martes, 21 de mayo de 2019

Analema_de_Zas 8


Capítulo 8, La vela indica el tiempo

Madrugada del domingo, 03:40



- ¿Qué quieres decir con pruebas reales?, ¿qué hemos estado haciendo hasta ahora?
- Vencer tu miedo. Ahora ya podemos fijarnos otras metas. Creo que ya te puedo pedir cualquier cosa que se me ocurra.
- No creo que mi miedo esté totalmente vencido.
- No es necesario que sea totalmente. Me basta con que hayas asimilado algo de todo lo que has vivido hasta ahora.
- Zas, tú confías en mí hasta un punto en que ni yo lo hago. He creído morirme con cada cosa que me has pedido. Estoy a-co-jo-na-da.
- Mmmmm mi amor –dijo él riendo y abrazándola-. Me encanta cuando te pones así.

Ella se dejó besar. Le gustaba estar en manos de Zas.

Éste, mirando la hora dijo: “Aún tenemos tiempo antes de irnos a dormir”. Y levantándose fue a buscar algo. Volvió con una velas.

- ¿Te acuerdas cuando te hacía jugar con velas delante de la cámara?
- Mmmmm sí, muy excitante, pero al principio me daba mucho miedo.
- A todos nos asusta el fuego. Nos asusta pero también nos atrae ¿verdad?
- Sí. Recuerdo la primera vez que me pediste que me masturbase con la vela encendida introducida en la vagina. Estaba súper excitada de ver la llama ahí abajo y sentir el calor entre las piernas. Fue increíble.
- Sí –rió Zas-. Recuerdo tus comentarios. Lo que nunca conseguí es que te pusieses la vela encendida en el culo.
- Ya, como si fuese tan fácil. Si ponía la vela primero, luego no podía encenderla. Si la encendía primero, luego no había manera de ponérmela. Lo hiciese como lo hiciese me quemaba.
- Sí que eres un poco cobardica y un poco torpona –dijo Zas riéndose en broma-. Primero no es tan difícil y segundo las velas tienen unas llamas suaves. No generan mucho calor.
- Joder que no, pruébalo tú y verás.
- No. Lo probarás tú. Ponte de pié.

Analema se puso de pié con la sensación de que Zas la había llevado otra vez al huerto. Él encendió una vela y se la pasó rápido por la palma de su propia mano. “¿Lo ves?” dijo. “no me quemo”. “Vas a ver”. Y acto seguido le acercó la vela a ella. Analema sentía el calor de la llama. Luego Zas empezó a moverla con bastante rapidez muy cerca de su piel. Ella podía sentirla cuando pasaba por su barriga, cerca de sus pechos, por los muslos... No acercaba mucho la vela, pero sentía el calor. Los movimientos de Zas eran rápidos y calculados. Cada vez que terminaba uno la miraba como diciendo “¿lo ves?”.

Pero la vela se iba acercando cada vez más. Ella temía que se la terminaría pasando rozando directamente la piel y entonces sí se quemaría. Él seguía. Delante de la cara, por el pubis, entre las piernas abiertas...

- Zas. El fuego me da mucho miedo...
- Aún no te he tocado.

Ese “aún” era poco tranquilizador. Zas seguía moviendo la vela suave y rápidamente entorno a su cuerpo. Era como si quisiese que toda su piel recibiese su calor. Los brazos, las axilas, la espalda, las nalgas, las pantorrillas...

Volvió a ponerse enfrente de ella. “Mírate, te has excitado”, le dijo señalando sus pezones erguidos. “Estoy... acojonada” repitió ella visiblemente nerviosa.

“Quítame la ropa”, pidió él y mientras ella lo hacía, siguió jugando con la vela cerca de la piel de la chica.

Zas también estaba excitado. Analema le preguntó “¿puedo acariciarlo?”, “debes hacerlo”, respondió él. Y ella le cogió el pene con ambas manos y se agachó a besarlo. Al levantarse se quedaron los dos mirándose a los ojos.

- Ahora te voy a pasar la vela más cerca, pero no te haré daño. Si te lo hago me estiras el pene. Pero cuidado, no me lo estires si no te hago daño. ¿Vale?
- Vale, pero si te lo estiro por... nervios o lo que sea, ¿qué pasa?
- No lo hagas.

Zas empezó a mover la vela muy cerca de la piel de Analema. Ella sentía la llama ya de una manera más intensa. El estar pendiente de la luz moviéndose alrededor del su cuerpo le hacía estar cada vez más tensa y temerosa. Apenas se daba cuenta de que sus manos seguían jugando solas con el pene de Zas.

- ¡Ay! – gritaron los dos.
- ¿Por qué me has estirado? –preguntó Zas.
- Me has quemado.
- No es verdad.
- He sentido como me rozaba.
- Eso es otra cosa. Pero ¿te he hecho daño?
- No.
- ¿Entonces porqué me has estirado?
- No sé, estoy muy nerviosa. Al sentir el roce... pensé que me quemaba.
- Ya, igual que con el candado. Mira –dijo Zas volviendo a repetir su movimiento.

Analema se volvió a tensar al sentir el roce de la vela de nuevo sobre su piel, pero esta vez comprobó que efectivamente no había dolor. Zas la miraba sonriente. Le enseñó como agarraba la vela. Tenía extendido su dedo índice. Al pasar la vela cerca de su cuerpo era el dedo el que la había rozado, aunque estaba demasiado nerviosa para darse cuenta de ello.

- No te he podido quemar. En todo caso soy yo el que se está llenando la mano de cera.
- Perdona, pero es que siempre estás empleando trucos para hacerme caer.
- La vida está llena de trucos y no sólo los emplean los ilusionistas o los timadores. Políticos, sacerdotes, vendedores, publicistas... todos emplean trucos para hacernos felices y de paso conseguir de nosotros lo que quieren. Yo hago lo mismo pero al revés. En lugar de hacerte daño realmente, empleo un truco para que creas que te lo hago. Me parece más sutil y creo que es mejor para los dos.
- Ya, pero si me permites que te diga, como eres consciente de que en realidad no me estás haciendo daño, no te pones límite en tus acciones. Y aunque no haya tenido el dolor físico que esperaba, lo he pasado muy mal.
- Lo sé, pero ten por seguro que de este fin de semana los dos saldremos totalmente cambiados. Todo lo que estamos viviendo nos está marcando. Ese cambio, que quizás estos días estamos forzando, será necesario para el futuro de nuestra relación amo-sumisa.
- Todo eso lo entiendo, pero el miedo no se me va.
- Se irá poco a poco y podría asegurarte, que cuando estés en Valladolid, recordarás estos días con añoranza.
- De eso estoy segura.
- Bueno, pues antes de irnos a la cama vamos con nuestra asignatura pendiente.
- ¿Asignatura pendiente?
- La vela encendida en el culo –respondió Zas riendo.

Puso a Analema de rodillas, con los codos también apoyados en el suelo. El culo en pompa quedaba totalmente abierto. Le lubricó el ano con un poco de saliva y le introdujo una vela que encendió. Luego se apartó y apagó todas las luces. El salón sólo quedaba iluminado por la chimenea y la luz de la vela.

La imagen era preciosa. Zas estaba extasiado. Analema así, con la vela saliendo de su cuerpo, era todo un regalo. Se tumbó en frente de ella, la besó y comenzó a acariciarle el pelo.

- Estás preciosa.
- Gracias.
- En serio, me encanta esta imagen. Mañana ensayaremos los movimientos para que te puedas poner la vela y encenderla tu sola.
- Lo intenté, pero no podía.
- Lo sé cielo, pero me gustaría que aprendieses a hacerlo.
- Lo haré.
- Gracias.

Analema sentía resbalar la cera por la vela hasta los labios de su vagina. Es cierto que llegaba bastante templada y era totalmente soportable, pero no le hacía gracia tener la vela allí. Sabía que Zas estaba al corriente de lo que pasaba con la vela y de lo que a ella le preocupada, así que estaba dispuesta a esperar.

Zas se puso de rodillas ante ella y le colocó bien la vela que se estaba saliendo. Luego la incorporó el cuerpo del suelo, de manera que quedase a cuatro patas. Le acercó el pene a la cara y ella empezó a chuparlo. Seguro que quería correrse en su boca, como ayer. Esta vez lo haría mejor. Esta vez quería que Zas disfrutase de verdad.

Se esmeró en sober bien el pene con los labios, en jugar con las manos con su escroto, con las nalgas, con el ano... Con la lengua estimuló la punta del glande, el frenillo... Mordió suavemente la cabezuela regordeta que tenía en la boca y se esforzó por meterla tan adentro como podía.

Comprobó con satisfacción que la respiración de Zas se tornaba agitada. Y... en ese momento... se acordó de la vela. Seguro que Zas tenía ahora otras cosas en qué pensar y ella no quería estropear el momento si la llama terminaba de consumir la vela y llegaba a su piel. Así que decidió avisarle.

- Zas cariño, quítame la vela, así estaremos más tranquilos. Después me la pones todo lo que quieras.
- No.
- ¿Qué? –ese “no” fue un mazazo para ella, estaba convencida de que se la quitaría enseguida y que incluso Zas agradecería la sugerencia.
- Cuando me corra te quitaré la vela. Si lo haces bien tienes tiempo suficiente.
- ¿Pero por qué? Estaré nerviosa, lo haré peor, el perjudicado serás tú que no te correrás a gusto.
- Si lo haces peor se bajará la excitación y tardaré más. Tú te quemarás. Si quieres que la cosa vaya rápido, mejor que lo hagas bien, muy bien.

Analema volvió a sentir el sudor frío bañando su piel. Esta vez no había truco, todo consistía en la prisa que se diese. Incrementó la energía de sus movimientos, la fuerza con la que sus labios apretaban el pene. Sus manos se concentraron en el escroto y su cabeza se movía con la vehemencia de un judío ortodoxo orando ante el Muro de las Lamentaciones.

Para su desesperación, comprobó que la erección de Zas empezaba a bajar. Se esforzó en chupar con más fuerza, en ayudar con sus manos el movimiento del pene... 

No es que estuviese flácido, pero tampoco era la turgencia de antes. Abrió la boca lo que pudo intentando que el pene llegase hasta el fondo de su garganta. Por poco se ahoga. Sacó el pene y le comenzó a chupar los testículos, metiendo los dos en la boca y acariciándolos con la lengua, mientras le seguía trabajando el miembro con la mano.

Le mordisqueó los muslos, le metió un dedo en el ano, lamió todo su pubis. Se concentró de nuevo en el glande con los labios. Le pareció notar el sabor del primer líquido seminal que comenzaba a lubricar la uretra y anunciaba una pronta eyaculación.

Esperanzada, siguió estimulando el glande con los labios, el resto del pene con una mano y el escroto con la otra. Mientras tanto, mentalmente, iba comprobando que en las proximidades de su propio ano, el calor no indicase que la vela se estaba acabando y llegando a su piel.

Durante lo que le pareció un tiempo interminable, estuvo enfrascada en la tarea de estimular todos los resortes que conocía en el cuerpo del hombre. Los que ella sabía y de los que sólo había oído hablar. O Zas tenía un control total de su miembro o aún no se había recuperado del orgasmo en la montaña. Lo primero seria buena señal, simplemente la estaría llevando otra vez al límite. Lo segundo... mejor no pensar en las consecuencias de ello.

Desesperada, se metía el miembro todo lo que podía en la boca, hasta que las arcadas le hacían retroceder. Aún nada, Zas no emitía ningún sonido, nada que le diese una pista de cómo iba. Estaba segura, tenía la convicción fatal de que esta vez se quemaría.

De repente percibió que el pene volvía a recuperar tensión. Con sus labios podía percibir los latidos en el miembro de Zas. Decidida a no desaprovechar esa oportunidad, incrementó la succión y la penetración en su boca, intentando contener las arcadas con tal de que se corriese ya.

El grito de Zas apenas se anticipó a la expulsión del líquido caliente en el fondo de la garganta de Analema, quien, enormemente aliviada, fue incapaz de contener la arcada que sobrevino y casi no pudo evitar apartarse a tiempo para evitar que su vómito salpicase a Zas.

A cuatro patas, babeando y moqueando entre las arcadas, sólo pudo decir: “la vela”. Notó que Zas se la quitaba al tiempo que iba al baño a por papel y toallas para limpiar a Analema. La enjugó, limpió y consoló mientras la acompañaba al baño, por si tenía que vomitar más.

Luego la llevó al sofá y la tapó con una manta. Fue a la cocina y le llevó un vaso de agua. La besó y luego de asegurarse de que estaba bien le dijo que iría a prepararle algo que la entonase el estómago.

Al cabo del rato le trajo un gran vaso de un líquido con hielo.

- Es tónica, ginebra y limón exprimido, todo a partes iguales. Lleva bastante hielo porque hace más efecto frío. Tómatelo a sorbitos mientras busco una fregona para limpiar el suelo.
- Gracias –respondió ella, no muy convencida de que aquello le gustase y menos de que le fuese a arreglar el estómago.

Mientras Zas manejaba la fregona, con mas soltura de la que se esperaba, ella comprobó que la bebida estaba muy buena. La hizo eructar unas cuantas veces y le quitó las nauseas de manera casi instantánea.

Zas volvió a su lado llevando la vela. Se la enseñó, estaba casi entera.

- ¿Pero como...? –preguntó Analema muy extrañada.
- Cuando me arrodillé delante de ti y te dije que colocaba bien la vela que se salía, lo que hice fue apagarla.
- ¿Por qué te empeñas en hacerme esto una y otra vez?
- Cada vez te acercas más a mí. Cada prueba que superas te hace crecer y te hace más mía.

Analema estaba pensativa. No tenía fuerzas para volver a hablar de lo mismo. Así que Zas prosiguió.

- Perdóname, igual me he pasado, pero nunca te haré daño a sabiendas. Siempre puede haber un accidente. Igual un día se rompe una cuerda o se suelta un gancho. Pero ten por seguro de que compruebo cada cosa que empleo y procuro llevarte hasta donde sé que puedes resistir, no más, pero tampoco menos. Antes de hacer algo lo pienso mucho. Eres demasiado importante para mí.

Analema seguía callada. Zas la acompañó a la cama, la arropó y la besó en la frente. “Ahora vuelvo” le dijo. Recogió todo lo que habían dejado por en medio, apagó todas las luces, se aseguró de que las brasas de la chimenea estaban bien y se fue a acostar con ella. Eran más de las cinco de la mañana. Se tumbó a su lado y le cogió la mano. Con la otra le estuvo acariciando el pelo hasta que, después de mucho rato, la respiración de la chica se tornó uniforme indicando que ya se había dormido. Entonces, él también se dejó llevar por el cansancio y se durmió pensando que mañana se tendría que dedicar a recompensar a Analema, en cuerpo y alma.


No hay comentarios:

Publicar un comentario