inusitada nitidez. El aroma de su perfume le llegaba con sorprendente claridad. Una combinación frutal y picante que Carlos conocía, pero que le quedó grabada desde entonces en su libido y sabía que le provocaría una erección instantánea cada vez que la oliese en el trabajo.
Los sonidos también se asociaron a imágenes. Los pasos, los leves crujidos del somier cuando ella se inclinaba sobre la cama… todo eran imágenes nítidas en las que veía a Carmen evolucionando a su alrededor con su ajustado vestido negro, su melena castaña, su segura mirada pícara…
Su piel también pareció volverse más sensible y se erizaba bajo el tacto de los dedos de Carmen, a los que percibía a la vez como suaves y firmes y que parecían conocer perfectamente las partes sensibles de su cuerpo.
Su mano le amasaba la tetilla y acabo sujetándole el pezón con dos dedos. Él seguía jadeando y notaba cómo el pene le palpitaba. Cuando los dedos fueron apretando más y más, convirtiéndose en un doloroso pellizco, los jadeos de Carlos se hicieron más intensos. La excitación que sentía vencía al dolor y estaba viviendo uno de los momentos más intensos y placenteros que recordaba.
Cuando Carmen le pellizcó en el escroto, la mezcla de dolor y placer se hizo más salvaje. La erección del pene no se le bajó ni cuando le ató fuertemente los testículos con una áspera cuerda. Apretó hasta que la piel quedó lisa y tersa. Luego, con las yemas de los dedos fue cogiendo porciones de piel a los que sujetar las pinzas con las que formó una corona que le rodeaba la bolsa de los huevos.
- Te estás portando sorprendentemente bien cariño. Nunca pensé que tuvieses tanta resistencia. Para compensarte te voy a hacer un regalo. Te voy a dejar unos huevos preciosos. Te los voy a depilar a la cera. Quieres ¿verdad?
Carlos no sólo pensó en el dolor que eso le produciría, sino en cómo le explicaría la depilación a Espe. Negó claramente con la cabeza.
- ¿No? ¿Cómo que no? ¿Vas a rechazar así un ofrecimiento que te hago? Igual querías decir sí y con la emoción te has liado. Ah, eso va a ser ¿a que sí? -preguntó Carmen mientras le pellizcaba los huevos mucho más fuerte que antes.
Con resignación no tuvo más remedio que afirmar con la cabeza, esperando que el resultado de esa depilación no fuese demasiado doloroso ni evidente.
Oyó el inconfundible chasquido de un mechero al encenderse. Poco tiempo después algo intensamente caliente le cayó en el glande. “¡Uy!” dijo Carmen como si hubiese cometido un error fatal. Era la primera vez que él sentía algo así. Había sido más impresionante que doloroso, el calor se disipó enseguida y no llegó a doler.
No tuvo que adivinar qué le estaba haciendo ella. Sintió nuevas gotas calientes a lo largo del pene, en los testículos, en los pezones… Antes de que Carmen terminase él ya sabía qué le estaba haciendo. Le estaba echando cera con una vela. Él lo había experimentado anteriormente, cuando siguiendo sus instrucciones lo hacía en las sesiones por Skype, pero aquello no tenía nada que ver, o se echaba menos cantidad o lo hacía desde más altura. Su ama le debería estar vertiendo más cantidad y más cerca. Lo visualizó en su imaginación y a medida que se enfriaba sentía cómo le estiraba la piel. Así se vio con los testículos, el glande y los pezones cubiertos de cera.
- Uf cómo me has puesto cabronazo, estoy súper cachonda. Necesito correrme. Necesito… ¡una buena comida de coño! Pero… ¿cómo lo vamos a hacer? A ver, saca la lengua.
Carlos la sacó lo que pudo a través de la mordaza, pero apenas asomaba la punta.
- Cariño, así no me puedes comer el chirri ¿no la puedes sacar más? No, veo que no. Venga, te quito la mordaza pero me has de hacer una buena comida ¿eh?
Carlos afirmó aliviado y ella le alzó la cabeza para liberarla. La sensación de libertad fue increíble y cerró y abrió la boca varias veces para desentumecer la musculatura de la mandíbula.
- Gracias señora.
- ¡Eh! ¿Quién te ha autorizado a decir nada? – dijo Carmen azotándole con algo los huevos. Carlos se iba a quejar y a pedir perdón, pero temiendo otro castigo se cayó y ella siguió-. Bien, vamos a ver de lo qué es capaz esa lengua.
Notó cómo Carmen se subía a la cama y ponía un pie a cada lado. Lo siguiente que notó es cómo se agachaba y literalmente se sentaba sobre su cara. Debería estar de rodillas porque notaba sus nalgas apoyadas en él pero sin que el peso fuese excesivo.
- Cariño ¿puedes mover la lengua un poco más hacia arriba? Ufff, muy bien, así. Mete bien la lengua en el ojete -Carlos ya se había dado cuenta de que le había puesto el culo sobre la cara, no era lo que esperaba pero a estas alturas no se iba a mostrar remilgado-. Lo haces muy bien, te felicito. No a todos los tíos les gusta meter la lengua ahí, pero tú lo haces fenomenal.
Él estaba tan aplicado en los lenguetazos que el sarcasmo de Carmen le pasó un tanto desapercibido, además el cuello le estaba protestando con agudas punzadas de dolor al alzar constantemente la cabeza para apretarla contra las nalgas de su ama.
Sintió algo de alivio cuando ella se echó hacia adelante y fue el coño lo que le colocó directamente sobre la boca. El peso de ella ahora le apretó la cabeza sobre el colchón y de paso le relajó el cuello.
Notó cómo su ama se inclinaba sobre él, le agarraba la polla, le desataba la cuerda y le quitaba todos los restos de cera, se ilusionó pensando que se la iba a comer haciendo un 69.
Sintió el calor y la humedad cuando el miembro se introducía en la boca, pero lo siguiente que sintió fue un fuerte mordisco en el glande. Era su manera de indicarle que se esmerase más en su tarea.
Sintió el calor y la humedad cuando el miembro se introducía en la boca, pero lo siguiente que sintió fue un fuerte mordisco en el glande. Era su manera de indicarle que se esmerase más en su tarea.
De haber podido se habría abrazado a su cintura para apretarse contra su entrepierna, pero seguía atado de pies y manos. Sólo podía alzar el cuello para lamer con más intensidad el clítoris, succionarlo y así evitar sus mordiscos en el capullo.
A pesar de todo, Carlos estaba tremendamente excitado y su polla volvía a estar tiesa, aunque eso hacía que los mordiscos de Carmen fuesen más dolorosos.
Le llamó mucho la atención, la suavidad de la piel de los labios de la vulva. Estaba totalmente depilada. Era la primera vez que comía un coño así. Lo visualizaba en su mente a medida que lo lamía y lo sorbía. Hubiese dado cualquier cosa por poder verlo, pero se contentó con poder saborearlo.
Era una sensación bastante diferente de cuando jugaba con el clítoris de Espe. Ella llevaba el coño sin depilar, el tacto era muy diferente, incluso el sabor. El de Carmen era ligeramente más ácido y menos salado que el de su mujer. Ese sabor picante tampoco se le borraría de la memoria.
Carlos le mordisqueó el clítoris y, sujetándolo entre los dientes, lo frotó con la punta de la lengua. A ella pareció gustarle y se lo demostró dejando de morderle y lamiendo con fuerza la gruesa cabeza de su glande. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo y se habría corrido en ese mismo momento si ella no lo hubiese impedido nuevamente con un doloroso mordisco a la altura del frenillo.
Ese mordisco hizo que se agitase convulsamente. Apretó la cara contra la vulva de Carmen. Por un momento sintió su clítoris duro entre sus labios y su lengua lo frotó otra vez enérgicamente.
Fue un instante, pero todo lo que estaba pasando mereció la pena por él. Su jefa y ahora ama gimió. Fue algo involuntario y le indicó que ella también podía perder el control, en algunas ocasiones.
Carmen se corrió jadeando y sus fluidos inundaron su cara haciendo que se atragantase. Un néctar que Carlos paladeó con inmenso placer. Definitivamente los jugos de su jefa no sabían como ninguno que hubiese probado. Se alegró al pensar que las humillaciones a las que le sometía en su despacho cobrarían a partir de ahora una nueva dimensión.
Después de haberle mantenido a ralla le dio un jugoso chupetón agradecido en el glande, pero en cuanto él volvió a jadear ella le volvió a quitar la idea clavándole los dientes.
- Perdona cielo -dijo Carmen mientras se levantaba y le daba un fuerte pellizco en el escroto-, pero no quiero que mis sumisos se corran hasta que yo lo diga.
- ¡Ayyyyy! Perdón ama -respondió Carlos quejándose del pellizco-. Y gracias. Me ha encantado.
- Ya te dije que tampoco quiero que me hablen a no ser que yo les autorice o les pregunte y no te he preguntado nada ¿verdad?
Carlos negó con la cabeza, de todos modos no pudo responder porque Carmen le volvió a poner la mordaza y le reajustó la venda de los ojos, que con tanto movimiento se había descolocado.
- Cielo, ya sé que te habrás quedado con ganas, pero no pienses que soy tan mala, voy a hacer lo posible para que tengas tu recompensa.
Mientras hablaba le desató los tobillos y Carlos pensó decepcionado que la sesión había terminado. Pero no. Una vez le hubo liberado los pies, se los levantó y haciendo que doblase su cuerpo, se los juntó con la mano respectiva y los volvió a atar.
La postura era incómoda, prácticamente sólo su espalda se apoyaba en el colchón y tenía el cuello doblado. El culo quedaba levantado y obscenamente abierto por la forzada postura al tener pies y manos atados a los extremos del respaldo de la cama.
Carmen aprovechó para quitarle el plug anal de la colita y Carlos sintió repentinamente frío en el ano cuando el aire fresco entró por su esfínter totalmente dilatado.
Pensó que lo había puesto así para jugar con su culo. Quizás besarlo, lamerlo… quizás penetrarlo con los dedos. Volvió a tener una erección imaginándose y pensando lo que ella le haría ahora.
- Reconozco que te sentirás bastante incómodo, pero tranquilo, no creo que vayas a estar así mucho tiempo -le dijo mientras se movía a su alrededor y los chasquidos del móvil indicaban que le estaba haciendo fotos desde distintos ángulos. Pensó que se trataría de unas imágenes muy morbosas y volvió a tener la esperanza de que se las quisiese pasar.
Te pedí que reservases habitación en este hotel -continuó diciendo ella- porque tengo un conocido aquí. En realidad es uno de mis sumisos. Tampoco le dejo que se corra en nuestras sesiones pero siempre le recompenso.
En esta ocasión tú me ayudarás. Yo ahora me voy y te voy a dejar aquí atado. ¡No! ¡No! Tranquilo, cielo -dijo ella cuando vio que Carlos negaba insistentemente con la cabeza-. Es una persona muy delicada. No eres el primero con el que hago esto y te puedo asegurar que ninguno se ha quejado… demasiado de mi sumiso. Bueno, quizás de que tiene una polla muy gruesa pero es muy delicado y tiene mucha experiencia en el sexo anal.
Bueno, bueno, no es seguro lo de que te vaya a follar el culo -volvió a tranquilizarle Carmen ante sus insistentes gestos de negación-. También le gusta que le chupen la polla y las mordazas le vuelven loco. Le encantará meter la polla aquí -dijo cogiéndole de la barbilla para examinar su boca forzadamente abierta-. A ver, mueve la lengua, imagina que tienes una polla dentro y tienes que hacer que se corra sin cerrar la boca y emplear los labios ¿podrás?
Carlos estaba muy desilusionado y no contestó. Un fuerte azote en los testículos le indicó la necesidad de hacerlo. Al final afirmó resignado y con igual resignación escuchó cómo Carmen orinaba en el baño y a continuación se vestía. Luego la oyó descolgar el teléfono de la mesilla y hablar.
- Hola, soy yo. Ya he terminado y salgo ahora ¿tú vas a tardar mucho en subir? ... Sí, te lo he dejado preparado. … No, oye, no tardes mucho que el pobre está doblado. … No tío, no te pases, que mañana le quiero dar azotes, no masajes. … Sí, sí que le voy a ver mañana. Ya te contaré. … ¿A ti? A ti ya te daré lo tuyo, no pienses que por estos favores voy a ser más benévola. … Venga, nos vemos.
- Es un tío muy majete -le dijo a Carlos-. A veces se entusiasma en exceso pero últimamente se controla bastante. ¿Te gusta el sexo duro? -preguntó, aunque prosiguió sin esperar respuesta- Bueno, no quiero decir violento. Lo que pasa es que a veces paga con mis sumisos todas las putadas que yo le hago, y últimamente le he hecho unas cuantas.
Él tiene tarjeta para entrar y cuando termine contigo te desatará. Quédate quieto y cuando oigas que se va esperas un rato y te quitas la mordaza y todo lo demás ¿vale? Bueno, cielo, que se me hace tarde. Mañana en la ofi ya me cuentas.
Salió acariciándole los huevos con la mano y cerró la puerta con un golpe seco. Carlos no se lo podía creer. Hizo un nervioso repaso mental de la situación. Estaba en la habitación de un hotel, desnudo, doblado sobre si mismo, atado a los extremos del cabecero de la cama por las muñecas y los tobillos, con el culo totalmente abierto, los ojos vendados y la boca abierta por una mordaza que impedía que la cerrase. De un momento a otro entraría en la habitación un sumiso de su ama, que se vengaría con él de todas las putadas que ella le había hecho.
Con un poco de suerte la cosa no trascendería y Espe no se enteraría. Se juró a sí mismo que si salía bien de ésta no lo volvería a repetir. Si era necesario pediría el traslado a otra sección de la empresa. No estaba dispuesto a que Carmen… Inmediatamente se dio cuenta de que se estaba engañando. Estaba a tope, totalmente excitado. Confió en su ama, a ella tampoco le interesaba que una cosa así trascendiese así que lo tendría todo controlado, esto del sumiso sería un truco de ama para impresionarle.
Con un poco de suerte la cosa no trascendería y Espe no se enteraría. Se juró a sí mismo que si salía bien de ésta no lo volvería a repetir. Si era necesario pediría el traslado a otra sección de la empresa. No estaba dispuesto a que Carmen… Inmediatamente se dio cuenta de que se estaba engañando. Estaba a tope, totalmente excitado. Confió en su ama, a ella tampoco le interesaba que una cosa así trascendiese así que lo tendría todo controlado, esto del sumiso sería un truco de ama para impresionarle.
Llevaba así un buen rato. Tenía la espalda dolorida y las ataduras le estaban cortando la circulación. El supuesto compinche de Carmen no acababa de llegar y su cabeza no paraba de dar vueltas. La confianza que le había proporcionado la ilusión de control hacia tiempo que había desaparecido y ahora sólo se le ocurrían opciones a cual más penosa.
Casi había perdido la noción del tiempo y se estaba empezando a mear cuando oyó el click de la cerradura que le indicaba que al otro lado de la puerta habían metido la tarjeta de apertura. El sonido de unos pasos amortiguados por la moqueta le indicaron que alguien se acercaba y daba una vuelta alrededor de la cama. La escena debería ser impactante. Se volvió a visualizar totalmente expuesto e indefenso. Nuevamente clicks de la cámara. Nunca le habían hecho tantas fotos.
Una mano irrealmente áspera se posó sobre su escroto, le palpó los testículos y notó como le agarraba la polla con dos dedos. Reconocía que tenía un pene muy pequeño. Espe raras veces se corría follando con él, aunque eso en parte se debía a que su coño también era más grande de lo normal. Ella habitualmente se acababa masturbando con los dedos mientras él se recuperaba de su orgasmo.
La mano áspera del desconocido le estiró de la piel como si quisiese hacer su pene más grande. Incluso tiró pellizcándole el glande, pero al soltarlo casi pudo ver como se hundía, escondiéndose en el escroto.
Casi no sentía dolor por esos pellizcos y estiramientos enérgicos. Predominaba la sensación de humillación. Nunca nadie le había manipulado los genitales así. Nunca había estado con un hombre y, evidentemente, nunca había sentido semejante desprecio de alguien que, según su ama, tenía unos atributos mucho más grandes que él.
Sintió cómo las manos le abrían las nalgas, un dedo le rozaba el ano e inmediatamente se introdujo en él. Su esfínter se cerró. Aunque involuntariamente, aprisionó el dedo a medio camino. Un fuerte manotazo en los huevos relajó inmediatamente su musculatura. El dedo siguió avanzando hasta que hizo tope con el puño.
Sentir algo moviéndose en su recto no era una sensación nueva. Espe a veces jugaba con su culo, más que nada porque sabía lo mucho que a él le excitaba que lo hiciese. Pero este dedo era increíblemente más hábil. Se curvó hacia arriba y le produjo un inesperado placer cuando empezó a masajearle la próstata. Su polla pareció despertar y le empezó a crecer otra vez.
Pero la placentera sensación concluyó enseguida cuando el desconocido sacó el dedo de su culo, le dio un azote casi cariñoso en la nalga y le agarró la cara con ambas manos. Un dedo se introdujo en su boca forzadamente abierta. No sabía si era el que acababa de sacar de su recto. Probablemente sí porque notó un sabor amargo, aunque no estaba seguro de a qué sabía un culo. Había lamido en ocasiones el ano de Espe. Nuevamente ella se dejaba porque sabía que a él le excitaba, pero eso sólo ocurría cuando la pillaba en la ducha. De no tener el culo absolutamente limpio Espe no le dejaba jugar con él. Carlos sólo conocía el sabor de un culo recién duchado y tenía el sabor del gel de baño que usaba su mujer.
El amargo dedo que tenía en su boca no tenía ese aroma perfumado y probablemente sí acababa de salir de su culo. Se acordó de las instrucciones de su ama y se forzó a reprimir el asco y lamer el dedo. Lo hizo lo mejor que pudo. El desconocido sacó el dedo al poco rato. Carlos no sabía si eso era para meterle la polla.
Lo que intentó ser una delicada caricia en los huevos le indicó que el foco de atención volvían a ser los genitales y cuando sintió que una boca se introducía todo su pene se preparó para un inminente mordisco. En lugar de eso los labios le recorrieron el miembro, desde el glande hasta el escroto. Sintió cómo crecía dentro de aquella cálida y húmeda cavidad. Los escalofríos empezaron a recorrer su cuerpo.
No es de los que duraba mucho follando, pero es que además tenía varios orgasmos pendientes. De buena gana se habría corrido en la boca de aquel tío que sabía comer una polla con tanta maestría, pero estaba convencido que de un momento a otro un mordisco impediría su eyaculación.
Se contuvo, pero el tío le volvió a meter un dedo en el ano, esta vez sin esfuerzo. Luego fueron dos dedos y con ellos empezó a masajearle otra vez la próstata. El placer que sentía era enorme. Los calambres le recorrían desde ano hasta el glande. Sentía los labios recorriendo su pene, la lengua lamiendo el capullo y los dientes buscando el frenillo.
El orgasmo era inminente pero no se atrevía a correrse en la boca de aquel hombre. Empezó gemir intentando avisarle de que no se podía aguantar, pero sus desesperados intentos sólo consiguieron aumentar la estimulación a la que le estaban sometiendo. Temió que sería una prueba más e intentó seguir resistiéndose.
Fue en vano, aquel tío sabía cómo mamar una polla. Sus labios carnosos contrastaban con la aspereza de sus manos y junto a su ágil lengua, le trabajaban el glande, sorbiendo, mordiendo y frotando el abultado capullo. Los dedos acabaron haciéndose su sitio en el recto y también sabían perfectamente cómo estimularle la próstata. Ellos sólo hubiesen conseguido que se corriese, pero juntando esas sensaciones a las que le provocaba con la boca, la eyaculación inminente era inevitable.
Volvió a intentar gemir para avisarle de que no se podía contener más. La mordaza se lo impedía. No conseguía hacerse entender o él no quería hacerlo o le daba igual o eso es lo que quería provocar para tener una excusa y castigarle. Llegado ese momento ya le dio igual. Tubo el orgasmo más intenso que recordaba. Notó cómo su pene palpitaba expulsando un inusitado caudal de semen.
Para su sorpresa, aquel tío se lo tragó todo en medio de gemidos de placer que acompañaban a los sorbos con los que parecía querer sacar más. Cuando terminó su cuerpo se quedó abandonado a una relajada flacidez. El tío siguió relamiéndole el glande como un niño que sigue intentando sacar más sustancia del palo de su chupachups, incluso le dio la sensación de que cuando le sacó los dedos del culo también se los chupó.
Percibió cómo el hombre se bajaba de la cama y se iba a refrescar al lavabo. Cuando volvió no sabía se ahora le iba a follar el culo, que ya lo sentía totalmente dilatado, o se iba a correr en su boca o qué. Hubiese preferido que le desvirgase el culo pero estaba tan excitado que cualquier cosa le habría ido bien.
Para su sorpresa no ocurrió nada de eso. El desconocido le acarició los huevos casi con ternura, luego le desató las manos y a continuación se fue, cerrando la puerta con delicadeza.
Esperó un momento como le había dicho Carmen y luego se quitó la venda de los ojos. Se quedó deslumbrado pero cuando se acostumbró a la luz comprobó que efectivamente estaba solo. Se quitó la incómoda mordaza sintiendo una punzada en la mandíbula. Luego se desató los tobillos y al fin pudo estirarse en la cama.
Su vejiga fue la que le indicó que hacía tiempo que se estaba meando. Se levantó como pudo y llevó su entumecido cuerpo hacia el baño. Abrió la ducha y se metió bajo el chorro mientras el agua aún salía fría. Orinó en la ducha tiñendo de amarillo el agua que se iba por el sumidero. La sensación de alivio que sintió se juntó a la del agua ya caliente que desentumecía los músculos de su espalda.
Carlos apenas se secó con una de las toallas, lo justo para no gotear. Salió desnudo del baño y bajó la temperatura del aire acondicionado. El frio, que le había puesto la piel de gallina, le resultaba muy estimulante. El pene le había vuelto a crecer y el escroto se había endurecido.
Lentamente, como queriendo alargar el momento, Carlos se vistió y recogió sus cosas y las que le tenía que devolver a Carmen. Al ir a abonar la habitación un recepcionista más bien grueso se mostró sorprendido de que se fuese sin pasar la noche. Él balbuceó un tanto dubitativo evaluando si podía ser el mismo que le acababa de hacer semejante mamada.
Le aseguró que no había ningún problema con la habitación pero se tenía que ir. Cuando el recepcionista hizo una consulta por teléfono y con una amplia sonrisa le ofreció hacerle un descuento por dejar la habitación antes de tiempo, Carlos tuvo la sensación de que puede que ese no fuese el de la mamada, pero todo el mundo en el hotel estaba al tanto de los manejos de su jefa. Se ruborizó sin atreverse a mirar a los ojos mientras pagaba.
Cuando llegó casa, Espe ya estaba dormida. Se sentó a su lado en la cama. No se despertó, dormía profundamente. Hacía calor, llevaba sólo una camiseta y unas bragas blancas. Encendió la luz para verla mejor. No se despertó, siempre dormía como un tronco, nunca abría los ojos y eso a él le permitía hacer una de las cosas que más le excitaba, fotografiarla desnuda o en bragas mientras dormía. Tenía una gran colección y es una de las cosas que Carmen había visto cuando le arrebató el móvil.
Como si su jefa le hubiese leído el pensamiento, en ese momento le llegó un mensaje suyo por Skype: “Enhorabuena cielo. Me dice mi sumi que te has portado fenomenal. Mañana te voy a recompensar por ello. Se me ha ocurrido una cosa. Ven a trabajar con unas bragas puestas, unas de tu mujer, de esas que tienes fotografiadas en tu móvil. También tráeme las cosas que dejé en la habitación, la mordaza, las esposas con las que te até a la cama, en fin todo eso. No me falles. Valdrá la pena”.
Carlos supo que Carmen comprobaría que las bragas eran de Espe de verdad, por lo que tendría que tendrían que aparecer en una de las fotos. Sacó en ese momento unas cuantas fotografías de su mujer tumbada en la cama, desde distintos ángulos, procurando que se le viesen bien las bragas. Espe las pondría en el cesto de la ropa para lavar antes de ducharse por la mañana. En ese momento las cogería y lo mejor sería que se las pusiese en el baño de la oficina antes de ir a ver a Carmen.
Se fue a comer un sándwich antes de acostarse y se volvió a empalmar pensando en lo que le acababa de pasar y en lo que le esperaba mañana. Cuando regresó al dormitorio no pudo evitar la tentación de pasar el capullo de su polla tiesa por los labios de su mujer dormida, que tampoco se despertó. Tuvo ganas de hacerse una paja en el baño, pero decidió reservarse para mañana. Eso sí, cuando fue a mear con la polla aún tiesa el chorro cayó en todas partes menos en el inodoro.
Carmen caminaba desnuda por la habitación. Se acababa de poner las cremas de noche y se disponía a acostarse. Tanto su marido como ella dormían desnudos. Entonces llegó un mensaje de Carlos: “Ama, para mí ha sido una experiencia muy excitante. Estar con su sumiso también me ha gustado mucho y me he quedado con ganas de más. Mañana en vez de calzoncillos llevaré unas bragas de mi mujer, unas de las que aparecen en la galería. Ardo en deseos de ponerme a su disposición”.
Sonrió al leerlo. Pensaba contarle mañana la verdad a Carlos, pero decidió mantener la ilusión un tiempo más. De algo tenían que servir las novelas sobre dominación que tanto le gustaban. Además, después de tanto planear, todo había salido fenomenal, aunque parte del mérito era de Carlos, que había sido muy obediente. De no ser por eso no habría podido dominarle tan fácilmente y una vez que tienes a alguien atado y entregado todo es muy fácil, aunque eso sí, lo del sumiso había sido una idea genial.
Al salir de la habitación del hotel quitó la tarjeta del dispositivo que hacía que las luces estuviesen encendidas. Confió en que Carlos, con los ojos vendados, no se percatase de la repentina oscuridad. Fue a una farmacia a comprar unos guantes de cirugía y luego cenó una ensalada en la cafetería del hotel. Cuando consideró que Carlos ya debería estar de los nervios subió a la habitación, colocó la tarjeta en su sitio y empezó su numerito procurando no hablar nada, ni tocar demasiado, no fuese a notar que lo que enmascaraba el suave tacto de sus manos eran unos simples guantes de látex.
Parecía que todo eso había salido bien y nunca sospechó que el que le comió la polla no fue un tío.
Para mañana ya había pensado más cosas.
FIN
Espero que la historia te haya gustado y que antes de irte dejes un comentario, eso me ayuda mucho en mi labor.
Si además lo haces también en tus redes sociales te estaré muy agradecido.
genial
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