martes, 21 de mayo de 2019

Analema_de_Zas 7


Capítulo 7, Percepciones

Pedreña, madrugada del domingo, 02:20



El placer de la sobremesa depende de muchas cosas, en parte de lo que hayas comido, pero fundamentalmente de la compañía y la situación. Pocas sobremesas se podían comparar a aquella. Zas estaba sentado en el suelo de madera y Analema tumbada con la cabeza apoyada en el muslo de él.

- Tienes un pelo precioso –dijo Zas mientras lo acariciaba- Me gustan las melenas sueltas y peinarlas con los dedos.
- Mmmmmmmm, si sigues así me dormiré.
- Nooooooo, aún nos quedan muchas cosas por hacer.
- ¿Más?, ¿no te duele la cabeza de tanto pensar?
- Ya sabes que voy improvisando, lo que pasa es que a veces le veo posibilidades a situaciones que normalmente pasarían desapercibidas.
- Ya veo que tienes mucha práctica. ¿Con tu primita ya hacías sesiones?
- ¡Que va!, todo era pura curiosidad, totalmente inocente.
- ¡Claaaaaaaaaaro!, lo mas normal del mundo jugar a ponerle un cangrejo en el coño a tu prima ¿quién no la ha hecho?
- Pues por lo que veo, tu primo.
- ¡Malo! –dijo Anlema riendo-, mis primos son todos encantadores y de pequeños lo más bruto que hacíamos era tirarnos piedras de vez en cuando.
- ¿Lo ves?, unos salvajes, mi prima y yo éramos mucho más civilizados, nunca nos hacíamos daño.
- ¿Y aún dura esa relación?
- No de esa manera, aunque sigue siendo especial. ¿Cómo te diría...? Ahora para ella yo soy su “prima”.  Quiero decir que tiene la misma confianza conmigo que si yo fuese chica. Existe una intimidad muy particular que no se da con un primo.
- ¿Y cuando cambió todo eso?
- Cuando ella se echó un noviete en serio. Cuando me enteré por poco me muero de los celos, pero a todo se acostumbra uno.
- ¿La querías?
- Claro, éramos más que colegas de juegos y de aventuras... éramos cómplices. Todo eso se fue un poco al garete. Ya te digo que es mayor que yo, las chicas maduran antes que los chicos. Yo era un crío y ella ya necesitaba otras cosas...
- En fin –continuó Zas suspirando-, pero lo que habíamos vivido ahí estaba y ninguno lo podía olvidar, así que superado el primer trauma, quedó en nosotros una relación de confianza total y carente de todo pudor.
- Debió ser muy bonito lo que vivisteis –dijo Analema pensativa.
- Imagina, de pequeños éramos como dos hermanitos. Nos bañaban juntos, dormíamos la siesta juntos... Cuando fuimos un poco mas mayores siempre jugábamos juntos. En aquella época los niños jugaban con tranquilidad en la calle y todo era una aventura. Cuando se despertó la primera curiosidad sexual infantil, nos tuvimos siempre el uno al otro. Yo la vi crecer, desarrollarse sus pechitos, poblarse de pelusilla su pubis, su primera regla...
- ¡Vaya!. ¿Y no le daba vergüenza?
- No. Era algo normal para nosotros. Ella también me vio crecer a mí. Creo que si no has vivido algo así no te lo podré explicar... fue una época maravillosa. Cuando todos mis amigos fantaseaban sobre como era el cuerpo de una chica, yo conocía perfectamente el de mi prima. Pero lo importante no era que nos tuviésemos el uno al otro para resolver las inquietudes que se nos presentaban. Inquietudes que infantiles e ingenuas, no dejaban en muchas ocasiones de ser sexuales. Lo importante era la complicidad que existía entre los dos.
- Entonces, ¿el cuerpo femenino nunca ha tenido secretos para ti?
- El cuerpo y el alma femenino son un absoluto misterio para mí. Me fascina y por eso sigo empeñado en conocerlos cada vez mejor. Pero lo que más me entusiasma de esa tarea es que es imposible de abarcar, por mucho que aprenda siempre me quedará mucho más. Así mi curiosidad siempre tendrá un objetivo en el que centrarse.
- ¿Por eso te hiciste amo? ¿Para conocer más?
- Creo que uno no se hace amo. Uno es amo aunque no lo sepa, hasta que en un determinado momento descubre que lo es y ejerce como tal. Y sí, ser amo te permite conocer muchas facetas insospechadas del cuerpo y el alma de las personas.
- ¿Hay diferencias entre amo y maltratador?
- ¿Hay diferencias entre amante y violador? –respondió Zas.
- Son cosas muy distintas, los amantes se implican los dos, el violador se impone por la fuerza.
- Pero yo me he impuesto a ti hasta el punto de que me has suplicado que lo dejara. ¿Qué soy entonces?
- Mi amo. Un amo que conoce mejor que yo misma hasta dónde puedo llegar. Si te he suplicado es porque no tenía confianza en mí, no en ti. Pero creo que por nada del mundo me hubiese perdido los momentos que me has hecho vivir, aunque hayan sido al borde del pánico.
- Cielo, el miedo es una emoción altamente activadora, lo he usado a propósito para que tus sentimientos tuviesen más intensidad. Pero también he querido enseñarte que el miedo irracional es perjudicial y hay que aprender a dominarlo.
- Es difícil dominar el miedo, creo que imposible.
- Verás –continuó Zas-. El miedo es útil, te protege de situaciones que pueden ser perjudiciales. Si tienes miedo a las tormentas y te metes en tu casa cuando hay una, así te aseguras de que no te cae un rayo. Ese aspecto es beneficioso. Pero si cada vez que se nubla te metes en tu casa por si se forma una tormenta, eso es perjudicial. En este segundo caso el miedo es irracional y patológico.
- Ya, ¿pero cómo se separa el uno del otro?
- Pensando. Reconozco que es difícil, pero si lo consiguiésemos podríamos darnos cuenta de cuando somos nosotros los que estamos alimentando nuestros propios temores. Si tienes miedo a algo, centras tanto tu atención en ello que lo ves por todas partes. Verás, voy a ver si te lo puedo demostrar.

Zas se levantó y fue a buscar algo al cuarto. Al momento volvió con una candado en la mano.

- Mira, es un candado de metal. Lo cierro y lo pongo aquí –dijo señalando la plancha metálica en la que había hecho las chirlas y las navajas de la cena y que aún estaba en las brasas-. Cuando el candado esté suficientemente caliente un muelle de su mecanismo saltará y el candado se abrirá solo. En ese momento estará muy caliente, pero nada que no puedas resistir. Que lo hagas o no dependerá de tu miedo. Si te dejas llevar por el miedo sentirás que te abrasas, si no será simplemente como cuando coges una patata caliente, cuestión de fuerza de voluntad.
- ¿Tendré que cogerlo con la mano?
- Yo te lo pondré en la piel.
- Si tú lo resistes yo lo resistiré.
- No, yo lo cogeré con unas pinzas.
- ¿Qué?, ¿y si el muelle tarda en saltar y el candado se calienta mucho?
- Tarde lo que tarde, sólo saltará cuando alcance una determinada temperatura, ni antes ni después.
- Por favor, estaré mas tranquila si tú lo coges primero.
- No. Has de creer lo que te digo y dominar el miedo con tus medios, no con los míos.
- ¿Me lo pondrás en la mano?
- No, te lo pondré en... la barriga.
- ¿De verdad que no estará muy caliente?
- Lo podrás resistir.
- ¿No me dejará marca?
- No.
- Zas, las quemaduras me aterrorizan. Cocino todo lo alejada del fuego que puedo. Cualquier salpicadura de aceite me deja marca. Sólo te pido que compruebes tú la temperatura antes de ponérmelo.
- Y yo solo te pido que confíes en mí.

Analema miraba el candado. Juraría que se estaba poniendo rojo. Creía en Zas, pero...

- ¿Prefieres algún otro sitio en vez de la barriga?, ¿un pecho?
- ¡¡¡No!!!

Cuanto más lo miraba, más convencida estaba de que eso se estaba poniendo muy muy caliente.

- Zas, eso está cogiendo mucha temperatura, el muelle debe de estar mal.
- No está mal. No te he dicho que no estuviese caliente, sólo te he dicho que lo resistirás... si vences tu miedo.
- Ya me conoces, no soy buena en eso.
- No te des nunca por vencida antes de iniciar la prueba.
- Es que me conozco y no me fío de mí.
- Yo también te conozco, podrás hacerlo. Esta vez estaré a tu lado.

Clic, sonó en la chimenea. Los dos miraron al candado abierto. Analema hubiese jurado que olía a quemado. Zas comprobó los atizadores y las tenazas de la chimenea. Analema se asustó aún más, pero vio que sólo estaba buscando algo con lo que coger el candado.

- Túmbate. Voy a la cocina a por unas pinzas.

Volvemos a la carga pensó. En cierto modo ya sabía lo que vendría. Una situación que aparentemente no podría resistir, un miedo intenso y al final una explicación de Zas que le diría por qué lo había hecho y en qué había fallado ella. Era la pauta que había seguido hasta hora. Sabía el argumento y sabía el final. Cualquier historia de miedo pierde interés si te cuentan el final. ¿Entonces por qué seguía teniendo miedo? Zas se guardaba siempre un as en la manga ¿cuál sería esta vez? Miró el candado otra vez, no es que estuviese incandescente, pero llevaba un buen rato sobre la plancha encima de las brasas. Era seguro que estaba caliente, muy muy caliente. Joder, si hasta olía como la plancha de la ropa. ¿Y si Zas no había calculado bien la temperatura?

- Estate tumbada cielo. Mira, esto es lo único que he encontrado –le dijo señalando unas pinzas de hielo-. Ahora te lo voy a poner en la barriga.

Analema le miraba resignada, evaluando las opciones. Desde luego mejor en la barriga que en el pecho, la quemadura sería más fácil de disimular.

Zas se arrodilló delante de la chimenea. Cuando se giró hacia ella vio como le acercaba el candado colgando de la pinza. Juraría que hasta salía humo.

- ¿Estas lista?
- No.
- Vamos, confía en mí.

Y le puso el candado en la barriga. Pensaba que sentiría algo caliente, que podría resistir al principio aunque luego le tendría que pedir a Zas que se lo quitase. Era consciente de que no soportaba nada bien el calor. Pero no estaba preparada para lo que sintió. Fue algo intenso, penetrante, tenía la sensación de que la perforaría. Y todo eso en una fracción de segundo.

- ¡Ayyyyyyyy! –chilló-. ¡Me quemo! –e incorporándose un poco hizo que el candado cayese al suelo sin tocarlo con las manos-. ¡Por favor!, quema que te cagas.
- No es verdad –dijo Zas y volvió a cogerlo con la pinza para volvérselo a poner en la barriga-. Intenta soportarlo, aunque sólo sea un momento –y se lo volvió a poner.
- ¡Joder, no puedo! –respondió volviendo a tirarlo- Sigue quemando. Espera que se enfríe.
- ¿Más? –preguntó él cogiéndolo con la mano ante la sorpresa de Analema- Mira –dijo y se lo empezó a pasar el mismo por el dorso de la mano e incluso por la cara.

Luego cogió la mano de la chica y se lo puso a ella, aún temerosa y sorprendida por el aguante de Zas. Analema lo intentó soltar, pero él no la dejó y en cambio le señaló la plancha de la chimenea. Allí estaba todavía el candado. Entonces se dio cuenta de que el que tenía en la mano no era el mismo y que éste estaba... helado.

Analema miraba a Zas con grandes ojos de sorpresa. Había confundido el intenso frío con intenso calor. Había sentido lo que esperaba sentir, lo que temía sentir. Ese era el as oculto bajo la manga.

- ¡Joder!, estoy alucinada. Me quemaba.
- Sabía que no me creerías.
- ¿Pero como te iba a creer? Si yo misma veía el candado ahí en el fuego. Por fuerza me tenía que quemar.
- Y te quemaste.
- Te juro que sí.
- Bueno, contaba con ello. Me hubieses sorprendido de haber reaccionado de distinta manera a como lo has hecho. Cualquiera hubiese reaccionado como tú.
- Pero ¿de dónde ha salido ese candado congelado?
- Mira, es de las pocas cosas que había preparado. Traje dos candados iguales y uno de ellos lo puse en el congelador nada más llegar.
- ¿Ya tenías pensado hacerme esto?
- Con alguna variación. Verás, hace tiempo descubrí por casualidad lo que a tú has descubierto hoy. Estaba en una sesión real con una sumisa. Ella tumbada con los ojos vendados. Yo jugaba con una vela y le iba echando gotas de cera, cada vez más cerca, cada vez mas caliente. Quedaba hielo en unos vasos y cogí un cubito para dejarle caer gotas frías alternando con las calientes de la cera. Para mi sorpresa ella tomó las gotas de agua fría como gotas de cera muy caliente y tardó tiempo en darse cuenta de la diferencia.
- ¿Cómo puede ser eso?
- En la piel tenemos receptores de temperatura que son comunes para el frío y el calor. Cuando se activan envían una señal al cerebro, que es el que interpreta y actúa en consecuencia. Si el cerebro está esperando un tipo determinado de estímulo, tarda un tiempo en darse cuenta de que es el otro. Si hubieses tenido más tiempo el candado encima hubieses apreciado la diferencia ¿pero quién aguanta un hierro ardiendo en la piel?
- ¿Quieres decir que todo es cuestión de interpretar la información?
- El dolor es útil, pero el dolor es sólo información. Es el sistema que se ha buscado el organismo para responder rápidamente a esos estímulos. La orden es: “¡Apártate!”. Sea frío, calor, un clavo o un mosquito. Pero después de alejarnos del estímulo hemos de responder a él procesando la información que nos llega. El miedo puede hacernos errar ese procesamiento de la información y hacer que nuestra respuesta sea equivocada. Por eso hemos de aprender a dominar el miedo.
- ¡Que fácil parece todo para ti!. Mira, sabía que me ibas a hacer pasar miedo sometiéndome a una situación que no podría soportar y sabía que al final me demostrarías que ese miedo era irracional y que había actuado como una tonta. Sabía todo eso, estaba preparada para ello. En cambio cuando estuve en la situación fui incapaz de responder como hubiese debido. Si sabiéndolo no pude hacerlo, ya me dirás cómo puedes responder bien en una situación que te pilla desprevenida.
- Todo depende de las personas y de las situaciones. Algunos responden mejor a unas situaciones que a otras. Pero no quiero darte aquí un cursillo de yoga ni de dominio de la mente. Lo único que pretendo es educarte a mi manera. Hacerte entender que cuando te pida algo, aunque te parezca una locura, es porque he sopesado bien todas las posibilidades y las consecuencias. Y que te pida lo que te pida, quiero que lo hagas. Que lo hagas por mí y que lo hagas sabiendo que velo por ti.
- Hasta ahora he hecho todo lo que me has pedido, aunque haya estado horrorizada.
- Y lo has hecho muy bien, mi amor. Estoy orgulloso de ti –dijo besándola.
- Y yo de tener un amo como tú.
- Gracias cielo, creo que ya estás preparada para las pruebas reales.


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