Viene de Analema_de_Zas, capítulo 8
Capítulo 9, Donde las dan las toman
Domingo, 08:10
A Zas le despertó una incómoda sensación de frío e inmovilidad. Estaba muy cansado, quería aferrarse a su sueño y seguir durmiendo. Intentó taparse sin abrir los ojos, pero... no se podía mover. Tardó en reaccionar, pero de repente todas las alarmas se le encendieron. Abrió rápidamente los ojos alzando la cabeza. Vio que Analema, ante su brusco movimiento, se alejaba asustada de la esquina de la cama. Le acababa de atar el tobillo a ella.
Le sorprendieron dos cosas en ese instante. Lo rápido que se había despejado y la inesperada reacción de Analema. En un momento se había hecho idea de la situación, por otra parte impensable. Se encontraba desnudo, atado de manos y pies a las cuatro esquinas de la cama y Analema le miraba... asustada. Entre asustada y enfadada. La conclusión era clara, la chica, en un arrebato de ira y miedo, se estaba vengando.
- ¿¡Qué se siente!? –preguntó ella.
Su voz era aguda, chillona. Le costaba modularla. Era evidente que estaba muy nerviosa.
- ¿Qué se siente? Señor sabelotodo.
- Analema, sólo te lo diré una vez. ¡Suéltame! –dijo Zas con voz fría y mirándola directamente a los ojos.
- ¿Qué te suelte? Y cuando yo te suplicaba que me soltases ¿lo hiciste tú? Noooooooooo –prosiguió-. No me soltaste, tú sabías lo que querías hacer ¿verdad?, tú sabías lo que yo necesitaba ¿no? Tú seguiste tu plan calculado, llevándome al límite “sin sobrepasarlo”. No te voy a soltar. Quiero que sientas lo que yo he sentido. Quiero que pruebes el miedo. ¿Sorprendido? No te lo esperabas, ¿no?
La mente de Zas funcionaba todo lo deprisa que podía. Era evidente que la conducta de Analema era fruto de un impulso ofuscado y no planeado. No sabía muy bien qué se proponía. Darle un escarmiento, eso era evidente, pero también lo era la improvisación con la que actuaba y el hecho de que ella misma estaba sorprendida de su propia conducta. Aquello podía ser peligroso. Analema puede que no supiese terminar lo que había comenzado.
- ¡¡¡Contesta!!!, ¿tienes miedo, cabrón?
Sí. Zas tenía miedo, mucho. Pero sabía que no debería demostrarlo. Tenía que seguir siendo inflexible... mientras pudiese. No estaba seguro de si debía intentar razonar con Analema o no. Si intentaba negociar, ella lo podía interpretar como un gesto de debilidad y ensañarse más en su venganza. Si la ignoraba, intentando mantener una postura digna hasta que lo soltase, igual eso aumentaba más su ira y tampoco sería bueno. Hiciese lo que hiciese se arriesgaba a salir mal parado. Pero tenía que decidirse ya.
- No te lo esperabas ¿eh? Te vas a enterar de lo que me has hecho pasar. Quiero que sientas la impotencia que yo he sentido, el miedo. ¡Quiero oírte suplicar!.
Al oír eso, Zas supo que debería mantenerse firme. Decidió no decir una palabra hasta que le soltase. Calculó que esa postura sorprendería a Analema. Ella probablemente esperaría que él la intentase convencer, pero no estaba dispuesto a entrar en una discusión en inferioridad de condiciones, así que decidió intentar ignorarla mientras pudiese. Aún atado, desnudo e indefenso, tenía que demostrar que era él el que estaba por encima. Zas tenía que ocultar que estaba acojonado.
- ¿Te has quedado mudo? ¡Pues me da igual!. Me da igual todo lo que tú quieras hacer o no a partir de ahora. Porque ahora vamos a hacer lo que yo diga. Prepárate “amito” porque me has enseñado bien y voy a llevarte al límite, como dices tú.
Analema se fue y al rato volvió con la bolsa de utensilios de Zas.. Empezó a sacar cosas. Él la miraba de reojo. Una fusta, un gato de nueve colas de cuero, un látigo pequeño, unas mordazas, unas esposas, velas, pinzas, pesos, las campanillas que ya conocía, vibradores de distintas formas y tamaños, cadenas de distintos tipos, varios rollos de cuerda... Analema lo miraba todo con curiosidad. Algunas cosas las había visto, otras no sabía para qué eran.
- Vaya, resulta que el amito se ha traído toda su juguetería y en lugar de emplearla ha decidido jugar con vacas, cangrejos... Si hubieses empleado esto desde el principio no me habría asustado tanto. ¡Joder, venía preparada para esto!. Pero no, al señor le gusta ser original, ¿qué le importa lo que piense su sumisa? Él ya piensa por los dos ¿verdad? Pues mira, tengo ganas de probarlo. Pero dada la situación tendremos que cambiar los papeles. ¿Qué le vamos a hacer?
Estuvo mirando hasta que encontró en el salón la vara con la que le había azotado en la playa. Se acercó a él agitándola en el aire. Hizo varios movimientos de prueba en el vacío. “Demasiado rápido” pensó Zas. La vara cortaba el aire produciendo un zumbido aterrador. Igual sólo quería asustarle.
No. La vara se estrelló sobre la piel del muslo con un chasquido que asustó a la propia Analema. Zas se estremeció pero ahogó el grito. Ahora sí que estaba asustado. Todas estas cosas hay que saber usarlas. Hay que estimular, activar... no torturar. Pero para eso hay que tener práctica. Analema no la tenía. Si basaba el manejo de la vara y lo demás sólo en la fuerza... Zas corría verdadero peligro.
- ¿Te ha dolido? Se ve que no mucho, porque no protestas. Tranquilo, lo intentaré de nuevo.
Dos golpes seguidos, cada uno más fuerte que el otro y sin apuntar a donde. Uno lo sintió en la barriga y el otro en el muslo, cerca del pene. Si le daba así en una zona sensible acabaría en el hospital.
Analema le miró las marcas de la piel, pero casi no las vio. Estaba muy nerviosa, apenas podía concentrarse y mucho menos controlarse a sí misma. No era dueña de sus acciones, pero ella no se daba cuenta. Zas sí. Su cabeza trabajaba a toda velocidad para encontrar una salida, pero él también estaba demasiado asustado para pensar.
Analema cogió un trozo de cuerda y le agarró los testículos. Empezó a atarlos por su base, fuertemente, dando varias vueltas. Luego intentó atar también los muslos, pero como estaba sujeto a la cama le costaba pasar la cuerda debajo de él, así que desistió. Hizo un nudo final en los testículos y dejo la cuerda sobrante colgando por un costado.
Fue a la cocina y trajo un vaso de agua. Le mojó la cuerda.
- ¿Es así? ¿Lo he hecho bien? Ahora la cuerda encogerá y te empezará a apretar poco a poco. Si he calculado bien no se te gangrenarán las pelotas. Aunque la verdad es que no he calculado nada. ¿Cuándo tengo que soltar?, ¿cuándo se pongan moradas o puedo esperar a que estén negras?
A Zas le dolían más las heridas de la vara que la presión de la cuerda. Era algo distinto. Las heridas le escocían, le quemaban. Las cuerdas eran algo más difuso, menos agudo... de momento.
Pero el sentimiento que ahora rivalizaba con el miedo era su enfado. Su enfado consigo mismo. ¿Cómo podía haber calculado tan mal? Había querido ofrecer un fin de semana inolvidable a Analema y se había dejado llevar. Evidentemente se había confiado en la resistencia física de la chica y había menospreciado el aspecto psíquico. ¿Qué sentía ahora Analema? Podía percibir su lucha interior. Por un lado estaba seguro de que le admiraba, le quería e incluso, quizás le amaba. Por otro lado, le odiaba por lo que le había hecho. Tal vez odio no era la palabra. Analema se debería sentir, sorprendida, superada, invadida... De repente alguien había entrado en su vida y había vuelto del revés toda su intimidad, sus prejuicios, sus creencias sobre ella misma... Y ese alguien iba a desaparecer dentro de unas horas tan rápidamente como llegó.
Analema tenía una saturación emocional. Estaba confusa, no había asimilado todo lo que había sentido. Pero sobre todo, Analema temía perderle.
- ¿Para qué son estas pinzas?
Eran unas pequeñas pinzas metálicas, de cocodrilo, para conexiones eléctricas. No las había empleado nunca pues apretaban demasiado. Ella intentó ponérselas en el escroto, pero con las cuerdas la piel estaba demasiado tirante para poner nada allí. Estaba operado de fimosis, así que tampoco se la podía poner en el prepucio. Al final, fue el frenillo el que recibió la pinza.
Nunca supo si porque en la operación le habían dejado algún nervio a flor de piel, o era algo que le pasaba a todos los hombres, pero tenía el frenillo muy, muy sensible. Un pellejito gracioso que con unas cuantas caricias le hacía llegar al orgasmo. Su ”clítoris”, como le llamaba él. Allí le puso la pinza. Y la verdad, entre todas las cosas que le dolían, eso no supuso una gran diferencia... de momento.
Las otras fueron a parar a sus pezones. Tampoco habrían molestado demasiado si Analema no hubiese cogido tanta carne. Aunque entonces, cuando ella se las colocaba, se percató de una cosa en la que no había reparado. Aún llevaba el collar. Analema, estaba desnuda y sólo llevaba el collar, tal y como él le dijo al principio. Igual era sólo un olvido, pero era significativo que ella no se hubiese quitado el símbolo de su sumisión a Zas.
Eso confirmaba su teoría. La chica no estaba actuando por sadismo o maldad, sólo por desesperación. No es que mejorase mucho las cosas, pero dejaba una puerta a la esperanza. Zas se reafirmó en lo correcto de su decisión, aguantaría con resignación el castigo de Analema, hasta que ella se diese cuenta de que su actuación era inadecuada. ¡Ojalá que fuese pronto!.
- Mmmmmmmm, esto es lo de las películas. ¿Cómo se llama?, ¿látigo de siete colas?
Lo examinó con detenimiento tocando las suaves tiras de piel. Se dio con ello en la mano.
- No parece que haga mucho daño ¿no? Qué es ¿para decorar?
Le pasó las tiras por la cara. Y luego le dio un golpe más fuerte, no mucho, pero en la cara...
- ¡Ah!, así que sí duele. ¿Y aquí? –preguntó dándole mas fuerte en los ya inflamados testículos.
- Aquí más ¿no? Creo que ya le voy pillando el truco a esto – y volvió a repetir el golpe.
La situación se estaba volviendo cada vez más peliaguda. Ya tenía marcas en el cuerpo que serían difíciles de explicar. Si seguía la cosa así más tiempo aún tendría muchas más. Y si Analema no tenía más cuidado acabaría en urgencias. Aunque no la echase la culpa de sus actos, ella estaba fuera de sí y él cada vez más asustado.
- Miiiiiiiiira, lo que a ti te gusta. ¡Velas!. No queman ¿verdad? ¿Cómo era eso del miedo y la información? ¿Qué hay que controlar qué? Bueno, tú lo sabes, así que lo podrás hacer ¿no? Controlar la información, los receptores, o la puta madre que los parió. Es un alivio que tú sepas hacerlo pues ya ves que yo no lo explico muy bien.
Cogió la vela que ella había tenido en el culo. Sus pensamientos eran claros, quería ponérsela allí también a él pero para eso tendría que desatarle, cosa que no estaba dispuesta a hacer. La encendió y de repente pareció haber encontrado el sitio adecuado.
- Abre la boca.
Zas no pudo evitar mirarla sorprendido.
- Vamos amito, ¿de repente has sentido miedo? La he tenido en el culo pero no te preocupes, creo que no lo había tenido tan limpio en la vida. Y en cuanto a la llama... bueno, creo que la vela tardará un buen rato en consumirse. Además tendrás una ventaja que yo no tenía. Tú la vas a poder ver.
Se acercó y le empujó un poco la barbilla para abrirle la boca. Él se dejó hacer sin resistirse. Le puso la vela y le cerró la boca. Se aseguró de que apretaba lo suficiente para que no se cayese y se alejó satisfecha.
- Mi amor, ¡qué imagen más bella!. Si te pudieses ver... Procura no temblar demasiado porque se agita mucho la llama. Y cuanto menos te muevas, menos riesgo corres de que te caiga la cera en la cara. Porque a esa distancia la cera estaría demasiado caliente ¿no? Me temo que sí.
Hasta ahora Zas no había intentado soltarse. No había comprobado la tensión de las cuerdas, ni si cederían a un tirón brusco. El hecho de tener que estar revolviéndose para soltarse era algo que quería evitar. Esperaba que Analema saliese de su ofuscación y le soltase ella. Aunque si eso tardaba en ocurrir...
Además, una vez iniciado el proceso, pararlo era lo más complicado. Ella temería lógicamente que si lo soltaba fuese Zas el que se vengase entonces. Tendría que hacerle claudicar antes de soltarle, pero las cosas no iban por ese camino. Le estaba dando un escarmiento pero no le había pedido que se disculpase. No parecía que la cosa fuese a terminar con Zas reconociendo sus errores. Simplemente ella no había pensado como terminar aquello, así que el final se podía demorar. Aunque siempre cabía la posibilidad de que Analema cogiese sus cosas y se fuese dejándolo allí atado, hasta que a la mañana siguiente le encontrase el dueño de la casa.
¿Qué haría entonces? ¿Denunciar a Analema?, si lo hacía y ella contaba todo lo que había pasado durante el fin de semana irían a la cárcel los dos. Eso sin contar con el escándalo que se formaría. Su familia, su mujer, su trabajo sus amigos... todo a la mierda en dos días.
No, la cosa no tenía buen aspecto. Tendrá que intentar soltarse. Se hizo un repaso mental. Las heridas de los muslos le escocían cada vez más. Los testículos estaban preocupantemente insensibles. Sentía palpitar el frenillo del pene y le escocía. Bajo la presión de la pinza debería estar bastante inflamado. Lo de los pezones era bastante molesto, pero soportable. Y ahora, además los ojos le dolían de mirar a la vela.
Procuraba tenerla vertical, para que la cera no le cayese directamente en los labios, sino que resbalase por la superficie hasta solidificarse. Pero Analema no ayudaba mucho. Ahora había cogido la fusta y le estaba castigando la planta de los pies, nuevamente demasiado fuerte.
Zas recordó sus sesiones de control mental. Se intentó abstraer de la escena que estaba viviendo. Separar sus terminaciones nerviosas de su propia mente. Disminuir el dolor. Normalizar los latidos de su corazón. Acompasar la respiración. Eliminar el miedo. Pensar claramente... Era bueno en eso, se le daba bien, pero una cosa es hacerlo en tu propia casa o cuando vas al dentista y otra cuando te están torturando.
Analema continuaba castigándole las plantas de los pies mientras hacía comentarios irónicos. Y él aún seguía sin tener un plan de escape...
De repente un golpe incontrolado de la fusta le arrancó la uña del dedo meñique del pie izquierdo. No pudo evitar una sacudida de dolor, ni reprimir un grito. Fruto de la primera, la cera le salpicó la cara, cerca del ojo. A consecuencia del grito perdió la sujeción de la vela e intentando no le cayese en la cara, lo único que consiguió fue que fuese a parar sobre su pecho.
Sintió el olor del vello quemado antes que el calor de la propia llama. Todo se había ido de las manos.
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