martes, 21 de mayo de 2019

Analema_de_Zas 1


Capítulo 1, Frente a frente

Bilbao, viernes 14:20



Una de las cosas que más le gustaba de estar en Bilbao era lo bien que se comía. Su trabajo le obligaba a viajar frecuentemente, cosa que no le apetecía demasiado, así que cuando lo hacía procuraba darse algún pequeño placer, como la gastronomía.

Dejó el hotel por la mañana, pero había estado dando un curso en Zamudio hasta medio día. Luego condujo el Golf negro que había alquilado de vuelta a Bilbao, hasta el parking de la estación de trenes y cuando entró en el restaurante de La Concordia el estómago ya le hacía ruido.

Dio cuenta de un plato de pimientos rellenos de txangurro y una ración de leche frita de postre. No quería beber mucho, pero acompañar aquello con agua era un crimen. Se tomó media botella de Txacolí y junto con la copa de Goxua, un licor de crema, tipo Baileys, con que le obsequió la casa al pedir el café, estaba seguro que superaba la tasa de alcoholemia.

Como no tenía prisa, aprovechó para dar una vuelta por el casco antiguo, hacer algunas compras  y dejar que su organismo metabolizase el alcohol. Luego volvió al coche y por la autopista que bordea la costa se fue hacia Santander. Al cabo de casi una hora, pasado Solares, de desvió hacia Pedreña, donde había alquilado una casa para el fin de semana. Estaba en un prado verde, a un costado del club de golf y en frente de la bahía, al otro lado de la cual estaba la ciudad de Santander. Eran casi las seis de la tarde, lloviznaba, una tarde gris típica del mes de marzo en Cantabria. La casa olía a humedad. En verano la alquilaban por una fortuna, ahora estaba vacía como muchas otras de los alrededores y el precio, un poco mas caro que un hotel, merecía la pena.

La construcción de piedra imitaba la tradicional cántabra, estaba recubierta de hiedra, con carpintería exterior de madera, a la que le hacían falta unos retoques. Estaba situada en una suave pendiente, aprovechando la cual en los bajos había un amplio garaje, una leñera y un trastero que hacían que la vivienda en la planta superior estuviese más alejada de la humedad del suelo.

Cogió unos troncos de madera seca de la leñera, encendió el fuego de la chimenea y dejó un par de ventanas abiertas para que se ventilase la casa. Acto seguido fue al puerto y compro un billete de ida y vuelta de  las embarcaciones que cruzan la bahía hasta Santander. Podría haber ido en coche, pero así tenía un paseo en barca de veinte minutos que le encantaba. Era madrileño, pero el mar le apasionaba.

Desembarcó en Santander, en pleno Paseo de Pereda y cruzándolo se metió en la cafetería en la que estaba citado, una de tantas de las que había en esa zona y que según entras ya huele a café con leche recién hecho y a bollos a la plancha. Se sentó en una mesa cerca de la cristalera, desde donde se veía la entrada, pidió un cortado y unos sobaos, sacó su tablet de la gabardina y se dispuso a revisar la agenda mientras esperaba su cita. Aún era temprano.

- Hola Zas - le dijo una voz femenina desde detrás. Le sorprendió, debería estar en la cafetería antes que él.
- Analema, no te esperaba tan pronto. A decir verdad no estaba seguro de que aparecieses.
- Yo tampoco - rió la chica – estaba medio escondida esperando que llegases para ver cómo eras de verdad y con la ruta de escape asegurada. Pero al verte entrar te reconocí enseguida y sin pensarlo... ya ves, aquí me tienes – dijo ella abriendo los brazos.

Zas y Analema eran los nicks que empleaban cuando hablaban por internet. En realidad Zas era Zas_Candil un nick un tanto peculiar que había acabado eligiendo haciendo un guiño a sus apellidos y su propia personalidad. Su nombre real era Alberto, pero Zas_Master le resultaba más peliculero todavía y Amo_Albert...

Zas_Candil era un nick… sorprendente para un amo que practica el sado pero él tampoco era nada habitual. Psicólogo, profesor universitario, vivía en Madrid, pero salía con frecuencia a congresos y cursos por casi toda España. Estos viajes, le permitían alejarse de vez en cuando de su familia y adoptar otra personalidad distinta. Vete tú a saber si la verdadera era ésta o la del respetable docente madrileño.

Ahora era Zas, conocido en algunos círculos BDSM de la red, amo virtual, tutor y preceptor de sumisas en relaciones virtuales y reales extemporáneas. Analema era Analema_de_Zas, Merche, 32 años, maestra, casada sin hijos. Vivía en Valladolid, habían quedado en Santander y a su marido le había dicho que se iba a pasar el fin de semana con una compañera. Se declaraba sumisa, había tenido varios amos virtuales, incluso una ama. Experiencias todas que la habían decepcionado. Estaba a punto de dejarlo cuando encontró un día a Zas.

Era la primera vez que se veían frente a frente y sin la ayuda de la cámara. Sus relaciones virtuales eran buenas, pero la realidad es la prueba de fuego. Habían quedado en que se verían, hablarían, pasearían, cenarían y, si todo iba bien, realizarían en ese fin de semana sus fantasías virtuales, una sesión real de BDSM. Si el primer contacto no iba bien, pues simplemente habrían tenido una cena de amigos. Ese era el pacto.

Al poco rato, los dos supieron que conectaban realmente tan bien como lo hacían virtualmente. Así que dando un paseo cogidos bajo un enorme paraguas negro fueron hasta casa de su amiga a recoger la bolsa de viaje y de vuelta al puerto a coger la lancha hasta Pedreña. Al subir a bordo Zas se fijó en el nombre de la embarcación: “Regina Pacis III”. Sonrió, “buen nick” pensó, al volver a Madrid lo reservaría para alguna de sus sumisas.

Después de la travesía, al entrar en la casa los dos tenían la respiración entrecortada, no sabiendo muy bien si les había afectado la cuesta de subida desde el puertecito, la emoción o ambas cosas. La casa estaba más caldeada y seca por el fuego que aún se mantenía en la chimenea y que él se preocupó de alimentar con más troncos. Cerraron las ventanas, ya que el olor a humedad había desaparecido y Analema se dispuso a vaciar su bolsa de viaje, mientras Zas bajaba al coche a por la suya.

Cuando volvió a entrar con una bolsa en cada mano, la de ropa y la de “instrumental”, Analema le esperaba indecisa.

- ¿Cómo vamos a dormir? – le preguntó.
- Yo en la cama grande –respondió él sin dudarlo- tú en la alfombra a mis pies.

Ella se sorprendió, pero se dispuso a acatarlo si rechistar. Viendo que no había entendido su broma, Zas le dijo:

- Tranquila, no iba en serio. Dormiremos los dos en la cama grande. Esta noche aún la dedicaremos a conocernos y mañana empezaremos las sesiones ¿vale?

Dejaron sus cosas en un armario y se fueron a dar una vuelta por el pueblo hasta la hora de la cena. Pedreña parece un pueblo desestructurado a ojos de un castellano. Una serie de casitas distribuidas aparentemente al azar en los prados de la ladera de una montaña que se alza desde la orilla del mar. Pasear por un sitio así es bonito, aunque muy cansado, así que volvieron al muelle y se metieron en un barecito que habían visto al llegar y del que salían apetecibles olores de sardinas asadas, rabas y otras delicias de la tierra o, mejor dicho, del mar.

Cuando entraron, los parroquianos se les quedaron mirando. Aunque en verano había mucho turismo, ahora no era normal ver a gente de fuera a esas horas. Cenaron varias raciones de sardinas, percebes, calamares y “panchucos” a la brasa, “recién pescados en la isla de Mouro, que el pescado de la bahía ya no hay quien lo coma”, según les dijo el dueño del establecimiento esforzándose por entablar conversación con ellos y averiguar sutilmente qué hacían por allí.

Al terminar de cenar fueron a tomar una copa a un pub. Parecía que estaba más cerca, pero cuando llegaron estaban totalmente calados. La lluvia, fría y fina, había hecho caso omiso del paraguas  para dejarles la cara y las manos prácticamente insensibles y los pies casi casi. Sendas copas de orujo de Potes les hicieron entrar en calor y mientras miraban las luces de la bahía, Zas le iba explicando qué era cada cosa:

”Aquello es Somo, tiene una inmensa playa de arena que se adentra en la bahía como una lanza. El lado que da a mar abierto tiene muchas olas, pero en el lado que mira acá es como una piscina. Hay una ría entre Pedreña y Somo que es navegable con marea alta. Las mismas lanchas que comunican con Santander suben por ella cargadas de turistas. Yo lo hice una vez, es bonito. Aquella luz que parpadea más lejos es el faro de la isla de Mouro, de donde pescaron los panchos que cenamos. Lo que está mas iluminado es el Palacio de la Magdalena, luego ves las luces del paseo de Reina Victoria. Arriba el Hotel Real, abajo hacia la izquierda el Paseo Pereda y toda la ciudad. Al final el puerto comercial y el pesquero. Lo que está tan iluminado es el aeropuerto de Parayas y aquello de allá es el pueblo de Maliaño. Un día te llevaré a recorrerlo todo en barco”.

- Mmmmmmmmmmmm, no sabía que tenías barco – dijo Analema fingiéndose impresionada.
- Lo alquilaré para ti, con piloto incluido.
- ¿Harás eso por mi? – dijo cambiando la expresión de su cara a una de forzada sorpresa bastante risueña.
- ¡Claro! – añadió él – Todas las tardes salen excursiones guiadas por la bahía. No te importará compartir el barco con cien personas más ¿no?

Riéndose se abrazaron el uno al otro y mirándose a los ojos se besaron en los labios. Un beso improvisado, casi tímido, breve, del que se separaron volviéndose a mirar a los ojos como preguntándose ambos que significaba eso. Le siguió otro beso igual, casi involuntario para ambos. Zas se separó y desvió la mirada.

Empezó a hablar de la gente que ambos conocían de internet, de los que frecuentaban las mismas salas y se encontraron cambiando impresiones sobre unos y otros en lo que indefectiblemente se convirtió en un cotilleo. “Me han dicho que aquel...”, “he oído que este...”, “pues dicen de ti que...”. A cada uno de esos comentarios le iban siguiendo unas risas que caldeaban el ambiente y provocaban la repentina mirada de alguno de los pocos clientes del local. Sintiéndose cada vez mejor y liberada la lengua con ayuda del orujo, empezaron ha hablar sobre ellos mismos y a comentar las anécdotas que su relación había producido:

- Al principio pensé que eras un pajillero como la mayoría de los amos que me habían abordado.
- Yo no te abordé, tú viniste.
- Despertaste mi curiosidad.
- Lo se, yo pensé que eras sólo una curiosa que saldría corriendo en cuando le pidiese que se pusiese una pinza en la teta”.


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