Viene de Analema_de_Zas, capítulo 2
Capítulo 3, Coge el puto teléfono
Pedreña, sábado 09:20
El sábado también amaneció nublado y lloviznando. Zas se vistió mientras Analema aún dormía.
- Buenos días -le dijo, despertando a la chica que se arrebujó entre las sábanas- ¿Qué tal has dormido?
- Uhmmmmm, no sé, he soñado cosas muy raras. ¿Pero dónde vas? –le preguntó extrañada al verlo tan vestido.
- Voy a comprar cosas y te voy a dejar atada a la cama. Convendría que hicieses pis y llamases a tu marido porque me llevaré tu móvil –le contestó Zas mientras le alzaba suavemente la cabeza para ponerle algo en el cuello.
- ¿¿¿Qué??? –tanta información había saturado a la chica, aún dormida. De repente supo que todo lo de ayer no había sido un sueño y que le esperaba otro día lleno de emociones. Pero en su pregunta no había miedo ni rebeldía, simplemente no entendía por qué tenía que hacer todo aquello.
- Verás –empezó a decir Zas, aparentemente complacido- quiero que llames a tu marido y le digas que estás muy bien con tu amiga, que te vas de excursión y que ya le llamaras por la noche o mañana. Así no nos tendremos que preocupar de él. Luego me darás el móvil porque a partir de ahora sólo hablarás con quién yo diga y cuando yo lo diga. ¿Entendido?
- Sí. ¿Qué es esto que me has puesto en el cuello?
- Una correa, la llevarás estos días, ¿te molesta así? –tal y como estaba hecha la pregunta se refería al hecho de si le resultaba molesta al cuello, no al hecho de si le molestaba llevar una correa o no.
- No, pero ¿por qué he de llevarla?
- Es un símbolo. Llevas correa porque me perteneces. Mientras estés aquí es lo único que llevarás.
- Y ¿por qué me dejarás atada?, no me moveré, no pienso escapar, no quiero escapar.
- Quiero que sepas lo que se siente –y le engancho una cadena a la correa y tirando de ella como si de un perro fuera dijo- Vamos a hacer pis. Que ayer ya vi que no aguantas mucho.
Ella se miró extrañada a sí misma, la llevaban como a un chucho, pero era una parte de la coreografía que no le sorprendía demasiado. Entraba dentro del tipo de cosas que se esperaba y que había oído y leído que los amos hacían. Pero mientras que ella se dirigió al baño, Zas lo hizo a la puerta de salida. Un suave tirón del cuello le hizo caer en cuenta de algo que no entraba en sus planes: la sacaban fuera, como a un perro, con una cadena al cuello, desnuda.
- ¿Zas, dónde me llevas?
- Harás pis fuera, en la hierba.
- Llueve.
- Ya lo sé.
- Me verán.
- El seto oculta casi toda la zona, además no pasa nadie por aquí.
Ya en la puerta Zas soltó la cadena de la correa y como a un perro obediente le señaló el trozo de césped en el que quería que orinase. Analema bajó la escalera y comenzó a caminar rápido por el césped, sentía la hierba mojada en sus pies descalzos y la lluvia fina en toda su piel. Hacía frío, pero de eso no se percató. Cuando se puso en cuclillas, la hierba, bastante alta, le acariciaba los muslos, las nalgas y hasta la vulva. Tuvo que reconocer que le resultaba agradable.
Tenues nubes de vapor subían cuando la orina caliente tocaba el suelo. Cuando terminó se percató de que no tenía nada con qué limpiarse.
- Emplea la hierba – le dijo Zas, que se había dado cuenta de lo que buscaba- pero ten cuidado que rasca. Es mejor que lo hagas a base de toques.
Ella le hizo caso y se fue a otro sitio donde la hierba estaba más alta. Se volvió a agachar y sin arrancarla se la acercó a la entrepierna dándose los toques que Zas le había indicado. La sensación de agradable frescura ya no le sorprendió.
- ¿Tienes que hacer caca?
- No, dijo ella. Soy un poco estreñida y cuando voy de viaje tardo en hacerlo. Probablemente no haga hasta que vuelva a casa.
- No estoy tan seguro. Entra, te vas a calar.
Zas la secó mientras ella llamaba al marido. Luego guardó el móvil de la chica y le puso unas correas en las muñecas y en los tobillos. Con ellas la ató a las cuatro esquinas de la cama. Analema se dejaba hacer, no le extrañó mucho que la atasen. Lo esperaba, pero preguntó:
- Y además de incomodidad ¿qué se supone que voy a sentir?
- Miedo –respondió Zas.
- ¿Miedo?, ¿por qué miedo?
Zas no respondió. Ya estaba atada del todo. Le alzó la cabeza y le puso una mordaza de bola en la boca. Ella emitió un sonido. Zas sabía que estaba repitiendo su última pregunta “¿por qué miedo?”. Como si no se hubiese dado cuenta y cambiando de tema le dijo:
- Quiero comprar algo para el desayuno y de paso ver si encuentro cebo para unos cepos que he visto. Esta noche he oído ruidos y me parece que es que hay ratones en la leñera. No quiero que suban por aquí.
Los ojos de Analema indicaban que no le gustaba nada lo que acababa de oír, aunque ya no vería como respondían a la siguiente información. Le puso a la chica una venda que le tapaba totalmente les ojos. Por los movimientos de cabeza y los sonidos que emitía, aquello sí parecía que la había sorprendido. Zas la acarició suavemente y le dio un beso en la frente. Siguió hablando:
- Tranquila, no estoy seguro, es sólo por precaución. Lo que sí me ha parecido ver son cucarachas, así que compraré veneno. No, no te inquietes, en el campo hay bichos, es normal, solo que soy muy maniático y no me gusta que anden alrededor mío.
Analema ya no intentaba decir nada, estaba resignada. Se quedaría ahí atada y sin ver nada hasta que Zas volviese. Esperaba que lo de los ratones y las cucarachas fuese sólo una ocurrencia de suya para hacerla sentir el miedo que le había prometido.
- Por cierto. El dueño de la casa me dijo que igual se pasaba a ver no se qué del contador. Imagino que estará por fuera, así que no creo que entre. De todos modos, si viene mejor que no digas nada. No me fío de él.
Y cuando terminó de decir eso le puso unos tapones en los oídos. Analema sintió que lágrimas de impotencia acudían a sus ojos y supo lo que era el miedo.
Zas dejó su propio móvil en la mesilla de noche y se llevó el de la chica. Le dio otro beso en la frente y luego se fue.
Ella sentía a Zas hablando, pero no entendía lo que decía. El sonido le llegaba apagado. Más que nada lo que percibía eran las vibraciones de sus pasos caminando por la habitación. Luego sintió que le besaba la frente, luego que se alejaba y luego nada. Estaba sola, tendida en la cama ¿cómo?, ¿tapada o no? Zas le había echado algo encima al salir, pero no debía estar totalmente tapada. Moviéndose lo que pudo, por el roce y por diferencias de temperatura, determinó que sólo tenía tapada la barriga, aunque sin poder tocarse le costaba saberlo seguro. Le vino a la mente su propia imagen vista desde arriba. Atada a la cama en forma de aspa, desnuda, con las tetas y el pubis al aire. Tapada lo justo para que no se enfriase. No pudo evitar pensar que la imagen parecía sacada del CSI.
De repente le pareció sentir algo, pasos. Dejó de respirar para concentrarse. Sí, eran pasos. Los latidos se le aceleraron y los pasos lo hicieron al mismo tiempo. El miedo se agudizó pero al mismo tiempo se dio cuenta de que lo que percibía eran sus propios latidos del corazón. La almohada y su imaginación se encargaban de transformarlos en pasos.
El darse cuenta de eso le infundió algo de tranquilidad y aumentó su valor. Sabía que Zas era muy calculador. Todo lo que le había dicho y hecho estaba encaminado a aumentar sus miedos. El que la hubiese atado y privado de ver y oír tenía el fin de hacerla sentir indefensa. Lo de las cucarachas y los ratones era para que se concentrase en eso, así cualquier ruido que sintiese la asustaría. Pero ella ya conocía a Zas, todo eso era parte del teatro que había montado. Era bueno, había que reconocerlo, pero ella no era tonta, así que lo mejor que podía hacer era relajarse y que cuando volviese la encontrase dormida, o por lo menos fingiendo que lo estaba. Él seguro que esperaba encontrarla sudando, histérica, retorciéndose. Pero esta vez ella le ganaría.
Zas salía de la panadería con una bolsa llena de cosas de comer. Efectivamente no había ni cebo para el cepo de los ratones, ni veneno para las cucarachas. Hubiesen o no, él no había visto ninguna de las dos cosas.
Sacó del bolsillo el móvil de Analema y llamó al suyo propio, que empezó a vibrar en la mesita de noche al mismo tiempo que empezaba a sonar el tono que se había bajado de internet. Una voz áspera diciendo una y otra vez “coge el puto teléfono”.
Analema estaba casi relajada, no se lo esperaba. El móvil vibrando sobre la mesita producía un sonoro golpeteo que llegó a ella sobresaltándola, pero que no pudo a identificar. Le parecía que alguien golpeaba fuertemente la puerta o algo así. Y chillaba. Oía cada vez más fuerte una voz entre los golpeteos, aunque tampoco lo entendía. ¿Sería el dueño de la casa que quería entrar para ver el contador? Y si la veía así, ¿qué diría?, ¿qué haría? Llamar a la policía seguro. Su marido no lo entendería por mucho que se lo explicase. El corazón le salía por la boca. Se dio cuenta que le faltaba el aire y es que no respiraba desde que comenzaron los ruidos. Sentía el sudor bañar su piel. Dios ¿qué iba a hacer ahora?
Zas colgó el teléfono y en la casa todo volvió a quedar en silencio. El ruido y las voces cesaron tan súbitamente como habían comenzado. Analema volvió a contener involuntariamente la respiración ¿qué pasaba?, ¿se había ido o había entrado? Por mucho que se esforzaba solo sentía sus propios latidos, sólo eso. ¡Zas te odio!
¿Y si lo que le había dicho antes de salir no era mera coreografía?, ¿y si de verdad había cucarachas y ratones? Aguzó cuanto pudo los enmascarados oídos. Tenía la sensación de estar bajo el agua, lo único suficientemente intenso venía de dentro de ella, respiración, latidos... nada más, sólo los ruidos que la cama le transmitía por vibración. De vez en cuando percibía también movimientos de aire sobre su piel, quizás alguna corriente, o algún insecto volador, en cuyo caso ojalá fuese solo una mosca. ¿Las cucarachas vuelan?, creía que algunas sí, pero harían mucho ruido, como los escarabajos, pero... ella el ruido no lo oía. ¡Que impotencia!, quiso gritar de desesperación pero la mordaza ahogó su intento, sólo las lágrimas acudieron nuevamente a sus ojos.
¿Cuánto tiempo llevaba así? Una eternidad, aunque pensándolo bien serían sólo minutos. El pueblo no era muy grande. Se podría ir a todas las tiendas y volver en menos de una hora... suponiendo que Zas no tuviese otras intenciones.
Creyó sentir la puerta. Volvió a contener la respiración. Había pasos. Sí, estaba segura. Pero ¿de quién?, ¿de Zas o del propietario? ¿Sería el propietario el que daba voces, y al ver que no había nadie había ido a por su llave?, ¿qué haría si la veía así? Sintió los pasos ir y venir y luego acercarse. Fuese quién fuese ya estaba allí, la estaría viendo. Sería Zas, tenía que ser Zas. Si fuese el dueño, al verla se habría asustado, habría gritado, la iría a desatar, habría salido corriendo a llamar a la policía. Pero este no hacía nada... Tenía que ser Zas.
Pero... ¿y si al propietario se le ocurría aprovecharse de la situación? No se encuentra uno todos los días a una chica desnuda atada en la cama... Los pasos se acercaron. Sintió que le quitaban la sábana con brusquedad. Ese no era el estilo de Zas, él era más delicado. Algo le apretó el brazo. Dedujo que era un dedo. Se asustó y se agitó todo cuanto le permitieron los correajes. No era Zas, ese dedo pretendía comprobar si estaba viva, pero cuando fue evidente que era así no la auxiliaron. Sintió unas manos recorrer su cuerpo, rápidamente, con brusquedad. Por mucho que intentaba no podía identificar si eran las manos de Zas o no. Pero él antes no la había tocado así. Fuese quien fuese se subió a la cama. De repente sintió un lengüetazo en los labios de la vagina. Tampoco era la lengua juguetona de Zas, esto había sido un lametón. Definitivamente el propietario iba a sacar algo más que el alquiler, aunque... quizás ella era el alquiler que se pagaría. Igual Zas había hecho un trato con el dueño o quizás había traído alguien del pueblo para que la violase mientras él simplemente miraba.
De repente una mano comenzó a agarrar su vagina apretando los labios. Unos dedos se introdujeron en ella y buscando hacia arriba le dieron dos golpecitos en el punto G. ¡Era Zas!. Ayer se lo hizo también y ahora se lo había hecho para que lo reconociese. Estaba segura. Inmediatamente dejó de luchar y se relajó en la cama. La tensión que acababa de desaparecer la volvió a hacer llorar. Había pasado miedo de verdad, más que en toda su vida. Pero estaba agradecida a Zas. Él podía haberse aprovechado aún todavía más de la situación. Podía haberla hecho experimentar una violación. Pero no estaba segura de haber podido resistir eso y él sabía hasta donde apretar y cuando aflojar.
Sintió el cuerpo desnudo de Zas encima de ella. Ahora acariciándola, besándola. Recorriendo su piel con suavidad. Tocando todos los puntos sensibles que descubrió ayer. Haciéndola sentir el placer de la entrega total. ¡Qué fácil sería para él penetrarla ahora y correrse a gusto!. Ella estaría agradecida de que lo hiciese, era suya. Pero él siempre recompensaba el miedo que hacía sentir con el mayor placer que podía dar. Era su estilo y eso a ella le hacía sentir aún más que le pertenecía. Se abandonó en sus brazos y dejó que le procurase placer. El cuello, las sienes, los lóbulos de las orejas, los hombros, los pezones, los costados, los brazos, el ombligo, los muslos, las rodillas, los dedos de los pies... Todo su cuerpo fue manipulado para lograr hacerla sentir el máximo placer. Cuando Zas la penetró todas las sensaciones se volcaron en su vagina. Estaba ya perfectamente lubricada y el pene entraba y salía fácilmente en un lento movimiento de vaivén que se levantaba cada vez para estimular al mismo tiempo el clítoris. Analema se dejó llevar por los sentidos. Estaba tan acostumbrada a que su marido le acariciase cuando estaba excitado y que luego hacer el amor sólo significase que él se aliviaba, que todo esto le venía absolutamente de nuevo. Estaba acostumbrada a masturbarse en el baño cuando después de follar iba a refrescarse. Y se encontraba a su marido durmiendo al volver. Hacía tiempo que ni los orgasmos fingía, aunque eso a él no parecía importarle tampoco.
Cuando se masturbaba las sensaciones asociadas al orgasmo provenían del clítoris, en cambio ahora sentía que era todo su cuerpo el que respondía. Todas sus zonas estaban excitadas y todas parecían vibrar en sintonía. Los calambres iban de un punto a otro propagándose con rapidez y aumentando de intensidad en cada paso. Se puso totalmente rígida. Olas de placer recorrieron su cuerpo rebotando en cada costado, yendo y viniendo en todas direcciones. De repente la descarga, todo su vello erizado, todos los poros abiertos, todas las terminaciones nerviosas estimuladas. Nunca antes había tenido orgasmos así. Estaba levitando y cuando el placer comenzaba a volverse doloroso desapareció y tuvo la sensación de que caía en la cama bañada de sudor.
Zas le fue quitando la mordaza, los tapones de los oídos, la venda de los ojos y una a una las correas de los tobillos y las muñecas. Ella aún no podía hablar ni moverse. Él la besó y sonriendo le preguntó:
- ¿Qué te apetece desayunar?
Continúa en Analema_de_Zas, capítulo 4
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